*Foto de Natü Zacarías
-Nationaal Park De Alde Feanen.
Los Futuros*
I
Vendrán palabras suaves,
llantos como palomas grises,
sueños que aletearán
como giran los mundos.
Vendrán lentas palabras
perdidas en la lluvia,
remolinos incruentos,
bálsamos en el aire.
Y ya no habrá dolor,
sino tierra cayendo,
un fino sedimento,
un feliz pedregullo.
No más vivir
con el dolor a cuestas,
con la callada muerte
dando sustos.
II
Vendrá otra vez el mar
como una inmensa madre
a reclamarnos.
Vendrá la espuma
como leche del mundo
y nos dirá: regresa.
Seremos otra vez
millones de moluscos
nadando en una noche igual
a la que viste en sueños,
moluscos ciegos en el agua tibia,
insomnes y desnudos,
gráciles y blandos.
Regresarán las aguas
por lo suyo. Dirán:
te di la vida y te la quito.
Y volaremos
como un único grito hacia la nada,
como bocas sin cuerpo
a mamar de ese pecho,
esa pústula herida,
esa pura fuente inagotable.
III
Vendrán máquinas tristes,
sensibles, compasivas;
a preguntar por ti;
por tus sueños perdidos,
por tu alegre desgano.
Artilugios inquietos,
perspicaces, devotos:
tolerarán mentiras en silencio,
escribirán poemas en las tardes
como quien habla con la lluvia,
mansos.
Vendrán juguetes cínicos,
tenaces, decisivos,
para hurgar en tu vida,
infalibles, urgentes.
Desecharán tus frases ampulosas,
tu balbuceo derretido.
Se reirán de ti
con un humor
que ya no entenderás.
Y ya jamás reunir
desperdigadas partes,
exhibición e intimidad:
truncados mecanismos
de una danza nostálgica,
repetitiva, última.
(Buenos Aires, 1955)
COMO BOCAS SIN CUERPO…
*
El hombre habló con el viento de las seis
direcciones/ tocó sus alas para que llenaran el vacío del mundo./ A su lado/
emergieron las primeras piedras/ y rozaron sus manos./ Seguido/ sopló en un
puñado de polvo al aire/ creando las grandes aves sagrados/ para que llenaran
su soledad con color y canto./ Abajo/ en el mundo de los dioses oscuros/ se
hizo la luz/ y éstos ascendieron al cielo/ iluminando la cabeza del hombre/
surgiendo así el lenguaje de las cosas con el hombre./ Luego/ éste enterró los
pies en el vientre de la tierra/ sintió el calor del fuego/ que le urgía a
caminar con rumbo hacia las seis direcciones del viento./
La memoria de Borges*
La literatura se asocia, casi de inmediato, a la imagen de un libro
y a miles de palabras desfilando en blancas hojas de papel. Las palabras –los símbolos
que interpretamos– son marcas que parecen señales inmóviles en un páramo. Sin
embargo, esa tinta impresa es capaz de generar imágenes, potenciar la
imaginación y desdoblar la realidad en múltiples posibilidades.
Jorge Luis Borges, escritor argentino nacido en 1899, uno de los
más influyentes para la literatura mundial, perdió definitivamente la vista en
1955, justo cuando fue designado director de la Biblioteca Nacional. No fue un
accidente repentino sino un proceso gradual que él calificó como un lento
atardecer. La enfermedad, heredada de su padre, pronto se convirtió en una
marca de su destino y una obsesión en sus poemas, ensayos y cuentos.
