*Dibujo de Erika Kuhn.
ARS POÉTICA*
Haz bien lo que
estas haciendo.
De eso se
trata.
Lo demás son
palabras.
*De Oscar
Ángel Agú. oscarcachoagu@yahoo.com.ar
LO DEMÁS SON PALABRAS…
ESTACIÓN DE LAS FIEBRES*
Un pájaro de tinta tiembla de fiebre
Ve, huésped de cinco signos.
Espejos estridentes se alojan en tus huesos.
El polvo es el calostro del jazmín de leche.
Los gansos tienen ojos de ceniza.
La destemplanza es patrimonio del silo.
No hay pilas bautismales inocentes.
Ventadas cruzan los rebaños muertos.
La destemplanza es patrimonio del silo.
No hay pilas bautismales inocentes.
Ventadas cruzan los rebaños muertos.
Lobos. Mansas noches de humo.
Virgen de misterios oscuros. Hoscos.
El amor es la estera de tu espanto.
Quédate tranquilo, dolor. Ya no quedan piedras.
Virgen de misterios oscuros. Hoscos.
El amor es la estera de tu espanto.
Quédate tranquilo, dolor. Ya no quedan piedras.
Hoy, atada mi boca y amarradas mis manos.
Se me hiela una mujer endemoniada y se sacude.
Un hombre solitario aúlla de malaria.
Y ya es tarde corazón y soy polvo y tengo frío.
Se me hiela una mujer endemoniada y se sacude.
Un hombre solitario aúlla de malaria.
Y ya es tarde corazón y soy polvo y tengo frío.
Y se clavan las
púas, irreversiblemente.
Y ya no queda sangre… ni una despedida.
Ya ha parido la niña sus lagrimones negros.
Las últimas… y las últimas piedras.
Y ya no queda sangre… ni una despedida.
Ya ha parido la niña sus lagrimones negros.
Las últimas… y las últimas piedras.
*De Amelia
Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
Regalo de amor*
Él le dijo que
le regalaría la luna si pudiera. Se subió a una escalera, no pudo, estaba muy
alta y tenía que nadar en ese cielo oscuro de las ciudades, se enganchaba con
antenas que servían para que de las cajas cuadradas, salieran palabras que
hacían que los que las recibían se quedaran callados. A el le gustaban las
palabras de ella que miraba los ojos de él, no las cajas que despertaban silencios.
Los ojos de él eran pantallas abiertas para ver el mundo. Más hablaba ella, más
quería el regalarle la luna. Un día se la trajo. Ella abrió el paquete encontró
una luna, redonda, clara, a veces derritiéndose, otras erguida.
Todas las
noches se acercaba a esa luna de la revuelta, la luna del deseo, con hebras de
pasto y suaves aromas de infancia. Un día se animó, la tocó con la boca, se dio
cuenta que era un maravilloso queso que guardaba en su interior palabras de
Calvino, las artesanías de antiguos campesinos, la historia del mundo en
pedacitos. Cuando el llegó, ella le sirvió trocitos del secreto de él, con
vino.
No quiero
contarles lo que siguió, si desean saberlo apaguen la caja repetidora del más
pobre sentido común, busquen en los ojos de un él o una ella, la luna, el
mundo, o lo que quieran, y verán como sigue la historia.
*De Cristina
Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com
*
Ya no temo
a la blanca
aridez
de los días
extendidos
como mapas en
blanco.
Ya no temo
a los demonios
de la sed,
mordiéndome
la carne.
Temo
-más, mucho
más-
al sonido del
reloj
interminable
marcando
los minutos
inmensos
del silencio.
Mi corazón,
ese traidor,
ha desertado.
*De MARIANA
FINOCHIETTO.
Memorial*
El espejo y yo
nos miramos.
Desde él veo el
tiempo
que va dejando
suavemente
rastros de lo
que se va,
despliega su
tenue memorial,
vida temblorosa
con paisajes
abiertos bajo
el sol, protegiendo
sueños con
piadosa luz.
Allí,
entré en las
palabras como en un escondite.
