*Dibujo de Erika Kuhn.
*
Quién olvidó
decir
cuidado
con la
resurrección de las palabras.
Quién olvidó
decir
estamos en
alerta
por el fuego
que hicimos
en ese
bosquecito
donde una o dos
palabras
se incendian
todavía.
*De Valeria
Pariso.
A CONTRALUZ*
Desde la
memoria miro la vida
a contraluz.
Aquellas
emociones residentes
de una zona
oscura,
tamizadas por
el tiempo lograron
la suave piedad
de los silencios.
Puedo tomar el
pasado
y observarlo en
su reverso
entre mis
manos.
Un negativo
donde lo inverso
se descubre
para entender
que la vida
puede ser eso.
De las sombras
que fueron
se desprende
una fatiga dócil,
suave luz
domesticada
que le pide a
mi presente
una nueva
mirada.
Obedezco
para
reconciliarme
con mis
antiguos habitantes…
Necesito la
absolución de mis recuerdos.
Oficio mi
propia ceremonia
y alzando la
vida –como un cáliz-
comulgo lo que
fue, y lo que es
a contraluz.
*De Miryam
Colombotto Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
-De NAVEGO
PALABRAS
*
El viento
terminó
golpeando
los postigos y,
por un
momento,
entrando con
sus
brazos;
el viento que
sacude
las ramas
de la duranta,
que
miras
sentada a la
mesa,
en la mañana.
Ayer, aquí
mismo,
dijiste,
como quien abre
un
libro de
poemas,
"podrán
cubrir los
ríos
de petróleo,
pero el
agua pura
será siempre
agua
pura";
y yo sentí el
deseo
de memorizar
y de mirarte
entre las
miradas
que miramos
sorprendidos
y que nos hacen
quedar
como quien va
y viene
tomado de una
cuerda
o de un
viento...
Y aquí
estás, no en
soledad,
me dijiste,
sino
en vacío,
en alma, como
un
destello
que apareció
hace
un momento.
Sí, hubo y hay
un
viento,
que es de
siempre
y predice,
y lo recibes;
un viento, un
viento,
aquí
en la mañana.
*De Eduardo
Dalter. eduardodalter@yahoo.com.ar
-De "Nidia".
Ediciones del Nuevo Cántaro. Buenos Aires. 2007
VUELVE EN AIRE
DE OCTUBRE*
Vuelve en el
aire de Octubre
aquella humedad
de bosque
y se mantiene.
Regresan los
colores tibios,
el olor a leña,
y se entretiene
el vino tinto,
destellando
con reflejos de
nostalgia.
Otra vez,
el cristal
protector de la intemperie,
de la lluvia
del alma y del cielo,
se llena de
humedad,
de un tenue
velo.
Día gris,
de silencio
estruendoso,
de languidez
opaca,
dejando mirar
sin ver
manifestándose
sin querer
detrás de la
ventana.
Escondiéndose
tras los visillos,
enredándose en
las cortinas,
con el cristal
reflejando tu cara.
Rebaños de
hojas secas
revoltosas con
el aire,
chocando con la
puerta de la casa.
Amontonándose
todas
y arrastrando
la nada.
Queriendo pasar
adentro
para acompañar
mi noche
de recuerdos
que se esconden
entre las luces
de una luna blanca.
Los troncos, de
color rojo,
crepitan tu
nombre
y bailan
con fogonazos
al aire
y llamas ebrias
de danza,
matizándose en
el muro,
saltando como
potrancas
en una lucha de
sombras
que me alucina
y me calma.
Mientras, te
sueño despacio,
te recuerdo, y
se hacen agua
aquellos sorbos
de vino
y los troncos,
escarlata...
El otoño se
abre paso
a través de la
ventana.
*De Joan
Mateu. joan@zarca.es
TIEMPO Y
LLANURA*
“El tiempo, de
existir era lento como una miel dorada”, escribió Manuel José Castilla, para
siempre.
