*Obra de Claudia
Marting.
Rosario.
Argentina.
ACUARELAS Y
LIANAS*
I
Aquí el amor
dejó sus huellas
en ciudadelas
azules
agazapadas en
el océano
... donde
inocultable
el corazón fue
blanco
de sus
acuarelas
y lianas
II
Me ahogaron los
amores.
La fuga de sus
labios
por mi boca
la cartografía
de sus dedos
en mi pecho
y al
desenterrar
sus auroras
las inevitables
gotas
de la tarde
me lloran con
pesar
de soledades
III
Observo el jade
de sus ojos
melancólicos
anudarse
a mis vaivenes
de apátrida
nocturno
por su cuerpo
Sus manos
buscando un
norte
soñado por mis
deseos
beben el licor
de los oasis
y esconde su
voz de Venus
en la música
del viento
IV
Su joven
espíritu oriental baila
un tango de
Piazzola,
funde los
cimientos
de mi amorosa
religión
a sus caderas.
Mis brazos
excavan rosas
de la boca del
olvido
con entusiasmo
de minero
para
construirle una estatua
en el boulevard
de mis
preguntas
V
Sé que se
marchará al Oriente
como hicieron
otras
y sólo veré
fugaz
la estela de su
estrella
besar la
nostalgia
de mis ojos.
El vuelo de una
grulla
recordará dos
trazos
ebrios,
fundidos
sobre el fondo
negro
de un papel
que dio
principio
a ese amor
itinerante.
*De Daniel
Montoly© danielmontoly@yahoo.es
SENTIRSE VIVO NO ES POCO…
PSIQUIÁTRICO*
Abrí los ojos.
Todo blanco. El blanco se extendía del techo a las paredes y llegaba hasta la
cama a través de las sábanas. Noté un picor en uno de los brazos. La vía, que
trataba de ocultarse tras los esparadrapos. Cerré los ojos; quería encontrar
las imágenes, pero solo había negrura.
La puerta de la
habitación se abrió. Una enfermera, me traía pastillas. Me preguntó qué tal
estaba y le contesté con un «estupendamente» raro. «Es-tu-pen-da-men-te». El
ritmo, la aceleración de las sílabas, que se repitieron decelerándose con un
tono de burla. «Es-tu-pen-da-men-te». Luego resonaba en mi cabeza en un modo
interrogativo que producía risa y el acento cambiaba de una a otra sílaba y con
cada cambio el significado variaba. Y yo frente a la palabra dicha, como si la
hubiera pronunciado otra persona, sacada de una conversación de la calle o de
una escena de alguna película en blanco y negro.
Necesitaba ir
al baño. ¡Qué coñazo! Con el suero a cuestas. Era un castigo, ese trozo de
plástico que se agarraba al brazo. Parecía succionarme; quitar en vez de dar.
Me levanté de la cama. Los músculos como si hubieran sido apaleados; me costaba
moverlos sin que doliesen. Con la mano derecha agarré el suero por la barra de
metal que lo sujetaba y fui arrastrando los pies hasta llegar al baño. Me bajé
los pantalones con lentitud. Una imagen me vino a la mente. Una mujer se
acercaba, parecía decirme algo al oído. Debía de ser gracioso porque no paraba
de reírme. Sentí dolor, bajé los ojos y vi su mano enroscada en mi pene. Me
echaba hacia atrás, dolía pero me reía; me hacía tanta gracia. Yo, contra la
pared, sin calzoncillos, los pantalones en el suelo. De la mujer solo recordaba
su pelo negro alborotado y unos labios carnosos de un rojo fuerte que se
extendía por toda la cara. Seguía en el váter. Antes de subirme los pantalones
del pijama, me fijé en el pene; estaba morado. Tiré de la cadena y cogí el
suero. Al pasar por el espejo, el reflejo de mi cara me inmovilizó. Unos ojos
saturados, como si lo visto se fuera derramando por los bordes y ya no pudieran
o no quisieran ver más. Las cuencas de los ojos muy hundidas, las ojeras casi
negras y unos pómulos hacia dentro, que resaltaban la mandíbula. Me alejé,
arrastrando unos pies que parecían ir sobre raíles en una vía de tren
abandonada. Fui hacia el otro lado de la cama. Dejé el suero a la derecha y me
senté en el sillón negro. Miré el líquido incoloro. Me asaltó la imagen de una
lavadora y mi cuerpo, diminuto, acurrucado, dentro. Y la lavadora daba vueltas
y vueltas, y yo repetía los mismos movimientos, veía la misma ropa y un
exterior tan irreal, tan alejado. En esta imagen alargaba la mano, como si
quisiera tocar algo de ese exterior. ¿Saldré de aquí?, me preguntaba. Y una voz
me contestaba que no, pero otra me decía, cuando te recuperes. Cerré los ojos
apretando los párpados con fuerza; intentaba acallar las voces. Las voces se
fueron alejando, pero ese «¿saldré?» zumbaba en mi mente.
