*Foto de Noelia Ceballos.
El tren
de los sueños*
Aquí, en el tren de los sueños, las cosas
son un tanto diferentes
a los trenes que vos conoces. La diferencia
fundamental
es que entre el momento de partir y llegar
a algún lugar
los sueños se materializan.
El trámite es por demás sencillo. Una vez
que tenés el ticket
en el que constan esos detalles similares a
otros, debes ubicar el vagón que corresponde a tu sueño.
Unos carteles sobre los laterales los
identifican:
sueños de amor / de heroísmo / de guerra /
de aventuras / de gloria
de fama / de prestigio / de hazañas /
deportivos, etc.
Estos vagones siempre parten llenos y las
personas al bajar,
inflamadas de felicidad por haber obtenido
aquello
que
tanto se les negara,
me envían fotos de lugares exóticos donde
se los observa
con una sonrisa amplia en sus rostros
y el brillo propio de quien vive una
existencia plena.
Entre los casos más
notables ahora que reviso la caja de fotos
encuentro al
oficinista gris que es monje budista en el Tibet
al vendedor callejero
de golosinas que escaló el monte Everest
la jueza que escapó
con su gran amor a un pueblito en Italia
y atiende un kiosco, o
el caso de la chica más fea del barrio que se
convirtió en estrella de
Hollywood y rompió miles de corazones
desde la pantalla del
cine.
Así podría seguir enumerando varios más,
pero no tendría mayor sentido
ni agregaría nada sustancial al relato.
El que, sin dudas, es el suceso que hoy
recuerdo más extraño
es este que va a continuación y que tal vez
puedas ayudarme
a interpretarlo:
Una tarde cuando ya me
disponía a cerrar la boletería
y pensaba llegar
pronto a la cabaña, tomar mi caña de pescar
e irme al río llegó un
anciano que con voz casi imperceptible
me pidió un boleto
para cumplir su sueño
Pero algo lo llevó a hablarme de su vida, a
relatarme con detalles
lo que había hecho con ella.
No encontré nada llamativo, es verdad, una
existencia monótona
atiborrada de anécdotas comunes: familia,
trabajos, dineros ganados
o perdidos y finalmente la llegada de esto
que aquí veo:
la vejez
Le pedí, pensando en mis planes que fuera
al grano
que me dijera que clase de sueño era el
suyo
así lo emitía y me liberaba de mis
obligaciones cotidianas
- Hijo, me dijo
lo que necesito no es un sueño en
particular,
necesito una vida nueva o mejor dicho: otra
oportunidad
donde pueda volver a elegir, donde sea el
dueño de mi destino,
pero no a partir de ahora sino desde mi
juventud –
Me quedé callado, sin poder decir palabra
alguna
luego le expliqué que yo solamente vendía
sueños:
aquellos que no se habían concretado por
alguna extraña razón
pero que no poseía la capacidad de volver
el tiempo atrás
ni nada de eso.
El anciano me miró decepcionado, supongo
por mis palabras
y me soltó:
- Entonces, dame un
pasaje para cualquier vagón,
seré muy feliz al
estar entre gente que todavía sueña.
*De Andrés
Bohoslavsky. vladimirbeat@yahoo.com.ar
ANGIE*
Había que darle utilidad a ese banco
colocado entre la devastación pasada del tren Midland y un nuevo barrio de
casas que no termina de llegar hasta aquí. En una tarde de clima amable vine a
sentarme. Se hizo rutina. No es que no tenga nada que hacer en casa, tengo
mucho pero no tengo recursos para hacer lo necesario. La vida de un jubilado
pobre es esta.
Un día empezó a venir Don Pere con su
bicicleta desde Elías Romero, venía de juntar latas de aluminio por las calles,
se conoce que existía un deposito que se las compraba cuando juntaba cierto
peso.
Fue bueno escuchar la historia de vida del
hombre como algo inexplicable que lo había traído desde un cañaveral tucumano
hasta aquí. Hace un par de años cuando empezó la pandemia Don Pere desapareció
y no volvió más. La gente humilde se muere sin dejar noticias. Hay como 4 km a
Elías Romero. Suficiente para que se pierda el rastro de un hombre viejo. Por
lo que me dijo no tenía familia.
