*Obra
de Walkala. Luis Alfredo
Duarte Herrera (1958-2010) http://galeria.walkala.priv.at/main.php
-En Aurora Boreal. Walkala:
un homenaje in memoriam
Por qué
marchamos*
y..., sí
para exigir,
recordar
y repudiar
y desafiar
y que no marche
la ausencia
¿no?
y
para ser
el ciempiés
hinchabolas
del que
prefiere
ver marchar su
café
en la vereda
o con el auto
en marcha
putea a la
marcha
que sí, marcha
para desafiar
la inconciencia
y para respirar
la hermandad
y sentir en
marcha el sueño
incluso a
contrapie
cuando
disputamos el lugar o la palabra
hasta que el
dolor nos recuerda
por qué
marchamos
y
por esas
charlas
que a veces
nos iluminan
marchando
porque la
multitud
en la marcha
derrocha
intimidad
che, si
hasta el levante
y el cafecito
más tarde
son distintos
¿no cierto?
y por los que
no están
o por las
piernas ya gastadas
de marchar
y porque
intuimos
que es más
fuerte
que las armas
que la marcha
apaleada pero terca
a la larga
es más fuerte
y que el arma
es no rendirse, marcharles
las calles,
marcharlos
a ellos
respirarles en
la nuca
no porque
entiendan
en su puta vida
que multiplican
los pies
del ciempiés
sino porque
volvieron
imparable
la marcha
*De Héctor
Cepol. hectorcepol@gmail.com
LA IMAGINARIA
VOZ DE LO TANGIBLE…
Aparecidos*
*Por Victoria Mora. mvictoriamora@yahoo.com.ar
Los aparecidos lo tomaron por
sorpresa una noche y ya no lo dejaron nunca. Eduardo tenía sesenta años y
llevaba muchos viudo viviendo solo en un departamento que le quedaba grande.
Una noche después de cenar apenas un sándwich se fue al living a ver la
televisión. Hizo zapping un rato, se encontró con una escena de película: Jack
Nicholson frente a una mesa revisaba papeles y fotos, era una película que ya
había visto y lo había conmovido, un hombre como él en una vejez solitaria.
Apagó la televisión y fue a buscar sus fotos viejas que guardaba en aquel baúl
que todos los que habían vivido allí sabían no se tocaba. Fue a su estudio,
buscando primero sus lentes acercó una silla al baúl y lo abrió. Se
encontró con las fotos familiares que él había tomado. Frente a sus ojos
desfilaban sus hijos de bebé, sus hijos dando sus primeros pasos, en el jardín
de infantes, en la escuela, en la universidad, fiestas de bautismo, comunión,
cumpleaños, millones de momentos que el captaba con su cámara. Cuando miró el
fondo del baúl asomaron muchos sobres prolijamente catalogados por mes y año:
las otras fotos que sacaba con la misma cámara.
Apenas empezó su trabajo se
decidió a tener un archivo personal, era una pequeña obsesiva compensación
extra. Estaba haciendo Patria y quiso tener un registro de aquello. Entró
en la SIDE por sus habilidades como fotógrafo. El año en que su suegro, militar
retirado, le habló de la propuesta de trabajo era un año de mucha convulsión.
Se necesitaban fotógrafos para tareas especiales de investigación, a él la idea
le gustó de entrada, por fin iba a poder sacarse de encima esos trabajos que
odiaba: las fiestas ajenas. No tenía ningún interés en ocuparse de buscar
buenas tomas frente a gente que le era indiferente. Este laburo era otra cosa,
estaba aportando la punta del ovillo para poder salvar a la Patria de esos que
querían contaminarla, malditos bolches, siempre los había repudiado, no
entendía de que se la daban ¿Qué se creían que Argentina era Cuba? ¡Que
tentación tan grande! Hacer uso de su pasión para torcer el curso del país, el
lente como un arma. Dijo que sí.