¿Y qué era para
nosotros en aquellos tiempos, el tiempo? Algo en lo que seguramente nunca
pensamos porque para pensar en “el tiempo” se necesitan años vividos y éramos
todos puro presente en la edad primigenia en que quiero instalar –desde el hoy-
este relato.
Creo que fue
Borges quien ha escrito que a cierta hora de la tarde, más concretamente en el
crepúsculo, el campo quiere decirnos algo. Si uno se pone a oír con la atención
abierta el sonido de los cientos de insectos misteriosos que son como las voces
eternas de esa llanura que nos desampara y nos cobija.
Y si uno sabe
oír, es seguro que desentraña todo ese aparente murmullo que nos pone calma
sobre nuestros nervios que destruye la ciudad.
Pero están
también las voces de aquellos animalitos que van a dormir en las orillas de las
cañadas cuando no son sino los batracios, es decir los sapos y las ranas
que brindan la noche en un concierto poco afortunado, con un descontrol y total
desafinación que sin embargo, cuando uno se acostumbra, ya a altas horas de la
noche produce una entrada apacible en el sueño blando que nos desaparece del
mundo, por algunas horas benéficas y reparadoras.
Muchos de
nuestros grandes escritores han dejado páginas magníficas sobre qué significa
esta llanura que marea como un mar, según supo afirmar Sarmiento. Hudson, por
ejemplo, que la conoció llena de pájaros “como ya no quedan sobre
la tierra”, o los otros que agregaron el sufrimiento humano enseñoreando sobre
todo: Gudiño Kramer, Saer, Güiraldes, Manauta, Eandi, Pedroni, Carlino,
Vecchioli. O el que le agregó sus grandes cuotas de melancólica ternura, es
decir el gran Haroldo Conti.
Entonces si uno
suma a los recuerdos más remotos, tan lejanos que su inasibilidad se debe
reponer casi con un esfuerzo de imaginación se ve o se mira a sí mismo, según,
inmerso en ese espacio siempre llano en un orden de orfandad.
El recorrido
nuestro en ese entonces estaba circunscripto a las tareas o la actividad de los
mayores. Acompañarlos en sus trabajos, incursiones de caza y pesca o
simples paseos o desplazamientos, en el caso de mi padre o mis tíos y rara
vez en un vehículo que no fuera tracción a sangre, o meramente a pie. Estaba
también el desplazamiento nuestro, con los amigos siempre dispuestos al asombro
de una aventura nueva, que incluía la cacería de pájaros o la prueba de la
pesca cuando las lluvias enriquecían los cañadones trayendo en ellas
mojarritas, bagres y “viejas del agua”, y de vez en cuando un pacú
barroso que ensanchaba la olla del guiso nocturno, dispuesto con amorosa mano
de madre hacendosa, capaz de hacer milagros con el esplendor de su quinta
orgullosa de existir en ese barrio humilde gracias a la industria de sus manos.
Si la fortuna
de la puntería paterna agregaba alguna noche una o dos libres de más iban
a parar en grandes frascos preparados al escabeche, por la falta de heladera,
se conservara comestible un tiempo más. En este trabajo la sabía ayudar mi
padre. Como en la ardua tarea de embotellar salsa de tomates, con los que no se
consumían y se dejaban madurar ex profeso. Se le agregaba sal, albahaca, ajo y
algún otro condimento y se lo tapaba con un corcho al que había que asegurar
con unos hilos fuertes que mi padre coronaba con su fuerza porque el contenido
ejercía una presión que a veces expulsaba ese corcho y la salsa era
expulsada hasta el techo. Ignoro hasta hoy qué era aquello que revolucionaba
ese contenido tan rojo. A veces, cuando la cosecha familiar había sido
óptima se llegaban a embotellar cien recipientes de vidrio.
Este relato que
viene de lejos y que no deja –no puede dejar- de lado el tiempo y su paso sobre
los hombres, las mujeres y las cosas, estuvo cierta vez en un lugar concreto de
esa gran llanura, que no era sino ese espacio y ese paisaje, chatos, enclavado
por así decir, solamente en una memoria que quiere ser recurrente y minuciosa
pero que no llega a ser obsesiva.
