*Obra de Walkala.
Luis Alfredo Duarte Herrera (1958-2010).
-En Aurora
Boreal. Walkala: un homenaje in memoriam
EL VALLE DE LOS
LIRIOS*
La conocí en un
orfanato, acaso en un hospicio.
Un sepulcro
inconcluso. Arenas movedizas.
Un serpentario.
Un prostíbulo. Una iglesia.
Musitó
serenamente, en voz azur, silente.
Susurró
de ausencia y niños disecados.
De la soledad
del gusano, padre nuestro.
Me habló
quedamente. Al oído.
Me subyugó, al
instante. Como en aquel enero.
Yo contesté
llorando:
Ven, amada,
embriágame la boca.
Pon en ella el
color de los lirios.
Hunde mis ojos
en tus oquedades.
Apriétame.
Amárrame. Agriétame.
No dejes que me
escape, soy la mujer de Loth.
Ya todos han
partido. Las madreselvas negras.
Los perros
flacos, los azules potros.
Han huido las
aldeas despobladas de peces.
Ven, no ceses,
degüéllame los fresnos.
Márcame con tus
dientes, dulcemente.
Estoy cansada
amor. De bocas agrias.
De dardos
pestilentes. De hospitales.
De la morfina y
de drogas de oro.
Llévame a la
tierra de cipreses.
Todo lo que se
me ha legado lo he cumplido.
La norma, la
ley, la regla y los relojes.
He mamado de
los pechos de la loba.
He besado con
ardor, los labios helados del Bautista.
He bebido
cicuta y miel con Judas.
Barrabas ha
yacido en mi lecho.
He buscado,
agua, solo agua.
En los
parapetos de mi sangre.
En pilas
bautismales. En artesas.
Y no hay
dioses, ni demonios, ni ángeles caídos.
Hasta el Río de
Heráclito está frígido.
Tampoco está la
niña, ni las trenzas, ni pechos desangrados.
Ni líneas
circulares. Ni el semen de los soles negros.
No, no te
detenga mi humana, mi vulgar tristeza.
Ven amada,
bésame en la boca.
Pon en ella el
valle de los lirios.
De los lirios,
el valle.
EL LUGAR ENCALLADO EN EL PECHO…
También el mar*
También el mar
empuja dócilmente
antiquísimos
mundos diminutos,
de noche,
cuando el sueño
atraviesa los
muros, profanando
las sílabas
errantes de los cuentos.
Es, entonces,
la luna, burladero,
refugio de las
hadas y los ogros
que en
consorcio planean sin rubores
la ruptura del
viejo pergamino.
En otro lugar
duermen
su sueño sin
sonidos ni esperanza
los héroes del
pasado
en un tálamo de
cruces, vómitos y olvido.
Antiguos
mensajeros, mientras tanto,
se despojan del
tedio acumulado
y vierten sobre
el agua y en el viento
viejas plagas,
del tiempo rescatadas.
La iniquidad
ensombrece el firmamento.
Bandadas
subterráneas afloran como fuentes
emponzoñando
ríos y acuarelas.
Flores de
plástico y metal se adueñan de los bosques
y un rapsoda es
lapidado por castores
bajo una luz
violácea que desdibuja el orbe.
La razón nos
confiesa que todo está perdido.
Pero el pequeño
ladronzuelo
ataviado con la
sangre de sus muertos
y el barro
primordial que le sustenta,
ha conseguido
hacerse con la llave
que conduce a
la aurora o al destierro.
-De Extrañamientos
y rescates.
LILÍ*
A mí la Lilí me
gustaba desde que éramos chiquitos y un día se lo dije pero ella me contestó
que no porque el padre la molestaba. Yo había entendido que se fastidiaba si
tenía novio porque era muy chica y que por eso no podía salir para ninguna
parte conmigo y por un tiempo prudencial, no le dije más pero después, cuando
se le empezaron a notar las tetitas debajo de la camisa, me pareció que ya
estaba grande y se lo volví a decir.
