*Obra de
Walkala. Luis Alfredo Duarte Herrera (1958-2010).
-En Aurora
Boreal. Walkala: un homenaje in memoriam
Liberar*
Palabras,
vuelen lejos. Nombren
Sin ligaduras.
Canten.
La estrechez de
mi espalda ya
no las
contienen.
Fuguen de mí.
Busquen
un cielo sin
fantasmas.
Sólo cuando
puedan darme
la inmanente
voz de las cigarras
o una luz
singular en la garganta
regresen por
momentos
y ayúdenme a
decirlo.
Entonces será
mi breve cielo,
una suerte de
instante sublimado.
*De Miryam
Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
UNA SUERTE DE INSTANTE SUBLIMADO…
ECLIPSE OCULTO*
El eclipse
sucedió allá lejos, muy lejos, tan arriba en esa luna familiar y extraña, la
luna siempre la misma, presente en las noches que no vemos y en las que vimos.
Se ha
obscurecido la luna, se ha puesto roja, ha revelado su superficie convexa de
esfera celeste. Allá detrás de las nubes, para otros ojos, para quien no se
halle debajo de las nubes nocturnas que se empeñan en ser garúa para regalar un
entramado sutil en los faroles.
Desde aquí y
tras las ventanas hemos visto oscuridad y agua, hemos visto la textura móvil de
las gotas minúsculas, y hemos apenas presentido que la tierra negó la luz del
sol a nuestra siempre luna. Eclipse sin ojos, eclipse ciego.
Sabemos con las
yemas de los dedos, con los vellos sensibles del borde del espíritu, con un
leve temblor de la piel sabemos que esta noche y para nadie la luna se vistió
de largo, se puso pendientes, se engalanó y bailó con gasa transparente. Hoy la
luna puso fanal a la bombilla, se soltó la cabellera, se recostó en los cielos
y extendió rubor en las mejillas.
Impúdica luna
la luna a media luz. Luna de otoño, luna desvelada.
Horadan mis
ansias esta lluvia y estas nubes. Detrás ha ocurrido el eclipse, y ya ha
acabado. No lo vimos. Pienso que no veré muchos más.
Recuerdo otros.
Inclina a la
meditación un hecho único y precioso. Nos deja a solas con los pasados en sepia
y los mañanas de incertidumbre.
Siento la
precariedad de mi silueta contra el negro de la noche. Ruego que me vea el
hombre cuando ponga fanal a mi bombilla, cuando baile a media luz, cuando deje
caer los velos.
Que no ciegue
la lluvia a mi amor. Que no me oculten de él ni estas nubes ni otras aguas.
*De Mónica
Russomanno russomannomonica@hotmail.com
Sobre el dios
vengador*
*Por Carolina
Quiroga. carolinq73@hotmail.com
De la escuela
católica me quedaron ciertos ritos, miedos e ideas. Por ejemplo, aunque yo no
crea en dios, no por eso dejo de rezar en ciertas ocasiones; no me doy cuenta,
simplemente lo estoy haciendo. O cuando estoy explicando algo de literatura que
se relaciona con la Biblia les lanzo a mis alumnos muy de mal humor un: ¿No
hicieron el catecismo ustedes?
Pero una de las
cosas que nunca me pude sacar de la cabeza es la de idea de un dios vengador.
Recuerdo que la madre de un querido amigo solía repetir a modo de amenaza:
¡Pero hay un dios! La idea del castigo me fue difícil de quitar en todos estos
años.
Mi relación con
la religión estuvo rodeada de muchos momentos de confusión y una curiosidad
nunca satisfecha. Yo veía una imagen en mi libro de catequesis y le preguntaba
a mis compañeras: ¿Este es Jesús o es dios? -Jesús y dios son el mismo,
respondían invariablemente, y yo quedaba con menos certezas que antes. ¿Cómo
podía ser que Jesús iba a tener la misma cara que su padre? ¿Pero no era que
dios no se veía? ¿Quién había sido el afortunado de haberle visto el rostro?
Por las noches
me daba terror pensar en que podían aparecerse ante mí Jesús o la virgen.
