*Obra de © Claudio Uzal.
Marina 1923*
*De Natalia
Litvinova. litvinova25@hotmail.com
La primavera de
Praga
me tienta y no
importa quién fui
antes del
amanecer.
No sé adorar la
noche,
faroles de
otros tiempos
iluminan la
calle Švédská,
el cordón de la
acera
pintado de
blanco y negro
parece un
tablero de ajedrez
y yo una pieza
que da saltos
sin advertir
qué me mueve.
El recuerdo de
Irina**
me persigue por
el puente Karluv,
no sé si estoy
perdida
o si vivir es
esto:
andar
desenredando
las trenzas de
mi hija,
que es de aire.
**Irina
Efron (1917), hija de Marina Tsvietáieva que murió de hambre en
1920.
(Poema inédito)
-Natalia
Litvinova (Gómel – 1986) Escritora argentina de origen bielorruso, dedicada
al campo de la poesía y de la traducción. Publicó: Esteparia (Ediciones del Dock,
2010), reeditado en España y en Uruguay, Balbuceo de la noche (Melón editora,
2012), Grieta (Gog y Magog ediciones, 2012) reeditado en España y en Costa
Rica, Todo ajeno (Vaso roto, 2013) y Cuerpos textualizados (Letra viva, 2014).
Compiló y tradujo varias antologías de poetas rusos. Siguiente vitalidad
(Audisea, 2015) es su reciente poemario, publicado en Argentina y reeditado en
Chile, México y España.
Bienvenido,
Onetti*
*Por Alejandro Badillo. badillo.alejandro@gmail.com
Uno
Onetti es un
fantasma acobardado, vestido con gabardina gris y sombrero de lona, que
caminaba por las calles del centro de Puebla. A veces parece dirigirse a la
Catedral. A veces, simplemente, se queda inmóvil en una esquina, las manos
tiesas en los bolsillos y el gesto inmóvil, un poco confuso entre el vaivén de
transeúntes y las luces brillantes de los aparadores. Recuerdo la fotografía de
él en un documental: los ojos que miran hacia arriba, como si esperaran la
lluvia o como si delinearan en secreto una imprevisible venganza. También puedo
recordar los ojos aceitosos y extraños; una ordenada y paciente orfandad que
parece escarbar dentro de sí mismo. Después, aquel hombre que es Onetti o el
hombre que me empeño en que lo sea, sigue su camino por las calles adoquinadas,
mirando los anuncios, sacando un cigarrillo que aprieta, apresuradamente, entre
los labios.
Dos
Yo, hace algún
tiempo, descreído del amor, me dedicaba a crear ilusiones en mujeres, muchas de
ellas muy jóvenes. Las enamoraba y, después, dejaba que la rutina fuera
ahogando cualquier intento de familiaridad. Me dedicaba, tenaz y enfermo, a
borrar los rastros que dejaban en mi casa: un olor, una nota escrita en una
libreta. Entonces, ellas, al principio inconformes, un poco rabiosas, dejaban
de buscarme hasta que, finalmente, no nos veíamos más. Cuando el contacto se
interrumpía las evocaba en silencio, todas las noches, y disfrutaba la
sensación de enfermedad, de feliz desdicha que, de alguna forma, me mantenían
solo y aún vivo.
Tres
Caminaba a casa
después del trabajo. Era octubre. Miré las luces tristes de un centro
comercial. Entonces descubrí a Onetti. Estaba inmóvil en la banqueta, mirando
los autos que transitaban con pereza por la avenida 5 de Mayo. Tenía una
gabardina gris y un sombrero de lona; el gesto abrumado y, al mismo tiempo,
tranquilo. Algunos camiones se detenían y enturbiaban el aire con el humo de
sus escapes. La luna creaba un halo que se estancaba en los techos de las casas
y las cúpulas de las iglesias. Pensé en sus cuentos. Lo miré como si mirara a
uno de sus personajes. Entonces, como si hubiera presentido mi presencia, como
si la fatiga y la abulia hubieran desaparecido por un momento, echó a andar por
una de las calles laterales. Lo seguí sintiéndome un poco tonto. Era fácil
distinguir su silueta entre la gente. Las calles, en un par de horas, estarían
despobladas.
