*Obra de Claudia
Marting.
Rosario.
Argentina.
VISITANTE
NOCTURNA *
A punto de
deshacerse tu pena en mis cabellos.
Los cubro con
sombreros de líquenes y astas de caribú.
¿Me piensas
amor mío? Ay, como rompen las olas en mis malecones.
Lo miro con
ojos de espejismo. Inmutables....
Mi secreto se
esconde en la armadura de mis pechos.
Aprendí a
mentir en aquel enero. Sobrevivir. Resistir.
La semilla no
fue devorada por pájaros.
Luego tu carne.
Esa misma, fue inmolada.
No era esa la
tierra prometida. La vida es un búho trasnochado.
Una parodia
absurda. Una carrera de galgos.
Y de pronto el
apuro. Cortar el cordel con los dientes.
En la tierra.
Debajo de los miedos. Coágulos de sangre y un berrido.
Pequeña e
inocente. Visitante del alba. Ojos de lince.
Fue la primera
vez. De allí no he tenido vergüenza de mentir.
¿Que ganaré con
la norma de tacuara?
-El paraíso es
un árbol con flores venenosas-
Y me decías
mía, y mordía tu boca. Aun no soy domesticable.
¡Eres Mía! Y me
sentía pobre y desnuda en otros brazos.
Una voz con
aromas de cipreses. Un gato negro.
Soy la loca
exclusiva de tus celos. De las pinceladas de tus manos.
Y me vistes. Me
cubres. En ramas. En cementerios verdes.
En el deslizar
de una víbora de arena roja.
Y me desnudo en
las breves ranuras de las piedras del río.
Mis pezones
sacrílegos de luto.
Hay un ojo
triangular en mi nuca, Lo siento.
Polifemo mira
con mi boca. Escucha con mis ojos. Un grillo, en sus oídos.
Solo mis manos
felinas se salvan y sostienen la silla y el defalco..
Mujer.
Visitante nocturna. El paraíso es un árbol con flores venenosas.
QUE EL AMANECER ES TAN SÓLO UNA UTOPÍA…
Lo tremendo*
a veces
lo tremendo
es la mano
que raspa el
límite del respiro
lo pequeño del
desgarro
la habitación
en desuso
el tiempo que
dio fin
al idilio de la
ternura y el sexo
el cuerpo
inmaculado de deseos retornando al hábitat del vacío.
a veces
lo tremendo
es desvestirnos
la ropa de guerra
archivar armas
humear la
cocina de aroma a pasteles
y leche
caliente
el amor y el
olvido
a veces
es lo tremendo.
la tragedia de
lo irremediable es
arrancarnos la
supervivencia
ajustar los
relojes a favor de la muerte
encender un
cigarrillo y dejar que el día
sea dominio de
los otros
tal vez
nuestra única
defensa
sea hurgar con
el dedo el camino de lo desconocido
abrir los ojos,
hasta quedarnos
ciegos
de tanta
verdad.
*De Lila
Biscia.
Piedra, tijera,
papel*
El lenguaje es
una piel
Roland Barthes
Delante de un
mar desconocido
una mujer con
la memoria herida
sangra lo que
no recuerda.
Ella frágil,
entre las hojas
verdes y las
blancas donde pone
su cuerpo para
inscribir palabras o
huellas o
espera que aparezca
por el hocico
húmedo de la lengua
eso de lo que
no se sabe;
una piedra
la tijera que
desgarra
y las gotas
que desde el
borde del
himén forzado
en la cabeza
hacen tatuajes
en el papel ...
*
Pensaba
en hilos rojos
algo entretejía
la piel
y las palabras
LA VARSOVIA*
El agua, el fuego y las mujeres
nunca dicen basta.
Proverbio polaco y suizo
Mignón
Rachela
1
Borda de un barco. Las dos
mujeres miran el paisaje; visten con cierta elegancia; llevan sombrillas.
Rachela sufre del mal del mar.
Mignón: Es así: usted junta aire
dentro de la boca y no lo suelta, no lo suelta hasta que pasa la arcada.
¿Comprende?
Rachela asiente.
Mignón: Era bonito El Havre. ¿Le
gustó?
Rachela asiente.
Mignón: Muy colorido. ¿Le
gustaron las castañas asadas que compró Schlomo?
Rachela: Sí.
Mignón: ¿Las había probado
antes?
Rachela (habla con dificultad):
Padre solía traérnoslas cuando viajaba a Varsovia…
Mignón: ¿Padre? ¿Su padre?
Rachela asiente.
Rachela: Hay un perfume en el
camarote, a lo mejor si lo huelo se me pase el malestar.
Mignón: Cuando diga “perfume”,
Rachela, diga siempre “perfume francés” que queda mejor… ¿Cómo fue que pudo su
padre ir a Varsovia alguna vez?
Rachela: Fue.
Mignón: Nunca lo hubiera
imaginado.
Rachela: No siempre fuimos
pobres.
Mignón: Ah, ¿no?
Rachela: No.
Mignón: ¿Pero ya hace mucho
tiempo de cuando estaban en mejor situación?
Rachela tiene un acceso de
arcadas. Mignón la contiene.
Mignón: Probemos otra cosa.
Aspire profundo y suelte el aire.
Rachela lo hace.
Mignón: así, así, bien hecho.
Rachela sigue aspirando
profundo.
Mignón: ¿Se siente mejor ahora?
Rachela: Sí. Fue la melancolía.
Mignón: ¡No mire el mar,
Rachela! ¡No siga la ola, no ve que…! ¡Si será terca, caramba!
Rachela recomienza con las
arcadas.
Rachela (lloriqueando): Es
melancólia.
Mignón: Sería bueno comer
castañas en este momento. ¿Le quedaron algunas castañas o…? ¿De melancólia
dijo?
Rachela: Sí.
Mignón: Diga melancolía,
Rachela. Se dice melancolía. ¿Melancolía de qué? ¿De El Havre o de cuando usted
estaba en mejor posición?
Rachela (llorando): De mi padre.
Mignón: Basta, basta. Le van a
volver las arcadas.
Pausa.
Mignón: ¿Le quedaron castañas o
se las comió todas, glotona?
Rachela: Me quedaron. Las guardé
en el camarote, entre la ropa blanca...