Junté la sed...
Toda mi sed
formó un río sin orillas.
Se despliega el
memorial y hace
una melodía con
los nombres
de los días -de
mis perdidos días-
Ahora en el
espejo no reconozco
esta mujer.
Tiene otra
mirada.
Y me cuenta que
el río sin orillas
hoy
...es apenas
estiaje.
*De Miryam
Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
CEREMONIA*
Abrir desde el
patio el postigo de la habitación que espera la visita de mi hija es volver a
encontrarme otra vez con la idea de la precariedad. Las dos hojas se cierran a
la tarde noche con la ayuda de una esponjita gastada que antes, mucho antes se
uso para el lavado de platos y ollas. Desde hace años es el elemento que ajusta
esas dos hojas de celosía contra el sencillo alfeizar de material. Es una
artesanía doblar la esponja deshilachada para que con su presión mantengan su
cierre las hojas del postigo. Esa tarea repetida me enfrenta cotidianamente a
la cuestión de la precariedad. Me pregunto si esto no es una constante en mi
vida, desde los arreglos improvisados con Poxipol a esta ceremonia de cierre
ante la llegada de la noche y apertura a la luz del nuevo día.
*De Eduardo
Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com
El resto,
canta*
El resto canta,
canta el resto
que no es poco.
Cuerdas
afinadas, sonido de violines...
Trasciende los
deseos,
las preguntas,
las dudas.
Lo real, su
recorte,
hacen el resto
posible.
Caen las
palabras, se cuelan las letras
algunas se las
lleva el propio resto.
El resto
canta...
allí donde
antes había pena,
con vocales
plásticas al viento.
Es un cantar
sublime,
emociona
toca el cuerpo,
lo atraviesa.
Lo lírico
procura, hace
posible.
¿Mi resto?
¡Canta,
qué no es
poco!.
*De Cecilia
E. Collazo. psic_collazo@hotmail.com
-Inspirada en
la frase de Diana Bellessi, (“Lo que resta, canta” pag. 13)
en “La pequeña
voz del mundo” Ediciones Taurus. Bs.As. 2011.
SEGUNDA
OPORTUNIDAD*
*De Alberto Di Matteo. licaldima@yahoo.com.ar
UNO
“Your love has
given me hope (…)
I believe in
the power of love
I believe that
you can rescue me”
(Madonna)
“You always
have the biggest heart
When we're six
thousand miles apart
You always love
me more, miles away”
(Madonna)
Mientras su mirada vaga errática
por entre las brillantes nubes del amanecer, más allá de la diminuta
ventanilla, el rumor de las turbinas del avión parece adormecerlo, hundiéndolo
en la butaca. Este viaje resulta mucho más largo de lo que había imaginado en
un principio. Deberían haber arribado a destino hace ya bastante tiempo,
mientras aún cruzaban el Pacífico bajo las estrellas, y sin embargo… Siguen
dando vueltas en el aire, con los restos de una interminable noche a sus
espaldas. Parece q giraran en círculos, sin llegar a ninguna parte. ¿Será
posible? ¡Las cosas que uno imagina, sumergido en el alienante sopor que causan
los viajes de larga distancia!
Desvía la mirada, deseoso de
algo distinto. Entonces la ve, al otro lado del pasillo, sorprendido de no
haber reparado antes en ella. ¿Cuándo subió a bordo? ¿Cómo pudo pasarla por
alto? Lacio y rubio, el cabello le cae sobre sus ojos, ocultándola del mundo,
mientras escribe muy concentrada en su laptop Hewlett-Packard color negro. Una
nariz recta, enmarcada por sonrosadas mejillas, desciende hacia una boca
tentadora, de labios que apenas se muerden a la mitad de una frase que no
termina de escribir, con los dedos suspendidos y oscilantes sobre el teclado.