Cuatro
Es difícil
precisar lo que sucedió después. Onetti caminó en dirección a la catedral. Lo
seguí por un par de cuadras hasta un callejón. Varias tiendas estaban a punto
de cerrar. Los escaparates empezaban a apagar sus luces. Onetti se detuvo junto
a un local que estaba a punto de cerrar su cortina y entró por una puerta
pequeña de metal. Después de una breve vacilación lo imité y pronto estuve
frente a un letrero que decía “El puerto de Veracruz”. Entré. Olía a tragos
caldeados, a noche metiéndose en todas partes. El bar cobijaba a algunos
parroquianos. Recuerdo paredes verdes, llenas de humedad. Recuerdo, también,
mesas blancas y redondas. Onetti estaba ahí, en una mesa del rincón, ordenando
un trago al único mesero del negocio. Después de hablar con él contempló la
mesa, se encorvó un poco y buscó ansioso en los bolsillos de su gabardina. No
se quitó el sombrero. Comenzó a fumar displicente pero constante. Por un
momento me convencí de que no era él. Era un hombre, simplemente, muy parecido.
Pero conforme indagaba a la distancia veía algo antiguo en él: las manos de
dedos un poco largos, el lustre opaco de la camisa blanca sobre la que destacaba
el perfil oscuro de la corbata un poco chueca; el pesado armazón de los lentes
ocultando sus ojos. Quizás si se arrimara un poco más a la luz que se metía
lenta entre sus ropas podría llegar a una conclusión. Fui a la barra por
inercia. Pedí un trago de vodka. Me sentí un poco enfermo mientras llegaba el
vaso, como si estuviera ejecutando en secreto una venganza. Pidió un trago de
whisky. No lo tenía de frente, sin embargo, mi perspectiva me permitía indagar
su figura y la penumbra que proyectaba su sombrero. El único sonido era el de
una televisión que estaba empotrada en una esquina. Pasaban un partido de
futbol. Imaginé a Onetti saliendo del bar, llegando a un pequeño departamento
en el centro de Puebla, mirando por un balcón las luces de la ciudad. En una
pequeña mesa tendría una máquina de escribir y, a un lado, además de una pila
de hojas, una botella de vino. Recordé a los aburridos imaginantes de empresas
imposibles. Seguí bebiendo, testarudo, empeñado en olvidar mi obsesión y, entre
la bruma, rescatar los rostros de las mujeres que había poseído con una
irremediable sensación de derrota. Estaban ahí, todas ellas, con sus cuerpos
salobres y sus voces anónimas entre las sábanas. Pedí un segundo y un tercer
trago de vodka. La noche enfriaba mi cara, entumía los dedos de mis manos.
Onetti seguía fumando y bebiendo. Alrededor de él se disponía una nube que
hacía más impenetrable su rostro. Pensé que, antes de pedir la siguiente copa,
se acercaría a mi mesa, y me encararía con un rencor amable y decidido. Tal vez
me diría, como en una de sus historias: “Pero usted es un hombre hecho, es
decir deshecho, como todos los hombres a su edad cuando no son
extraordinarios”. Y quizás ahí estaríamos, mano a mano, como dos completos
desconocidos que han esperado toda la vida conocerse, echándose en cara su
pequeñez, su falta de voluntad, sus odios inconclusos y soterrados. Sin embargo
no ocurrió nada durante los siguientes minutos. La barra me parecía un
territorio desierto, inmenso. Quise pedir algo para comer, pero el cantinero me
dijo que se habían acabado los cacahuates. El alcohol subía en lentas
marejadas. Mi mente empezaba a pesar. Mis pensamientos eran una sonda que
descendía, entre vaivenes, a mis recuerdos. Cuando mi mano vaciló al empuñar el
vaso comprendí que él seguiría ahí, en ese lugar, enterrado en la memoria de
las cosas, como las estampillas y libros viejos que venden en los bazares los
fines de semana. Yo seguiría varado en la búsqueda del amor, saboteándome con
disciplina, con ordenada paciencia. Cuando la madrugada llegó y el bar lucía
casi despoblado, Onetti se levantó y pagó la cuenta. Yo, sumido en la borrasca
del alcohol, un poco náufrago de mí mismo, apenas distinguí su figura. Me
cuesta recordar su mirada, aunque aún puedo ver, ocultos tras los gruesos
lentes, los ojos caldeados por el insomnio. Onetti se acercó a mí y, con una
voz que imagino perezosa, susurró algo que pudo haber sido una injuria, una
invitación o una fraternal condena. No lo puedo precisar.