Pensaba en ese momento, ¿qué haría yo, gritaría, lloraría de emoción o de
miedo? Rezaba para que no se me aparecieran nunca, como bien lo había leído en
los libros de los santos.
Debo decir que
siempre me quejaba mucho de los regalos que me solía hacer mi exsuegra: trapos
de piso, juegos de ballerina, bolsas de basura y trapo, jabones, desodorantes y
cosas por el estilo. Jamás faltaron a mi cumple, ni ella ni su madre y siempre
venían con regalos, fuesen los que fuesen.
Este año fue el
único que no festejé con nadie. Mis hijos saben que es mi cumple porque les
digo: che, hoy es mi cumple. Mis padres tampoco vinieron, uno porque me ve
siempre y el otro, porque no sabía si yo estaba.
Me la pasé sola
y sin regalos. Claro que recibí muchas salutaciones por facebook, ¡gracias a
dios!
Dios me castigó
por haber renegado de aquellos regalos. Si los hubiera aceptado como lo que
realmente eran: muestras de cariño y cortesía, hoy los estaría recibiendo
gustosa. Y justo mi trapo de piso ahora se arruinó por entero.
No existe un dios
para mí, eso está clarísimo, desde el día en que nací. Porque como dijo
Vallejo, Yo nací un día...
Y me lo hace
pagar.
*
Esa niña
La
que mira
extrañada el
barro
sobre el cuerpo
marcando edades.
La que se
desola
se desierta, se
arrodilla cansada de fingir,
se enmuda y no
sabe y no entiende
porqué la
penitencia, porque la vida a veces
viene sin
ninguna señal.
Esa niña no es
la que todos nombran en los manuales de autoayuda,
esa es la que
no ha crecido por una anemia de corpúsculos de seda
la escondo,
trato de sosegarla.
La otra que
disfruta del juego es una mujer que aprendió de grande
Pasa que como
los idiomas que no son la lengua madre, a veces fallan
*De Cristina
Villanueva. libera@arnet.com.ar
*
Estás dormido.
La breve luz,
al entrar por la ventana,
transparenta
la suave urdimbre
de tu brazo.
La breve luz,
al entrar por la ventana,
transparenta
la suave urdimbre
de tu brazo.
Desde la sombra
mi mano trepa
hacia la trama luminosa.
Y soy otra vez
el animal
deslumbrado por el rayo,
instinto
en busca de la luz.
mi mano trepa
hacia la trama luminosa.
Y soy otra vez
el animal
deslumbrado por el rayo,
instinto
en busca de la luz.
*De MARIANA FINOCHIETTO.
El cementerio de
las ilusiones muertas*
Era un
cementerio de televisores, celulares y pendrives, cpu y todas esas cosas que se
usaron en otras épocas en que la comunicación era material y no telepática como
en el presente. Las personas en esa época adoraban esos objetos y destinaban
gran parte de sus vidas a poseerlos.
Todos ellos
tenían que ver con comunicarse, saber de los otros, unirse.
Porque el gran
problema humano siempre había sido la desunión.
Trabajar por
unirse y saber del otro, de los otros, colaborar con sus necesidades y
disfrutar de sus descubrimientos y logros era el objetivo principal
No obstante
todo este ahínco en tan noble interés no lograba solucionar las diferencias
entre dos hermanos.
Estos no se
habían entendido en su niñez porque sus padres les habían dado diferentes
lugares que excluían el juego en común. Habían criado dos desconocidos bajo el
mismo techo. Y luego el tiempo se dedicó a alimentar dos enemigos.
Trabajaron para
diferentes bandos políticos y llegaron a intentar destruirse mutuamente.
Se dividieron
la casa paterna, luego se dividieron la provincia natal y finalmente cada uno
partió para lugares opuestos.
La vida parecía
haber logrado el objetivo materno de eternizar esa distancia hasta que el azar
de eso que llamaban progreso puso en manos de uno de ellos una vieja
computadora en los albores de las redes sociales y allí un hermano encontró al
otro y no pudo evitar intentar saber de su vida.
Allí se enteró
de los últimos años de su madre, y de la absurda muerte de otro hermano.