Ahora los tenía otra vez frente
a frente, jóvenes mujeres y hombres, incluso adolescentes, en la puerta de la
quinta de Olivos, Junio del 73 su primer trabajo, después vinieron miles: gente
saliendo de universidades, clubes, departamentos, casas, encontrándose en
estaciones, plazas, imágenes que lo llenaban de orgullo. Era imposible hablar
con nadie de su pasado, el país estaba dado vuelta, aquello que treinta años
antes fue motivo de medallas y honores, se había transformado en un riesgo de
cárcel. Por suerte nadie lo había nombrado nunca en ninguna causa. Él trataba
de no preocuparse por lo que podría pasar pero a veces era difícil controlarlo,
cuando abría el diario o en el noticiero se hablaba de un nuevo juicio, el
pulso le temblaba, y por un tiempo no lograba desprenderse de una sensación de
inquietud difícil de sobrellevar. No se arrepentía, la guerra se peleó desde
todos los frentes, él daba el primer paso, la investigación con su grupo de
tareas, las fotos, los datos que iniciaban el principio del fin para los otros
que había que exterminar.
Se detuvo en una foto en
particular: las escalinatas de la Facultad de derecho, dos chicas bajan las
escaleras, una de ellas le llama la atención, el nombre no se lo va a acordar,
aunque de ella se acuerda muy bien. El pelo lacio largo, sus ojos celestes
profundos, un cuerpo que lo hacía estremecer y su sonrisa amplia dirigiéndose a
la otra chica que a su lado era insignificante. La sostuvo en la mano minutos
eternos, sabía como había terminado. De ella se encargó de saber. Mucho tiempo
quiso creer que podía ser una de las elegidas para la rehabilitación, hasta que
le confirmaron su final: el río de la plata, un vuelo de la muerte, unos meses
después de que él sacara esa foto. Todavía lo emocionaba verla, necesitaba
prepararse un té. Dejó la foto en el escritorio y fue a la cocina. Cuando
estaba a punto de entrar sintió un ruido, creyó que el viento habría entrado
por la ventana y tirado algo. No recordaba haber dejado la ventana abierta,
cuando abrió la puerta ahí estaba ella mirándolo fijo, los mismos ojos, apoyada
en la mesada de frente a la puerta ¿podía ser posible? ¿Se estaba volviendo
loco? Con paso apurado regresó al estudio, con la respiración agitada buscó la
foto, cuando la tuvo en la mano, trastabilló, tuvo que sentarse de golpe
en el sillón para no caerse: en la foto solo quedaba la joven insignificante
mirando al vació y de ella en la imagen ni el rastro, dio vuelta la foto como
si pudiera haberse escapado hacia la otra cara del papel, allí tampoco la
encontró. Tomó aire con todo el coraje que pudo encontrar y entró a la cocina,
ahí seguía ella en la misma posición sin hablarle, solo mirando delante de la
mesada donde tenía que buscar sus cosas para el té. No supo que hacer, cerró la
puerta y la trabó con una silla bajo el picaporte, decidió irse a tomar el té
al bar, quizás cuando volviera ella se hubiese ido. Deseó que fuese una mala
pasada de su mente, últimamente se olvidaba algunas cosas, no encontraba los
objetos donde creía haberlos dejado, tenía que ir al neurólogo urgente.
Cuarenta minutos, un té cargado
y una caminata más tarde, puso la llave en la cerradura para entrar, camino
sigilosamente como si alguien durmiera y no pudiera ser molestado. No fue a la
cocina directamente, primero fue a ver la foto, lo inesperado volvió a
asaltarlo por sorpresa: las escalinatas de la facultad estaban desiertas.
Corrió la silla y abrió, tal como lo imaginaba, las dos en la cocina lo miraban
en silencio.
Se encerró en su habitación.
Durante una semana no volvió a ver las fotos, ni fue a la cocina, bajó al bar para
cada una de las comidas. Compró los mínimos utensillos que necesitaba para un
té o un café y una pava eléctrica que instaló en su habitación. ¿Cómo seguir
ahora? El neurólogo que lo vio de urgencia no encontró nada fuera de lo común
en la batería de estudios y técnicas que le administró, en el motivo de
consulta omitió hablar de los aparecidos, no era cuestión de quedar como un
loco. Lo cierto es que aunque no los quisiera nombrar ahí estaban,
permanecían.
