*Foto de Eduardo Francisco Coiro.
Alimento de sonrisas*
El perenne gusto de la tristeza en su boca
retrocede por un rato con ese billete que le brinda una curiosa alegría privada
que no necesita espejo ni testigos.
Ya llego a una edad donde se escurren
precisiones y fechas.
Puede verse en la caja del supermercado
para pagar e irse a su casa con alimentos para que la heladera no se vea
generosa en vacíos. Reconstruye su asombro al descubrir el sistema de tubo
aspiradora por el cual desde la línea de cajas envían dinero dentro de un
recipiente similar a una lata a un lugar invisible.
Imagen rara que da para pensar en la
velocidad de circulación del dinero que inquieta a los economistas.
Que el hombre haya decidido quitar de
circulación tiempo antes que lo haga la inflación un billete de 2 pesos y lo
haya incorporado como un objeto portador de significado, justifica la historia.
El hombre toma ese objeto inerte: observa
cara de un Bartolomé Mitre anciano que parece percibir con mirada preocupada
hacia el futuro.
Lee la numeración: 12836859 J.
Lo gira y lee el mensaje escrito en birome
azul.
Puede ver como si fuera ahora mismo a la
morena de la caja que demuestra una amabilidad poco usual.
Recuerda la sonrisa enorme mientras el
hombre colocaba las cosas en la cinta que acerca los productos a la lectora de
códigos que serán precios a pagar.
El hombre recibió la sonrisa de la chica y
dijo "gracias".
Vio una tenue expresión de desconcierto y
se sintió obligado a explicarse:
"Gracias, porque
a esta altura de mi vida me alimento de sonrisas"
La cajera le volvió a regalar una sonrisa
grande de luna llena.
El hombre pagó. Colocó los productos en
bolsas.
Mientras ella le daba el cambio, tomó un
billete de dos pesos y escribió en él un mensaje veloz.
El hombre guardo el vuelto y la cuenta como
un manojo en el bolsillo.
Le dio un beso en la mejilla a la chica y
se fue con sus cosas.
Cuando caminaba hacia la calle -que él
percibe como un desierto urbano o una isla perdida en el océano- se ilusionaba
con que ese billete no fuese una ínfima promesa de pago que pasa de mano en
mano con indiferencia sino un puente hacia una gota de ternura compartida.
Cuando llego a su casa lo leyó. Sin
expresar desencanto decidió quedarse con el billete para no olvidar leer de vez
en cuando el mensaje escrito:
"Nunca te des por
vencido"
*De Eduardo
Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com
LOS ANTIGUOS…
-Textos de
Eduardo Francisco Coiro.
*
Contaba mi abuela que en Silvano. Su pueblo natal a orillas del
río D'Orba el hombre lobo era
fácilmente ubicable. Llevaba atada de una de sus patas traseras a la luna
llena. Por eso su andar era torpe y siempre estaba delatado por la luminosidad.
Como quien camina seguido por la luz de un farol sobre su cabeza. Los hombres
del pueblo no querían cazarlo porque era demasiado sencillo. Además, creían que
era uno de ellos. Un vecino que saltaba de su cama para cumplir un designio tan
repetido como la neurosis, claro que mi abuela no decía neurosis. Decía que
llevaría la misma repetida maldición aquel que matara a un vecino que tenía la
desgracia de tirar de la luna vestido de lobo.
LO
VERDADERAMENTE HEROICO
Le dejo a su sobrino sus cuadernos de notas
por legado. Le llegaron embalados en una caja atados con hilo de yute. Son
cuadernos comunes de hojas rayadas y espiral que vienen con su título en la
tapa. El hombre elige abrir el que dice “Amor”.
Son frases sueltas. Según parece muchas
eran propias, del propio saber del tío gestado en años de andar por la vida.
Otras escuchadas. A veces frases subrayadas con resaltador en un recorte de
diario.
Todo prolijamente anotado con su letra
cursiva grande y clara, que le elogiaban tanto en su empleo de revisor de
cuentas.
