*Foto de Mónica Russomanno.
LOS INADAPTADOS*
*Por Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
Nosotros en la
escuela no sabíamos el nombre del hermano mayor del más vivo. Nunca pudimos
aprendernos los cantitos. Jamás acertamos con las palabras que los demás se
proferían sin vacilación. Y, ni una sola vez, hicimos el gesto correspondiente
en el momento adecuado.
Los demás sí.
Los demás sabían qué cosa se antepone a cuál otra. Si te pregunta decile...si
sonríe así entonces vos... Y uno no entendía por qué, qué grado de necesariedad
tenían las respuestas, si nosotros argumentábamos o nos encogíamos de hombros
porque eso es lo que nos salía sin andar pesando o midiendo. Y uno se
comportaba sincera, estúpida, sinceramente.
Cada vez.
Pero hay que
sobrevivir. Hay que hurtar el cuerpo al golpe, la cara desnuda a la sonrisa despectiva,
el corazón al dolor.
Entonces
elegimos confundirnos con el paisaje, aprendimos a hacer como si estuviésemos
de veras cuando no estábamos, o como si supiéramos lo que se esperaba de
nosotros. Sin llamar la atención para que no se notase la falta de solvencia,
el instante de vacilación antes de la respuesta, o la lamentable pose de mal
actor que no sabe qué hacer con las manos y que muestra que no es, en verdad,
quien intenta ser.
Cuántos años.
Cuánta vida
mirando al bailarín de al lado para copiarle el paso. Cuánta moda que se nos
escurrió entre los dedos, nosotros siempre tarde y nunca completamente como la
prenda debía ser, color incorrecto, forma de las mangas casi, pero
irremediablemente fracasadas. Ni hablar de los zapatos.
Y darse cuenta.
Ahora.
Darse cuenta ya
de vuelta, ya cuando se ha dejado atrás tanta cosa mal disfrutada, mal asida.
Ahora darse cuenta de que el que sabía era uno. Éramos nosotros. Finalmente
nosotros. Gozosamente y gracias al cielo nosotros sabíamos ser seres humanos.
Y lo fuimos
aunque infructuosamente intentásemos no serlo. Aunque nos pusiéramos disfraces
ridículos y nos pincháramos insignias que nada significaban.
Éramos.
No fuimos
alumnos ni hijos ni novios ni empleados. No pensamos lo que se repetía a coro
desde los altoparlantes, no hicimos reverencias y, si no lo sentíamos, no
dijimos “te amo”.
No aprendimos a
mentir.
Nos salvamos.
Éramos lo que
éramos. No otra cosa.
Sincera,
estúpida, sincera, maravillosamente seres humanos.
Nosotros.
MIENTRAS EL CIELO GIRA HACIA EL AMANECER…
-Textos de Mónica Russomanno.
INOCENCIA
El siempre ha
habitado el bosque. Este bosque. Este bosque que es, precisamente, lo que la
palabra bosque nombra. Le mot juste, la palabra precisa.
Ha deambulado
largamente por la foresta frondosa de gacelas de patas temblorosas y de
almendrados ojos titilantes; ha transitado los senderos de pájaros de plumaje
fantástico. Ha visto virar las hojas desde el espléndido verde al rojo ígneo,
en atardeceres que fueron ocasos y también otoños de ardiente puesta del día.
Solo es. La
dulzura del aire se ofrece a sus pulmones limpios, la soledad no es una jaula
estrecha. La soledad es este bosque interminable que se ofrece en sonidos y en
imágenes de sólida belleza, intacta belleza. Cada día es el primer día. La
lluvia limpia el universo cada vez.
No conoce la
pérdida del acostumbramiento. Cada erguido árbol, cada arbusto retorcido le
brinda nuevos deleites en insectos que danzan el aire, en frutos de esférica alegría,
en tiernas raicillas que dibujan evanescentes formas fundidas a la perfecta
simetría de las telas de araña.
Ah la alegría
de las gotas de rocío capturando la primera luz, la última luz.
Solo es. La
soledad no le aferra el pecho, no estrecha sus costillas. La soledad no lo
abraza con su estrangulamiento de enredadera. No sabe que está solo, y ello lo
mantiene salvo de su oscuro veneno.
Siente el gozo
de la tierra debajo y del firmamento curvo que dibujan su mundo de capullo
cóncavo.
Solo es. Nada lo
requiere con premura. Puede demorarse y fluir, puede transcurrir mansamente.
Nada lo inquieta.
El ojo de agua
en la espesura espeja el mundo. Mira la superficie y se ve a sí mismo como si
no se viera. La presencia del otro no lo inquieta. Ve su imagen y es su imagen.
No existe la obligación de hallar compañía en el espejo, no lo aferra la
bíblica promesa, la bíblica maldición del apareamiento. Solo es.
Único y
completo, solo es.
En su universo
habita hasta ahora. Este ahora que le ofrece una muchacha casi niña
entredormida, entrevista, entresoñada en su lecho de trébol húmedo.
Súbitamente una
muchacha casi niña, ingenuidad de melodía sin semitonos en la súbita muchacha
entrevista, entredormida, entresoñada.
Súbita muchacha
en el lecho de trébol húmedo.
Jóvenes brazos
de luna nueva, blancas curvas, tierna postura sedente.
El bosque
expone el secreto de la niña clara, aliento de helecho matutino, escultura
blanda. De pronto el bosque expone su secreto.
Es la doncella
florida, la arcilla dócil, la forma exacta. De pronto el bosque halla su
expresión en una criatura que lo resume.
Se acerca con
pasos breves.
La recorre
tocándola con la mirada, y allí están los anocheceres oscuros, las promesas de
la fronda susurrante, la convergencia de los caminos y las aves aleteantes.
Todo en ella está. Cada gesto suave de los largos tallos ondulados, cada aroma
de fruta madura. Todo en ella se manifiesta.
El bosque es
esta figura extendida, y lo contiene como un minúsculo camafeo.
Se acerca con
pasos breves. Descansa la cabeza en el regazo de miel y nido. Siente por
primera vez que ha estado solo, siente que esta niña le falta, que la añora
desde ahora, cuando su cabeza reposa en un estrecho contacto que ya es
separación y lejanía.
Ha recibido la
amarga revelación de que él es un ser entre los seres, la demorada maldición de
saber su individualidad. La condenación lo alcanza en este instante en que ya
no es el bosque sino que increíble, atrozmente está en el bosque.
Decir que los
hombres mataron al unicornio es acaso un agregado innecesario.