Cada vez eran más, en cada foto
que iba a buscar se encontraba con vacíos que directamente se convertían en
presencias en cada rincón de su departamento. Recuperó la cocina e intentó
vivir como si ellos no estuviesen. Los días pasaban y la convivencia era cada
vez más complicada, no se puede vivir con gente que te mira a cada momento de
tu vida. Salía un poco más pero no tenía donde ir, y salir presionado por los
aparecidos era una forma de cobardía que lo abrumaba. Hasta que tuvo la idea de
exterminarlos por segunda vez, la segunda muerte. Juntó todas las fotos en una
olla grande, las roció con alcohol, mucho alcohol, buscó la caja de fósforos y
le tiró uno al montón.
Los bomberos lograron apagar el
incendio cuando para él ya era tarde, no hubo que lamentar más victimas.
DESCANSANDO*
Cansa el viento
zonda, amor,
tu ausencia
mucho más.
Languidece la
luna desteñida
Jazmín del
aire, en aire marchitado.
Tenuemente
ilumina
el relincho
cansado del caballo.
Cansa la
sequía, amor,
tu ausencia
mucho más.
Magullados los
cardos,
siguen las
huellas vacilantes
de los perros
flacos.
Cansa la
vigilia del carancho,
tu ausencia
mucho más.
Las penumbras
vacilantes de la
noche
huyen, tras un
lagarto azul.
Mi corazón
muere de sed.
Cansa la
soledad, amor.
Despojados, la
rosa y el espejo
de presencias
errantes,
buscan la
plenitud del aire,
del agua, del
fuego y de la tierra.
Cansa el
olvido, amor
tu ausencia,
mucho más.
El caldén, tan
callado,
con destino de
poste,
con vainas
despreciadas,
con leños
desechados,
camina
lentamente sumándose
a mis pasos.
Enciende la
lámpara y la luna
trayéndome el
descanso
profundo de tus
ojos.
*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
El congreso de
futurología*
A Maximiliano
Kosteki
y Darío
Santillán
*Por Héctor
Cepol. hectorcepol@gmail.com
La mente –se
dijo– es la mente. Uno piensa en el futuro del mundo y termina con cosas medio
intelectuales. Sí, nos acordamos de Goya, y del sueño y la razón y los
monstruos pero... intelectualmente. Nos acordamos intelectualmente.
¿Y Hiroshima,
Chernóbil, el neoliberalismo..?
Goya se quedó
corto. Deleuze lo mató con que lo que engendra monstruos no es el sueño, es el
insomnio de la razón.
Pero, ojo,
ninguno de ellos le pega a la razón. Le pegaron al racionalismo de mierda que
hace una pesadilla del sueño o que lo pierde. Pero los dos...
Caminaba por
Ayacucho hacia Pellegrini, donde los altos de la Facultad de Ingeniería y los
horizontales entuban el viento y hacen increíblemente feroz el invierno. Por lo
menos para los que no transitan los pasillos villeros de su lejano oeste
rosarino, donde militaba en un movimiento de Trabajadores Desocupados. Ahora
buscaba el ómnibus tras una reunión, y en el bolsillo le empezaba a tiritar
Congreso de futurología, una novela de Stanislaw Lem que tenía por la mitad.
Militar en
política y literatura es cargar con el boletín, las actas, pulir redacciones
colectivas de volantes, cruzar la Circunvalación a la mañana hasta el
barrio-barrio y el cíber por el correo. O andar en estas reuniones donde
arregló con unos teatreros unas clases para la villa.
Y leer mal,
leer a los saltos. Eran piqueteros autonomistas, esos que en vez de morfarse
individualmente los planes sociales surgidos tras el estallido del 2001 armaron
ladrilleras, bloqueras, quintas. Y no solo para subsistir. Para resistir, para
cortar las rutas y la circulación comercial como desocupados sin derecho a
huelga que eran. Y cortar también el clientelismo al comprar un chancho entre
varios o criar gallinas. (Encima ayudaba justamente en un gallinero cuando no
estaba en la ruta o con papeles o de reunión). Y, ojo, rechazando no solo a los
punteros oficialistas sino a los propios porque el único líder es la asamblea.
