*Obra de FREAK-ARTS.
Katrin Thomsen
https://www.facebook.com/freakarts.leydel
*
no todos.
pero algunos
corazones hacen ciertos ruidos.
uno se acerca a
ellos y los oye resoplar.
escucha oleajes
cucharas de
metal que se golpean
el chirriar
acompasado de una hamaca en movimiento
un tren
atravesando la húmeda pampa
unos dedos
apurados sobre el teclado sustancioso
de una máquina
de escribir.
uno se acerca y
escucha el ruido de la guerra dentro.
máquinas
produciendo barcos automóviles
progreso
civilizador andariego
se oyen mugidos
de animales extraños
lámparas que se
caen al suelo
aleteos de
gorriones que se marchan
párpados de
mujer venciendo el aire
criptas que se
abren al mediodía.
no todos pero
algunos corazones hacen ruidos
si uno se
acerca lo suficiente
puede oír la
marcha de los explotados del mundo
con las
banderas en alto
cambiando los
colores pintando nuevos pájaros
se escuchan las
bocas de los enamorados
destrozando el
firmamento
creando
nuevamente el mar y la tierra/
COMO UN PÁJARO QUE BUSCA CIEGAMENTE EL CIELO…
Laura*
La última vez
que la vi, la vi incómoda. Sentada entre dos viajeros, derecha, la espalda
siguiendo el ángulo, del mugriento y deteriorado asiento. La envidié. Lo mío
era mucho peor, viajar, sosteniéndome como pudiese, entre los traspirados
pasajeros de pie. La edad no le había hecho perder ese perfil precioso de
princesa criolla, ni su piel aceitunada había opacado la lisura, ni su cabello
ya canoso, el brillo y aunque había empezado a usarlo recogido desde hacía
algunos años, yo seguía admirando su belleza como el primer día en que la
crucé, en este mismo vagón y en este mismo recorrido.
Su rutina…
siempre la misma, subir en Ramos, bajar en Flores. Yo subía al tren en Paso del
Rey, unas antes de Ramos Mejía.
Siempre
esperaba en el mismo lugar del andén, muy abrigada en invierno y de ahí deduje
que es friolenta, porque se envolvía con una bufanda oscura, como si estuviese
en el polo norte.
En verano usaba
camisas livianitas con flores delicadas y unos zapatos abiertos que dejaban ver
sus uñas cuidadas y pequeñas.
El vernos todos
los días, a la misma hora y en el mismo recorrido, nos daba la confianza
necesaria para dedicarnos un saludo, al pasar uno junto al otro, buscando en
los asientos, el lugar que difícilmente encontrábamos.
Su perfume
contrastaba con los olores que, sin piedad, acosaban a los usuarios.
Viajábamos
cuidándonos de los carteristas y confundidos por los gritos de los innumerables
vendedores de CD de Reaggeton y de Cumbia villera y entre los de los que
ofrecían estampitas de san Expedito, el Santo de los imposibles. Luego venían
los vendedores de golosinas y los niños limosneros, fumadores de Paco. Un
tumultuoso desorden propio de una película grotesca.
Cruzamos mudos
saludos de cortesía, una inclinación de cabezas y ya me alcanzó para el
enamoramiento.
Por esa época
yo no andaba bien de salud y por eso pensé que lo mejor sería intentar
acercarme a ella cuando hubiese superado mis dolencias, además estaba seguro,
de que una chica de Ramos, jamás miraría a un habitante de donde vivo.
Después empezó
a viajar acompañada de un pelicorto que le pasaba el brazo por los hombros y le
hablaba al oído y ahí perdí la esperanza de acercarme. Creí morir, me había
ilusionado y había perdido la oportunidad.
A medida que
pasaron los años la vi cargar sus panzas de embarazo y luego con los niños de
la mano y siempre hizo lugar para dedicarme la sonrisa que fue más afectuosa, a
medida que pasaba el tiempo.
Un solterón
empedernido. Me cargaban los compañeros de oficina- ¿Cuándo vas a levantarte
una mina?, ¿Cuándo te vas a casar?