Esa fisonomía le resulta familiar, aunque no sepa muy bien a quién le evoca. La
cadera de la azafata interrumpe por un instante su campo visual, desplazándose
con el carrito de bebidas a lo largo del pasillo -a pesar de que la cantidad de
pasajeros sea bastante reducida-, y él le dedica una mirada fugaz. Sin embargo,
la rubia de la butaca de enfrente vuelve a convocarlo, sin haber alzado la
vista de la luminosa pantalla de su laptop, ni registrado siquiera que él la
contempla más que interesado.
Se acomoda mejor en su asiento,
demorando la contemplación. Movimientos rápidos de dedos, uñas prolijamente
pintadas, elegancia en el vestir, respiración profunda, y una mirada de ojos
castaños absorta en sus propios pensamientos. Hasta que finalmente levanta la
vista hacia la cabina del avión, echa la cabeza hacia atrás y la gira hacia
ambos costados, relajando el cuello con expresión de cansancio. Y sin poder
explicárselo siquiera, voltea el rostro hacia el otro lado del pasillo,
tropezando con la intensa mirada de él, estableciendo un contacto mucho más
estrecho de lo que la cortesía permite.
[Algo extraño parece ocurrirle a
sus ojos, como si ambos sintiesen que de pronto se les desenfoca el campo
visual, enturbiado, temblando apenas un segundo, oscilando de izquierda a
derecha, para luego enfocarse nuevamente, como si una lente, de contacto o de
una cámara cinematográfica, se hubiese cambiado sobre el ojo o la cámara sin
dejar de ver o de filmar. A partir de allí, visión perfecta]
Ambos parpadean. Ella entrecierra
los párpados por un instante, aguzando la mirada. ¿Lo conoce? Probablemente… Ha
visto tantas caras en los últimos meses debido a su trabajo, que cualquiera
podría resultarle familiar. Sin embargo…., sería difícil olvidar la profundidad
de esa mirada masculina, enmarcada por una barba entrecana y una amplia
calvicie; mirada que parece calar muy hondo en el alma del contemplado. Un
breve y misterioso estremecimiento la sacude, obligándole a bajar la vista.
¿Qué le ha pasado? Por un instante creyó que se veía a sí misma a través de
esos ojos. ¡Qué locura! Necesita tomarse vacaciones muy pronto, o el pico de
stress que la atormenta desde hace tiempo será de tal magnitud que ya no podrá
recuperarse como le es habitual.
El parpadea otra vez, perplejo.
Esos ojos oscuros que lo han contemplado poseen algo especial, aunque no pueda
definirlo. Un ligero escozor lo recorre entero. Esa mujer tiene algo especial,
un toque diferente, un aura enigmática. Algo que podría unirlo con él hasta el
fin de sus días. Un misterio que de pronto desea imperiosamente resolver. ¿Cómo
se le ocurren semejantes ideas? No lo sabe ni le importa. Pero necesita
averiguarlo.
Imagina cualquier excusa para
acercarse, alguna pregunta absurda, detalles que permitan establecer un enlace
entre ambos, aunque más no sea para escucharle la voz. Y en el momento en que
se decide, eligiendo la primer banalidad que se le ocurre por encima de las
demás, incorporándose apenas en su asiento para inclinarse sobre el pasillo, el
estampido de una explosión le estremece hasta la cordura.
Ruido… Ruido constante,
demencial… Un rugido que aturde y enloquece, envolviendo los fragmentos de una
realidad que se deshace velozmente a su alrededor, vibrando y sacudiéndose,
cayendo en espiral…. Primero queda ensordecido, llevándose los puños hacia las
orejas, sintiendo a lo largo de su cuerpo una ráfaga de viento que parece
tragarse todo a su paso, incluso a él mismo. Intenta mirar en derredor pero
todo se mueve, agitándose, derrumbándose, desintegrándose en un caótico caleidoscopio
de detalles sin sentido... Apenas consigue vislumbrar la sólida silueta de la
laptop de la rubia proyectándose hacia adelante, volando hacia ese enorme
agujero provocado quién sabe por qué a un costado del fuselaje, que se lo lleva
todo hacia las nubes: teléfonos, equipajes, pasajeros… No sabe cómo, pero algo
lo impulsa a atarse con firmeza el cinturón de seguridad, mientras todas las
luces internas del avión parpadean o estallan, aferrándose a la butaca como a
un insólito bote salvavidas, en medio del bramido de la descompresión, la
intermitente sirena de emergencia e indescifrables alaridos de terror.
