*Foto Jorge
Palma © Robert Yabeck.
ERA EN OTOÑO*
Vuelvo al
silencio blanco
de la casa roja
y amanece.
Un niño se
asoma y bebe
un aprendiz de
hombre
sueña, acumula
imágenes
guarda en un
bolsillo
la silueta de
un pez fabuloso
cruzando el
cielo
de su cuarto,
para ese día
incomprensible
que la muerte
le tiene
destinado.
Son los días
sin marcas en
la piel
sin duelos en
el cielo
previstos en el
alma
ni adulterios
ni cuchillos
vagando
sin rumbo
una madrugada
insomne
por calles sin
luz
hasta encontrar
el enmudecido
perfil
de un hombre
un árbol
un niño
cualquiera
perdido
en un campo de
cieno
vaticinado tres
años antes
en los ojos
afiebrados
de un mendigo.
Y qué decir
entonces
de ese tiempo
marcado
a fuego
por el color de
una
estación,
cuando mi madre
cosía
cantando
y no había
escarcha
en los balcones
ni amuletos
ni pájaros
clavados
en las cabinas
telefónicas.
Era azul la luz
del patio
entrando el
alba.
Y amarillo el
comedor
en otoño
y era mi casa.
*De Jorge
Palma. labrador@jorgepalma.com.uy
¿DE QUÉ LADO DE LA VIDA QUEDÓ LA VIDA?
-Poemas de Jorge Palma.
PROCEDIMIENTOS
Según andan las
cosas
todo va de mal
en peor.
Esto es: a
cuánto se cotiza
en el mercado
del aire
la pluma de
ángel,
el mercurio, la
soda cáustica
con que
sepultan a los ríos.
La tierra
tiembla a las siete
menos cuarto,
quince minutos
antes que el
jefe
de rienda
suelta al subalterno
y comience a
enloquecer de hastío
en las
autopistas obstruidas
donde la luna
parpadea atónita
por las
consecuencias nefastas
del bajísimo
salario.
Qué dirán los
industriales
con almidón en
las solapas
cuando los
teléfonos
enloquezcan a
la media noche
porque las uvas
se han
petrificado al unísono
en los parrales
del mundo
y las acciones
en la bolsa
se han
convertido
en polvo de
estrellas.
ELEGIA Y CANTO
CON CESAR VALLEJO
I
Cuando la vía
láctea empalideció
y cayeron de
los andamios
las vírgenes
encinta,
tu cráneo
perpendicular
a la luna se
reflejó
en un charco
diminuto,
donde se
apagaban, como brasas,
dos sílabas
maternales.
En qué cáliz
bebiste la amargura
formidable
actor de tragedia.
En qué fragua
misteriosa
acuñaron tus
pómulos salientes,
tu falanges,
hermano, tu esqueleto.
Cuánta tierra
precisaron
los
sepultureros
para enterrar
tu río de sangre.
Cuántos árboles
fueron necesarios
para construir
un ataúd
del tamaño de
tu muerte.
II
Cuando llegué a
París, lloviznaba
en los cuatro
puntos cardinales
de mi frente.
Llovía antes y después,
también y
mientras tanto.
Sin embargo tu
estabas en el aire
abrazando una
pregunta con los dientes
sabiéndote
incompleto, inconforme,
desesperado por
el silencio colosal
de los
fabricantes de escombro.
Yo conversé
noches enteras
con tu
esqueleto cantor,
aflautado y
triste como una quena.
Y me hablaste
del Perú, de calles
que no existen,
de padres y tías
indispensables
para la memoria
y el desayuno
matinal,
de los
atardeceres que se quedaron
aguándose en
tus ojos,
de lo que puede
una mirada
el pelo de una
mujer
sus pechos
las caderas que
aplastan
cualquier
aburrimiento.
Y había veces
que me dejabas
en silencio
esperándote una
centuria,
recorriéndome
por dentro,
hablando solo
como un loco
buscando a mi
padre, a mi madre
a todos mis
parientes
para decirles
que triste es
París cuando se
llueve el alma.
Entonces volvía
sobre las
palabras usadas
recorriendo las
viejas heridas
en tu alma
tan parecidas a
las mías,
como la
necesidad de conversar
con un muerto
o atar la
conversación a un fantasma,
entre el café y
los cigarros,
entre la vida,
la muerte
y mientras
tanto.
LOS AHOGADOS
Hay un muerto
en lo alto
del cielo que
no puede salir
ni zapatear a
gusto porque
afuera llueve
y todo se
inunda.
Por eso se toca
la frente
la papada, la
barba de tres días
y camina en
círculos alrededor
de su ataúd,
mirando de reojo
el traje azul
de alpaca
sin pestañear
porque afuera
llueve y todo
se inunda
debajo del cielo.
Y los ahogados
ven pasar
el agua oscura
hacia el fondo
inalcanzable de
un rojo atardecer
y se inclinan,
se ponen
de costado para
oír
y se van a
pique
porque abajo
aúllan los perros
donde nace el
lodazal.
¿Y si fuera
viento
y lo arrasara;
y si fuera
fuego
y lo quemara
todo?,
se pregunta
alguien
a instancia del
cielo
a instancia de
los muertos.