Llevaba un rato
en el comedor. Miraba la comida. Trozos de carne grisácea, con grasa, y unas
patatas fritas que parecían de cera; rígidas como cadáveres. Me fijé en los
demás; tampoco comían. Las caras, nunca olvidaría esas caras. Los ojos, como si
los hubiesen vaciado, recubriéndolos con una capa de cemento transparente; ya
estaban seguros, allí nada podían temer. Y esas muecas histriónicas que
simulaban sonrisas. Esas muecas me producían ganas de vomitar, como si en la
pared de enfrente hubiera un espejo y constatase que yo también participaba en
ese juego diabólico. Un toque en mi hombro derecho me recordó que estaba allí
para comer. Contesté con un movimiento de cabeza y el tenedor se introdujo en
la carne escarchada de una patata. Me vi trepando una pared. Después, mi cuerpo
en el suelo. Encima del tejado un gato. Me daba rabia no acordarme bien de lo
ocurrido, tener huecos. El plato de carne y patatas seguía allí, como si se
burlara de mi suerte. Tengo que irme, me dije, pero ¿adónde?
Salí al
pasillo. Lo recorrí de arriba abajo. Luego entré en una sala pequeña, al lado
de los servicios. Había un hombre con barba sentado al borde de una silla,
balanceándose como si acunase a un bebé. No hablaba. Ya me había fijado en él.
Todas las tardes, a la misma hora en la misma silla. Si alguien se había
sentado allí, pataleaba hasta que le dejasen su sitio. Me acordé de la mujer
del mango de paraguas y el marco sin foto. Los llevaba siempre. En el comedor
trataban en vano de guardárselos; comía con ellos sobre la falda.
Me fui de la
sala. Pasé al lado de la escalera y un grupo de hombres y mujeres me pidieron
tabaco. «Un cigarrillo, un cigarrillo». Manos, muchas manos. Grandes, pequeñas,
oscuras, más claras. Ese agarrar y soltar. Las marcas del pasado. Lo que estaba
escrito en esas manos. Me apoyé en la pared, cerré los ojos. Cuánta necesidad
había allí de que les diesen; que les dieran y, cuánto más, mejor. ¿Soy yo así?
Preferí no contestar y seguir caminando como si nada hubiese ocurrido. Me
alejé, yendo hacia el otro extremo del pasillo. Al volver, algunos de ellos se
apoyaban en las paredes con desesperación. Los veía como si fueran bolos
esperando la inercia de una esfera que les hiciera caer; que la caída de uno
provocase la del otro, y, aunque supieran lo que iba a ocurrirles, esperasen
con indiferencia ese final.
Fui a mi
cuarto, cerré la puerta y me senté en el sillón. Mi cabeza giraba. Las ideas
iban y venían. Las imágenes, diapositivas de un viaje diabólico; un viaje en el
que nunca pensé que participaría. «¡Dios mío, qué hago aquí!», dije mientras me
cogía la cabeza entre las manos, apretando para que todo aquello muriera. Pero
ahora los dementes daban vueltas alrededor, como perros sabuesos en busca de su
presa. Unos ojos vacíos me miraban. Un hombre gritaba, «mi silla, mi silla».