Todo se puede
saber cuando uno insiste.
Llegada la
navidad hubo un intento de conciliar la enemistad con cierta nostalgia por el
pasado compartido y el deseo de conocer que señales había dejado la vida en
cada uno. Pero no hay sistema humano que pueda acercar a dos seres que se
dirigen hacia lo opuesto siempre, en eterno desencuentro.
Lo más
sofisticado de la comunicación humana debe tejerse siempre sobre el desacuerdo
explicito. Otra cosa no es sino obsecuencia. De lo contrario sucede la
fatalidad del olvido y el desapego eterno.
Hay seres que
pasan su vida trabajando para no encontrarse y así pierden las cosas más
importantes de sus vidas.
No hubo
encuentro, ni se volvieron a conectar.
Un día uno se
enteró de la muerte del otro por el pésame expresado en dicha red.
El celular que
fuera pertenencia de uno de ellos estaba siendo depositado por máquinas en el
cementerio cybernético.
Las buenas
intenciones tienen ese destino: el cementerio de las ilusiones muertas.
*De Marta
Giralt. giralt.marta420@gmail.com
ESTACIÓN DE LOS
PARTOS*
ESTACIÓN DEL
DOLOR
Un nido de
cobras reales en mis hemisferios.
Un ratón me
lastima la boca.
Escucha, amor.
Los perros reptan y aúllan a la noche.
Silencioso
vampiro sorbe sed de mis ojos.
ESTACIÓN DEL
DELIRIO.
El hombre está
solo y espera la piedra del delirio.
No creo en
horóscopo chino pero me bufa un toro en las entrañas.
Es en vano la
prisa o la pausa. La duda es la certeza.
-A veces cuando
duerme los pájaros lloran de ternura-
ESTACIÓN DEL
FULGOR
Un oficio de
gato. Siglos de desamparos.
Las líneas de
sus manos son las mías.
Ambos fuimos
“la cría repudiada”
Mas el fanal se
apaga y las luces quedan.
ESTACIÓN DE LOS
PARTOS
Ya lo siento
llegar. Jinete insomne, estremecido.
Entierra
crucifijos y un máuser herrumbrado.
Y damos
respuesta al sentido de vida, al universo.
Y parimos,
juntos, dos congojas y cuarenta hijos.
Dicen, que
cuando el sol se pone.
Las abejas, se
posan en su boca y sorben…
*De Amelia
Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
SEGUNDA
OPORTUNIDAD*
*De Alberto Di Matteo. licaldima@yahoo.com.ar
CINCO
“Forbidden love
Are we supposed to be together
Forbidden love - Forbidden love
We seal the destiny forever
Forbidden love”
(Madonna)
Abre los ojos en la acogedora
luz de la media tarde. Le cuesta recordar dónde se encuentra: las imágenes que
percibe se le antojan desconcertantes. Arena, palmeras, rumor de oleaje
cercano, algunas nubes en el cielo. Hasta que repara en ese cuerpo a su lado,
cálido y de espaldas, y entonces todo cobra sentido otra vez.
Ella duerme plácida sobre la
manta, con respiración acompasada, el cabello rubio desgreñado ocultándole
parte del rostro, la insolada espalda aún con rastros de sal y arena, y ese
cautivante aroma desprendido de su cuerpo que lo perturba, excitándolo de
nuevo. Apoya el codo sobre la manta, su cabeza en la mano derecha, y se
regocija al contemplarla, acostado junto a ella.
¿Quién es esta mujer? ¿Cómo pudo
llevarlo hasta ese límite, haciéndole olvidar todo, dejando atrás aquella
imagen suya de profesional exitoso, para convertirlo en apenas unas horas
-siendo ella misma el detonante de semejante transformación, más allá de
cualquier accidente, ya tan lejano de sus emociones- en un hombre decidido,
emprendedor, activo, improvisador, creativo, y por sobre todo, tan pasional? Se
recuerda a sí mismo varios años atrás, cuando aún estaba de novio o buscando
novia; la imagen que daba de sí era la del tipo serio pero enigmático, afable y
divertido, pero al mismo tiempo poseedor de un lado oscuro, con el que más de
una mujer quiso tentarse. ¿Dónde habría ido a quedar aquella imagen suya? En su
cama matrimonial, seguramente no. Allí imperaba el tedio desde hacía ya algunos
años. Y él ya no le encontraba sentido a revertir la situación. ¿O sí?...