Pero yo escucho
a los muertos
cantar hasta la
madrugada
y a los
ahogados del último
reino chapotear
con el alma
en los brazos,
aullando
de un lado al
otro del cielo.
¿Y si fuera
viento
y lo arrasara;
y si fuera
fuego
y todo
ardiera?,
se pregunta el
poeta
A instancia de
los perros
que aúllan y
los huesos
a instancia de
la luz
y todos los
muertos
de este mundo
que no pueden
salir
ni zapatear a
gusto
ni castañuelas
porque afuera
llueve con furia
y todo se
inunda.
UN INMENSO
BOSQUE DE LLUVIA
Escribo con
rocío
aunque te
llames laura
acodado en mi
torpe
desnudez
con esta carta
marcada
como único
refugio
levantado con
el resto
de furia que me
queda
o esperanza
porque sueño
todavía
y no renuncio
aunque me duela
aunque me doble
acaso porque
juego
y te imagino
en cada una de
las gotas
de rocío
que me ayudan a
seguir,
distintas
a las llamas o
antorchas
que llegan a
este
sitio marcado
por el alcohol
que entran a
los baños
a compartir la
soledad
o se roban los
saleros
y guardan en el
escote
siete fichas de
teléfono
para llamar a
Dios
cuando la vida
o la lluvia
les muele el
corazón
y amanecen
destrozadas
encima de los
coches.
Este es el
mundo laura
aunque me moje
el rocío
de tu boca,
este mundo
que me sigue
desvelando
acaso porque no
hay otro
o tal vez
porque todavía
no colonizaron
el espacio,
aunque a veces
parezca
que se hunde,
que no
va más, que se
va a pique.
Aunque yo
quisiera
(ahora más que
nunca)
más que planear
las futuras
vacaciones en
el espacio
y pensar en las
muchachas
que me roban cigarrillos
y me despeinan,
es darte un
dulce golpe
en la mirada
abrazarme esta
fría
madrugada
a tu esqueleto
y decirte,
mirándote
los labios:
" nadie en este
mundo se muere
de amor";
en todo caso
uno puede morir
de desamor
de cólera o
espanto
de cordura o de
cordero
de rabia o
convicción
(para el caso
es lo mismo);
de
incertidumbre
o fuego en las
entrañas.
Nadie se muere
de amor,
se muere de
rocío
o frío
talándole
a cada uno el
árbol
de la niñez,
de soledad
también
laura
y de miedo
o de vejez anticipada
o malparido o
sátrapa
o condenado
descalzo y solo
por calles
desiertas
golpeado por la
llovizna
fría de un
ronco amanecer,
río de sordera
que te aplasta
te cercena las
alas
y te hunde
te retrata con
su
escandaloso
titular
a ocho columnas
y con plena
libertad
de empresa
te regresa a la
vida,
te trae intacta
te hace popular
por diez
segundos
en las bocas
del café
o en las sucias
letrinas
donde claudia y
marisa
dejan sus
mensajes,
en los zapatos
reparados
y su
envoltorio,
en la media
ración
de harina
cortada con el
bolsillo
en el último
almacén
del barrio.
Cómo decírtelo
ahora
-nunca conocida
soledad-
que no fue el
amor
quién de dejó
tirada
para que los
flashes
del infierno
trabajaran,
tampoco el
rocío;
rostro amargo
cortado por la
lluvia.
PARAFERNALIA
Esta mañana no
me he
puesto las
orejas
sin embargo
me aturde el
mundo,
su multitud de
sillas
maniatadas
sus colapsos en
la bolsa
ese chirriar de
dientes
entre zapatos
nuevos
y billetes.
Pienso, con
insistencia de toro:
¿De qué lado de
la vida
quedó la vida?
La piel de
leopardo
se cotiza en el
mercado
al precio de un
diamante.
Por el tobogán
de fuego
se deslizan los
besos apasionados
de los amantes
cayendo en
desventaja sideral
con los días
fríos que deambulan
sin patria
por las
ciudades crispadas
repletas de
escombro.
Ya nadie silba
por las calles.
Y parece
vergonzoso añorar
el cielo azul
en calma
el sonido
amarillo del trigo
el movimiento
del agua
en círculos
perfectos
cuando una
piedra
es lanzada por
un niño
desde la ventana
iluminada de su cuarto.
La paloma que
regresa
a la mesa
puesta
trae en su pico
ensangrentado
una cachetada
del mundo.
Cómo puedo
saber de qué lado
vendrá la
muerte.
EL NACIMIENTO
DE LA LUNA
Es negro el
cielo
y las camisas
tendidas de un
alambre
se arruinan
con este
malestar
de pompas
fúnebres.
En esta mañana
inverosímil
(la mitad del
cielo
llora a mares,
en la otra
cantan dos
soles, como jilgueros)
subo un escalón
me reincorporo.
Pesa en mi
bolsillo izquierdo
un castor
y respira,
debajo de mis ojos
una mañana
limpia
de espaldas al
alquitrán
derramado en
los estuarios.