-Alejandro
Badillo
(Ciudad de
México, 1977)
Es autor de los
libros de cuento Ella sigue dormida (Tierra Adentro), La herrumbre y
las huellas (Eeyc), Vidas volátiles (BUAP), Tolvaneras (SC
Puebla), El clan de los estetas (Universidad Veracruzana. Premio
Nacional de Narrativa Mariano Azuela) y las novelas La mujer de los macacos
(Libros Magenta) y Por una cabeza (Premio Nacional de Novela Breve Amado
Nervo). Ha participado en publicaciones como Luvina, GQ, Letras
Libres y el suplemento “Confabulario” de El Universal. Colaborador
de la revista Crítica y exbecario del Fonca. Ha sido antologado en
diversas compilaciones de minificción.
Cuerpo de maíz*
A Gabriela
Mistral
Hombre de maíz,
vuelve tus ojos aborígenes:
Tu ombligo
salió de la milpa
de la tierra.
Tu sangre
es un viejo
secreto uniforme
que maduró con
lúgubres balbuceos
de violencia y
abandono.
Tus risas
quedaron mutiladas
por traficantes
de ilusiones
enganchadas en
los hombros de los cactus,
y tu sudor, de
fríjoles y tortillas
alimenta
coyotes
que crecen como
huestes amparadas
en el silencio
nocturno.
Eres una
palabra pródiga
tus ojos
profetizan las rocas desnudas
y ardientes que
coronan tu horizonte.
Son las ruinas
solitarias y sombrías
que te reducen
a sustancia del oprobio,
ya no hablará
palabra antigua,
sino sollozos
largos y negros en la noche.
Hombre de maíz,
despierta de tu ceguera:
Rompe la avidez
del precio.
Echa al viento
tus escamas subterráneas
para
transformarte en nube de cuarzos elegíacos;
alas de
Viracocha y plumas de Quetzalcóatl
baldeando las
laderas del olvido.
A ti, que en tu
espalda llevas vértebras de tomates,
y en tus
huellas crecen pepinos agridulces,
deja que
oscurezca…
Levántate del
costado del águila
y une con
argamasa de acentos terrosos,
la hilaridad
del presente, con las costillas
de tu pasado
guerrero.
Hombre de maíz:
No flaquees.
*De Daniel
Montoly. danielmontoly@yahoo.es
Deseo*
Exploraría qué
cosas
destilan esas
glándulas sudoríparas.
Porque el deseo
lleva.
Un recuerdo
insistente bajo sus ojos.
Un recuerdo
insistente en sus sienes
quiero.
Sin otro
objetivo de incrustar como al pasar
sobre el lóbulo
temporal de él
un recuerdo
perenne.
Sin otro
objetivo que sentir
-Según dicen-
el gozo de los
sentidos de ellas.
Pero como
mi ADN
está lejos de
la selva que las engendra
una noche
quién sabe
(tal vez pueda
ser una noche de estas.)
aprovecharé el
instante
en que la luna
mida
cinco mares de
anchura
para entonces
colgar
en sus bordes
en ángulo
obtuso y en sombras
las piernas.
Sin otro
propósito que él
susurre un
tanto hechizado
y
en moribundo
estribillo
Ay mi negra
ay mi negra.
