*Foto: circa
1920. Fuente: http://www.deviantart.com/art/Vintage-Stock-Circus-297979155
Hoy desperté en
un día especial*
Mi pie
izquierdo giró derecho
Recibí un ramo
de rosas amarillas
reí de
mis defectos
Leonardo Di
Caprio me dio un
beso de
película
No leí las
noticias de los diarios
Las plumas de
mi sonrisa desplegaron
golondrinas de
coral
Me duché con
agua bendita
El olfato
animal me llevó
por la tibieza
de su intuición
nadé en un mar
de nubes
No repasé
en el qué dirán de mí
Ni cuanta
plata tenía en los bolsillos
camine por la
playa sin un sostén prensado
Ni tuve en
cuenta al reloj
*De Azul.
azulaki@hotmail.com
DE LOS SUEÑOS DEL HADA AZUL…
-Textos de Nora Azul del Rosario Akimenco.
Cuando me
duerma esta noche
Tu rostro
viajará sobre mis párpados…
*
El les creó una
luna artificial en el ventanal
Coleccionó
rosas de un florero dormidas
Dibujó un
sol de girasoles en la pared
Les cantó una
serenata debajo de la persiana
Con una
guitarra de juguete
Se puso alas de
papel crepe y alambre
Se vistió de
súper héroe
Hacía
morisquetas para que rieran
A él lo
llamaban Papá.-
*
Quisiera ser la
rubia tonta
No tener que
irritarme
Por llegar a
fin de mes
Ni pensar cada
día
En el almuerzo
y la cena.
En la educación
de mi hijo
Ni los
autorreproches
Ni sentir la
soledad
Y el
oscurecimiento
Frente a las
decisiones
De trabajo
tantas veces
Teñido del
sufrimiento
Enajenado de la
pobreza
Y la
preocupación de
Expresar la
palabra adecuada
Sin dañar a los
más necesitados.
Pero, ¿y si no
puedo?
Muñeca de trapo
Esa joven era
una estampita de pergamino. Retorcida en fragmentos.
Su piel eran
racimos de uvas. Sus ojos vidriosos despintados por el miedo.
Sus manos no
tenían delineados dedos y sus piernas eran frágiles., como el cartón
humedecido.
Cualquiera
articulaba su imagen y la convertía en una diosa, una santa o en un ser
descartable.
No era una
marioneta, pero parecía.
Era una mujer
rota, pentagramas y conciertos no alcanzaron a enderezarla.
¿Quién?
Quién
escribiría versos amables
De manzanas
verdes, doradas
Las pieles de
ellas extienden
Pasiones y
sueños desencontrados
El
almendro con sus frutos deja
Efusivas
gotas de cobre grabadas
Quise robar el
fruto con alma desesperada
Pero
disolvió frágil el color que emanaba
La
guadaña quebró mi cielo
La espada
fulminante cautivaba
La esperanza
tronando en mis pechos
Y en el
horizonte, tenue la mirada
Se fue haciendo
turbia, triste
Al deshacerse
en agua sudada
Fui diosa y
relámpago
De manojos
aromáticos de albahaca
Tomé sus hojas
humedecidas
Encontré mi
mirada mojada
Solo el fruto
astuto sepa
Del presente y
el pasado plantado
En tierras de
tentaciones
Donde mi alma
habita callada.-
No me nombres
Solo siénteme
No derroches mi
nombre para otros
Que
consiguen llevar algo de mí
Así volarían
mis velos de nostalgia
Abrigarían
mis alegrías
Y no se quien
podría amarrarlas
No quiero que
descubran mi pasión
Que es poema
inmerso en la mar
Acaríciame con
dulces ofrendas de vocablos
Infinitos y
desmesurados, sin tiempo
Deja el reloj
fijo en el instante
En la quietud
de esta tarde de reencuentro
No importa tu
figura ni tampoco la mía
Ni los años que
han pasado
Tu llamado de
tan lejos
Me ha acercado
a lo más profundo de mi universo
Colmando de
ansiedad y de amor que creí perdido
No me nombres,
no es necesario
*
Te pienso
En esta noche
tan intima
Las luces del
reloj
Titilan en un
ritmo más lento
Recorro tu
cuerpo
Con esmero
Tratando de
retener
Cada detalle de
tu piel
Palpo cada
cuota de besos
Que nos
brindamos
En algunas
madrugadas
Afuera no hace
frío
Están las
estrellas pendientes
De nuestros
abrazos
La hora de
dormir
No llega a
inquietarme
Hay demasiado
recorrido
Por inventar
todavía.
El beso
Me faltó un
beso
Esta mañana
Descansaba
desnuda
Y entre sueños
oía
Cómo el
ruiseñor
Tarareaba
Su suave dueño
En puntitas de
pié
Al solcito
orientaba
Me faltaron
tres y cien besos
Esta mañana.
