*Obra de Claudia
Marting.
Rosario.
Argentina.
LA LUCHA DEL
PREJUICIO Y EL LINCE*
La casa es un
mordisco de silencio
Una lengua de
gato lame el invierno.
En el techo
aterriza toda la ternura del mundo.
Por dentro la
soga cuelga de un farol encendido.
... En el piso
de barro una mujer crucificada, reza.
Tiene tres
hijos, menos uno.
Uno es loco.
Otro está en la cárcel por robar un gato.
El tercero es
negro. El otro no nacerá en agosto.
Las brevas en
sazón. Ríos de leche.
Una víbora
voraz, ávida, insaciable, se acerca.
La casa es
mordedura y grito.
El hombre,
tiene ojos de lince.
La nieve solo
es algodón.
Es una espiga
de voces encendidas.
Una astilla
lastimosa de amor.
Una llave. Un
punzón. Una ganzúa.
Un talón
impoluto. Inatacable.
En el hombre
germina el huracán.
La pared se
abre y la fruta se ofrece.
El deseo puede
más que la muerte.
Rompe la cruz
en tres. La arroja al fuego.
Y bebe de las
maduras brevas.
El corazón es
trueno. Tormenta que viene del oeste
Late, palpita,
se contrae. Tan hambre. Tan vida.
No escucha el
susurro del viento entre los pinos.
Del viento
entre los pinos, el susurro.
*De Amelia
Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
EL DESEO PUEDE MÁS QUE LA MUERTE…
La llorona*
Cierta noche de
invierno, mamá y los otros llegaron a casa.
Por esos días sentía que la noche no era la alfombra del día,
tal como tío Alberto solía contar en sus emocionantes fábulas.
La infancia no me alcanzaba para diferenciar lo efímero de lo eterno.
Entonces arribó mamá sin previo aviso.
Los otros eran cuatro o cinco durante el día, pero crecían en la noche.
No era extraño recostarse con una centena y amanecer con un millar.
Era triste, claro, pero era la única manera en que mamá podía ser feliz.
Son como mis hijos pero etéreos, decía ingenuamente.
Los otros, en cambio, despreciaban a mamá.
Ahí va “la desgreñada”, susurraban a mis espaldas.
Ignoraban mis diálogos matutinos con las paredes de casa.
Cuando osé decirle a mamá lo que pensaban de ella, se enfadó.
Me mandó al infierno ida y vuelta, y me lanzó uno de sus típicos
adverbios de mar.
-Vete de casa, niña, ya eres grande. Déjame sola con mi muerte.
Desde ese día y hasta el fin de los tiempos, vivo llorando lágrimas truncas.
Por esos días sentía que la noche no era la alfombra del día,
tal como tío Alberto solía contar en sus emocionantes fábulas.
La infancia no me alcanzaba para diferenciar lo efímero de lo eterno.
Entonces arribó mamá sin previo aviso.
Los otros eran cuatro o cinco durante el día, pero crecían en la noche.
No era extraño recostarse con una centena y amanecer con un millar.
Era triste, claro, pero era la única manera en que mamá podía ser feliz.
Son como mis hijos pero etéreos, decía ingenuamente.
Los otros, en cambio, despreciaban a mamá.
Ahí va “la desgreñada”, susurraban a mis espaldas.
Ignoraban mis diálogos matutinos con las paredes de casa.
Cuando osé decirle a mamá lo que pensaban de ella, se enfadó.
Me mandó al infierno ida y vuelta, y me lanzó uno de sus típicos
adverbios de mar.
-Vete de casa, niña, ya eres grande. Déjame sola con mi muerte.
Desde ese día y hasta el fin de los tiempos, vivo llorando lágrimas truncas.
*De Leonardo
Pez. leonardopez@gmail.com
*
I
cómo se
construye una vida no es una pregunta
es un estado de
vigilia
una ansiedad
convertida en círculos
aunque ella no
piensa en círculos sino en dibujos sin hacer
en números que
se unen por líneas que
en este caso
desconocen la
ley de la secuencia
el dos no sigue
al uno y no hay modo de que lo haga
están los
espacios vacíos, la incógnita, el tono de una voz perdida
nadie la grabó
y, ¿sabés qué?
las voces no
quedan en la memoria como el olor de una tarde de diciembre, el
zumbido del
tiro que te parte la columna, el grito que congela tu nombre de
guerra en un
barrio que huele a mierda
¿reconocés su
voz? ¿podés escucharla?
ellos también
quemaron fotos y guardaron imágenes en calles de tierra para compartir con
nadie
y no la oyen
cómo se
construye una vida no es una pregunta
es un estado en
el que las dimensiones se comprimen
y el tiempo no
es más que un modo de ordenar la distorsión.
