lunes, mayo 12, 2014

LA DANZA DE LAS HOJAS QUE BESAN LA NOSTALGIA...

 
 
*Obra de Claudia Marting.
Rosario. Argentina.
 
 
 
 
 
 
 
Semilla insobornable*
 
 
 
Como esta flor quiero ser...
Plumerillo de la infancia,
deshacer en semillas voladoras
soledades danzantes.
 
Para ellas no hay
ni Caronte ni barca,
ni el temor de encontrar
de Cerbero, sus fauces.
 
Planear por el aire, lejos.
Con suerte, alcanzar
la ventana del silencio
y dormirme en el acento
de la palabra estío.
 
(Tal vez olvide germinar
y sólo sea
semilla insobornable)
 
 
*De Miryam Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
 
 
 
 
 
 
 
 
LA DANZA DE LAS HOJAS QUE BESAN LA NOSTALGIA…
 
 
 
 
 
 
CREPÚSCULOS*
 
 
 
“Mi padre –que aún era joven y alcanzaba las naranjas más altas y encendía por su nombre a las estrellas- cuando quedaba mirando el horizonte que, entonces, era una palabra muy larga y muy lejos, y tal vez por eso no la pronunciaba nunca, y decía “el poniente” o “los celajes”. Esto lo escribió Juan Manuel Alfaro, poeta entrerriano y amigo.
Nosotros en aquel tiempo tan alto ni conocíamos la palabra crepúsculo.
Tal vez en la escuela la hayamos oído alguna vez, pero no tengo registro. A decir verdad, no lo recuerdo. Los mayores decían simplemente “caída del sol” y algún otro, tal vez un poco letrado, “el poniente”.
El significado lo supe mucho después y el sentido es decir, sus implicancias en nuestro ánimo, al menos en el mío.
Pero yo era testigo a diario de ese maravilloso suceso de la naturaleza.
Cuando todos los atardeceres venía con mis padres en algún sulky, prestado de la chacra de Domingo Clérici hacia el pueblo, por el antiguo camino real a Beravebú, paralelo a la vía del tren, esa inmensa bola de fuego se iba arrastrando, incendiando los pastos, los juncos de los cañadones, formando dos hilos de sangre en las vías del tren, pintando levemente las alas de las garzas y las gaviotas, dando una luz reverberante y extraña. El pico de los zorzales y los cardenales, al biguá tirándose con su insistencia sobre los caracoles. También iluminando los bicheritos que paseaban sobre el lomo estático de los toros. Tiñendo la trompa de los terneritos que saltaban hacia la luz de ese sol moribundo.
Todos los atardeceres hacíamos el mismo camino, luego de la dura tarea de recoger maíz a mano (la juntada, le decían), por lo tanto íbamos en sentido contrario al sol. Él iba a la muerte y nosotros hacia el pueblo. Un día pregunté a mi padre por qué sucedía este fenómeno, como si le diéramos la contra al sol, como si no se pudiera ir por otro camino donde aconteciera algo distinto.
-Porque el sol siempre cae para el mismo lado. Baja hacia el poniente, por más que a vos no te guste.
-Y por qué “poniente”, por qué no otro nombre.
-Porque el sol se pone hacia allá-  dijo mi padre haciendo un ademán amplio, que abarcaba las vías, los árboles, los pastos, y el sol bajo y rodador. En su mano sostenía el látigo y no sé si molesto por mis preguntas o apurado para que no nos tomara la noche en viaje todavía, pegó un latigazo fuerte en el anca del moro, orgullo de don Manolo Gómez, dueño propiamente de tal matungo trotador.
Pronto llegamos al primer paso a nivel, muy alto, frente al matadero viejo donde el chino Bruno vivía con su mujer, en una casi tapera, como custodiando dichas pasadas. Apenas cruzara  y estaba la casa de Luis Ortali, con sus altos ligustros que escondían una casa tipo chorizo, muy común en esa época en los pueblos y en el campo, con su amplio patio de tierra y sus tres higueras silenciosas.
Como mi madre era amiga de doña Albina, la esposa de Luis, no era raro que alguna tarde  me llevara de acompañante para compartir esos mates dulces con una pizca de cáscara de naranja. Esto fue cuando yo era muy chico, porque al crecer me quedaba en las tenidas plenas de fútbol, soles altos y fruta robada y compartida en la cortada  de Pichichello, sentados en rueda, bajo aquellos paraísos añosos que nunca más podré recuperar. Y al anochecer, antes del coscorrón seguro como un remache, volvíamos a nuestras casas.
Es muy probable que la observación de esa bola de fuego que se arrastraba, solo yo la viera, fascinado, en esos viajes de regreso del campo. Porque la ocasión era optima: mis padres en silencio o cambiando algunas palabras, cansados, tal vez un poco hambrientos, las ruedas del sulky golpeando sobre el camino duro de tierra, los ejes que rechinaban, el aire que se iba enfriando cada metro un poco más, el golpe de los cascos sin herrar sobre ese mismo camino, el chicotazo del látigo de mi padre sobre el anca sufriente del mancarrón. Todo eso fuera tal vez un aliciente para que yo me pusiera como en éxtasis y mirara todo eso, y la muerte del sol que tardíamente me enteré que  se  llamaba crepúsculo.
Pero cuando estaba con mis amigos, pese a que desde ese lugar también lo veríamos,  la indiferencia era para todo lo que no fueran nuestros juegos.
Y si volvemos a esos largos minutos de ese viaje de la chacra cercana al pueblo, que ya lo escribí en otra parte, era una especie de paraíso perdido, tal vez esa felicidad  que fue casual pero bella y auténtica como el canto inaugural de las chicharras en  pleno verano, acompañando el zurear gangoso de las buchonas y el traqueteo de mi madre entre tomatales y pimientos olorosos.
Ese viaje donde muchas veces se nos cruzaban los cuises y los hurones. Ese crepúsculo que cantó Baldomero Fernández Moreno para siempre:
“El cielo azul/ con una nube blanca./El cielo azul/con una nube rosa./El cielo azul/ con una nube de oro/y un pajarito negro”.
 