Mignón: Ay, Rachela. ¡Entre la
ropa blanca! ¡Mire si la ensucia! ¡Con lo que pagó Schlomo por su ropa!
Rachela: ¿Le salió muy caro,
verdad?
Mignón: Eso creo.
Rachela: Yo le dije que no
gastara tanto, que a mí con…
Mignón: Es su novio, ¿no?
Rachela: Sí.
Mignón: ¿Qué esperaba? El dice
que la ama…
Rachela: Sí, eso dice.
Mignón: ¿Qué? ¿No lo cree?
Rachela: Claro que lo creo. ¿No
nos vamos a casar acaso?
Mignón asiente.
Rachela: Apenas bajemos en
Buenos Aires nos vamos a casar.
Mignón: Usted precisaba un
ajuar, Rachela.
Rachela: Lo sé; no me estoy
quejando. Es que… no sé.
Mignón: Su enagua estaba muy
usada ya. El me pidió mi opinión y yo le dije sinceramente: “Schlomo, esa
muchacha necesita ropa interior de seda cruda o de
batista, y un vestido si no de
terciopelo, al menos…
Rachela (interrumpiendo): Ese
será mi vestido de boda.
Mignón: …de crespón de China, y
algunos pares de medias, de seda a ser posible…”
Rachela: El ha sido muy generoso
conmigo.
Mignón: Me alegro de que se dé
cuenta.
Rachela: ¿Sabe lo que pienso,
señorita Mignón? Que Schlomo… (Se interrumpe).
Usted no se llama Mignón,
¿verdad?
Mignón (sobresaltada): ¿Cómo
dice?
Rachela: Que su nombre verdadero
no es Mignón.
Mignón: No.
Rachela: ¿Y cuál es?
Mignón: Hace tanto que no lo
uso… Se imagina. Desde que estoy en la Argentina que no se lo escucho pronunciar
a nadie.
Rachela: ¿Nadie? ¿Ni a su
hermano?
Mignón: Schlomo me llama… No,
no, a nadie.
Rachela: ¿Cuál es?
Mignón: ¿Mi nombre? Ah, ¡es que
no me gusta!
Rachela: Dígamelo.
Mignón: No, mejor no.
Rachela: Le prometo que no voy a
llamarla así
Mignón: Ester.
Rachela: Ester.
Mignón: Yésterle, me decía mi
madre.
Rachela: Yésterle, ¿por qué no
le gusta?
Mignón: Es que hace ya tantos
años… Tantos años. Diga mi nombre en voz alta otra vez, por favor.
Rachela: ¿Cómo?
Mignón: Da gusto escuchar como
lo pronuncia usted.
Rachela: Yésterle.
Mignón: Una vez más, por favor.
Rachela: Yésterle.
Pausa larga.
Mignón: Sería bueno comernos
ahora el resto de las castañas ¿no le parece?…
Rachela: Voy a buscarlas.
Mignón: No, no se moleste,
Rachela, era un decir…
Rachela: Voy. Así nos las
comemos.
Rachela sale corriendo.
Mignón (a Rachela): ¡No corra,
que se va a marear otra vez! (para sí misma) Si será terca…
2
Tiradas en la reposera de
cubierta. Rachela se apantalla con un abanico, Mignón hojea una revista de
modas.
Mignón: Cuando llegue me haré
hacer un vestido así.
Rachela: A ver. Ah. Bonito.
Mignón: Sí. Son los que tiene la
señorita Agnés.
Rachela: ¿La que le prestó la
revista?
Mignón: Sí: la hija del Barón.
Rachela: ¿La chica que viste…
Mignón: No diga “chica”,
Rachela, diga “señorita”.
Rachela: ¿La señorita que… viste
de azul claro y lleva un peinado alto como un pastel de casamiento?
Mignón: Exactamente.
Rachela (señalando la revista):
Ah. ¿Pero cómo hará usted para pagarse un vestido así?
Mignón: No sé.
Rachela: Su hermano tiene un
buen pasar, a lo mejor él...
Mignón (sigue con la revista):
Si no me haré uno como éste. En París se usa mucho la gasa.
Rachela (inclinándose sobre la
revista): Bonito también.
Mignón: Sí.
Rachela: Un poco escotado, pero
usted es una muchacha soltera, todavía puede usarlo…
Mignón: Quiero parecer una
estrella del cinematógrafo.
Larga pausa.
Mignón: ¿Usted fue al cinematógrafo
alguna vez?
Rachela: No. ¿Es bonito?
Mignón: Mucho. En Buenos Aires
no le va a faltar oportunidad.
Rachela: ¿Le gusta el
cinematógrafo a su hermano?
Mignón: ¿A Schlomo? No sé,
pregúntele usted, ¿no es su novio?
Rachela: ¿Pero no van nunca
juntos?
Mignón: A él no le gusta
llevarme a ninguna parte. Antes de viajar fui a ver Expreso Shangai al Empire,
con Marlene Dietrich. ¿Sabe quién es Marlene
Dietrich?
Rachela: No.
Mignón: Una actriz alemana.
Rachela: Ah.
Mignón: Sí. Antes iba al
cinematógrafo con una amiga, Bronia. Pero ahora no tengo quién me acompañe.
Rachela: ¿Es polaca su amiga?
Mignón: Sí.
Rachela: ¿Y cómo la conoció?
Mignón (dubitativa): En un
barco, como a usted. Cuando yo iba a la Argentina.
Rachela: Ah. Se levantó fresco.
Mignón: Fuimos amigas un tiempo;
después nos enemistamos.
Rachela: Oh. ¿Por qué?
Mignón: Por Schlomo.
Rachela (sobresaltada): ¿Por
Schlomo?
Mignón: Ella… lo pretendía.
Pausa.
Mignón: Ella lo conoció en
Polonia y se enamoró de él. Entonces lo siguió a Argentina. Pero… pero él no la
quería, ¿comprende? Ella no era la clase de mujer
que él necesitaba a su lado.
Para… para formar su hogar.
Rachela (turbada): Ah, ¿no? ¿Es
hogareño él? ¿Usted no tiene algo de frío ya?
Mignón: ¿Usted dice si Schlomo
es hogareño? ¡Es un calavera!
Rachela: A mí no me lo pareció,
señorita Mignón.
Mignón: Usted porque recién lo
conoce.
Rachela: No me asuste. ¿Cree
entonces que soy yo, la clase de mujer que él necesita?