Cuando te
encuentre
En secreto
Te robaré las
plumitas
Del ruiseñor de
tus labios.-
El aire
perturbado
El aire yacía
incómodo, perturbado. Estaba viviendo una situación en la que no quería
estar, pretendía pasar desapercibido.
El tío, cansado
de un trámite que lo dejaba en otro estado civil, se sintió cómodo con la ayuda
de unos mates, cebados por su sobrino, un ardiente editor y escritor que en un
universo paralelo, había soltado su melancolía abriendo las puertas a un sonido
de letras lejano, pero muy cercano. También, pero sin papeles burocráticos de
por medio, recogía el silencioso aroma del amor. Alunizando, leyó unas
líneas que le enviaron de una plataforma especial: "la vida me
dio un mensaje de libertad al encontrarte" una frase ondulada...
Fue enviada en el momento oportuno.
De improviso un
volcán en erupción comenzó a girar en ese aire perturbador, modelando su
fisonomía. De ser tenso y monotemático, la ventilación separó la
ternura aislada en un compartimiento íntimo, ennegrecida por el aburrimiento.
Cambió su textura rígida y domesticada por los años, inquilinos del encierro.
Esa frase: “la
vida me dio un mensaje de libertad al encontrarte” renovó la vertiente que
sentía perdida y penada por los compromisos.
El deseo, el
alivio, la frescura bordaron en esa tarde lluviosa un territorio invadido hasta
entonces por el hastío.
El editor se
frotó los ojos con imprecisión, en un gesto de sorpresa. Limpió sus anteojos
anticuados de los restos del polvo de lo rutinario,
Su aliento se
agitó, los poros de su piel francos a la aventura de creer se rebelaron
incandescentes.
En esa tarde,
la lluvia brindó cautivada…
*
Entre sales del
Himalaya, luces tenues naranjas, los cuerpos salados y calurosos. Tímidamente
él y ella se iban palpando, pues el recorrido era lo primero.
No había
experiencia del tacto. La piel ondulaba en compresión y extensión. Generando
ansiedad. Reservas de sensaciones y sabores exóticos y ambivalentes,
entre el no saber por donde comenzar primero, pues la comunión estaba
idealizada. Temblorosas las sabanas gemían, entrelazadas con ternura en
demasía. Recorriendo recovecos, rincones desiertos hasta el momento, con una
paz inimaginable.
Los labios
sedientos en la búsqueda de un beso, las ingles abiertas por la pasión. El
corazón unido a otro corazón, galopaba rítmico y en una melodía amorosa.
Las manos
temblaban ante el otro habitado. El argumento se fue desarrollando en pausas y
en silencio.
Cada frase en
pentagramas de su espalda leía el hombre en voz baja. No sabía ella de ese
lenguaje musical.
Sutileza de
caballero respetuoso de los tiempos más lentos de la mujer. Hicieron del primer
episodio una rapsodia de luna. Siguieron más atardeceres y buenas noches. Y
como final en una burbuja de auras coloreadas por más de los siete colores del
arco iris, la satisfacción de un abrazo, de caricias, llamas de suspiros de
regocijo el principio y el final se fusionaron en alma.
Sublime el
cálido recuerdo de una noche o miles de noches donde las estrellas viajaron en
tranvías en coches en brindis y teclados bien condimentados.-
*
¿Querés hacer
el amor?
-si quiero
-hagamos el
amor
¿Pero el amor
se hace o se siente?
Entonces,
seamos el amor.-
***
-Nora Azul del
Rosario Akimenco. Vive en la ciudad de La Plata.
Es Licenciada y
profesora en Psicología. Directora de Psicodrama Terapéutico y Pedagógico.-
Instructora de
Hatha Yoga. Autora del Libro "¿Cuando me vas a conseguir un papá y
una mamá?" Editorial Universitaria de La Plata.
Participante
en " Palabras al viento" Antología y narrativa de Escritores de La
Plata y de "50 años de buena letra" Antología 2005, sociedad
argentina de escritores/ La Plata. 2005. Colabora con sus textos en
Inventiva Social desde comienzos de la comunidad literaria.
http://inventren.blogspot.com/
(De la Estación
Ingeniero De Madrid, compartida por Ferrocarriles Midland y Provincial)
De paso*
Lo pensó así en
el momento exacto en que se apeaba del tren: "nadie hablará de nosotros
cuando hayamos muerto". Intuía o recordaba que era el título de una
canción, una película, un libro... Algo que le venía de remotas regiones de su
mente, palabras difuminadas por la resaca del tiempo que ahora, sin motivo
aparente, habían salido a la superficie para volver a sumergirse en el olvido
minutos u horas más tarde. El hombre ya no era joven. Tenía esa edad indefinida
de quienes han vivido en muchos sitios o -pensémoslo despacio- en ninguno. Por
eso una frase aparecida de repente en su cabeza podría venir de cualquier
parte: La edad mezcla palabras y recuerdos, invenciones y vivencias. Todo es
una misma argamasa que se amontona, informe, en los anaqueles de la memoria.