Manos, muchas manos intentando agarrarme. Y yo, apretaba con fuerza para que
esas imágenes desaparecieran. Fuerte, cada vez más fuerte.
*De Eva
María Medina Moreno. relojesmuertos@gmail.com
Vuelta al
miserable*
Qué se cuenta?,
pregunta el miserable del otro lado del espejo
Que se lee y que se escribe, respondo con alevosía
Y no sólo eso, remato, que se vive
Y eso no es poco, sabe Usted?
Vivir como si se estuviera vivo no es poco
Sentir correr la sangre por las venas
Sentir el traqueteo del pulso, la sonata de los amigos
En el costado izquierdo de la historia
Sentir que el mundo corre, late y vibra
Y sentirse, a su vez, parte de ese latido que corre y vibra
Sentirse vivo no es poco, estimado miserable
Y eso, después de todo, es casi tan importante como vivir
Que se lee y que se escribe, respondo con alevosía
Y no sólo eso, remato, que se vive
Y eso no es poco, sabe Usted?
Vivir como si se estuviera vivo no es poco
Sentir correr la sangre por las venas
Sentir el traqueteo del pulso, la sonata de los amigos
En el costado izquierdo de la historia
Sentir que el mundo corre, late y vibra
Y sentirse, a su vez, parte de ese latido que corre y vibra
Sentirse vivo no es poco, estimado miserable
Y eso, después de todo, es casi tan importante como vivir
*De Leonardo
Pez. leonardopez@gmail.com
EL CURA RURAL*
"Del polvo
venimos y al polvo vamos...".
Repetía como
una letanía aquel cura rural mientras caminaba por entre los campos verdes en
los que, animadas por la incipiente primavera, ya apuntaban algunas amapolas.
Ya eran muchos
años de caminar por los caminos de tierra de pueblo en pueblo, para atender las
cinco parroquias que el obispo había tenido a bien asignarle. Él intentaba
llegar a todo, pero el trabajo a veces le podía y le agotaba.
"Del polvo
venimos y al polvo vamos..."
Hoy estaba un
poco deprimido por el servicio último servicio celebrado. Le había costado
llegar al fondo y su actuación no había pasado de discreta. Se miró los pies,
que iba arrastrando por el camino, repitiendo absorto:
"Del polvo
venimos..."
Sonrió, sin
embargo, al acercarse a la iglesia del siguiente pueblo, y más al ver a Lucía
que le esperaba sentada y sonriéndole. "...Y al polvo vamos",
murmuró.
OFRENDA*
Para la madre
de mi madre que partió un primero de enero
De un año que
no recuerdo
Es 1º de enero,
ella ha partido.
Esa ha sido mi
ofrenda.
... Invocando
la protección de Jano
He comenzado el
feroz camino del destierro
La comarca
sangrienta de las pequeñas guerras
Me ha
confundido el laberinto de las puertas rotas
El sol nace al
oeste y se pone en el este
Obsesionada y
solitaria como un tigre cebado
He dejado los
medanos amados en busca de los dioses
He hallado los
adioses
Luego de
atravesar fosos de lava y murallas de pirañas terrestres
He llegado a
las colinas de la misericordia con hambre y sed.
Me ha sido
negada el agua bautismal y el pan.
Luego de pasar
-y pisar- pilas de muertos
He descendido a
las antiguas catacumbas del miedo.
Se me ha negado
la purificación del fuego
Desangrada por
el Minotauro de los ojos azules
He ingresado al
laberinto de Cresa
He sido Ariadna
asesinada con mis propios hilos
Para cabalgar
en la rosa de los vientos
He matado a mi
padre y a mi madre.
Lo he logrado
Y auque una
gris ventisca me ha expulsado
De los ocho
puntos cardinales
Allí .Solo allí
me he encontrado.