OBSTINACIÓN
Cuando alguien
a quien quería me apartó de su amor, me recomendaron inventariar los recuerdos
desagradables, realizar enconadas listas de defectos, construir un odio como
escalón previo al olvido…no lo hice, no lo hago, no lo haré. Me quedé con el
recuerdo de las escasas o abundantes felicidades compartidas; con un sonido,
una imagen o un olor que en medio de la vereda me devuelven una sonrisa. Elijo
salvar el amor aunque más no sea en la memoria. Me niego al odio.
Cuando la
realidad se espesa alrededor del corazón, cuando se hace una carga insoportable
la injusticia, cuando las tragedias superan el patetismo y obstruyen la
respiración; entonces recomiendan cuidar el propio jardín, apartar
saludablemente la mirada de lo atroz, del espanto. Dicen que es de todo punto
necesario cerrar la ventana y poner música fuerte para no escuchar los ruidos
de la calle…desisto de la huida, me quedo en medio de la lluvia. Me niego a
escaparme.
Aunque duela.
Cuando me
enamoro desmonto las persianas, abro los armarios, me ofrezco vulnerablemente
en piel desnuda. Me aconsejan la prudencia, hacer cálculos, esperar
reciprocidades, evaluar metas y derroteros…no hago caso. Me regalo cada vez con
la misma ingenuidad, y prefiero no aprender a ser avara.
Obstinadamente
presto mis ojos a las lágrimas, mi corazón al dolor.
Y no me gusta
sufrir, no creo que sufrir sea imprescindible para alcanzar ningún cielo, no
creo que agrade a los dioses ni que ennoblezca ni que sea deseable.
No me niego al
dolor porque quiero ser feliz, deseo estar alegre, pero cuando se cierran las
puertas de los sentimientos no entra más ninguno, ni bueno ni malo. El que ríe
de veras llora de veras, se prodiga con generosidad.
Con obstinación
me saco el chaleco antibalas y dejo que la vida me agite como el viento a los
árboles.
Y lloro, pero
también sonrío.
POZOS CAVADOS EN
EL AIRE
El hombre o la
mujer se separa, se divorcia, se encuentra de pronto que está solo. Puede que
al principio sea la alegría de volver a verse a sí mismo, de levantarse a las
cuatro de la mañana a escuchar música y seguir durmiendo, de comprarse o hacer
lo que se le da la gana para comer.
La cita con la
soledad verdadera está pendiente. Esta finalmente llega.
Algunos se
acostumbran y quedan de vuelta, se resignan a no ser más hombre o mujer sino un
cierto ser vagamente sexuado, cosa que se nota en si usan pollera o no, por
ejemplo. Y riegan las plantitas, y quizás acaricien un perro o un gato para
sentir algo tibio bajo las palmas. Por la noche abrazan la almohada,
ciertamente.
Ocurre, a
veces, que se convencen de estar bien y de ser felices. Otras no, otras veces
se dan cuenta, y evitan esos parques y esas paradas de colectivo donde duele el
apretarse ansioso de los cuerpos de los adolescentes. Miran para otro lado, se
acarician el brazo izquierdo con la mano derecha sin reparar en ello, como si
fuese sólo una costumbre; me pica un granito, me quemé por el sol; y la mano
propia que no alcanza a ser contacto genuino pero que atempera el desaliento.
Y afuera no hay
nada. No hay nada de nadie.
Viven en pozos
aéreos, rodeados de tierra invisible, enterrados enterrados y caminan sin
ataúd.
Y ya no se
animan. Tienen miedo.
Una sola mano
que atraviese el océano etéreo basta para desaparecer el hechizo. Un roce de
veras, una caricia que haga abrir los ojos al Lázaro deambulante.
Los pozos
cavados en el aire existen. La infinita soledad que se derrumba de una vez y
sin estrépito, que limpia la atmósfera, que demuestra que siempre es nunca
demasiado tarde para extender el brazo, para abrirse al porvenir, para vivir de
la ilusión. Eso también existe.
DE LA
INMOVILIDAD COMO GARANTÍA
Dijo Macedonio
que si no quedaba pan viejo para el día siguiente, que si su hija llegaba por
la tarde a acabarse el pan del día, que si la hija que propiciaba el conjuro no
se pinchaba el dedo con la aguja al coser…dijo que si todas estas cosas
ocurrían invariablemente, la muerte no lo hallaría en su cuartucho, no lo
sacaría de su madriguera tibia.
Y dijo Alfredo
que de niño no quería ir a la escuela, y que se daba en esa época y esas horas
en el patio a la imitación de los vegetales. Parado en silencio, tenía la
mágica ilusión de que convertido en ficus por simple inmovilidad, pasaría
inadvertido.
En las noches
de terror de la infancia, yo, que sabía que el espanto estaba suelto en la
oscuridad, me tapaba con sábanas y frazadas, intentaba la no respiración, el no
latido, la quietud sin fisuras que no arrojase ondas que atrajesen a los
depredadores.
Quietos,
quietos. Que si no nos come el lobo.
Quietos que los
espantos están desencadenados. Quietos que sube la marea. Quietos que llega la
muerte repartiendo naipes de baraja española.
Y al que se
quedó quieto lo arrastró el agua, lo llevó la mamá a la escuela, tuvo
pesadillas como yeguas nocturnas. El que se quedó quieto fue descubierto igual.
El que se quedó quieto perdió el juego, perdió el tiempo, perdió la vida.
Perdió.
DESDE LA NOCHE
Es la
madrugada, afuera crece el silencio, se escucha la brisa en las hojas
brillantes de luna y estrellas.
Quién pudiera
ver a los amigos en sus camas de soledad, almohadas cabezas brazos gentiles,
los párpados dados al reposo al hambre de lo que durante el día no fue, a los
recuerdos que llegan desde las lejanías del tiempo. Quién pudiera abrazar con
el cariño su descanso, su revolverse en las sábanas. Quién pudiera.
Si deseo ahora,
en el silencio de la alta noche, de la baja madrugada, en esta hora de
insomnios de promesas, en esta hora en que el espejo es cruel con la ilusiones;
si deseo ahora que la felicidad toque las frentes de los amados, si deseo para
cada uno un pequeño toque de felicidad, un gran toque, si deseo en este momento
de nada, de fin de día sin comienzo, en esta hora de partidas y adioses y de
lechuzas, si deseo que las manos abriguen, que los cabellos se destejan, que un
soplo cortes, cálido, amable, si deseo un poco de amor o de lo que sea, quizás
de amor que otra cosa no se me ocurre para los amigos. Si deseo una caricia de
amor para cada uno entre las sábanas.