Pero ¿a qué
venía esa frase justamente ahora? El traje raído, las arrugas delatoras, el
exiguo maletín ¿pueden ser, acaso, la respuesta? El hombre miró al frente. Un
cartelito despintado anunciaba el nombre de la estación: "Ingeniero de
Madrid". Le resultó chocante, porque él había nacido allí, muy cerca de
Madrid; en España, esa España ahora tan lejana como las brumas de un
entresueño, que se van desvaneciendo poco a poco cuando despertamos y de las
que, al final, apenas queda un vago rescoldo, una cicatriz inexistente.
Tal vez fue ese
detalle -pero esto lo pensó ahora, mientras contemplaba el letrero-, el nombre
de la estación, lo que le trajo a la mente la frase lapidaria. Porque ¿algún
ser vivo recordaba todavía quién fue exactamente ese ingeniero? Cierto que en
algún libro, en alguna enciclopedia cubierta de polvo, quizá se reflejase no
sólo el nombre, sino incluso también el hecho por el cual este lugar que ahora
pisaba había adoptado ese nombre, que -a pesar de todo- no dejó de resultarle
sumamente curioso. Pero ¿puede una enciclopedia, por exacta y completa que sea,
imitar o suplantar eso que llamamos recuerdo? ¿Son esos artículos, esas
anotaciones, una forma de seguir existiendo en la memoria de las gentes
futuras? Tal vez, pero, en cualquier caso, una forma distorsionada,
infinitesimal. Las biografías las escribe gente viva sobre gente muerta (o
gente muerta sobre gente muerta, que viene a ser lo mismo) y quienes las
escriben no saben nada, absolutamente nada. A lo sumo, una mínima colección de
hechos aparentemente importantes, pero que en realidad son irrelevantes o
anodinos, puesto que no arrojan ninguna luz sobre la persona biografiada... La
única biografía posible la va escribiendo uno mismo, con sus propios actos, y
no queda registro en parte alguna...
Vio las vías
perdiéndose en el horizonte. Las vías del tren sugieren la infinitud y el
desencuentro (Acaso también la infinitud del desencuentro) pero en este caso
concreto, además, ese desencuentro resultaba aún más dramático porque dos pares
de vías se cruzaban en este punto para ir alejándose después hacia sus
respectivos destinos, líneas infinitas que jamás volverían a encontrarse. Y
este punto, el único lugar en que esas líneas se encuentran, es una estación
erigida en medio de la nada, un punto perdido entre otros puntos igualmente
perdidos o inimaginables.
Así sucede
-pensó- tantas veces. Tal vez sólo exista un punto, un único punto en todo el
inimaginable cosmos, donde sea posible el encuentro. ¡Qué dicha, el encuentro!
Y qué tristeza ver alejarse de nuevo los trenes del destino, intuyendo.
Desencuentros...
Si lo pensaba con frialdad y atención, fueron precisamente ellos quienes le
habían traído hasta este lugar, quienes habían de llevarle adónde iba. Pero
¿dónde iba exactamente? No podía recordar el nombre (si es que tal cosa puede
tener importancia en realidad), y no tenía el menor deseo de sacar del bolsillo
el papel donde figuraba. Ya habría tiempo para eso cuando el nuevo tren se
pusiera en marcha hacia el siguiente destino. La vida es una sucesión de trenes
que, en apariencia, nos llevan de un lugar a otro. Sabía que una vez allí tenía
que hablar con un tal Pereira o Pereyra, un portugués o brasileño que también
-por circunstancias desconocidas y que, en el fondo, no importaban- había
venido a dar con sus huesos en ese lugar alejado del mundo y de la historia.
(Pero -atinó a pensar más o menos confusamente- ¿hay algún lugar que no esté
alejado del mundo y de la historia? De ser así, el tiempo, juez definitivo, ya
vendrá a corregir esa desigualdad momentánea, ese error inocuo). Tampoco
recordaba, hecho anecdótico si lo miramos bien, cómo se llamaba el lugar del
cual venía. De ese triángulo escaleno, sólo el curioso nombre de esta estación
solitaria había echado raíces en su memoria. En la estación no había nadie más.
De nuevo, estaba solo.
Los
desencuentros, sí... Llegan a ser tantos que es imposible recordarlos todos. Y
¿para qué habríamos de recordarlos si sólo pueden producir dolor, desolación?