Sin otro
objetivo
que mi gozo sea
mímesis de gozo
de una morena.
Tal vez
por fin
reconozca
que por ósmosis
entre planicie
y selva siempre
en riesgo de incendio
haya en mí
moléculas
morenas de tibiezas extremas .
Aprovecharé
que la luna
mida cinco mares de anchura
para colgar en
sus bordes
en ángulo
obtuso y en sombras
las piernas.
Sin otro objetivo
que mi gozo sea
mimesis de gozo
de una morena.
*De Adriana
Saliche. adrianasaliche@hotmail.com
Chivilcoy.
Solitaria.*
En las líneas
de la mano traigo
mi historia
escrita
en esotérico
lenguaje
de rectas,
paralelas,
curvas,
intersecciones
confluencias....
el cuerpo todo
una red de
infinitos desafíos.
Pero no es sólo
eso, afiné el oído
en el líquido
rojo que fluye
con acompasada
sinfonía
y la encontré
el alma,
una barcaza
arrastrada
aguas adentro.
Solitaria.
*De Miryam
Colombotto Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
Algo que
parecía amor *
Observé en esa
tarde tranquila
Cuando estaba
tendida al sol a
Unas mariposas
naranjas que se acercaban silenciosamente a unas flores del mismo color
Percibí el
aroma del cálido sonido de sus alas
La brisa de
azul celeste me transportaba
En una rueda
multicolor y
Comencé a soñar
que era la única dueña de ese maravilloso paisaje de luces y perfumes
Luego vi la
sonrisa amable que cubría al señor
Que me despedía
Sintiendo que
el camino de vuelta al hogar
Se hacía más
liviano y fresco
Llegué a la
entrada del garaje
Y me topé con
un guiño simpático
Y seductor de
un vecino que ni se su nombre
Entré a casa en
un estado de expansión
Y risueña sentí
Algo que
parecía amor.-
*De Azul.
azulaki@hotmail.com
*
un niño
acaricia
la cabeza de un
pájaro
debajo de un
árbol el niño
le canta una
canción de arrullo
el pájaro
entorna los ojos y sueña
que en su
regazo tiene al niño dormido
que le acaricia
la cabeza humana
y que el niño
sonríe y cierra los ojos
y sueña que
entre sus manos
tiene la cabeza
pequeña de un pájaro
al que acaricia
hasta que ambos
cansados del
olor a tierra y a viento
deciden echar
al aire los brazos
y atravesar las
horas del día
silbando una
canción
que habla de
ríos
y de árboles
que ríen bajo la lluvia
y de hombres
que comparten el pan
y de mujeres
que dibujan caminos
por donde pasan
caballos
que sueñan con
niños
que acarician
las cabezas de los pájaros/
*De León
Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar
Conversación*
Es agradable
recorrer el pueblo vacío en la hora anónima de la siesta, llegar hasta la ruta
y seguir pedaleando parejo como quien tiene un destino preciso. No hay tránsito
en esta ruta, a los costados sólo campo y campo, y la luz se devora todo. Nace
una figura allá adelante, desdibujada primero, más precisa después: otro
ciclista. Avanza y se detiene cuando estamos a punto de cruzarnos, me detengo
también, hay un saludo y hablamos un poco, cada cual sobre su bicicleta, un pie
en el suelo y otro en el pedal.
-Es raro
encontrar a alguien pedaleando en este camino- dice el desconocido.
-Es cierto,
hace rato que vengo andando y no he visto a nadie- digo.
-¿Sale seguido
a pedalear?
- No muy
seguido, casi nunca en realidad.
-Los primeros
quince minutos son los más duros, después la bicicleta va sola.
-Entonces hace
por lo menos sesenta minutos que estoy en los primeros quince minutos.
-¿Se dirige a
alguna parte en especial?
-Solamente
pedaleo.
-Eso es bueno.
Pedaleando se descubren cosas. Uno llega silenciosamente y toma las cosas por
sorpresa.