Imposible no
ponerse a pensar qué pasa con la llanura cuando está puesta en uno con las
cosas que el tiempo carcome con su paso, llena de óxido hasta los recuerdos y
deja puesto a orear bajo el sol de los eneros el resabio de las inundaciones,
del paso rápido del agua caída en esa tormenta de verano que engrosa el caudal
de los canales –los pequeños y los grandes- que drenan el agua que se detiene
más de la cuenta sobre los campos y perjudica los sembrados y hasta el riesgo
de malograr las pasturas de hacienda y caballadas. Esos canales que mejoraron
las posibilidades de rendimiento (el “rinde”, se decía entonces) que aseguraba
la subsistencia de las familias numerosas.
Entonces uno
debe recurrir a la memoria que viene necesariamente envuelta en las enredaderas
del tiempo, poniendo sobre uno y ante sus propios ojos aquellas llanuras que
también atravesaban los carros y camiones con sus cereales hacia los
pueblos, que surcaban esos caminos cubiertos de soles esplendorosos o los huellones
de barro en el mal tiempo, esas llanura con sus pastos y sus sembrados de trigo
o maíz o cebada o cualquier cereal o forraje para animales que se elegía
cultivar.
Esas llanuras
que han dejado ya de pertenecernos porque no la transitamos sino con la memoria
que sólo intenta reconstruirla o ayudándose con ella, que pone
indefectiblemente colgaduras del cielo aquella cigüeña inmensa, de un
blanco impoluto en cuyo plumaje se posa el sol de octubre para siempre.
*Por Jorge
Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar
Equinoccio de otoño*
La vida es, también, corazón,
resignar algo de luz en cada otoño;
cada vez que el dorado
desviste melancólico,
la copa de los árboles caducos
y arrebata sin pena
el nutrido verdor de la hojarasca.
resignar algo de luz en cada otoño;
cada vez que el dorado
desviste melancólico,
la copa de los árboles caducos
y arrebata sin pena
el nutrido verdor de la hojarasca.
Sin embargo y a pesar de ello,
el otoño es, además, la edad de oro
para los hombres sabios:
dan frutos los membrillos,
florecen las violetas y huelen
a castaños las horas cenicientas.
el otoño es, además, la edad de oro
para los hombres sabios:
dan frutos los membrillos,
florecen las violetas y huelen
a castaños las horas cenicientas.
Es tregua y melodía de las hojas que caen
ante el recogimiento de los silentes días.
La incurable nostalgia que gotea en las ventanas
trae consigo el cielo de tus ojos amados
y entonces el morir, ese morir un poco
que regresa en otoño, se torna en prodigiosa,
en radiante primavera.
ante el recogimiento de los silentes días.
La incurable nostalgia que gotea en las ventanas
trae consigo el cielo de tus ojos amados
y entonces el morir, ese morir un poco
que regresa en otoño, se torna en prodigiosa,
en radiante primavera.
*De Ana María Broglio. anamariabroglio@gmail.com
Villa Gesell. República Argentina
*
Algunas noches,
la ternura
invade los
rincones
y mece
a los fantasmas
con paciencia
infinita
hasta
que duermen.
El silencio
se adueña
de la casa.
¿Qué esperamos,
agazapados
en la
oscuridad,
con los ojos
abiertos?
¿Qué somos,
sumergidos en
la sombra
sin
nuestros miedos
niños
al acecho?
*De MARIANA
FINOCHIETTO. mares.finochietto@gmail.com
Itinerario
conyugal*
-8-
I
Este afuera
que enhebra su
malva raíz
y engrifa el
fulgor de los frutos.
II
Lejos de la
dentellada
todo tú eres
hombro
que me muda y
preserva
río austral en
reposo.
III
Toda
alucinación salta
del oído a la
rueda;
mantienes tu
extremo
como suave
mandolina.
