*Obra de Claudia
Marting.
Rosario.
Argentina.
SEMILLAS DE
GRANADA*
Un pájaro ciego
ha huido de mi pecho.
Picotea frutos
de arbustos carnívoros.
¿Qué haré sin
vos pájaro de lluvia?...
Mi madre me ha
iniciado en el arte de la poda.
Estoy de pie.
Frente al espejo que refleja al lobo.
Un hombre, otro
hombre, uno más.
Me sigue su
mirada de animal derrotado.
Diosa y Satán.
Habitante de la noche. Soy.
Ven…revuélcate
en mi fango.
Yo, usurera de
amores.
Enfrento al
tribunal del inframundo.
Talo cabezas,
sandías y “las flores del mal”
Podo todo lo
que sobra y falta.
A vos y a mi
nos falta un hipocampo.
¡Llora sobre mi
pecho ángel de arena!
Dispersa tus
migajas en mi cama.
Bebe mí vino.
Trinca .Traga.
Ven… hombre
universal, guarda las monedas.
En huesos
ásperos, la carne se consume
El mundo que
nos habita es una babosa.
No, hijo mío,
no toques los albores, aguas vivas, son.
Las siento en
mi pubis y en mis voces.
¿Quién arrojó
este fuego en mi frontera de agua?
¿Quién me
cubrió de esta tristeza insomne?
Líquida. Como
una lágrima.
Un jadeo, un
beso de amante.
Una hembra ávida
de lobos .Soy.
Devuelvo diente
por ojo. Ojo por boca.
No creo es los
milagros. Bendíceme, oscuridad.
Apaga la luz y
las antorchas.
Hay un
campanario que pronuncia mi nombre.
Él me ama así.
Mujer lóbrega. Umbrosa.
Atrincherada en
improvisados lechos.
Lágrimas de
cocodrilo. “Nanas de la cebolla”
No hay pañuelos
para el desamparo.
Roja, rojiza,
sangra la granada.
Y EN EL OJO LO QUE CABE…
El último tren*
*Por Victoria Mora. mvictoriamora@yahoo.com.ar
El tren no llega. Odio
esperar. Este andén parece un cráter que se abre a mis pies y no paro de caer.
Quiero irme ya ¿para que habré aceptado venir a este pueblo de mierda?,
siguiendo un amor ¡que ingenuidad! Tendría que haberme quedado en mi ciudad, no
sé si sería feliz, pero al menos no tendría esta grieta enorme que me atraviesa
el corazón y llega hasta el andén para que me caiga. Encima de noche; con lo
que odio caminar de noche estas calles, donde aún en la oscuridad los ojos
siempre miran y juzgan. En cambio en Buenos Aires lo mejor es la noche, el
anonimato, sus luces, su música, sus bares.
No te voy a negar que quisiera
estar volviendo con vos. El rencor no me alcanza para mentir. Te odio y te amo
tanto a la vez ¿Cómo es posible? −Dale vamos a vivir a provincia, necesito el
aire limpio,
el verde, la paz, Buenos Aires me agobia, me enferma ¿Cuántas veces me enfermé
el último año? mis bronquios no dan más.
Sabías muy bien que no podía ir
contra tal argumento, tu salud es lo primero. ¡Que imbécil! La primera vez
cuando bajé del tren tuve que apoyarme en tu hombro porque casi me caigo del
espectáculo que tenía en frente. Un puñado de negocios que no sumaban más que
diez y un bar ocupando toda una esquina, algunas casas y el campo ¿Qué hago
acá? Pensé, pero no te lo dije, y cuando te miré, esa sonrisa que me derrite el
alma; entonces sonreí, y te dije que me gustaba que acá ibas a respirar mejor,
que fue una buena decisión, que íbamos a ser felices.
Me esforcé ¡y como! Nunca me
escuchaste quejarme, viajé cada día dos horas de ida y dos de vuelta a mi
laburo, me fui cada mañana dándote un beso y sonriendo y volví cada día con
otra sonrisa para vos.
La gente no me caía nada bien,
chusmas todos viejas chusmas, hombres, mujeres, jóvenes o niños. Los primeros
tiempos fuimos los extranjeros, hasta que empezaron a saludarnos por el nombre.
