*Foto de Noelia Ceballos.
GRITOS*
Se pueden ver las carretillas que llevan
los desperdicios
de la luz. Un mundo fuera de foco,
abstraído,
extraño.
Los perros fuera de foco que llaman a
presas de otros mundos,
los cazadores que cazan
huecos para llevar
a sus casas.
Nada en su sitio.
O tal vez cada cosa conservando
empecinadamente
la obstinación
del sueño.
La oscuridad verde sobre el blanco, los
cristalizados
gritos. La historia impersonal de todos
y de cualquiera.
Hay un momento en la tarde, un exacto
momento
en que las cosas se tuercen
y de a poco,
como si nada,
empiezan lentamente
a despeñarse.
(La ilusión de la vida es quebradiza y
tiembla).
*De Liliana
Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
-De su libro CAZADORES EN LA NIEVE, Letra
Eme, Buenos Aires, 2014-
Esa planta*
Esa planta salvada por mí apenas antes de
morir
seca detrás de un vidrio sin agua y
desfallecida
por la luz de un sol que le llegaba con la
potencia
de una lupa, produce brotes de seis o siete
hojas,
nunca cinco y jamás ocho, yo me pregunto
qué es
lo que decide que la cantidad sea de seis o
siete,
es evidente que la planta no sabe de
conjuntos
pares e impares, y por qué hojas verdes
claras
y por qué verdes amarillas, por qué ocurre
que,
de un conjunto y sin motivos alguna siempre
se seca de manera parcial o completa, y por
qué
las hermanas vecinas persisten rozagantes,
qué
no alcanza para todas, cuál actúa con
egoísmo,
por qué claudican unas, por qué resisten
otras.
Trato de ser con ella un Dios prescindente
y la planta no me implora ni me maldice
y no hay, que yo sepa, ninguna deuda
ni pecado ni conducta punible,
y, sin embargo, la injusticia
persiste y no se extingue.
*De Horacio
Rodio. horaciorodio@hotmail.com
CANCION DE ADIOS*
Toda la noche ha silbado y no es el viento.
Ha recorrido en silbos circulares tu
cuerpo.
Sé que vienes del miedo.
El zorro te ha orinado y atacada has sido
por los cuervos.
No temas, tu pelambre de hembra está a
salvo.
En mi sangre hay un oscuro navío escondido
Creí que tu sangre crecía como savia
Cada púa tuya me confirma que eres solo
carne.
Ya es tiempo de dejar la estación del
apenas.
-No debería, no; no debería existir el
apenas-
- La mentira no debería tener patas cortas-
Los brotes ya borran la plenitud del
rastro.
Es tiempo. Tiempo que se va y no vuelve.
De enterrar la locura. Dejar crecer la
hierba.
Cerrar de nuevo, la Caja de Pandora.
No obstante el payaso llora y ríe.
Es la hora del verbo, del temblor y del
adiós.
Falacia. Invención. Humo de hierba. No
importa ya.
Salivaré, de tus flancos, las púas.
Mordisquearé. Una a una hasta morir.
Hincaré los dientes en tus hombros.
Lameré la humedad de tus diversos rostros.
Beberé de tus clepsidras plenas.
Treinta esperas y ciento ochenta
estaciones.
Consecutivamente. Una vez, otra vez más.
Luego, amor, te dejaré partir.
Vos y yo seguiremos jugando al camino
solitario.
Mas, lo sé.
En tus oídos, ámbito del ultrasonido de mi
pena.
Esta canción de amor, no morirá. Lo sé.
*De Amelia
Arellano. amelia.arellano01@gmail.com
EN LA TIERRA DE
LOS HOMBRES Y LAS MAQUINAS*
Mi casa ya no tiene memoria
pero habita debajo de mi piel,
donde el aire tibio del verano
avanza, apagando los jazmines
porque llega la navidad.
“Son piedras” – dice el demoledor,
ordenando a la cuadrilla
la desmantelación total
de la historia familiar,
el genocidio de todas las fiestas,
la deportación absoluta
de cada azulejo, destinado
ahora a engrosar
los depósitos gigantescos
de la empresa de demoliciones.
“Son piedras” – dice el capataz,
mientras todos los deudos
al unísono, tiramos
desde la vereda de enfrente
los claveles más blancos
que encontramos
en la tierra de los hombres
y las máquinas.
*De Jorge
Palma. jpalma@adinet.com.uy
*
Es este
breve tránsito
la vida.
Pasos
huyendo
hacia la eternidad.
Extraviarse
una
y mil veces,
con la brújula inútil
como un talismán.
Ay, qué sabios
somos
cuando somos soledad.
