*Dibujo de Erika Kuhn.
PÁJAROS Y
MEMORIA*
Laurie Anderson
escribió en su espectáculo "Homeland" una historia con la que
comienza el show. En ella los pájaros, que existían antes de que el mundo
exista, vuelan sin tener más que aire y ningún lugar donde posarse. El problema
surge cuando el padre de una de las aves muere, y no saben qué hacer con el
cadáver ya que es una nueva cuestión, algo que los sorprende por ser la primera
vez que algo así les ocurre. Finalmente, un pájaro decide sepultarlo en la
parte trasera de su propia cabeza, y ello marca el inicio de la memoria.
Magnífica
poeta, maravillosa creadora Laurie, que nos muestra los cadáveres de nuestros
padres en las nucas abultadas.
Historias,
olores, sabores de antes, pasado y putrefacción, dichas que ya fueron y dolores
que retornan. Las voces que no murieron, los asombros, las caricias de manos
que no conocimos. Todo detrás de la cabeza, todo allí apretadamente emplumado,
tibio y gélido, maravilloso y atroz.
El cadáver del
padre. El cuerpo muerto de las generaciones. Los días que gastaron otros, los
que pasamos sin advertirlos, las tramas sobre lo minucioso cotidiano, los hilos
que conectan continentes, las palabras de las que desconocemos el significado y
sin embargo siguen allí, en la nuca, peso y alivio.
Tan cerca que
lo sentimos detrás de las orejas, tan lejos como esa propia nuestra espalda que
no podemos ver. La memoria.
Cuántas veces
habrá deseado el pájaro arrancarse el cadáver de su padre.
Tantas como las
que le llevó comprender que ya no hay retorno cuando el hombre comienza a
conocer cuando reconoce.
Y llevamos, es
cierto, más cadáveres de los que sabemos detrás de los ojos. Alegrémonos si nos
ayudan a mirar.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
CUANDO SE HAYAN ROTO LOS ESPEJOS DEL MUNDO…
Pertenezco a
estas calles*
A
Kafka
Pertenezco a
estas calles.
Sin embargo
a veces siento
como si estas calles
y yo mismo
también
formásemos parte del rechazo.
*De Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
-De Por si
mañana no amanece
La foto - The Photograph*
Me senté
en la playa
en Port Eynon.
Puse la foto
en la arena.
Era de un amigo
y su padre
a orillas de un
lago.
Dormí.
Cuando me
desperté
el mar había
subido
y la foto
desaparecía
bajo el agua.
*De Robert Gurney. bob@verpress.com
-El cuarto
oscuro, 2008.
*
Estoy internada
en mí/ No puedo/ recibir visitas
Ambulo
por los
pasillos de mi infancia.
"La niña
que fui", digo
con afectada
voz de poeta lírica,
era una anciana
abandonada
por su padre
en un hospicio.
Sólo mi vejez
tengo.
Ella me narra
historias
que parecen
argumentos
de una película
irreal.
*De María
Belén Aguirre.
(Tucumán –
1977)
Espejos*
-déjate vivir-
se dijo un día
y se miró a un
espejo
donde una flor
lozana
se mostraba
marchita.
algún día
tal vez
cuando se hayan
roto
los espejos del
mundo
le escribiré un
poema.
*De Ana
María Broglio. anamariabroglio@gmail.com
Villa Gesell
Si tu deseo es
lo suficientemente pequeño
y tu necesidad
lo suficientemente grande.*
Pedir un deseo
con los ojos
apretados,
un momento de
extrema concentración,
un acto tan
solitario como los que van al almacén del barrio
no con la
intención de adquirir algún producto
sino con el
íntimo deseo
(nadie confiesa
los goznes de la soledad),
de encontrar
una palabra amable
de intercambiar
un saludo en la transacción comercial,
un resguardo
para estar un poco menos solos.
¿Alguien
recuerda todos los deseos que pidió,
y si todos
fueron cumplidos?
Pedir un deseo,
pero no de un
modo literal.
Se trata de la
inocencia ante el desamparo.
Un momento para
creer
en lo que no
sabemos si es real
pero igual
confiamos en secreto,
como aquellos
que van al almacén
con el monedero
bajo el brazo.