Entonces mira urgido hacia el
costado, donde ella aún permanece sentada, rígida y sin haberse fugado de la
escena, las mascarillas de oxígeno sacudiéndose por encima de su cabeza, el
cabello agitándose en todas direcciones, sus manos convertidas en garras sobre
los apoyabrazos, la mirada horrorizada buscando algo estable dónde sostenerse.
Sin saber por qué, él extiende una mano hacia ella, fijando los ojos en su
silueta como si fuera el único recurso del cual pudiera afirmarse, el último
vestigio de vida que contemplase antes de estrellarse. Y ella, el rostro
crispado, la respiración enloquecida, extiende su mano y se aferra a él con
desesperación, sin desear morirse sola.
El estruendo resulta
inconcebible, la turbulencia dantesca, los segundos infinitos… Hasta que por
fin, en el último minuto, un estampido aún mayor los sacude hasta las entrañas,
los cuerpos se agitan casi desmembrados, el fuselaje se parte en varios
fragmentos astillados, y las heladas aguas del mar los empapan con una potencia
casi mortal. Apenas consiguen tomar una última bocanada de aire antes de
sumergirse en un abismo de gélida oscuridad que los aletarga y desvanece, sin
percibir siquiera lo que podrían ser sus últimos instantes de vida…
(Continuará…)
*
Cuánto se
parece
el amor
a una piedra
arrojada al
río.
Simulacro
de tifón
sobre el agua
mansa,
desata la ola
inversa,
desarma el
orden
de la exacta
geografía.
Y luego,
el agua
aquieta.
Hasta la
siguiente piedra.
*De MARIANA
FINOCHIETTO.
***
http://inventren.blogspot.com/
DE LA FUERZA
DEL NOMBRE*
(De la estación Casbas)
I
El Coiro me manda un enigmático
y brevísimo correo donde dice: "¿Podés escribirme algo sobre
Casbas?". El nombre no me suena de nada, por lo que abro el Firefox y
busco en Internet. El primer enlace conduce hasta un pueblo de Huesca cuya
existencia ni siquiera conocía (Huesca es la provincia limítrofe por el norte
con Zaragoza, donde vivo), un pueblo pequeño hacia el este, cerca de Abiego y
Bierge, nombres que sí reconozco. Y puesto que nunca antes he estado allí, me
digo: "¿Por qué no?", pensando que lo que mi amigo argentino
quiere es información de primera mano sobre este pueblecito, y nada más
natural, por otra parte, que me pida el favor viviendo yo tan cerca del sitio
en cuestión.
Así que al otro día meto unas
cuantas cosas en una bolsa de deporte y me echo a la carretera. Camino durante
un buen rato, hasta que un auto negro, un Renault 5 con más de veinte años, se
detiene junto a mí. El conductor, casi un adolescente, me pregunta: "¿Te
llevo?". Por supuesto, acepto. Él tampoco conoce el sitio. Su acento
le delata: es gallego. Con una sonrisa franca, confirma mi sospecha. Dice que
va al norte, a los Pirineos, sólo por ver la cordillera. Le han hablado de
parajes extraordinariamente bellos, aunque no recuerda bien los nombres o los
mezcla o los confunde. Para no resultar redundante, le menciono sólo cuatro
lugares (también escribo en un papel los nombres y la forma de llegar hasta
allí) que en mi recuerdo crecen más y más conforme se aleja el tiempo en que me
fue dado visitarlos. El primero es el Plan d´Aigualluts, en el Valle de
Benasque, una pequeña explanada rodeada de montañas donde, a veces, se tiene la
sensación de que llueve hacia arriba. Es lo más lindo que yo vi nunca.
