*Dibujo de Erika Kuhn.
*
Suena a álamos
la voz
que duerme en
el letargo
de estos ojos
mis ojos
ya sin el
picaporte
de bronce
antiguo
quemando
lo que miro.
*De Paz Bongiovanni. pazbongio@hotmail.com
LAS PALABRAS DEL FUEGO…
Masacre*
El estallido
rompe el silencio de la noche. Rodolfo se despierta. Le cuesta creer lo que
escuchó. Necesita confirmarlo. Se viste y sale. Camina siguiendo el rastro del
sonido. Escucha un camión. Lo ve alejarse. Corre hacia allí. No piensa en el
peligro, piensa en los noticieros: subversivos muertos en enfrentamientos.
Llega. El horror se aparece ante sus ojos. Ve restos de hombres y mujeres que
ya no son. No puede contener el vómito. Sabe que las pesadillas lo perseguirán
por siempre. Creyó que ser clandestino en un pueblo como Fátima lo mantendría a
salvo. Tiene que huir. Por más que lo piense, sus pies no se deciden a andar.
La sirena suena cada vez más cerca.
*De Victoria
Mora. mvictoriamora@yahoo.com.ar
(En
homenaje a las víctimas y familiares de la Masacre de Fátima)
La voz del
fuego*
Un vestido
revuelto, un árbol con raíces hacia el cielo, el calor elemental, historias, la
inabarcable llanura.
Había una vez
una princesa triste desandando su reino paso a paso, el crepúsculo y el
amanecer perseguidos por la niebla y el gris. A la princesa todos le decían
"tenés qué" o mejor "no tenés que". Conquistar el mundo con
puntillas es casi imposible. Por eso no te preocupes le decían, el príncipe se
va a ocupar. Para lograrlo cada reino trataba de matar a los contrarios.
Cada fuente de luz era apagada. Hasta que un día la tierra fue un terreno
baldío. Algunas princesas y príncipes decidieron escuchar las
palabras del fuego. El fuego era sabio porque sentados a su alrededor la gente
contaba historias. Las historias eran palabras enlazadas con un sentido o
varios, hasta encontrar belleza. Descifraron como en una novela las claves de
la vida.
*De Cristina
Villanueva. libera@arnet.com.ar
*
Cambié los
cromos de domingo
al salir de
misa.
Puse viseras al
sol del mediodía,
mientras en las
aceras lisas
las sombras
bailaban mazurcas
al ritmo de
brisas.
El dulce del
domingo
en la
pastelería de la esquina
siempre tiene
sabores de fiesta
y se remata con
una guinda.
La sonrisa
inocente,
ilusiona la
cara lavada;
tan limpia
que no hay
palomas que crean
que pueden
aterrizar encima.
Y un cuento
magnífico
de tortugas
ninja,
otro del gran
héroe
con su capa y
esta pinta
de fuerza
invencible,
no busca pelea
pero hace que
sufra y que sienta,
que sueñe y que
viva,
que espere y
que lea...
Pausada mañana
de la lejanía.
Una acera y un
cuento
un dulce, una
vida.
*De Joan
Mateu. joan@cimat.es
Celda*
Estoy sentado
en un banco, en el extremo septentrional de la pequeña plazuela. Probablemente
fumo un cigarrillo. Las palomas van y vienen, deteniéndose a veces a cierta
distancia. Hay niños jugando al otro lado de la fuente. Los surtidores me
impiden verlos, pero escucho sus risas. Tres mujeres, quizá sus madres,
conversan animadamente en otro banco, lo bastante lejos como para que no llegue
a mis oídos el tintineo de sus voces ni el eco de alguna palabra prendida en
los flecos de la leve brisa que sopla entre los arbustos. Un hombre uniformado
barre las hojas que el naciente otoño va depositando, obstinado, sobre el
asfalto y entre los setos que rodean la estatua del centro. En esta mañana
clara, apenas pueden oírse unos pocos automóviles atravesando, raudos, las
calles adyacentes. La acariciante brisa y los débiles rayos del sol son acaso
los únicos testigos de la paz que invade mis pensamientos.
