sábado, agosto 24, 2019

NO HAY UNA ORILLA EN LA VERDAD...



*Dibujo de Erika Kuhn.












*



A Quién Sea:


Le dejo mis alas de pájaros libres

con intenciones de conocer el mundo.

Le dejo mi avidez de pronunciar palabras

para hacer música en un silencio vacío.

Le dejo la flor de jazmín que nace

en la melancolía del tiempo que se va.

Le dejo un poema que duda de serlo...

Una fragua sin fuego, con el calor de recuerdos.


Para pedirle al cielo un poco más de tiempo...

y entramar paisajes en mi extraño telar.


*De Miryam Colombotto Seia. miryamseia@cablenet.com.ar











NO HAY UNA ORILLA EN LA VERDAD...








VII *




¿Qué fue del carpintero, el ebanista, del burilado, el repujado, los oficios sublimes
adónde partió la madera que ahora viene envuelta en traje danés?
¿En qué rincón se recluyó la mano que despertaba muebles y utensilios al árbol, al metal, al barro, al cuero? ¿Quién desapareció los surcos, el jugo de la fruta, las tejedoras, el pan horneado? Dónde están ignorados, despreciados, sumergidos, expulsados
uno dos tres, había una vez:
¿Qué se sabe de la última locomotora que silbó al vacío?
¿Qué...?



*De Esther Andradi. esther@andradi.de
-De su libro Sobre Vivientes
Simurg Buenos Aires 2001
teamArt Zurich 2004












JOSE PEDRONI*




Cantor de la Pampa gringa. A él le he dedicado mis afanes, no sé si muy sesudos pero a fuer de sinceros han sido muy sentidos esos rescates cuando del cantor del inmigrante nadie se acordaba.
Ha sido de todos nuestros poetas el que pegó primero y en todas partes nos representa, no por el de más grande retórica si no el que canta con su pequeña flauta de bolsillo y es para todos el que mejor nos representa, como el difusor más firme de nuestro paisajes de nuestros campos, el que los pone junto al hombre y la mujer en esta buena tierra.
El que nunca quiso abandonar su tierra y el que dice que no tuvo por qué hacerlo. Hurgué pacientemente en archivos públicos y privados y llegue a la conclusión de que era un hombre bueno, un hombre sano, un hombre justo y que tuvo para sí el destino del cantor.  Y tuvo una presunción y la siguió a muerte: fue lo que el no cantara no podría hacerlo nadie. El que bregaba por el pan bueno, por el pan justo y la mujer y el hombre honesto y la maternidad bien habida y tierna, la que venía de lejos, muy lejos, del Antiguo Testamento, de cuando la mujer honraba a Dios cuando se encontraba encinta. Era el hombre del verso recordado, el hombre que estaba feliz, viendo como caminaba su mujer preñada para hacerlo feliz, para hacerlo bueno, para desgajarse como rama al viento.
En otro lugar escribí que aquella mujer miraba por la ventana la cúpula de la iglesia mientras limpiaba la mesa donde su hombre había tomado vino en una jarra obesa y mostrándose las armas y las pipas, y cuando ellos se dormían como niños, ella era un ángel que velaba por todos y apagaba la única lámpara, comenzando a recorrer las habitaciones donde sus hijos dormían, poniendo la palma abierta sobre él tubo para que no se apagara la llama. Mientras un perro ladraba a alguna luna, lejos mientras un griterío de gallos cavaba el aire negro con sus picos y la gente recogía los muebles del camino. Hasta que un reloj dio la hora de pronto para la gente allí reunida y su compañero de viaje le leía versos de Virgilio porque sabía que el taciturno de Mantua estuvo de parte de los desposeídos. Él estaba junto a la buena gente, mientras las madres venían en un carruaje y las más lejanas en tren desde otro pueblo y el, temeroso las abrazó a las dos y tímidamente comprendió que el hijo tenía poco de él, muy poco, casi nada, pero sería seguramente bueno de corazón por que así lo deseaba él. Y para siempre.



