*Dibujo de Erika Kuhn.
*
En algún lugar
del mundo
una canilla
gotea
puedo oírla
las gotas caen
imperturbables
se amontonan,
ciegas y desnudas,
sobre un trapo
de cocina
pienso que
quizá mi alma
sea oída de
igual modo
por alguien
y en algún
lugar del mundo
se escribirá un
texto
que hable de un
hombre que gotea
su alma ciega y
desnuda
sobre un viejo
trapo de cocina/
*De León
Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar
SEGURAMENTE HAYA OTRO LUGAR…
LISURAS*
Aquellos
tiempos lentos se deberían nombrar como si fueran lisuras arracimándose en
celajes lentos, como de un tiempo de verdad, sin tiempo.
Algo que
estuviera ahí, tenso como un hueco que hubiera podido cavar una gran cuchara
inmensa lloviendo linares sobre el suelo. Aquel que las mariposas blancas
armarían escarapelas móviles, posándose numerosamente, ciegamente, fugazmente
hasta volarse solas o en grupos, abandonando ese tenso papel de barrilete o
glacé que hoy no se compra en ninguna farmacia, ni hay labrador que fue siempre
ese hervor pálido de otro tiempo, porque ahora es todo verdor sojero, de aquí
hasta allá, campos de Dios, hasta la misma muerte.
A veces he
pensado, no sin nostalgia, esa violencia que tiene el tiempo presente para
arrasar con los recuerdos, los más queridos, aquellos que sólo puede
compartirse con un igual, con un empecinado como uno mismo en desflorar aquello
que sólo de una edad que nos arroja a la intemperie, a esa zona donde el
recuerdo de un álamo carolina se puede confundir con el de Haroldo, en ese
orgullo en que creció solitario, siempre hacia arriba, él, que comenzó muy
niñín mirando el cielo, para acordarme de Vallejo, o un “penachito”, según el
propio Conti, es decir el gran Haroldo, el que nos dejó mismísimas historias
con ese tono dulzón que arrima poesía aunque lo suyo siempre fue una prosa
limpia , sin ripios, primorosa llena de mimos hondos para su lector presente y
fiel. Y viene con su Oreste y su Milo, o el mismísimo Pedro, el que tenía un
hermano dolorosamente pegado al trabajo de la tierra, que decía que cuando se
“sembraba sorgo no salía nunca otra cosa, que siempre pasó lo mismo”, es
decir el ciclo de la tierra. El duro, lento, atávico trabajo de la tierra, pero
la tierra de otro tiempo, el que cumplía sus ciclos, y sus soles y sus brotes
primorosos y no soñaba con todo el veneno que hoy se le tira encima con las
consecuencias que usted lector conoce de sobra. ”Para qué abundar”, repetía
David Viñas, cuando la paciencia se le agotaba (y, colijo que tenía tan
poca).
Cuando uno sabe
escuchar, el campo siempre nos dice cosas, sentenciaba mi padre, que de
chacarero pobre pasó a peón golondrina y no le hizo asco a ningún trabajo
manual, así sea el más duro, el más corsario, porque estaban esos hombres listos
para todo. Y en esos tiempos largos y no tan remotos, todo o casi todo se hacía
poniendo el cuerpo a lo bestia, a lo animal. Maíz trigo, cebada, pasto,
alfalfa. O meta hacha en el desmonte para preparar la tierra y hacerla parir,
sembrarla como a una mujer, para que diera a luz sus frutos limpios, esos que
iban a engrosar los alimentos de la familia.
Pero eso era en
ese tiempo de antes, lisos como un cielo bajo, que arracimándose en arboledas
en los caminos y los callejones largos, y un amarillo gritón para “el triguito
que nace” solía decir mi madre , cuando veía todo el campo abierto que hoy
engrosa lindamente este recuerdo niño. A esta adultez que arroja intemperie
entre nosotros...
*De Jorge
Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar
“PARADOJA DE
GEMELOS” *
“Cuando te vaya
bien llévame contigo, cuando te vaya mal no me defraudes."
BOB MARLEY
Hoy, por vez
primera él le ha llamado estrella.
Y ha sido alfa
centauro. Y ha cabalgado noches.
Y en un S.O.S.
desesperado se ha hallado.
(Eres lo que
soy)
Y los
recuerdos, de pronto, los lapidan.