Ahí donde se es por encontrarse en el otro, o intentarlo, donde se busca
consenso y no aplastar con el número. Donde al más rezagado se trata de
ayudarlo. ¿Y..., por qué Santillán volvió a asistirlo a Kosteki frente a los
fusiladores que tampoco lo perdonaron?
(Chanchos y
gallinas, o harina y bloques –Maxi horneaba pan, Darío hacía bloques– qué van a
joder, ayudaron a que Santillán fuera periodista e ideólogo como los
necesarios: “El que no lucha por lo que quiere, no merece lo que hace”, colgó
por ahí, y Kosteki un poeta y un plástico que sorprendió a todos con los
cuadros que se conocieron después).
Extrapolemos
–pensó en el bondi cerrando a Lem–, ¿algún futurólogo podrá calcular cuánto
demorará la conciencia de los sectores medios en llegar hasta la de ellos..?
¡Ja..! ¿llegarán?
A Mario (así,
sin apodo porque a veces un curandero, un cura o un literato en la villa se
gana esa prerrogativa), primero lo celebraron y después algunos le sugirieron
que la corte con tanto méil sobre los yanquis y el terrorismo. Eran vigilados,
y un correo machacante... Y eso que ignoraban sus posts en wikileaks que no
comentó porque se vio venir a los compañeros. Sabía, por supuesto, del
monitoreo en la red, del Acta Patriótica de Bush y la mar en coche. Pero la
ridiculez causa gracia y, además de la bronca, o por eso mismo, le gustaba
joder; decir, por ejemplo, que si en la segunda guerra los miserables le
ganaron a los monstruos, hoy el fascismo religioso le zampó flor de piña al IV
Reich. O que si los yanquis se sienten libres solo con un rifle en la mano y
gozan faraónicamente y hacen una estética de lo descomunal y lo bestial, con
las torres simplemente se consiguieron un traje a medida.
Y siempre la
posdata: ¿Cómo es, yanqui, saber que la guerra llegó a tu casa? (carta de
García Márquez a Bush).
Se acordaba de
aquel viejo arquitecto, que en Roma, en casa de un amigo en los setenta, andaba
indeciso en elegir espectáculo para la noche. Agarró el diario y tácate, dijo,
acá está, en el Coliseo Aída de Verdi...
–¡Noo! –le
gritó el amigo– es para yankis.
–¿Qué..?
–Sí, hay
cañonazos al por mayor, meten elefantes, fuegos artificiales, parece que van a
aparecer los aviones...
Una puesta a lo
bin Laden, pensaba Mario...
-Ey, bin Laden,
le gritó el Chueco, un compañero, cuando bajó del colectivo. Pero el frasquete
les cerró la boca. Balbuceó de los teatreros, y apretaron el paso por el
asfalto que se hacía tierra antes del caserío. Quería llegar, tomar unos mates
con el Chueco y seguir el libro.
Porque el
polaco qué hijo de puta, qué genio. Justamente, también a ellos se les venía un
congreso en la villa, previo a otro en la ciudad de las organizaciones
piqueteras y los movimientos sociales. Y los tres congresos (Lem incluido)
venían con pimienta. No todos acordaban pero su grupo entendía que por las
urgencias y el día a día, medio se olvidaba el largo plazo y lo estratégico. El
saldo no era déficit teórico –no lo tenían– pero algunas tácticas se expandían,
divergían demasiado por el norte difuso. Así que el tema, sí, era la
futurología. Y él no iba a dejar de chequearlo –de paso– con un poeta jodón
como Lem.