Sin pensarlo siquiera, desliza
la yema de los dedos de su mano izquierda por sobre el flanco izquierdo de
ella, iniciando el recorrido desde la rodilla izquierda, ascendiendo hasta el
hermoso promontorio de la cadera, descendiendo por el sugestivo valle de la
cintura, tropezando con el arrugado vestido verde, comenzando a ascender
nuevamente por el progresivo monte de la espalda, bordeando el abismal costado
de la axila, hasta alcanzar un sólido hombro y acariciar con mucho cuidado la
tenue curva de su cuello, para finalmente detenerse en el suave lóbulo de su
oreja, causando quizá sin proponérselo la cosquilla que motiva que ella abra
los ojos y ronronee agradecida, temblando apenas de la emoción.
Gira la cabeza en dirección a
él, se aparta el cabello de los ojos, y aún con rastros de sueño en la mirada,
le sonríe con frescura y transparencia, libre de toda máscara. Esa sonrisa…
¿Cómo es posible que a él le resulte tan familiar, en un rostro que apenas
acaba de conocer? ¿Por qué siente que algo en la esencia de esa bellísima
expresión ha sido parte de su vida desde hace mucho tiempo?
Ella parece intuir los
pensamientos de él, sintiendo lo mismo. Esos ojos oscuros la escrutan a medio
camino entre la calma y la intensidad, como ya lo hiciera alguien más en su
pasado, aunque le resulte harto difícil recordar quién. Y sin embargo,
experimenta una enorme paz, algo que le resultaba ya casi desconocido en su
vida cotidiana, acosada por las responsabilidades laborales y hogareñas,
lidiando con un matrimonio devenido en pura forma, causante de las mayores
frustraciones, desapasionado y vacío.
Por alguna extraña razón,
ninguno de los dos recuerda reproches convencionales de la sociedad de la que
provienen, ni se ven acosados por la culpa, ni se torturan pensando con qué
cara volverán a contemplar a sus hijas. Un remoto misterio les impide percibir
la idea de haber cometido una infidelidad. Como si ya se conociesen desde
antes, desde siempre… Como si sólo fuesen un hombre y una mujer que viven
ajenos a cualquier otra realidad, y que probablemente vuelvan a desearse dentro
de poco.
—Hola… —murmura él, sin dejar de
mirarla fijo a los ojos.
—Hola… —responde ella, girando
apenas el cuerpo para esconder la cabeza y acurrucarse ronroneando contra su
pecho, pasando un brazo por debajo de la axila en alto de él, y luego abrazarlo.
El le besa apenas el cabello,
devolviendo el abrazo. Se acomoda sobre la manta hasta quedar ambos acostados,
frente a frente, y vuelve a besarla en los labios, esta vez con muchísima
dulzura y una creciente pasión, aunque sin imprimirle ningún frenesí. Ella le
devuelve el beso con gusto, acariciándole la cabeza, desplazando luego la misma
mano libre para acariciarle la cadera desnuda. Vuelven a mirarse.
—Sos hermosa…
—Vos sos hermoso…
—Me enloqueciste…
—Y vos a mí…
Ese sólido contacto visual, las
caricias de una infinita ternura, el rumor del oleaje allí cerca y de las hojas
de palmera sacudidas sobre sus cabezas… ¿Qué más les hace falta para sentirse
en la gloria, ajenos a cualquier problema que pudiera presentárseles?
El rumor del estómago de él los
devuelve a la cruda realidad. Necesitan comer. Ambos ríen con agrado.
—Me voy a tener que levantar a
cocinar —anuncia él.
—Dejame probar a mí —se
entusiasma ella.