Amigos que se fueron diluyendo en un pasado cada vez más difuso, amantes cuyos
rostros apenas son una neblina inconsistente, familiares a quienes no había
visto en dos décadas... Y le vino de nuevo esa frase:
"Hablar de
nosotros después de muertos- musitó con una sonrisa amarga-. Si al menos
alguien lo hiciese cuando aún estamos vivos, si es que en verdad lo
estamos". Si alguien. Porque: ¿Quién le brindó una mano cuando su mundo se
desmoronaba? ¿Quién le habló cuando precisaba una palabra? ¿Quién estuvo ahí en
esas horas de amarga e interminable soledad, o en esas otras de inasumible
derrota? ¿Quién, finalmente, vino a despedirle a la estación -esa otra, ahora
disuelta entre las telarañas de un olvido consciente- veinte años atrás, cuando
tuvo que partir para no regresar? Para no regresar.
¿Amistad?
Palabra casi siempre exagerada para definir relaciones superficiales entre
seres humanos. ¿Amor? Ya lo dijo Bécquer: es un rayo de luna. ¿Fidelidad?
Palabra horrible y abstracta. Encierra una falacia.
Un día, no muy
lejano, de esta estación sólo quedarán ruinas, algunas fotos viejas, tal vez
uno que otro recuerdo impreciso como la sombra tenue de un sueño abandonado en
las hondonadas del tiempo. De quienes en ella esperaron alguna vez, de quienes
tomaron un tren o se apearon de otro, de quienes en ese mismo andén conversaron
durante unos minutos, desconocidos atrapados durante un instante en un lugar
que ninguno de ellos eligió, ¿Qué será exactamente lo que quede?
Un vacío tan
grande como el que ahora veían sus ojos, allí en esa estación inconcebible, era
la única respuesta a todas esas preguntas. El hombre suspiró, miró hacia el
cielo gris. El cansancio ya conocido vino a posarse sobre sus hombros. Tuvo que
sentarse. Tal vez se adormeció. Por eso, no podría decir si vio, o sólo los
soñó, a los jinetes que venían cabalgando desde el Sur, lentos, callados,
cabizbajos.
De los dos
jinetes, el más joven se quedó un buen rato mirando al hombre que dormitaba,
sentado en el destartalado banco de madera de la vieja estación.
Hizo un gesto
vago de saludo, sin obtener respuesta. Luego miró a su acompañante y preguntó:
- ¿Qué estará
haciendo ahí?
Después de un
rato, el otro jinete, un viejo de pelo blanco y rostro endurecido por lluvias y
sequías y noches durmiendo al raso, contestó sin apartar sus ojos del camino:
- Está
esperando.
El joven le
mira, incrédulo.
- ¿El tren?
Pero entonces tal vez deberíamos decirle...
- Probablemente
él sabe.
- Pero si
supiera, entonces...
El viejo calla.
Deja que la verdad se vaya abriendo paso en la mente del otro. Sólo cuando ya
casi le han perdido de vista, cuando el hombre desconocido y la estación
abandonada apenas son un recuerdo que se va desdibujando, vuelve a oírse su voz
grave, sentenciosa.
- Hay gente que
va en busca de su destino; y hay gente que espera. Y también hay gente que hace
las dos cosas. Dónde, cuándo, por qué... sólo son detalles circunstanciales,
insignificantes. Y ni siquiera podemos hablar de elección. Caminas durante años
y un día, sin que se sepa el motivo, los pies se niegan y ya no hay
alternativa. Ese hombre -su rostro lo gritaba- se cansó de caminar. Y ahora
espera. Nada más.
Y sin mirar
atrás, los dos jinetes siguen cabalgando, sin apuro, como si en realidad no
fuesen a ningún lugar, como si la única realidad posible fuese el camino que se
extiende bajo los cascos de sus caballos. El silencio se ha instaurado de nuevo
entre ellos, y sobre la escena, ahora, apenas se oye el rumor de la brisa que
recorre, casi con timidez, el inabarcable páramo, rozando al pasar, de forma
leve, todo aquello que aun tiene consistencia y que algún día, pronto, sólo
será una sombra, un apunte inconcreto en los ajados libros de los hombres.
*De Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
http://sergioborao2011.blogspot.com/
***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Provincial:
JOSE RAMÓN SOJO.
ÁLVAREZ DE TOLEDO. POLVAREDAS.
JUAN ATUCHA. JUAN TRONCONI. CARLOS
BEGUERIE.
FUNKE. LOS EUCALIPTOS.
FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR
UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO. ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ. J. R. MORENO.
EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS. INGENIERO
VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA. LA PLATA.
***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:
PARADA KM 79
ENRIQUE FYNN. PLOMER.
KM. 55. ELÍAS ROMERO. KM. 38.
MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD. MERLO GÓMEZ. RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA. JUSTO VILLEGAS. JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI.
KM 12. LA SALADA. INGENIERO BUDGE.
VILLA FIORITO. VILLA CARAZA. VILLA DIAMANTE.
PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar
No hay comentarios:
Publicar un comentario