El hombre va al final del cuaderno. Es la
última frase. Tiene una aclaración:
“Me dicen en el bar que lo dijo la Rosa
Montero en un reportaje. No es textual, la escribo con mi memoria no tan
buena…"
Lo verdaderamente
heroico es querer al otro tal cual es.
"Tal cual el otro
es" -Escribe
para dar énfasis a la frase.
Luego sigue una reflexión:
“Cada vez seremos más los viejos
solitarios. Hasta que lleguemos por suerte o desgracia de estar vivos a pasar
las horas sentados en el geriátrico mirando un Potus.
Con suerte habrá una ventana para ver el
movimiento de la calle.
En una mañana cualquiera, una viejita se
sentará a nuestro lado. Nos tomara la mano.
Y será tarde para casi todo, menos para
sonreír”
*
Ahí va mi padre silbando en la noche. Es
primavera. No alcanza con el canto cíclico de los zorzales. Mi padre se
acompaña silbando. Es una melodía que alguna vez le escuche cantar en italiano,
habla del amor perdido por una napolitana. Para mí cada vez que lo escuchaba
silbar aquella melodía era como si hablara en él la tristeza de lo irremediable
que tenía adentro.
Mi padre un hombre de silencio. De pocas
palabras, las justas y necesarias.
Ahora que volvió la primavera los zorzales
cantan un enamorado insomnio. Mi padre vuelve a caminar a la madrugada hasta la
avenida bajo estrellas o tempestad para ir a trabajar a la fábrica. Está sólo.
Se acompaña silbando el amor perdido por una napolitana.
Postal de una
despedida
Salimos de la iglesia un sábado a la tarde.
En los últimos meses de su vida el tío venía caminando sosteniéndose con su
mano izquierda en mi antebrazo derecho casi llegando a la muñeca, todavía me
parece sentir la fuerza con la que su mano se aferraba. Con la mano derecha se
aferraba al bastón. Al llegar a la parada del colectivo que lo llevaba a su casa
el tío vio pasar en bicicleta a la mujer de ajustadas calzas. Ahí nomás soltó
su piropo con rima:
"Como quisiera
ser asiento para llevar ese flor de pensamiento".
Nos reímos. Pero mi risa apenas podía
disimular la amargura de una despedida a cada paso. No podía siquiera aceptar
la épica del viejo de 89 años por mantener su picardía intacta.
Llegó el colectivo. Lo sostuve con una mano
en su espalda para que superara los dos primeros escalones. Pude ver cuando se
sentó en el primer asiento. Saludó desde la ventanilla levantando el bastón
mientras el colectivo se ponía en marcha.
*
Es medianoche. Han apagado las luces del
vagón para que la gente duerma.
Afuera hay cielo estrellado. Una luna llena
ilumina al interior del vagón creando sombras fantásticas mientras el tren
obstinado en su recorrido las ignora.
El hombre lee a Saramago gracias a una débil luz individual. Encuentra una frase
que lo sacude: “La culpa es un lobo que
se come al hijo después de haber devorado al padre”. Piensa en su padre,
nacido en un hogar campesino en la Italia de 1923. Ese sueño que lo sacudió ya
anciano: los lobos se comían a sus ovejas y él no podía hacer nada para
evitarlo. Así se despertó, de esa cara de espanto de su padre, el hombre no se
olvida. Piensa en su padre, en él mismo, en sus hijos. En otros padres con sus
hijos. Todos acechados y finalmente devorados por la culpa. El espanto no lo
deja abandonarse al aullido de los sueños.
Un viejo
capitán*
Cuando el sol pasaba por la ventana del
living de su departamento, el hombre se sentaba a fumar su pipa mirando al
este. La vista fija. Una estatua que apenas cobraba vida por debajo del
movimiento del humo.
Para Padre e hijo que lo veíamos desde
nuestra ventana era un viejo capitán. Quizá por su pipa y aquella blanca barba enrulada.
Era invierno cuando llevaba una gorra gris
de abrigo igual a la que usaba mi padre.