Y juntos
entierran los duelos y los muertos.
Y vibran. Se
estremecen. Palpitan. Ceremonias secretas.
(Hoy es ayer)
Y permanecen.
Paradoja de gemelos. Perfecta.
Y la muerte
pasa, inadvertidamente.
Y regresan los
amados muertos.
(Pedí un deseo)
Y son “amados
inmortales.”
Y conjugan los
verbos de la infancia.
El pretérito
pasado, es perfecto.
(Ayer es hoy)
Y se abrazan Se
abrasan. Se enardecen.
Y arden, fieles
a la especie. Lejanía y estrellas.
Y el beso
llega, obsecuente, consecuente.
(Soy lo que
eres)
“Cuando te vaya
bien llévame contigo,
Cuando te vaya
mal, no me defraudes”
*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
*
Mi padre
amaba
ir a pescar
en las noches
de invierno.
Lo recuerdo,
alto y
solitario
a la luz
de una fogata,
como un faro
minúsculo
en la sombra.
Me es vedado
el pensamiento
de mi padre
mientras pasaba
las horas
en la barranca
a oscuras.
Presiento
la búsqueda
de cierta
felicidad
que nunca
comprendí
y hoy
es mi herencia.
*De MARIANA
FINOCHIETTO. mares.finochietto@gmail.com
*
La palabra
riega músicas en el desierto.
La palabra
abre infinitos surtidores y el desierto se puebla de castillos, joyas,
perfumes, alhambras, almohadas, hadas.
La palabra es
Memoria de lo
ausente
Sueño contra la
muerte.
*De Cristina
Villanueva. libera@arnet.com.ar
PASAJERA*
*De Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
- No me gustan
las despedidas - había dicho mi amigo Luis. Después me abrazó con impaciente
levedad y se alejó hacia la calle, sin volver el rostro, sin mostrar la menor
emoción. Dejando atrás los reflejos de los innumerables cristales, salió de la
estación y se dirigió con prisa hacia el aparcamiento. Sonreí. Le conocía bien.
Las separaciones le resultaban tan dolorosas como a cualquier otro, pero le
molestaba emocionarse. Por ese motivo, siempre que era capaz de prever algún
conato de abrazos prolongados y frases empalagosas, escapaba a la situación
alegando una prisa que no siempre era fingida. Por otra parte, apenas faltaba
un mes para que comenzase la nueva temporada: la rutina de los entrenamientos,
el descubrimiento de las virtudes y de los defectos en los jugadores nuevos, la
épica de los partidos, los problemas con la directiva... Y ahí íbamos a estar
un año más, codo con codo, lidiando con jugadores, directivos y árbitros,
empeñándonos en sacar adelante al equipo, sufriendo acaso alguna decepción en
forma de final perdida, llenándonos de orgullo cada vez que alguno de nuestros
jugadores llegaba a las ligas superiores. De ahí, del esfuerzo común, provenía
nuestra amistad. A través de la enorme cristalera, vi pasar su auto, lanzado ya
hacia la costa.
Consulté el
reloj. Aún faltaban quince minutos para la salida del tren que debía tomar.
(Tomar un tren - pensé - lo mismo que quien toma café o un aperitivo) Volví a
comprobar mi billete; apuré el cortado que se enfriaba sobre la barra de la
cafetería; compré algunos diarios; me dejé mecer por una apacible nostalgia.
Había terminado
mi semana. L´ Estartit quedaba ahora allá atrás, arrinconado en los estantes de
la memoria. Quedaban pequeños detalles, instantáneas fugaces que fui atrapando
y colocando cuidadosa, ordenadamente, en el archivador de recuerdos gratos: Los
paseos en barca, la inefable calma de las mañanas de pesca, los atardeceres
frente al mar, en la terraza del club náutico o al otro lado del puerto, junto
a la playa... Ahora todo era una bonita película en colores cuyas escenas
desfilaban a cámara lenta, fotograma a fotograma, ante mis ojos agradecidos. La
arena, el inequívoco olor del mar, las islas...
Pero en este
lado, los minutos pasaban implacables. Aferré la bolsa de viaje y bajé las
escaleras, al asalto del tren.
Un andén no
difiere en exceso de cualquier otro. Los de esta estación, sin embargo, me
resultaron particularmente hostiles (porque me alejaban del mar, de las
tranquilas calas, de los inquietantes acantilados, del oleaje y las Medas.