IV
Adivinas sin
premura
la tibieza de
mi vello
abres el
silencio desasido
la esperanza
cuelga
con su apetito.
*De Natalia
Lara. cpc.larag@hotmail.com
Puerto
Ordaz. 2015
SIOFN *
El hombre lee
su informe otra vez:
"He
observado que hacemos el amor en la esperable indiferencia con la que un
empleado administrativo lee, firma y sella un expediente. Para el cual lo
verdaderamente importante es el control. Que el expediente este en el estante
correcto, disponible para cuando sea necesario otra firma, otro sello, pasarlo
a otro estante con cierta indiferencia como si fuera a otro abandono.
(....)"
"Después
de haber pasado varias veces por el planeta Siofn los seres tienen una vida sin
pasión. Los supera saber que su nuevo cuerpo tiene fecha de vencimiento; ya no
sienten estar en una vida verdadera con peligros y desafíos, incertidumbres,
frustraciones.... se limitan a administrar su tiempo en redes psicofísicas a
las que confirman su pertenencia con gestos tan automáticos, tan naturalizados
en su inconsciencia (...)"
Por eso el
hombre ruega que lo transfieran a un planeta de "sangre caliente"
donde la vida merezca ser vivida. Donde pueda sentir de nuevo -como aquella
remota vez- que cada instante es un principio y un final.
*De Eduardo Francisco Coiro.
LA PARCA*
-Te quiero.
- Yo también te
quiero a ti.
Y eso, dentro
de una sensación de desgana, de cosa sabida, de algo que ha ido perdiendo
fuerza con el tiempo, y entra en la costumbre. Yo diría que en la mala
costumbre. Me he acostumbrado a quererte, y cuando tú me dices que me quieres
(creo que también con bastante desgana, o rutinariamente, te contesto
automáticamente, que yo también te quiero a ti).
Por eso nunca
me ha gustado contestar "te quiero" a los "te quiero".
He oído decir
que la rutina mata el amor y que los automatismos matan el sexo. Y añadiría que
el tiempo lo mata todo. Posiblemente es que hoy tenga un día depresivo que me
hace ver las cosas de ésta manera, pero cuando Pablo me dice te quiero,
mientras me entrega ese regalo de navidad obligatorio, y yo le digo: yo también
te quiero a ti, pienso que algo se está acabando.
Sonrío al ver
la parca de cuero negro y musitando un "muchas gracias, cariño", me
la pongo y me miro en el espejo. Tú sonríes satisfecho, ignorando que me
hubieran gustado más unas chispas de ilusión, una mirada de lujuria, o la
propuesta de un paseo.
Pero hija, ¿es
que no te das cuenta de que no tiene ganas?
¿Cuánto hace
que no me sacas a pasear?
Ahora, te cuento
a ti, como hacía antes de jovencita con mi diario, lo que me gustaría,
empezando por marchar: Me gustaría marcharme contigo, a ver este mundo de los
dos. A pasear viendo por tus ojos las maravillas que sin duda, aún existen, a
sentarme en aquel rincón oscuro de algún café que desconozco, y rozar mi mano
con la tuya al tomar el azúcar.
Llévame a volar
con tu ilusión y hazme sonreír.
Ráptame de esta
vida rutinaria y hazme sentir.
Te espero.
La parca era
una talla demasiado grande, por lo que la tuve que devolver, y en su lugar, me
compré un bolso, que me hacía muchísima más falta. Además, marrón no tenía
ninguno, y con la falda y el sweater nuevos, la necesitaba.
Colocaron la
parca, pasó al aparador y allí estuvo durante todo el periodo de navidades. Aquella
tienda unisex no debía haber hecho una buena elección con la prenda, porque no
se vendió, y en el momento de las rebajas pasó a la sección de oportunidades.
Si tengo que
ser sincera, algo me ha sorprendido. Sobre todo, cuando he abierto la puerta y
te he visto con la parca puesta, el cuello levantado y las manos en los
bolsillos. Tu sonrisa me ha hablado en seguida. Y después del rato en que nos
hemos estado mirando, sabía que ibas a decir: "Vamos".