Y mientras
tanto afuera navegan nubes prófugas, vagos destrozos, jirones evanescentes
navegan el negro. Y no tienen miedo, creo. Las efímeras nubes surcan mi pequeño
cielo y no temen la inmensidad, no crujen los dientes, no tiemblan, se desatan
y se estiran y se dejan ser. Quién pudiera tener la inconsciencia de una nube.
Sobre las casa
de mis amigos de párpados cerrados las nubes dibujan figuras, se adelgazan en
signos. Y ellos duermen, tan ellos mismos, tan tiernos en la noche, tan solitos
pobres ellos.
Hoy yo velo y
los acuno, y les canto bajito un noni noni, y no les puedo revolear el pelito
pero les digo noni noni. Noni noni mientras el cielo gira hacia el amanecer.
VIAJE
La alegría es
de todos, se comparte y se muestra, se pone naranja y amarilla sobre fondo de
cielo azul. La melancolía es privada.
Como la tarde
acatarrada en la cama húmeda de fiebre, como esa puntada interna que se asoma
apenas en un crisparse de la frente pero se disimula con una sonrisa. Es
privada, personal, propia. La melancolía es un velo que pone humo en los ojos;
un medio tono sutil, bello como el final apagado de una vieja melodía en la
radio, como la efímera columna blanca que deja el alma de la vela.
Le acontece a
uno. Íntima, privada, personalmente.
La vida sucede
en sepia por esos días; hay eco en ruidos y palabras, hay la sensación de
tiempo que transcurre tangencialmente, de gentes y objetos que van y vienen sin
sentido. Hay humo en los ojos, cierta picazón en los párpados, un desgano
extendido, un manto de tristeza infinita. Hay un desinterés que confundimos con
bondadosa aceptación. Y hay algo que crece en el vientre despacio, despacio.
Algo se gesta
en los sueños, en el crepúsculo rojo, en el oculto aire de los pulmones. Algo
crece despacio, despacio, mientras nos peinamos los cabellos y mientras
observamos la paloma posada en el cable al través de los cristales. Estamos tan
lejos de aquí, tan lejos de todo, tan lejos de todos.
No me busques
hoy, estoy ausente.
Es la fiebre.
Es la realidad que ya no es, la cinta de la vida que se anuda, el calor y el
castañeteo de los dientes que chocan con los dientes. Un cuarto pequeño, un
desnivel de sombra.
Los niños un
día despiertan luminosos, han crecido. En ese irse de si han escapado hacia
arriba, estirando los huesos y marcando ángulos en sus rostros infantiles.
Nosotros huimos
hacia adentro y hacemos lo que podemos con nuestra caparazón y nuestras
armaduras. Con suerte, nos despertamos un día, nos miramos el fondo de la
mirada en el espejo. Hemos crecido. Podemos retornar.
OBSTINADOS EN LA
FELICIDAD
Hay quien desea
ser feliz, quien ha renunciado a ello, quien se debate cada día entre la
desesperanza de los ocasos perpetuos y la cegadora luz del mediodía.
La vida nos
trae a cada brazada un aroma confuso. Y mientras en algún lugar un niño empuña
un fusil, en otro la suave mano de una madre aparta con gentileza un mechón de
cabello de la frente de su hijo.
Todo transcurre
ahora, y no es imposible que ambos niños sean el mismo. Todo transcurre ahora.
La vida se despliega en alas y garras. Y la sangre es símbolo del asesinato
tanto como del amor.
Desde el
autobús en movimiento las imágenes se fragmentan en fotografías inconexas. El
propio espíritu fragmentado entre pasadas derrotas y calideces. Fragmentos del
universo, fragmentos de uno mismo.
Y un hombre
sonríe con tristeza, y alguien llora de felicidad, y todo vale la pena por un
momento, y de pronto nada tiene sentido. La paloma torcaza muerta en el cordón
de la vereda, si, pero también esos adolescentes que se confunden en un beso
que es el primero, el único beso que ha confundido dos cuerpos.
Un pueblo
muriendo por la sequía, un sobreviviente. El mar que da y que quita. La
ancestral sorpresa que nos causa el caótico universo. Todo transcurre ahora.
Y las cosas se
marchitan, mueren, se confunden con el pasado nivelador. Pero también la
germinación. Para qué, si al final; pero también la germinación.
Esa atávica
frase del tiempo de la siembra y el tiempo de la cosecha. Nacer y morir. Y
vivir entre medio, la maravillosa y atroz tarea del vivir entre medio. Hoy,
ahora, cuando todo y todos y nosotros transcurrimos. Ahora.
Los auténticos
viajeros del tiempo, los verdaderos astronautas; somos los protagonistas de
nuestro relato y nos vamos moviendo junto con la galaxia.
Nada es simple
ni fácil, nunca los dados repiten el golpe de fortuna, hay puertas que se
cierran para toda la eternidad, frases que ni dijimos ni diremos, cansancio
acumulado y a futuro, fantasmas en el vano de la puerta a medianoche. La
esperanza del amor, el agua que se dispersa en diamantes leves una tarde en el jardín,
la sensación maravillosa de estirarse luego del sueño. Los anhelos; que a veces
se encabalgan en los dos territorios, y hacen sufrir, y también impulsan hacia
la vida.
Sorteando los
manchones de sombra, la tristeza, esperando el alba. Mientras la rueda de la
vida rotura las generaciones; sabemos que por ahora estamos en nuestro ahora,
que este tiempo de maravillas y espantos nos ha salido en suerte, que estamos
aquí entre bodas bautizos y funerales. Ahora.
Y aunque no nos
concedan los hados el éxito en nuestra empresa, seguiremos obstinados en la
felicidad.
LAS SUELAS
DESTROZADAS
Un día voy a
calzarme las viejas zapatillas y encuentro que la suela de goma se ha abierto
completamente. Y no en una, sino en las dos. Me sorprendo como cada vez que
esto me pasa, y pienso en la fatiga del material, en ese instante ya
predeterminado desde la fábrica, fijado para la caducidad y el desgarro.
Recuerdo que
usé ayer las zapatillas, y estaban bien. Y de pronto hoy las dos suelas
destrozadas. Como las flores del bambú, que se abren en todo el mundo unidas
por una red intangible, como las gemelas que se despiertan en el dolor
compartido, y una llora, y a la otra la angustia le cierra el pecho.
Pero encuentro
las suelas destrozadas, de pronto. Y ayer no estaban así. Y quién es esa mujer
que en el espejo me devuelve una mirada con otro color de ojos, con otra
expresión, con unas arrugas que no eran y con esa tristeza de ver un poco más
allá, más arriba, un tanto más atrás de las cosas. Si yo sigo haciendo chistes
tontos, sigo bailoteando, sigo yendo al baño en puntas de pies y a la carrera.