Ambos se levantan, se acomodan
la escasa ropa que llevan puesta, y mientras él busca la navaja en la mochila,
ella se aleja unos metros eligiendo los cocos que llevará para merendar. De
rodillas sobre la manta, él la observa fascinado, incrédulo respecto de poder
compartir con esta mujer la singular situación que atraviesan. Y por detrás de
tan sugestiva imagen, se le impone otra, sobre el horizonte. Una considerable y
oscura masa nubosa ha borroneado la línea del océano, augurando lo peor. Una
pequeña pero persistente señal de peligro se le instala en la consciencia:
deben comenzar a tomar precauciones.
Ella regresa sonriente, con un
par de magníficos cocos en cada mano.
—A ver: dame esa navaja
—solicita, enfática, mientras se arrodilla junto a él.
—Primero golpealos uno contra el
otro —indica él, sin atisbo de sonrisa, ni despegando la vista del horizonte.
—Necesitamos cubrirnos los pies. Se acerca una tormenta.
Y mientras se incorpora, señala
con el mentón hacia ese paisaje que gradualmente va perdiendo todo su brillo y
encanto. Ella gira la cabeza y se muerde el labio, decepcionada. ¿Cómo es posible
que en semejante panorama de tarjeta postal irrumpa una furia natural como ésa?
Aunque aún se halle a considerable distancia, aparenta avanzar hacia ellos a
gran velocidad. Y su aspecto tenebroso no presagia nada bueno.
El recoge hojas de palmera
caídas en derredor, seleccionando las más enteras, para luego regresar donde se
encuentra ella y cortarlas a lo largo de las nervaduras con la navaja. Una
nueva experiencia que jamás ha realizado antes, pero descubrirá en la práctica.
Ella se dedica a romper la dura corteza de los cocos, golpeándolos entre sí.
Consigue abrir una grieta en uno de ellos, y bebe con avidez, limpiándose los
labios con el dorso de la mano en un gesto de inusual delicadeza que a él lo
fascina, para luego extender el fruto y convidarle. El toma el coco, bebe con
énfasis, y se lo devuelve agradecido.
—Dame uno de tus pies —le pide
él. —Veamos cómo resulta esto.
Ella se sienta frente a él sobre
la arena y extiende un pie. El toma una de las hojas cortadas y lo envuelve,
cubriendo el empeine y la planta, para luego atar los extremos de las
nervaduras y colocar una segunda hoja sobre el mismo, cubriendo la superficie
aún desnuda. Repite la operación con el pie restante.
—Caminá por sobre aquellas ramas
y contame cómo se siente —le pide, mientras comienza a cortar las hojas para su
propio calzado.
Ella avanza unos metros, pisa
con fuerza, asegura el paso, deja de sentir en la planta de sus pies la
sensibilidad percibida durante la expedición anterior. Y se pone a cantar y
bailar, feliz, los brazos en alto, saltando alternativamente sobre ambos pies.
—“Like a virgin… Hey! Touched for the very first time…”
El lanza una sonora carcajada,
mientras se ata las hojas en sus propios pies. Le encanta estar junto a ella.
Le parece que podría llegar a vivir cualquier clase de experiencia a su lado, y
jamás se aburriría. Intuye que quizás esta nueva vida no le resulte nada
complicada, a pesar de las limitaciones con las que se encuentran a cada
instante.
Toma de nuevo la navaja en la
mano y abre uno de los cocos, extrayendo la pulpa blanca. Come con los dedos
mientras la observa regresar, con andar felino, distendido, y una enorme
sonrisa, agradecida y satisfecha. El devuelve la sonrisa, convidándole pulpa de
coco extendida sobre sus propios dedos. Ella se arrodilla junto a él, abre la
boca y come de sus dedos, chupándoselos, sin dejar de mirarlo, fijamente. Tal
vez, al calor de lo vivido, el sabor de este coco sea muy distinto al de los
demás. Todo lo que vivan a partir de este momento, quizá resulte harto
diferente.
Vuelven a besarse, incansables
del sabor del otro. Y terminan de comer los cocos, entre beso y beso, mirándose
mucho, cómplices de un sentimiento que avanza a pasos agigantados, sin hablar
demasiado, estando quizá todo dicho ya.
