*Dibujo: Ray Respall Rojas.
La Habana. Cuba.
TRAVESÍA MÁGICA*
Sutil
envergadura de lo leve,
De lo etéreo,
lo falaz y lo sublime.
Rima que me
acosa y que no cesa...
Fiel mariposa
nocturna ¿quién apagó tus pasos?
¿quién intentó
colorear tus tonos grises?
Ay del grillo
cantor de madrugada,
De la
salamandra comida por hormigas,
Del gato, del
incienso, de las flores,
De la rama que
semeja un basilisco,
Del unicornio
de humo entreverado.
Ay de mí, de mi
sombra, de mis voces,
Si les falta la
ola que no ruge,
La brisa que
mece el mar de plumas,
La mariposa del
jardín de ánimas,
La mirada que
recorre mis pupilas.
Ay del mago,
del árbol, del recodo,
De la fuente,
del río y de la nave,
De la feria del
romero y del tomillo,
De líneas en
los surcos de la mano,
Triste gaviota
de vuelo detenido...
Si no está la
noche más oscura,
El día más
claro,
La verja
insomne, el fauno,
El nido del
mochuelo,
El arca de los
sueños y los soles...
Si no se abre
la puerta a los avernos,
Si no canta el
mensajero de lo efímero,
Si no estoy, si
no estás,
Si no unimos
nuestras manos...
¿Cómo saber que
el mundo tiene otro destino?
*De Marié
Rojas.
La Habana.
Cuba.
¿CÓMO SABER QUE EL MUNDO TIENE OTRO DESTINO?
La perra*
Fue mi instinto
de perra lo que me ayudó a saber que él estaba en Buenos Aires. Digo de perra
porque lo olía. Su olor andaba por ahí, sudando esquinas y bares, dejando en el
aire tabaco de frontera y perfume importado.
Se lo conté a
mi amiga, la Griega, cuando cruzábamos la avenida. Ella, de inmediato,
sentenció: - Vos estás muy loca -, como acostumbraba a decir cada vez que yo le
hablaba de Pablo.
En tanto, ella
también aspiraba el aire para descubrirlo y sobreactuaba mis gestos, dándole un
clima cómplice a mis palabras. Yo la detuve con una mirada seria y ella se
limitó a caminar en silencio.
La calle que
conducía a la estación estaba poblada de árboles y fue imposible seguir
adelante sin postergar el olfato. Otros sentidos atrapaban nuestra atención,
las hojas crujían bajo nuestros pasos, otras caían rozando nuestras
cabezas. Era una danza casi dionisíaca.
Me detuve, de
pronto, ante un impulso demasiado intenso y le dije a la Griega que tenía que
volver. Con sorpresa preguntó a dónde era que iba, que qué me pasaba, que se
volvía conmigo.- Pero que no, Griega, le dije, esforzándome por mostrarme
tranquila. Nuestra amistad daba entonces para no agregar más palabras y nos
despedimos allí sin más vueltas. A poco de andar, cuando la Griega dobló la
calle, comencé a andar como una perra.
Guiada por el
paisaje otoñal, me detuve en la esquina donde solíamos citarnos. Me senté en el
piso casi con la lengua afuera. Lo buscaba. Con los ojos de perra esperaba el
indicio del encuentro. En un momento vi que alguien se acercaba para
acariciarme la cabeza y yo le mostré mis dientes de perra.
La noche, las
bocinas de los autos, las luces de mercurio y una luna cada vez más redonda,
iban preparándome para el sueño. Pero mis orejas se mantenían alertas, se
erguían cuando escuchaban pisadas y volvían a plegarse después del desencanto.