 
 
*De Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
A veces, siguiendo el camino de una lágrima*
 
 
 
Había una laguna de aromitos
en la extensión de tu figura
Una lánguida ternura otoñada
arremolinada en un extremo
No puedo decir a ciencia cierta
si era el extremo inferior o superior
Ando, cada vez más, perdiendo esas referencias
¿Sabés? veo la vida cada vez más esférica.
y girando en espirales que iluminan.
 
Sé que no es lo más común por estas tierras…
Pero¿ quién dijo que iríamos que mirar de la misma manera?
 
Por una comisura de tus ojos
asomaba una gota cristalina
redondita y brillante
rasgando el punto de equilibrio
Yo atenta a ella y a su gravedad
no le atribuí más sentido que el de la dirección.
Hacia abajo, en pendiente, deslizándose
El tema era cuándo alcanzaba ese punto
en que la redondez se oblicua
ese instante de magia.
Y sucedió! Así como las cosas ocurren…
inesperadamente dentro de lo esperado.
Y mi mano rauda como pájaro
voló hasta tu mejilla para enjugarla
Ya no estaba.
Besé la senda húmeda a su paso
y me llevó a tu boca
Se me olvidó el otoño
cuando tu lengua en primavera
me trajo el verano a las entrañas
Ya ves, sigo sintiendo en esfera
y las estaciones dan la vuelta en un instante
A veces, siguiendo el camino de una lágrima.
 
 
*De Teresa Castellanos. terecastellanos@gmail.com
Saldán 05-05-14
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
FIDELIDAD DE MADRESELVAS*
 
 
“El mar, que para la mirada humana no es nunca tan bello como el cielo, no nos abandonaba.”
ANDRÉ BRETON
 