Cualquiera pensaría que la ceguera es un serio obstáculo para la
actividad de cualquier escritor. Borges, a pesar de su fama de autor contenido,
más cercano a la solemnidad que a la pirotécnica verbal, logra en sus cuentos y
poemas imágenes deslumbrantes, llenas de color. En uno de sus mejores cuentos,
“Las ruinas circulares”, describe el cielo que se derrumba con “el color rosado
de la encía de los leopardos”. En uno de sus poemas más conocidos, “El oro de
los tigres”, Borges compara la pérdida de la visión con la escena de un hombre
mirando a un tigre. El animal se pasea tras los barrotes y el espectador comprende
que, el último color que desaparecerá de su horizonte visual, es el oro
atrapado entre las franjas negras, diluyéndose a cada momento. A partir de la
caída definitiva del telón, Borges emprenderá la exploración de sus mundos a
través de sus otros sentidos y de su capacidad de fabular.
Operaciones para corregir las cataratas o el desprendimiento de
retina, son luchas destinadas a la derrota, como las historias de los héroes
literarios preferidos del autor argentino: Quijotes enfrentando esquivos
molinos de viento. Entonces Borges se convierte en el símbolo de la sabiduría.
Un hombre que, ajeno al mundo visible, repleto de formas corpóreas, sensuales,
volátiles, se refugia en el mundo del pensamiento y la capacidad introspectiva.
La expresión de un ciego, su mirada aparentemente vacía, siempre parece ir más
allá. Imagino ese gesto apacible mientras Borges –incapaz de escribir- dicta el
último libro de cuentos: La memoria de Shakespeare
que se publica en 1983. Los cuentos, comparados con los que conforman su obra
anterior, aparecen libres de cualquier adorno o floritura. Desnudos y directos,
se asemejan a un discurso oral, aquel con el que dio inicio la literatura.
Como en uno de sus cuentos fantásticos, Borges usa su pérdida
visual para regresar en el tiempo e instalarse en un pasado remoto, ajeno al
discurso superficial del mundo. Alberto Manguel, uno de los mayores
especialistas en la historia de la lectura, conoció a Borges en Buenos Aires.
Manguel, trabajaba en una librería la cual era visitada por el autor que, para
entonces, ya era un personaje conocido en Argentina. El ciego le pidió que lo
visitara en su casa para leerle fragmentos de obras literarias. Manguel accedió
de inmediato y pasó muchas tardes leyéndole a aquel hombre que estaba sumergido
en la oscuridad, pero cuya memoria asombrosa hacía que, al poco tiempo de
empezar la lectura, interrumpiera a su ayudante para completar, palabra por
palabra, como si tuviera el libro abierto ante sus ojos, el final del verso o
de la historia. Quizás la memoria es otro tipo de luz.
*Alejandro Badillo. (Ciudad de
México, 1977) Es autor de los libros de cuento Ella sigue dormida (Tierra
Adentro), La herrumbre y las huellas (Eeyc), Vidas volátiles (BUAP), Tolvaneras
(SC Puebla), El clan de los estetas (Universidad Veracruzana. Premio Nacional
de Narrativa Mariano Azuela) y las novelas La mujer de los macacos (Libros
Magenta) y Por una cabeza (Premio Nacional de Novela Breve Amado Nervo). Ha
participado en publicaciones como Luvina, GQ, Letras Libres y el suplemento
“Confabulario” de El Universal. Colaborador de la revista Crítica y exbecario
del Fonca. Ha sido antologado en diversas compilaciones de minificción.
CUADRATURA DE LA VÍA LÁCTEA*
Heme aquí, en pensamiento vivo.
En iteraciones de memoria.
No se de que arcano mundo vengo.
De que galaxia.
De cual reencarnación.
Cuadratura de la Vía láctea.
Un hombre me ha cubierto.
Me ha legado los ropajes de Safo.
Me ha colocado el traje de George Sand
Y fui hembra de llovizna temprana.
Y he gritado en la fosa de los muertos.
Me han tapado la boca con renacuajos muertos.
Con palabras de abismo.
Con voces de ventrílocuos
locos
Han mutilado mi carpelo, mi
semilla.
Han rapado mi larga e
inacabable noche.
Poseidón cabalga en un caballo de agua.
Otro hombre me llega desde lejos.
Me ha vestido con perfume de lluvia.
De algas secretas en escondidas rocas.