Mignón no contesta.
Rachela: ¿Lo cree o no?
Mignón: Tal vez.
Rachela: El prometió a mi padre
casarse conmigo en cuanto lleguemos a Argentina. Si él no cumpliera su promesa,
yo me tiraré al río.
Mignón: No exagere. Además, ¿no
es el amor lo que verdaderamente importa?
Rachela: No.
Mignón (sorprendida): ¿No?
Rachela: Estoy cada vez más
lejos de mi casa. Espero que Schlomo sea mi casa para mí.
Mignón: No diga casa, Rachela.
Diga hogar. Me tiene a mí, si se asusta de la distancia.
Rachela: Vamos a llevar la casa
entre las dos, usted y yo. El hogar.
Mignón asiente.
Rachela (tomándola de la mano):
Seremos amigas siempre. Yo no la voy a despreciar como su amiga Bronia. Aunque
Schlomo se distancie de usted o de mí,
seremos amigas. Hasta iremos al
cinematógrafo juntas, ya verá. A mi pueblo a veces iba una compañía de teatro
ídisch… o unos saltimbanquis o volatineros… y
yo iba a verlos siempre con mis
hermanas. Voy a extrañarlas.
Pausa.
Rachela: Dormíamos las cuatro
juntas. A la mañana había un revoltijo tal de sábanas y mantas, que mi hermana
Edit, la mayor –la que es un poquito tonta-
gritaba: “¡No nos movamos! ¡No
sea que una se levante subida a los pies que son de otra!”
Rachela ríe.
Rachela: Y mi hermana la menor,
que era muy menuda siempre respondía: “Caminar en los pies de Edit sería para
mí mi felicidad”.
Mignón: Su hermana Edit se
quedará soltera.
Rachela (sobresaltada): ¿Por qué
lo dice?
Mignón: ¿Quién puede querer de
esposa a una mujer tonta?
Rachela: No…
Mignón: Y su hermana la menor,
¿cómo era que se llamaba?
Rachela: Yenta.
Mignón: Yenta, eso es. Ella
también se quedará soltera.
Rachela: ¿Por qué?
Mignón: ¿No es la que es enana?
Rachela: ¡No! Es un poco bajita…
ella no se alimentó bien cuando…
Mignón: Usted tuvo suerte,
Rachela, de que la encontrara Schlomo.
Rachela: No lo sé, yo…
Mignón: ¿¡No lo sabe!? Tendría
que darle gracias a Dios de encontrar un hombre como él. Buen mozo y adinerado.
¿Quién cree que podría haber puesto sus ojos
sobre usted y su familia, si no?
Miserables como estaban, sus hermanas llenas de llagas y suciedad… No me haga
acordar, se me pone la piel de gallina.
Larguísima pausa.
Rachela (triste): Mi madre le
sabía decir a mi hermana Yenta que se había quedado pequeña por dormir con
potingues y hebillas clavadas en el cabello. Lo
mismo que los enanos, le decía,
que dejan de crecer porque duermen con el gorro puesto…
Mignón (con su revista): Si al
menos su hermana se consiguiera unos zapatos de tacón… Más no podrá ser: habrá
que aserrar los tacos de los zapatos este año:
fíjese… Ya no se usan altos en
París, por cierto, y no he visto que la señorita Agnés calce estas botitas que…
Rachela: ¿La baronesita?
Mignón: Diga “la señorita
baronesa”, Rachela, no “la baronesita”. Sí, ella no calza tampoco zapatos de
tacón.
Rachela: Mi hermana Yenta se
enojaba con mi madre y le decía que si era tanto así de deforme como mi madre
la acusaba, ella se buscaría un enano por esposo.
Mignón la mira horrorizada.
Rachela: Sí. Y mi madre le
contestaba que lo principal no era la estatura en un hombre, si no el que una
mujer siempre debe tener a su lado un hombre que la
represente.
Mignón: Bueno, usted eso lo ha
conseguido, Rachela.
Rachela: Sí.
Mignón: Claro que su madre en su
desesperación es capaz de entregarlas a ustedes a cualquier monstruo… ¡Un
enano! Por Dios, qué idea. ¿Se imagina usted
con un enano? ¡Un hombrecito con
quien usted debería agacharse cada vez que él hable para ponerle su oreja, no
vaya a ser que su esposo se lo pase a los gritos!
Rachela: ¿Cómo se dice cuando el
esposo es chiquito, señorita?
Mignón: No lo sé… ¿Esposito?
Rachela: ¡Esposito!
Mignón ríe. Rachela ríe. Están
tentadas de risa.
Rachela: Es muy triste. No
deberíamos, es muy triste.
Mignón: No, no.
Rachela: ¿No siente frío?
Mignón: Un poco. Es el viento.
Rachela: ¿Hace frío en la
Argentina?
Mignón: Adonde usted va, no.
Rachela: ¿Cómo…?
Mignón: Donde vivimos nosotros
no hace frío muy intenso. No nieva nunca, por ejemplo.
Rachela: ¿Nunca?
Mignón: No.
Rachela: Qué lástima.
Mignón: Allá en pleno invierno
con un mantón de lana se está bien…
Rachela: ¿Y los hombres qué
usan?
Mignón: ¿Qué usan?
Rachela: ¿Schlomo tiene algún
caftán…?
Mignón: ¿Un…? No, no… Les basta
con una chaqueta gruesa… No hace falta ir todo encapotado…
Rachela: Por eso Schlomo no me
compró ropa de invierno.
Mignón: Claro.
Rachela: En Argentina no hace frío
jamás, entonces.
Mignón: A veces hace frío. Pero
usted no a estar nunca expuesta al frío, Rachela.
Schlomo la va a tener siempre en
el hogar, ¿comprende?
Rachela: ¿Cómo?
Mignón: El no va a permitir que
usted se pesque una pulmonía.
Rachela: Pero no voy a estar
todo el día encerrada…
Mignón: No…
Rachela: ¿Usted se pasa el día
encerrada, señorita Mignón?
Mignón: El negocio me exige
salir muchas veces. Y además, yo no tengo un novio a quien darle celos.
Rachela: ¿En Argentina tampoco?
Mignón: No…
Rachela: ¿Por qué? Con la figura
que usted tiene… Seguro que en este barco encuentra un novio enseguida, ya va a
ver. Yo la voy a ayudar.