Vinieron las
canas. Tal vez por sus evidentes dificultades para caminar, ella dejó de viajar
en el tren y yo me jubilé y sigo soltero. Nunca intercambiamos una sola
palabra. La llamé Laura, simplemente la llamé Laura.
República
Argentina
Renuncia*
He renunciado a
nombrar los días que no vienen.
He renunciado a
sorber la espuma de tus belfos.
He renunciado
al obstinado silencio de tu cuerpo.
A ser huésped
de los platos vacíos.
A lamer las
manos furibundas del hambre.
A no mirar los
calendarios tristes de la muerte.
A los retratos,
a espejos que han caído.
Al jinete
ruidoso del corcel oscuro.
No he
renunciado, sin embargo a las ruedas de carro.
Al olor de
la rosa té de china.
Al agua de las
albas cenicientas.
A los desnudos
faunos que me nombran.
Al ritual
del silencio escondido en la parra.
He renunciado
a ser mortal. Pedregal. Espectro del oeste.
A ser ritual de
duelo de pañuelos.
A la umbría
virgen que yace en la espesura.
Y a ser tu
sombra. Tu puñal. Tu sombrero.
He renunciado a
que me broten violetas de los ojos.
No he
renunciado, sin embargo al grito.
Ni al rumor del
aura que contesta, llorando.
Llorando. Que
contesta llorando.
*
si notás a
veces cierta ausencia
del estímulo y
respuesta
de tu mano
sobre la mía
no partas tu
cabeza
ni te deprimas
no caigas
desabrida por la hendija de la puerta
es esa
mi tristeza
la entrometida
no tiene que
ver con vos o conmigo
es desobediente
como un gato
adherida a mí
como mis piernas.
si notás de
pronto cierta urgencia en mi sombra
por dejar la
casa sola
el corazón en
el viento
pequeña giganta
mía dulzura estertorosa grácil primorosa
vos
mi bien
estrella única flamante rosa
no partas tu
cabeza
ni te deprimas
no caigas
desahitada en la ranura de una hoja
es que soy un
hombre triste
se me cierra la
boca a veces
y se me quedan
en los ojos los paisajes
más lejanos
más terribles
que el hambre
no tiene que
ver con vos o conmigo
es la tristeza
que rasca las piedras
silenciosamente
desde que el
mundo es mundo
desde que yo te
miro parir mis alegrías/
Crónica de
hombres y noche*
La noche
atesora, en su negro edificio, todas las formas para sí: cada partícula
somnolienta de la atmósfera, cada movimiento y balanceo que las lentas sombras,
sus insustanciales subordinadas, apenas nos dejan entrever. La noche también es
dueña del búho, del perro y del grito, ya que ellos presienten en el silencio
ese antiguo rito que precede al alarido. La noche, en su oficio, es también
dueña de los hombres, su alimento predilecto, a los cuales viste de mortajas
grises como una gigantesca araña, que los va atrapando en su insondable tela
para devorarlos en el secreto olvido.
Invisible hasta
para sí misma, la negra noche, despliega su manto y cubre los confines que el
hombre teme y desdibuja. La gigantesca noche escucha, siempre, extiende sus
sentidos sobre un pequeño lugar del mundo, presta atención, apoya su codo sobre
el horizonte y mira hacia la profundidad del alma de los seres incautos,
dejando al descubierto sus miedos y sus casi olvidados y recurrentes sueños,
los gritos de la niñez en duermevela, un dolor de dientes ancestral que no
permite dormir. La noche misma teje su crónica, su tapiz de hombres y noche. La
noche cuenta una historia que una y mil veces repetirá en trazos de ébano u
oscuro polvo, el olvido.
***
La Banda,
Santiago del Estero, ramal C-7 del Ferrocarril General Belgrano.
¿Cuántas veces,
Cornelio Bass, pasaste frente a la solitaria estación que es una tachuela de
zinc en tu trayecto? ¿Cuáles pensamientos se agolpan en tus sienes cada vez
que, raudamente, corre ante ti el cartel amarillo y negro que nombra las
paredes olvidadas por el tiempo? Tenías cuarenta años de caminos y de
vías cuando contemplaste por primera vez el polvoriento edificio y lo has
observado mil veces y tal vez, mil más. El cartel, las maderas descascaradas,
la pintura gris de obra, los tanques de agua, el viejo vagón abandonado en la
enterrada vía paralela, la pirámide irregular y oxidada de rieles en descanso
eterno y los sonidos: el crujido familiar de los viejos durmientes, dominio de
la carcoma y su voraz tenacidad, y el lamento de los grandes clavos de hierro
¿No estás harto Cornelio Bass, de todo esto? ¿No estás cansado?