La brisa se intensifica con
ramalazos gélidos que causan escalofríos, el sol se ha marchado detrás de la
densa masa nubosa, la copa de las palmeras rumorea un quejido de presagios, las
cáscaras ya han sido roídas en exceso. El contempla el horizonte y suspira, con
un manto de honda preocupación en la mirada.
—Tenemos que irnos —señala,
plegando la navaja, sacudiendo la manta y arrojando ambas dentro de la mochila,
al tiempo que desata la camisa y comienza a ponérsela, abrochándose apenas tres
botones.
—¿Ya? —se decepciona ella,
volviendo la vista hacia el horizonte borrascoso y mordiéndose un labio, con la
angustia avanzando desde lo más remoto de sus recuerdos. Deben ponerse a salvo
cuanto antes.
El se calza la mochila en ambos
hombros, la ayuda a ponerse de pie y calzarse el arrugado saco del trajecito
celeste. Luego le alcanza el bolso y ambos se internan en la espesura, pisando
con seguridad, a paso decidido, mirando de reojo hacía la tormenta que se les
aproxima. Quizá, transformando sus negras nubes en algo mucho más devastador
que un evento natural.
(Continuará…)
***
http://inventren.blogspot.com/
El
Reynoso*
(De la estación
Emiliano Reynoso)
Es un pesado tren el de la memoria. Así lo siente el hombre mientras
viaja acunado por el vaivén del tren de trocha angosta.
El arquitecto es hoy un
hombre viejo. Ha dirigido muchas obras, ha visto desfilar delante de su mirada
a verdaderos personajes entre los albañiles y gremios que trabajaban en sus
obras.
“El Reynoso”. Reynoso era el
apellido del peón que se convirtió en una leyenda. Cada tanto cuando le tocaba
compartir un almuerzo con los obreros, alguien contaba la historia, modificada
con el énfasis y el suspenso que le imprimen los Cuentacuentos a sus
narraciones.
Los albañiles son excelentes narradores de historias propias y ajenas.
La obra era una casa de campo
que quedaba en el medio del campo y no era una metáfora. El campito quedaba a
un par de kilómetros de la ruta y a unos 300 metros del apeadero del
ferrocarril, se llegaba por una huella que se hacía intransitable con una
lluvia copiosa. Unas pocas casas perdidas. Un solo vecino con el que se
compartía el alambrado y una línea de eucaliptos altos a los fondos.
Para comprar cigarrillos o comida había que ir hasta la ruta. Un solo
corralón de materiales para las urgencias “El cóndor” atendido por dos hermanos
con apellido inolvidable: los “Cucurulo”.
Costo encontrar un equipo de albañiles que estuvieran dispuestos a
viajar horas en tren para llegar hasta el fin del mundo.
Los albañiles trajeron al Reynoso, un correntino fuerte que además de
peonar en la jornada laboral acepto quedarse como sereno en el medio de la
nada.
Armamos un obrador con chapas bastante grande, una parte se dividió para
que sea el dormitorio del Reynoso. Además del catre, ropa y unas pocas cosas el
hombre había traído un pequeño altar caserito del gauchito Gil.
El Reynoso hacía las compras para el asado y llevaba los pedidos de
materiales al corralón donde teníamos cuenta corriente. En esa época no
existían los teléfonos celulares.
Un día aviso que le regalaron una mascota.
-Le puse “Tigui” dijo. Del gato de Reynoso nos olvidamos enseguida,
al hombre se lo vio comprar botellas de leche, juntar los huesos del
asado o comprar hueso con carne para el animalito. La mascota se quedaba dentro
de un sector alambrado pero bien agreste que ni siquiera fue desmalezado. La
única entrada era la puerta del fondo del obrador – casa del sereno.
Esa zona del campito en la que no trabajábamos era el equivalente a una
manzana urbana. El proyecto contemplaba en una segunda parte construir allí una
amplia pileta de natación, un quincho y parquizar.
En esa mañana de enero había un calor demencial. Era una visita de
rutina a una obra que ya estaba en etapa de terminación, estaban los pintores,
los albañiles y el Reynoso que recién había vuelto de comprar las provisiones
para el mediodía en los comercios de la ruta.