Un loro grande del color de los loros se
paraba sobre el hombro derecho a tomar sol con su dueño. A su izquierda se veía
un canario naranja en su jaula.
Loro y canario parecían ser las únicas
compañías.
No podíamos ver la figura completa de ese
hombre al que sólo veíamos sentado. Imaginábamos que tenía una pata de palo.
Nos parecía oír el lejano eco del golpeteo cuando se alejaba del timón por la
cubierta.
Sólo eso. La imagen de un hombre viejo
viendo desde su soledad por la ventana hacia donde kilómetros más allá el Río
de la Plata inunda las costas en las sudestadas. Durante la hora en que el sol
bañaba de luz y calor su ventana. Luego, en su camino al oeste el sol quedaba
oculto por la altura del edificio.
Unas semanas fueron de frío y lluvia. No
tuvimos abrigos de sol.
Cuando volvimos a buscarlo con la mirada
atenta al ventanal del 4° piso, la persiana estaba baja.
Así días. Meses también, hasta que ya no
esperamos encontrarlo en su puesto de lucha.
Se habrá muerto, -dijo mi hijo.
No sé. Quizás volvió a navegar. Y está en
su nave persiguiendo al horizonte. –intente decir con mi habitual negación a la
muerte-.
Hasta descubrir con sus propios ojos el
nacimiento del sol emergiendo desde el fondo del mar.
Lo cierto, es que también desapareció el
bote colgado a la altura del alféizar de la ventana.
*
En el cajón de las fotos sin presente quedo
una carta escrita a letra cursiva en italiano. Sobre el papel liviano que se
usaba para correo internacional. Pudo traducir apenas el núcleo del mensaje "murió nuestra princesa" pues
esta ilegible por partes. ¿Salió llorada
desde Paterno Di Lucania? ¿Su padre
la lloró al recibirla?
*
-Eduardo
Francisco Coiro. Argentina, Lomas de Zamora, 1958. Licenciado en Sociología
de Universidad de Buenos Aires. Escritor.
-Editor de la publicación Inventiva Social.
https://incoiroencias.blogspot.com/
Inventren
https://inventren.blogspot.com.ar/
Crónicas
terrestres*
La gente de antes no hablaba mucho o casi
nada de su vida pasada, estaba demasiado ocupada en vivir el día a día. A mi
edad ya soy parte de la gente de antes, de aquellos que están “más cerca del
arpa que de la guitarra”. Aunque los hechos tal cual ocurrieron son imposibles
de reconstruir para mí. Siempre quise saber porque llegamos con mis padres
desde Tucumán a Elías Romero.
Ya no hay testigos vivos. Ni mis padres ni
parientes de aquel entonces en Tucumán.
Nací en Campo
Rouges. Mis padres eran cañeros. Todo el mundo era cañero, se vivía de la
zafra. Antes y después de la zafra había que cultivar la parcela, criar
gallinas. La familia que tenía un caballo con carro para moverse podía sentirse
rica. Era muy chico cuando Evita
bendijo con su visita al ingenio Santa
Rosa. Lo guarde con mis ojitos mientras me acompañen la memoria y la vida.
Las dos juntas porque la vida sin memoria no sirve.
Por Estación León Rouges pasaba el provincial de Tucumán que se perdía hacia el
sur hasta terminar en estaciones que no conocí ni de nombre. Mi madre era de La Cocha. Ella cuando se juntó con mi
padre se vino a vivir a Campo Rouges.
Hasta La Cocha viajábamos en tren
cada tanto a visitar familia. La gente tenía muchos hijos. Mi madre solo quería
dos. decía que traer más hijos a casa de pobre era hacerlos pasar necesidad. Mi
hermano menor murió a poco de cumplir un año de una enfermedad repentina. Fue
esa desesperación o esa tristeza irreparable la que empujo a mis padres a
venirse conmigo a Elías Romero.
El abuelo de mi madre estaba establecido en
este descampado, puro campo, pero sin cañaverales a la vista ni montañas
cercanas. Les mando decir –él no sabía leer ni escribir- que aquí había futuro.
Trabajo asegurado. hospital cercano para atenderse.