No sé cuánto
tiempo estuve allí, sentada sobre mis patas de perra, hasta que lo sentí
llegar. Pasó frente a mi hocico y mi cuerpo se estremeció. Me levanté para
seguirlo. Rengueaba entumecida pero no quería perderlo. En el puente, unos
hombres me apedreaban, espantándome divertidos. Cambié de rumbo, por un atajo,
entre los pastos altos. Me arrastré con la poca fuerza que aún me nacía. La
noche se cerraba. El olfato sudaba con todo mi cuerpo. Nuevamente, se había
ido. Había perdido todo rastro.
Tuve que
regresar a casa por la calle de los tilos. Bajo los árboles, la lluvia ocre de
las hojas me iba cubriendo hasta que mi piel reaccionó sacudiéndolas con las
manos. La humedad y el frío anestesió el recuerdo y mis piernas, que conocían
el camino, apresuraron el paso.
TRAGEDIA EN
VERANO*
Los veranos en
aquel tiempo solían ser calcados repetidamente, como si en medio de ellos
actuara un papel carbónico.
Los amaneceres
diáfanos con su aparición de pájaros en bandadas que parecían surgir de algunas
ventanitas del cielo. Irrumpían muchos en bandadas, los menos en yuntita
(seguramente podrían aventurarlos como una parejita, como los horneros y las
corbatitas). En la media mañana ya comenzaría la sierra severa y monótona de
las cigarras que se iban contestando de a una, como en un contrapunto, hasta
quebrar la tela frágil del mismísimo verano en pedacitos.
Este sonido que
remedaba el corte de una ramita y el otro, el que venía de las gargantas hinchadas
de las torcazas anunciaban un día, de perros, caluroso hasta el mismísimo
desguace cual profetizaba Borges: “El verano no es una estación, sino un
oprobio”. Certerísimo como pudieron ser aquellas aseveraciones que hacían
al clima o a la literatura, no podemos decir lo mismo de sus definiciones
políticas.
Antes del
mediodía aparecían las mariposas que explotaban en la inmensa boca de fuego del
verano y se iban hacia los alfalfares y sobre sus florcitas celestes se posaban
un segundo y volvían hacia el pueblo y chocaban con las que venían en sentido
contario.
Si era un
verano precedido de una gran sequía las calles anchas con sus grandes zanjones
estarían cubiertas de un colchón de polvo fino, más delgado que la arena
de las playas.
Y este verano
que trato de narrar, justamente era uno de esos donde el polvo no terminaba
nunca de asentarse y se metía en las casas al paso de los vehículos y se posaba
en los muebles y en las molduras y en los intersticios de esos mismos muebles y
en la cortinas y hasta en los espejos y en los pisos de portland, de ladrillos
o de mosaicos oscuros.
Los profetas
del pasado dijeron luego que algo había en el aire y en los gestos de aquellos
dos jóvenes chacareros desde mucho antes, pero lo cierto es que aquella gran
tragedia cayó sobre todos como una parva de brea oscura.
Lo que se puede
sacar en limpio son los hechos concretos, y tales sucedieron así.
Dos hermanos
vivían con sus esposas a no mucho de casarse en un campito heredado distante
cinco leguas del pueblo. Lo de recientes cónyuges los supongo yo, ya que
ninguna de las dos parejas tenía hijos.
Vivían abocados
a las tareas rurales con mucho empeño y nada podía presagiar cómo los
acontecimientos se precipitaron para arribar a la tragedia que asombró a todos
y enlutó a varias familias.
Un día que la
esposa del hermano mayor no estaba cuando se aproximaba el mediodía, la mujer
del menor había cocinado y lo estaba, esperando para el almuerzo. Éste
que estaba arando para la siembra próxima, llegó y desató a los caballos,
se lavó las manos en la bomba del patio y entró a la casa. Pasó directamente a
su dormitorio de donde salió con una escopeta y disparó sobre la nuca de su
hermano quien estaba junto a su propia mujer, esperándolo para comer, al
ver ella su acción salió corriendo hacia el patio. Recibió el disparo en la
espalda que la arrojó al suelo, y al parecer se incorporó y pretendió correr,
Pero el hombre, ya enajenado del todo tomó una cabeza de vaca y la
remató.