Te preguntabas
lo mismo esa noche, el viento roía suavemente tu piel curtida y envolvía tus
pocos cabellos desordenados. No prestabas atención a los movimientos
automáticos de tus manos conduciendo el carguero. El vaivén cansino de la lucha
de los metales y el rezongar de los bogies remolcados contra el sendero
imperturbable de hierro te sumía en la conocida somnolencia. Mirabas el paso de
lo aromos que iluminaba el fanal de la inmensa locomotora Fiat-Transfer y te
decías a ti mismo: ¡He visto un arbusto, dos, cien, ya no importa, ellos me han
visto también, aunque soy uno y soy todos, como ellos, una filosofía de aromos
y noche! ¡He pasado tantas veces en ambos sentidos, y deben estar tan cansados
de mí como yo de ellos!
¿No es hora de
que te detengas Cornelio Bass y digas adiós a este mundo de aromos? Estas viejo
Cornelio y la noche ha comenzado a asustarte ¿Verdad? Conoces la respuesta, no
la digas, el viento nocturno puede desplazarla en muchas direcciones y ella se
enterará, viejo amigo, y te buscará. ¡Pero no te rías Cornelio! Sonrisa de
enano, peor que carcajada de un coloso ¿Dónde leíste eso? Es de Hugo
¿Recuerdas? Lo sacaste del viejo libro que encontraste en los Talleres de Alta
Córdoba, el libro te atrajo siempre porque su título era un número ¿Lo
terminaste de leer? ¿O terminaste por ignorarlo y lo dejaste olvidado y roto en
algún banco de estación? No entiendes aún el poder que vigila tus pasos,
pequeño hombre. Arrastras tu vida con esfuerzo ¿O ella te arrastra a ti?
Las dispersas y
escasas luces de la estación te salieron al encuentro, te rodearon, te
atrajeron como a un insecto alucinado. Hoy no pararías, no detendrías tu
marcha, no lo habías hecho nunca. Disminuirías la velocidad del convoy por
instinto y mirarías el cartel y esos terrenos áridos donde nunca pondrías un
pie, solo recorrerías con la mirada cansada, como siempre, como ahora. Cada
vagón visita por turno el viejo edificio de estilo inglés y luego se retira con
quejas de metales torturados dando lugar a otro vagón, es un juego repetido
incansables veces. Tu ayudante se asoma por la pequeña ventana y mira hacia
atrás, hacia el furgón de cola, un viejo Brake Van británico, que en la noche
parece como distante y difuminado, cuya única indicación de vida es la diminuta
linterna verde que balancea el solitario guarda ya después de haber divisado la
señal mecánica del solitario apeadero Antonio Talbot.
Luz verde, eso
significa vía libre para ti y tu seccionado gusano de treinta segmentos
idénticos, y también para la noche que ahora devora en su negro atuendo, toda
la longitud del carguero. Trasvasada la estación, la rutina retoma su presencia
entre los hombres y sus miedos. El freno suelto, el acelerador ya en posición
abierta. El monstruo metálico, el moderno dios trueno avanza confiado, los
motores diésel ganan cada vez más velocidad, la tierra vibra y se desgrana. La
brisa rápida los mece y los adormece en un sueño suave y extraño, lleno de
recuerdos e historias mientras a sus pies el corazón de la máquina despliega su
monótona vibración y calienta todos los metales.
¿Qué pensabas,
Cornelio Bass, cuando sucedió lo insólito? Tal vez ya lo presentías, con ese
conocimiento que algunos animales poseen y en la antigüedad nos legaron ¿Fue
por eso que te despediste de tus amigos, uno por uno, y te quedaste mirándolos
desde el andén? Quizás ¿Pero si lo sabías, porque elegiste la oscura noche, tan
fría y solitaria como tú para olvidar, para alejarte? Solo tú conoces las
respuestas.