Mignón: No, no.
Rachela: ¿Qué? ¿Ya perdió las
esperanzas?
Silencio.
Rachela: ¿Cuántos años tiene,
señorita Mignón?
Mignón: Veintisiete.
Rachela: Séame franca.
Mignón: Veintisiete.
Rachela: Yo le voy a buscar un
pretendiente.
Mignón: No se moleste. Por
favor. Schlomo me mataría.
Rachela: ¿Por qué? El es su
hermano, tan celoso no debe ser. Además yo lo voy a convencer.
Mignón: No, Rachela, por favor.
Rachela: ¡Con lo bonito que es
estar enamorada!
Mignón: Sí, pero…
Rachela: ¿Usted ha estado
enamorada alguna vez?
Mignón: Rachela, basta. No
quiero que usted…
Rachela: Aaah. ¡La señorita
Mignón tuvo un amor y lo guarda en secreto!
Mignón: Basta.
Rachela: ¿Lo tuvo o lo tiene?
Mignón: Basta. No sea
chiquilina.
Rachela (alegre): ¡Lo tiene! ¡Lo
tiene! ¿Quién es? ¿Es argentino? ¿Quién…?
Mignón se levanta de la reposera
con torpeza y sale.
Rachela la mira irse.
Rachela: Con lo torcido que
camina, la pobre…
3.
Borda del barco. Cruce del
Ecuador. Detrás se oye los sonidos de un baile que termina. Hay confeti y
guirnaldas de papel por todas partes. Ellas están vestidas
de fiesta. Mignón está incómoda,
un poco descompuesta por el calor. Rachela está feliz.
Rachela: No entiendo por qué no
bailó con el muchacho que le presenté.
Mignón: No me gusta bailar, le
dije.
Rachela: Pero con su hermano
bailó.
Mignón: Eso es distinto.
Rachela: ¿En qué es distinto?
Mignón: Porque bailamos para
mostrarle a usted, para que usted aprenda. En la Argentina se baila mucho el
tango.
Rachela: ¿Y no podía siquiera
bailar una sola pieza con el joven que le presenté…? El se moría por bailar con
usted.
Mignón (desdeñosa): Parecía un
niño bien. Aunque…
Rachela: ¿Para qué se puso ese
vestido si solamente quería bailar con su hermano?
Mignón: Yo no tengo la culpa de
tener una linda figura.
Pausa.
Rachela: Igual él deseaba bailar
con usted. No le hubiera hecho mal a ninguno de los dos, creo yo.
Mignón: Quizás él ya sabe bailar
tango.
Rachela: ¿Y cómo puede ser?
Mignón: Me parece haberlo visto
en Buenos Aires.
Rachela: Ah, ¿si?
Mignón: Peletero del ramo.
Rachela: ¿Con negocio o
importador?
Mignón: No estoy segura. Quizá
Schlomo sepa. Pregúntele a él.
Rachela: Oh, no, no.
Mignón: ¿Le tiene miedo a
Schlomo?
Rachela: Tiene el carácter un
poco fuerte. No me gusta importunarlo.
Mignón: No es bueno provocar los
celos de un hombre, cuando no hay motivo.
Rachela asiente.
Mignón: Además, ya verá que él
no le dará motivos a usted tampoco. Es un hombre muy tranquilo. Verá que está
siempre de buen humor, y casi no viaja.
Desde que yo tengo memoria, este
viaje lo ha hecho nada más que tres veces en su vida, sin contar la vez que se
vino de Polonia.
Rachela: ¿Usted vino después?
Mignón: ¿Cómo? Ah. Sí.
Rachela: El me había dicho que
llegaron juntos a Argentina.
Mignón: Es un decir. El viajaba
a buscarme a Polonia, con Bronia.
Rachela: ¡Con la otra! Ay,
señorita, dígame la verdad: ¿no era ése un viaje de bodas? ¿Está casado ya
Schlomo?
Mignón (riendo): ¡No!
Rachela: ¿Es bígamo?
Mignón: ¡No! Era Bronia la que lo
seguía a todas partes: él no estaba interesado en ella. Pero le daba pena
decirle que no la quería.
Rachela: ¿Qué edad tiene ella?
Mignón: ¿Bronia?
Rachela: Sí.
Mignón: ¿Ahora? Cuando yo la
conocí tenía cerca de treinta años; hará de eso cuatro o cinco años.
Rachela: ¿Cree que Schlomo la
quiere todavía a esta Bronia? Dígame la verdad, señorita.
Mignón: Ya le dije que no. Nunca
la quiso.
Rachela: ¿Y ella que hace ahora?
¿Dónde está? ¿Usted sabe?
Mignón: No… sí… Hace tiempo que
no la veo ya. Debe vivir en Rosario. La última vez que la vi estaba muy gorda.
Pero me dijeron después unos señores que la
conocen que había vuelto a tener
una figura agradable. Comió huevos de tenia: eso la puso en forma.
Rachela: Oh, qué asco. Y
Schlomo: ¿no ama ahora a otra mujer? Otra cualquiera de la que a lo mejor usted
no sabe con pelos y señales, pero que sospecha.
Pausa.
Mignón: De Bronia nunca estuvo
enamorado, ya le dije. ¿Además cómo me daría cuenta de si está él enamorado o
no de otra mujer en secreto?
Rachela: Una mujer se da cuenta
de esas cosas.
Mignón (intrigada): ¿Cómo?
Rachela: Cuando estamos cerca,
él siempre trata de tocarme, de rozarme aunque sea. Y cuando hay una
oportunidad, cuando me toma del brazo o de la
mano, él me aprieta hasta
hacerme daño, como si dudara de que yo fuera una persona de carne y hueso… Como
si yo fuera agua que se pudiera escurrir…
Mignón: Schlomo es muy brusco
para tratar a una dama.
Rachela: A lo mejor. O me busca
con la mirada… Estemos donde estemos, él me busca con la mirada: quiere que yo
lo mire, y cada vez que lo miro, él tiene sus
ojos posados en mí. No me pierde
pisada. A veces, cuando estoy en la borda, me doy cuenta que él contempla mi
sombra. ¡Mi sombra! ¿Se da cuenta? ¡Contempla
mi sombra con la misma
insistencia con que nosotras contemplamos el mar!