-Algo de eso
percibí.
-No quisiera
parecer pretencioso, pero andar por la ruta en bicicleta es una forma de
sorprender el mundo.
-Es una buena definición.
-¿Cómo
describiría todo esto?
-Es muy grande
y hay mucha quietud.
-¿Le gusta la
palabra quietud?
-Me gustan
todas las palabras.
-¿Vio muchas
cosas pedaleando?
-Vi insectos.
Vi nubes de mariposas amarillas y negras, y también una blanca, voló delante de
mi bicicleta durante un trecho largo y era como si me guiara. También vi una
mariposa muerta sobre el asfalto. Evité pisarla con la rueda.
-¿Qué más vio?
-Vi un
animalito bastante grande parado al borde del camino. Yo avanzaba hacia él y el
animal no se movía. Me esperó hasta que estuve bien cerca, a un par de metros,
recién entonces me miró y se fue.
-¿Dice que lo
esperó? ¿Está seguro que lo esperó?
-Me dio toda la
impresión.
-A esta hora
hay mucho silencio, pero si uno presta atención también hay muchos sonidos.
-Tiene razón,
hay muchos sonidos en el silencio.
-Al principio
son difíciles de captar, uno ni se da cuenta, hasta que empieza a detectarlos y
entonces es como un tejido uniforme de sonidos rodeándolo, sonidos lejanos y
tenues, son miles.
-Hay pájaros.
-Cantidades de
pájaros, una red de trinos en sordina.
-Me pregunto si
no serán todos esos sonidos los que hacen el silencio.
-Es la luz la
que hace el silencio. Los pájaros se esconden en la luz. La luz esconde todo.
-Empiezo a
darme cuenta.
-También hay
voces en el silencio, susurros. Dicen que es el lenguaje de las almas de los
muertos.
-No sabría
identificarlas. Nunca me tocó escuchar las voces de las almas de los muertos.
-Debería
prestar atención.
-A veces pasa
un coche y el silencio se rompe.
-Cuando el
coche pasa junto a uno es como un chocar de agua y después es como un agua que
se aleja. También el coche sirve para evidenciar el silencio y los sonidos que
se esconden en el silencio.
-Cuando la ruta
cruza a través de una arboleda todo cambia.
-Meterse entre
árboles es igual que zambullirse en la frescura de un arroyo y buscar el fondo.
Hay otros sonidos y otro silencio.
-Venía pensando
en esas experiencias, pero todavía no había conseguido ponerles palabras.
¿Usted va a alguna parte en especial?
-¿Ve aquella
masa de árboles azules que tienen forma de ballena?
-La veo.
-Me propongo
llegar hasta ahí.
-¿Y después?
-Después elijo
otra meta. Y después otra. Y sigo.
-¿Hasta cuándo?
-La ruta no se
acaba nunca.
Nos despedimos
y cada uno se va por su lado. Cuando encaro por la ruta vacía y vibrante de luz
elijo también yo mi próxima meta: un árbol solitario, muy lejos, muy alto, muy
fino, y con la cima curvada como un anzuelo o un signo de interrogación.
*De Antonio
Dal Masetto.
(Intra, 14 de
febrero de 1938 - Buenos Aires, 2 de noviembre de 2015)
*
En la cabeza
estamos llenos de archivos que repetimos mecánicamente, vivimos en piloto
automático. Se pulsa una tecla y nos sale un cartelito que nos hace actuar de
forma x. Hasta que no empecemos a limpiarnos de ese automatismo, seremos cosas
manipulables.
*De Liliana
Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
InvenTREN
Si no tenés
sueños, estas muerto*
*Por Urbano
Powell.
El hombre
camina por su barrio con su mochila de frustraciones antiguas.
Al dar vuelta
la esquina reconoce a un compañero de la ahora lejana escuela secundaria. No lo
ha visto en décadas.
Alejandro esta
tirado en el piso debajo de un antiguo camión que parece haber sido fabricado
durante la segunda guerra mundial.