Buscó luego un
caballo y ató el sulky, cargó en él la escopeta y se dirigió al pueblo donde se
entregó en la comisaría.
Lo que
trascendió es que los celaba sin ninguna razón y no pudiendo conjurar su
torturante locura optó por la medida que creyó más rápida y eficaz para su
liberación.
Alguna vez
anduvo por el pueblo y pasó a buscar por la escuela a un compañero de curso. Lo
trataba con tanta dulzura que a mí no dejó de llamarme la atención que este
hombre pacífico no exento de ternura pudo ser responsable de un acto de
crueldad inusitada, tan incalificable para cualquier razonamiento.
Durante mucho
tiempo circularon las versiones más aventuradas a las cuales no se puede dar
cabida, por lo tanto me atuve directamente a los hechos tal sucedieron sin las
consideraciones subjetivas de las infaltables comadres que en sus corrillos
agregarían sal y pimienta a gusto hasta hacer crecer esta triste y pobre
tragedia que por sí conlleva su horror en algo intolerable para la existencia
de los pacíficos pobladores de entonces.
Como en las
chacras no faltaba una escopeta, que se usaba ya para cazar y o para
prevenir robos, empezaron a circular viejas historias de crímenes que habían
pasado desde la fundación del pueblo, que a veces habíamos oído a y a veces no.
Historias a las
que no dimos crédito ya que esta tragedia nos había conmocionado tanto, que
comprendimos que había que poner tierra y distancia sobre ella.
Y volverse
sobre la quietud del verano, a aspirar el perfume de las flores y admirar el
vuelo de los pájaros y percibir todas las sandías que nos esperaban en el
corazón rozagante como todos los veranos.
Regreso con
Ollie*
Los dos hombres
han salido a cubierta. Amanece y desde el barco puede divisarse la costa, el
primer movimiento del día. Una leve bruma dificulta la visión desde la popa,
donde los dos hombres se han apoyado y permanecen en silencio.
El gordo está
prolijamente peinado, el cabello ralo apretado por la gomina. La brisa le hace
entrecerrar los ojos. Una arruga le cae entre las cejas, otras dos a los
costados de la nariz y la boca es un arco fláccido sobre el mentón quebrado.
Los ojos del
hombre flaco son opacos; los rasgos suaves del rostro denotan comprensión
-resignación
tal vez-, y ya no hay ternura ni esperanza en su gesto. toda la amargura del
mundo mira, desde esa cara, a la costa inglesa.
Stan coloca una
mano sobre los ojos, a modo de pantalla, un poco para evitar el fulgor del sol
que se levanta en el horizonte, un poco para que el gordo no advierta que esa
costa (que es la misma que dejo hace cuarenta años), es otra para él.
Los cuarenta
años pasados en Hollywood lo han convertido en un hombre cansado. Al fin y al
cabo, es mucho tiempo y la vitalidad no le puede ganar a la vida. ¿De qué
valdría estar recostado en un cómodo sillón, rodeado de nietos que miman, de
periodistas que adulan? John Wayne le dijo una vez al gordo, que ahora está a
su lado y entonces no le hizo caso, que la vida es dura y es mejor defender a
cada momento lo que se consigue porque si no, la gente lo olvida. y la gente
olvida su propia risa.
El flaco ha
movido levemente la cabeza y le ha parecido percibir, en el gesto del gordo
Ollie, una mueca parecida a una sonrisa.
-Ya salen los
pescadores- ha dicho el gordo.
En el
horizonte, centenares de barcazas dejan la costa en dirección al pequeño barco.
Sólo Laurel y Hardy permanecen en cubierta. Ambos han levantado las solapas de
sus sacos, aunque no hace demasíado frío; el viento silba contra el buque.
-Habrá que
tomar un tren hasta Lancanshire-, dice el flaco sin mirar a su compañero.