Mignón: El oceáno, Rachela.
Rachela: El oceáno.
Mignón: ¿Así que usted por estas
cosas presume de saber si un hombre está enamorado o no? ¿No es un poco
chiquilina en este sentido?
Rachela: Quizá. Pero piense,
señorita, ¿ha visto alguna vez a Schlomo tocar a una mujer como me toca a mí
cuando estamos en público? ¿Tocaba así a Bronia?
¿Toca así a alguna otra mujer?
Pausa.
Rachela: El otro día me dijo: “¡Ojalá
mi corazón estuviera adentro de su cuerpo!” ¿Qué hombre que no esté enamorado
puede decir algo así? Ninguna
Bronia ha escuchado lo que yo…
Mignón: A mí una vez me dijeron
algo parecido…
Rachela: ¿Ah, si? Pero ya ve que
no era amor verdadero…
Mignón: ¿Por qué lo dice?
Rachela: ¿Acaso está este hombre
junto a usted? ¿Quién, que la ame, la dejaría cruzar el… oceáno, como usted
dice? Estaría con usted, señorita, o está con otra.
Pausa.
Rachela: Conocí un hombre de mi
pueblo que nunca había viajado más allá de Curlandia. Jamás. Viajó de una mujer
a otra, durante su vida entera; lo cual
viene a ser lo mismo. Conseguía
que el rabino lo casara vez tras vez sin repudiar nunca a la esposa anterior;
mi padre llegó a contarle seis esposas que
desconocían la existencia una de
otra. Esto era una hazaña: era un hombre anciano para ir de mujer en mujer,
pero le gustaban los secretos. Nuevos
paisajes, nuevas aduanas. La
acumulación de recuerdos. Este hombre de mi pueblo sabía decir que una vida
larga no depende de los años, un hombre sin
recuerdos puede llegar a los
cien años y sentir que su vida ha sido muy corta…
Pausa incómoda.
Rachela: Yo me he preguntado
cómo se sentirían estas mujeres cuando se enteraron una de la existencia de la
otra. Se sentirían unas infelices. ¿No cree
usted?
Mignón: No lo sé.
Rachela: Imagine. Si usted
tuviera un novio o un marido, al que ama con pasión, y de pronto usted cae en
la cuenta de que él tiene una amante, ¿cómo se sentiría
usted?
Mignón: No lo sé. Puede haber
mil motivos para que este novio, como dice usted,…
Rachela: Sí, sí. Mil motivos
puede haber. Pero no es eso lo que le pregunto, si no, ¿cómo se sentiría usted?
¿Cómo cree usted que se sintió esta Bronia?
Mignón (tajante): No lo sé.
Larga pausa.
Rachela: Usted se lució bailando
el tango.
Mignón: Schlomo baila muy bien.
Rachela: ¿Le costó aprender a
usted?
Mignón: Al principio, pero es
cuestión de dejarse llevar. El me lo enseñó todo.
Rachela: ¿Su hermano?
Mignón (incómoda): Sí.
(Divertida): También me aprieta cuando bailamos, y de eso yo no deduzco que él…
Rachela: Ay, señorita. Eso sería
una monstruosidad: ¡usted es su hermana! Además, mientras él bailaba con usted,
me estaba mirando a mí.
Pausa dolorosa.
Rachela: Lo de las quebradas me
parece muy difícil. No sé si yo podré aprenderlo alguna vez.
Mignón: Claro que sí, ya verá.
Rachela: ¿Y Schlomo cómo
aprendió?
Mignón: No sé… con los
muchachos, en el… en los cafetines. Después me enseñó a mí.
Rachela: Él la quiere mucho a
usted.
Mignón, incómoda, asiente.
Rachela: ¿Sabe que es notable el
cariño que se tienen ustedes dos? Me pregunto si llegará a quererme a mí como
la quiere a usted…
Pausa.
Rachela: Igualmente, son dos
cariños distintos…
Pausa.
Rachela: Pero usted no puede
estar buscándole la quinta pata al gato a cada pretendiente que le aparece ni
desdeñarlo por Schlomo, ¿se da cuenta?… Usted
es una arisca. Y (se vuelve al
interior y saludo con la mano): Adiós, adiós, hasta mañana. (A Mignón): Eran
simpáticos los Guimard.
Mignón asiente.
Rachela: ¿No le gustó el joven
que le presenté porque no era judío?
Mignón (sin comprender): ¿Qué?
Rachela: Que si lo que usted
busca es un muchacho judío.
Mignón: No diga “judío”,
Rachela; diga “hebreo”.
Rachela: Hebreo. Si lo que usted
quiere es un muchacho hebreo.
Mignón: ¿Yo? ¿Para qué?
Rachela: Para usted.
Mignón: No comprendo.
Rachela: Para casarse.
Mignón: Ah.
Rachela: ¿Pero lo busca judío o
no?
Mignón: Hebreo.
Rachela: Hebreo. ¿Lo busca hebreo
o no?
Mignón: No sé… No lo he pensado.
Rachela: A lo mejor el joven que
le presenté era judío… hebreo. André Ambrosin; no lo parecía, es cierto, pero
usted vio que los franceses están tan mezclados…
Mignón: Casi con seguridad le
digo que ese muchacho no es hebreo. Tiene… tiene una agencia en París, ¿sabía
usted?
Rachela: ¿Una agencia?
Mignón: Como nosotros.
Rachela: Un negocito.
Mignón: Algo así.
Rachela: …de armiños.
Pausa.
Mignón: Yo en su lugar no lo
dejaría hacerme la corte. Eso podría enfurecer a Schlomo.
Rachela: No, no, yo no…
Mignón: Le hace la corte,
Rachela.
Rachela: No…
Mignón: Seguramente quiere que
usted termine este viaje con él y no con nosotros… ¿Viaja a la Argentina
también su amigo?
Rachela: ¿Mi amigo? (ríe) No, a
Montevideo.
Mignón: ¿Montevideo?
Rachela: Sí.
Mignón: Entonces tendremos
oportunidad de verlo durante un tiempo más. ¿Le dijo ya Schlomo que cuando
lleguemos a Montevideo pasaremos allí unos días…?
Rachela: Sí. Me dijo.
Mignón: En mi Montevideo, esta
clase de negocio que hace su amigo es bastante más deshonesto. ¿O pensó usted
que él podría ser mejor marido que Schlomo?