Quién es esa mujer que apareció así, de improviso, tan de un día para otro que
hasta mi madre me dice que en las fotos del año pasado todavía estaba esa
muchacha con sonrisa abundante. Pero ya no. Pero ahora esta mujer oscura, esta
mujer que no se reconoce.
Me miro y hay
un pozo allí. Hay una persona con fatiga de material. Alguien que no permaneció
incólume, que finalmente y de un día para otro se rasgó y se le nota.
No es extraño
envejecer. No es inusual que los profundos dolores y las terribles tristezas
nos tracen un mapa debajo de la piel y en la escritura de la mirada. Lo que me
sorprende es lo súbito, lo extraño de que una imagen nueva y sin embargo tan
verdadera se presente en los reflejos.
Me miro en el
espejo. Veo las noches, tantas oscuridades, la cercanía de las muertes, las
partidas, los dolores de la traición esperada e inesperada. Veo la acumulación
de días, la soledad que hizo muros, la dulzura de los llantos calmos como
lloviznas. Veo una mujer triste allí. Menos pronta a juzgar, más pronta a la
ternura, pero tan cercana a la melancolía.
Tomo las
zapatillas rotas, las pongo en una bolsa, las desecho. No le servirán a nadie.
Me miro en el espejo, le sonrío a esa mujer triste, me visto con una prenda de
colores claros y preparo para ella alguna futura felicidad.
Saludo a la
mujer que he venido a ser. Me miro detenidamente para no perderme, para
reconocerme entre la multitud.
ONDOLOIN
Le he dicho
ondoloin a una amiga chilena, Ross. Es ya tarde, hemos charlado por face y le
digo ondoloin y no lo entiende. Ondoloin, y las olas de la mar océano se
ondulan de América hasta la lejana península ibérica. Ondoloin le digo, y es el
saludo basko para ir a dormir, y es el nombre de mi casa azul que está en
Rincón y que es la suma de mis deseos, que es la suma de las reminiscencias de
una niñez que ha quedado en hitos y referencias.
Ondoloin digo,
y es la casa de la Ester Márquez hace cuarenta años, con retratos amenazantes
en las paredes, anchas puertas de hierro, muchos patios y olor a jazmín.
Ondoloin digo,
y hago un cartel para mi casa con vidrios de colores pegados sobre una
antiquísima chapa patente de quién sabe qué automóvil desleído en chatarra ya
hace décadas. Ondoloin reza el mosaico de vidrio, y luce los colores de la
bandera de la patria de mi madre, su txoco, su raíz, su pertenencia, el suelo
de montaña y mar, de ovejas y árboles de manzanas pequeñas.
La nombro
Ondoloin a mi quinta que también es mi casa azul, azul de sueños, azul como el
inexistente o no tan inexistente pájaro azul de la felicidad.
Y en Ondoloin
habrá un jardín de invierno con mamparas de vidrios repartidos, evocando los
jardineros ingleses regando delicadamente las rosas en el invernadero. Y habrá
muebles de cedro porque queremos materiales nobles, fuertes, pesados, llenos de
pasado y durables extendiendo largas sombras en lo por venir. Y habrá una
cocina generosa para armado de ravioles y amasijos de pan, un asador interno
para que el fuego pueda hacer figuritas anaranjadas de vidrio líquido, para que
alimentemos con palitos, uno a uno, ese milagro limpio y luminoso.
Habrá en la
casa azul un pez azul, allá arriba en la pared del tanque de agua. Y el pez de
cemento revestido en vidrios centelleantes será un bagre de este mi río, esta
mi tierra puro agua y camalote y ave zancuda. Pero habrá la dulzura del
ondoloin extendido como una sábana de hilo recién planchado y perfumada con
membrillos, envuelta en papel azul de cajón de manzanas, durmiendo ondoloin,
durmiendo, ondoloin, en el ropero de patas de araña.
Será esta una
quinta, una casa, un pequeño lugar de la extensa América. Y habrá copas y
porcelana vieja, y habrá muchas sillas esperando dar hospedaje a los amigos. La
porcelana será europea, las copas americanas, el lugar una vaga intersección
entre dos mundos y dos vertientes cantarinas. Una arroyo, una río estrecho y la
otra delta y catarata.
Ondoloin se
llamará la casa, con columnas de quebracho del ferrocarril, con vidrios azules
de ese profundo azul que ya no se produce. Será entonces, Ondoloin, un momento
titilante entre el pasado y el futuro. Será un pequeño presente y entonces digo
pequeño presente y pienso en un obsequio.
Tendrá jardín y
tiene ya su álamo que trae el mar de Euskadi cuando el viento mece su follaje
maravilloso. Sonido a océano que llega a tierra, olores vegetales de esta mi
tierra de bichos bolita y caracoles.
Comeremos moras
que nos mancharán la piel irremediablemente, paltas caídas de tan alto, albahaca
y romero de los almácigos.
Pasearemos por
calles de arena donde nos observan las lechuzas y donde los perros siempre
duermen desparramados al sol. Donde la gente se cruza y se saluda. Pasearemos
con aroma a eucaliptus medicinal y pasto recién cortado.
A la noche
diremos ondoloin. Ondoloin, ondoloin, ondoloin, lejanas campanas resonando.
CON LA SANDÍA
EN LA CABEZA
Hay gente a la
que no le hace mella lo que se piense o diga en presencia o por los detrases,
gente que no responde a un código de vestimenta, gente que tiene la libertad de
usar boinas o sombreros, chalecos extemporáneos, colores fuera de catálogo,
botines de la tatarabuela o pulóveres con cuatrocientas noventa y nueve lavadas
y remiendos.
Hay quienes se
dan la libertad de saludar con grandes abrazos que dejan a sus víctimas con
sonrisas confusas y los bracitos pegados al cuerpo. Gentes que se pasean
contraviniendo los códigos del ridículo de su generación, verdaderos
subversivos del buen gusto, personas raras.
Hay quien
estaría perfecto en una fotografía del siglo pasado, en una filmación de la
época del mayo francés o un video que se capture de aquí a cinco años, que para
la moda es la eternidad y un día.
Son personas
molestas para presentaciones de familia, y las sonrisas burlonas acompañan o
suceden su presencia. Se hacen irreflexivamente o con toda intención
juzgamientos de carácter, creencias políticas y sanidad mental a partir del
atuendo más o menos correspondiente con lo que la época, edad y condición social
indican como correcto y necesario.