Porque me arrojaban de vuelta a la rutina, al trabajo agotador, al rostro
siempre huraño y desconfiado del patrón, a la inacabable monotonía sonora de la
máquina, a la nave oscura, a los hierros y a tantas cosas que aborrezco y de
las que aún no he aprendido a prescindir)
Mi tren estaba
llegando. Puntual como una calamidad. Silencioso como el sueño. Lento y
poderoso, hizo su entrada en la estación, se detuvo, escupió algunos viajeros,
permitió el abordaje de otros, cerró impasiblemente sus puertas y partió con el
mismo sigilo con que llegara, igual que si estuviese huyendo del bullicio de
las estaciones, buscando acaso el anonimato de los raíles.
Desde mi
asiento, pude contemplar cómo la ciudad se iba diluyendo entre árboles, cómo
los edificios se transformaban en bosque y las calles dejaban paso a los
senderos. “Esta es - pensé - una ciudad de hermosos contrastes. Hay agua, hay
vegetación, aire. Es cuanto se necesita para vivir. Hay asfalto, hay
civilización. Es cuanto se precisa para ser desdichado”.
Tratando de
huir de la tristeza que imperceptiblemente comenzaba a embargarme, indagué con
disimulo los rostros de mis escasos compañeros de viaje. Ninguno de ellos
consiguió llamar mi atención. Me resigné a los diarios.
Bombardeos en
Mostar, corrupción gubernamental, hambre en alguna parte (o en muchas partes)
de África y en otros lugares de difícil pronunciación, violaciones sistemáticas
de los derechos humanos, no menos atroces violaciones de muchachas solitarias
en parques nocturnos o garajes o zaguanes oscuros, nuevos atentados...
Compruebo sin entusiasmo la fecha, sabiendo de antemano que es inútil. Que la
fecha puede ser la de hoy, pero el horror no es nuevo, es el mismo que se
repite sin descanso, día tras día, sin que nadie mueva un dedo por cambiar el
signo de las cosas, sin que podamos aferrarnos ni siquiera al mínimo consuelo
de una remota esperanza. Agobiado, guardé el diario y busqué una revista de
humor, tratando de huir de la espantosa realidad. Con disgusto, con desaliento,
comprobé que no tenía ninguna. Se habían quedado atrás, en el hotel o en casa
de mis amigos, encerradas en el tiempo de las vacaciones, ajenas al devenir del
ajetreo, aparentemente inocentes de las malas noticias que me traían de vuelta
a lo cotidiano.
Estábamos
llegando a Barcelona. De nuevo los enormes bloques de viviendas levantándose a
izquierda y derecha, como otros tantos nichos alineados frente al pálpito
cansado de mis ojos, delatando la presencia de la concentración humana,
certificando de alguna manera el fin del verano. Luego, los túneles sumiendo al
tren en las entrañas de la ciudad, entre vistosas pintadas distribuidas por los
muros. Alegría o decepción coloreando los rostros de los viajeros que llegaban
al final de su viaje y se apiñaban con sus maletas en los pasillos, prestos al
abandono de los vagones, resignados al inaplazable retorno a la rutina, de
algún modo impacientes por terminar con ese incómodo interludio que separa el
verano del resto de los días.
Lo que siguió
fue un barullo de gentes bajando a los andenes, abrazándose, despidiéndose,
estorbándose, subiendo con prisa, casi con precipitación, a los vagones
detenidos, buscando acomodo para sus maletas y para sí mismos, todo como una
película antigua, de ésas en que los personajes se movían a una velocidad
insólita y casi ridícula, pero nada de ello me pareció gracioso. Por el
contrario, las prisas, el cruce de miradas fugaces, la disimulada lucha por un
determinado asiento, los movimientos de cabeza en busca de una ubicación
idónea, los gritos, las carreras por los pasillos, no hicieron sino contribuir
al desánimo que había ido asentándose en mi alma en los últimos minutos.
Entre el
gentío, me llamaron la atención dos mujeres. Ambas viajaban sin compañía. Una
de ellas era rubia, bonita, de ojos inexpresivos. No supe si lamentar o
celebrar que pasase a mi lado sin mirarme. La otra no era hermosa, pero su
larga melena negra, sus formas poderosas y un algo exótico en su rostro, en su
atuendo, obligaban a mirarla con detenimiento. En mal español, preguntó si el
asiento contiguo al mío estaba libre. Me apresuré a ofrecérselo.