En un iceberg.
Espléndido.
Mitad hombre
despierto, mitad bestia dormida.
En movimiento
eterno. Sin encontrarme nunca.
Encontrándome
siempre
Mostrando por
un lado, un cielo de dolorosas rosas
Escondiendo,
por otro un deseo de infernales ortigas.
Para ella un
enero de rosas y de espinas
*De Amelia
Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
ISLA CARMESÍ*
Tal como te vio
el cartógrafo francés
Ladeada
Cortaplumas del
Golfo
Palma
virgiliana
Palma de
Milanés en la llanura confusa de Matanzas. Isla deformada en el pergamino con
ribetes dorados. Llorar sobre el mapa. Jadear sobre el mapa. Poner ese
arabesco sobre el mapamundi. Buscar el lugar exacto como una pieza de
rompecabezas.
Isla carmesí
Dibujada hace
siglos
Ahora memoria y
azafrán que salta de un libro de historia y se explaya sonora como esos músicos
en la retreta del domingo.
*De Reynaldo
García Blanco. regabla@cultstgo.cult.cu
Cuentos
incompletos (y algunas cosas peores)*
*Por Miriam
Cairo. cairo367@hotmail.com
1. Se sabe que
una mujer infiel no se acuesta con su marido cuando se acuesta con el amante,
pero se acuesta con el amante cuando se acuesta con el marido. O no. Porque se
sabe que la mujer es de acostarse consigo misma buscando algo que el marido
perdió y el amante no encuentra.
2. Se sabe que
cuando habla, pasa la mano por debajo de las letras y las palabras se llenan de
asombro por muy banal que resulte la conversación. Cuando no es así, se dobla
los dedos y el silencio, como un rumor de ahogado, se extiende por longitudes
extremas.
3. Se sabe que
leer no es vivir. Y que vivir sin leer también es una opción. Pero se sabe que
lo realmente imposible es no vivir mientras se lee.
4. Se sabe que
una vez sonrió dulcemente y después volvió a sonreír y después abrió los ojos y
siguió sonriendo, y pasado el tiempo recordó cómo fue sonreír por primera vez
tan dulcemente mientras cerraba la ventana porque el viento arrastraba la
arenilla del mar, aunque se sabe que nunca vivió cerca del mar y que el viento
viene desde muy lejos.
5. Se sabe que
podría convertirse en una botella lanzada al mar, en una lámpara del infierno,
en un olor suave, en una prolongación del universo, pero se sabe que todavía no
encontró motivo para hacerlo.
6. Se sabe que
podría decir: "he aquí lo que soy en verdad", o bien, "he aquí
lo que no soy", y lo que dijera tendría ese rumor de ángeles en puntas de
pie sobre lavandas.
7. Se sabe que
el poeta tiene inclinación por leer con el telescopio lo inmenso en lo pequeño,
y con el microscopio lo pequeño de la inmensidad. Se sabe que no hay otro modo
de garantizar el equilibrio del universo.
8. Se sabe que
la clave de fa no limita sus funciones al pentagrama. La poesía le debe más de
una armonía.
9. Se sabe que
es un peligro beber sorbos de pequeñas sonámbulas; dejar que duerman en la cama
los cuatro dragones y alterar el rumbo de las nubes, porque los cielos se
podrían desmoronar, los dragones domesticarse, las pequeñas sonámbulas
despertar. Se sabe que es un peligro escribir con el talismán catástrofe.
10. Se sabe que
durante el día se abre como un molusco y por la noche se cierra como una flor.
Se sabe que hay noches en las que se abre y se cierra, se abre y se cierra,
como un molusco, como una flor.
11. Se sabe que
debajo del cárdigan no hay nada. Nada en el sentido de lo que siempre suele
haber, y en ello radica la falta de asombro de quien no sabe que debajo del
cárdigan no hay nada.
12. Se sabe que
la belleza siempre trae consigo una sensación de tragedia.