Ahora, en este
café, al que ya sabía, vendríamos, te miro sin sorprenderme, mientras sacas del
bolsillo de la parca aquel papel diario que escribí en el momento que sabía que
había dejado de querer a Pablo. Si te sonrío y te digo que las rebajas te han puesto
en mi camino, no sabrás de qué te hablo, pero tampoco te va a importar, porque
tú eres mi casualidad, y serás mi futuro.
*De Joan
Mateu. joan@zarca.es
ADELA*
Revisó la soga
con sus pequeñas y arrugadas manos.
Fue caminando
hacia el patio arrastrando los pies, tan lentamente como hacía todo en los
últimos meses.
Se paró frente
al añoso naranjo y observó la rama elegida.
La inundó el
perfume de azahares y recordó cómo, cuando era niña, trepaba por sus ramas y
pasaba horas envuelta en un mundo verde y fragante.
En esa misma
rama, la más fuerte de todas, se había colgado y balanceado hasta casi los
quince años, cuando su madre le prohibió hacerlo porque no era “cosa de
señoritas”.
Bajo esos
racimos de flores blancas su esposo la había besado por primera vez. Adela
sintió los ojos húmedos y, una vez más, extrañó su piel.
El ya no
estaba. No había caricias para Adela. Nadie ya la veía hermosa, salvo Catalina,
su pequeña nieta.
Los días se
habían vuelto largos, casi interminables, y las noches, más aún. Cada atardecer
parecía una triste agonía.
Pasó la soga a
través de la rama y armó un nudo firme y seguro. Su padre le había enseñado
varias clases de lazos y ella los había usado a lo largo de su vida en
innumerables ocasiones.
Dos pájaros
revolotearon en la copa del naranjo. Adela pensó en el tiempo que tenía ahora
para escucharlos, para observarlos. A su alrededor, las primeras flores de la
primavera comenzaban a vivir.
Tuvo repentinamente
la real, fría certeza, de que todo estaba terminando para ella: su historia, su
vida. A pesar de eso, sonrió.
Tomó el otro
extremo de la soga y lo sujetó a la madera.
Sería,
ciertamente, una hamaca ideal para Catalina.
*De Cecilia
Zanelli. ceciliaines_zanelli@yahoo.com.ar
-De su libro “Cuentos
cortos, y no tanto”
EL MÚSICO*
Violonchelista
de fama ella y primer oboe de la Filarmónica él, no podían entender que su hijo
fuera un negado para la música. Su tendencia a la naturaleza y la poca
predisposición a las corcheas les había desilusionado.
No regatearon
esfuerzos para introducirle en el mundo de la música. Maestros de solfeo,
tentativas con el clarinete, el piano, la tuba… Incluso habían probado con
aquellos instrumentos que consideraban menores como la guitarra, el banjo o la
armónica. Nada. El chico prefería saltarse las clases y corretear por los
bosques, ir a las playas y soñar en viajes. Era la vida nómada lo que le
atraía.
Paulatinamente
los padres cayeron en el desánimo dándolo por perdido. Sin embargo el tiempo
puso las cosas en su lugar contentando a todos los componentes de la familia.
Hoy, viaja por todo el mundo, con su carro y ese burrito renqueante
deteniéndose donde le place e interpretando las obras más populares con su
organillo.
*De Joan
Mateu. joan@zarca.es
MI PADRE
SILBANDO EN LA NOCHE*
Ahí va mi padre
silbando en la madrugada. Es primavera. No alcanza con el canto cíclico de los
zorzales. Mi padre se acompaña silbando. Es una melodía que alguna vez le
escuche cantar en italiano, habla del amor perdido de una napolitana. Cada vez
que lo escuchaba silbar aquella melodía era como si hablara en él toda la
tristeza que tenía adentro.
Mi padre un
hombre de silencio. De pocas palabras, las justas y necesarias.