-los trenes
tienen que ver con el principio y con el final- ha dicho Stan.
-Por primera
vez, Ardí se ha dado vuelta para mirarlo. Luego baja la vista. Le gustaría
estar otra vez bajo los reflectores, frente a una cámara de cine.
Piensa que no
está demasiado viejo para eso. Tiene 62 años y está cansado, es cierto, pero
debe reconocer que es la gente quien se ha cansado de él y de Stan.
"Los
trenes tienen algo que ver con el principio y con el final", piensa ollie.
Es cierto. También los barcos y la distancia. Uno siempre va a morir lejos de
los mejores lugares. Por vergüenza tal vez, como los elefantes. El siempre tuvo
algo de elefante. No sólo fisicamente. Los elefantes son codiciados en su mejor
momento cuando sus colmillos son frescos y deslumbrantes. La gente sólo busca
eso, los colmillos. Si atrapa a un elefante, enseguida se los corta y toda la
grandeza del animal desaparece. Queda apenas el cuerpo pesado, dolorido, tan
dolorido está el elefante que cualquier otro animal puede matarlo.
-Me siento como
un elefante-, ha dicho Hardy, Stan lo mira y luego dirige sus ojos a la
distancia donde las chalupas navegan agitadas por el mar.
-¿Tu padre sabe
que llegás? -pregunta Ollie.
-Le mande un
telegrama. Habrá función en Lancanshire. El todavía trabaja en el teatro del
condado.
Cuarenta años
fuera de Inglaterra. Nunca extrañó demasiado. Sin embargo, Stan siente esta
madrugada un suave estremecimiento cuando piensa que su padre lo verá en el
escenario. Siempre le mandaba cartas luego de ver las películas. Alguna vez,
recuerda, le sugería cambiar detalles. El viejo era muy minucioso y no
perdonaba nada. El lo hizo actor y no le dolió cuando lo dejó ir, aún sabiendo
que no regresaría. Quizás esperaba de su hijo la grandeza que él nunca había
conseguido. Y ahora el hijo regresa, con toda su grandeza a cuestas, y le da
miedo enfrentar al viejo (tendrá más de ochenta años ahora), que todavía actúa
en comedias y ha sido premiado en el condado. Dos hombres viejos van a
encontrarse, van a resumir sus vidas en un instante.
Ollie mira a
Stan. Tiene los ojos nublados y siente ahora un poco de frío. El sol se levanta
cada vez más. Las estrellas, que aún brillan, son las mismas que las de aquella
noche de 1912, cuando Stan partió de Inglaterra. Stan siente ahora lo mismo que
aquel día. Es necesario apostar otra vez por la vida, pero no sabe si alguien
querrá aceptar la apuesta de un viejo perdedor.
Stan enciende
un cigarrillo, tiene que darse vuelta, dar la espalda al viento para que el
fósforo no se apague.
A lo lejos
comienzan a sonar las campanas de la iglesia del pueblo. Ollie reconoce antes
que Stan el ritmo de los tañidos, la música que tantas veces oyeron en sus
películas.
Se han mirado
sin hablar. Stan se ha cubierto la cara con las manos. Arroja el cigarrillo al
mar. Ollie le da la espalda. Ambos saben que todo final abre la esperanza de un
nuevo comienzo.
La música llena
el aire.
*De Osvaldo
Soriano.
(6 de enero de
1943 – 29 de enero de 1997)
-"Regreso
con Ollie" esta incluido en Artistas, locos y criminales.
Rumbos*
Día 1
Hace apenas
unos instantes, la mujer gaviota desplegó el mapa o laberinto. Una hoja de
higuera se desprendió de su memoria y cayó en la palma de mi mano. De mi mano
se desprendió convertida en amapola. Como pájara del mar se hundió en el
laberinto. Por los corredores rodó como corsaria. Del extravío emergió perla.