El horizonte es ancho
cuando,
perdido el rumbo,
se elige una estrella.
Y se comienza a andar.
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
- Mariana
nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City
Bell. Publicó: Cuadernos de la breve
ceguera (La Magdalena 2014). Jardines,
en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015) La hija del pescador (La Magdalena, 2016). Piedras
de colores (Proyecto Hybris 2018). El
orden del agua, GPU Ediciones (2019)
-Su libro MADURA, ha sido editado por Editorial Sudestada (2021)
-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria.
El en
sí de las cosas*
Vuelvo de una noche aniquilada de sentido,
y me siento en la cama como un autómata
sin un control que me guíe. Caen mis pies
y encuentran las pantuflas por su cuenta.
Allí empieza mi batalla diaria por existir
para que lo real solidifique el vacío ciego
de la oscuridad. En el medio de la cual doy
cuatro pasos vacilantes sobre un piso que
nunca es la causa del titubeo que me tira.
Caigo en un mueble que surge del recuerdo
con esa fidelidad de objeto exento de duda.
Estiro la mano tanteando y siento la arista
siempre firme y leal del marco de la
puerta,
suavizado en sus repetidas capas de
pintura.
Vería manos de color marrón sobre marón,
si encendiera una luz artificial y
repentina
que revele el mundo que estoy regresando
desde el pasado al presente y proyectando
a un mañana posible. Soy en ese momento
el náufrago que besa la arena de la isla.
*De Horacio
Rodio. horaciorodio@hotmail.com
*
La locura enreda los pensamientos como en
el sueño. La odiamos porque cuestiona nuestras verdades, mandatos,
convicciones. Porque odiamos cualquier enfermedad y más la del centro del
cuerpo que es el cerebro y porque tememos volvernos ajenos, otros. La odiamos
como hacían los griegos porque es "hybris",
desmesura, barbarie. La expulsamos como si fuera materia de endemoniados, como
si hiciera peligrar nuestra vida. La escondemos como algunos animales ocultan
sus deyecciones. No queremos ni oír sobre ella, ni mirar a quienes la padecen o
gozan. Los poetas, sin embargo, prestan un oído más fino y descubren otro mundo
irreconocible, un excedente de sentido. Y porque poesía, arte, música es
delirio, perturbación, aguja sobre la piel del mundo.
*De Liliana
Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
Inventren
https://inventren.blogspot.com.ar/
Estación
Riachuelo*
A Martín Rébora
*Por Alberto
Di Matteo. licaldima@gmail.com
La madrugada se hacía sentir fría y ventosa
dentro de los sucios talleres ferroviarios. Marcos Reed, camarógrafo
free-lance, sabía que resultaría inusual aquella incursión planeada por Luis
Quintana, un singular productor televisivo que ya le consiguiera varias
“changuitas” en el pasado. Aunque nada le permitía presagiar esa noche, a bordo
de esa vetusta locomotora diésel, lo que acechaba desconocido, más allá del
faro frontal que horadaría la noche.
A Luis Quintana, sus amigos le decían
Droopy, aquel personaje animado que solían proyectar junto con Tom & Jerry,
porque siempre aparecía de improviso en todos lados; además, era un loco de la
guerra. Mucho más que Marcos, lo cual ya era mucho decir… Recién un par de días
antes, y vaya a saber dónde, Droopy había conseguido el contacto para realizar
aquella travesía: filmar las villas miseria cercanas al Dock Sud, únicamente de
noche, a fin de rodar las tomas iniciales para una serie de documentales referidos
a la marginalidad urbana.
El asunto olía un tanto turbio. Droopy
trabajaba cual mercenario para quien pagase, sin importar el producto obtenido,
por lo que las condiciones de trabajo podían ser harto azarosas. Tampoco
quedaba claro a nombre de quién operaba tal ramal, escondido y casi clandestino.
Sin embargo, Marcos no se acobardó. Muy por el contrario, el detalle le daba a
dicha incursión un sabor muy excitante. Además, necesitaba cobrar cuanto antes.
Las deudas se agrupaban a su alrededor al riesgo del infarto.
Gastón Robles era el nombre del maquinista.
Al momento de partir, desde algún impreciso punto geográfico situado entre los
talleres de Lanús y Gerli, les puso un par de condiciones ineludibles: que
jamás lo enfocara la cámara, y que su identidad nunca fuese revelada en los títulos
de la nueva producción.
—Me juego el laburo, ¿viste? —fue su único
argumento.
Eran pasadas las dos cuando la ruidosa
locomotora se puso en marcha, rumbeando hacia las antiguas refinerías del Dock,
rechinando aguda sobre los rieles, cuyo mantenimiento se adivinaba casi nulo.