Mostraban más afinidad con vos, te les metiste bajo la piel, se notaba que te
adoraban. Siempre te hablaban amigablemente, a mi apenas un saludo con la mano
o una inclinación de cabeza. Claro, yo nunca estaba y vos siempre pendiente de
ayudar a los vecinos y adentro del club organizando una cosa y otra. Además,
estaba tu enfermedad. Te encargaste de contarles los terribles tratamientos que
habías pasado, que habías elegido el pueblo para recuperarte, lo
importante que era para vos quedarte en casa y disfrutar de una vida
apacible. Notaban que necesitabas todos los cuidados que yo te daba.
A pesar de todo, estos últimos
meses empecé a acostumbrarme, y hasta un poco el gusto le tomé a esta
tranquilidad avasallante. Incluso ansiaba la hora de volver a casa. Hasta que
un día me dolió una muela.
Ya me molestaba cuando tomé el
tren seis y media de la mañana, intenté no darle bola, un analgésico y listo.
Bajé en La Plata, compré un agua y me tomé una pastilla esperando el alivio que
nunca llegó. Para el medio día ya no aguantaba más, no podía ni pensar. Le pedí
permiso a mi jefe y me fui. Llamé a mi dentista y conseguí que me atienda de
urgencia. Terminé todavía con dolor esperando el tren dos horas antes de lo
habitual. Bajé del tren en nuestra estación sintiéndome un poco mejor y
hasta con cierta alegría de disfrutar un par de horas más de ese día juntos.
Caminé las cuatro cuadras que separan nuestra casa de la estación, abrí el
portón, la perra me saltaba y me movía la cola, fui por la puerta de atrás,
cuando estoy a punto de agarrar
el picaporte levanté la vista, a través del vidrio
partido de la puerta, los vi: los dos desnudos bailando un tango, y te
miro y se te ve feliz, como pocas veces te vi conmigo, siento que la cabeza me
va a explotar quedo inmóvil ahí mano en el picaporte y pies estaqueados al piso
por unos segundos que se hacen eternos, hasta que reacciono.
Me di media vuelta y me fui, le
pegué una patada a tu perra pesada que pegó un grito que espero hayas
escuchado. Volví a la estación como por inercia ¿A dónde iba a ir? Esperé
el siguiente tren a La Plata, finalmente después de media hora lo tomé. A la
tercera estación me bajé y me crucé a un bar a tomar un café y hacer tiempo. La
cabeza me daba vueltas, no sabía que pensar, y tus palabras para convencerme de
mudarnos no paraban de resonarme como un eco eterno, ¿habrá sido antes o
después? ¿Cuándo empezaste a engañarme? No sé si quiero saberlo alguna vez.
Calculé la hora y tomé el tren que me correspondía.
Llegué a casa y te encontré pintando como si nada. Yo igual,
como si nunca me hubiese encontrado esa misma tarde con la imagen de la
traición.
Cenamos como todos los
días, te dije que me dolía la muela y me fui a dormir temprano, en realidad no
pude pegar un ojo. Cuando me aseguré que dormías, me levanté y en silencio
junté un par de cosas indispensables y me fui para no volver.
Acá estoy, esperando el
último tren, no vuelvo más, no sé a donde ir, no tengo a donde ir sin vos,
caigo finalmente en la cuenta que no tengo a nadie en el mundo más que a vos,
sin embargo no quiero simular. Las luces del tren que se acerca se hacen cada
vez más grandes, de repente tienen tu rostro y tu cuerpo desnudo,
parpadeo. No es posible, y aun así, ahí estás, en esas luces, entonces, salto a
tu encuentro.
*
Una calle se
atreve al cielo nocturno
a pocas cuadras
del centro.
Caminamos y
saltan constelaciones
sobre nuestros
desprevenidos
cuellos en
tensión.
Los ruidos del
pueblo desdeñan
la levedad de
la jornada.
Verano y cuenta
el sudor en las espaldas.
Sabemos
que buscar algo
de fresco es
renunciar a la
última
noche
estrellada antes del regreso.
Más avanzamos y
más se ofrece
la variedad de
la Vía Láctea,
como si no
guardara secretos
ante ojos
terrestres que componen
historias de
luces y distancias.