II
ella la ve
la vio esa vez
que prendió la ducha
y el agua vino
con olor a mierda
la ve gritando
el nombre de un hijo en el momento en el que la bala
le descose las
vértebras
pero no la oye
el hijo tampoco
por ahora sólo
juega con la sopa:
su cuchara da
vueltas como un avión sobre el agua.
*Poemas de Fernanda
Nicolini.
(Inédito)
Las vírgenes
fuman cigarrillos negros*
*Por Silvia
Beatriz Adoue.
Éramos seis.
Dos montoneras, dos “perras” (del ERP), una anarquista y yo. Éramos seis
militantes en la fábrica de lamparitas. Yo trabajé en la rueda dentada,
nueve horas poniendo un filamento en cada diente, y después en la soldadora de
punto. Normita trabajaba en el balancín. Patricia, Miriam, Alba y Flora lavaban
los bulbos. En la fábrica había 70 menores y teníamos dos baños.
A la salida,
íbamos por separado a un bar de Av. del Trabajo, con azulejos blancos, para
“discutir coyuntura”, preparar estrategias para la sindicalización de los
compañeros y hablar de hombres. Las relaciones de militancia para disfrazar la
amistad de chicas. Pedíamos leche con vainillas. Y los dos primeros puntos los
liquidábamos rápidamente para perdernos en el tercero: vamos a lo que interesa.
Fuera de Normita y yo, eran todas vírgenes. Y yo era la única que tenía
compañero y que no fumaba cigarrillos negros. Entonces, hablaba “desde la
experiencia” y así me escuchaban. Las feroces guerrilleras temían que les
doliera. Miriam alucinaba dolores indescriptibles y ningún placer. No había
cómo convencerlas de lo contrario. Normita, en cambio, cogía como si el mundo
se fuera acabar al día siguiente. Y se acabó, nomás.
Alba era la
única que cultivaba por mí una indiferencia minuciosa. Yo era invisible para
ella. Intermitentemente, entraba “en crisis” y no podía pensar en nada más que
en ella misma.
Patricia era la
más fea y la más abnegada. La ley de las compensaciones. Una tarde, después de
nuestra reunión, me dijo que quería hablar conmigo. Se tomó el mismo colectivo.
-Preciso
contarle a alguien y no puede ser de mi organización. Estoy enamorada de mi
responsable. Él es casado, pero la compañera no milita.
-¿Es recíproco?
-No sé... Pero,
el otro día, fuimos a hacer una pintada y él organizó para que los dos
hiciéramos juntos de campana en una esquina. Pasó un patrullero y nos besamos.
-¿Qué sentiste?
-Yo lo besé de
verdad.
-¿Y él?
-Creo que él
también.
El ERP, donde
ella militaba, así como todas nuestras organizaciones, era muy duro con esas
cosas. Pero yo sentía una gran compasión. Y dolor por lo siguiente: era la
presencia de la policía que autorizaba un sentimiento prohibido por la
organización. La clandestinidad dentro de la clandestinidad.
A la hora del
almuerzo, jugábamos al voley en la calle, frente al portón de la fábrica.
Normita no agarraba una pelota. La veía venir y se tapaba la cara con miedo del
pelotazo. Pero se aplicaba. Pedía: “tírenmela de sorpresa”. Un día, después de
perder la pelota, una vez más, defendiéndose de ella, se puso a llorar y salió
a caminar. La seguí.
-¿Qué pasó? ¿No
estás llorando porque no agarraste la pelota...?
-No es eso. No
entendés. Cuando tengo que tomar una decisión siempre hago lo mismo. Imaginate
si me pasa en un operativo. Voy a poner en riesgo la actividad y a los
compañeros.