Me recompongo
mirando el mar
partido como
tengo el cuerpo
en siete partes
desiguales.
La luna se
pasea nerviosa
fumando por los
pasillos
del océano.
Las ciudades de
amianto
resplandecen
como cirios
en las manos
crispadas
de los muertos.
Y yo espero.
LA DESTRUCCION
DE LA SANGRE
Ahí viene otra
vez
esa ola de lodo
calcinante
esa loca boca
fría
sedienta de
escombros y mordiscos
cuando el denso
vapor de las cocinas
rompe
costillares con sentencias
oscuras y
presagios.
Y el polvo de
la tierra
sube vertical
a las cornisas
del cielo
y los gritos
crispados del humo
aflojan
rápidamente las costuras.
Es cuando la
sangre enloquecida
corre a los
viejos hospitales
en busca de
minutos
y las farmacias
repletas
de aserrín y
estopa
vuelan
agonizantes
entre dos
líneas de fuego.
DESENTIMIENTO
Me acuerdo del
sol cuando
tenía patria,
pájaros amarillos
cantando sin
pausa
a los pies de
mi cama,
y no cabía en
el pecho
la palabra
muerte, dolor,
ciudad de barro
golpeada
por la lluvia.
Tiene la sangre
su motivo
para estar
triste, quieta
o precipitada,
su cuota
de orgullo,
cólera o desaliento.
Por eso no
resulta extraño
verla
enloquecer en ocasiones
crispada hasta
los puños,
y más al fondo,
todavía,
destruir con
furia de puñales
las jaulas
demenciales
que aprisionan
el aliento.
El hombre canta
y sueña
a pesar del
miedo,
como esta noche
interminable
cuando pasa por
mi sangre
un río
encajonado
con frutas del
cielo,
y no hay lugar
en el cuerpo
para la
escandalosa
sentencia y el
olvido.
NARCISO Y EL
BASURAL
Como un
príncipe enlutado
camina la
soledad
por las orillas
del mundo
pisando aros de
niebla
y relicarios
costillares de
algas
y amuletos
entre
candelabros
enterrados de
perfil
y paños azules
que fueron
vestidos
o palomas
entre astillas
de mármol
que fueron
escalones o
santuarios
o pilas
bautismales
o sepulcros de
ángeles
o suicidas
que alguna vez
bajo el reloj
del cielo
orinaron
calladamente
la fuente
desierta
de una plaza.
Sin embargo
algo suena
al norte de su
boca
algo de furia
retumba
en algún lugar
del cielo
y agoniza
tumbada
al borde de sus
pies;
una luna
herida, abierta
como un pájaro,
una llaga
viva de tres
semanas
desmantelada
entre
piedras y
caracoles
entre retazos
de palomas
o vestidos
entre botellas
que bajan
hacia el
tempestuoso mar
y guardan el
sonido
de la lluvia o
de la vida;
semillas del
antiguo paraíso
ojos sin
párpados
que lo miran
pasar
ensimismado y
temblando
bajo un sol
ensangrentado
cayendo a
plomo.
DESPUES
Luego de tanto
después de todo
tendremos que
nombrar
a todas las
cosas
como la primera
vez,
después del
trueno
y las llamas
después de
todo,
humildemente,
calladamente,
con paso de
plomo
y paciencia de
demiurgo,
entre cadáveres
de estrellas y
despojos.
MORAR Y DEMORAR
Quiero creer
que los hombres
no mueren lejos
de su patria.
Que los cielos
de la infancia,
aquellos ojos,
las tardes
que respiramos
tu y yo,
las rejas de
los patios
encendidos
donde te besaba
viven aún en la
memoria
del aire.
Quiero creer
que aguardan
la sombra
fresca de un
verano para
regresar
o acaso
cansados
de esperar el
milagro
de la sangre
siguen soñando
el sueño de los
locos
tan testarudos
como esos
muertos
que atados a la
vida
se resisten
con los huesos
a ser leyenda.
ANOCHECE
Anochece en la
ciudad
sin aire
y suben hacia
el cielo
reliquias del
polvo.
La luna cae
vertical
hacia el mundo
sepia.
Mientras tanto
sobre la arena
caliente
un hombre solo
con un pájaro
muerto
en cada párpado
lanza una
blasfemia
y entra al mar.
MUNDO NUEVO
Con la ciudad
enrejada
la luna ha
quedado
del otro lado
del mundo.
Un niño, con
los ojos
redondos, la
descubre
por primera
vez,
pálida,
arrugada, flotando
entre los
altísimos tallos
de hierro
forjado
bajo un cielo
lejano
afectado de
herrumbre.
MUNDO
En este
instante
de la dicha
mientras tu me
besas
los párpados en
silencio
pidiéndome un
hijo
están
asesinando
a un hombre
en el otro
extremo
de tu piel.
LA CABALA Y LOS
MISTERIOS DE LA VIDA
Yo pasaba
siempre por aquella
calle con gusto
a mar, a río
dulce, fatigado
por el amor
o herido en la
ingle
por lluvia
mansa o aguacero
y aquel hombre,
encorvado
sobre un libro,
intentaba
descifrar el
código del cielo.