Incluso lo
contó, y lo escucharon. Pero no se entendió lo de la benefactorina y otras
drogas galácticas en asuntos más bien latinoamericanos (aunque explicó que era
metafórico y transcurría en este planeta). Como sea, no obstó para que Mario
apoyara después cuestiones mucho más cotidianas que dominaron el congreso del
barrio y el grande. Allí concensuaron que la mejor reforma política es cuento
chino si no la empujan cambios culturales. Y que estos no llegan sin cambios
subjetivos; y que el arriba no es pavada pero las cosas las va a decidir el
abajo; que el camino es combatir el individualismo preservando la
individuación, y que más que el hombre nuevo hay que buscar el hombre mejorado
recuperando algo del buen salvaje. Aunque él con esto del buen salvaje,
bueno... Rousseau era del palo pero el otro le parecía tan poco individuado
como los que hoy siguen buscando caudillos (aunque, es cierto, debió ser menos
individualista y más solidario). Pero, además, Rousseau sostenía que la única
democracia digna de ese nombre era la directa o plebiscitaria –la asamblearia–,
para, acto seguido, pegarle un escopetazo diciendo que por desgracia no era para
este mundo. El principal defensor de la democracia directa... ¡era su principal
sepulturero!
Claro, las
alternativas tampoco lo ayudaban a Juan-Jacobo. Como no ayuda hoy esta falsedad
de votar cada dos años mientras los grupos económicos votan todos los días. O
que repudiemos eso y olvidemos que la democracia indirecta es un piso mínimo y
tal vez el útero de la democracia profunda. O tomarse de ahí y no dar la pelea.
¿Pero cómo
darla..?
Y acá Mario,
que vamos a decirlo, fue uno de los redactores del congreso grande, consiguió
meter algunas definiciones. Todo indica, escribió, que Latinoamérica está
llamada a ser vanguardia de otra construcción social. En el siglo XX la
revolución rusa no hizo sino retomar la apuesta de la mexicana. Y hoy aspiramos
a una democracia participativa o semidirecta (no la de Juan-Jacobo). Una
aleación de metales finos y metales duros como exige el oro para servir.
¿De qué
hablamos? De que la representación (inútil en la autogestión e incapaz de
llegar a democrática por si sola pero necesaria en algún momento) se combine
con lo participativo. Es decir, que emerjan de verdad el referéndum, la
iniciativa popular, la revocatoria de mandato; lo revulsivo de ciudades
realmente autónomas, de presupuestos participativos, de municipios desconcentrados
y barrios administrados por comunas en manos de los vecinos. Carajo (decía pero
lo tildaron para desvolantear), y combinando eso con liquidar el monopolio
partidario de las candidaturas que, como todo monopolio, echó a perder a los
partidos políticos. Hay que reemplazar la ley seca para otras representaciones,
la pura partidocracia, por un sistema mixto que se equilibre con candidatos
asamblearios y de las minorías más viscerales, hay que profundizar la división
de poderes y conseguir que el pueblo gobierne. O mejor aun, que alcance la
nueva categoría política de gobernado en función de gobierno, porque no otra
cosa es respirarles en la nuca a nuestros representantes.
El remate del
Documento Final (un códice de proporciones que sería prudente que el lector
pase por alto y siga la historia) afirmaba que:
“En cuanto al
mundo, es posible que la democracia se profundice en la Europa latina y eslava,
y entre a lugares insospechados. Latinoamérica, que hace punta, muestra el
rizoma más potente (acaso por su mestizaje entre el humanismo y el
comunitarismo de la tierra); Europa, aun lejos de repudiar sinceramente su
viejo colonialismo, inicia su crispación y hace punta en el alienado primer
mundo. Y los árabes, que hasta ayer nomás permanecían –y fue en lo único en que
se los ayudó– en un atraso inconcebible para quienes fueran una cumbre de la
civilización, hoy estallan y exigen democracia, retoman su camino desde abajo
pero con el nuevo capital social de la época, con genes de un pasado imponente,
con las nuevas tecnologías (y quizás las venideras) de su parte y con la
ventaja de una lengua común aun más homogénea que la nuestra. En cuanto a los
anglosajones, prevalecientes en los últimos cuatro siglos a fuerza de empirismo,
individualismo y humanicidio, acaso se retrasen por lo mismo, aun sin dejar de
ser una amenaza por su poderío residual y su dificultad de ser en el otro (al
menos hasta que el mestizaje cultural los antropomorfice, como inexorablemente
le ocurrirá también a un Israel). África seguirá nuestro camino, y aun sumando
apoyos que no tuvimos, como los de los europeos no anglosajones, de los árabes,
tal vez los asiáticos, y por cierto los nuestros y los de un factor casi
escondido y en alza del que enseguida hablaremos. Finalmente, Asia, hoy en un