Ahora bien, por
qué entregarse al escarnio. Alguno lo hará conscientemente por mantener una
postura, vistiendo en el cuerpo su no pertenencia a lo establecido; otros por
esnobismo, otros porque simplemente no se dan cuenta y se ponen lo que les
resulta más cómodo o simpático.
Molestan.
Causan un malestar pues rompen la perfecta monotonía que asegura que todos
estamos en la sintonía de lo aceptable. El rojo combina con los neutros, las
rayas jamás jamás con los lunares, y aros largos nunca para los cuellos cortos.
Y lo que
refiere a la indumentaria se traslada por declinación a las actitudes y las
palabras. Como por necesidad, como si fuese natural y el orden universal
indicase el largo de las faldas.
No es algo
simple escamotearse al juego de lo aceptable, el más estrambótico de los seres
verá en alguien más lo ridículo, señalará desdeñosamente un moñito tonto, un
collar ostentoso. El más libre de los sujetos despreciará gazmoñerías ajenas,
comportamientos objetables.
Hay una línea
entre lo excéntrico y la afrenta voluntaria. Vivimos en sociedad, lo que
hacemos públicamente puede escandalizar o ser realmente desagradable. Hay
situaciones, lugares, momentos en los que alguna cosa puede ser una falta de
respeto. Pero quién y con qué manual en la mano puede marcarla con aerosol en
la cancha.
Como esa línea
inexistente no se ve pero se siente, muchos decidimos sacarnos la sandía de la
cabeza con la que gozosamente paseábamos resguardándonos del sol, nos pusimos
los zapatitos que están en las vidrieras y nos fuimos resignando a componernos
en el espejo que nos coloca el resto de la humanidad al salir de casa. Lo
hicimos con el deseo de no ser una molestia para los amigos y familiares, para
que no nos miren mucho los transeúntes, es decir, para volvernos invisibles.
Y desde el
momento en que vestimos la ropa adecuada, empezamos a emitir por declive
ciertas opiniones, nos permeabilizamos a ciertas creencias, por urbanidad
enrollamos alguna bandera y quemamos unos cuantos libros. Es la vida ¿o no? Uno
envejece, una se adapta, uno se convierte en ese que antes le causaba risa o
pena.
Claro que me
dirás, querido amigo, que tus lentes para leer y tu camisa blanca no te quitan
fervor por la utopía. Me asegurarás que la sandía no es el mejor sombrero, que
tu libertad no depende de la tela de bambula que se perdió en el pasado. Y
posiblemente sea cierto.
Los nietos no
desean una abuela fantoche, los hijos se horrorizan de un padre que llama la
atención. El adolescente lleno de piercings y tatuajes detesta a la ridícula
profesora de falda acampanada.
A nosotros (a
nosotros, sólo a nosotros) la libertad.
ALREDEDOR DE
NABAM
Yo soy yo, la
que escribo y no la que escribió. Algunas veces, cuando releo la novela de ella
tiendo a confundir las identidades y creo ser la otra, la que se obsesionó con
ese personaje extraño y maravilloso que fue apareciendo apunte por apunte, en
esas noches de insomnio en las cuales la historia le fue aconteciendo como
dictada, como si ese ser imposible se escribiese y describiese a sí mismo,
apareciendo pleno y corpóreo, ajeno a su imaginación.
La cosa comenzó
a partir de un artículo del "Diccionario infernal" de Collin de
Plancy, libro que pacientemente la esperaba en un anaquel de la biblioteca
familiar desde antes de que naciera. Siempre había estado allí, lo descubrió en
la infancia leyéndolo a escondidas de sus padres, y desde entonces
esporádicamente releía algunos artículos, con la curiosidad incrédula que
conviene a nuestros tiempos y la satisfacción por el estilo y el lenguaje
antiguos. También allí, desde siempre, la aguardaba quizás Nabam para
manifestarse.
En la página
dedicada a los conjuros se recetan las palabras, signos y condiciones para
invocar a los demonios, y tan bien organizadas se encuentran las huestes
infernales, con sus capitanes, sus legiones y sus cadenas de mando, que a cada
día de la semana corresponde un demonio, un horario para efectuar la ceremonia,
una ofrenda que debe ser preparada con celo para entregar al compareciente.
La escritora no
otorgaba fe a la brujería, pero le pareció que el tema era adecuado para crear
una novela, y la primera noche hizo una descripción de Nabam, el demonio de los
martes.
"Lo miro
parado y es más bajo de lo que parece estando sentado. Esa falsa impresión la
causa una cierta desproporción entre el cuerpo y los brazos, que resultan
demasiado largos. Me desagrada. Tiene un exterior brutal desmentido por una
delicadeza extrema en los dedos y la forma en que manipula los objetos.
Desearía que fuese simplemente bestial sin esa cualidad falsa de cuidadosa
cortesía. Cuando habla, agacha la cabeza, lo que hace que aparezca una línea
blanca debajo de su iris. Ojos celestes, o grises, o verdes.
Difícil
definición. El inicio de cada frase le provoca una sacudida y un adelantar el
torso hacia mí, que en cada uno de sus avances retrocedo. Me llega su aliento a
cigarrillo y alcohol, y algún aroma más como a perfume y transpiración. (Y
flores marchitas). Me mira con una intensidad que me pone nerviosa. Respondo
apurada, equivoco las palabras y mis expresiones me resultan estúpidas en el
mismo momento de decirlas. Siempre igual. Serpiente encantadora de pajarillos.
Pero yo no soy un pequeño pajarito; sin embargo frente a él soy un ser informe.
Me desprecio. Cada vez que estoy contenida en su mirada, con su cuerpo atento y
ominoso, me siento en la zona de trampa. Digámoslo de una vez, el hombre me
resulta intolerablemente atractivo porque me repugna."
Este primer
retrato se le dio como una revelación, como si hubiese visto realmente a Nabam,
y al otro día la imagen del demonio se le presentaba constantemente, reclamando
su atención aun mientras ejecutaba sus tareas cotidianas.
Tenía,
entonces, al personaje. Cómo sería el desarrollo de la novela no era tan claro,
excepto que le resultaba evidente que se enamoraría de él con secreto horror.
En síntesis, una mujer invoca al demonio en una ceremonia hecha por broma, el
demonio se presenta, se declara suyo, esta mujer debe convivir con él y se
consignan las visicitudes y los diálogos que se dan entre ellos.