El cinturón de
Orión ordena
lo que promete
escapar.
La oscuridad
nos abraza cercana
y hasta parece
guiar nuestros pies,
mientras
pequeños destellos con alas
juegan a
confundirnos el espacio
en que
avanzamos seguros
solo porque el
ritmo nos apura a seguir.
O tal vez la
oscuridad no es tal,
o la luz hace
su camino de saltos
también en esta
tierra.
Cansancio*
Es cierto que
cuando se ha caminado mucho, y aunque a pesar de todo no se haya llegado muy
lejos, o quizá precisamente por eso, tiende a apoderarse de nosotros un
cansancio que, por desconocido e inesperado, nos desconcierta. En tales casos,
uno piensa que tras una larga y apacible noche junto a un hogar cálido, sobre
un lecho confortable y al abrigo de las mantas, todo será de nuevo como al
principio, que se habrá borrado la fatiga y podrá reanudarse el camino con
renovadas energías. Pero en ningún modo es así. Este cansancio es persistente y
no bastan la noche, el hogar y las mantas para hacerlo desaparecer. Aun si la
noche fuese tan larga como el día que la precedió -ese prolongado día que fue
testigo de nuestro arduo caminar- no hay garantía alguna de recuperación. Así,
cuando amanece -si hemos de suponer que tal cosa puede ocurrir en realidad- la
fatiga es casi tan grande como en el momento en que nos tendimos a descansar.
Quisiéramos dormir un rato más, sentarnos junto al fuego, demorarnos un poco
aún junto al umbral, pero el Posadero nos ha acompañado hasta la puerta y, con
gesto amable, nos mira como invitándonos a partir. Su mirada es tranquila y
quizá hasta compasiva, pero el mensaje que se desprende de ella es inequívoco:
Debemos reemprender la marcha de inmediato. Y así lo hacemos. Resignadamente.
Nos despedimos con un gesto, retomamos el sendero, verificamos la ruta -aun
sabiendo que toda ruta es ilusoria- y nos preguntamos si algún día, por fin,
llegaremos. Tal vez nos ayudase -pensamos- saber a qué lugar nos dirigimos.
*De Sergio Borao Llop sbllop@gmail.com
Bajo amenaza*
El miedo
siempre acecha
Para poder
hablar
Contar lo que
siento
Bajo amenaza
del qué dirán
Sufro el embate
de lo angosto
Ojos que
observan lo que hago
Oídos que
censuran lo que digo
Siempre estoy
bajo amenaza
Silencio*
la palabra
alimenta el peso de la herida.
ya no hay
candor capaz de abastecer tanta derrota.
hago bosque de
mis entrañas
el silencio
hará de mí,
vestigios
incorruptibles de la nada.
*De Lila
Biscia.
Donde los ríos*
Ir por el
tiempo
como si tal
cosa
un paso atrás
dos adelante
y volver
para quedarse
quieta
porque es aquí
donde los ríos.
......
Para qué
preguntarse
que habrá de
ser
qué hubiera
sido
nada va a
cambiar
el aullido del
viento
.....
Yo vi en mi
mano
al mundo
detenerse
y lo sujeté
fuerte
él me soltó
justo donde
debía
....
Y en el ojo
lo que cabe
*De Marcela Lokdos. lokdos1@yahoo.com.ar
Kawabata por La
casa de las Bellas durmientes*
Quisiera
dormirme en el palacio de tu imaginación y que me mires tanto que funden
un jardín tus ojos de brillos enjoyados y tu mano apenas roce mi piel y
saborees con tu boca mi sueño. Vos hombre, me atravesás con la flecha de tu
pelo de nieve. No me das un beso para despertarme, estoy despierta para vos
tras el velo del sueño que me finge dormida...
Cáliz*
tintes únicos
del ínfimo
sorbo
donde la vida
estalla
y nos parece
mirar
como si fuera
eterna
como si fuera
nuestra.
*De Alejandra
Alma.
https://www.facebook.com/alejalma
***
INVENTREN
Próximas estaciones:
LA RICA
-Por Ferrocarril Midland-
SALADILLO NORTE
-Por Ferrocarril Provincial-
-Colaboraciones a inventivasocial@yahoo.com.ar
InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
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