*Obra de Claudia Marting.
Rosario. Argentina.
http://www.facebook.com/#!/pages/Claudia-Marting-pinta/313325418684014?fref=ts
En el bolsillo*
Tengo guardados
en el bolsillo
un beso robado,
chiquito,
un rubor, una
lágrima,
olor a
glicinas, un pimpollo seco.
tengo una
almendra mordida,
un viejo libro
de cuentos,
el ruido de un
tranvía,
... un campo de
lino celeste.
Aquel primer
día de escuela con guardapolvo almidonado.
Tengo el
bolsillo estirado ya no caben más recuerdos,
pero vienen a
montones cabalgando golondrinas.
Quiero
guardarlos a todos, que me acompañen, me mimen,
tenerlos
apretaditos, que no escapen.
tengo el
bosillo pesado. No importa.
EN EL CORAZÓN DE UNA
MÚSICA ANTIGUA Y PROFUNDA…
COMO EN UN
CUENTO*
Érase una vez
una niña
que intentó la
luz en universos paralelos
buscando soles
que regalan
pinceladas de
cobre al mediodía.
Pesando los
sonidos de la tarde
... supo la
lumbre de un trino...
Época de flor y
anuncio de frutos
en ramas
desaparecidas bajo un tumulto
de flores de aromo,
amarillas.
La luz les caía
encima, líquida
madurando
dulces vainas encendidas.
Érase una vez…
cuando todo era
lejano todavía.
La luz se
presentó desde una congoja muda.
Se desplomó el
tiempo, casi a traición.
Cuando la razón
fue capaz de entender
las heridas
habían hallado su lugar.
Ahora el Tiempo
es un Amante de sonrisa
quebrada. A
veces, fingimos creernos.
Pero aquella
niña que jugó su juego
sabe que no
siempre se alumbran
las esquinas de
los sueños.
Y que el peso
de la lluvia se parece
al sosiego de
un gigante bueno.
*De Miryam
Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
***
“Unos
ojos redondos, siniestros,
como los cañones de un arma
apuntando a la sien del futuro.”
Luisa del Valle Silva
como los cañones de un arma
apuntando a la sien del futuro.”
Luisa del Valle Silva
PROTESTA NO ANÓNIMA*
A esta
hora de porfías roncas replegadas,
de cigarras disidentes penumbrosas
y de techos fermentados en lo obscuro.
¡Protesto!
Ante la evasión del fantasma
que ulula y pulula en congojas
a merced de borde sin auxilio.
¡Protesto!
En la ubicuidad de un tiempo de cruces
y ultratiempos tumultuosos
hambrientos de leyes no asfixiadas.
¡Protesto!
Un niño se alimenta en hogueras
su madre de luto degollado
ella prisionera en la entrega
él en caminos sin ventura;
los dos tras las persianas del miedo
en el cenit rojo del caos
doliéndose, abatiéndose
en la mar donde inmerge esperanza.
de cigarras disidentes penumbrosas
y de techos fermentados en lo obscuro.
¡Protesto!
Ante la evasión del fantasma
que ulula y pulula en congojas
a merced de borde sin auxilio.
¡Protesto!
En la ubicuidad de un tiempo de cruces
y ultratiempos tumultuosos
hambrientos de leyes no asfixiadas.
¡Protesto!
Un niño se alimenta en hogueras
su madre de luto degollado
ella prisionera en la entrega
él en caminos sin ventura;
los dos tras las persianas del miedo
en el cenit rojo del caos
doliéndose, abatiéndose
en la mar donde inmerge esperanza.
Y tú, sobre pedestal monótono
como un monomaníaco rígido
lleno de incapacidad y soberbia.
¡Protesto!
*De Natalia Lara. cpc.larag@hotmail.com
como un monomaníaco rígido
lleno de incapacidad y soberbia.
¡Protesto!
*De Natalia Lara. cpc.larag@hotmail.com
Puerto Ordaz, Venezuela
© 2013 Natalia Lara. TODOS LOS
DERECHOS RESERVADOS
Imaginación *
En un paisaje
abierto
Alborotado y
fresco
Proyecto
imágenes de mis deseos
Ellos
acumulados en globos transparentes
Vuelan
desordenados por el aliento fugaz de mis sentimientos
Tiemblan mis
manos intentando alcanzarlos para aquietarlos
Intento
detenerlos uno a uno bien delineados y en orden
Pero ellos
vibran por los aires
no se detienen
en una línea definida
tienen su
propio rumbo
y allí
encuentro entonces
las diabluras
que suceden a la imaginación.-
*De Azul.
azulaki@hotmail.com
Ella*
¿Sabes amigo?