Cuando el tren
se puso en movimiento, noté con asombro que el bolso de mano que descansaba en
su regazo se movía. Una diminuta cabeza canina asomó por la abertura. Sonreí
con disimulo ante aquella transgresión de las normas. En ese momento, entró el
revisor en nuestro vagón. Ella me miró con sus enormes ojos negros. Puso su
dedo índice sobre los labios carnosos, pidiéndome silencio, convirtiéndome en
su cómplice, llenándome de una extraña ternura.
Alentado por
ese gesto de confianza, me atreví a contemplarla casi con descaro. Su pelo
basto, muy oscuro, la voluptuosidad de las nalgas, los labios llenos, gruesos,
delataban la raza negra en algún recodo de su árbol genealógico. Todo lo demás
parecía claramente occidental. Cuando por fin el revisor hubo contrastado los
billetes y abandonado el vagón, le ofrecí un cigarrillo, que ella rehusó, y
charlamos. Por sus palabras, supe que venía de Lisboa, que su nombre era
Andrea, que regresaba, como todos, de unas cortas vacaciones junto al mar, que
siempre viajaba con su perrito y que vivía en una pensión desde que se separó
de su novio. Su voz destilaba bondad. Nada dijo acerca de su profesión.
Sospeché oscuramente que era prostituta. Tuve ganas de abrazarla. Yo le conté a
grandes rasgos las trivialidades que se suelen confiar a alguien que acabamos
de conocer. (Pero ya intuía que no se trataba de una extraña, que ese gesto
suplicante había tendido un puente entre nosotros, un puente que nos unía
y que nos elevaba sobre el murmullo de las conversaciones a nuestro alrededor,
separándonos de esas otras voces, de esos otros rostros que no formaban parte
de nuestra pequeña isla en medio de las vías) Ella me hablaba de su Lisboa, de
su pasado. Después, la conversación derivó hacia las tópicas generalidades.
Hubo momentos de cálido silencio, de miradas.
El tren se
deslizaba veloz sobre los raíles acercándonos a la inevitable separación. En
cada pueblecito atravesado, en cada estación, yo le contaba cosas de aquellos
lugares, historias que a menudo inventaba para ver el gesto de maravillada
sorpresa en el rostro de mi amiga, todo en pos de unos minutos más de
conversación, de escuchar una vez más aquella voz con acento portugués que
tanto me relajaba, que conseguía arrullarme llevándome a esa dimensión en la
que todo es aún posible, donde cabe la ilusión de un mañana, de una flor
renaciendo entre los escombros. Otras veces, fue ella quien hizo preguntas, tal
vez por idénticas razones. En un par de ocasiones, pronunció mi nombre,
atándome a su voz, llenándome de felicidad y desazón porque ya Lérida
había quedado atrás y mi ciudad iba acercándose sin compasión. Yo deseaba
prolongar aquel viaje, permanecer allí sentado junto a Andrea que me miraba
lánguidamente y cuyas manos oscuras de larguísimas uñas rojas despertaban mis
viejos instintos primordiales.
Un silencio de
campos vertiginosos corría paralelo allende las ventanillas. El sol bañaba los
rastrojos y los montes lejanos, pero en el interior del vagón no había más luz
que la que irradiaban los ojos de Andrea, que a ratos parecían estar buscando
algo en el fondo verdoso de los míos. El tren lanzado era una sádica resta de
minutos y yo no encontraba las palabras precisas. Me iba perdiendo entre
explicaciones casi absurdas sobre los cultivos y el clima, disertaciones
inexplicables acerca de la vida en las aldeas de mi tierra y en sus asfixiantes
ciudades y exposiciones sinceras de las maravillas existentes en los tan amados
Pirineos, pero todo ello como un alejamiento a pesar de los cuerpos tan cerca,
de los rostros casi juntos y las manos rozándose en la división de los
asientos. Cada estación era como una siniestra zarpa cayendo sobre mi rostro y
desgarrándome. Uno tras otro, iban pasando los kilómetros, el paisaje se iba
transformando, la angustia crecía hasta límites intolerables. Ya se divisaban,
al fondo, los edificios que marcaban el final de mi viaje, los pétreos
sepulcros verticales que iban a sumirme, de nuevo, en la más insoportable
tristeza. Pensé, deseé, estuve a punto de pedirle que se bajase conmigo, que
renunciase a su Lisboa, que se quedase a mi lado en esta ciudad, que
compartiese mi vida.