*De Cecilia
Figueredo. ceciliafigueredo@gmail.com
BESA LAS LETRAS
DE TU NOMBRE*
“..Mientras
tanto adentro mío tu mirada vive, muy intensa, amorosa y cada vez más pura, la
beso y me despiertas...”
MARTA ZABALETA
Si sientes que
el mundo te ha mareado.
Y si te sientes
rara .O que no cabes en el mundo.
Y que el mundo
gira en tus campos desiertos.
Y no cruzan
calandrias, ni sauces, ni rebaños.
Y ha partido el
jardín y el jardinero.
Si sientes,
como Fausto, que viven dos almas en tu pecho.
Y una tira
hacia el simio y otra al homo sapiens.
Si no puedes
contar, y cuentas hasta dos, acaso tres.
Y la pena no es
una, ni tres, ni mil, ni cien.
Son infinitas
penas. Innumerables penas.
Cáscaras de
cebolla. Compleja trama.
Ovillos de
serpientes. Encarnaciones.
Mortal
angustia. Vidrio molido. Crucifixión.
Entonces, lirio
mío. Paloma, ojo de tigre.
Mareáte con
polen fecundado. Bebe.
Respira en
amarillo. Vuelve.
A la cigarra, a
la hormiga, a la retama.
Sé fogata.
Limonero en flor. Narciso.
Párate en el
brillo del puñal del miedo.
Transforma en
bermellón la ansiedad de cartas que no llegan.
Deja, que te
acaricie el aura de tu madera noble.
Piratea la
risa, los besos y los soles.
Besa tu nombre.
Besa. Una por
una, las letras de tu nombre.
*De Amelia
Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
*
Sobre esta hora
atardecida
ellos son
figuras negras, aladas
contra un cielo
que aún destila luz.
Yo, entre
ellos, ensayo despedidas
buscando la
posibilidad
de encontrar
el aire
que me falta.
*De Miryam
Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
Carisma*
Las manos
con algo
de un hálito
de la sabiduría
se posan
La chalina
flamea
en el cuello
decorado
El instante
es acompañado
por los gestos
Las cuentas
husmean los
dedos
La utopía
es engalanada
por las plegarias
El canto
hierático
auxilia
La sanación
irradia la
abadía
Barnizada
se desploma
ante la
vestidura.
*De Ana
Romano. romano.ana2010@gmail.com
*
habito lo
arrancado
de nuestra vida
juntos
y aún no sé qué
voz
podría
alojarnos la tristeza
hay nada de
silencio
en plena
hondura,
solo
el vacío
arde
*De Alejandra
Alma. almaalma3h@gmail.com
InvenTREN
De paso*
Lo pensó así en
el momento exacto en que se apeaba del tren: "nadie hablará de nosotros
cuando hayamos muerto". Intuía o recordaba que era el título de una
canción, una película, un libro... Algo que le venía de remotas regiones de su
mente, palabras difuminadas por la resaca del tiempo que ahora, sin motivo
aparente, habían salido a la superficie para volver a sumergirse en el olvido
minutos u horas más tarde. El hombre ya no era joven. Tenía esa edad indefinida
de quienes han vivido en muchos sitios o -pensémoslo despacio- en ninguno. Por
eso una frase aparecida de repente en su cabeza podría venir de cualquier
parte: La edad mezcla palabras y recuerdos, invenciones y vivencias. Todo es
una misma argamasa que se amontona, informe, en los anaqueles de la memoria.
Pero ¿a qué
venía esa frase justamente ahora? El traje raído, las arrugas delatoras, el
exiguo maletín ¿pueden ser, acaso, la respuesta? El hombre miró al frente. Un
cartelito despintado anunciaba el nombre de la estación: "Ingeniero de
Madrid". Le resultó chocante, porque él había nacido allí, muy cerca de
Madrid; en España, esa España ahora tan lejana como las brumas de un entresueño,
que se van desvaneciendo poco a poco cuando despertamos y de las que, al final,
apenas queda un vago rescoldo, una cicatriz inexistente.