Se le llenaron
los ojos de lágrimas y me gritó que el padre era celoso y que no la quería ver
con nadie y que dejara de hablar pavadas de una vez por todas y ahí es donde yo
empecé a darme cuenta, porque bobo no soy, de que algo raro pasaba y una tarde
que estaba toda linda, en la puerta de la casa, casi una señorita, le dije que
me explicara bien que no entendía lo que había querido decir y me preguntó si
era tonto o qué y que no la martirizara más.
Quedé desolado
y dando vueltas las palabras por la cabeza, pensaba y pensaba y no le daba en
la tecla ni loco. La Lilí me quería, de eso estaba seguro porque un día, sin
que viera nadie, en el barco que dejaron al lado del ferrocarril, me dio un
beso y yo nunca olvidé ese beso y me enamoré y me prometí que me iba a casar
con ella, como Dios manda. Se lo dije y todo pero la Lili no aceptó- no puedo-
me dijo y se fue corriendo.
Para ese
entonces nosotros vivíamos en los terrenos expropiados, detrás de la estación,
al lado, no sé cómo, había un barco abandonado, junto a las vías. Parecía un
fantasma y un día le susurré al oído si quería que le mostrara el fantasma y
ella se mató de la risa. Yo no creo en los fantasmas- dijo. Cuando el padre se
descuidó, escapamos de la mano y le enseñé el barco y ahí es donde me dio el
beso, de agradecimiento porque nunca había visto un barco y los barcos andan
por la mar y no por las vías y vaya a saber cómo llegó a ese lugar.
Cuando subimos,
el sol se filtraba entre las grietas y el óxido y las sombras producían
claroscuros atemorizantes .Había un cartel que advertía del peligro - Prohibido
subir- decía pero nosotros desafiamos al miedo y nos trepamos por una
escalerita de sogas, medio podridas que colgaba a un lado. No se rompió ¿qué se
iba a romper si la Lili tenía las patitas más flacas que la soga?
Fuimos varias
veces, cuando nos casemos vamos a escondernos acá, prometí pero yo nunca la
toqué, lo juro y lo recontra juro, sin embargo la Lili, quedó embarazada y dejó
el colegio y no la volví a ver.
Lloré a más no
poder. Los pocos que dijeron algo cuando pregunté, fue que se había ido en el
tren porque era una desorejada y que nadie supo más de ella.
La busqué, la
sigo buscando y la espero, tal vez, una tarde de estas, regrese.
Villa Gesell
Villtur.*
*De María
Sotomayor.
Aprendo los
gestos de los relojes
mientras
nacemos de una cajita de música
también la
madera y su estructura de bailarina
danzan la
frágil cura de nana en la habitación
las ciudades
conocen la podredumbre del párpado sucio
pero afuera de
las manchas de los tejados
hay cuatro
manos creciendo del codo
y los dedos no
niegan su voz de líquido escrupuloso
paso las noches
con el pecho aplastado de ballenas
nadando en el
color que acaricia la ternura de la pared
y mis ojos con
restos de día no dejan de mirar
los últimos
barcos rojos aferrarse a la nieve
o a la arena
mojada del estómago
más allá de las
mareas alguien sopla la hoja del cuchillo
el corte exacto
en la mandíbula de la roca
para dormir
exacto en el último mordisco de azul
y no es la
persiana golpeando la ventana
es el ruido de
las raíces
abriendo el
estruendo de las profundidades
el lugar
encallado en el pecho
donde las
sirenas empezaron a ser los árboles del mar
o su condición
de esqueleto salvaje hacia dentro.
Hijo de quién*
*Por Juan
Forn.
Una parejita
llega a las islas Seychelles. Es el año 1991. Todavía no explotaron los
resorts, ni el turismo cinco estrellas, ni es un paraíso fiscal. Las
Seychelles, como Mozambique, eran socialistas hasta la caída de la URSS, y
acaban de abrir sus fronteras para que el turismo hormiga cubra al menos en
parte la ayuda soviética que recibían hasta ayer. Las Seychelles son un puñado
de islas minúsculas en el Océano Indico, al norte de Madagascar y las Mauricio.
Se llega en avión a la más grande, y después se cruza en bote de una a otra,
cortesía o changa de algún pescador. No hay casi hoteles en las islas en 1991.