Como perla giró sobre su eje y cayó otra vez en el mapa o laberinto fijando por
rumbo el azar, o el azar por rumbo.
Día 2
A los nuevos
tripulantes los recibimos desnudos de repulgues, desnudos de ayer, de hoy y de
mañana.
Los recibimos
cubiertos de señales.
Los recibimos
con lágrimas de júbilo.
A cada uno
clavamos una magnolia en el corazón para que el torrente de esperanzas no
siguiera drenando hacia un mar sin fondo.
Día 3
La mujer cabeza
abajo, podría haberse metido algo allá, un tentáculo de calamar, un rayo de
este mismo sol, un acento prosódico, pero optó por llenarlo de viento.
Día 4
Navegamos en un
barco tembloroso.
Día 5
"Cada vez
tenemos más problemas para definir el espacio, para medir el tiempo",
dije. Y la mujer con sombrero me creyó. "Los tripulantes están ebrios de
lluvias y naufragios", dijo, y yo le creí.
Día 6
Por obra
del azar o del destino, por obra del deseo o de la bruma, llegamos al Océano de
las Tormentas. Nuestro fotógrafo a bordo registró el denso oleaje de sodio, las
finas correntadas de helio y argón. Retrató las medusas invisibles, los peces
incorpóreos, las algas sulfúricas. Captó el instante preciso en que las tres
mujeres desnudas corrieron en puntas de pie a los tórridos brazos de Poseidón.
Día 7
Llegamos al Mar
de la Humedad. Los náufragos que recogimos en el camino, lloraron contra el
suelo. Una voluptuosidad cósmica se derramó en esas lágrimas color marfil.
Cargamos reposeras, capelinas, frutos celestes, sombrillas, protector y nos
fuimos a La Perla, la playa más popular y parrandera de la luna. La foto
panorámica nos tiene a todos con anteojos oscuros, abrazados a un monstruo
marino de origen lunar.
Día 8
A veces las
penas se mezclan. Entonces, un largo y desnudo grito desgarra el barco
tembloroso, y cinco, diez, treinta, mil estrellas se quedan mudas.
Día 9
La noche, no es
la única alegría de estos rellanos tormentosos. Alguien recién venido de su
mundo trajo consigo el tamborilear de los dedos y un murmullo profano de
relatos brevísimos.
Día 10
Por el oeste o
por las dudas, llegamos al Mar de las Nubes. Orión atiende el camping, las
canchas de tenis y la cantina. Besa muchachas sin nombre. "No habría
marido mejor que él", dicen las que quedan con una espuma plateada en la
boca.
Día 11
En la Bahía del
Rocío, al norte del Océano de las Tormentas, el ánima vital desplegó su rosa
delicada y el jardinero de los cuatro vientos recogió, con paciencia sideral,
el almíbar de sus cuatro pétalos.
Día 12
El barco es una
hoja de papel negro cruzando el Mar de las Lluvias.
Día 13
Una cordillera
de más de 7000 metros, sorteamos con nuestro bergantín todo terreno y llegamos
al más famoso de los centros lunares: el Mar de la Tranquilidad. Aquí, nuestro
viaje tomó inspiración épica: arrancamos la bandera imperial y emplazamos la
bandera pirata.
Día 14
El fotógrafo a
bordo se pasa los días cabeza abajo admirando el musgo gris con sus mínimas
flores negras. Siente que hace años viene cayendo, cayendo, cayendo como un
vino negro en la garganta de una mujer.
Día 15
Anoche,
mientras paseaba por cubierta, escuchaba el rumor callejero que subía desde el
mundo.
Antes de dar mi
discurso anduve revoloteando con mi voz en torno a las palabras pronunciables.
Intentaba penetrar en sus aspectos. En sus brillos y tonalidades. Pero la mujer
con sombrero vino con un papel lleno de palabras mejores: "Llevamos mucho
tiempo transitando otros caminos y hemos perdido el camino de regreso, en caso
de que deseáramos regresar", dije, con el suspiro último.