Rachela: ¡No!
Mignón: Ya una vez quiso
conquistar una muchacha que yo conocí… hace unos años… y ella acabó mal, ¿sabe?
Rachela: Mal.
Mignón: En el arroyo, que se
dice. El la puso a trabajar para él y luego, cuando se cansó, la abandonó a su
suerte…
Rachela: ¿Y ella…?
Mignón: Hizo la vida por su
propia cuenta y… (Mira hacia el interior; a Rachela): La llaman: su amigo.
Rachela (a Mignón): Es un
momento, perdone…
Rachela sale.
Mignón tamborilea los dedos,
canturrea disgustada.
Entra Rachela. Se acomoda junto
a Mignón.
Mignón: ¿Qué le dijo?
Rachela: Que quiere verla.
Mignón: ¿A mí?
Rachela: Claro, ya se lo dije:
está enamorado de usted.
Mignón: Ese no es pájaro de
enamorarse, Rachela, y no me pareció que su amigo estuviera…
Rachela: Es muy tímido.
Mignón: No lo parece.
Rachela (incómoda): Hablamos de
las pieles. El se dedica al visón. ¿Qué animal me dijo que exporta su hermano?
Mignón: Zorra patagónica.
Rachela: ¿Zorra?
Mignón: Sí.
Rachela: ¿Y qué compró en
Varsovia?
Mignón: Martas.
Rachela: Pobrecitas. Tan
pequeñitas y tantas se necesitan para confeccionar un tapadito… ¿cuántas lleva
un siete octavos?
Mignón: No lo sé.
Rachela: ¿Quince? ¿Veinte?
Pobrecitas.
Mignón: No diga pobrecitas,
Rachela. Están en el mundo para ser usadas. ¿Acaso no es el hombre el rey de
los animales? Si no las aprovecha el hombre, ¿quién las
va a aprovechar?
Rachela: Me dan pena, nada más.
Mignón: No tenga pena. La pena
envicia a las personas. En la Argentina tendrá que aprender a ser fuerte.
Rachela: ¿Usted dice por el
clima? ¿No me dijo que no nevaba nunca?
Mignón: No, Rachela. No lo digo
por la nieve.
Rachela: ¿Las mujeres usan
tapados de piel en Argentina?
Mignón: Mucho. Las que son muy
ricas, tienen una cámara frigorífica en su propia casa, para guardarlas en
verano y que no se les apolillen.
Rachela: ¿Son muy caras?
Mignón: En la tienda La
Favorita, una estola de piel de Loutre con colas de Kilinsky cuesta casi
diecisiete pesos.
Rachela: ¿Cuánto es diciesiete
pesos?
Mignón: Doscientos rublos.
Rachela: ¡¡Doscientos rublos!!
El negocio de las pieles debe dar mucho dinero.
Mignón: Así es. Así es.
Rachela: Voy a aprender el
oficio; voy a trabajar junto a Schlomo. Seremos ricos, señorita.
Mignón: No creo que él la vaya a
necesitar, Rachela. La peletería la podemos llevar muy bien entre él y yo
solos. ¿Me comprende? El la quiere a usted para que
esté en su hogar.
Rachela: Yo… yo…
Apagón.
4.
Han pasado por Brasil. Penumbra.
Cerca de ellas están los botes salvavidas.
Tensión.
Rachela (llorosa y con arcadas):
La vi besándose con Schlomo.
Pausa.
Rachela: El no es su hermano.
Mignón: No. Respire profundo
como le dije.
Rachela respira.
Mignón: Es el jurel. Pescaron
jureles: ese olor da asco.
Rachela: Me imaginaba que no era
su hermano. (Pausa). ¿Por qué lo hace?
Mignón: Por dinero.
Rachela se acerca a un balde y
vomita dentro.
Mignón: Tenga cuidado. No se
manche el vestido, Rachela. Malditos jureles que lo pudren todo. ¿Quiere que
traiga el agua de colonia?
Rachela: ¡El perfume francés!
Mignón: Voy a buscarlo.
Rachela: No. No, ya me pasa.
Mignón: Hasta el aire pudrieron.
Rachela inspira, se repone.
Rachela (limpiándose con un
pañuelito): ¿Qué hace por dinero?
Mignón: Venir. Venir a buscarla
a usted. Usted vale tres mil pesos. ¿Tiene fiebre, Rachela? (le pone la mano
sobre la frente). ¿No se habrá agarrado tifus? El Brasil
es un país asqueroso. ¿O…
cuántas bananas comió cuando bajamos en Río de Janeiro?
Rachela: Nueve.
Mignón: Debe ser indigestión,
entonces. Las peló, ¿no?
Rachela: A las dos primeras no
las pelé. No sabía. Después me dijo Schlomo que se les sacaba la cáscara…
Mignón: Estaban verdes. Yo comí
dos nada más. En Argentina está lleno de bananas.
Rachela: Estoy asqueada de todo.
Mignón: ¿Por qué? ¿Sabe cuánto
es tres mil pesos argentinos? Treinta y cinco mil rublos.
Rachela: Treinta y cinco mil
rublos. No me refería a eso. El calor. Hace que todo me de asco. ¿Estamos en el
trópico, todavía?
Mignón: Sí.
Rachela: Quizá estoy gruesa.
Mignón (automáticamente): No
diga “gruesa”, diga “esperando familia”.
(Sobresaltada, cae en la
cuenta): ¿Qué?
Pausa.
Mignón: Su madre dijo a Schlomo
que usted era virgen.
Rachela: Lo era.
Mignón: Usted vale los tres mil
pesos porque es virgen precisamente.
Rachela: Yo valgo treinta y
cinco mil rublos porque Schlomo se enamoró de mí. Luego, ya ha visto cómo es un
hombre enamorado.
Mignón: Qué dice. (Se ahoga):
Estos malditos jureles: apestan. Qué dice, Rachela.
Rachela: No pudo contenerse.
Mignón: ¿Cómo? ¿Y usted se lo
permitió?
Rachela: ¿No dice usted que él
me compró por treinta y cinco mil rublos?
Pausa.
Rachela: Exactamente, ¿qué hace
usted por dinero?
Mignón (con sorna): Tenemos una
sociedad con Schlomo, ¿lo sabía?
Rachela: La peletería.