El plan original de la parejita era Madagascar, pero al presentarse a embarcar
en el aeropuerto de Nairobi se enteran de que la península malgache está en
cuarentena por una epidemia de cólera y que la única opción para no perder el
pasaje es Seychelles. El es italiano, ella argentina, llamémosla Penélope,
llevan apenas tres meses juntos, se conocieron en Marruecos y se confesaron la
primera noche que el lugar que más querían conocer los dos en el mundo era
Madagascar: bajo ese auspicio se desarrolló el romance, y cuando supieron que
no habría Madagascar para ellos, se dejaron convencer y aterrizaron en Mahé,
capital de Seychelles, con la ilusión aún entera.
En Mahé no
consiguieron hospedaje, así que cruzaron a Praslin, la segunda isla, pero
tampoco. Entonces ella se empezó a sentir mal, porque estaba embarazada de dos
meses, y le dijo al italiano que cruzara él solo a la siguiente isla y viniera
a buscarla después, mientras ella descansaba un poco a la sombra del único
chiringuito de la playa de Praslin. El italiano partió en un bote, el bote lo dejó
en un muelle y le dijeron que en un par de horas pasaría otro a recogerlo. La
isla se podía recorrer entera caminando a pesar de la vegetación, pero tampoco
había hospedaje. El italiano enderezaba para el muelle cuando se desató un
diluvio tropical. No aparecía ningún bote y empezaba a hacerse de noche, así
que el italiano volvió a recorrer la isla, que a oscuras y bajo la lluvia
parecía más inhóspita todavía, y de pronto vio luz en una casa. Le había pasado
delante cuando aún era de día y no llovía, y había visto otra exactamente igual
en la primera isla, y otra en la segunda, siempre iguales, siempre diferentes a
todas las demás, con su noble madera oscura y esa hermosa veranda que recorría
todo el perímetro de la casa. En la primera isla le habían dicho que era la
residencia presidencial y que había una en cada isla.
El italiano se
acerca bajo la lluvia a la casa iluminada, golpea las manos, no hay respuesta,
se aventura por los escalones a la veranda y ve, sentado en un enorme sillón de
cáñamo, a un viejo en guayabera, que le señala un toallón. El italiano se seca,
explica cómo llegó hasta ahí mientras en el fondo de su cabeza empieza a
relacionar la cara agria del viejo con la omnipresente foto del presidente
vitalicio en cada uno de los establecimientos públicos de las Seychelles que
recorrió a lo largo del día, desde el aeropuerto hasta aquel chiringuito en la
playa de Praslin donde dejó a Penélope. El italiano ve que no hay luz
eléctrica, sólo velas. Después de secarse un poco, está pasando la toalla por
las pertenencias de su mochila. Cuando el viejo lo ve secar un walkman, le
pregunta si sirve para grabar. El italiano dice que sí. El viejo pregunta si
tiene cintas. El italiano dice que sí. El viejo le dice que ese grabador puede
ser su salvoconducto y pasa a explicarle que no fue la tormenta la causa del
corte de energía: es un golpe de Estado. Las fuerzas amotinadas han de estar
rastreando isla por isla las residencias presidenciales en su busca. La lluvia
les concederá unas horas. El va a dejar su testamento político grabado en esos
casetes y ésa será la garantía de supervivencia para el italiano, dice el
viejo. Y con eso da por terminado su introito y empieza a hablar en su lengua
al grabador. Y así se quedan los dos sentados frente a frente, uno en silencio
y el otro perdido en su monólogo, hasta que amaina la lluvia y al rato oyen
motores y voces y pasos atropellados, y de golpe tienen enfrente a un grupo de
soldados armados, empapados de la cabeza a los pies y con los ojos rojos de
ira.
El presidente
vitalicio fue fusilado al amanecer. El italiano cayó en la volteada junto con
los sirvientes de la casa. De nada sirvió que ofreciera desesperado, llorando a
gritos, las cintas que tenía en sus manos. Las escucharon cuando ya era tarde.
Al principio tampoco supieron qué hacer con Penélope. El nuevo gobierno
necesitaba validación internacional, léase occidental, y la muerte de un
ciudadano italiano no iba precisamente a estimularla, así que le explicaron a
Penélope que había sido un desgraciado equívoco, que su novio era para ellos un
mártir de la revolución, una revolución por otra parte pacífica, una revolución
capitalista, no había nada que temer: ella y su futuro hijo tendrían todo lo
que necesitaran en Seychelles. Pero lamentablemente no podían dejarla ir, no se
podía ventilar internacionalmente lo que había pasado.