Fue muy interesante lo que dijiste esa noche sobre ella, tus palabras aún
zumban en mis oídos como el lejano ronroneo de un motor cómodo y constante. Me
aseguraste que coreabas torpemente un viejo tema de Alice Cooper, si mal no
recuerdo trataba sobre adolescentes del año ’74 y en tu mente imaginabas
hallarte en un motel caliente observando el reflejo de una piel joven vibrando
y gimiendo bajo la palma de tu mano; pero sobre aquel asfalto infinito y
cotidiano ansiabas estar solo como un perro rabioso, un lobo mordedor entre
tapizados caros. El lugar podía ser Tucson o Pasadena, no recuerdas, da lo
mismo a esa altura de cualquier verano. Solo el calor acompañaba tu deseo de
más velocidad, tu pretensión de exprimir más la potencia del coche y llegar, no
sabias adonde ni recordabas el porque, pero olvidaste todo eso cuando la viste.
Tal vez el
licor rebajado del Old Dinner o las seis cervezas anteriores te predispusieron
mal para el encuentro pero me aseguraste que era fea y vieja, que tu idea de un
revolcón con carne joven se bajo automáticamente de la carrocería del Súper
Cobra ’69 y toda maravilla de la noche se eclipso en la visión de ese flaco
cuerpo óseo, poco femenino, a través del parabrisas. Solo un grito salvaje
emitió tu reseca boca y aceleraste tu máquina especialmente preparada para ese
tipo de fugas. Tenias bronca y mala intención, si hubieras podido arrollarla
hubieras culminado la noche satisfecho pero a pesar del volantazo la figura
desapareció, seguramente la cuneta acaparo los desproporcionados rasgos que
viste con tus pupilas dilatadas y te dejó con esa furia que envolvieron tus
palabras al relatármelas luego en El Paso bajo un cartel de neones cariados.
Te cuento
ahora, que yo también una vez maneje las estrofas de "Shout at the
devil" con Nikki Sixx en mis oídos. ¡Espera! Tal vez estoy refiriéndote
algo que sucedió hace muy poco. La carretera se abre ahora frente a mí dejándome
escapar del puño eléctrico de la ciudad hacia las sombras de un mundo libre y
nocturno, mi mundo de luces altas y árboles rápidos. La aguja marcaba 110
millas. Yo también me encontré con ella y sobre el neón parpadeante en el
brillo del capó la vi, no era tan huesuda como dijiste, era bella y letal,
devoraba macadán y estrellas. Una hermosa muchacha de cabellos sincronizados
con el viento y la noche. No tuve miedo, en mí, el alcohol no produce el
fenómeno del grito. En dos breves décimas de segundo inyecté 287 cm3 de nitro,
una onza de vida, al IronBlock de mi Charger, un Dodge ’71 negro como un animal
nocturno, y aceleré a fondo.
Ella continúo
flotando a escasos centímetros de mi parabrisas, tenía un rostro delicado y de
bello color marfil, los ojos eran un fuego verde que hería mi alma. El Charger
continuaba acelerando por una avenida infinita que se poblaba de árboles
espectrales. A través de sus vestiduras yo observé un seno pálido e imposible,
y un pezón con un piercing en forma de cruz invertida. El rock and roll de la
radio tomaba la cadencia de inmenso tren negro lanzado hacia el infierno. Mi
sangre humana y perecedera también fue inyectada al turbo compresor,
recorriendo conductos recalentados, mangueras sedientas, un siseo de pequeñas
burbujas rojas, cavitación. Enamorado aún de ella, alcancé a ver las llamas que
se alzaban desde mis Goodrich de 14 pulgadas, lenguas mortales que lamían ya
las ventanillas y la pintura de mil dólares, ya luego solo escuché la explosión
y ella me tomo muy fuerte de la mano.