Mas, de pronto,
la aparente tranquilidad se transforma: Todo cobra vida. Todo parece haber
recuperado en un instante la velocidad que gobierna el paso de los días en las
grandes ciudades. Ella se acerca, caminando erguida por el sendero que separa
los macizos de flores. Alta, elegante, bellísima, viene hacia mí sin que yo
pueda hacer nada por llamar su atención. Como en respuesta a mis ardientes
deseos, una rosa roja, fragante, y húmeda por las pequeñas gotitas de rocío aún
adheridas a sus pétalos, ha nacido repentinamente entre mis dedos. Cuando Ella
pasa a mi lado, dolorosamente arranco la flor de mi propia carne, y se la
ofrezco. En esa ofrenda va implícito un destino. Pero he aquí que Ella rechaza
mi ofrenda con un gesto dulce y enérgico a la vez. Con una sonrisa, musita algo
que no me es dado escuchar. La rosa, despechada, se arroja al vacío,
suicidándose. Ha ido a caer bajo los pies de ella, que no puede evitar que su
fino tacón pise, aplastándolo, el hermoso cadáver de la flor. El mío se levanta
del banco, contempla una vez más la silueta que se va perdiendo entre la suave
neblina, y regresa con cansancio a la celda. Doy dos vueltas a la llave en la
cerradura y la arrojo lejos, entre las sombras del rincón donde todo pierde
consistencia.
*De Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
Estación
Neptuno*
*De Teresa
Iturriaga Osa.
Estuvo paseando
por las puntillas del mar. Un vestido de agua azul se movía con la brisa
cubriendo las rodillas de la arena. La señora Kore veía a la gente en la playa,
las familias reunidas en círculo, los enamorados en la orilla, las mesas llenas
de niños disfrutando su vida con un espejo de colores, un regalo de risas
envueltas en celofán color púrpura, lazos de sueños coronados por el sol, un
ornato feliz. Y, sin embargo, ella pensaba que nunca había sido dichosa.
Siempre tuvo la sensación de que le faltaba algo... Siempre. Incluso con sus
hijos, nunca en plenitud. Siempre añoraba un no sé qué. Esa había sido su
sensación desde niña. Por eso se fue de todas partes como alma en pena, sin dar
un portazo de corta y rasga, sin atreverse a romper el cascarón, y así se le
habían pasado los años... buscando y buscando, y el tren no llegaba y no
llegaba. Y no llegaba.
Hasta que, de
repente, un día se palpó la voz gracias a Rone.
A base de
constantes peleas, amores y celos, desvaríos y locuras, es cierto... sin
ninguna perfección, pero así y todo, había recorrido un camino de encuentro
hacia ese lamento interior que siempre estuvo allí, rondándole la piel secreta.
Se pasó el día desmigando su enfado y bendiciendo a aquel hombre,
agradeciéndole a la marea el instante en que le conoció, porque sabía que todas
las angustias y penas que le había ocasionado ese contraste, en realidad, no
serían sino la antesala del magma que ya brotaba de su ser.
Ahora era otra
mujer. Se tocaba más adentro de la pose, alejada del simple formalismo, de la
doctrina y de la moral, la señora Kore había aprendido a ser valiente y a
apostar muy fuerte. Eso es lo que sentía. Sí, señor. Quería ir a buscarlo al
final de la playa y rescatarlo del banco frente a la estatua sumergida del dios
Neptuno donde solía sentarse a ver el atardecer. Y quería decírselo muy
despacio, con un beso de amor teñido bajo la sombra de las sabinas.
Por todo, por
todo, y más allá de todo.
***
-Teresa
Iturriaga Osa. Doctora en Traducción e Interpretación por la ULPGC, ha participado
en proyectos de investigación europeos como Euromed Heritage
II /
"Mediterranean voices"; Seminario del Departamento de Historia
Moderna del CSIC, "España desde fuera"; "¿Verdades cansadas?