Pero en el
campo
de enfrente
crecían las
retamas
amanecían los
amantes
clandestinos
mojados por el
rocío
y la
resurrección
mientras un
fauno
encendido
corría
detrás de dos
muchachos
y las ancianas
del próximo
milenio
cantaban de
dicha
después del
amor
estrenando
sábanas
en los
tendederos
del mundo.
Y aquel hombre
intentaba
revelar
el misterio de
los siglos,
con una pierna
a cada lado del
torrente
con un pie en cada
flanco
del río móvil
el río de
fuego, agua
y cielo,
ausente de
besos
párpados y
piernas
calientes de
mujer
de bruces al
pozo
que lo llevaba
de huesos
uno a uno.
Pero en el
campo de enfrente
otros hombres
subían
a un barco de
hierro
para no
regresar.
Se poblaban los
hospitales
de gangrena
crecían los
vientres
en soledad
y las ciudades,
se
multiplicaban
en las antiguas
extensiones del
polvo.
Mientras aquel
hombre
que olfateaba
las raíces de
la sombra
se desvanecía
en el aire
cambiante
del último
atardecer.
En ese mismo
lugar
donde anidan
ahora
palomas
mensajeras.
LA CLASE OBRERA
NO VA AL PARAISO
La clase obrera
no va al paraíso
viaja apretada
en las vísceras de
un trueno o
peor: entre el golpe
de alas de un
relámpago, suelta
de cuerpo,
atrevida de rostro
o semidesnuda.
La clase obrera
cose las heridas
del cielo en
los talleres del tiempo
también en los
telares, soñando,
según quién lo
lea y dónde, según
quién lo
entienda, comprendiéndolo,
ya que puede
ser la bandera
personal o la
patria, el norte
de cada uno, la
vida entera.
Según quién lo
mire. Según se vea.
Aquí o en la
China la clase obrera
no va al
paraíso; viaja atormentada
en las vísceras
de un trueno apretada
en las vísceras
de un pollo
enmudecida en
el aire sin alas
que de un golpe
sin sonido
se esfuma en el
aire
como un
relámpago se esfuma
en el aire
pesado de tormenta
y desaparece
entre los
viejos telares
del cielo.
LOS NIÑOS EBRIOS
Ayer, si mal no
recuerdo
bajaban hacia
el río
niños ebrios
gritando con
voz de hombres.
Iban golpeando
el aire
caliente dentro
de una nube de
polvo
anunciando de a
ratos
el oscuro
perfil
de un trueno.
Iban corriendo
por los
suburbios
del cielo
cuando ardía
en la garganta
un olvidado
gusto
a vino amargo
y amanecía.
Y SI NO FUERA
Un hombre
golpea con un fémur
el portón de la
fábrica donde
quedó encerrado
su alimento.
¿Y si de pronto
sonara la campana?
¿Si de pronto
tronara el silbato
y la puerta se
abriera, y un
tumulto pasara
a su lado
como un
vendaval y despertara?
Un ángel
desnudo, llora temblando
en un rincón
del comedor.
¿Y si no fuera
llanto lo que moja
su cara, si
fuera emoción o acaso,
ni siquiera
fuera ángel o custodio
sino el sueño
del temor, el resultado
del miedo en
las solapas, en los ojos
afiebrados del
hombre que suplica?
Una mujer
encinta trepa
a un andamio, y
deja
en la cornisa
del cielo
el almuerzo
para el preciso mediodía.
¿Y si acaso
fuera una mujer
equilibrista
vestida de fuego?
¿Si acaso,
trepando los andamios
buscara mostrar
desde el cielo
sus piernas
como tallos,
sus ojos de
primavera,
su cabello
encendido como
una antorcha en
lo alto
del día
conmovedor?
Un hombre
muerto hace dos horas
convoca a la
reflexión
sobre lo
efímero de la vida
y sus
instancias.
¿Y si de pronto
despertara?
y si acaso sólo
fuera
un sueño
pesado, un mal sueño,
y levantara un
párpado
y se
deslumbrara nuevamente
con el cielo
que estalla
en su color
con el olor del
verano
que se ensancha
y las flores
y los deudos
y las
ceremonias posteriores
de la ausencia
pasaran
como pasa el
viento tibio
en este
atardecer de Enero.
Y fuera un
sueño, la muerte
sólo fuera un
sueño oscuro
que intentamos
olvidar,
cada vez que la
mujer
de cabellera de
fuego
y ojos de oro,
trepa
a los andamios
del cielo
y nos
deslumbra.
ANDAMIOS
Se ven caras
pero no
corazones/ mucho menos
el corazón
astillado
del dueño del
martillo/ del lejano
hombrecito del
andamio
(manos
pequeñas/ sudor casi
imperceptible/
latido
endemoniado al
borde del abismo),
solo en su
barca vacilante
solo en su cuna
de tablas
y hierro
en su féretro
móvil
inquieto como
un péndulo
como una cometa
extravagante
en los remotos
cielos
de la ciudad
que arde
entre humo/
bocinas/ pájaros
que huyen en
medio de la lluvia
entre los golpes
del martillo
que suenan allá
abajo
para millones
como dulces
notas musicales
cayendo del
cielo.