"Lo compre
por unos pocos pesos". -Explica. "Lo estoy reparando para que sea
casa rodante. Voy a recorrer la argentina con el".
El hombre mira
a su amigo con una expresión intraducible. El camión es una ruina con su chasis
sostenido por troncos de madera.
El amigo debe
haber percibido una mirada escepticismo, o esa piedad que se tiene ante un
delirio impracticable.
-"Si no
tenés sueños, estas muerto". Dijo con un sentido justificatorio.
Al hombre la
frase le pareció un flechazo en el pecho de su propia existencia.
Cambiaron de
tema. Que sabían de los compañeros de entonces.
¿Sabes algo de
Huber? -Preguntó el hombre-
Con Huber eran
un trío inseparable en el primer año del industrial.
-Se fue a
trabajar a un pueblo de campo en un centro de investigación. Le cambio la vida.
Acá no tenia nada y a los 50 años nadie te da un trabajo estable. Hay que
trabajar 12 horas arriba de un remis completó el hombre el cuadro de situación.
Antes de
despedirse el hombre pide las direcciones de correo de Huber y Alejandro
el portador de ese sueño de acercar distancias que ha intuido como
inalcanzable.
El hombre
siguió su camino acunado en angustias. Son años de sentirse fracasado y por más
que haga enormes esfuerzos mentales no logra ver la mitad del vaso lleno. Solo
gotas. Y se evaporan.
Esa misma noche
le escribió a Huber.
Le contó su
situación. Una vida horrible. El trabajo un espanto. Ni hablar de la soledad.
Huber le
contesto rápido. Leyó su correo en la mañana siguiente.
-"Negrito,
que alegría me das, salvo de Alejandro hace años que no se nada de los
compañeros de la escuela.
-"Lamento
que no estés del lado de los integrados al modelo. Esta sociedad casi no da
segundas oportunidades a nuestra edad. He tenido un golpe de suerte después de
años de golpear puertas. Esta noche, cuando vuelva a casa te cuento la historia
de como llegue aquí."
El hombre
responde: Dale, contame. Quiero saber una buena entre tantas calamidades que
escucho en el día.
Al amanecer,
cuando el calor insoportable apenas ha aflojado durante la noche, el hombre lee
la carta Huber. Es una historia larga y no parece sencilla.
Había tenido un
año peor que malo. Le extirparon un testículo, cuando salió de esa se quebró
una pierna.
Su hija lo
dibujaba: "Es papá en su burbuja" y lo representaba: La angustia lo
aislaba cada vez más. Imposible ver futuro. El futuro era el día siguiente o la
semana a lo sumo.
Un día recibió
un llamado de un primo que vive en el campo, justo en el límite de los partidos
de Yrigoyen y Bolívar.
"Se viene
el ferrocarril de nuevo y va a haber trabajo en cada pueblo. Hasta posibilidad
de radicar industrias y empleados"
Huber hizo un
bolsito y se fue a ver a su primo. Fue por un par de días y volvió a la semana
con otra cara.
Ese título que
le dieron a leer era más que prometedor: "La reinvención del ferrocarril.
Un proyecto comunitario de articulación social"
El tren volvía,
pero cada pueblo debía formular proyectos que se respalden en el tren y den
sustentabilidad a largo plazo.
Ahí tomo
contacto con la gente de Herrera Vegas, 150 habitantes que tuvieron el criterio
de no aceptar cualquier cosa.
Tomaron el asunto
del proyecto para refundar su pueblo con el ferrocarril en serio. Armaron un
concurso de ideas internacional y lograron el respaldo de la UNESCO.
En asambleas
descartaron alternativas: ni planes de vivienda sin trabajo para quien llegue a
vivir, ni la instalación de una cárcel -el Estado vive buscando lugares para
ampliar su capacidad de encerrar en celdas-.
Tampoco
industrias que contaminen más aún el agua.