desarrollismo salvaje y en una velocísima mutación contra natura de su
milenaria historia, quizás bascule hacia un rol arbitral si rescata su viejo
espíritu comunitario y, sabiamente como le es propio, combina lo ganado en
individuación con la desilusión por el individualismo. Los tiempos se aceleran,
y eso determinará que el par de siglos que nos llevó en América del Sur pasar
de la independencia formal a dejar de ser un patio trasero, se acorte para
Arabia y África negra y para todo el planeta. ¿Ilusión? La precipitación de los
hechos sociales y políticos sigue encubierta por el vértigo aun mayor de lo
tecnológico y acaso por la desazón ante tantas calamidades. Pero así como llevó
tres siglos alumbrar las grandes revoluciones de finales del siglo XVIII
–incluida la decisiva caída de la imagen de autoridad–, nos llevó solo un siglo
incubar los partidos políticos surgidos a fines del XIX, medio siglo reciclar
los partidos tras la Segunda Guerra tal como hoy los conocemos, la mitad de ese
tiempo para que el mayo francés oficialice la crisis de representación, solo
década o década y media para que erupcionara la modernidad líquida. Y aquí
estamos, viendo cómo se resquebraja la fachada neoliberal y pugna por comenzar
otra cosa. ¿Qué? Pues exactamente lo que permite intuir un prisma
latinoamericano que deja de serlo al universalizarse sus preliminares. Hoy y
aquí lo que asoma es la transición y el desafío de multiplicar grupos que tejen
nuevas relaciones laborales y humanas con el mayor grado posible de autonomía
ante el sistema pero abiertos y en contacto con la comunidad. No somos
vanguardia de nadie sino parte de todos; solo reivindicamos un territorio
existencial y/o su proyección fáctica dentro de la diversidad. Y esto, se dirija
a donde se dirija, ya es revolucionario. Las tácticas, naturalmente deberán
seguir aprovechando los huecos y las fisuras crecientes del capitalismo global.
Pero también la experiencia histórica que dejó colgados del pincel a los viejos
manuales. Hay que cuidarse del poder queriendo tomarlo tanto como darle
simplemente la espalda. El reto es otro: es cambiar o seguir cambiando la
correlación de fuerzas. Ni buscar iluminados ni esperar o pedir permiso como
pretendía aquel campesino de Kafka de “Ante la ley” (una perfecta parábola del
Estado y aun de la democracia indirecta, ambos esperanzadores y frustrantes y
que habría que dar a leer en los secundarios). El reto es presionar con una
sociedad civil más fuerte, de mayor peso, que resignifique las instituciones y
que interactúe con ellas. La historia del siglo XX ha sido la del repliegue de
las simples dicotomías en favor de lo plural, y, aunque los poderosos nunca
parecieron tan poderosos (que no lo son porque solo es más polimorfa su
malignidad al obligárselos a redoblar la apuesta), paradójicamente y a
contrapelo de esa percepción, creció y se esparció el poder desconcentrado y
fue infiltrado el concentrado acelerando la multiplicación de los tableros
políticos. Seguir creyendo en un único tablero y en dos oponentes es un error
aún más lineal y maniqueo que en el pasado. Lo que hoy tenemos trasciende,
incluso, la partida esencial entre el utilitarismo y sus víctimas (dirimida en
cada cambio de época o sistema con movidas siempre insuficientes: tras la Ilustración,
la democracia, la economía planificada, los vuelcos tecnológicos). Hoy tenemos
un cóctel de lo conocido más un desafío ambiental decisivo, más una crisis
alimentaria y otra energética de alcances imprevisibles, más una brecha social
escandalosa y revulsiva como nunca, más la necesidad de cambiar la diversidad
autoritaria –clases, estamentos, castas– por la diversidad democrática y
plurinacional, más la rigidez cada vez más implacable de los problemas que,
precisamente nos garantizan estímulo y empuje, más las propias víctimas ganando
la calle y autogestionando. Digamos, un cambio de época infinitamente más
visceral y cualitativo que los anteriores. Porque, y esto es lo principal,
aunque perdidas las últimas certidumbres y tocando fondo con la banalidad, el
consumismo y la fragmentación, también asistimos a las crisis de sus usinas y a
la eclosión de las minorías, a la menor tolerancia al abuso, al crecimiento
inédito de la autoconvocatoria y más que a acampar en el espacio público a
ocuparlo definitivamente (como probó el 2001 por estas pampas cuando, al
replegarse las asambleas populares, se generalizó el reclamo sin intermediarios
y el asambleismo se extendió por las organizaciones sociales, incluidas algunas
que hasta le tenían alergia). De hecho, nos vinculan a la anomia y al salto al
vacío. Se busca impugnar el impulso contestario y la pelea por otras reglas.