*De Jorge Lacuadra. jorgelacuadra@hotmail.com
Fondo blanco*
*Por Juan
Forn
En una de las
mejores escenas de esa obra maestra sobre el alcoholismo que es Días sin
huella, Ray Milland recorre bajo el sol rajante toda la 3ª Avenida, a la ida
por una vereda, a la vuelta por la otra, hablando solo y llevando a la rastra
su máquina de escribir. Está buscando desesperadamente una casa de empeño que
le dé unos billetes para whisky a cambio de su máquina, pero todas las casas de
empeño están cerradas porque es Yom Kippur en Nueva York. A lo largo de esas
interminables cuadras, que recorre repitiéndose a sí mismo como un mantra: “El
delirio es una enfermedad nocturna, ahora es de día”, Milland se cruza con otro
transeúnte por la calle. La cámara muestra al transeúnte viniendo hacia
nosotros y Milland interrumpe su murmullo para decirle: “Hello, Charlie”. Le
dice Charlie como quien dice Carlitos, o flaco, o chabón, como quien dice
“nadie”, y es uno de los momentos más estremecedores de la película, porque el
Carlito que hacía ese cameo era Charles Jackson, el verdadero protagonista de
Días sin huella, el que escribió el libro: no el guión sino el libro en el que
se basó la película, que era una novela, pero el mundo tomó como un testimonio,
“el más poderoso aporte a la literatura de adicción desde las Confesiones de un
fumador de opio de De Quincey”, como dijo The New York Times.
Charles Jackson
no era nadie cuando publicó su libro en 1944. Pero a los dos meses, la MGM lo
contrató y se lo llevó a California. Llegó a Hollywood ya legendario: todos
parecían haber leído su libro y experimentado un sísmico shock de
reconocimiento. Lo que todos querían era conocer “el secreto”, porque nadie
había mostrado la mente del alcohólico como Jackson, y Jackson llevaba diez
años sin beber una gota. Herman Mankiewicz, el guionista de El ciudadano, que
acababa de salir de un intento de suicidio, lo invitó a almorzar y le confesó
que el intento había tenido lugar la noche que terminó de leer Días sin huella.
Hitchcock se acercó a su mesa en Chasen y le dijo que le interesaría mucho
filmar el libro. Cuando Thomas Mann lo recibió en su casa, dejó a los demás
huéspedes en el living y se encerró en el escritorio a conversar con él.
Al final, la
película la hizo Billy Wilder, que había comprado el libro en la estación de
Chicago antes de subir al tren, y antes de llegar a Hollywood ya tenía la
certeza no sólo de que ahí había una Gran Película sino de que el actor que se
atreviera al papel principal se llevaría el Oscar (de Cary Grant a Gary Cooper,
todos rechazaron el papel; sólo el desconocido galés Ray Milland iba a
aceptarlo, ignorando el consejo generalizado de que sería su suicidio
artístico). Jackson sintió que su libro estaba en buenas manos y se volvió al
Este, porque lo que quería era escribir novelas, no guiones. Wilder le fue
mandando el libreto por partes; a Jackson le encantó hasta que llegó la escena
final y se volvió loco. En el libro, el personaje lograba en las últimas
páginas llegar a su cama, se felicitaba por haber sobrevivido a otro descenso a
los infiernos y se preguntaba por qué diablos todos se preocupaban tanto por
él. En la película, Milland, aún borracho y tembloroso, comenzaba a dictarle a
su novia las primeras líneas del libro que iba a escribir, y su voz se iba a
haciendo más y más firme sobre el tecleo de fondo, como si ya hubiera empezado
a curarse de su adicción. Jackson le escribió a Wilder: “¿Comprenden lo que
significará para mí sentarme en el cine de mi pueblo y ver esa película entre
mis vecinos?”. Jackson sostenía insólitamente que, si el personaje decidía
seguir bebiendo al final de la película, él no era el personaje, su libro era
una novela y su reputación entre los vecinos estaba a salvo.
Días sin huella
se llevó todos los Oscar en 1946, pero nadie nombró a Jackson durante toda la
ceremonia (“Si te sirve de consuelo –le escribió Wilder–, quiero que sepas que,
por causa de esa omisión, las reglas de la ceremonia se cambiarán para que los
ganadores puedan decir unas palabras en el futuro”). Durante los años
siguientes, Jackson se cansó de que la gente le dijera: “Me encantó tu
película, Charlie”. Después de fracasar con un par de novelas y de trabajar
como orador itinerante para Alcohólicos Anónimos, donde su libro se entregaba
como una biblia, volvió a beber y poco después confesó su homosexualidad a su
mujer e hijas y les dijo que no podía seguir con esa doble vida. Se mudó a
Nueva York, donde murió de una sobredosis de seconal en el Chelsea Hotel en
1967.