En cambio, sólo
atiné a decir: “Estamos llegando a Zaragoza. En medio de aquellos edificios
altos está mi casa” El tren se hundió en las profundidades de la tierra, bajo
el ajetreo de la ciudad; fue reduciendo la velocidad, prolongando cruelmente
los minutos finales, aquellos en los que ya nada es posible. Por fin, quedó
parado entre las luces falsas de la estación. Aun fui capaz de una última
inspiración: No me apearía, seguiría con ella hasta Madrid, o hasta Lisboa o al
fin del mundo. Un beso en la mejilla me separó de Andrea para siempre. Cuando
el tren se puso de nuevo en movimiento, aún pude ver sus ojos clavados en mi
rostro, como formulando una pregunta de imposible respuesta.
Después,
recomenzó el decurso de los días de absoluta normalidad. Regresé a mis
obligaciones, a la inmovilidad de una vida sedentaria, enmarcada entre las
crudas aristas del trabajo y la soledad.
Sé que nada es
perdurable. Que todo es un tren que viaja incansable entre las innumerables
estaciones, deteniéndose efímeramente en alguna de ellas, atravesando otras sin
ruido y arrebatando miradas de nostalgia, suspiros. Sé que la vida no es sino
un compendio de recuerdos, un asombrado catálogo de estaciones que fuimos
dejando atrás. Pero ahora que el tiempo ha pasado, el recuerdo de aquel viaje,
de Andrea, vuelve a mí con insistencia, tiñendo de melancolía los atardeceres,
y llevándome incomprensiblemente a ese banco del andén, desde el que, cada
tarde, contemplo con atención el tránsito engañoso de los trenes.
-Sergio
Borao Llop publicó “El alba sin espejos” por el sello eBooks
Literatúrame!
Viajero*
Mi padre viene
viajando. Partió il Giugno 30 del puerto de Nápoles. Atrás hay un viaje en tren
al que llamaba "la letorina". Adelante el mar como horizonte. Un
puerto y la promesa de vivir en Argentina. El pasaporte con aquella expresión
tan parecida a Paul Newman en la foto dice que llegó il Luglio 21.
Sin embargo
siento que sigue viajando.
Que el
Sebastiano Caboto todavía no hizo escala en Río de Janeiro.
-Hay días.
Momentos en que necesito que llegue, aún 63 años después...
"La voz
del padre llega muchos años después" - Oigo decir al amigo cuando le
cuento de mi espera.
Será por eso
que el otro día mi padre llegó.
Nos dimos el
doble beso de mejilla a la usanza italiana. Mezclamos lágrimas y risas.
Mi padre no era
de ironías ni de evadir decir una verdad. Miró con sus ojos celestes en los
que todavía reflejaba al mar inabarcable de su travesía y dijo:
"Inténtalo, ahora tenés que ser tu propio padre"
*De Eduardo
Francisco Coiro
Burbuja*
Escrito está tu
nombre puño y letra
en los vértices
quietos de mi sangre
alma mía bien
sé que ya no vuelves
y el olvido no
va a ninguna parte.
La luna, media
luna de tu pecho,
a cieno polvo y
humo se ha mudado
y crece como
cúmulo y presagio
la inhospitalidad
del desamparo.
No ven mis ojos
nada lejos tuyo
y todo lo que
ven se te parece,
sin embargo
camino hacia adelante
y sin que tú me
ayudes sigo el rumbo.
No vuelves, ya
no vuelves, no te espero,
tú mismo lo
dijiste, nos dijimos,
todo lo que
haya sido, no será.
La vida es un
fragmento, una burbuja
que decanta en
el límite del tiempo.
*De Ana
María Broglio. anamariabroglio@gmail.com
Villa Gesell
Ahogo*
Ante tanto
dolor inacabable fue válido
buscar un
refugio-un bunker-una nave
donde sentarse
a respirar otro aire
un día-una
hora-un instante
sosegar los
latidos de la campana roja
creer que iba a
pasar...
asegurarse
un respiro.