 
Cuando Bretón dijo que le gustaría vivir en una casa de cristal....
Ella tomó la idea. Habló con la mirada.
Él, delirante. Extraviado en su pelo de carbón.
Dijo: Hágase tu voluntad y así se hizo.
Que no haya secretos. Que todos puedan verse.
Y construyó la casa transparente al filo de un acantilado.
El mar hizo un guiño. Él, podía descifrar su voz.
Si, entendía la desnudez de la voz del trueno y del cielo.
Ella dedujo claramente su llamado amante.
De cristal los muebles, las telarañas, los leños.
Por galerías pálidas un pez de humo y una niña de niebla.
Y los ojos… Ah. Los ojos.
La madre, las hermanas, las esposas.
Solo el padre faltaba.
Y el Padre bajó del paraíso y se instaló la vergüenza.
Quien ríe, quien llora, quien ama, quien odia.
Ni una gota de sombra para esconder los miedos.
Él, arquitecto de sueños y quimeras. Tomó su mano de alborada. Se miraron…
La empujó suavemente, con una fidelidad de madreselvas.
Era domingo de misa y la soledad y el mar, acompañaban.
 
 
*De Amelia Arellanoamelia.arellano01@yahoo.com.ar
“Exorcismo de la hoja”
 
 
 
 
 
Hansel y Gretel*
 
 
Hansel y Gretel tiraron miguitas para volver a su casa, cuando estaban perdidos en el bosque oscuro.
Muchos años después los golpeadores hicieron del bosque un lugar siniestro. Desaparecieron a otros niños de su sangre y su historia.
Los niños robados no tenían migas para volver al camino.
Como una maravilla, del cuerpo se desprendieron las llaves del regreso.
 
 
*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar
 
 
 
 
 
 
SI TERMINA EL AMOR*
 
 
 
 
Si termina el amor
el agua es más espesa en los estanques
y un ángel de cristal se muerde el labio;
puede darse un revuelo de gaviotas
mar adentro
y en el pecho la daga de una ausencia infinita
se abre paso cual proa entre las olas
y el consuelo del sueño nunca llega.
Nunca, el sueño nunca, nunca llega.
 
Si termina el amor
nubes negras se apoderan de los cielos
lanzándose a una loca carrera delirante
cuyo único destino es la certeza
de lo perdido, sí, de lo perdido.
 
Si termina el amor se llena el alba
de funestos ladridos sin consuelo
y un ruiseñor cansado se asesina
contra el pétalo fugaz de una amapola.
 
Si termina el amor lloran los parques
y una estrella fenece en cualquier parte,
y repican las fúnebres campanas
un coro de gemidos germinados,
una salva de gritos apagados
que hacia adentro resuenan y resuenan.
 
Si el amor se termina...
 
Los porches que solían cobijarnos,
la estación del ayer que nos prestaba
sus callados andenes de férrea complacencia;
la quietud temerosa de los templos,
el generoso amparo de las calles...
¿A qué otra causa han de servir? Decidme.
 
Y la noche... la noche, la noche protectora
si el amor se termina...
¿de qué sirve la noche si el amor se termina?
 
 
*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com
 
 
 
 
 
 
 
NUDOS*
 
 
 
Raro letargo amor, raro letargo.
Remotas lejanías desnudas, llaman desde la piel dormida.
Amordazan, anudan.
Loco acróbata loco, mi corazón,
Intenta desasir lo imposible.
 
 
Los nudos. Allí están. Acechantes. Alertas.
Rama de mimbre, cadena, cordón umbilical.
La piel oscura de mi padre
y la penumbra- intacta- de mi madre.
Lágrimas de piedra, bebe sediento el clavel del aire.
 
 
Raro letargo amor, raro letargo.
El agua al alcance de la mano,
El árbol genuflexo, con los brazos cruzados.
A su sombra, descansa, rendida, la muñeca de trapo.
Cabalga la distancia, en sus trenzas de humo
En sus piernitas flacas, gime, anudada
Una pena de nácar.
 
 
Raro letargo amor, raro letargo.
Nudos de nácar, nudos, desnudos.
 
 
 
*De Amelia Arellanoamelia.arellano01@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
 
*
 
 
 
la danza de las hojas
que besan la nostalgia
la tarde que acaricia el pensamiento
sentido con las plantas de los pies
 
 
al fin
nada por aquí
camina a solas
 
 
 
*De Alejandra Alma.
https://www.facebook.com/alejalma
 
 
 
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