Mignón: Una sociedad que pone a
trabajar a las mujeres.
Rachela: Una sociedad.
Mignón: No es un movimiento
libertario feminista.
Rachela: No.
Mignón: Es… usted habrá oído
hablar, Rachela.
Rachela: Una casa de mala vida.
Mignón: ¿Le da horror? Su madre
misma se lo olía y la dejó venir.
Pausa
Mignón: La entregó.
Rachela: Eran treinta y cinco
mil rublos. Siempre sale a relucir el dinero conversando con usted.
Mignón: Usted sabía.
Rachela: No.
Mignón: Usted se lo olía.
Rachela: Un poco, quizás.
Mignón: ¿Usted creía que Schlomo
se había enamorado locamente por su cara bonita?
Rachela: El está enamorado de
mí.
Mignón: Ah, por favor. El está
trabajando.
Rachela: No.
Mignón: Yo soy su mujer.
Pausa.
Rachela: ¿Está casado con usted?
¿Tiene usted los papeles? Porque, que yo sepa, Schlomo no los tiene.
Mignón: No…
Rachela: Entonces usted no es su
mujer.
Mignón: Usted piensa que todo
son los papeles, Rachela. Para que se desayune: en cuanto a papeles, él está
casado con Bronia. Viajaban a buscarme a mí, él y
ella, ¿se da cuenta? El barco se
llamaba Reina Victoria. Note qué coincidencia: éste se llama Princesa Luisa. Yo
era una muchachita ingenua como usted, él me
enamoró, yo venía confiada… y de
pronto… ya ve, como cambia la suerte. Bronia se había puesto muy vieja. Estaba
achacada.
Rachela: ¿Cuántos años tiene
usted?
Mignón: Treinta y dos.
Rachela: Ah.
Mignón: Los cumplí el mes
pasado.
Rachela (como para sí misma): ¿Habrá
este olor a pescado rancio todo el tiempo en la Argentina?
Pausa.
Rachela: Usted va a cumplir
treinta y seis años, el próximo agosto, Ester. Schlomo me lo dijo: usted ya no
le sirve.
Mignón: ¡Ja! ¿Así le dijo? ¿Cómo
le dijo en realidad? “Mi hermana está ya grande para estar todo el día en la
peletería y necesita de su ayuda, querida Rachela”…
Es un truco.
Rachela: Schlomo me dijo: “los
clientes la desprecian, porque su carne es macilenta y flácida y está muy
entrada en carnes”.
Pausa. Desconcierto de Mignón.
Rachela: “Después de la
medianoche ya está agotada. Amarilla y enclenque; huele mal”.
Mignón: Usted está mintiendo.
Rachela: “Tiene el grano malo:
en cuanto los clientes lo sepan dejarán de frecuentarla. Las mujeres dejarán de
obedecerla. Es un buitre viejo”.
Mignón: ¿Un buitre dijo? No pudo
haber dicho “un buitre”.
Rachela: Ya vio que él es muy
expresivo cuando habla.
Pausa. Horror de Mignón.
Rachela: Dijo, además: “La tengo
conmigo porque una mujer no se desgracia como un caballo”.
Mignón se espanta.
Rachela: “La puse al lado mío
para que me llevara las cuentas, y que ya no atendiera a la gente. Y hasta para
eso es una inútil”.
Mignón: Él le miente, Rachela.
Rachela: Dijo más. Espere. Dijo:
“Mignón se está reventando. Ella ni siquiera se da cuenta. Está toda podrida
por dentro”. Me llamó “mi chiquita” mientras me lo
contaba… ¿Cómo dice qué él la
llamaba a usted cuando estaban solos?
Mignón (duda, tiembla): Rubita.
Rachela: Dijo así: “Esta es una
profesión difícil, mi chiquita, y a mí me puede el corazón”.
Mignón llora.
Rachela: ¿Se da cuenta? Me dijo
que su mayor problema era que él tenía un gran corazón.
Pausa.
Rachela: Usted qué cree. ¿Qué
está más cerca del corazón en un hombre, “rubita” o “mi chiquita”?
Mignón (llorando vivamente):
¿Por qué cree que él no la engaña? El va a traicionarla a usted también.
Rachela: No lo hará.
Mignón: Bronia… Bronia decía lo
que usted, y ya ve.
Rachela: Bronia era una
estúpida.
Mignón: …Y ella… ella tampoco
fue la primera. Antes hubo otra… no… no recuerdo el nombre…
Rachela: ¿Pondría él a trabajar
a una mujer preñada… -oh, no, ¿cómo era? “que espera familia”- para dentro de
unos pocos meses…?
Mignón: ¿Meses?
Rachela: Cinco meses.
Mignón (desconsolada): ¿Hace
cuatro meses que usted…?
Rachela: ¿No vio la faja que
llevo? Usted siempre tan atenta a la moda y no vio…
Pausa.
Mignón: …creí que era una
vestidura religiosa…
Rachela ríe.
Rachela: El se prendó de mí
apenas me conoció. La casamentera le señaló a mi hermana Edit, la que es tonta.
Precisamente porque es tonta. Pero él se enamoró
de mí. Yo era virgen; él puede
dar fe. Era junio, era el verano. Él no contaba con que se enamoraría de mí.
Mignón (con arcadas): Dios mío.
Rachela: Usted se había quedado
en París, comprando ropa. Venía en un tren.
Usted llegó en agosto.
Festejamos su cumpleaños en mi casa. Le dijo a mi madre que usted cumplía
veinticinco años. Le dijo que usted se llamaba Magdalena,
pero que la apodaban Mignón.
¡Por Dios! ¿Cree que la gente es tonta? ¿Qué clase de muchacha judía, hebrea,
como usted dice, podría llamarse Magdalena? Es muy
traviesa, Ester. Su padre era
rabino. Un hombre santo, sin duda. Dejó de mencionar su nombre cuando usted se
marchó a la Argentina. Su padre es
conocido de mi padre. En la
época en que viajaba a Varsovia, se veían. Usted está muerta para su padre, ¿lo
sabía? El nunca revela que ha tenido una hija que
marchó a la Argentina para…
Mignón (sin poder contener el
vómito, en pleno acceso de llanto): Estos malditos jureles…
Rachela: Dice su padre que usted
está muerta. Su madre murió de pena hace poco tiempo. A sus hermanos los
mataron unos soldados rusos, que andaban de
juerga. Los soldados rusos son
de temer: odian a los jóvenes judíos.