BAJO LA CAMPANA
Alguna vez
todo será más
claro
luego que el
mar
subiendo al
cielo
deje caer a sus
muertos
en llamarada
como piedras de
fuego
deshaciendo la
memoria
de los vivos.
Un minuto de
hierro
cuesta una
tonelada.
Yo veo caer
desde mi frente
que no quiero
una campana
una campana
turbia
con un badajo
de carne humana
ahogándose en
un feroz alarido.
¿Qué ángel
definitivo la sostiene?
Hasta la lluvia
corre horizontal
como líneas
oscuras
de un cuaderno
maldito.
La gran campana
se desató
de los pilares
del cielo
y viene
bajando hacia
nosotros,
como una opera
violenta,
como carrozas
fúnebres
desbarrancándose
precipitadas.
"Con usura
ningún hombre tiene una casa de buena piedra"
Ezra Pound
EL TIO EZRA
TENIA RAZON
El tío Ezra
tenía razón:
no se puede
construir una casa
con usura
ni un país
ni una calle
cualquiera
que nos lleve a
los labios
tibios del
amor.
Mucho menos se puede
respirar
con usura
o andar ligero
de ropa
por el aire.
No se puede
mirar el cielo
con usura
no se puede
contemplar
las olas
rompiendo
en los
espigones
de la infancia,
ni temblar de
alegría
con el trinar
amarillo
de un pájaro,
no se puede
respirar este aire
frío ni tocar
la nieve
ni sentarse una
tarde
de otoño sobre
la falda
del atardecer
y contarle al
hijo
que el viento
ahora
se ha escondido
entre la
cabellera revuelta
de aquel árbol
y que las
estrellas
son lámparas
que encienden
los duendes en
el cielo.
Con usura no se
puede
respirar,
ni acariciar,
ni sentir
en el pecho,
justo
a ras de piel,
el latido del
alba
tan pequeña y
tibia
asomando en las
ventanas,
en los pliegues
diminutos de tu cuarto.
El tío Ezra
tenía razón:
no se puede
construir una casa
con usura
ni un cielo ni
una bandera
ni unos ojos
que miren
ni unos ojos
que al mirar
vislumbren
aunque sea por
instantes,
el expectante
rostro
del futuro.
FLORENCIA
Cecilia,
Florencia está llena
de pordioseros,
no los mendigos
violetas que tú
me conoces,
sino condes
austeros de capa caída,
generales en
retirada, sicarios
vestidos de
luto rumbo a los casinos
donde las
muchachas tontas
sueñan
embriagadas
con una casa
blanca
en los jardines
de la luna.
Cecilia,
el mundo es una
mesa de lata
miserable,
acribillada
por la soledad
y el egoísmo,
la cubierta
desolada de un barco
donde se
tambalea un hombre ebrio
y no se cae,
balbucea
monosílabos
colgado de la
baranda
cuando todo todo
se da vuelta
y no sabe bien
si el mar vuela
o las estrellas
cansadas se hunden,
y le duele
respirar
y no sabe si
está muerto
o ha nacido
porque no puede
despertar
y está
llorando.
Florencia no es
Damasco
ni Marruecos ni
Andalucía,
es un museo de
piedra roja
donde me pudro
un monumento a
la soledad
del arte
un mausoleo de
fiebre amarilla
convulsionada
por la lluvia
insolente de
los turistas
Y yo me canso
de remar.
Y esta noche,
oscuramente,
me rondan los
demonios,
cuando la
sangre se crispa
y un pájaro
siniestro
me atraviesa la
frente,
se me clava en
la garganta
tu alegría
y el mundo es
tan grande
amor mío
que si te
murieras
no podría
cerrarte los ojos
con un grito
ni golpear como
un loco
la puerta
clausurada
de tu ataúd,
desde la otra
punta
de esta mesa de
lata
donde te
escribo
para no morirme
ni que te
mueras.
"Del rojo
al verde
se muere el
amarillo"
G. Apollinaire
UN RIO ANCHO CON
SABOR A OTOÑO
Tú que tienes
la precisión
prendida en la
solapa:
¿a cuánto
estamos hoy?
El olor de la
tierra húmeda
trae en los
bolsillos
noticias del
mundo:
del rojo al
verde
se muere el
amarillo;
de mi casa al
mercado
se mueren los
niños
en el desierto.
Los noticieros
hablan
de la guerra
y el cielo
avanza.
Los noticieros
hablan
de tormentas de
arena
en el desierto
y los pájaros
emigran
en mi cielo de
otoño.
Mientras
enciendo un cigarrillo
mientras la
ropa
se seca al sol
se mueren los
niños
en el desierto.
Del rojo al
verde
se muere el
amarillo.
Y las casas son
abandonadas
por sus dueños,
y las viudas
dejan flores
en la mitad de
las camas
y se marchan,
se cubren la
piel
con sus trapos
de viuda
con sus
pañuelos de luto
con sus ropas
de humo
y caminan
por el borde
del cielo
y caminan por
las orillas
del mundo.