Cuatro años más
tarde, por puro azar, llega otro argentino a las islas. Vino a una convención
de empresarios de turismo, ése es su rubro en Buenos Aires. También es, por
inverosímil que parezca, un viejo compañero del secundario de Penélope, su
primer noviecito de la adolescencia. Caminando por la playa, al atardecer de su
última jornada en la isla, el único momento libre en tres días, se topa con
ella. Hace más de quince años que no se ven. Ella no lo puede creer, se pone a
llorar y no para, le cuenta entre sollozos todo lo que he contado, lo lleva a
ver a su hijito, le explica que están presos, que no les falta nada, pero que
están cautivos en esa isla, sin documentos, sin derecho a salir. El le asegura
que va a encargarse de todo y, asombrosamente hasta para él mismo, lo logra: la
gente del congreso lo pone en contacto con las autoridades pertinentes y éstas
le informan que Penélope puede partir con él cuando quiera. Las nuevas
Seychelles son puro futuro, el gobierno es el primer interesado en dejar atrás
los difusas horas iniciales de su mandato. Lo único que le piden es que, antes
de irse, se case con Penny y acepte darle paternidad y apellido al hijo. No hay
mucho tiempo para pensarlo. El único vuelo semanal, el que se lleva a la gente
de la convención, sale a la mañana siguiente. El acepta sin pensarlo dos veces
y corre a avisarle a Penélope. Ella llora de felicidad y empieza a hacer su
equipaje. Los casan en el mismo aeropuerto, antes de subir al avión. Finalizado
el trámite, le dan los documentos de Penélope y del hijo, con el apellido de
él. Recién entonces él cae en la cuenta de que nadie ha dicho una palabra del
italiano. De la manera más sutil que puede, le pregunta al funcionario que ha
sido el portavoz del gobierno en toda la negociación. De qué italiano me habla,
dice el funcionario. El le explica de qué italiano le habla. El funcionario lo
mira perplejo y, después de una larga pausa, le informa que no había ningún
italiano: según los registros oficiales, Penélope llegó sola a las Seychelles.
METAMORFOSIS DEL
DESEO*
El telón ha
caído. Las falacias. Los sofismas.
-Ay amor mío
quédate en mi-
Tucanes.
Ciegos. Maniquíes.
Los espectros
se llevan los aplausos.
Genuflexos.
Títeres sin cabezas.
Tiresias separa
las serpientes apareadas.
“¿Cual es la
mejor manera de vivir?”
-Ay amor que
fría está la noche-
Poco a poco se
apagarán las luces.
Vendo y compro.
Aúllame.
Huyen las
calles. No saben donde van.
No saben donde
nacen. Rosa o celeste.
-Dicen que
lloverá, vamos a los pinares-
El desamor se
disuelve en un vaso con agua.
Dios no confió
en nosotros. Brámame.
Déjame la boca
con sabor a sal.
-Ambigüedad es
mi nombre y así me amas-
Soy lo que soy.
Apasionadamente.
Metamorfosis
del deseo. Vinagre y hiel.
Ambrosía.
Néctar en tus huesos. Ciégame.
Hay hambruna.
Quiero morder. Perra rabiosa, soy.
¿Cuál es la
mejor manera de morir?
Cae el telón,
otra y otra vez. Y los mitos
Las ficciones.
Las fábulas.
Caracol.
Tulipán. Flor de ceibo.
Dos y uno. Yo y
vos. Vos y yo. Uno y dos.
*
la luz se
filtra entre los cuerpos
perturba la
textura de otra piel
no invade
ensaya como el
tacto que desea
apenas ser
caricia
***
INVENTREN
Próximas estaciones literarias:
SALADILLO
NORTE.
-Por Ferrocarril Provincial-
J.J. ALMEYRA.
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doble recorrido por vías del ferrocarril Midland con destino a Puente
Alsina, y por vías del ferrocarril provincial con destino a La Plata.
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GÓMEZ. RAFAEL CASTILLO.
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