No mintió. En Marcos Paz -a pocos km de aquí- había trabajo. Mi madre limpiaba
casas. Mi padre aprendió el oficio de albañil. Yo tuve una buena escuela. Había
médicos, lugares donde atenderse.
Un día intente escribir en un papel el
recorrido que hicimos los tres hasta llegar hasta aquí. Cambiamos cuatro veces
de tren. El que llegaba desde San Miguel
hasta Retiro tenía la vía ancha. Y no
viajamos hasta Elías Romero en el Midland que ya se llamaba Belgrano. Se conoce que no tenía
frecuencias, así que el bisabuelo nos esperó con su jardinera tirada por la
fiel petisa en la estación del Sarmiento.
Crecí. Aprendí el oficio de carpintero.
Trabajé por mi cuenta mientras pude. Hasta el Rodrigazo se podía trabajar en el oficio de cada cual. El
trabajador era un señor, no una pieza descartable.
Voy a evitar relatar como el país acompaño
mi recorrido desde carpintero especializado y lustrador de muebles al viejo de
70 años que junta latas de aluminio mientras espera una pensión.
La calle de tierra que pasa por la estación
muerta del Midland se llama Discépolo. Ese hombre sí que la vio
venir. La vida fue nomas “Cambalache”.
Aquella vez –por el 2001 o 2002- cuando
todavía tenía trabajo vi a un hombre viejo sentado en la vereda de la calle
comercial. Vendía sus libros para poder comer -me dijo.
Le compre dos libros que me acompañan en
esta soledad. Los releo seguido: “El
corazón de las tinieblas” de Conrad. Y “Crónicas
Marcianas” de Ray Bradbury.
Los dos libros hablan a su modo del triste
mundo de la explotación que alguna vez saldrá de nuestro pobre planeta a Marte
y mucho, mucho más allá.
Vivir en Elías Romero es como vivir en
Marte, quizás peor porque hay a poco de este lugar abandonado a la mano de Dios
una sociedad de la indiferencia. Abismos siderales separan a las personas.
De Hataway
comprendí que la soledad es universal. No es una maldición personal
inexplicable. Por donde vaya el ser humano llevará su soledad o su soledad acompañada
que suele ser aún peor.
No tengo la capacidad del personaje de Ray
para recrear robóticamente lo perdido. En Los
largos años, Hataway esperó noche
por noche mirando al cielo.
Tengo las herramientas mínimas para que mi
casa de ladrillos asentados en barro no se derrumbe conmigo adentro. Sé que ser
pobre incluye no poder arreglar lo que no puedas hacer con tus propias manos. Por
eso quisiera ser el ingenioso Hataway.
Y no “Don
Pere” un hombre viejo que hasta ha perdido su primer nombre y la z de su
apellido.
*De Eduardo
Francisco Coiro.
https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar
-Próxima estación.
En el recorrido del tren literario por el Ferrocarril
Provincial:
CARLOS
BEGUERIE.
FUNKE. LOS EUCALIPTOS. FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN
GOYENECHE. GOBERNADOR UDAONDO.
LOMA VERDE. ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.
GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN
DOYHENARD. ESTACIÓN GÓMEZ DE LA
VEGA.
D. SÁEZ.
J. R. MORENO. EMPALME
ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL
ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS.
INGENIERO VILLANUEVA. ARANA.
GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
*
-Siguiente estación
En el recorrido del
tren literario por el Ferrocarril Midland:
KM. 38.
MARINOS DEL CRUCERO
GENERAL BELGRANO. LIBERTAD.
MERLO GÓMEZ. RAFAEL CASTILLO. ISIDRO CASANOVA.
JUSTO VILLEGAS. JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE
MENDEVILLE. ALDO BONZI.
KM 12.
LA SALADA. INGENIERO BUDGE. VILLA FIORITO.
VILLA CARAZA. VILLA DIAMANTE. PUENTE ALSINA.
INTERCAMBIO MIDLAND.
InventivaSocial
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escritura
-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.
https://twitter.com/INVENTIVASOCIAL
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