Fabrication et emploi de stéréotypes sur le monde hispanique en Europe",
Congreso de la Université de Cergy-Pontoise, el Instituto Cervantes de París y
el CSIC. Publicación del libro Mi playa de las Canteras (2005). Traducción al español
del libro Modou Modou, del senegalés Seydi Ababacar Mbaye (2005);
Traductora de textos africanos en www.laveudafrica.com (2005-2006) y
www.africainfomarket.org (2005-2007). En 2005 presenta el relato Hurto
blanco en Orillas Ajenas. En 2006, Namoe en Hilvanes y, en 2007, El
violín y el oboe en Fricciones. Publica Tu nombre es Véronique en el
libro Que suenen las olas, una colección de relatos de escritoras
canarias y marroquíes, de la que también fue directora y coordinadora,
realizando con Leila Chafai la adaptación de los textos árabes al español. En
2008 presenta la colección en el Instituto Cervantes de Rabat. Gana el III
Certamen Internacional de Poesía El verso digital 2008. Publica Juego astral,
relatos de género fantástico. Primer premio del III Certamen de Poesía
Encuentros por la Paz. En 2009 publica Yedra en vuelo en la colección Acordes
armoniosos. En el libro El ojo Narrativo. Ecos [2] participa con el
relato El mandala de Malick y en Doble o nada con el relato Tumulto
de trazo y latido. Asimismo, su poesía se incluye en la antología Madrid
en los Poetas Canarios. Ha trabajado en radio, prensa digital y revistas
culturales; miembro de jurados literarios como el Premio Internacional de
Poesía Ciudad de Las Palmas de Gran Canaria y el Premio Canarias de las Letras.
En 2010 edita Revuelto de isleñas, una colección de relatos sobre la
escritura y la cocina. Con motivo del Día Internacional Contra la Violencia de
Género, presenta su libro Desvelos, con relatos inspirados en las
experiencias de mujeres de las Casas de Acogida del Cabildo de Gran Canaria. En
2011 publica su poemario Gata en tránsito, prologado por J. M. Caballero
Bonald. Sus últimas publicaciones son Lavirotte al azar en la antología
de relatos París (M.A.R. Editor, 2012) y Rosas rojas para María
Walewska en la Antología Mujeres en la Historia (M.A.R. Editor,
2013). Recientemente, ha publicado en e-book el poemario Campos Elíseos en la
editorial danesa Aurora Boreal.
*Fuente: Aurora
Boreal® http://www.auroraboreal.net/literatura/mini-relato/1944-estacion-neptuno
Incendios*
-Recordando a Osvaldo
Soriano
(Mar del Plata,
6 de enero de 1943 – Buenos Aires, 29 de enero de 1997)
Es una vieja
promesa: tenemos el desierto por delante y dos motos que responden bien. La mía
es una ruidosa Tehuelche de industria nacional. Mi padre, desde su Vespa, se
vuelve y me grita que ahí el general Roca chocó con los indios. No sé si es
verdad porque mi padre es un mistificador de la historia nacional, un mentiroso
de aquellos. Va con el pucho en los labios y las antiparras blanqueadas por el
polvo, estira el cuello como si se asomara por encima de la historia. En el
maletín lleva pastelitos de dulce de membrillo y tortas fritas que compramos en
Acha antes de internarnos en el puro desierto. Para mí es como estar en un
cuento de Kipling, pero sin árboles africanos.
Mi padre había
prometido volver a su mocedad de motores y distancias y esa aventura calzaba
bien al esplendor de mi juventud. Ahí donde él dice que fusilaron a los indios
hay como un paredón de piedras que han llegado de otro sitio pero cómo, para
qué. Vamos por el huellón que años después será una ruta y al entrarle a la
curva, cerca de los abrojos, mi padre hunde las ruedas en el polvo y sale
lanzado por encima de los matorrales. Es un polvillo liviano y traicionero que
cualquier buen piloto habría tomado en diagonal, como se encaran los rieles o
las grandes verdades. Pero mi padre no es el avezado rutero que dice ser. A
tantos nos pasa. Sus consejos son siempre buenos pero no hay manera de que los
ponga en práctica a la hora de necesitarlos. Y ahí va, volando como una
gigantesca águila blanca, planeando sobre el campo y los lejanos tiempos en que
estuvo enamorado por primera vez. La caída es estrepitosa y ridícula; una
rodada de anchos pantalones de sarga a los que van a pegarse los abrojos y los
malos recuerdos. Lo jodido de ser joven, supongo que piensa mi padre mientras
me mira avergonzado, es que lo peor todavía está por venir. Creo que habrá
pensado así mientras se sacaba los abrojos como si fueran pulgas.