Permitir que
los mojones del recuerdo
salven
o arrojen la
esperanza necesaria.
Encontrar el
camino
al final de mi
camino,
un refugio
un bunker
una nave.
*De Miryam
Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
Son tan jodidos… *
–¡Solamente fallamos en la
Tierra!– comentó el abuelo suspirando.
–¿Por qué?
–Bueno, nuestra avanzada de psicólogos había hecho como siempre.
Sondeó las profundidades emocionales del planeta para neutralizar resistencias
y colonizar sin dificultades, de modo que revisamos incluso esos arsenales de
todos los mundos que son las bibliotecas. Y bueno, conocimos algunas cosas,
confirmamos otras…
–¿Por ejemplo?
–…verdades universales. Humm…, bueno, me acuerdo de algunos
nombres: Confucio, Buda, Lao Tsé, Marx, filósofos que iluminaron el lado oscuro
de la realidad, solo que ni por casualidad sospecharon que al morir los
subirían a los altares y les oscurecerían la filosofía. Pero todos, unos y
otros llenaron bibliotecas y nos resultaron muy útiles.
–Útiles…
–Sí, y muy interesantes. Por ejemplo, para conocer la fuerza
indoblegable que tienen sus víctimas, bah, ellos mismos cuando son oprimidos, y
los cuidados que te obligan a tener cuando los creés vencidos.
–Bueno ¿y qué pasó?
–Mirá, no soy historiador pero me acuerdo de uno de sus antiguos
libros, Biblión o algo así, ahí nos enteramos que andaban siempre detrás de
dioses, hadas y gnomos, y al mismo tiempo, por los cuentos de un tal
Fontanarrosa, que estaban siempre de vuelta aunque, fijate, ese otro también
adoraba a un tal Centralito.
–No entiendo.
–Mejor, así te das cuenta de las dificultades.
–Pero abuelo, conquistamos mundos mucho más importantes…
–Sí, pero no más jodidos. Nuestras lectores espías aprendieron, por
ejemplo, de la vida de un tal Bonaparte que aquí el genio militar no
garantizaba nada pero, en cambio, de un tal Alejandro, que bastaba derrotarlos
y respetarles sus dioses y su cultura para meterlos en el bolsillo. Es decir,
los absorbimos literariamente para conocerlos, aprendimos de Kafka, por
ejemplo, que siendo voluntaristas admiran la imposibilidad, de Rulfo y Di
Benedetto que siendo torpes vuelven mágico lo que miran, de Dostoyeski y
Stevenson que son ángeles y demonios. ¡Leímos a Freud!
–¿Freud?
–Sí, un sabio que llegó hasta la metapsicología de la
metapsicología, o sea, a la telepatía y fue escrachado por sus discípulos. ¿Qué
tal…?
–¿Qué tal qué?
–¡Ah, viste? Es complejo. Pero los estudiamos, y allá fuímos.
–¿Y?
–Y…, son tan jodidos. Siempre tienen algo… ¿Podés creer que ahí el
varón se acomoda los testículos a cada rato? Es decir, el bulto para sentarse,
para acostarse, para pararse pero mencionarlo es tabú. En su literatura hablan
de cuánta cosa se te ocurra, por mínimo o repugnante que sea: de los amores
escatológicos de Joyce, o de Gálvez al lado de Lugones en una sala de espera y
el ruidito ominoso que Lugones le dirigió inclinando el cuerpo, o de la penosa
noche 583 de Las mil y una noches en la versión de Cansino Assens que era la
preferida de Borges, de lo que quieras, menos…, menos de acomodarse los huevos
como les dicen.
–¡Uy…!
–Sí, fue un error, replicamos perfectamente al humano más
dominante, el varón, y descartamos el otro, más subordinado y más complicado.
Pero fue un error, las tetas…
–¿Las tetas?
–Sí, no las andan reacomodando.
–No.
–En cambio el otro, después lo supimos, se acomoda los testículos
un promedio de 23,4 veces al día con movimientos fulminantes, casi
imperceptibles, vía bolsillo del pantalón, vía ciertos dedos por la cintura
como vinimos a notarlo mucho más tarde. ¿Pero sabés cuántas veces se acomodan los
testículos en la literatura? Ninguna, en siglos de literatura, ninguna. Y los
críticos igual, punto en boca.