Remolcaba tres vagones, uno cargado y dos vacíos; Marcos y Droopy hicieron
silencio al respecto. Pero al acercarse a los cambios de vías cercanos al
Riachuelo, Robles les pidió que se agacharan dentro de la cabina de la
locomotora, para impedir que alguien los viera.
“¿Quién podría vernos, a esta hora y con tan poca luz, en este lugar de mierda?”, pensó Marcos, intuyendo también que el solo hecho de opinar de manera diferente al maquinista podía llegar a ser peligroso.
En la semipenumbra, Quintana y Reed
alcanzaron a divisar las sombras irregulares que identificaban a los
emplazamientos del caserío, levantado a la vera misma de la vía, donde entre
las precarias paredes de cartón y chapa apenas existían unos centímetros de
distancia respecto del paso de la locomotora. Aunque disminuyese la velocidad,
la máquina atravesaba aquel corredor conteniendo el aliento. A pesar de la
estrechez, Reed pensó que aquel detalle también hablaba de la persistencia de
aquel servicio ferroviario en la zona; de no ser así, la vía hubiese sido
ocupada también por dicha precariedad.
—¿Cómo pueden vivir así? —llegó a decir
Droopy, incapaz de creer dónde se encontraban.
—¿Cómo quiere que vivan? —respondió Robles,
como si la respuesta fuese obvia. —Empezaron a llegar en tandas, sin
importarles si había lugar acá para ellos, o no. Y así fueron levantando estas
casuchas, como pudieron. Mire, mire: a veces las ponen tan cerca de la vía, que
cuando vuelvo cargado y los vagones se bambolean, más de una vez me llevé puesta
una pared y arrastré todo lo que venía detrás…
—¿Gente también? —bromeó Marcos, ahogado
por la impresión.
—No. Cuando arrastro casillas, no. Pero me
pasó que de pronto se abra una puerta que da a la vía, y aparezca alguien
delante de mí. Imagínese: un viejo, anciano, que ya no puede orientarse, ni
siquiera dentro de su propia casa, se levanta de noche para salir al baño,
tantea a oscuras las paredes, llega hasta la puerta, abre. Y resulta que se
equivocó… Que la puerta que daba a la letrina común era la otra. Y sale a la
vía, a ese pasillito que se forma ahí al costado, justo en el momento en que
paso yo. Entonces, las luces lo encandilan, la sorpresa es tan grande, y todo
pasa tan rápido, que no llega a reaccionar, ni amaga a tirarse dentro de la
casilla. ¡Y “me lo llevo puesto” …!
—No me joda… —sonrió Marcos, incrédulo.
—¡Es la pura verdad! —afirmó Robles, mirándolo de costado, casi ofendido. —Si quiere le cuento pelotudeces que se cuentan por acá para que pongan en el programa. Pero me parece más justo que les diga lo que vivo cada vez que vengo, ¿no?
—Seguro, amigazo, seguro —terció Droopy,
palmeándole el hombro a Marcos para que se calle y escuche, sin arruinarle semejante
fuente de información.
—Ni le cuento lo que siento cada vez que la
locomotora tritura los huesos… —acotó Robles, con un susurro sombrío.
La visión del pasillo a través del
parabrisas o las pequeñas ventanillas de la locomotora, encajonando la vía,
parecía de una película de terror. La sola posibilidad de que se abriese alguna
puerta y alguien apareciera delante de ellos de improviso, a Marcos lo llenaba
de espanto. Supuso que podría sentir algo de adrenalina al estar inmerso dentro
de algo “clandestino”, pero esto superaba cualquier clase de expectativa.
De pronto, le pareció que aquel tren
nocturno aparecía en medio de la noche como una irrupción infernal, casi de
otro mundo, que quizá sirviera como “cuento del Cuco” que narraban los adultos
para asustar a los críos que vivían en aquel lugar y mandarlos a la cama, sin
que salgan de la casa. La idea le hizo sentir escalofríos, pero no por eso dejó
de filmar algunas escenas de aquella vía encajonada, ajustando al máximo
posible el lente de la cámara para utilizar hasta el último resto de luz,
material que quizá sirviera para ilustrar los títulos del documental.
Una vez que traspusieron aquel villorrio,
continuaron la marcha hacia el Dock. Los contraluces de la madrugada resultaban
siniestros. Y el viento, cada vez más helado, no ayudaba a que pudiesen
sentirse a resguardo del paisaje. El silencio se materializó entre ellos,
apenas fragmentado por los sorbidos sobre la bombilla del mate amargo, que
circulaba de mano en mano, cebado con una sola mano e inusual destreza por
Robles, mientras continuaba operando con su mano restante la palanca del
acelerador de la locomotora.