La cantimplora
se ha volcado, la moto no deja de bramar ahí tirada; el matorral de espinillos
petisos se inclina con el viento. Dejo la Tehuelche en la hondonada y voy a
buscarlo. Tiene una sonrisa boba, metida para adentro, como si lo hubieran
sorprendido robando naranjas. Se levanta las antiparras y me dice que un golpe
de aire le torció el manubrio justo cuando buscaba la diagonal. Si fuera a
creer todo lo que dice no estaría detrás suyo, en esas fronteras que ahora
vuelven a mí para cruzarse con otras que intuyo adelante. Le paso las manos por
debajo de los brazos y lo levanto hasta que al fin hace pie. Le da una patada
furiosa a la Vespa y de pronto me señala un resplandor: una mancha roja que se
abre paso por debajo de las nubes, allá donde nuestro camino se pierde en el
horizonte. Ya había visto otros incendios me dice, pero en el río, cerca de Campana,
nunca en el desierto.
Levanta la
moto, comprueba que está bien y me indica unos arbustos que pueden darnos un
rato de sombra. Saca los pastelitos y prepara el mate en silencio. Al rato me
doy cuenta de que se está devanando los sesos para encontrar una manera de
atravesar el incendio sin quemarse el bigote. Le digo como al pasar que tal vez
sería mejor volver a Acha con el fresco de la noche. Enseguida se le tuerce la
boca en un gesto sobrador. Otra vez me quiere mostrar su omnipotencia. Sólo que
ya soy grande y no me creo lo suyo.
De chico me
impresionaba porque sabía hacer cálculos complejos y se conocía de memoria las
capitales de todo el mundo, pero después empezamos a alejarnos, a mirarnos con
respeto, pero sin ternura. Ahora me daba cuenta de que ya venía jugado. Andaba
buscando incendios no para apagarlos, sino para desafiarse a sí mismo; cruzaba
ríos por el gusto de ganarle a la correntada y si le inventaba historias a los
próceres era porque anhelaba haberlas vivido en carne propia. Como si fuera
Roca peleando contra los indios. Así le iba: desde que salió a las provincias
llevaba rotos un brazo, la cabeza y varias costillas. Piloteaba cualquier
cacharro a toda velocidad sin enterarse de que era pésimo al volante. A veces
iba preso o lo trasladaban por irrespetuoso. Casi siempre terminaba mal. Por
eso, quizá, rumiaba la idea de irle de frente al incendio y al caer la noche
trazó la hipótesis, escuchada en alguna parte, de que la mejor manera de
combatir el fuego es ponerle más fuego.
Insisto en
volver a Acha y él se pone furioso. Un tipo joven y que lleva su apellido no
puede ser tan cagón, me grita y enumera imposibles blasones familiares. Sabe
que no vamos a cruzar entre las llamas, pero un día podrá contar que fui yo
quien se lo impidió. Al rato abre el bidón de nafta que llevamos de emergencia
y se sienta a dibujar en la tierra el círculo de seguridad que se propone crear
quemando un kilómetro de arbustos. Lo dejo hacer, lo escucho y me digo que
nunca ha dejado de ser un chico. Todo lo hace sin pensar en las consecuencias.
Esa clase de tipos que salen a comprar cigarrillos y tardan cinco años en
volver.
A la hora de la
cena el fuego aparece allá enfrente y una humareda negra cubre la luna.
También, por fortuna, se ven relámpagos y pronto empiezan los truenos y las
primeras gotas. Supongo que ha estado rezando para que Dios lo saque del apuro,
pero lo primero que le oigo murmurar es que así debe ser el Apocalipsis. Fuego
y agua, vientos cruzados; víboras que huyen y pájaros incendiados. Mi padre
levanta los puños como un poseído, recita salmos de desastre y corre en círculo
vaciando el bidón. Me dice que lleve las motos bien lejos y cuando vuelvo
prende el encendedor. Un par de veces se lo apaga la lluvia hasta que por fin
una mata toma fuego. En ese momento no pienso en el peligro, sino en el
ridículo. Para que no entren las víboras, dice, por eso hizo un redondel de
llamas. Furioso, lo agarro de las solapas y le grito que basta, que se deje de
joder. Ya está lloviendo a cántaros y no tenemos con qué cubrirnos. Al fin me
pega un empujón, tose y se sienta a contemplar el desierto que ha elegido para
medirse con sus fantasmas. Ya es tarde para salir de ahí porque el agua ha
embarrado el camino. Igual, nunca me había pasado de sentirme tan dispuesto a
romper con él y sus manías. Fui corriendo a buscar la Tehuelche y empecé a
desandar el camino, entre relámpagos. No me importaba abandonarlo a su suerte.