Me ha llamado rosa, piedra, culebra.
Me ha sido impuesta su vara de Esculapio.
Me ha friccionado el cuerpo
con hierbas milagrosas.
Ha quitado una a una las escamas
de cristal de roca.
Me ha besado las terrenales cuencas.
Ha cortado de un tajo mis intangibles miedos.
Me desvistió por dentro.
Me ha dado lo negado.
No se, aun, de que galaxia vengo.
De cual reencarnación.
Pero heme aquí vestida con flores de algodón.
Del Arca de Noé queda un potro oscuro.
Y lo abrazo con mis lenguas de fuego.
Y soy acequia. Aljibe. Regadío.
Frenesí de la noria. Frenesí.
MERLIN*
*De Antonio Dal Masetto.
Triste, muy triste destino el de Merlín, el mago de la corte del
rey Arturo y los caballeros de la Tabla Redonda. "Un hombre sabio y sutil
con extraños y secretos poderes proféticos, capaz de esos trastornos de lo
ordinario y lo evidente que reciben el nombre de magia". De este modo lo
describe John Steinbeck en "Los hechos del rey Arturo", reelaboración
de las historias originales de Malory. Y es así, Merlín puede leer en la mente
y en el corazón de los humanos y descifrar lo que está escrito en las
estrellas. Quien siga sus andanzas a través de las páginas de Steinbeck lo oirá
emitir frases y sentencias inquietantes desde las alturas de su sabiduría. Por
ejemplo, ahí anda Balin, caballero puro y sin tacha, de sangre noble tanto de
padre como de madre, y que pese a eso, sin que sea en absoluto culpable, sólo
logra provocar desgracias y muertes a su alrededor.
—Lo lamento por ti —dice Merlín—. En castigo estás destinado a
infligir el tajo más triste desde que la lanza atravesó el flanco de Nuestro
Señor Jesucristo. Herirás al mejor caballero viviente y sobre tres reinos
atraerás la miseria, la congoja y la tribulación.
—¿Cuál es mi pecado? —pregunta el consternado Balin.
—La mala suerte —le contesta el mago—. Algunos le llaman destino.
Este es Merlín. No hay frase que se le caiga de la boca que no
valga su peso en oro. Tratando de reanimar a un afligido rey Arturo, Merlín dice:
—A todos, en alguna parte del mundo, nos aguarda la derrota.
Algunos son destruidos por la derrota, y otros se hacen pequeños y mezquinos a
través de la victoria. La grandeza vive en quién triunfa a la vez sobre la
victoria y sobre la derrota.
En fin, Merlín puede crear reyes, programar batallas exitosas,
desaparecer de un lugar y aparecer en otro. Puede casi todo, pero también él
tiene su talón de Aquiles. En otro encuentro con Arturo (quien ama y está a
punto de desposar a Ginebra, hija del rey Lodegrance de Camylarde), Merlín le
advierte que ella lo traicionará con su amigo más querido. El rey Arturo se
niega a aceptar semejante predicción. Y Merlín: —Todos los hombres se aferran a
la convicción de que para cada uno de ellos las leyes de la probabilidad son
canceladas por el amor. Hasta yo, que sé con toda certeza que una muchachita
tonta va a ser la causa de mi muerte, cuando la encuentre no vacilaré en
seguirla.
Porque Merlín, sabio y mago, no sólo puede ver el futuro de los
demás hombres, sino también, tristemente, el propio. Por encima de sus poderes
hay un poder mayor contra el cual no podrá luchar, al que se someterá a
sabiendas. Y es la pasión amorosa. En efecto, cuando el anciano Merlín ve por
primera vez a Nyneve, una de las doncellas de la Dama del Lago, siente que la
sangre le hierve en las venas y el descontrol de la pasión se impone a la edad
y a la sabiduría. Entonces, conociendo de antemano la fatídica culminación de
esta aventura, anuncia la inminencia de su desaparición. El rey Arturo se
resiste a creerlo, no le parece posible: —Eres el hombre más sabio de este
mundo y sabes lo que está por ocurrirte. ¿Por qué no elaboras un plan para
ponerte a salvo?