EL MITO DE
SÍSIFO*
*Albert
Camus.
Los dioses
habían condenado a Sísifo a subir sin cesar una roca hasta la cima de una
montaña desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso. Habían pensado
con algún fundamento que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y
sin esperanza.
Si se ha de
creer a Homero, Sísifo era el más sabio y prudente de los mortales.
No obstante,
según otra tradición, se inclinaba al oficio de bandido. No veo en ello
contradicción. Difieren las opiniones sobre los motivos que le llevaron a
convertirse en el trabajador inútil de los infiernos. Se le reprocha, ante
todo, alguna ligereza con los dioses. Reveló los secretos de éstos. Egina, hija
de Asopo, fue raptada por Júpiter. Al padre le asombró esa desaparición y se
quejó a Sísifo. Este, que conocía
el rapto, se
ofreció a informar sobre él a Asopo con la condición de que diese agua a la
ciudadela de Corinto. Prefirió la bendición del agua a los rayos celestiales.
Por ello le castigaron enviándole al infierno. Homero nos cuenta también que
Sísifo había encadenado a la Muerte. Plutón no pudo soportar el espectáculo de
su; imperio desierto y silencioso. Envió al dios de la guerra, quien liberó a
la Muerte de las
manos de su
vencedor.
Se dice también
que Sísifo, cuando estaba a punto de morir, quiso imprudentemente poner a
prueba el amor de su esposa. Le ordenó que arrojara su cuerpo insepulto en
medio de la plaza pública. Sísifo se encontró en los infiernos y allí, irritado
por una obediencia tan contraria al amor humano, obtuvo de Plutón el permiso
para volver a la tierra con objeto de castigar a su esposa. Pero cuando volvió
a ver el rostro de este mundo, a gustar del agua y del sol, de las piedras
cálidas y del mar, ya no quiso volver a la oscuridad infernal. Los
llamamientos, las iras y las advertencias no sirvieron de nada. Vivió muchos
años más ante la curva del golfo, la mar brillante y las sonrisas de la tierra.
Fue necesario un decreto de los dioses.
Mercurio bajó a
la tierra a coger al audaz por el cuello, le apartó de sus goces y le llevó por
la fuerza a los infiernos, donde estaba ya preparada su roca.
Se ha
comprendido ya que Sísifo es el héroe absurdo. Lo es tanto por sus pasiones
como por su tormento. Su desprecio de los dioses, su odio a la muerte y su
apasionamiento por la vida le valieron ese suplicio indecible en el que todo el
ser se dedica a no acabar nada. Es el precio que hay que pagar por las pasiones
de esta tierra. No se nos dice nada sobre Sísifo en los infiernos. Los mitos
están hechos para
que la
imaginación los anime. Con respecto a éste, lo único que se ve es todo el
esfuerzo de un cuerpo tenso para levantar la enorme piedra, hacerla rodar y
ayudarla a subir una pendiente cien veces recorrida; se ve el rostro crispado,
la mejilla pegada a la piedra, la ayuda de un hombro que recibe la masa
cubierta de arcilla, de un pie que la calza, la tensión de los brazos, la
seguridad enteramente humana de dos manos llenas de tierra. Al final de ese
largo esfuerzo, medido por el espacio sin cielo y el tiempo sin profundidad, se
alcanza la meta. Sísifo ve entonces cómo la piedra desciende en algunos
instantes hacia ese mundo inferior desde el que habrá de volver a subirla hasta
las cimas, y baja de nuevo a la llanura.
Sísifo me
interesa durante ese regreso, esa pausa. Un rostro que sufre tan cerca de las
piedras es ya él mismo piedra. Veo a ese hombre volver a bajar con paso lento
pero igual hacia el tormento cuyo fin no conocerá jamás. Esta hora que es como
una respiración y que vuelve tan seguramente como su desdicha, es la hora de la
conciencia. En cada uno de los instantes en que abandona las cimas y se hunde
poco
a poco en las
guaridas de los dioses, es superior a su destino. Es más fuerte que su roca.