En algunos
borradores utilizó un narrador omnisciente, en otros la tercera persona, pero
los desechó y finalmente escogió el relato en primera persona, siendo la
narradora una mujer que era ella misma, disfrazada apenas por detalles dispares
o concesiones tenues a un intento de ocultamiento. Se puede notar sin ninguna
dificultad al leer el libro cómo esos pueriles disfraces se diluyen a medida
que la relación avanza, y finalmente aparece la escritora claramente retratada
a través de sus palabras. Así, Nabam iba tomando forma y peso, y ella se
despojaba de imposturas para reconocerse como protagonista del drama.
"No soy
más que una mujer. Una patética mujer. No puedo escribir sobre sentimientos
porque caería en la deplorable zona de la novela rosa, no no no no no no.
¿Qué se puede
decir que no haya sido dicho admirablemente por otros?."
Este párrafo se
encuentra en su diario, y por la fecha corresponde a las primeras etapas de
escritura. No deseaba escribir una historia de amor, y era eso sin embargo el
fondo de la trama, la secreta seducción del demonio. Sin embargo, un segundo
leimotiv ejercía un contrapunto constante, y era la relación del demonio con
Dios, la imposibilidad de probar la existencia de Dios aún ante la presencia
del demonio, igual de ignorante que las demás creaturas de los secretos
designios del creador.
Así, este
personaje en principio fantástico e increíble se va mostrando como ser arrojado
al mundo, dotado de escasos poderes y aún más escasos conocimientos del más
allá, siendo que al entrar en este territorio, al franquear la puerta de
nuestra existencia pierde la memoria sobre las maravillas o espantos del otro
lado.
Todo esto lo
escribía ella sin consultarse a sí misma, con rapidez, finalizando capítulo
tras capítulo casi sin efectuar correcciones posteriores.
"No me
extrañaría para nada comenzar a escribir en lenguas. Jamás había sentido igual
urgencia por otro relato, ni tanta seguridad al poner las palabras, que se
siguen unas a otras como dotadas de una necesaria ordenación. Recuerdo un
documental sobre el autismo, en el que un niño dibujaba un gallo copiando la
imagen fielmente de su memoria, trazando líneas aparentemente azarosas,
caóticas, hasta que como por milagro se completó la figura. Se explicaba que
las líneas no tenían sentido para él, y que aleatoriamente podía realizar un
trazo del ala, luego una pata, luego una pluma de la cola y el pico, pero que
el gallo surgiría completo y perfecto al final, siempre igual al primer modelo,
sin importar el orden o aparente desorden de la operación. Me pregunto si no
estaré dibujando algo que tiene una existencia propia, me pregunto qué rostro
aparecerá cuando coloque el punto que cierre el último capítulo, y si podré
mirar ese rostro que me estará devolviendo la mirada".
Esa sensación
de ser mera transcriptora, acaso de estar realizando un acto más de medium que
de creadora la acompañó todos los meses en los cuales los capítulos se sucedían
velozmente unos a otros, en los cuales el demonio narraba historias,
reflexionaba sobre la humanidad desde su condición de creatura ajena, se
instalaba con su rostro y su cuerpo detalle por detalle en las palabras y en
esa realidad paralela que tomaba una consistencia de cosa cierta.
Y Nabam, claro,
era hermoso y terrible, orgulloso, soberbio y completo en sí mismo, una enorme
fuerza agazapada y acaso mentida en su presencia confortable. La violencia
probable, la posibilidad de una súbita detonación hacía que el horror por su
condición demoníaca permaneciera como bajo continuo por detrás de la melodía
tranquilizadora de los diálogos calmos y la convivencia cotidiana.
El demonio se
presentaba con una corporeidad en el relato que al principio le hizo dejar las
luces encendidas por las noches y se resolvió luego en una especie de espera
insensata.
"Me he
descubierto en la calle mirando insistentemente los portales y las veredas,
buscando la imagen familiar de mi demonio recostado contra el umbral de una
casa o fumando silenciosamente desde la silla de un bar, libro en mano, sentado
con esa actitud de dejarse estar, con ese reposo de animal cazador que
reconocería de inmediato. Me ha parecido verlo, y no me he asombrado. Sería
natural y fácil caminar hacia él y saludarlo, aceptando su comparescencia como
algo necesario.
Cuando escribo
lo siento a mi lado, puedo percibir ese olor que le es característico, y no
tengo miedo sino expectación. Frente al teclado de mi computadora, mientras
describo cómo me seduce lentamente, soy seducida, ¿me seduzco?. Y cómo lo extraño
cuando lo busco en las habitaciones silenciosas y descubro que él no está aquí,
que no puedo rodear su cuerpo ominoso con mis brazos.
Ayer, cuando
llegaba a casa, la imagen de Nabam aguardándome, espalda en la pared,
cigarrillo humeante en la mano de estatua, esa imagen era tan nítida y precisa
que la decepción de no encontrarlo me sumió en una depresión que hube de
conjurar continuando con la novela, donde vive respira actúa habla, me
habla."
Reconociendo el
grado de obsesión que su personaje le provocaba, la escritora no se alarmó por
ella sino se limitó a disfrutarla, pues no creía en realidad en la existencia
de los cielos o infiernos del catecismo. Pensaba, como lo consignó en otros
apuntes, que esta momentánea suspensión de la incredulidad era el
resultado de
haber encontrado un carácter y una historia interesantes, cosas que
favorecerían la obra, que prometía ser buena o en el peor de los casos menos
mala que sus anteriores producciones, las que reconocía resignadamente como
mediocres y carecientes de ese impacto que obliga al lector a mantener la
atención en las páginas, y distrae del artificio del estilo y los mecanismos
del relato.
"No te
asustes, que cuando te dije que lo busco y me parece escuchar sus pasos
demorados por las habitaciones, sé perfectamente que no va a ocurrir. Sólo es
un sentimiento de posibilidad de la maravilla pero como juego. Dejame ser feliz
con su compañía imaginaria mientras dure. No te preocupes, que no me estoy
volviendo loca. Lo que pasa es que es tan hermoso."
Este fragmento
de un mail a una amiga da cuenta de la alarma de ésta por esa inmersión en la
irrealidad, y del intento de la escritora por tranquilizarla y quizás
tranquilizarse a sí misma. Luego del frenesí de escritura de los primeros
tiempos, hubo una súbita detención en correcciones mínimas y agregado o
sustitución de palabras o frases que no alteraban la obra sustancialmente, sino
que demoraban el desenlace.