Ahora que
volvió la primavera y los zorzales cantan ó silban su insomnio. Mi padre vuelve
a caminar a la madrugada hasta la avenida bajo las estrellas o la tempestad
para ir trabajar a la fábrica. Esta sólo y se acompaña silbando su amor a una
napolitana.
*De Eduardo Francisco Coiro.
Correo:
ESTIMADÍSIMO
EDUARDO:
Te diré que
siempre te leo, por supuesto, con mucho gusto “La crisis del chocolate”,
demás de su trama quizás satírica, monta un recurso interesantísimo como es la simetría
quiral y otras yerbas.
Pero lo del tío
humorista y desprendido, es un hallazgo como personaje, y aquella imagen
de la nube de talco flotando, es genial... aunque sí, un tío un alegre, pero
indudablemente un poco bohemio...
CON UN ABRAZO,
CELSO.
TAMBIEN QUIERO
DAR TESTIMONIO
De la agradable
identificación que siento cuando leo esos relatos que suele rescatar JORGE
ISAIAS de los recuerdos de su infancia campera:
Cruzar un campo
de lino en flor en esa pampa santafesina, ancha y fragante, trinada de teros
revoloteantes, sorprendido por el vuelo asustado de una perdiz, o rodeando la
cañada crecida, con sus tías acercándole la merienda a los hombres que están
trillando el trigal...
Una estampa de
la chacra gringa, con un penetrante olor a Patria…
SALUDOS
AFECTUOSOS.
Celso H.
Agretti
Avellaneda.
Santa Fe
***
http://inventren.blogspot.com/
(De la Estación
Saturno – Ferrocarril Midland)
SATURNO Y
LA EXTINCIÓN*
Voy a Saturno.
No es una broma. Me voy a Saturno. Me espera una estación sin proporciones,
esto es, un edificio pequeño, flaco, como un cuzquito que se ha quedado en una
adolescencia de adulto sin madurar. Una estación de tren en Saturno, sin
anillos, sin estrellas fulgurantes, sin cometas cíclicos. Una estación baldía
unos rieles sin paralelismo, un horizonte desvaído.
(Si, recuerdo
mientras tanto la estatua, cómo no recordar mientras tanto esa estatua)
Me voy a
Saturno, en tren. Ya no existe el tren, pero me voy en el tren a Saturno, un
tren de vapores blancos, de traqueteo cinematográfico. Una estación de polvo y
yuyo que huele a sequía y a deshoras muertas.
Hoy me voy a
Saturno mirando por ventanillas sucias, en un asiento de madera, sin valijas.
(La estatua de
mármol, los niños, el hombre tensionado, los músculos retorcidos, el grito, los
chillidos, el intenso chirrido de la piedra)
Sé que me
espera el edificio y que nadie ha puesto en hora el reloj.
Arribo. Saturno
sigue devorando a sus hijos.
(Me devora el
Dios, me devora el coloso a mi y a mis hermanos, o acaso soy yo quien devoro a
mis hijos, quizás no importa quién mate y quién muera en medio de tanto dolor
pétreo)
Llego a
Saturno. No queda nada. Nadie. Todo, hasta el pasado muere aquí. Hay un grito
en el cielo.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Provincial:
JOSE RAMÓN SOJO.
ÁLVAREZ DE TOLEDO. POLVAREDAS.
JUAN ATUCHA. JUAN TRONCONI. CARLOS
BEGUERIE.
FUNKE. LOS EUCALIPTOS.
FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR
UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO. ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ. J. R. MORENO.
EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS. INGENIERO
VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA. LA PLATA.
***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:
PARADA KM 79
ENRIQUE FYNN. PLOMER.
KM. 55. ELÍAS ROMERO. KM. 38.
MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD. MERLO GÓMEZ. RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA. JUSTO VILLEGAS. JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI.
KM 12. LA SALADA. INGENIERO BUDGE.
VILLA FIORITO. VILLA CARAZA. VILLA DIAMANTE.
PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar
No hay comentarios:
Publicar un comentario