Fue todo muy rápido, como
suele ser con los hechos que marcan la memoria para siempre. Escuchamos tiros.
Algunos nos silbaron por encima de nuestras cabezas. Uno de los pintores se
tiro de la escalera al piso. Se escucho un lamento de animal grande, un
ronquido doloroso que venia desde el pastizal. Luego escuchamos el grito que
pretendía emular al del Tarzán de Johnny Weissmüller. Ahí ubicamos al tipo
trepado al eucalipto blandiendo una carabina con gesto triunfal. No habíamos
salido de la sorpresa cuando vimos al Reynoso trepar como su gato al árbol.
Sujetó al hombre, lo bajo a los golpes. Desde el piso con el Reynoso
golpeándolo ese hombre ya no gritaba como Tarzán sino que pedía auxilio, perdón…
Los albañiles salieron disparados, cruzaron el alambrado, lograron
sacarle al Reynoso el cuchillo antes que lo sacara del cinto, creo que lo iba a
degollar como a un cordero.
Fue a raíz de esto que días después supimos que ese vecino era un
cazador furtivo –denunciado por cuatrerismo- , que tenía a maltraer a varios
campos de Saladillo. La noticia podría haber salido en los diarios pero no fue
así: el dueño del campo que construía su casa era un empresario exportador de
lana que compró un acuerdo de silencio: nadie diría ni una palabra, no habría
denuncias policiales. Supe que el acuerdo incluía comprarle su chacra al Tarzán
de la carabina un precio increíble con tal de no tener a un chiflado cerca.
Reynoso iría a una obra que teníamos en Barracas.
A la mascota la enterramos en
los fondos del terreno. Reynoso que era un hombre grande lloraba como un niño.
Se había puesto las mejores ropas y tenia un pañuelo colorado anudado al
cuello. Le habían matado a la única compañía que había tenido durante dos años
en la soledad de ese paraje perdido en la pampa. Ahí nos enteramos de una
habilidad de su mascota: como un perrito amaestrado traía en su boca una piedra
que colocaba sobre su alpargata, El Reynoso daba la patada con fuerza y
entonces el Tigui como un perrito atrapaba la piedra en el aire o la buscaba
entre los pastos hasta traerla de vuelta a los pies del hombre.
20 años después en otra obra
ubicada en el barrio de Núñez a la hora del relato, el capataz santiagueño
volvió a contar la versión que había escuchado, a su vez en otra obra y hace
años, pero esta versión era algo mas verosímil que aquellos hechos ocurridos
delante de mis ojos: el vecino era un drogadicto que había ahorcado al gato.
El Reynoso había hecho justicia, pues trenzado en lucha lo había
degollado sin miramientos.
No dije nada, me limite a escuchar.
Además, lo del tigre de
Bengala jamás lo hubieran creído.
*De Eduardo
Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com
Próxima estación para escribir:
J.J. ALMEYRA.
Estaciones literarias por visitar en el Ferrocarril Midland:
INGENIERO WILLIAMS.
GONZÁLEZ RISOS. PARADA KM 79. ENRIQUE FYNN.
PLOMER. KM. 55. ELÍAS ROMERO.
KM. 38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD. MERLO GÓMEZ. RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA. JUSTO VILLEGAS. JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI.
KM 12. LA SALADA. INGENIERO BUDGE.
VILLA FIORITO. VILLA CARAZA. VILLA DIAMANTE.
PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
***
-Próximas estaciones literarias por visitar en el ferrocarril
Provincial:
GOBERNADOR ORTIZ DE ROZAS
JOSE RAMÓN SOJO. ÁLVAREZ DE TOLEDO.
POLVAREDAS.
JUAN ATUCHA. JUAN TRONCONI. CARLOS
BEGUERIE.
FUNKE. LOS EUCALIPTOS.
FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR
UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO. ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ. J. R. MORENO.
EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS. INGENIERO
VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA. LA PLATA.
-Colaboraciones a inventivasocial@yahoo.com.ar
InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar
No hay comentarios:
Publicar un comentario