—Porque soy sabio —contesta Merlín—. En la lid entre la sabiduría y
los sentimientos, la sabiduría nunca triunfa. Te he predicho el futuro con
certeza, mi señor, pero no por saberlo podrás cambiarlo siquiera en el grosor
de un cabello. Cuando llegue la hora, tus sentimientos te precipitarán a tu
destino.
Merlín deja la corte siguiendo a Nyneve dondequiera que ella vaya.
Olvidado de toda prudencia la acosa sin cesar con el fervor de un muchacho,
suplicando y gimiendo para que ella repose con él y aplaque su deseo. Ella,
cansada de que la siga este anciano plañidero, se niega siempre. Hasta que
("con la innata astucia de las doncellas", señala Steinbeck), Nyneve
comienza a deslizar preguntas acerca de las artes mágicas de Merlín e insinúa
que le concederá sus favores a cambio del conocimiento. Y Merlín, aún previendo
sus intenciones, no puede evitar iniciarla en los secretos de los sortilegios,
los prodigios y los hechizos. Ella bate palmas con juvenil alegría y el anciano
crea, bajo un enorme peñasco, un aposento maravilloso para la consumación de su
amor. Entonces, aprovechando que el mago se adelanta en el recinto, Nyneve obra
el encantamiento que jamás podrá quebrarse, el pasaje se sella y Merlín queda
encerrado. Todavía sigue en ese lugar (algún punto de la costa, camino a
Cornaulles, para más datos) y ahí se quedará por siempre, suplicando a través
de la roca que alguien lo libere. Pobre Merlín.
*
¿Ves mi cuerpo envejecer?
Lento y tan dulce,
me convierto en otra:
siempre en otra.
Como esas flores tristes del florero
que se apagan de a poco,
yo me vuelvo un manojito
mustio y ceniciento,
todo mi cuerpo sabe
que comienza la muerte.
Y sin embargo qué,
seguimos vivos.
Y mi cuerpo
reconoce
los signos del deseo
con la precisión de la sabiduría:
aquí está mi piel,
aquí la tuya
y de pronto soy tu piel
y vos la mía.
Envejecemos.
¿Y qué?
Todavía
incendiamos las estrellas.
CEREZOS Y RODODENDROS*
Me han enviado unas fotografías. Yo estuve allí, pero no figuro en
ellas.
Así como yo pasé; fui un personaje dentro de ese paisaje y me
desvanecí por distancia y cambio de continente. El prado sigue allí, la
vegetación no se ha dado a la fuga, y hasta las nubes son casi las mismas pues
con evaporaciones y lluvias continúan perteneciendo al mismo campo verde,
húmedo y gozoso.
Puedo escribir “ciruelo” y “rododendro”. Con las mágicas palabras
evoco flores blancas de elegancia oriental, minucia japonesa, arte efímero y
magia de delicadeza graciosa. Esas flores se brindan para el cielo cóncavo y el
viento que pasa como los buitres, los “putres”, suspendidos ellos por el aire
perfumado de bosque lánguido.
Yo no figuro en el paisaje, hoy. El prado verde salpicado de
florecillas no será hollado por mis pies, las hortensias no inundarán mis ojos
de violetas y rosados de puesta de sol. Apenas el eco me llega por unas
fotografías de deslumbrantes colores.
Y los niños sostienen una cesta mostrándome a mí, que estoy tan
lejos, un huevo blanco y uno moreno. La abuela sonríe por detrás. Yo les
sonrío, desde aquí, a ellos.
Escribir “ciruelo” y “rododendro” me trae reminiscencias
literarias. Recuerdo los rododendros de la mansión donde amó y sufrió la
heroína de “Rebeca”, esa mujer inolvidable. Los ciruelos de Chejov. Mientras se
convierten en imagen y palabra, en sombra de sombras, el ciruelo y los
rododendros verdaderos exudan y respiran, crecen y tienen gusanillos, dan
sombra y, sin dudas, florecen.