Si este mito es
trágico lo es porque su protagonista tiene conciencia. ¿En qué consistiría, en
efecto, su castigo si a cada paso le sostuviera la esperanza de conseguir su
propósito? El obrero actual trabaja durante todos los días de su vida en las
mismas tareas y ese destino no es menos absurdo. Pero no es trágico sino en los
raros momentos en que se hace consciente. Sísifo, proletario de los dioses,
impotente
y rebelde,
conoce toda la magnitud de su miserable condición: en ella piensa durante su
descenso. La clarividencia que debía constituir su tormento consuma al mismo
tiempo su victoria. No hay destino que no se venza con el desprecio.
Por lo tanto,
si el descenso se hace algunos días con dolor, puede hacerse también con
alegría. Esta palabra no está de más. Sigo imaginándome a Sísifo volviendo
hacia su roca, y el dolor estaba al comienzo. Cuando las imágenes de la tierra
se aferran demasiado fuertemente al recuerdo, cuando el llamamiento de la
felicidad se hace demasiado apremiante, sucede que la tristeza surge en el corazón
del hombre: es
la victoria de la roca, la roca misma. La inmensa angustia es demasiado pesada
para poder sobrellevarla. Son nuestras noches de Getsemaní. Pero las verdades
aplastantes perecen de ser reconocidas. Así, Edipo obedece primeramente al
destino sin saberlo, pero su tragedia comienza en el momento en que sabe. Pero
en el mismo instante, ciego y desesperado, reconoce que el único vínculo que le
une al mundo es la mano fresca de una muchacha. Entonces resuena una frase
desmesurada: "A pesar de tantas pruebas, mi avanzada edad y la grandeza de
mi alma me hacen juzgar que todo está bien". El Edipo de Sófocles, como el
Kirilov de Dostoievski, da así la fórmula de la victoria absurda. La sabiduría
antigua coincide con el heroísmo moderno.
No se descubre
lo absurdo sin sentirse tentado a escribir algún manual de la felicidad.
"¡ Eh, cómo! ¿Por caminos tan estrechos...?" Pero no hay más que un
mundo. La felicidad y lo absurdo son dos hijos de la misma tierra. Son
inseparables.
Sería un error
decir que la dicha nace forzosamente del descubrimiento absurdo.
Sucede también
que la sensación de lo absurdo nace de la dicha. “Juzgo que todo está
bien", dice Edipo, y esta palabra es sagrada. Resuena en el universo feroz
y limitado del nombre. Enseña que todo no es ni ha sido agotado. Expulsa de
este mundo a un dios que había entrado en él con la insatisfacción y la afición
a los dolores inútiles. Hace del destino un asunto humano, que debe ser
arreglado entre los
hombres.
Toda la alegría
silenciosa de Sísifo consiste en eso. Su destino le pertenece. Su roca es su
cosa. Del mismo modo, el hombre absurdo, cuando contempla su tormento, hace
callar a todos los ídolos. En el universo súbitamente devuelto a su silencio se
elevan las mil vocecitas maravilladas de la tierra. Llamamientos inconscientes
y secretos, invitaciones de todos los rostros constituyen el reverso necesario
y el premio de la victoria. No hay sol sin sombra y es necesario conocer la
noche. El hombre absurdo dice "sí" y su esfuerzo no terminará nunca.