Pero es tarde: ya se hizo carne que ‘nuestros dirigentes –como expresa
Saramago– son los comisarios políticos de los grupos económicos’. Y no por no
existir políticos honestos. No olvidamos las honrosas excepciones ni
desconocemos que la disolución lisa y llana de los partidos devendría
inaceptablemente en partido único. Sino por saber que si no los refundamos
seguiremos con el destino en manos de trepadores y cazadores de fortuna. La
estructura partido no está agotada, no puede estarlo, pero sigue deformada por
el bipartidismo, por el monopolio de las candidaturas y por no educar a sus
miembros en la democracia interna y en la fidelidad al votante. La tarea, por
tanto, es que la sociedad civil –Y NADIE MÁS– siga esmerilando el exceso de
autonomía del Estado y de la vieja política, y fuerce otro equilibrio mediante
una auténtica división de poderes. No hay futuro en redistribuir la riqueza si a
la par no se redistribuye el poder, no hay futuro. Pero el palacio de invierno
a tomar no es el gobierno con miras a controlar las reglas y la partidocracia
–la lógica del dinero y otras dictaduras–; es al revés: es tomar las reglas y
la partidocracia para controlar a los gobiernos, que es la lógica de la
democracia. Está claro que los grandes relatos no han caído, se han renovado y
son estos para quien quiera verlos.”
Cuando terminó
el congreso grande, Mario se dijo que Lem hubiera acordado. Lem tenía alma
piquetera, de futurología piquetera. Porque ¿tiene importancia el destino
tecnológico del 2100, como tanto joden? Bueno..., sí –pensó–, las nuevas
herramientas también nos modelan. ¿Pero no cuenta más, el rumbo social que
elijamos? Que elija el paquidermo insomne, no dormido sino de sueños dormidos,
o no despiertos del todo, que somos nosotros, y no las máquinas.
Esa tarde había
cruzado al barrio-barrio por el cíber, sumido en cavilaciones.
El padre se
acordaba de un profe de historia en el secundario que no hacía rendir a nadie;
le interesaba solo que los pibes debatieran. Y que al día siguiente de la
llegada del hombre a la luna, después de escucharlos, les dijo: muchachos,
festejemos pero, ojo, vean bien qué hombre chiquitito mandamos a la luna.
Llevaba el
congreso de Lem para el Chueco que se lo había pedido.
Habrá futuro si
el Dr. Jekyll absorbe a Hyde. Con Hyde suelto, un carajo. Y... sin él, que es
una especie de siamés inextirpable, no hay Jekyll. Solo si este lo chupa, lo
reabsorbe (y recupera esa energía en sus propias venas) habrá futuro. Si antes
que reventemos el planeta, lo conseguimos a través de lo único dable (la única
transmutación que Jekyll logró aunque trágicamente al revés): hacer oro con
mierda.