El segundo, un pueblo llamado Aínsa. El tercero, aunque he de confesar
que no me impresionó cuando estuve allí, es el Monasterio de San Juan de la
Peña. No sé que es, pero hay algo desconcertante en la montaña donde está
situado, algo feo y sin embargo inolvidable; tal vez -pienso confusamente- hago
mal en recomendarle esa visita. Por último, escribo: Selva de Oza. "¿Qué
es?", me pregunta. Es un valle hacia el oeste, por donde discurre el
río llamado Aragón-Subordán. La vegetación tiene un color oscuro que produce
sensaciones difíciles de describir, pero allí uno siente que está vivo, que de
verdad pueden ocurrir cosas que te hagan sentir vivo, cosas maravillosas
o atroces, pero en cualquier caso reales. El tipo asiente, acaso sin
comprender del todo el sentido de mis palabras, y promete que irá a todos esos
sitios. Luego se pone a hablar de su coche y, más tarde, de los grupos
musicales que le gustan, cuyos nombres casi siempre me resultan extraños. No
obstante, reconozco algunos, lo cual es motivo de alegría para ambos. Le
recomiendo otros, que él no oyó jamás. “Te gustarán”, le digo.
Al llegar a Huesca, tomamos la
carretera hacia Lleida. Unos kilómetros más adelante, nos despedimos con un
apretón de manos. No tardaré en darme cuenta de que ni siquiera nos habíamos
presentado. Somos dos extraños caminando en un túnel o en un insondable
laberinto, que sólo por casualidad han compartido un brevísimo trecho del
camino. Tal vez ninguno de los dos encuentre lo que busca, o como sucede tantas
veces, lo encuentre y no lo reconozca.
Por la estrecha carretera que
conduce a Casbas apenas hay tráfico. Atravieso una población y sigo adelante.
Según el mapa, ya casi estoy. Es entonces cuando, de pronto, me asalta una
extraña idea: ¿Y si no es esto lo que quería el Coiro?, pienso. ¿Qué
interés puede tener para Inventiva un minúsculo pueblo aquí en mi tierra? Un
sitio del que, por otra parte, ni siquiera yo tenía noticia hasta este momento.
¿Habrá algo que se me escape en todo este asunto? Perdido en esa confusión y en
esa carretera solitaria, unas palabras aparecen en mi mente, fosforescentes
como un letrero luminoso en medio de la noche: Próxima estación Casbas.
Me doy cuenta de que he metido la pata (el Casbas sobre el que debería escribir
es otro, y está en Argentina y no sé absolutamente nada de él. Mi maldito
despiste crónico me impidió recordar hasta ahora que es una de las próximas
estaciones del Inventren) y lo peor es que está anocheciendo (es otoño y los
días acortan). Por suerte, al fondo puedo ver las primeras casas. Advierto que
estoy cansado. Espero encontrar un sitio donde me dejen dormir, porque hace un
poco de frío y la manta que he traído es más bien fina. Pero no se ve un
alma por las calles.
Al fin, distingo un vago
destello al fondo de una calle lateral. Se trata de una puerta iluminada. De no
haber anochecido ya, no la hubiese visto, tan tenue es el resplandor que de
ella sale. Hacia allí me dirijo, con paso lento y el oído alerta. No es
natural este silencio. Sobre la puerta hay un letrero de madera. La
inscripción apenas puede leerse, pero se adivina que el lugar es una taberna.
Cruzo el umbral y me encuentro en un cuchitril mal iluminado donde parece no
haber nadie. Al oír mis pasos, un hombre sale por una puerta situada al fondo
y, con un perfecto acento argentino, me saluda y pregunta si deseo tomar
algo.