Están vivos del otro lado del mundo, vuelven desde mi recuerdo a
recordarme que no son memoria más que en la mía. Los recupero y me sorprende,
como siempre, que lo que fue siga siendo cuando no estoy yo, hoy no, en la
fotografía.
Detrás de las puertas, dentro de los cajones de la mesita de luz,
en sus propias moradas, en otros barrios. En todos aquellos lugares que son
recónditos y hemos dejado de frecuentar, en los recodos del adiós los que
fueron siguen siendo, quizás nos aguardan. Quién sabe. Quizás hayan, no lo
puedo asegurar, pero quizás hasta hayan florecido.
*
Mi vecinito tenía nueve años y era mudo. También yo
tenía ocho o nueve años. Me enamoré de él porque era distinto a todos: nada se
sabía de él porque al no hablar era puro misterio. Se parecía al Dios del que
las monjas me hablaban en la escuela. "¿Dios es mudo?", le pregunté a
una monja que me miró desorbitada sin contestarme y se quejó ante mi madre y
hasta supe que habló de mi perversión. Entonces, empecé a enamorarme cada vez
más de mi vecinito, tan misterioso, tan sagrado (¿el mismo Dios?). Pasó el
tiempo y otros seres más oscuros que las monjas lo hicieron desaparecer del
mundo de los vivos. Será por eso que Nietzsche dice que Dios ha muerto.
*De Liliana Díaz
Mindurry. lidimienator@gmail.com
-Liliana Díaz Mindurry presenta la
Poesía Completa publicada hasta ahora (1990- 2017) por Editorial
Ruinas Circulares.
El jueves 22 de
noviembre en el Bar Lavalle, Lavalle
1693, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, a las 19 horas.
Presentan: Enrique Solinas,
Eugenio Polisky y Mariano Diaz
Barbosa. Música de José Antonio Cadórniga.
Inventren
TREN AL OCASO*
Los Scozziero llegaron a la Colonia en la misma época que mi abuelo
y arrendaron un campo pegado a la chacra de Luis Burki.
Como ambas eran familias numerosas no me resultó extraño cuando mi
padre me contó que los desafíos de fútbol eran de clan a clan y a veces se mezclaban
los Galaretto, también vecinos en ese tiempo.
A algunos miembros de la familia Scozziero conocí y traté:
especialmente los dos hermanos menores, a uno que apodaban Petiso y que era muy
amigo de mi padre y el menor de todos a quien conocimos como Fatiga, un recio
zaguero de nuestro Club con el que compartí el equipo cuando él ya se retiraba.
Era un grandote que metía miedo por la pinta, pero más bueno que el pan fresco,
y creo que oficiaba de albañil hasta donde yo sé, porque se fue del pueblo
y no volvió nunca.
Ellos se mudaron al pueblo con su mamá viuda, muy amiga de mi nona
Laura. Y allá me llevaba ella porque se iba a visitar a su comadre doña Ángela,
quien me atosigaba de bizcochuelos dulces, mientras le daba razones de su
ahijado que no era otro que el que llamaban Petiso, porque su nombre se me perdió para siempre.
Fue solterón hasta que dejó de serlo pues se casó bastante grande y una de sus
características que más recuerdo era su fanatismo por el color rojo de nuestra
camiseta. Allí también me encontré un día con un chico de mi edad, cuyos padres
habían fallecido. El flamante huérfano fue criado por doña Ángela y enseguida
se ganó el mote de Niño Dios. Con él tuve con quien jugar cuando acompañaba en
estas –para mí- aburridas visitas sociales, de mi inefable abuela, quien en una
época se hacía acompañar por mí. Íbamos a lugares donde yo me aburría siempre, pese a que primero me
lo tomaba con entusiasmo. Estas incursiones turísticas con mi abuela incluían
excursiones a los cementerios a llevar flores a los deudos. Y como ella tenía
familiares en Firmat, Villada y Chabás, no era raro que nos tomáramos el tren y
allá íbamos en esas actividades necrológicas, donde por suerte siempre me
premiaba con algún helado, ya que en los puestos de todos los camposantos nunca
faltaban los heladeros con sus carritos
entoldados tirados por su caballito manso.