"No he
continuado con la novela. No puedo decir mi novela porque es suya, es la zona
donde él camina y respira y me acaricia distraídamente. Me he percatado de que
esta suspensión no se debe a falta de inspiración. Demasiado sé que ya el
último capítulo está completo línea por línea, y es el miedo a la finalización,
a escribir las palabras lo que me amedrenta. Sé que puesto el punto final, esto
acaba, Nabam se transforma en un personaje con presentación, nudo, desenlace, y
que narrar el desenlace equivale a darle fin a él junto con la novela. Está vivo
mientras escribo, lo relegaré al pasado cuando concluya su historia. Me demoro
en separarme de su presencia cotidiana, no me resigno a aceptar que sus últimas
palabras sean consignadas y se resuelva finalmente en una foto más del álbum,
que desaparezca como esos amigos que se van y se diluyen en la memoria."
Pero,
resignadamente, luego de corregir una y otra vez pasajes ya revisados, en un
solo día completó lo que restaba y colocó el temido punto último que equivalía
al punto de muerte para la relación íntima con su personaje.
"Ya está,
la cosa está hecha. Nabam está terminado, qué feo me suena. Ahora, a intentar
vivir sin mi demonio. Pero qué dramática, yo que deploro las tragedias y esa
penosa magnificación de las cosas, me entrego a la lástima por mí misma y por
nada. Pero me engaño. Es el pudor, siempre ese pudor por los sentimientos lo
que me obliga a intentar mentirme a mí misma. Los sentimientos me avergüenzan
como la exhibición de las tragedias o la demostración de que al fin y al cabo
yo tomo, también, seriamente mis sufrimientos, aunque éstos sean bastante
lastimosos y dignos más de una sonrisa que de una lágrima. No es que no haya
ocurrido nada, lo que me sucedió no sucedió en el terreno de lo diurno, de lo
tangible, pero esta desazón, este pesar no son ficticios. Es un abandono, una
carencia, y duele, me duele.
A veces siento
el impulso de retomar Nabam, de agregar otro capítulo, de fingir que puedo
tocarlo cuando íntimamente sé que está completo y no puedo manipularlo sin
perjudicar esa cosa de bruñido ya realizado."
Quizás resulte
innecesario referir que ella estaba enamorada de Nabam. Se había enamorado de
ese angel caído hermoso y taciturno que página a página iba definiéndose como
un ser negado al amor. Era la seducción del amado inaccesible, acaso la más
perversa porque al no ser factible su satisfacción la transforma en una
obsesión imposible de conjurar. Ella sólo podía depositar su amor en ese
demonio, y el demonio sólo podía amar a Dios, que lo había expulsado de su
amor.
Situación refleja,
simétrica, insensata porque el demonio a fin de cuentas no existía.
"Te
extraño mi Nabam, cómo te extraño. Y no es casual que extraño sea lo ajeno, lo
diferente, lo alejado de uno y de sus costumbres, y utilicemos el verbo
extrañar para expresar el intolerable vacío, la urgencia, el desesperado hueco
que alguien deja en nosotros al marcharse. Cuando uno extraña, es porque el
extrañado se ha convertido en ajeno, alejado, diferente, en un extraño."
Pasado un
tiempo, dijo a sus amigos en tono de broma que poco a poco había remitido la
enfermedad, y que ya no buscaba a su personaje por las calles ni esperaba
hallarlo sentado en la silla de hierro de la cocina. Contó que había comenzado
a escribir algunos cuentos, y que tenía la idea de una nueva novela.
Hay apuntes de
esa novela, que recomenzó varias veces, sin hallar el tono justo ni la forma de
narrar la historia. Los borradores revelan una escritura desganada, carente de
inspiración, más de trabajo de redacción impuesto que de novelista.
"No hallo
placer en la escritura, no puedo dejar el estilo de Nabam, su castellano
antiguo, su fría observación a través de frases corteses. No puedo creer en
estos nuevos personajes intrascendentes, meros personajes y no otra cosa,
marionetas con los hilos al descubierto. Cómo habría sonreído Nabam, siempre
tan pronto a burlarse de mí, si hubiese leído la frase `marionetas con los
hilos al descubierto'. Sin su mirada no puedo soslayar estas frases estúpidas y
gastadas. Para qué engañarme, no puedo escribir este libro sin sombra, esta
historia anecdótica e insustancial que tanto esfuerzo me demanda y que tan poco
vale."
No destruyó los
borradores, pero los guardó definitivamente y no volvió a escribir.
Sus conocidos
dicen que ya no hablaba de Nabam, y que continuó su vida sin demostrar la
íntima sensación de vacío de la que habla en su diario. Era quizás tan penosa
para ella que no quería compartirla, y más aun cuanto que pensaba que no había
verdaderos motivos, ya que se repetía que el demonio había sido un personaje en
una trama y no había razones reales para sentirse abandonada. Cabría
preguntarse qué es la realidad, qué significa esa palabra aplicada a los
sentimientos.
"Trato de
salir, de ver amigas, de volver a la realidad. Me persigue un vacío helado, una
soledad que me atemoriza, la vergüenza de admitir ante mí misma que me enamoré
de un ser inexistente y al que yo misma di forma sólo con palabras. Cómo decir
esto, como admitir esto si no puedo confesármelo sin saber que es absurdo. Sin
embargo, no es menos doloroso por ser absurdo. No, no duele menos."
Fue entonces
que tomó la resolución de invocarlo. Tal vez lo meditó durante semanas, tal vez
fue un impulso repentino. Como sea, ningún rastro escrito queda de ello, y cada
uno puede formarse su propia opinión al respecto.
Repitiendo al
personaje, repitiéndose a sí misma si convenimos finalmente en que ella era el
personaje de la novela, con una tiza dibujó el círculo mágico y el pantaclo en
el suelo, y pronunció su pedido de comparescencia a la noche del martes, al
aire inmóvil de la habitación, a los improbables habitantes de esas oscuras
regiones invisibles en las cuales no creía.
Sabemos que su
pedido fue satisfecho, y también sabemos que no fue su demonio familiar, su
doméstico acompañante quien apareció atraído formado o conjurado por la
letanía. Qué terrible espanto se alzó frente a ella Dios nos guarde de saberlo.
No fue posible reconocerla, pues su cadáver estaba desperdigado en jirones de
carne y cabello y vísceras ensangrentadas. De nada había servido la pueril
barrera de la línea de tiza, y la protección que asegura el conjuro es
seguramente un engaño más de los demonios, que se complacen en juegos de esa
naturaleza.
Ahora, en mis
manos se encuentra la novela, y me hallo con súbito horror buscando la figura
de Nabam recostado en algún muro, fumando en la silla de algún bar, respirando
quedamente mientras hojea un libro. Línea por línea conozco su rostro y su
cuerpo, y es tan hermoso. Es tan hermoso.