13. Se sabe que
de nada sirve entrar en el corazón de las pequeñas sonámbulas porque en esos
mínimos continentes inexplorados sólo la noche ha penetrado como vencedora.
14. Se sabe que
la belleza no es un narcótico, no es la dosis de anestesia que evita el dolor
de la existencia, sino la violencia natural que subyace en todas las cosas.
15. Se sabe que
las nubes se acuestan a nuestros pies como perros de caza y que los pájaros
abren la cabeza en forma de hojas. Se sabe que no hay otra manera de aumentar
el error, de aumentar el amor, de abrir la hendija por donde nos mira la luna.
16. Se sabe que
la noche invade el jardín como un paisaje que empieza a construirse bajo los
pies, avanza hasta las rodillas, asciende por la cintura, triunfa en los senos,
se cuelga de los labios, penetra la boca, y cae en la garganta como un nombre
pronunciado con letras fantasmas.
17. Se sabe que
la bandeja de correo no deseado es el lado B de existencia. Como los residuos,
pero más espeluznante, porque los correos no deseados dan cuenta de que somos
espiados. Hay psicópatas que se pasan la vida leyendo nuestros mails para
después vendernos Viagra, por ejemplo.
18. Se sabe que
para las pequeñas sonámbulas, la noche no empieza hasta que no abro el libro
del poeta portugués.
19. Se sabe que
el nene de las estampitas llega con los dedos sucios y deja un santo rodeado de
pájaros en el centro de la mesa. No son horas para los pájaros. El nene de las
estampitas levanta al santo en el aire y guarda algo en el bolsillo. Se sabe
que no se va para siempre. Mañana regresará con el mismo santo y los pájaros
volverán a caer, insomnes, sobre la misma mesa.
20. Se sabe que
aunque escribir así, escribir roto, escribir chiquito, es un peligro, yo no
podría salirme del camino. No me cruzaría a la avenida de los que escriben sano
y escriben largo, y escriben por kilo, por peso, por metro y por hartazgo.
Roto. Roto. Roto. Chiquito. Chiquito. Chiquito. Rota la vida, rota la
escritura. No es la misma vida la que pasa en un auto, o en avión o en
colectivo. Roto, roto, roto. A los empujones. Levantando gente en cada esquina.
Chiquito, chiquito, chiquito el texto. Como esas bolitas chinas que se hinchan
con el agua y quedan tan lindas en los floreros.
Querreque*
*de la canción
popular mexicana
(que en nada se
parece a este escrito)
y en memoria de
José Guadalupe Posada.
Calaveras
bailan en medio de la plaza,
Cantan y se
entonan
Al son de la
Muerte Alegre.
Calaveras
empresarias
Y calaveras
obreras;
Terratenientes
Y trabajadoras
agropecuarias
Ahora comparten
juntas la mesa
Con tan solo
los huesos
Para mostrar.
Nosotros,
Simples
mortales,
Podemos hacer
que caigan del techo
Calaveras de
azúcar y pan,
Que caigan
entonando rimas
Que toman de
frases de “El Capital”.
Algunas con
zarape,
Otras tantas
con sombrero de palma
Y comiendo un
agusanado tamal…
Cuentan
historias de terror
Que han dejado
para los vivos:
Hablan de deuda
externa,
Democracia
representativa,
Desregulación
Y apertura al
mercado mundial.
Brindan
haciendo buches
Con
tierrardiente y gas metano
Mientras
guardan los chistes
Entre canto y
canto
Para gritar que
no importa
Quién empiece
la guerra,
Aquí todos
llegamos igual.
Yo por eso
cuando sea grande
Quiero ser
calavera,
Para que todos
vean que tenía razón:
Que todos
nacemos y morimos iguales.
El pobre y el
rico solo son momentáneos
Mientras se
mantengan las clases en esta sociedad.
Pero al final
de cuentas,
Quieran o no lo
quieran,
A la misma
tierra van.
*De hugo
ivan cruz-rosas. quetzal.hi@gmail.com
***
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