*De Jorge Isaías. jisaias4646@gmail.com











*



De soslayo ver

el reborde de una hoja cotidiana

el verde nervado recién nacido

trascender

los sentidos

precipitarse

al cristal difuso

palpar

lo que habita más allá de la mirada

habitar

la brisa que sopla entre las hojas.

epifanías

segundos de silencio

la vida en la hoja

los ciclos

nervadura y cristal

seguir viviendo.



*De Lorena Suez. lorenarsuez@gmail.com

-Inédito-



-Lorena Suez es Licenciada en Ciencias de la Comunicación y Psicóloga Social. Participa en los talleres de Siempre de Viaje y en los eventos de Viajera Editorial desde el año 2012. Forma parte de la Antología compilada por Virginia Janza, Tetas. Historias de Pecho (Textos Intrusos 2015).

-Publicó "Intemperie". Por Viajera Editorial. 2016.

-Su libro infantil-juvenil "Mis vendavales" ha sido publicado por Editorial Peces de Ciudad en 2018.













El encantamiento*



Tenía la casa llena de ratones. Había probado con raticidas, pesticidas, empresas de fumigación y todo lo que se le había ocurrido. Cuando ya estaba por poner la casa en venta vio un anuncio en el periódico: "Se vende gato encantado para limpiar casas con ratones".
Pensó que era una broma pero, en su desesperación, llamó para informarse. Una señora mayor le contestó al teléfono y, sin apenas darse cuenta, había cerrado el trato.

Subió al coche, y cruzando la ciudad, ya en las afueras, se detuvo delante de una casita de apariencia humilde. Tomó el caminito que iba hasta la puerta y antes de que llamara, salió una señora menuda, con la cara llena de arrugas y ojos amables, que llevaba un cesto en la mano donde presumiblemente estaba el gato. Cobró lo estipulado y desapareció detrás de la puerta.
El hombre regresó a su casa y abrió la cesta. De ella salió un gato parduzco que inmediatamente se puso a su trabajo. En tres días no quedó un ratón.

El hombre estaba tremendamente satisfecho, pero al cuarto día, como no quedaban ratones el gato no tenía comida y tuvo que ir a comprar pienso para felinos. En cuanto el animal probó el pienso se desencantó convirtiéndose en un apuesto príncipe.

El príncipe se quedó a vivir en la casa porque se sentía muy a gusto, pero la casa volvió a llenarse de ratones. Desde entonces, todas las mañanas el hombre y el príncipe leen todos los anuncios del periódico.



*de Joan Mateu. joan@cimat.es













*


Con tus ojos de azul profundo
Llego a las fronteras del universo
En ellos viajo por lugares de infinita belleza
Colmada de alegría y entusiasmo
Allí transito enérgica y sin tapujos
Por los océanos de tus mares
Intrépida y sin oleajes de temor
Transito las aventuras de sumergirme
En los colores del arco iris
Y vuelo por lugares que conozco
A través de tus palabras, tus experiencias.
En ese azul tan intenso que endiabla tu mirada
Posa en mi piel
Un pentagrama inusual y poco frecuente
Es el tibio color de tu mirada
La que exorciza el infierno de recuerdos
Entre tú y yo
La distancia mece la monotonía
Con una sinfonía de románticas luces
Y aquí estoy yo
En el fogoso vapor de tus imágenes.














Saudades*



*Por Miriam Cairo.