A partir de entonces me quedé solo en este
banco. Ya podía darle imágenes al pasado propio como si fueran trenes veloces
que pasan sin destino conocido. Lo más parecido a un tren es el ruido del viejo
lavarropas que se destartala con cada uso. El aparato ya casi no centrifuga. Cuando
decide centrifugar debo correr a sujetarlo porque la vibración lo desplaza por
el piso de la cocina hasta tirar del cable de luz y arrancar la manguera del
desagote.
Más agotador aun es tener demasiados
recuerdos que dejan preguntas incómodas: ¿cómo llegué hasta esta insensatez de
ser pobre y hacer cosas inútiles?
Adentro de casa me siento como un elefante
que se revuelca una y otra vez en los huesos de sus antepasados. Mis padres ya
son cenizas. Están las herramientas que sobrevivieron a sus manos fuertes
ejercitadas en la fábrica. Habría que hacer algo -que no sean mis improvisaciones
de remendador- con lo que mi padre dejó en el galpón.
Piezas metálicas, partes que perdieron su
totalidad. Sin remedio ni futuro se oxidan como mis aislados recuerdos.
-“Donna
e motori: allegria e dolori”. Ya lo decía en mi Padre en Italia, mientras
mi madre iba al cine a ver Miguitas en la
cama. 50 años después se emocionó cuando volvió a verla en televisión.
Cantó:
“-Tome Don Ceferino.../una copa de vino… /por
caridad...”
Todavía busco mi lugar en el mundo. De niño
quería ser astrónomo. Fue mi primera ocurrencia. Había algo fuerte en esa
elección temprana. ¿Indagar lejanías como observador solitario?
Allá el universo y su aparente silencio. Mi
vida se fue a ocupaciones diferentes, lejos de las estrellas que seguían arriba
mientras aquel niño que fuí dormía y soñaba.
Uno hace lo que puede con lo que tiene a
mano. Hace lo que sea para sentir que se está en la vida, no en un mal sueño
que se prolonga en cada amanecer. El sol se pone a mis espaldas. En invierno y
primavera se disfruta la tibieza del sol. Luego uno se quema aquí como un pollo
de rotisería. Con el calor vengo temprano en las mañanas. Cuando estaba
llegando al hartazgo de sentido aquí sentado descubrí a Angie.
Un día tuve que bautizarla. Tanto verla
pasar. Una mujer linda bastante más joven que yo. 20 años menos, quizá más. Va
a una plaza que se ve a lo lejos, cerca de la estación Marinos del Crucero.
Allí han instalado elementos para hacer gimnasia. Siempre a la misma hora la
veo.
Angie corre contra el
viento a través de los fantasmas de la primavera que se arremolinan en ocre y
oro.
Pensé en la canción de los Rolling. Nunca
supe el inglés. Quiero suponer que es una canción de amor o evocación de la
belleza que pasa inalcanzable. No hay foto posible. Es lo bello que solamente
se puede retener con el acento de una mirada.
Un día, camino a la feria del pueblo la
cruce detenida en la verdulería. Pude
ver como se iluminaban sus ojos. Eran faros muy claros de un color que no
sabría definir.
A partir de ese momento supe que estaba enamorado.
Aunque mi amor será condenado de antemano a la ilusión.
Nunca me animaría a decirle ni buen día.
Trabajosamente había logrado una pregunta para hacerle.
¿Existe el cielo de
los tímidos?
Aún me ignorara como a viejo loco, tenía
una posible respuesta:
“que sea en tus ojos”
*De Eduardo
Francisco Coiro.
https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar
PAÍS
DE AUSENCIA*
Estoy en el rincón de las cosas perdidas.
Perdida alma. Alma perdida.
Quiero decirte que siento nostalgias de ti.
Que se me vuelven los pasos de extrañarte.
Que soy una ojera que camina.
Que soy un ojo seco y una mirada húmeda.
Daría todo lo que tengo por estar contigo.
Por supuesto- tú lo sabes, elegiría el
mar-.
Puede ser en las dunas. En el acantilado.
En los tugurios donde se juntan los
marineros con las putas.
Daría todo. Todo. Lo que más amo.
Daría mis libros. Mi colección de cajas.
Mi cama-tu bien sabes cómo quiero mi cama-
Mi computadora. Mi elefante de ébano.