Tal vez fue ese
detalle -pero esto lo pensó ahora, mientras contemplaba el letrero-, el nombre
de la estación, lo que le trajo a la mente la frase lapidaria. Porque ¿algún
ser vivo recordaba todavía quién fue exactamente ese ingeniero? Cierto que en
algún libro, en alguna enciclopedia cubierta de polvo, quizá se reflejase no
sólo el nombre, sino incluso también el hecho por el cual este lugar que ahora
pisaba había adoptado ese nombre, que -a pesar de todo- no dejó de resultarle
sumamente curioso. Pero ¿puede una enciclopedia, por exacta y completa que sea,
imitar o suplantar eso que llamamos recuerdo? ¿Son esos artículos, esas
anotaciones, una forma de seguir existiendo en la memoria de las gentes
futuras? Tal vez, pero, en cualquier caso, una forma distorsionada,
infinitesimal. Las biografías las escribe gente viva sobre gente muerta (o
gente muerta sobre gente muerta, que viene a ser lo mismo) y quienes las
escriben no saben nada, absolutamente nada. A lo sumo, una mínima colección de
hechos aparentemente importantes, pero que en realidad son irrelevantes o
anodinos, puesto que no arrojan ninguna luz sobre la persona biografiada... La
única biografía posible la va escribiendo uno mismo, con sus propios actos, y
no queda registro en parte alguna...
Vio las vías
perdiéndose en el horizonte. Las vías del tren sugieren la infinitud y el
desencuentro (Acaso también la infinitud del desencuentro) pero en este caso
concreto, además, ese desencuentro resultaba aún más dramático porque dos pares
de vías se cruzaban en este punto para ir alejándose después hacia sus
respectivos destinos, líneas infinitas que jamás volverían a encontrarse. Y
este punto, el único lugar en que esas líneas se encuentran, es una estación
erigida en medio de la nada, un punto perdido entre otros puntos igualmente
perdidos o inimaginables.
Así sucede
-pensó- tantas veces. Tal vez sólo exista un punto, un único punto en todo el
inimaginable cosmos, donde sea posible el encuentro. ¡Qué dicha, el encuentro!
Y qué tristeza ver alejarse de nuevo los trenes del destino, intuyendo.
Desencuentros...
Si lo pensaba con frialdad y atención, fueron precisamente ellos quienes le
habían traído hasta este lugar, quienes habían de llevarle adónde iba. Pero
¿dónde iba exactamente? No podía recordar el nombre (si es que tal cosa puede
tener importancia en realidad), y no tenía el menor deseo de sacar del bolsillo
el papel donde figuraba. Ya habría tiempo para eso cuando el nuevo tren se
pusiera en marcha hacia el siguiente destino. La vida es una sucesión de trenes
que, en apariencia, nos llevan de un lugar a otro. Sabía que una vez allí tenía
que hablar con un tal Pereira o Pereyra, un portugués o brasileño que también
-por circunstancias desconocidas y que, en el fondo, no importaban- había
venido a dar con sus huesos en ese lugar alejado del mundo y de la historia.
(Pero -atinó a pensar más o menos confusamente- ¿hay algún lugar que no esté
alejado del mundo y de la historia? De ser así, el tiempo, juez definitivo, ya
vendrá a corregir esa desigualdad momentánea, ese error inocuo). Tampoco
recordaba, hecho anecdótico si lo miramos bien, cómo se llamaba el lugar del
cual venía. De ese triángulo escaleno, sólo el curioso nombre de esta estación
solitaria había echado raíces en su memoria. En la estación no había nadie más.
De nuevo, estaba solo.
Los
desencuentros, sí... Llegan a ser tantos que es imposible recordarlos todos. Y
¿para qué habríamos de recordarlos si sólo pueden producir dolor, desolación?
Amigos que se fueron diluyendo en un pasado cada vez más difuso, amantes cuyos
rostros apenas son una neblina inconsistente, familiares a quienes no había visto
en dos décadas... Y le vino de nuevo esa frase:
"Hablar de
nosotros después de muertos- musitó con una sonrisa amarga-. Si al menos
alguien lo hiciese cuando aún estamos vivos, si es que en verdad lo
estamos". Si alguien. Porque: ¿Quién le brindó una mano cuando su mundo se
desmoronaba? ¿Quién le habló cuando precisaba una palabra? ¿Quién estuvo ahí en
esas horas de amarga e interminable soledad, o en esas otras de inasumible
derrota? ¿Quién, finalmente, vino a despedirle a la estación -esa otra, ahora
disuelta entre las telarañas de un olvido consciente- veinte años atrás, cuando
tuvo que partir para no regresar? Para no regresar.