Cuando fui amaneciendo, cuando me iba alzando a la vez que la noche se cerraba con siete llaves, me recosté sobre el muro. Metí los dedos entre las grietas y me quedé allí, tibiamente apoyada sobre palabras irrepetibles. Luego, trepé hasta el árbol y descansé en un nido o una cáscara de nuez esperando otro giro del mundo.
Cuando fui caracol tenía deseos de pasarme la vida averiguando por qué el corazón de las flores me palpitaba en la garganta y por qué la noche era la capital de mi cuerpo. Pero, sobre todo, cuando fui caracol, me gustaba ir abajo por debajo, recorriendo las galerías oscuras, al tacto, y construyendo el diagrama de la soledad y de las sombras.
Cuando fui libro, inventé un rumor que siguió murmurándose de un modo tan hermoso que el viento se quedó sin alas. Las palabras no creían que yo fuera libro porque tenía manos, labios, ojos, piernas. Pero las palabras y los ojos, y las manos, y las piernas no importaban. Yo era el libro que había creado su rumor de anémonas desnudas.
Cuando fui sueño acerado en el respaldar del gladiolo, pude articular esa palabra desarticulada, y los poros se dilataron en el parpadeo. Las cosas venían de todas partes, y si no venían yo las buscaba en alguna página del libro que había inventado su rumor desnudo. En algún lugar, allá arriba, las esferas de los relojes y los planetas abrían los atajos por bruma, por amor y por sombra.
Cuando fui la figura del árbol, y no el árbol, cuando me uní otra vez a las alturas, un color desmentido brotó de la inspiración de las hojas como una constelación de soles. Un fugaz deseo de tempestad azotó las ramas y dejó una mancha mojada en la tierra. Al borde de mi figura se iban juntando los pájaros que eran figuras de otros pájaros, que se sostenían en las ramas de mis dedos, que eran figuras de mis manos.
Cuando fui noche, algo acudía al centro de la oscuridad y yo me ponía terrible de tanta calma y tanta dulzura. Siendo noche estaba a punto de encontrar un pequeño lugar solitario propicio para que los peces me cruzaran de lado a lado, pero fui sorprendida por el colmillo de la luna que rasgó la madrugada y se fueron los peces.
Cuando fui atrás sentí entre las piernas lo que había aprendido con el alma. No era por ahí, seguramente, por donde pasaba la memoria pero ese lugar era tan imaginario como éste. Un pino caído obstruía el paso de la noche cargada de fantasmas.
Cuando fui siempre el nunca me perdió de vista y señaló los límites en vano. El tiempo surgía del fondo de un canasto lleno de manzanas. El tiempo y yo nos parecíamos. Por entonces, habré tenido más o menos diez años de edad, que es la edad en la que una se da cuenta de que ha sido siempre.
Cuando fui dragón, habité detrás de un cortinado de flores de fondo blanco porque todos creían que yo era un prodigio, una realidad que nacía de los cuentos. De aquella época, no recuerdo nada más que una lágrima y una canción muy suave que sonaba en la radio.
Cuando fui flor de pétalos satinados y me colocaron dentro del libro, entre esas páginas, creí que nunca más volvería a ver la luz del jardín, que la luna entristecería, que las violas y los crisantemos soltarían lágrimas desde las corolas. Imaginé un fúnebre cortejo de hormigas, un coro de abejas, un dolor de hierbas, pero nada de esto ocurrió. Porque un libro no es una sepultura.
Cuando fui musa andaba por el mundo encendiendo los cielos que acaban de apagarse. Guardaba entre las piernas el lenguaje prohibido y una lámpara demasiado intensa. Noche tras noche cargaba mi barca de sueños y los llevaba, irresistiblemente, de orilla en orilla. Hice lluvias, amasé nubes, poblé el río de pájaros y el aire, de peces. Y todo muy simplemente...

















*


No hay una orilla en la verdad

todo es un inmenso, infinito mar
se puede oír la oscuridad

respira a mi alrededor
tal vez sean rezagos de resplandores
en esta noche sostenida y frágil.

No hay una orilla en la verdad
porque es redonda y brillante. Como esta luna de sal.