Sin público que impresionar iba a volverse más razonable, supuse en ese momento
y todavía pensaba lo mismo cuando escampó y me senté a esperarlo en una
estación de servicio.
Pero no vino.
Pasaron helicópteros, bomberos, tropas de auxilio y mi padre no llegó. Pregunté
si habían encontrado gente atrapada allá y me dijeron que a dos alemanes y un
viajante de comercio. Dormí un rato en el galpón de la gomería, cargué nafta y
me largué de nuevo por el desierto. El campo tenía una extraña tersura
esmeralda que fulguraba con el sol. Los arbustos habían ardido hasta que el
buen dios que acompañaba a mi padre les mandó un chaparrón. Sobre los huellones
había grandes pájaros quemados y eso sí que no pude olvidarlo nunca.
Volví muchas
veces a la llanura y siempre pensé en mi padre y en mí, en aquel que era
entonces. Ahora el niño soy yo y mi juguete es la palabra: puedo hacer que
ardan de nuevo aquellos pájaros y trazar un arco iris al amanecer. Ahí está mi
padre, en un boliche a la entrada del pueblo. Lleva un piloto largo y parece
Clint Eastwood al final de Los imperdonables. Está un poco borracho y al verme
llegar se le dibuja en los labios una mueca de desdén. Me siento frente a él y
pasamos una hora en silencio. De tanto en tanto, tose hasta ahogarse. Por fin,
cuando se le terminan los cigarrillos, me mira a los ojos y me pregunta a dónde
voy.
Al mismo lugar
que él, le contesto. A comprarle juguetes para que crezca y de una vez por
todas aprenda a andar solo por el mundo.
*De "Piratas,
fantasmas y dinosaurios"
SEGUNDA
OPORTUNIDAD*
*De Alberto Di Matteo. licaldima@yahoo.com.ar
NUEVE
“Traveling, leaving logic and reason
Traveling, to the arms of unconsciousness” (Madonna)
“You're frozen when your heart's not open
If I could melt your heart / We'd never be apart
Give yourself to me / You hold the key” (Madonna)
Ambos despiertan al mismo tiempo
con las primeras luces del alba, compartiendo un temblor inusual. Amanecen tal
como han venido durmiendo todas estas noches, y las noches anteriores,
remontándose hasta ese punto inicial donde ya no hay memoria, espalda contra
espalda, sin tocarse siquiera, en esta amplia cama matrimonial que compraron
juntos poco tiempo antes de casarse. Abren los ojos extrañados, sintiendo haber
vivido algo nuevo, diferente a cualquier otra situación que hayan experimentado
hasta entonces. Las poderosas imágenes de este ¿sueño? los confunden y excitan
a la vez. ¿Qué ocurrió? ¿Eran ellos mismos quienes deambularon a lo largo de
tan intensa variedad de sensaciones oníricas? ¿Atravesaron juntos semejante
maravilla?
Marido y mujer, casados ya hace
tantos años: irreconocibles. Mucho más deseables e impulsivos que durante su
vida cotidiana. Diferentes, alejados de esa maldita rutina que les aplasta toda
clase de iniciativa y de sorpresa. Satisfechos y plenos. Libres de cualquier
atadura, prejuicio y rencor…
Potenciados por lo soñado, se
desconocen. ¡¡Ojalá resultase así la realidad, sembrada de emociones y
aventuras a cada paso!! Pero,…¿habrán soñado con lo mismo? ¿Habrá estado el
otro verdaderamente a su lado en esa mágica y misteriosa ensoñación, tan real
como esta penumbra de madrugada que habita su dormitorio de siempre? ¿Habrán
vivido juntos un espacio intermedio entre la psiquis de uno y la del otro,
donde el sueño resulte ser el mismo, pero producido entre los dos, con aportes
de ambos? ¿Existirá algo como eso?
Su niña, la única que han
tenido, hermosa y en extremo sensible, habla dormida desde la otra habitación,
frases inconexas que deja en suspenso, para luego volver a dormirse al girar en
su cama y recuperar una respiración honda y pausada. Ambos alzan apenas la
cabeza de la almohada, percibiendo que todo sigue en orden, que no hay
necesidad de levantarse a arroparla o contenerla a raíz de un temor nocturno. Y
vuelven a descansar sobre la almohada, inmersos en la agradable y reconfortante
resaca que les ha dejado semejante experiencia, expectantes, deseosos de que
algo así vuelva a ocurrirles pronto, quizá incapaces de confiarse tal deseo
mirándose de frente.