Fue unánime. El
proyecto ganador fue la radicación de un centro de investigación avanzada, al que
se bautizo como "Alfonso Luis Herrera" en homenaje a un destacado
científico mexicano. Un segundo proyecto también fue aprobado: un polo de
microempresas que fabriquen alimentos.
Huber consiguió
empleo en el centro de investigación como administrativo, a la espera de que lo
asignen a un proyecto de investigación específico. Se levantaba bien temprano,
caminaba hasta la estación Libertad y se subía al tren hasta Herrera Vegas.
Trabajaba 8 horas y tenia casi 6 de viaje entre ida y vuelta.
Cuando lo
designaron como empleado contable en el proyecto NOGXA. Huber se animo a llevar
a su familia a vivir a Herrera Vegas. "Ahora los chicos pueden jugar en la
calle" (....) "dejas la bicicleta o la motito o lo que sea en la
puerta de calle y nadie toca nada". (....) "No se si es el paraíso
pero se le parece bastante..."
Así como el
proceso que lo llevo a conseguir trabajo estable e irse a vivir a ese pequeño
pueblo revoluciono su existencia. Huber habla maravillas del proyecto donde
trabaja. Aunque el no entiende demasiado de lo que hace ese equipo de
científicos, sostiene que el fin es noble, que van a terminar de dar vuelta el
modo de pensar la relación entre mente y cuerpo.
"Negrito,
no se lo digas a nadie pero esta gente esta experimentando con una máquina que
puede grabar todo lo que la mente de un sujeto almacena durante su vida. (....)
todo, absolutamente todo: imágenes, frases propias y de la gente querida. Lo
políticamente correcto y lo traumático fijado en la memoria. (...) Además y
esto es lo mas decisivo: puede registrar el efecto de emociones y recuerdos
pasados sobre el cuerpo en el aquí y ahora..."
Una vez hablo
fuera del horario laboral con el director de NOGXA.
Huber se
despreocupo por hablar un lenguaje de códigos y conceptos. Simplemente
pregunto: Che, Javi, ¿como se te ocurrió todo esto?
Gracias a Carl
Kolchak*, por el capítulo del hombre obligado a dormir en un laboratorio. Ese
hombre que en sus sueños materializa al hombre musgo, el
"Peremalfait", un cuco mítico de su infancia que mata a quienes
intentan despertar a su soñante creador.
Era un niño y
ese capítulo me impresiono y dejo su huella en el tiempo. Desde ahí, para
decirlo mal y breve me obstine por hacer visible, materializar de alguna forma
los recuerdos y la actividad cerebral del ser humano.
¿Viste,
negrito? Que asombrosas suelen ser las cosas...
-Te felicito
hermano, le contestó el hombre. Era hora que te tocara un trabajo decente.
(...) No lo voy
a pensar ni un día más. Voy a visitarte a Herrera Vegas. Buscare un trabajo. No
importa en que oficio. Sino estar allí y vivir en un pueblo que se recrea. Que
brinda la ilusión de reinventar la vida de quien pise su suelo.
Allá va el
hombre a sacar su pasaje para viajar desde Merlo Gómez, la estación más cercana
a su casa. En el camino ve un cartel de publicidad que dice: "Es hora de
ser quién queres ser"
No es mala
idea, -piensa el hombre-, quizás fuese tarde para ser el que hubiera querido
ser a los 25 años. Pero el intento bien va a valer para demostrarse a si mismo
que no esta derrotado.
(*) Carl
Kolchak, personaje de la serie de The Night Stalker.
***
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CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD. MERLO GÓMEZ. RAFAEL CASTILLO. ISIDRO
CASANOVA. JUSTO VILLEGAS. JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI. KM 12. LA
SALADA. INGENIERO BUDGE.
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PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
***
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BERRA.
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UDAONDO. LOMA VERDE. ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.
GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR
OBLIGADO. ESTACIÓN DOYHENARD. ESTACIÓN GÓMEZ DE LA
VEGA.
D. SÁEZ. J. R. MORENO.
EMPALME ETCHEVERRY. ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS.
INGENIERO VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA. LA PLATA.
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Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar
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