II
Una sensación de irrealidad
me atenaza. No acierto a responder. Sólo le miro como se mira a un aparecido o como
se podría mirar el propio reflejo en un espejo diseñado por Klein (el de la
botella). Él repite la pregunta, más despacio, como si yo fuera extranjero y no
comprendiese bien el idioma. No sé qué decir, qué hacer. Me siento como un
actor de teatro esperando que el apuntador le sople el texto. Por fin, con
cierto embarazo, me atrevo a pedir una cerveza. Mientras me sirve, el tipo
explica que el pueblo está desierto porque hay un concierto en las piscinas
municipales, un grupo de pop, uno de esos que venden muchos discos donde las
diez o doce o quince canciones son, en realidad, la misma. Añade que incluso ha
venido gente de los otros pueblos cercanos y hasta algún autobús de la ciudad. (Ese
silencio ahí afuera, sin embargo, esa ausencia…). Al preguntarle dónde
estoy, él me mira de arriba abajo y dice con naturalidad el nombre del pueblo.
La siguiente pregunta no es fácil de hacer. Si el mundo sigue girando en su
órbita normal y éste es, como parece, un hombre serio y cabal, se va a acordar
de mis muertos y suerte tendré si no me saca del establecimiento a golpes; si
por el contrario, el temor que me aprieta el corazón resulta ser fundado, yo me
volveré loco. Aun así, no queda otro remedio: "Pero ¿Casbas de España o
de Argentina?" digo en un susurro. Al principio, pienso que no me ha
entendido, y tal vez sea lo mejor; acaso en el fondo conocer ese detalle no
importe en realidad.
Pasado un instante, levanta la
vista del barreño en el que en ese momento estaba lavando unos cubiertos y
dice: "¿Acaso quieres tomarme el pelo?". Entonces me
atropello, intento explicarle lo ocurrido, nombro el Inventren y algunas otras
estaciones, le cuento que soy poeta. "¡Poeta!" dice él. "¡Poeta!"
repite. "No me lo creo. Nadie va por ahí en estos tiempos diciendo que
es poeta. Usted es un aprovechado. Un sinvergüenza". Yo insisto. Mi
sombra en el suelo gesticula como una marioneta de trapo, parece la sombra de
otra persona, idéntica a mí pero con otro ritmo. Con amargura recuerdo
que no he traído un solo libro; de haberlo hecho, mis argumentos quizá tuviesen
más peso. Entonces, sin explicación, hay por su parte como una sorda
aceptación, no ya de mis palabras o de lo que ellas pretenden comunicar, sino
de la remota posibilidad de que sean ciertas. Mirándome de reojo, con desconfianza
aún, se dirige hacia un extremo del mostrador, levanta un trapo oscuro que
cubre un ordenador portátil y sentencia: "Ahora lo veremos".
Abre el explorador, busca el Inventren, busca mi nombre, encuentra resultados
que le satisfacen, parece comprender que no le he mentido. La expresión de su
rostro es otra ahora; luego me indica una mesa y sale del mostrador con una
botella de vino en una mano y dos vasos en la otra. Nos sentamos, sirve el
vino, enciende un cigarrillo y se larga a hablar convulsiva y nostálgicamente.
Así, me entero por fin de que
nada extraño ha sucedido (si es que no es extraño encontrar de repente, en
medio de un desierto, a un hombre que creemos habitante de otro desierto
distante más de diez mil kilómetros). No hubo viajes astrales ni agujeros
en el espacio. Estamos en Huesca. Con la voz plena de emoción, Manu (ese es el
nombre de mi interlocutor) me habla de su niñez, de su adolescencia, se demora
en detalles que tal vez hayan dormido ahí durante años, esperando esta noche y
este vino; (afuera continúa el silencio, no hay ruido de pasos, ni de autos
en marcha, ni siquiera el eco lejano del concierto. Si yo fuese otro, si fuese
un tipo valiente, tal vez me asomaría un instante a la puerta, para mirar la
luna, sólo eso: mirar la luna y saber que todo está bien). Mientras, la voz
ronca de Manu me habla de la barra, de una novia que tuvo y perdió, “¡qué
linda era!”, exclama. Luego hay un silencio necesario. Un movimiento lento,
la mano de Manu buscando en su cartera y sacando de allí una foto cuarteada por
el tiempo. La miro y hago un gesto de admiración. En efecto, la muchacha es
guapa. (no sé si es entonces cuando comprendo que éste es cualquier lugar y
cualquier momento, un retazo arrancado a mordiscos de la eternidad; tal vez por
eso el obstinado silencio del exterior, la silueta en la pared de dos
desconocidos conversando, dos latinoamericanos perdidos en cualquier parte,
lejos y cerca a la vez, tenues fantasmas de sí mismos, sombras que se proyectan
desde remotas noches olvidadas, que viajan en la nada hacia un tiempo
inconcebible). Después escucho la descripción de un oscuro boliche que en
su memoria se confunde con otros muchos que habría de conocer más tarde; me
habla de su trabajo en el campo, del fatídico día en que se fue el último
tren... Entonces algo parece romperse en el pausado hilo del relato. Clavo mis
ojos en los suyos. Sujeto el vaso que viaja hacia sus labios. Lo insto a
continuar, con el leve asomo de una sospecha insinuándose en mi entendimiento.