Es asombroso
que la película de Wilder lograra borrar de la mente de los espectadores la
relación entre alcoholismo y homosexualidad no asumida que el propio Jackson
ponía en las narices al lector de su libro (“Al diablo con los motivos: el
padre ausente, demasiado cariño materno, el escándalo en la fraternidad
universitaria. Bebes porque no eres capaz de dominarte. Bebes porque una sola
copa es demasiado y cien no son suficientes para olvidar”). De ciertas cosas no
se hablaba, y menos en las películas, en 1946. El alcoholismo, en cambio, era
el flagelo universal de aquellos tiempos. Basta ver la contratapa que tuvo el
libro en castellano, donde se lee en letras catástrofe: “¿Es el alcoholista una
figura cómica que provoca risa o un enfermo que debe ser atendido y curado?”
(esa vieja edición de Kraft es la única que existe hasta hoy en nuestro idioma,
y han de haberse hecho muchos ejemplares porque todavía se consigue a veinte
mangos en cualquier librería de viejo).
En sus
discursos para Alcohólicos Anónimos, Jackson repitió mil veces que su plan era
escribir una segunda parte de su novela en que el protagonista abandonara el
vicio, pero el plan falló. Como escribió alguna vez Héctor Libertella, un vaso
de whisky es un pedazo de vidrio con la boca abierta. En mi biblioteca ideal,
Días sin huella (cuyo título original, tanto en el libro como en la película,
es mil veces mejor: The Lost Weekend) está entre El Crack-up de Fitzgerald y
los Diarios de Cheever. Con esos dos libros dialoga más que con ningún otro. Ni
siquiera Malcolm Lowry en Bajo el volcán mostró más vívidamente el mundo
interior del alcohólico: sus tretas, su mortífera sagacidad para entender su
enfermedad, para saber cómo seguir bebiendo (“Tal vez fuese debido a su doble
condición de participante y espectador de sus actos, que nunca llegaba
realmente a la ruina completa”). En sus años finales en Nueva York, cada vez
que reponían Días sin huella, Jackson arrastraba a su novio de turno y a su
amiga Dorothea Straus a verla. Siempre entraban después de los títulos, porque
en los títulos decía “basada en el libro de Charles R. Jackson” (la r por
Reginald, su odiado segundo nombre, el que usaban en la fraternidad
universitaria para escarnecerlo). Y cada vez que llegaba el momento en que Ray
Milland, dando tumbos por la 3ª Avenida con su máquina de escribir a cuestas,
se cruzaba con ese peatón de sombrero y corbatita, él temblaba de gozo en la
oscuridad y murmuraba hipnotizado a la pantalla: “Hello, Charlie”.
*
Mi casa habita
el guante negro de mi bello muchacho
-pensé
artaudistamente-
las paredes
respiran por las grietas de los puntos al crochet,
y yo tomo el
aire a cucharitas.
Desdibuja el
guante negro mis cuadros,
y me parece
perfecto que así sea.
Nada es tan
asimétrico ni encuadrado
ni enmarcado.
y al final...
qué ves cuándo
ves?
dice el guante
de mi muchacho bello
envolviéndome
los ojos
con un hilo de
algodón
desilachado de
la abuela.
y hoy,
eso me parece
perfecto
Cuentos
alcohólicos (y algunas cosas peores)*
Lee: "al
fin me entero yo cómo sabe una piel que sorprende." Pone su pie derecho
sobre el mar izquierdo y los extremos navegan. Trata de dejar de fumar. Dos
horas más tarde pierde la voluntad y cruza la avenida para comprar cigarrillos.
Vuelve a leer el mismo libro que le da sed pero no hay ginebra. Otra vez cruza
la avenida. Se interna en una calle oscura. De regreso, el cielo es dorado,
tanto que puede volverse rico. La ginebra le agudiza el oído. Escucha el estado
de crisis del amante. Escucha los pasos de los pies no presentes. Escucha que
un libro que lo llama desde otro libro. Se pregunta cuál ha sido el problema:
demasiado tabaco, demasiada ginebra, demasiada mierda. Monta guardia bajo la
luz de la lámpara pero lo negro de la noche no recula.