En mi patio con
macetas
caen flores del
cielo
y caen también
pájaros
atravesados
por el sonido
de la guerra,
y se despiertan
las madres
bajo otro cielo
y en los
mercados
las frutas, los
pescados,
los pregones,
no tienen
sonidos de
luto,
ni hay viudas
huyendo
a las fronteras
ni hay
temblores de tierra
ni nadie sacude
vidrio molido
de las mantas
ni los curas
barren los escombros
de las
catedrales y las iglesias
ni en mi cielo
de otoño
contemplo esta
mañana
la inmensa
peregrinación
de ataúdes y
pañuelos
que en algún
lugar del mundo
se desatan; el
polvo, la arena,
el desierto
abrasador,
donde dicen
estuvo el Paraíso
el Paraíso
anhelado
a punto de
perderse,
donde un niño
sueña todavía
que tiene
brazos
una familia, y
sus piernas
inquietas de
doce años
corren por las
inmensas
arenas y salta,
busca
nubes, desafía
las leyes
de la física,
soñando
por las tierras
de Ur
a la sombra
monumental
de las ruinas
de Babilonia.
Del rojo al
verde
se muere el
amarillo.
Entre tu pecho
y el mío
se muere el
amarillo.
entre tus alas
y mi sueño
se muere el
amarillo.
Entre tus
piernas
y las mías
se muere el
otoño,
a cuatro metros
del cielo
por venir
a cuatro gotas
de lluvia
o de rocío
a tres días de
un disparo
demoledor y
ciego
a dos minutos
de la gloria
o el fracaso
a un segundo
que aguarda
goteando el
alba
tu boca de luz
tu llama
para
contrarrestar acaso
ese grito que
vuela incesante
entre dos ríos
que llevan
la muerte
ese aullido que
cruza el cielo
las tormentas
el calor
un grito que
cruza
el desierto, tu
pecho
tu morada
y golpea como
un puño
de acero
las ventanas de
mi cuarto,
aquí, en mi
pequeño cielo
de otoño,
demasiado lejos
de los hombres
recién rasurados
que no volverán
a sus casas,
de las mujeres
que conversan
en la puerta
de un mercado
sin saber que
esa noche
dormirán con la
muerte;
de los que
cantaron
en las duchas
por última vez,
hermosas
canciones de
veinte siglos,
y no supieron
nunca
de nosotros y
este río
ni del nombre
del río
que nos nombra
y atraviesa
con su mansa
identidad.
Aquí en el Sur,
donde
envejecemos
mirando los
ponientes.
SALARIOS
¿Es lo mismo el
salario
de una hormiga
que el
de un
narcotraficante?
¿Y el de un
párroco/ una monja/
un obispo/ un
cardenal ardiente?
¿Quién paga?
¿Quién ordena?
¿Es lo mismo el
salario
de un sicario
que el de
un médico/ un
cartero/
un panadero/
que un
viejo y
enlutado enterrador?
¿Quién paga?
¿Quién ordena?
¿Qué salario
tiene Dios
por administrar
las tareas
del mundo?
¿Quién paga?
¿Quién ordena?
¿Quién le paga
a Dios?
LA MUERTE DEL
CAPITAN
Hay cierta hora
en que los
ahorcados
muerden los
pestillos
en un ataque de
furia.
Esa es la noche
de los paraguas
y los difuntos.
Cuando sólo
queda
un golpe
incesante
de sombra y
aguacero
y siguen
llegando
a la estación
de las lluvias
más parientes
con sus camas
tendidas
con sillas que
arrastran
y rompen en la
cara
de un cielo
fugitivo.
Así llegan
con sus cuotas
pendientes
sus coronas
sus rachas de
amor
y desamor
con lámparas y
fotografías
a ese lugar
donde obreros
invisibles
trabajan noche
y día
en las
plataformas oscuras
por un sueldo
miserable.
Y eso lo
sabemos todos.
¿A qué más?
Por eso yo
quiero
recordarte como
eras
no como otros
me cuentan
que tú fuiste.
Tú sigues
llegando
vestido de azul
de tinta
y mar, con tus
países
al hombro, con
cartas
rosas y
manuscritos
tallados en
arameo.
Aunque asegure
la crónica
familiar
que navegabas
soñando
por el centro
de una ciudad
llena
de humo y
televisores
cuando un rayo
pendenciero
cayó de golpe
sobre tu niñez.
Y todo es
posible
porque los
rayos andan
sueltos en el
cielo.
Aún así,
sospecho
que algo
pudiste ver
entre los
pesados
cortinados
de ese día,
porque un
viento negro
te buscaba los
huesos
abriendo
cicatrices,
cuando un
extraño latido
golpeaba los
cajones
de tu pecho
en esa esquina
del cielo que
nunca
quisimos pisar.
Yo era un niño
cuando soñé el
encuentro
de un hombre
con un
barrilete
sobre una
inmensa máquina
de destrucción,
que podía ser
Babilonia
el mundo o
acaso
ese viento
negro
que te buscaba
el corazón.
Pero tú
llevabas
un barrilete
rojo
en el pecho
un corazón
con forma de
país
de mapa
invertido
como soñaba
también
Torres García.