Si hay un destino personal, no hay un destino superior, o, por lo menos, no hay
más que uno al que juzga fatal y despreciable. Por lo demás, sabe que es dueño
de sus días. En ese instante sutil en que el hombre vuelve sobre su vida, como
Sísifo vuelve hacia su roca, en ese ligero giro, contempla esa serie de actos
desvinculados que se convierte en su destino, creado por él, unido bajo la
mirada de su memoria y pronto sellado por su muerte. Así, persuadido del origen
enteramente humano de todo lo que es humano, ciego que desea ver y que sabe que
la noche no tiene fin, está siempre en marcha. La roca sigue rodando.
Dejo a Sísifo
al pie de la montaña. Se vuelve a encontrar siempre su carga. Pero Sísifo
enseña la fidelidad superior que niega a los dioses y levanta las rocas. El
también juzga que todo está bien. Este universo en adelante sin amo no le
parece estéril ni fútil. Cada uno de los granos de esta piedra, cada fragmento
mineral de esta montaña llena de oscuridad, forma por sí solo un mundo. El
esfuerzo mismo para
llegar a las
cimas basta para llenar un corazón de hombre. Hay que imaginarse a Sísifo
dichoso.
LA MUÑECA
HÚNGARA Y LA ESFINGE*
Conocí a la
Esfinge en persona. Desafiando al tiempo, soberbia, magnífica, casi
invulnerable. Distraída ante la inmensidad de esa mujer oráculo, no escuché los
detalles que daba la guía acerca de cómo se había convertido en una disminuida
nasal. En el Museo Británico encontré la explicación junto con la nariz perdida
de la esfinge.
Budapest, el
río separa en dos la ciudad. Hay una explosión de arte en muñecas,
colores y bordados, como una sangre viva que narra. Erguida a través del
tiempo, una belleza que no se parece a la piedra, más bien una pregunta de
belleza. Compré una muñeca y la usé como un oráculo privado. Atravesaron ella y
la pregunta un largo viaje en tren, bajando en muchísimas estaciones, la
muñeca, apuesta o desafío, no se quedaba en los lockers, venía con nosotros tan
necesaria como el cepillo de dientes, tan mía, tan secreta.
Muñeca húngara
viva con puntillas y polleras que orillan lo impreciso, pude
preguntarle lo que no me animé a la Esfinge. Porque para interrogarlo el otro
tiene que quedarnos a mano en una calidez de pueblo bordador. Me puse a
acariciarle la zona inaccesible de símbolo, como un horóscopo suave me
respondió que se puede sostener la belleza aunque no sea simple.
Después dialogo con otros objetos hijos de artesanos, de viajes y de un
ojo distraído que tiene a veces un sobresalto de luz para encontrarse con
muñecas, títeres, máscaras, barcos, nacidos de las manos de los pueblos a
los que les sobra color y les falta sobre todo la grandeza inmutable de la
Esfinge.
***
Inventren Próximas estaciones:
Inventren Próximas estaciones:
BAUDRIX
-Por Ferrocarril Midland-
BLAS DURAÑONA.
-Por Ferrocarril Provincial-
-Colaboraciones a inventivasocial@yahoo.com.ar
http://inventren.blogspot.com/
http://inventren.blogspot.com/
InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
Para compartir escritos dirigirse a : inventivasocial(arroba)yahoo.com.ar
-por favor enviar en texto sin formato dentro del cuerpo del mail-
Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.
Blog: http://inventivasocial.blogspot.com/
Plaza virtual de escritura
Para compartir escritos dirigirse a : inventivasocial(arroba)yahoo.com.ar
-por favor enviar en texto sin formato dentro del cuerpo del mail-
Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.
Blog: http://inventivasocial.blogspot.com/
Edición Mensual de Inventiva.
Para recibir mes a mes esta edición gratuita como boletín despachado por
Yahoo, enviar un correo en blanco a:
inventivaedicionmensual-subscribe@gruposyahoo.com.ar
INVENTREN
Un viaje por vías y estaciones abandonadas de Argentina.
Para viajar gratuitamente enviar un mail en blanco a:
inventren-subscribe@gruposyahoo.com.ar
No hay comentarios:
Publicar un comentario