Él me mira gravemente y retoma la narración: "...yo me fui en él. Aquel
último tren que pasó por Casbas City, hace ya más de treinta años, se me llevó
consigo. Luego anduve haciendo un poco de todo por todas partes. En Argentina,
en Chile, en Colombia, en Bolivia y Ecuador, que es decir casi lo mismo, o de
forma más breve, más certera, en Latinoamérica, que es mi patria... Nuestra
patria" se corrige. Yo asiento. Luego continúa narrando las peripecias
de una vida, una vida errante, como lo son todas. "Y, entonces, de
pronto, llegué aquí" dice mientras vacía en los vasos lo que queda de
la segunda botella. "De alguna manera, sentí que mi deriva había
terminado. No es que la coincidencia del nombre y el cansancio acumulado me
llevasen a tomar la decisión de quedarme. Esa decisión era anterior, fue ella
quien guió mis pasos hacia estas tierras, ella quien me llevó de pueblo en
pueblo hasta terminar en éste. Cuando llegué era de noche, como ahora. Dormí en
unas ruinas a las afueras. No supe donde estaba hasta la mañana siguiente, pero
durante el sueño supe que me quedaría aquí. No puedo explicarlo mejor. Lo
sentí. Sólo eso. Y aquí estoy desde entonces".
No hablamos más. Ambos estábamos
algo borrachos y era muy tarde. Dormí allí mismo, en una pequeña habitación que
servía de almacén y donde había sitio de sobra. Al otro día, después de un
abundante desayuno, Manu estrechó mi mano y nos despedimos como dos viejos
amigos. Ambos sabíamos que había muy pocas posibilidades de volvernos a
encontrar. Eché a andar por la carretera, en dirección al sur, no a ese Sur que
nunca vi y que mi corazón incansablemente anhela, sino al otro, al de todos los
días, al sur prosaico donde la vida sufre una combustión tan lenta que ni
combustión parece.
*De SERGIO
BORAO LLOP. sbllop@gmail.com
Próxima estación para escribir:
J.J. ALMEYRA.
Estaciones literarias por visitar en el Ferrocarril Midland:
INGENIERO WILLIAMS.
GONZÁLEZ RISOS. PARADA KM 79. ENRIQUE FYNN.
PLOMER. KM. 55. ELÍAS ROMERO.
KM. 38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD. MERLO GÓMEZ. RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA. JUSTO VILLEGAS. JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI.
KM 12. LA SALADA. INGENIERO BUDGE.
VILLA FIORITO. VILLA CARAZA. VILLA DIAMANTE.
PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
***
-Próximas estaciones literarias por visitar en el ferrocarril
Provincial:
GOBERNADOR ORTIZ DE ROZAS
JOSE RAMÓN SOJO. ÁLVAREZ DE TOLEDO.
POLVAREDAS.
JUAN ATUCHA. JUAN TRONCONI. CARLOS
BEGUERIE.
FUNKE. LOS EUCALIPTOS.
FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR
UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO. ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ. J. R. MORENO.
EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS. INGENIERO
VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA. LA PLATA.
-Colaboraciones a inventivasocial@yahoo.com.ar
InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar
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