Al fin, luego de atravesar un ralo
descampado, y oliendo el característico aroma putrefacto del Riachuelo,
ingresaron en un ámbito de mayor pesadilla que el anterior. Las construcciones
ya no eran desiguales, sino que parecían armadas por opacos bloques de
material, aunque éstos no parecieran ser muy sólidos. Apenas se recortaba
alguna torre, último vestigio de las refinerías que solía haber desperdigadas
por la zona, antiguo reducto industrial de un extinto proyecto de país. Las
borrosas siluetas estremecían gradualmente a Marcos –dudoso respecto de lo que
continuaba filmando, a raíz de la escasa luz imperante-, aunque ni él ni su
productor se animasen a decir nada.
—¿Dónde estamos? —consiguió decir Droopy, venciendo
sus recientes temores.
—Supongo que para los planos del Municipio
esta zona ni siquiera está urbanizada —comentó Robles. —Los vecinos la llaman
“Villa Batería”, porque la construyeron como todas, con materiales en desuso. Y
como acá hubo una fábrica de baterías eléctricas, los bloques de las casillas
son eso: baterías en desuso.
Marcos y Droopy se miraron con espanto.
—¿Y la contaminación? —preguntaron al
unísono.
—¿Qué contaminación? —repreguntó el
maquinista. —Los que viven en este lugar ni siquiera saben que esa palabra
exista.
“¿Sabrán que ellos mismos existen?”, se
estremeció Marcos. Y la sola idea de imaginar la clase de gente que pudiese
vivir en un lugar así, expuesta a los venenos y las radiaciones, desarrollando
quizá hasta mutaciones inconcebibles, le generó náuseas. “¿Se sentirán
desahuciados, respirando apenas mientras aguardan que les llegue la muerte, sin
proyecto alguno a futuro, o tampoco sabrán lo que ese concepto signifique?”.
El panorama resultaba desolador, aunque
quizá estuviese potenciado por la desbordante imaginación de aquellos hombres,
temerosos de ver aparecer entre las montañas de baterías corroídas y apiladas
cualquier silueta que pareciese deforme, incluso teñida de verde y con algún
ojo de más…
Robles avanzó otro centenar de metros y
detuvo la formación, haciendo chirriar los frenos y resoplar el motor. Delante
de ellos se extendían las oscuras y aceitosas aguas del Riachuelo, abundantes
en petróleo, carentes de vida alguna. Se hallaban cercanos a la desembocadura
en el Río de la Plata; aquella zona debería estar custodiada por la Prefectura
Naval. Aquel era el destino final de Robles.
—Pueden bajar y trabajar tranquilos —les
informó. —Yo tengo que esperar a que dentro de un rato llegue un cargamento,
hacemos el intercambio de mercadería, y nos volvemos por donde vinimos.
—¿Cómo lo traen? —preguntó Marcos, aunque
al terminar la frase sabía que había dicho una obviedad.
—Navegando —masculló Robles, mirándolo de
costado, casi apenado ante su ignorancia o ingenuidad.
Indagar acerca de la legalidad de aquel
cargamento resultaba casi una broma de mal gusto, por no decir una falta de
respeto. Droopy le hizo una seña, y ambos descendieron de la cabina,
transportando el equipo de filmación, mientras Robles encendía un Particulares.
—Estamos en pedo si pensamos hacer alguna
toma en este lugar —le advirtió Droopy. —Y más en pedo por haber venido sin
chequear en detalle las características del lugar. Que nos afanen todo sería lo
más suave que nos pudiera pasar.
—Ese es tu trabajo —se atajó Marcos.
—Sí, ya sé. Pero el Gordo me repudrió con
que tenía que traerle algo pronto para armar el programa piloto. Ni se me
ocurrió que nos íbamos a encontrar con esto.
—¿Y por qué no se lo vendemos a alguno de
estos tipos que hacen periodismo de investigación?
—Porque necesitamos algo más que esto para
hacer una denuncia, boludo. Y porque con esa VHS del año del pedo no vamos muy lejos
con la calidad de imagen.
Marcos miró la cámara que transportaba en
la diestra y volvió a preguntarse qué clase de tomas podrían hacer con esa luz,
sin quitarle “naturalidad” al paisaje cuando proyectaran los flashes de los focos
que cargaba en la mochila.
—Vos quisiste venir hasta el Infierno a
como diera lugar —le señaló a Droopy.