El rosario de la abuela.
Mi anillo de amatista. El caracol de mar.
Fíjate, hasta daría el sombrero de paja,
cinta azul.
Solo una noche amor.
Te preguntaría tantas cosas.
Recorrería con la yema de mis dedos las
marcas de tu ausencia.
No, no me importaría llegar a la cima.
Sería tu nana, tu nodriza. Tu hermana.
Me volvería pasionaria. Junco. Jarillal en
flor.
Mordería tu silencio y tu grito.
Anegaría el huerto con tus ojos moros.
Miro hacia fuera Es verano y los brotes
explotan.
Sin embargo tengo frío. Tengo frío de ti.
¿Recuerdas nuestras calles?
Son ahora, una larga avenida de lamentos.
Tampoco está la luna.
A medida que escribo los dedos se adormecen
Adormecida, alma.
No sé si es nochería. Llovizna Ausencia.
No sé si vivo porque muero.
Pero me duele el frío.
Hasta los huesos, amor. Hasta los huesos.
*De Amelia
Arellano. amelia.arellano01@gmail.com
L *
Llegué a la estación cuando estaba cayendo
el sol. Restos de comida esparcidos por el piso, paquetes de basura, botellas
de plástico vacías testimoniaban que antes alguien había estado allí. ¿Fue
acaso muy concurrida? ¿Hubo una feria? ¿Autitos de juguete? ¿Una niña corriendo
a los brazos de su madre? ¿Castillos en el aire?
Todo eso hubo y más, que no vi, porque
llegué cuando el tren había partido. Lo adiviné diluyéndose en el horizonte,
mientras el andén se volvía gris, el monte se hacía cargo de los rieles, las
vías eran lentamente abrazadas por la maleza. Y dejé que la hierba creciera en
mí.
*De Esther
Andradi. esther@andradi.de
-De su libro Sobre Vivientes
-Simurg Buenos Aires 2001.
-teamArt Zurich 2004.
PRIMER
ÚLTIMO TREN. EL TREN*
El tren no se detiene jamás, por el fuera
las cosas carecen de realidad. Sólo hay aquí el ritmo de los sacudones
constantes que ya no se sienten, el ruido que forma un continuo, el olor de los
vagones y la gente sentada eternamente, comiendo de envoltorios que terminan
arrugados en los pasillos.
Yo camino buscando ese cine móvil, que se
mueve porque el tren se mueve y se mueve porque sorprendentemente aparece a
diferentes distancias de la locomotora, que, como el vagón de cola, son los
hitos inmóviles que a la vez se desplazan.
Encuentro la puerta que comunica con la
oscuridad. La película de ahora es japonesa. Ya ha comenzado, jamás logro ver
los títulos de inicio, siempre los finales.
Hay gente en un enorme edificio rodeado por
el otoño. Los jardines son memorables, tienen esa sutileza oriental en el
dibujo de las ramas tenues sobre cielos blancos.
Las personas, lo adivino después, están
muertas. Han llegado a un lugar de tránsito donde deben escoger un instante, el
instante más feliz que hayan vivido, para pasar en él la eternidad. Tienen un
tiempo para hacerlo.
Los vemos recordar, buscar, debatirse entre
instantes afortunados. Hay quien fue un mujeriego desapegado, pero decide que
la eternidad será un momento con su familia. Hay el joven desdichado que no
puede recordar un solo momento de felicidad plena, pero descubre que puede
pasar la eternidad en el recuerdo dichoso de otra persona, esa otra afortunada
persona que fue feliz gracias a él. Y hay una ancianita.
Hay una ancianita, una viejita que no
escucha lo que le dicen, que no responde, que en un momento hace callar a su
instructor para poder oír el bello canto de un pájaro que llega por la ventana.
Ancianita japonesa, minúscula viejita de manos de niña, levanta el dedito y
señala la ventana, para que el joven calle y se dibuje en amarillo el trino que
llega de afuera. Recoge piedritas en el jardín, y las coloca sobre el
escritorio notando la belleza de esas simples piedras tan poco valiosas para la
mirada del hombre que la estudia con aire preocupado.