*De Miryam Colombotto Seia. miryamseia@cablenet.com.ar













 Árboles madres*


Cuando Kalman era un niño pequeño creía que las aves nacían de los árboles.
Ellos eran la gran madre que los cuidaba hasta que pudieran volar, ir y volver a los mismos u otros árboles madres.
Más grande le explicaron que aves y árboles pertenecían a tipos distintos de seres. El se negó a aceptar explicaciones razonables.

A veces -como obstinados niños- hay que ir en contra de la evidencia científica...



*De Eduardo Francisco Coiro.











*


Cada uno tiene un límite de cosas que puede afrontar. Pero ese límite uno está muy lejos de conocerlo. Generalmente es más ancho ese límite que el imaginado.


*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com





Inventren







Estación Plomer*




Plomer, me dijo. Campo, venir en el tren hasta acá, cambiar de andén y tomar otro tren de trocha angosta hasta Rosario.
No entendí demasiado bien las instrucciones, nunca le entiendo al Coiro demasiado de lo que trata de explicar. Empieza con cierta firmeza pero se va enredando, y por no preguntar mil veces me quedo con esas dudas pequeñas que finalizan en una nebulosa concentrada, blanquecina, clara batida a nieve.
Lo peor fue el tema de la vaca. Pensé que estaba bromeando, pero el tipo no entiende lo que es un chiste. De veras, se queda en suspenso y parece que no escuchó pero es que no entiende los chistes. Ansiosamente me decía que el tío estaba en el limbo pero que al limbo lo cerraron hace varios años, y que ahora con el tema del infierno… y ahí se detenía con una mirada significativa, como si una pudiese sacar algo de ese galimatías. Ahora con el tema del infierno…
La cosa es que había una vaca en San Sebastián, que fue del tío o no, no sé, una vaca que había que llevar en el tren desde San Sebastián hasta Plomer, y desde Plomer hasta Rosario, y algo tenía que ver con el infierno ¿Tiene que ver con el infierno por los cuernos? No se reía el Coiro, cuando está lanzado a alguna cosa no mira a los lados. Le dije que era imposible que el tren venga por el océano desde San Sebastián, y el Coiro me explicó que no, que no es la San Sebastián del País Vasco. “No mire, no es la San Sebastián…”
Si Coiro, claro, ya sé, es un chiste. Ja ja, entiende. Un chiste, como lo de los cuernos y el infierno.
Pasado un ratito buscando desesperado algo de qué aferrarse en mis palabras, en mis ojos, de pronto se reía, sin convicción. Estaba centrado en la idea de la vaca y el traslado. No había lugar para chistes, esto era serio. Es más, estaba garabateando un planito en su libreta, anotando todas las cosas accesorias que no me iban a prestar ninguna ayuda, y obviando lo importante con una capacidad de selección impresionante.
Yo por alguna razón me siento obligada a hacerle caso. Hace unos años le había entrado la urgencia de conocer a un amigo de internet. Me dijo que el hombre estaba enfermo, no me acuerdo muy bien de cómo me convenció, pero recuerdo el patetismo. En definitiva, conseguí la posibilidad de que nos llevara un amigo gratis, armé la valija, pedí días en el trabajo, pero en el último momento le dio la corazonada de que ir sería funesto, le dio dolor de estómago, le dio la urticaria, le dio gastritis, y me tuve que ir de vacaciones a un lugar olvidado de dios, sola, a conocer a un poeta del que no tenía noticias. Esas aventuras de otros que son una imposición por la poca voluntad o el exceso de empatía. Lo pasé bien al final, pero buena rabieta me llevé.
Yo en estos días tenía que ir a una ciudad cercana a San Sebastián, así que le dije al Coiro que le llevaría la vaca a Rosario. No lo puedo explicar, pero siempre me arrepiento después, ya tarde.
Cuando llegué a la estación de San Sebastián, una vaca estaba atada a una tranquera. No había nadie. Cosas del Coiro, los planes son confusos y más bien espiralados. Horror a las líneas rectas. La cosa es que mi amigo el camionero que me había llevado la otra vez a lo del poeta me dijo que pasaba por la zona, y que si yo quería en vez de esperar el tren podía cargar el animal y llevarnos hasta Plomer.