–¿Y qué pasó?
–Solo una de las supercomputadoras barruntó algo pero no lo
dimensionamos.
–Está bien ¿pero qué pasó?
–…dijo algo de huevocéntricos y patriarcales.
–…
–Bueno, nuestros replicantes fueron para allá sin saberlo. Es
decir, calcaron la forma humana por fuera y por dentro. Y… , humm, allá tienen
unos animales de corral que se llaman chanchos, que son gordos y pesados y son
de estar echados o sentados.
–…
–Llevan los testículos atrás y quizá de tanto sentarse vinieron a
quedarles como dos monedas.
–Abuelo, ¿pero y nosotros?
–Nos pasó eso.
*Por Héctor
Cepol. hectorcepol@gmail.com
*
Seguramente
haya otro lugar
más allá de
este pozo
y de este
horizonte seco
y quebradizo.
Un lugar
para sentirse
más palpable
y que hay que
edificar aquí.
-De Hojas de
sábila (1992)
*De Eduardo
Dalter. eduardodalter@yahoo.com.ar
http://inventren.blogspot.com/
(De la Estación
Saladillo Norte – Ferrocarril Provincial)
Escucha mi
tren*
Partió el viejo
tren, tal vez en un sueño;
solo niebla y
viento, esa antigua caricia
envolviendo
esos recuerdos postergados,
y música
infinita en el posterior silencio....
Dormir, bajo un
lecho de piedras suaves,
para no
escuchar el eco tardío, el grito,
del metal
alejándose, meciendo su rostro,
quizás callar
como creo que vos callaste.
Nunca habrá más
héroes bajo el cielo,
solo hombres y
máquinas, solo el mar,
salpicando un
vaivén de hierro corroído
y frío de despedida
barriendo el andén.
El azul
eléctrico y el corazón recóndito
del sílice
feroz reducido a herramienta,
lágrimas por un
tren que partió, tal vez,
la desolación
en el mundo sin un tren.
La trama
complicada, el diseño esquivo,
me asustó,
destruyo mi táctica de árbol
y cualquier
mención fugaz de tu nombre
se insinúa aún,
en el brillo de mis ojos.
Juegos de niños
sobre los rieles viejos,
como destinos
que quedaron muy atrás
para forjar
distintos tintes de caminos,
reflexiones
para nuestros otros sueños.
El principio de
la filosofía de lo distinto
emblema de lo
por siempre en el origen
para obtener un
estandarte de pasiones
y ser así el
primer hombre equivocado.
Tu fuego
también escapó con ese tren,
las enseres de
la vida se fueron con él,
la chispa de la
combustión más simple,
el rechazo a la
risotada de la entropía.
¿Dónde apresaré
hoy, ese otro nuevo sol?
¿En qué
pensabas amor cuando fue amor?
¿Qué lágrima es
ya huella que se aleja?
El tiempo,
aguja de oro, tortura mi piel.
Escucha mi tren,
desespera hacia otras latitudes
y el dolor es
como un niño pálido, sin gorriones
o un gorrión
sin alas, sin la prisa del mañana,
y la estación
desierta, una migaja del pasado.
En mis manos,
una sola rosa perdura, tu sonrisa
y en tu pelo el
viento cansado de esperar, partió.
Este silencio
es el recipiente cálido de mi agua,
vertida por la
desierta sensación, de ya no verte.
*De Jorge
Lacuadra. jorgelacuadra@hotmail.com
– 03/08/14.-
***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:
GONZÁLEZ RISOS.
PARADA KM 79. ENRIQUE FYNN. PLOMER.
KM. 55. ELÍAS ROMERO. KM. 38.
MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD. MERLO GÓMEZ. RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA. JUSTO VILLEGAS. JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI.
KM 12. LA SALADA. INGENIERO BUDGE.
VILLA FIORITO. VILLA CARAZA. VILLA DIAMANTE.
PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Provincial:
JOSE RAMÓN SOJO.
ÁLVAREZ DE TOLEDO. POLVAREDAS.
JUAN ATUCHA. JUAN TRONCONI. CARLOS
BEGUERIE.
FUNKE. LOS EUCALIPTOS.
FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR
UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO. ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ. J. R. MORENO.
EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS. INGENIERO
VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA. LA PLATA.
InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar
No hay comentarios:
Publicar un comentario