Y más al sur,
mis ojos,
nuestros pies,
las pequeñas
ventanas
encendidas
con atardeceres
al borde de
otro río
el río más
ancho
del mundo
por donde yo
paseaba
mi desnudez
adolescente
mi corta edad
mi pequeña
aventura
de naufragio
atento a las
voces
gastadas que
sonaban
como averiados
órganos
en las grutas
azules
de los bares
donde escuchaba
de lejos
que alguien
decía: "ahí
va el nieto del
capitán".
Pero yo seguía
siendo
aquel niño
pescando
al fondo de un
baldío
un niño como
ahora
parado en su
ilusión
esperando entre
párpados
la llegada de
otro cielo.
Hablo de
Rafael, mi abuelo,
el capitán
fusilado
por un rayo
en corrientes y
uruguay
con un
barrilete rojo
en el pecho
con forma de
país.
Porque lo dijo
la rémora
de las ciudades
los peces que
saltaban
de las
catedrales
las corrientes
submarinas
que arrastraban
el lodo
y la
insensatez.
Aunque sólo yo
crea
que te fugaste
del mundo
con una mujer
de pelo
anaranjado, que
hablaba
el idioma de
los pájaros.
Y LA LLUVIA YA
ESTABA
Cuando yo nací
la lluvia ya
estaba
en el mundo.
Igual que
siempre:
desigual/
larga/ copiosa
y transparente,
mansa
y delgada como
agujas,
fría o caliente
según la
estación.
Sin edad,
eso dijeron
siempre,
porque nunca
pudieron
calcularle los
años
de trabajo en
el mundo,
limpiando
cuerpos y caminos
llenando ríos y
arroyos
llenando
estanques
y latas en los
fondos
del baldío.
Tan alta es
que no puede
verse
su talla.
Tan lejana,
como el cielo
y su remoto
balbucear.
Cuando yo nací
la lluvia ya
estaba
en el mundo,
y las estrellas
que viajan
por tu pelo
cuando duermes
y el perfume de
las flores
y la luz,
y las
constelaciones
que hoy no se
ven
en el cielo por
exceso de humo
ya estaban.
Pero no estaban
las fogatas
en las esquinas
quemando recuerdos,
pero no estaban
los niños
robados que
cruzan las fronteras
con alcaloides
debajo de los párpados,
ni los hombres
que emigran
que cruzan el
mar,
y en otras
tierras, tejen figuras
de un país
lejano,
entran a las
panaderías
y señalan con
el dedo, aquél
pan crujiente/
amarillo/ casi nunca
caliente/ y
luego se marchan
doblados por la
soledad
golpeados con
fuerza
por un cono de
sombra/ un árbol torcido/
una ventana
entreabierta en un país lejano
que llaman
patria.
GOLPES
¿Quién golpea
la puerta del alma
a las tres de
la mañana
y no responde?
¿Será Dios?
¿Quién insiste?
¿Quién llama?
¿Será un hombre
o un fantasma?
¿Un alma en
pena cansada
de peregrinar
o un juego de
nudillos apretados?
(mi padre me
regaló gemelos
a los veinte
años)
¿vendrá a
traerlos?
¿Quién me
levanta, quién golpea?
¿Será un
corazón nunca resignado?
¿O un amarillo,
olvidado juramento,
balbuceado en
la penumbra azulada
de un hotel,
que hoy regresa?
¿Estoy vivo o
muerto esta noche?
¿Quién golpea?
¿Quién golpea?
¿Será Dios?
***
*Jorge Palma: Poeta y
narrador, Uruguay, 1961. Periodista y divulgador.
Durante años ha
trabajado para varios periódicos y emisoras de radio. Ha coordinado y dirigido
talleres de literatura y creación (escritura narrativa y poesía). En cuanto a
poesía ha publicado Entre el viento y la sombra (Banda Oriental, 1989), El
olvido (Trilce, 1990), La vía láctea (la manera lechosa) (Trilce, 2006),
Diarios del cielo (Trilce, 2006) y Lugar de las utopías (Trilce, 2007). El
poema "La destrucción de la sangre" fue incluida en la antología
Aldea Poética (selección de poesía inédita de 29 países, publicado por Opera
Prima, Madrid, 1997). Sus poemas han aparecido en diferentes revistas
virtuales, tales como Letralia de Venezuela y Periódico de poesía, publicado
por la Universidad Autónoma de México. También es el autor del libro de
cuentos Paraísos artificiales (Trilce, 1990). Su historia corta "Alguien
respira en la sombra" fue parte de la antología La cara oculta de la luna,
Narradores jóvenes del Uruguay (Linardi Risso, 1996). Parte de su poesía
ha sido traducida al inglés, árabe y macedonio. Ha estado como invitado en el
XIV Festival Internacional de poesía en la Habana (Cuba), 48 noches de poesía
de Struga (Macedonia), VI Festival Internacional de poesía de Granada
(Nicaragua) y 14° poesía África, Durban (Sudáfrica).