¡Cómo les gustaría haber soñado
en sincronía, compartir con el otro un espacio diferente, de transición, mucho
más emocionante que esta diaria indiferencia, este cruento malestar por
lo predecible, esta amarga ausencia de verdadera pasión…!
Ambos parecen querer acomodarse
a la vez sobre el colchón, y aún dándose la espalda, sus pies se rozan, con la
ambivalente sensación del contacto y del rechazo, del cariño y la indiferencia,
del perdón y del rencor. Sin embargo, lejos de apartarlos, permanecen quietos,
olvidando sus pies allí, a merced del roce de la piel del otro, ansiando vivir
un contacto tan intenso como el recordado en aquella exótica isla del Pacífico.
Dudan respecto del próximo movimiento. ¿Permanecer allí, inmóviles, a la
espera? ¿Separar ambos pies y replegarse en posición fetal? ¿Levantarse en
plena oscuridad y fingir la necesidad de ir hasta el baño, evitando cualquier
otro contacto, hastiados de todo? ¿O girar hacia el cálido cuerpo del otro y
fundirse en un abrazo sin palabras, que los contenga y relance hacia el abismo,
sumergiéndose a dúo en lo misterioso de la pasión?
Dudas y más dudas… Las malditas
dudas que los han paralizado durante tanto tiempo, congelándolos en la
indecisión…
Aunque no sepan muy bien cómo,
aunque hayan perdido toda certeza, algo…, quizá muy remoto en las profundidades
de sus mentes, …les dice que aún se están aguardando el uno al otro, en algún
rincón de los próximos giros en espiral que les tiene reservada la vida, en ese
punto donde los terrores se extinguen, los dolores se restañan, los miedos se
desvanecen, las angustias se sepultan, las emociones resurgen, el cariño
rebrota, la ternura recrea, las pasiones se desbocan, la eroticidad estalla,
los amores se concretan, las ilusiones –infinitas- aún tienen cuerda para
seguir adelante…
¿Sería posible acaso que ella y
él, en alguna de las noches por venir, soñasen nuevamente con lo mismo,
eternizando una fantasía de a dos?
¡Qué magnífica posibilidad!
Lástima q la telepatía no exista…
…¿O sí???
“You abandoned me / Love don't live here anymore
Just a vacancy / Love don't live here anymore” (Madonna)
Just a vacancy / Love don't live here anymore” (Madonna)
FIN
(ABRIL / JUNIO DE 2013)
***
http://inventren.blogspot.com/
Hemisferios de
soledad*
(De la estación
Emiliano Reynoso – Ferrocarril Provincial)
“Una pequeña
mueca
alzándose
soberana en tu rostro
(mi patria / mi
exilio)
y estas
palabras habrán cumplido su función”
(Anónimo)
Querida -por
mí-,
son las siete y
media pasaditas. Aunque parezca estúpido, es propio del ser humano encerrar sus
acciones en alguna especie de simbolismo, un contorno que le otorgue un poco de
sentido a la sustancia. Y aquí me ves. No soy la excepción a la regla (Aunque algunas
veces quisiera serlo). Desafortunadamente, sigo siendo el mismo. Aquel que
prometió amarte desde la percudida ventanilla del tren. Aquel impuntual hombre
vestido de melancolía. Aquel que hoy abraza el pasado /porque te incluye/,
aquel que pernocta en endecasílabos /porque te nombran/, aquel que escucha la
lluvia llover /porque escucha tu voz en ella/, aquel que te busca en el gris
añejo de lánguidas paredes /porque no te encuentra/. Pero siempre, aquel hombre
que asume el verso para alcanzarte.
Muchas veces no
alcanzan los versos para acercarte a mis orillas: de tanto pensarte mar/ de
tanto sentirte cielo/ temo que el horizonte se confunda en tu cuerpo/ temo que
eso ocurra/ quiero que ocurra. Llevo un poco de tu sino en mi rostro, mi rostro
no es sólo la tristeza que inauguro cuando te vas del campo de mis ojos, mi
rostro no es simplemente tristeza de lo que no fue; es, además, porvenir,
estrellas fugaces iluminando la liturgia del alba, letras heterodoxas que
juegan a ser números que juegan a ser letras que juegan a ser tretas que
juegan. Mi rostro no es sólo tristeza, pero la tristeza encuentra un hábitat
propicio en él, principalmente si no estás. Si no estás, siento que yo no
estoy. Tampoco.