Hicimos un
movimiento, por el que comenzamos por convencer a los compañeros que hicieran
una cota máxima de producción y que se distribuyesen lo producido para hacer
los partes diarios, para que nadie fuera presionado para producir más. Eso era,
además, para construir la confianza mutua entre los compañeros. Después hicimos
una campaña para la sindicalización, con el argumento de que todos debían estar
registrados y el registro sindical valía para el Ministerio de Trabajo. Y, como
éramos menores, no podíamos trabajar más de 6 horas (trabajábamos 9). La
sindicalización era muy difícil porque los dirigentes del sindicato estaban
vendidos y podían avisar a la patronal. Había que hacer todo muy rápido,
sigiloso y todo al mismo tiempo. Lo conseguimos porque Domingo, que trabajaba
en la sección lavado, era hijo de un dirigente del sindicato y le robó las
fichas para que sindicalizásemos a todos sin que la dirección se diera cuenta.
Ahí, Normita y Patricia fueron decisivas: se lo ganaron a Domingo. Conseguimos
todo.
Después de esa
lucha, yo logré entrar en la metalúrgica y perdí de vista a los compañeros. La
represión impedía el ejercicio de la amistad fuera de los ámbitos de
militancia, que eran muy reducidos.
Una tarde, en
el andén de la estación Villa Pueyrredón, la vi venir a Alba. Iba del brazo con
un muchacho. Los dos muy bien vestidos, pero ella muy flaca y demacrada, con
ojeras. Pensé que podría estar en un operativo y estaba disfrazada o que en una
de esas crisis había abandonado la militancia y se estaba dando la biaba con
drogas. En todo caso, me alegraba verla, saber que estaba viva, cuando cada vez
que podía hablar con un antiguo conocido nos cambiábamos los muertos como
figuritas. No podía hablar con ella. Por ella, por mí y por la actividad.
Cuando íbamos a cruzarnos hice un esbozo de sonrisa, sólo para que ella supiera
que me alegraba verla. Pero, como siempre, me respondió con un gesto
despreciativo y dio vuelta la cara para otro lado.
¡Qué rabia que
me dio! ¿Se pensaría que la iba a saludar? ¿Creería que yo no tenía la menor
noción de reglas de seguridad? ¿Qué le costaba sonreír o mirarme con cara de
paisaje? ¿Precisaba demostrarme su desprecio una vez más? En ese momento yo
pensé: “un día voy a encontrarte, cuando caiga la dictadura y te voy a pedir
cuentas por este gesto, vas a tener que explicarlo, porque es desprecio de
clase, cosa de gorila y las normas de seguridad son una excusa que usás para
ejercer ese desprecio”. Pensé las palabras. Se lo iba a decir así nomás.
Unos meses
después, encontré a Flora en un show de un Milton Nascimento borrachísimo.
Cantamos con él “María Fumaça”, “Oratorio”, “Qualquer maneira”, “Travessia” y
“Faca amolada”, las preferidas. En lo oscuro del show, en medio del barullo,
nos aproximamos, nos abrazamos y ella me cuchicheó al oído que había dejado de
militar, que tenía una hija y que quería que la visitara, me dio la dirección y
combinamos un encuentro.
Aquella tarde,
en el departamento de Flora, tomando mate, me fui enterando. Patricia había
muerto ametrallada junto con el compañero, en la cama, no les dieron tiempo a
levantarse (nunca supe si el compañero era aquel responsable que la había
besado fingiendo que la besaba). Miriam había estado dos años en la ESMA. A
Normita la fueron a buscar a la casa de los padres. Los golpearon y ellos, que
conocían el domicilio, no dijeron nada. Cuando llegó el hermano y vio cómo lo
golpeaban al papá, dio la dirección. Rodearon la manzana. En la casa estaba
Normita, embarazada de 8 meses, con el otro hermano y el compañero. Una
versión, de los Montoneros, dice que ella salió a la calle con dos granadas.
Trató de abrirse paso con una, que no explotó. Usó la otra para no entregarse
ni entregar a su hijo vivo. Otra versión, en cambio, dice que encontraron su
cadáver, las manos amarradas con alambre y con señales de tortura.
-Alba, por lo
menos, debe estar bien.
-No, te
equivocás, Alba está muerta.
-Me la encontré
en la estación de tren por mayo.
-En esa época
estaba secuestrada.