Mignón se dobla en dos, para
vomitar. Rachela le alcanza el balde en que ha vomitado ella.
Rachela: Quédese tranquila, no
la ve nadie.
Mignón (desesperada): ¡No le
creo nada! ¡No le creo!
Rachela (con aire de
suficiencia): Respire profundo.
Mignón: Cuando lleguemos a la
Argentina, la voy a hacer matar.
Rachela: ¿A mí? Yo valgo treinta
y cinco mil rublos, no lo olvide. Yo valgo lo que la finca que regalaron a la
zarina en Moscú, su último cumpleaños. Había
turquesas empotradas en las
paredes que dibujaban un cisne… Ya sabe cuánto le gustaban los cisnes a la
familia real…
Mignón: Le juro que la voy a
hacer matar.
Rachela: Usted, Ester, vale lo
que el escarpín de la cocinera. Lana, esparadrapo y suciedad. ¿Cuánto es eso?
¿Veinte rublos? ¿Quince rublos? ¿Menos quizás? ¿Unos
copecs apenas? ¿Cuánto es cinco
copecs en pesos argentinos?
Pausa, Mignón descompuesta.
Rachela: Además. Supongamos que
logre matarme. ¿Qué cree que hará Schlomo? ¿Cree que se quedará a su lado? Un
hombre no se enamora dos veces de la misma
mujer. Usted está muerta, Ester.
Pausa.
Rachela: ¿Sabe cuál fue su
error? Partió demasiado pronto de la casa de su madre. A usted le faltó saber.
Mignón, muy descompuesta.
Rachela: Ya cálmese. Voy a
buscar a Schlomo.
Mignón: Son los jureles, los
malditos jureles que…
Rachela: Claro que son los
jureles. O el aire de mar. Para usted, Ester, ¿qué iba a ser?
Rachela sale. Mignón se queda
inclinada sobre el balde.
Apagón.
***
TEATRO EN
BUENOS AIRES
Un crimen que
persiste*
“La Varsovia”,
de Patricia Suárez, con dirección de Marcela Robbio, se repone en la cartelera
porteña
“La Varsovia”,
de Patricia Suárez, con dirección de Marcela Robbio, enfoca el dramático caso de
las mujeres judías engañadas y traídas desde Europa para la prostitución, y se
repone en El Portón (Sánchez de Bustamante 1034), los jueves a las 22 .
Actúan Virginia
Jáuregui, Vanina García y Juan González, con iluminación de Alfonsina
Stivelman, escenografía y vestuario de Agustina Filippini y producción de Pilar
Ortiz, sobre un tema que con variantes persiste en el siglo XXI.
“La historia no
la escribe un hombre, su mirada tiñe el relato de sentimientos propios del
mundo femenino”
Entre 1906 y
1930 operó en la Argentina una red internacional de trata llamada Zwi Migdal,
que se especializaba en la prostitución forzada de mujeres de origen judío, y
la obra relata en cuatro escenas el viaje que realizan en barco dos de ellas
desde Polonia durante la década del 30.
Durante el
trayecto, las dos mujeres hablan banalmente de lugares, moda, recuerdos,
generando un universo femenino que encubre una rivalidad latente y una
compasión teñida de desprecio, pero a medida que transcurre el tiempo un
protagonista masculino cobra importancia, ya que será éste el que decida los
destinos de estas mujeres.
Según la
directora Robbio, “nos interesa muy especialmente la obra de Patricia Suárez ya
que esta vez la historia no la escribe un hombre, su mirada tiñe el relato de
sentimientos propios del mundo femenino. La autora logra conmovernos desde la
cotidianeidad del relato, desde hechos casi banales hasta hundirnos en lo más
oscuro de la vida sin dejar de lado el humor”.
Pájaro en una
tormenta*
Ese día, ese
primer día de la naciente primavera
la embriagadora
música amaneció sobre los montes.
La risa azul
que irradiaba el firmamento
reverdecía las
laderas y ensalzaba
los contrastes
verdirojos de los prados.
Ese día
florecieron los años de destierro
reconstruyendo
la antigua cúpula dorada
con columnas de
esperanza y miradores
que se abrían
sobre el valle de la dicha.
Así, ciego, con
la daga de tu nombre entre mis labios,
creí haber
escapado a las fauces del destino,
pero hoy las
sombras cenicientas de twin peaks
nuevamente han
descendido sobre mí
y no hay una
hondonada sin fisuras
donde poder
respirar un minuto de sosiego.
¿Qué despiadada
venganza de los dioses
me condena al
arbitrio de las nubes
inquietantes,
plomizas, que me cubren?
¿Qué oscuro
designio ha desencadenado
el furor del
vendaval sobre mis alas rotas?
Dondequiera que
el atardecer me lleve
la faz del
firmamento está cerrada.
Un granizo
triste azota las esquinas
de esta ciudad
vencida, saqueada y moribunda
donde hasta los
perros vagabundos se estremecen
cuando sus ojos
caen en la oquedad del cielo
tapiado por un
muro de silencio perpetuo.
No hay luna que
brille en esta noche aciaga
y hasta el
bosque resuena con un murmullo de amenaza
que confunde la
vigilia de los búhos
y acalla las
canciones de los árboles
como una
divinidad incontestable.
Los ángeles
blanden un estandarte de inclemencia
y el horror se
va extendiendo en los zaguanes
como un
torrente negro que va desdibujando
las huellas que
dejaron nuestros pasos
en la alfombra
de asfalto, en las baldosas
blanquinegras
que adornan el recuerdo.
Todo es una
sombra impenetrable,
todo un trueno
aterrador que nunca cesa,
un relámpago
atroz que incendia la cordura.
Y entre el caos
volar, volar toda la noche,
toda la
infinita noche atravesar los cielos
sabiendo que
las tormentas nunca cesan
y que el
amanecer es tan sólo una utopía
urdida con los
frágiles cristales
del evasivo
espejo que jamás se detiene.
-De Destierro
***
INVENTREN
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-Por Ferrocarril Provincial-
SAN SEBASTIÁN
-Por Ferrocarril Midland-
-Colaboraciones a inventivasocial@yahoo.com.ar
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Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar
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