Pero si estás,
pequeño caramba del destino, te dejo olvidada en el metro o en la plaza. Como
si fueras una maleta. Como si fueras. No puedo tenerte porque el miedo a
perderte es casi tan grande como el miedo a encontrarte. Y ese laberinto me
define. “Cuidado. No lo olvide en un laberinto”, debería estar escrito en
mi rostro. O en mi piel. Piel que alguna vez fue nuestra. En los tiempos
en que aún existía el nosotros. Nuestro nosotros. Hoy es historia o, lo que es
peor, prehistoria. Nadie más que nosotros podrá recordar todo lo que nos
perdimos por miedo a la rutina, al café de oficina y a unas cuantas lunas
borrándose con el vino. Antes me consolaba pensar en la sabiduría del tiempo,
en la necesidad de las espinas del tiempo, en las esquinas rotas de un tiempo
pasado, en el dolor como requisito indispensable para alcanzar la
trascendencia. Hoy me pregunto: ¿puede haber trascendencia que no involucre tus
ojos? Si sólo fuera cuestión de pensarte y kabum aparecieras, no habría
problema y gracias poesía. Pero no. Lamentablemente no. Entre pensarte y
tenerte hay un abismo insalvable. Y hoy preferiría estar al borde de ese
abismo, pero al lado tuyo. Decirte despacito al oído: adiós tiempo, bienvenido
espacio nuestro. Pero no puedo. Hoy el tiempo sigue alardeando su victoria
incuestionable, y el espacio está en suspenso, en vilo y no en vivo.
Ya son casi las
nueve y sigo escribiendo. Aún no te pude convocar. Ese es otro problema. No sé
convocar tu presencia. Tendré que conformarme con rememorar tus ojos, leve
simetría horizontal que asemeja caos y orden. Seguir por tu rostro, hormiguero
de besos a contramano. Y terminar en tus manos. Abrir este pecho índigo,
atiborrado de rosas pulverizadas, y dejarlo en tus manos. Proteger tus manos
del frío. Pero no. Lamentablemente no. No me alcanza con pensarte.
Desafortunadamente, sigo siendo el mismo. Aquel que prometió amarte hasta el
fin de los tiempos. Aquel impuntual hombre vestido de melancolía. Aquel que hoy
abraza el pasado /porque te incluye/, aquel que pernocta en endecasílabos
/porque te nombran/, aquel que escucha la lluvia llover /porque escucha tu voz
en ella/, aquel que te busca en el gris añejo de lánguidas paredes /porque no
te encuentra/. Pero siempre, aquel hombre que asume el verso para alcanzarte.
Aquel. Éste.
*De Leonardo
Pez. leonardopez@gmail.com
Próxima estación para escribir:
J.J. ALMEYRA.
Estaciones literarias por visitar en el Ferrocarril Midland:
INGENIERO WILLIAMS.
GONZÁLEZ RISOS. PARADA KM 79. ENRIQUE FYNN.
PLOMER. KM. 55. ELÍAS ROMERO.
KM. 38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD. MERLO GÓMEZ. RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA. JUSTO VILLEGAS. JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI.
KM 12. LA SALADA. INGENIERO BUDGE.
VILLA FIORITO. VILLA CARAZA. VILLA DIAMANTE.
PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
***
-Próximas estaciones literarias por visitar en el ferrocarril
Provincial:
GOBERNADOR ORTIZ DE ROZAS
JOSE RAMÓN SOJO. ÁLVAREZ DE TOLEDO.
POLVAREDAS.
JUAN ATUCHA. JUAN TRONCONI. CARLOS BEGUERIE.
FUNKE. LOS EUCALIPTOS.
FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR
UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO. ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ. J. R. MORENO.
EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS. INGENIERO
VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA. LA PLATA.
-Colaboraciones a inventivasocial@yahoo.com.ar
InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar
1 comentario:
Gracias por esa gran labor de difusión de la literatura. La colaboración desinteresada es la clave de LAS PALABRAS DEL FUEGO. Enhorabuena. Saludos,
Teresa Iturriaga Osa
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