-Pero yo la vi,
con un compañero, muy bien vestida -traté de recordar la ropa, la situación...-
iban del brazo.
-Sí, dicen que
la sacaban, para que marcar gente. Entregó a muchos. Después la mataron. Miriam
contó que fue en junio.
Traté de
recordar la imagen... no iban del brazo, el muchacho la agarraba del brazo. El
gesto de desprecio cuando nos cruzamos fue para que no se me ocurriese
saludarla, o sonreírle, o mirarla.
*Fuente: http://www.marcha.org.ar/1/index.php/cultura/135-relatos/997-las-virgenes-fuman-cigarrillos-negros2
Sin título*
Extraño algunas
cosas,
Como la piel de
algunas personas,
Que ya, no
puedo tocar
¿Será que el
roce de alguna,
Me hará caer
entre los pétalos, una vez más?
¡No quiero!
No quiero vagar
sin rumbo en el desierto
Recibiendo a
cuenta gotas un beso que vale…
Lo mil besos
que arrastre conmigo,
Muertos, en mis
labios, que se secan
¡Ya no más!
Bellas pieles
rosas, juventud y miradas,
Sonrisas de las
mañanas
No dejen que
vuelva, a naufragar sin brújula
Entre los
pechos y las olas,
Entre los
brazos y la muerte
Entre el jardín
de rulos y la desolación compartida
Me quedo,
Con mis lianas
abiertas
Y en el fondo,
la estampida
*De Florencia
Mayra Gargiulo. florgargiulo@gmail.com
MITO*
Yo soy el
primer el soplo
que sobre la
superficie del océano se transformó en ave.
Yo soy el ave
cuyo vuelo palpita
en el corazón
de la montaña.
La montaña
cuyos úteros
dieron formas a los huesos
del primer
hombre.
El primer
hombre
en cuyas manos
los dioses tomaron formas,
formas,
sustancia de tiempo
en un espacio
predeterminado.
Yo soy el ave
cuyas alas se
extienden más allá
de la vida y de
la muerte.
*De Daniel
Montoly. danielmontoly@yahoo.es
*
Cuerpo
Casa
cama
barro
ventanas
que se abren y
se cierran.
Mi cuerpo tiene
ventanas.
las abro
y las cierro.
Elijo dar
sombra a partes de mi piel
luz a mi cara
cara con ojos
muchos ojos
Boca con ojos
boca que besa
con los ojos.
ventanas
en mi cuerpo
entero
ventanas
cama
barro
casa
cuerpo
cuerpo
desnudo
de mujer
mi cuerpo
tiene
muchos
ojos
lloran
me mojan entera
brotan
semillas
en mi cuerpo
desnudo
me descubro
fecunda
poblada
de agua
y
ojos
*De Paz
Bongiovanni pazbongio@hotmail.com
¿Cómo se vuelve
adonde no se estuvo?*
Por un círculo
virtuoso
o una espiral o
un cielito
Por ojos que
inventan transitoriedades
o la piel de
bilingües hermosuras.
En síntesis
no hay forma
posible de regreso.
*De Cristina
Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com
Credo*
Creo.
En la unión de
los semi-mundos de tus labios,
vínculo de todo
entendimiento en mi persona,
y en la
respiración de tu nariz, sobre mi nariz.
motor de
impulsos que enardece nuestra piel.
...
Creo.
En enviar
audaces y raudos besos mensajeros,
como flechas
terribles entre dioses y destinos,
a todos los
territorios recónditos de tu cuerpo,
fuente eterna
de toda inquietud y desasosiego.
Creo.
En la antigua
piedra imán de nuestras miradas,
el destello enardecido
atravesando mis venas,
y en el látigo
inquieto de tus atrevidas manos,
rodeando mi
espalda como un tentáculo ciego.
Creo.
En la latitud y
longitud del latido en tu pecho,
intersección en
la que pauso todos mis detalles,
y en la cálida
y diminuta oquedad de tu cuello,
reposo de mis
amantes caricias y mis silencios.
Creo.
Creo en el
espíritu de vino, de tu beso.
Creo en sentido
de descansar a tu lado.
Creo en la
comunión de los cuerpos,
en la tentación
de la carne.
y la celebración
del sexo.
Amén.
*De Jorge
Lacuadra. jorgelacuadra@hotmail.com
***
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