El faro
delantero volvía a iluminar los eternos aromos y a los insectos rasantes que
semejantes a estrellas fugaces van desapareciendo al paso del carguero. De
pronto, él estaba allí. Y es casi seguro que tú lo viste primero, tu ayudante
adormecido cabeceaba, conocías instintivamente el momento exacto en que aparecería.
Aun así te sorprendiste y dejaste salir de tu boca un grito ahogado y sentiste
el sabor de la saliva amarga. Echaste, como ordena el manual estoy seguro, el
freno a fondo, con casi desesperación, apretando tus gastados dientes, con los
ojos dilatados. La máquina acaso protestó como un animal antediluviano por la
brusca desaceleración, todo el metal luchando intentando continuar su inercia,
todas las calzas se cerraron aún más y los patines generaron un calor creciente
al detener el movimiento de las ruedas de acero.
Creo, estoy
seguro, que pensaste que era muy tarde ya. Te habías demorado demasiado, tu
movimiento había sido lento, letárgico, condenado al destiempo. El tren se
había deslizado más allá del lugar en que vieras la fugaz figura. También pensaste
que lo habías atropellado, tu corazón se encogió como un puño y el dolor te
hizo tambalear sobre el piso metálico de la locomotora. Y a la luz mortecina de
la cálida cabina dejaste escapar el ahogado grito del reconocimiento, cuando
observaste los largos cabellos del niño, su vestido de noche y el lienzo blanco
agitándose frente a ti. Viste sus ojos y en ellos la misma emoción de los
tuyos, el mismo estremecimiento.
¿Por qué
estabas, a pesar del delirio, tan contento? ¿Por qué abriste la pequeña puerta
de acero y vidrio de la locomotora Transfer y te lanzaste decidido a la los
elementos de la noche fría? Tus exiguos pasos de hombre cualquiera tomaron la
dirección del niño que tenue y flotante comenzó también a alejarse. El faro
delantero, penetrante en la oscuridad, te siguió con su ojo blanco Cornelio,
hasta que tus ropas grises se perdieron en la noche. Mientras, tu ayudante
salía de su estupor y te llamaba, te pedía llorando que volvieras, pateaba la
tierra al costado de los durmientes, se estrujaba las manos. Pero tú no oías
Cornelio Bass, estabas lejos ya, o quizás no tanto, solo lejos de los hombres y
de las máquinas. Te habías ya inmerso en un mundo de sonrisas, niños y sombras,
y continuabas caminando, lo hiciste durante toda la noche y al amanecer el
paisaje ya era otro, maravillosamente otro. Entre los rieles, solo quedaban las
huellas del hombre que temía a la noche y que al despuntar el alba comenzaron a
disolverse en el entretejido de las pasturas y el rocío de este mundo.
*
como Dalton
creemos en la
poesía
que se reparte
como trozos de
pan
como el pescado
como la carne
nos duele la
poesía indolora
la que no
sucede
la que se calla
la que no dice
otra cosa
que el estado
anímico
del tiempo
interno del poeta
como Dalton
creemos en la
poesía
que grita y
vocifera
verdades
inclaudicables
que no por
fuerza de no ser conquistadas
deben tomarse
por falsos silogismos
cuando decimos
para todos todo
estamos
diciendo
que para todos
debe ser todo
que nadie puede
gozar de la poesía
con el estómago
en ascuas
con el
periódico bajo el brazo buscando empleo
pero no por
ello debe callar
no por eso debe
recluirse en los cuarteles del otoño
y cesar su
canto bajo el alero del silencio incómodo
como Dalton
creemos en la
poesía urgencia
en la poesía ya
en la poesía
ahora
en la poesía no
como un fin en sí mismo
sino como un
medio
para alcanzar
la alegría postergada
la justicia
postergada
la belleza
postergada
como Dalton
creemos en la
poesía
como un pájaro
que busca
ciegamente el
cielo/
*
y ya no sabía
si era el día
gris
o un claro
murmullo
que caía en
gotas
hasta ver el
tiempo
desnudo
pasar con la
gente.
***
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