¿Amistad?
Palabra casi siempre exagerada para definir relaciones superficiales entre
seres humanos. ¿Amor? Ya lo dijo Bécquer: es un rayo de luna. ¿Fidelidad?
Palabra horrible y abstracta. Encierra una falacia.
Un día, no muy
lejano, de esta estación sólo quedarán ruinas, algunas fotos viejas, tal vez
uno que otro recuerdo impreciso como la sombra tenue de un sueño abandonado en
las hondonadas del tiempo. De quienes en ella esperaron alguna vez, de quienes
tomaron un tren o se apearon de otro, de quienes en ese mismo andén conversaron
durante unos minutos, desconocidos atrapados durante un instante en un lugar
que ninguno de ellos eligió, ¿Qué será exactamente lo que quede?
Un vacío tan
grande como el que ahora veían sus ojos, allí en esa estación inconcebible, era
la única respuesta a todas esas preguntas. El hombre suspiró, miró hacia el
cielo gris. El cansancio ya conocido vino a posarse sobre sus hombros. Tuvo que
sentarse. Tal vez se adormeció. Por eso, no podría decir si vio, o sólo los
soñó, a los jinetes que venían cabalgando desde el Sur, lentos, callados,
cabizbajos.
De los dos
jinetes, el más joven se quedó un buen rato mirando al hombre que dormitaba,
sentado en el destartalado banco de madera de la vieja estación.
Hizo un gesto
vago de saludo, sin obtener respuesta. Luego miró a su acompañante y preguntó:
- ¿Qué estará
haciendo ahí?
Después de un
rato, el otro jinete, un viejo de pelo blanco y rostro endurecido por lluvias y
sequías y noches durmiendo al raso, contestó sin apartar sus ojos del camino:
- Está
esperando.
El joven le
mira, incrédulo.
- ¿El tren?
Pero entonces tal vez deberíamos decirle...
- Probablemente
él sabe.
- Pero si
supiera, entonces...
El viejo calla.
Deja que la verdad se vaya abriendo paso en la mente del otro. Sólo cuando ya
casi le han perdido de vista, cuando el hombre desconocido y la estación
abandonada apenas son un recuerdo que se va desdibujando, vuelve a oírse su voz
grave, sentenciosa.
- Hay gente que
va en busca de su destino; y hay gente que espera. Y también hay gente que hace
las dos cosas. Dónde, cuándo, por qué... sólo son detalles circunstanciales,
insignificantes. Y ni siquiera podemos hablar de elección. Caminas durante años
y un día, sin que se sepa el motivo, los pies se niegan y ya no hay
alternativa. Ese hombre -su rostro lo gritaba- se cansó de caminar. Y ahora espera.
Nada más.
Y sin mirar
atrás, los dos jinetes siguen cabalgando, sin apuro, como si en realidad no
fuesen a ningún lugar, como si la única realidad posible fuese el camino que se
extiende bajo los cascos de sus caballos. El silencio se ha instaurado de nuevo
entre ellos, y sobre la escena, ahora, apenas se oye el rumor de la brisa que
recorre, casi con timidez, el inabarcable páramo, rozando al pasar, de forma
leve, todo aquello que aun tiene consistencia y que algún día, pronto, sólo
será una sombra, un apunte inconcreto en los ajados libros de los hombres.
*De Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Provincial:
JOSE RAMÓN SOJO.
ÁLVAREZ DE TOLEDO. POLVAREDAS.
JUAN ATUCHA. JUAN TRONCONI. CARLOS
BEGUERIE.
FUNKE. LOS EUCALIPTOS.
FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR
UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO. ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ. J. R. MORENO.
EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS. INGENIERO VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA. LA PLATA.
***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:
PARADA KM 79
ENRIQUE FYNN. PLOMER.
KM. 55. ELÍAS ROMERO. KM. 38.
MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD. MERLO GÓMEZ. RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA. JUSTO VILLEGAS. JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI.
KM 12. LA SALADA. INGENIERO BUDGE.
VILLA FIORITO. VILLA CARAZA. VILLA DIAMANTE.
PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
InventivaSocial
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Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar
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