Yo acepté nada más que por no tener que lidiar con el bicho. No entiendo nada de vacas, y por más pacíficas que se vean me inspiran el temor de lo voluminoso. Son en general bien intencionadas, pero pueden tener ideas propias difíciles de prever detrás de esa mirada bovina inescrutable.
Subimos la vaca al camión. El camino fue agradable, con mate y bizcochitos de grasa.
El estado de abandono de la estación San Sebastián no me hizo sospechar, el estado de abandono de Plomer tampoco me dio indicio suficiente como para no descargar la vaca que se entregó, como yo, a un destino desconcertante.
Hace varias horas que se fue el camionero. Noté que la estación carece de personal, que los yuyos la sofocan, que no hay pasajeros ni horarios.
Según el Coiro debería subir al tren de trocha angosta a Rosario, pero aquí estamos la vaca y yo, ella comiendo pastito, yo llamando al Coiro que después de una hora me atiende, me dice que estaba en el super chino y me cuenta la lista de compra entre lo que figura una pomada para los dolores reumáticos, milanesas de pollo, lavandina.
Consigo atraer su atención hacia mi situación que se va haciendo cada vez más preocupante dado que atardece. Me pide que le cuente el estado del cielo, la forma de las nubes, si la trocha angosta es efectivamente angosta. Su voz es soñadora y se siente su satisfacción cuando describo el edificio, los rieles, las señales oxidadas.
El tren no funciona más hace años, me dice. Pero claro, quién puede no saber que ya no hay tren de trocha angosta a Rosario. Y me lo dice como si tal cosa, yo situada en territorio, metida de veras en el ensueño del Coiro, yo de veras con el olor a campo y con la vaca que acaba de restregar la cabezota contra un poste.
Qué ilusión me dice. Me dice que se vive de ilusiones y no se qué del limbo y del tío y otras cosas que no escucho porque entonces de dónde salió la vaca, y qué hago ahora acá en el campo en una estación abandonada con los chillidos de los pájaros que se van a dormir.
Qué ilusión, llevar una vaca, el tren, los alambrados, el pasado ferroviario. El limbo, el tío, el infierno, un revoltijo inconexo. Y yo acá que me robé una vaca sin saberlo, esperando el tren que no va a llegar nunca más. La brisa suave de la tarde, los pastos que cabecean y hacen olas tiernas, un rosado que gana los bordes de nubes barrocas.
Me animo a acariciar levemente la cabeza de la vaca. Me hociquea humedeciéndome la mano. Supongo que es una despedida, espero que el destino que le proporciono no sea peor que el que torcí con su rapto involuntario. La suelto en el campo sin poder sustraerme a hablarle como a un ser humano al que ya le profeso afecto. Me voy.
Cuando estoy haciendo dedo en la ruta, pienso que el Coiro ya debe de estar dormido en su cama, y estará soñando con historias sin principio ni final, sin sustancia, con la falta de lógica que las torne más ligeras, más tenues, menos cargadas de aristas filosas.




*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com







-Próximas estaciones de escritura:

KM. 55.  

En el recorrido del tren literario por Ferrocarril Midland:

  ELÍAS ROMERO.    KM. 38.   MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.   LIBERTAD.  
MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.    ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS. 
JOSÉ INGENIEROS.   MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.   KM 12.   LA SALADA.   
INGENIERO BUDGE.  VILLA FIORITO.  VILLA CARAZA.   VILLA DIAMANTE.
 PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.



JUAN TRONCONI.

En el recorrido del tren literario por Ferrocarril Provincial:

CARLOS BEGUERIE.   FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.  
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR OBLIGADO.  
ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.    D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.   
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.   LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.  ARANA.  GOBERNADOR GARCIA. 
LA PLATA.

***



InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar
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