Mi abuela reforzaba los premios al regreso, comprándome revistas de
historietas en la casa La Primitiva de don
José Bessone.
En ese tiempo el mundo se reducía a muy pocos lugares. La casa, la
cortada donde jugábamos, la escuela y algún paseo a la chacra de algún
pariente. Por eso, ante la inminencia de un viaje en tren me ponía en un grado
de ansiedad notable y aún de alegría. Por supuesto nada comparable a nuestros viajes esporádicos
a Rosario, para visitar a mi abuela materna, la también inefable nona Elisa,
quien nunca aprendió a hablar la castilla, como ella repetía. Pese a que vivió
sesenta y cinco años en este país que aprendió a amar como nadie.
Viajar en tren constituía en ese tiempo tal vez la concretada
aventura más preciada que yo podría experimentar. Elegía siempre la ventanilla y aunque
íbamos en segunda clase con sus
incómodos asientos de madera, me encantaba ir con el oído atento al traqueteo y
los golpes del convoy que ya me sabía de
memoria. Mientras miraba el vuelo alto de los pájaros, las mariposas y los
panaderos que entraban por las ventanillas abiertas en el verano y el campo que
retrocedía con sus vacas, sus sembrados y sus molinos que echaban agua para las
vacas “que dan la leche para los niños” , según supo escribir don José Pedroni
para siempre.
Lo cierto es que desde esa ventanilla todo era posible, desde la
observación de aquella naturaleza exultante de vivos colores verdes hasta el
sol que daba de pleno sobre las parvas que se llenaban de gorriones, de
lechuzas avizorando ratones desde los postes, y estaban tan quietos que solo
sus grandes ojos vivían en aquella estampa no tan frecuentemente hoy pero que
la memoria aviva y agiganta.
Al llegar a Firmat, después de haber pasado el Puente de las vía
donde nace el arroyo Saladillo, el paraje Las
Plantitas y Cañada del Ucle, el tren paraba para cambiar de locomotora
porque la dirección a Rosario era opuesta de las que veníamos.
Después de un rato largo donde uno podía bajarse a comprar un
helado el tren proseguía su marcha.
Luego vendrían los ruidos conocidos: el vendedor de sándwiches, el
que pasaba con su gran bolso de gaseosas frías y el vendedor de diarios y
revistas y era donde siempre mi madre me compraba una de historietas.
Al atardecer, luego de más de cuatro horas y media nos íbamos
aproximando a destino, no sin antes haber visto una blanca bandadas de cigüeñas
o de garzas atravesadas por el sol
cayendo en el horizonte, donde todo era ocaso.
-Próximas estaciones de escritura:
JUAN ATUCHA.
–Por Ferrocarril Provincial-
JUAN TRONCONI. CARLOS BEGUERIE. FUNKE.
LOS EUCALIPTOS. FRANCISCO A.
BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY. GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD. ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA. D. SÁEZ.
J. R. MORENO. EMPALME
ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS. INGENIERO VILLANUEVA. ARANA.
GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
***
-Por Ferrocarril Midland-
Km 55
ELÍAS ROMERO. KM. 38.
MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD.
MERLO GÓMEZ.
RAFAEL CASTILLO. ISIDRO
CASANOVA. JUSTO VILLEGAS.
JOSÉ INGENIEROS. MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI.
KM 12. LA SALADA.
INGENIERO BUDGE. VILLA FIORITO. VILLA CARAZA. VILLA DIAMANTE.
PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
InventivaSocial
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-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco
Coiro.
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