“¿Qué estarán contrabandeando?”, se
preguntó. Aunque la respuesta tenía el mismo grado de certeza que preguntarse
acerca del origen y destino final del alma humana: cualquier opinión era
válida, y carecía de importancia.
Hicieron un breve rodeo, sin alejarse
demasiado de la locomotora. El lugar les generaba bastante aprensión, casi como
si hubiesen penetrado en una casa abandonada, famosa en el relato de los
vecinos por encontrarse embrujada. Utilizaron la escasa luz de un foco de
alumbrado para filmar apenas un rincón de esa lúgubre villa, sintiéndose
vigilados por ojos insomnes. Sabían que debido a las pésimas condiciones de
filmación cualquier material que llevasen sería descartado de plano en la “isla
de edición”, pero preferían mantenerse ocupados antes que reconocerse
transitando por aquel lugar. Y menos aún pensar que los acechaban los
cuatreros…
La barcaza arribó a la media hora,
piloteada por un marinero hosco y extranjero. Descendieron cuatro hombres,
gruesos e inexpresivos, que los miraron con recelo. Marcos apagó la cámara de
inmediato, intimidado por aquellas miradas. Pasaron junto a ellos y abrieron las
puertas del único vagón cargado. Las cajas en su interior carecían de sellados
o etiquetas, al igual que las que comenzaron a bajar de la barcaza. Robles se
sumó a la tarea cuando terminaron de vaciar ese vagón; quizá también recibiese
un porcentaje, aventuró Marcos. De a poco, los tres vagones de la formación se
iban llenando con el transporte de la barcaza.
Y de pronto, la idea que tuvo fue tan clara
que le resultó la mayor obviedad que se le pudiese ocurrir en toda la noche.
Sólo faltaba que los misteriosos habitantes de aquel lugar les armaran un
piquete con las ruinas de antiguos chasis de automóviles sobre los rieles,
impidiendo la salida de la formación y “mejicaneando” el botín, para que toda
la escena fuese el fiel reflejo de la cruel pauperización a la que los
sucesivos gobiernos habían llevado al país. Un sistema carcomido por la
corrupción, una población indigente y al borde de la muerte, un horizonte
oscuro y sin atisbo alguno de futuro… Si no fuese por su constante y progresivo
escepticismo, podía haber llegado hasta a sentir náuseas.
Entonces volvió a encender la cámara, sin
que nadie lo notase –ni siquiera Droopy, absorto en el monótono ir y venir de
los changarines-, y filmó como al descuido, sin llevarse la cámara al hombro,
apenas enfocando con la lente desde la cadera, ignorando si alguna imagen
nítida podría llegar a tomar la película, pero con el pecho oprimido a partes
iguales entre la indignación y la naturalidad de una escena, que ocurría allí,
más allá de toda descripción o análisis. Deseoso de testimoniar algo, de captar
hasta el último detalle de una vivencia irrepetible, aunque supiera que tal vez
no sirviese para nada, salvo para llegar a dormir tranquilo el resto de las
noches por venir…
-Alberto
Di Matteo. Escritor por vocación, y psicólogo de profesión.
Escribe desde principios de su escuela
secundaria. Su papá le contaba cuentos (inventados por él) antes de dormir, y
de allí Alberto intuye que le surgieron las ganas de contar. Ha participado en diversos
certámenes literarios.
-Ha publicado en Inventiva Social cuentos
para la serie InvenTren en recorridos literarios iniciados en el año 2002.
Hace suyas las palabras de John Cheever,
"escribo para entenderme y entender el mundo".
Próximas estaciones
por antiguo ferrocarril Midland:
Apeadero KM.
38.
MARINOS DEL
CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD.
-Final del recorrido
literario por el Ferrocarril Midland-
En Libertad, la antigua sede de los
talleres ferroviarios estará terminada la aventura literaria del antiguo
Midland. Desde Marinos –una estación relativamente joven- hay un tren real –el
Belgrano Sur- que puede recorrerse hasta Aldo Bonzi en el tramo original del
Midland para continuar por las vías que fueron alguna vez del Compañía General
Buenos Aires para hasta la estación Sáenz con futura extensión hasta Plaza
Constitución.
Desde km 12 hasta Puente Alsina el
recorrido está suspendido y por tramos la vía ocupada.
Queda renovada la invitación a participar
en las tres últimas estaciones del Midland. Que la utopía del tren literario no
se detenga y haya fuerza demencial literaria para seguir adelante con el
extenso recorrido del Provincial. El cierre del Midland se acompañará en
sucesivas ediciones con escritos de los amigos que han participado en esta
hermosa aventura.
InventivaSocial
Plaza virtual de
escritura
-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco
Coiro.
Blog histórico &
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