*
La mujer con
sombrero pasa la mañana conociendo al hombre que está colgado en el ropero. El
pregunta la hora, el día, el mes, el año. Su manera de estar colgado puede
interpretarse de muchas maneras, no sólo porque esté cabeza abajo, sino también
por la media sonrisa hacia el horizonte posterior del mundo.
*
Apenas puso mi
nombre en su boca, mi nombre sintió vértigo, supo que su boca era el centro de
todo, y cayó por la garganta. Resbalaban las letras de mi nombre como esporas.
Rodaban como lunas pidiendo rayos. Patinaban como animales invertebrados, y a
medida que iban cada vez más abajo, más adentro de su garganta, las letras de
mi nombre eran peso y color, y yo fui tras ellas, y las vi correr, y mi nombre
se convirtió en un animal noble y hermoso. El lar de su pecho le dio la
bienvenida y las células de mi nombre se amapolaron para siempre.
*
El dragón
encendió un cigarrillo. No tenía idea en qué lugar de la ciudad había ido a
parar después del vino, la hierba demasiado verde y las muchachas lésbicas que
le abrieron las piernas. El dragón fumó despacio rememorando el sabor. Podría
decirse que a esta altura de la vida y de la muerte, se había convertido en un
buen catador. Pero la cosa, lo que le pasaba, no tenía que ver con las sales y
el acre, con la viscosidad y el litio, sino con la dulzura del crepúsculo.
*
Y la lluvia. Y
mis amigas. Y los libros. Y los sueños. Y los enamorados reales que parecen
ficticios y los ficticios que se vuelven tan reales.
Si la lluvia
fuera noche, sería la luna. Si mis amigas fueran lluvia, sería sus sueños. Si
los libros fueran amantes sería sus hojas.
*
La poesía
desnuda.
La poesía
desnuda.
La
poesía
desnuda.
Lapoesíadesnuda.
La
poesíadesnuda.
Lapoesía
desnuda.
Desnuda.
*
Traía en la
mano un libro. En la mirada una demora. En el corazón una música antigua y
profunda. Resultaba imposible suponer que el hombre hubiera llegado sólo porque
yo lo esperara, pero se acercó y me dijo: "Se acabó el tiempo de la
espera". Y la voz que había oído en sueños, habló nuevamente diciendo: "Te
traje este libro que habla de un hombre que tiene un pie aquí y otro en las
tormentas". Y no hubo dudas.
*
El: Abundan las
mujeres bonitas.
Ella: Abundan
los hombres raros.
El: Abundan las
mujeres metalizadas.
Ella: Abundan
los hombres de papel manteca.
El: Abundan las
mujeres ostras.
Ella: Abundan
los hombres cangrejos.
El: Abundan las
mujeres astronautas.
Ella: Abundan
los hombres topos.
El: Abundan las
mujeres prismas.
Ella: Abundan
los hombres catalejos.
El: Pero no las
encuentro.
Ella: La prisa,
tal vez.
*
Al mediodía
contempla las botellas vacías. Borracho de dolor el dragón con escamas de
calcita no soporta sus propios defectos. A las cuatro bebe cuatro tazas de té
con azúcar. A las cinco mastica cinco aceitunas. A las seis bebe la última gota
de alcohol (dos dedos de ron que guardaba para situaciones límites). Acaba de
perder su trabajo milenario de animal fabuloso. No tiene mujer a quién besar ni
hijo por quién vivir. Piensa en adoptar un unicornio.
*
Al segundo
mensaje de texto, la musa supo que ese hombre le iba a dar que hablar. Tal
entonces fue ajustando el sonido de las palabras, de claro a oscuro, de aquí a
allá, y en el medio las tormentas, los hablantes inexpresivos, y la musa oyendo
el sonido de los ojos del hombre que se abrían y se cerraban, tan lejos, tan
lejos. Cuando ese hombre, inspiración de hombre, se percató de que su punto más
alto hacía un ángulo llano con su punto más bajo ya había perdido toda noción
de espacio. La musa hizo un bollo de papel con la geografía y la arrojó al
cesto de los hablantes. El hombre quedó totalmente extendido de un lado para
que la musa pudiera verlo del otro. Extasiada.
***
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