-Los poemas de Jorge
Palma incluidos en esta edición de Inventiva Social han sido
publicados en Aurora Boreal®
(Agradecimiento
enorme a los amigos de Aurora Boreal®)
***
INVENTRENhttp://inventren.blogspot.com/
EL ESPERADOR*
(De la estación
Baudrix – Ferrocarril Midland)
La habitación
es pobre, por la ventana entra una luz tamizada por una cortina con
agujeros, que producen manchitas irregulares de sol sobre el muro encalado. Una
araña de patas largas y cuerpecito minúsculo hace filigrana en el techo. Hay
una cama, un escritorio sencillo de madera, una lámpara con el pie curvo,
despintada como todo, apagada a pesar de que el sol allá afuera está bien alto
pero adentro es penumbra y tristeza.
Revistas viejas
apiladas, un ventilador de metal sobre una silla, un ropero al que las puertas
no le cierran del todo.
Adivinamos un
baño del otro lado de la pared por el goteo lento pero continuo. Suponemos sin
verlo que la tapa del botón falta, y para realizar la descarga del inodoro
habrá que tirar del fierrito dentro del pozo rectangular abierto como una boca
que ni llora ni ríe, abierto el rectángulo como una boca asombrada, suspendida
en un grito o quizás inmóvil simplemente, esperando algún tipo de reparación.
Un hombre en
camiseta sin mangas está acodado en la mesa de la habitación. No hay relojes
allí, sólo las manchitas de luz que imperceptiblemente recorren las paredes
y hacen de reloj de sol indicando que el mundo transcurre allá afuera. El
sol se mueve, las manchas pasean lerdas por la pieza como constelaciones
nocturnas de inmensidad y lejanía, aquí nunca es de día ni de noche, nos decimos,
no es un buen lugar para cultivar vida.
Canta un
pájaro, algún perro ha ladrado confusamente en algún lugar. Les contestan.
Otros pájaros se desgañitan en respuesta, otros perros emiten sus voces
destempladas comentando lo que dijo el congénere.
El hombre no se
ha movido. Vemos que hay una pavita abollada, un calentador, un mate de madera
recubierto en aluminio, una lata de yerba ennegrecida. Otra lata suponemos que
contiene galletas, pero no la ha abierto.
El hombre está
encorvado, los brazos sobre la mesa y la cabeza con pocos cabellos
obstinadamente fijada hacia adelante. Le corre una gota de sudor temblorosa
desde la axila. Anacrónicamente, una pantalla de ordenador le ilumina los
ojos. Habríamos creído que un lápiz de madera y una hoja rayada serían más
convenientes, pero la notebook delante de su rostro está tan deslucida como el
resto de las cosas, polvo entre las teclas, la pantalla sucia y en una esquina
del aparato una cinta aisladora remendando una quebradura.
Escribe con
dedos pálidos "resido en Baudrix", y en el ordenador que
desmaterializa el ser y lo transforma en unos cuantos caracteres viajando por
el globo, se transforma en una frase maravillosa, él se transforma en un hombre
misterioso y fascinante. Baudrix. Una mujer se imagina un caballero hermoso y
distinguido en una casa de tejas negras en medio de un jardín con una fuente.
Otra mujer se dice "Baudrix" y aparece un muchacho lánguido de nariz
recta sentado en el pretil de un puente de piedra sombreado por altos pinos.
"Baudrix" se dice otra, y evoca prados verdes y quizás robles, y
quizás a lo lejos la aguja del campanario de una capilla medieval.
"Baudrix"
ha dicho ella. Y sonríe, y piensa en el hombre en camiseta, en la cama de
hierro, en la uña del dedo gordo del pie derecho que le rompe las zapatillas de
lona. Piensa en los cabellos ralos, las mejillas mal afeitadas. Recuerda la
mujer la cortina con agujeritos, el comedor con los muebles de la
abuela, el patio de baldosas desparejas.
"Escribe
él, aquí, en Baudrix", se dice la mujer. "Y está solo, y espera"
se dice. Espera aunque en la estación ya no arribarán más trenes. Lanza sus
botellas, él, y todavía. Espera. Se dice la mujer.
El timbre no
funciona. Unos nudillos golpean la puerta.
El hombre se
pone una camisa de mangas cortas sobre la camiseta, se calza las chinelas y
gira el picaporte de su puerta.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:
INGENIERO WILLIAMS.
GONZÁLEZ RISOS. PARADA KM 79. ENRIQUE FYNN.
PLOMER. KM. 55. ELÍAS ROMERO.
KM. 38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD. MERLO GÓMEZ. RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA. JUSTO VILLEGAS. JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI.
KM 12. LA SALADA. INGENIERO BUDGE.
VILLA FIORITO. VILLA CARAZA. VILLA DIAMANTE.
PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Provincial:
GOBERNADOR ORTIZ DE ROZAS
JOSE RAMÓN SOJO. ÁLVAREZ DE TOLEDO.
POLVAREDAS.
JUAN ATUCHA. JUAN TRONCONI. CARLOS
BEGUERIE.
FUNKE. LOS EUCALIPTOS.
FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR
UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO. ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ. J. R. MORENO.
EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS. INGENIERO
VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA. LA PLATA.
InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar
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