***
-Mónica
Graciela Russomanno, de nacionalidad argentina y española, nació en Santa
Fe, en 1966, y es profesora en Artes Visuales.
Fue publicada
en los diarios “Hoy en la Noticia”, “El Litoral” de Santa Fe, “La Nación” de
Buenos Aires, “Uno” de Entre Ríos, “Ideas” de Cuba, “Xicóatl” de Austria y
“Etcétera” de Zaragoza. Editada virtualmente en las publicaciones “Inventiva
Social”, “Unión digital”, “La máquina de escribir”, “Página uno”; escribe
ensayos en la revista cultural “El Arca del Sur”.
Ha guionado los
videos: “El gueto de Varsovia”, realizado por los 90 años de la radio
“LT9”, así como “Relatos de Euskadi” y “El Arca del Sur”, participando como
invitada mensual en el programa de radio de LT10 "El hombrecito del
azulejo".
Fue premiada en
el concurso por los 70 años de la UNL, en el concurso “Nitecuento” de Editorial
Mizares, el certamen de la Editorial “Nuevo Ser”, y en el organizado por
“Historias para el café”.
Editada en la
Antología “En bandada”, participa como autora invitada en encuentros con
estudiantes, y es jurado del concurso anual de cuentos juveniles de la
organización “El Puente”. En los años 2011 y 2013 fue jurado del concurso de
cuentos "Gastón Gori" de la Sociedad Argentina de Escritores filial
Santa Fe.
En el año 2009
la Asociación Trabajadores del Estado le editó un libro de cuentos, “Historias
versas y perversas” dentro de la colección Bienes Culturales.
***
http://inventren.blogspot.com/
Las aguas y los
dioses*
(De la
Estación Carhue – Ferrocarril Midland)
En este lugar,
aquí, en este hermoso lugar hay verde. Aquí, en este sitio existe el verdor.
Aquí es bello, aquí hay plantas. Eso decíamos.
Nosotros, los
mapuches, nosotros, los salvajes ignaros decíamos Carhué y era decir nuestra
casa, era decir la tierra, era decir mi familia, mi ancestro más remoto, mi
vida. Decíamos Carhué y decíamos amo la tierra verde.
Y el lago
Epecuén nuestro lago Epecuén era salado. Salado como el mar más reconcentrado,
tan salado como si el océano hubiese sido puesto al fuego en una olla de barro
y hubiese hervido despacito hasta que el agua fuese casi sal. Así era el lago,
así lo extendieron los dioses oscuros sobre la tierra verde. Y era el límite
del verde. Mas allá venía la pradera que se tornaba páramo, hasta allí las
pasturas y la facilidad. Hasta allí lo cálido y amable, a partir de allí ese
límite, ese exterior, esa felicidad que se consigue con mayor dolor. Porque,
debo decirlo, también esa era nuestra casa, y así como se ama al hijo
obediente, se ama inevitable y dolorosamente al hijo que se eriza en espinas y
baldío.
Era Carhué y
era el lago de sal. Y fueron los hombres que ya estaban pero estaban todavía
lejos. Eran los hombres del color de la blanca muerte, que nos habían dejado
tranquilos hasta que su codicia los forzó a extender los brazos más lejos que
el corazón. La codicia les dio hierros en los brazos y les dio hierros en los
pies, y Carhué que era mi hogar fue mi tumba, y mis lugares tomaron nombres que
nunca les casaron, nombres que se resbalan porque no los pertenecen. Pueblo
Adolfo Alsina, lago San Lucas, nombres extranjeros, nombres que se desvanecen
bajo el cielo de la América y que mi boca no puede pronunciar sin hacerse
violencia.
Llegaron los
hombres de hierro. Se quedaron los hombres de hierro.
Vinieron en su
propia bestia humeante como quien llega montado en una pesadilla. Le dicen
ferrocarril a la bestia de fuego, a ese monstruo negro y temible. En tres
grandes bestias llegaban los hombres blancos y seguían trabajando para su
codicia.
No les bastaba
la laguna de sal. Ya no estábamos nosotros, yo era ya polvo de huesos bajo mi
tierra verde cuando los intrusos que vendían baratijas y habitaciones y
bañadores a rayas quisieron obligar a la tierra a dar más de si. No les bastó
ver nuestra tierra, se la apropiaron; no les bastó apropiarse de la tierra, la
quisieron doblegar con sus canales y sus terraplenes. No era suficiente con el
nuestro lago, no. Hicieron un lago ellos, un lago dulce, trajeron el agua desde
otros lados que no son este lado, que no pertenecen a este lado, y con ese agua
extranjera hicieron ese nuevo lago y cambiaron la historia de la nuestra
tierra.
Y el diez de
noviembre uno de los dioses oscuros miró la tierra que era verde, abominó el lago
dulce, tomó una palabra, pronunció una nube de ceniza, y el terraplén cedió, y
la ciudad conoció el olvido del agua silenciosa. Y el agua avanzó como un
ejército en marcha, y las puertas se hincharon en sus marcos, y el inexorable
pasado se acumuló sobre los ladrillos de la ignominia. No tañe la campana bajo
el agua, no acuden los niños a las escuelas, diez metros de agua se comprimen
sobre las plazas y los tejados.
Me duermo en mi
tumba ahora. Mientras me adormezco canto quedo una melodía que ya no encuentra
cuerdas para sonar. Siento la luz de la luna quebrada sobre el pueblo
sumergido. Descanso ahora. Los dioses juegan sus juegos, un pez desprende
silenciosa, lentamente, una escama de madera de una silla que se pudre.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Provincial:
GOBERNADOR ORTIZ DE ROZAS
JOSE RAMÓN SOJO. ÁLVAREZ DE TOLEDO.
POLVAREDAS.
JUAN ATUCHA. JUAN TRONCONI. CARLOS
BEGUERIE.
FUNKE. LOS EUCALIPTOS.
FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR
UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO. ESTACIÓN DOYHENARD. ESTACIÓN
GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ. J. R. MORENO.
EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS. INGENIERO
VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA. LA PLATA.
***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:
GONZÁLEZ RISOS
PARADA KM 79. ENRIQUE FYNN.
PLOMER. KM. 55. ELÍAS ROMERO.
KM. 38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD. MERLO GÓMEZ. RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA. JUSTO VILLEGAS. JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI.
KM 12. LA SALADA. INGENIERO BUDGE.
VILLA FIORITO. VILLA CARAZA. VILLA DIAMANTE.
PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
InventivaSocial
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Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar
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