Y el hombre estudia a la ancianita, a la minúscula
viejita de rostro de muñeca cuarteada, hasta que descubre lo evidente. Dice que
pensó que sería la más difícil, y es, en cambio, la más simple. Ella ya ha
escogido en qué lugar pasar la eternidad. Lo ha escogido desde antes de morir.
Como casi todos, se ha vuelto a la infancia, donde la absoluta y plena
felicidad es posible.
Y dónde, me pregunto, adónde elegiría, yo,
detener el tiempo para siempre. En qué lugar, me pregunto, pasaría yo la
eternidad. Cuándo fue el momento de felicidad que desearía proyectar en el
presente absoluto, futuro y pasado fundidos en un único instante continuo.
El tren se aleja, o se acerca. El tren
sigue su marcha traqueteante por la llanura mientras pienso esto, sentada yo en
una butaca de un vagón en penumbras.
Me sobresalta la carcajada de Oliver Reed,
que ha muerto; la sonora carcajada de Oliver Reed que ha vuelto hacia atrás la
cabeza, me mira con fijeza y súbitamente, bruscamente, brinda por mí bebiendo
del pico de su eterna botella siempre llena.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
*
Tendremos que
vaciarnos para comprender
nuestra capacidad de
alacena de verano
Que la memoria es una
droga selectiva como impune
Que nada somos sin la
ropa con la que adornamos los recuerdos
Que no importa cuán
lejos haya algo más que nuestros huesos
Solo somos el espacio
que dejamos
Tras el movimiento
articular de desnudarnos para elegir
Otro lugar donde
abandonar
Una vez más
Las inútiles
vestimentas
*De Marcela
Lokdos.
Los
invisibles*
El viejo guarda don Antonio los sorprendió
con la noticia: el tren se queda en Apeadero km38.
-Acá!! en medio de la nada. -Fue el grito a
coro estridente.
En aquel tren viajaban el equipo de futbol
de Independiente de Araujo con su hinchada hasta la estación Libertad para
jugar un amistoso con Midland.
Midland venía de perder 5 a 2 con el club
Atlético Piraña en el que ya se destacaba el juvenil “chirola Yazalde”.
Jugar con Midland que estaba afiliado a los
torneos de la asociación del futbol argentino era para el pequeño pueblo de
Araujo un día épico irrepetible.
A Independiente de Araujo con su hinchada los
llamaban “Los Invisibles”. Eran muy pocos, a veces no superaban al equipo de
cancha con suplentes incluidos. Esa vez habían colmado la capacidad del tren.
-A pocos metros de aquí existe una estación
del futuro llamada “Marinos del Crucero General Belgrano”. Deben bajarse ahora,
con caminar algunos kilómetros llegarán a la cancha de Midland a tiempo para el
partido. La explicación del guarda les pareció un imposible de aceptar.
-Y si nos quedamos? Dijo con tono
desafiante Domingo, panadero del pueblo y presidente del pequeño club.
-Van a la nada. A la invisibilidad
permanente con este tren que se desvanece antes de la próxima intermedia que no
es Libertad donde quieren bajar.
*De Eduardo
Francisco Coiro.
https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar
Próximas estaciones
por antiguo ferrocarril Midland:
MARINOS DEL
CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD.
-Final del recorrido
literario por el Ferrocarril Midland-
En Libertad, la antigua sede de los
talleres ferroviarios estará terminada la aventura literaria del antiguo
Midland. Desde Marinos –una estación relativamente joven- hay un tren real –el
Belgrano Sur- que puede recorrerse hasta Aldo Bonzi en el tramo original del
Midland para continuar por las vías que fueron alguna vez del Compañía General
Buenos Aires para hasta la estación Sáenz con futura extensión hasta Plaza
Constitución.
Desde km 12 hasta Puente Alsina el
recorrido está suspendido y por tramos la vía ocupada.
Queda renovada la invitación a participar
en las tres últimas estaciones del Midland. Que la utopía del tren literario no
se detenga y haya fuerza demencial literaria para seguir adelante con el
extenso recorrido del Provincial. El cierre del Midland se acompañará en
sucesivas ediciones con escritos de los amigos que han participado en esta
hermosa aventura.
InventivaSocial
Plaza virtual de
escritura
-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco
Coiro.
Blog histórico &
archivo:
https://inventivasocial.blogspot.com/
https://twitter.com/INVENTIVASOCIAL
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