Y ahí casi lo
hace mierda un auto, frenó a unos metros y saltaron unos tipos que los tiraron
adentro a él y a Lem en el bolsillo. Y arrancaron. Fue todo lo que se supo por
un par de vecinas (y la novela ausente cuando el Chueco la buscó por toda la
casilla). ¿Qué ocurrió? Se habló de esto, de aquello, hasta del lager de
Guantánamo. Pero nada concreto.
O
aterradoramente concreto.
En la vivienda,
en una mesita, quedó un apunte a birome.
Es
prodigiosamente simple. La ceguera, los insomnios que fabrican monstruos
(Deleuze dixit) persisten y hasta parecen incurables porque ¿qué nos prescribe
la Doctora Razón? Psicofármacos disciplinantes o contar ovejas versión
postmoderna. Lo primero nos esclaviza (y aun buscan perfeccionarlo como dice
Stanislaw Lem que denuncia la criptoquímicodemocracia). Y lo otro ídem porque
ni siquiera son las ovejas de nuestras abuelas, son las de la
sociedad-espectáculo.
Lo eficaz y
natural, sí, es un conteo pero no de ovejas, los peores bichos para
identificarse, sino... de seres queridos. Y no saltando sino, detalle fundamental,
atiéndase por favor: bostezando. O sea, pasar revista mentalmente a mi mujer,
mi marido o mi amante bostezando, después a mi madre, mi padre, los hijos,
bostezando; después los compañeros, los amigos. Marx, Kropotkin y el Che y
Marcos. Uno tras otro hasta emborracharnos con el maravilloso sueño que
destilan y que nunca conseguirían las estúpidas ovejas Pero, ojo, al principio,
Ud. contará y notará que sonríe. O que lo ataca la risa. Es normal, no se
alarme, tonifica, refluye muy pronto en placer. El secreto es agarrarle la
mano.
Le será
revelado que vencer el insomnio es despertar a la inteligencia colectiva, que
los sueños de todos, inevitablemente son más fuertes que el insomnio de cada
uno. Y por supuesto, que sin alegría no hay revolución.
Juegue–se.
Atreverse a
soñar. Y a gozar. Pareciera la fórmula. Aunque nos busquen los soldados del
insomnio que, es cierto, no pueden, no podrán nunca con todos.
El pueblo ...*
*Por León
Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar
en la calle en
la calle en la calle
que el pueblo
cante en la calle
que no se calle
la calle y que grite
con la voz
hermosa del pueblo
en la calle
en la calle
quiero ver a
los muertos
en los rostros
de los que vivimos
porque los
siglos
son siempre
siglos
y somos siempre
los mismos
también
los que morimos
y son siempre
los mismos
también
los que nos
matan/
pueden cambiar
las vestimentas
y el acento y
las armas
pero el motivo
por qué nos
matan
siempre es el
mismo:
la tierra y sus
tesoros
bauxita, cobre,
estaño, petróleo
plata, cobre,
diamantes, oro.
que cante que
cante que cante
siempre
el pueblo en la
calle
porque el día
que ya no cante
ya no habrá ni
pueblo
ni calle
ni mundo
que cante que
cante que cante
siempre el
pueblo en la calle
hasta que ya no
existan
ni
desaparecedores
ni
desaparecidos!
-León Peredo
La Plata/ 1978.
EL RASTRILLO DE
SAKIAMUNI*
1
heralda voz del
eco
pálpito,
subyugación
tierna
al ojo que
vibra
al paso
de la rueda
que su silencio
nombra.
2
sus huellas
se disuelven al
mirarlas
formarse
mas el vacío
en tanto
apuntala su
existencia
como perenne.
3
la luz sin la
luz
que la
origina
la voz sin eco
que
sostenga
su principio
caerá
del labio
con el
atardecer.
4
quien mire a su
sombra
suyo hará
el orbe que
sostiene
la imaginaria
voz
de lo tangible.
5
... frágiles
huellas de rastrillos
desafían
la brisa
primaveral.
las coloridas
lágrimas del
cerezo
se confunden
en el lago
con las escamas
de las truchas.
abajo,
el monje divide
el tiempo
con los
escarceos
de sus manos
viejas.
* * *
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