*Obra
de Walkala. Luis Alfredo
Duarte Herrera (1958-2010) http://galeria.walkala.priv.at/main.php
-En Aurora Boreal. Walkala:
un homenaje in memoriam
“Nos debíamos una alegría” *
Tanto decir
“cómo quisiera que mi viejo estuviera aquí, aunque sea por unas horas”, que ese
día mi Padre llegó.
El 4 de abril
en el día de su cumpleaños número 90 lo vi doblar desde la esquina con su
bastón artesanal.
Me encontró
bajando las nueces más altas con un largo palo armado para la ocasión.
Cosechar las últimas
nueces del año en el día del cumpleaños de mi padre es una ceremonia que a
veces compartimos con mis hijos.
Esta vez, la
llegada de mi padre me sorprendió solo en la puerta de casa.
Nos dimos el
doble beso de mejilla a la usanza italiana. Mezclamos lágrimas y risas.
“Nos debíamos
una alegría” me dijo.
No quise
preguntarle donde había estado estos años.
-El pasado
murió, pensé.
-Ahora estoy
aquí. Mañana veremos… dijo mi padre que parecía leer mis pensamientos.
-No hacen falta
explicaciones, -dije mientras lo abrazaba- vamos a la casa que te cuento de los
nietos…
*De Eduardo Francisco Coiro.
inventivasocial@hotmail.com
SER EL OTRO…
HUIR*
Tengo el
corazón apretado
entre las
costillas.
Quiso huir de
la realidad
y se encontró
con una reja
de huesos.
Nos vamos de
viaje (Alzhéimer)*
Nos vamos de
viaje
y quiero que tú
cuides de mis flores
y mis gatos.
Nos vamos de
viaje...
Espero que mis
llaves
les sirvan a
tus puertas; las palabras
resultan a
menudo algo indigestas,
pero
acostumbrarás
tu cuerpo a lo
que llegue.
¿Querrás regar
mis plantas?
Hay una
cajetilla
oculta bajo un
mueble,
contiene
algunos versos de recambio
por si se va el
fusible
y buscas medio
ciega una respuesta.
Yo quiero que
te encargues de mis manos
y mis ojos.
Nos vamos de
viaje...
¿Los cuidarás
tú sola?
No olvides cada
día
el acto de
regar, regar mi cuerpo
(adonde yo me
voy no hay agua,
adonde yo me
voy no puedo).
Te dejo mis
sentidos y mis nervios,
por si los
necesitas.
Hay una
cajetilla
bajo un mueble:
contiene
algunos versos de recambio.
Sé nota que no
estás
Se nota que no
estás:
las cosas se
descuelgan del columpio
estructural que
las sostiene
y encaran como
luces occidentes
o ecuatoriales
flores
el vacío.
*De Juan F.
Rivero. juanfernandezrivero@gmail.com
-Para leer en AURORA
BOREAL. http://www.auroraboreal.net/index.php?option=com_content&view=article&id=1431%3Atres-poemas&catid=82%3Apoesia&Itemid=199
SER EL OTRO*
¿Me sucedió
algo que quizá, por el hecho de no saber cómo vivir, viví como si fuese otra
cosa?
CLARICE
LISPECTOR, La pasión según G.H.
Es una mujer
corriente, pero hay algo en ella que me arrastra. Noto que mis ojos empiezan a
escrutarla de arriba abajo, acercando y alejando el objetivo; acercándolo,
alejándolo, acercándolo, alejándolo. Su chaqueta negra oculta un cuerpo
consumido, nada atractivo. Pelo castaño, largo, separado por una línea central
recta. Nariz aguileña, trozos de carne casi inexistentes moviendo su boca. ¿Es
esto lo que busco? No, creo que no. Oigo el sonido del zoom acercándose a unos
ojos que parpadean. ¡Su mirada, es su mirada! Que ha vuelto de un lugar árido,
oscuro, frío, muy frío. Mis ojos se dirigen a ella, abstrayéndose del resto de
realidad cercana. Un, dos, tres. Ya está, ya es mía.
La mujer de
chaqueta negra y nariz aguileña grita. Sus ojos, de un azul muy claro, casi
blanco, me acechan preguntándome qué ha pasado. No contesto y salgo.
Llego a otro
andén. Ruido de raíles chirriantes. El tren estaciona. Se abren las puertas. El
movimiento de la masa me introduce en el vagón.
Cuando el
espacio se desahoga, me fijo en un chico que está de pie, agarrado a la barra
metálica. Me atrae, algo me atrae. Me sujeto a la misma barra y me oigo:
moreno, nariz chata; no, no es eso. Los ojos, la boca. Tampoco. Miro sus manos.
Entonces surgen las imágenes, tiesas, arrítmicas, de unos dedos
enguantados
negros sobre otros marrones. La misma atmósfera pesada. Siento que mis dedos se
mueven, intentando rozar los del chico. No me lo puedo quitar de la cabeza.
En la calle, lo
veo hablando con un amigo. Me quedo detrás. Doy pasos cortos, miro con
frecuencia el reloj y me apoyo en la pared.
Lo miro,
examinando a modo de autopsia cada detalle, radiografiando su interior para
extraer aquello que busco. Tenso los dedos, los aprieto, los estiro. Su figura
dentro de mi pupila; ocupándola, haciéndose más grande; negra, cada vez más
negra.
Un golpe seco.
El chico yace en el suelo. Su amigo intenta reanimarlo. Gente alrededor. Corro,
preguntándome qué le habré quitado. ¿Qué me atrajo de él? Subía las escaleras
del metro deprisa, de dos en dos; esos dedos al agarrarse a la barra, los
brazos, los músculos tensos…
Entro en un
parque. Una niña salta, otros se columpian. Un niño, de unos cinco años, juega
a la guerra con sus dedos. Lo observo. Se da cuenta y me sonríe. Le devuelvo la
sonrisa y le enseño un papel y un lápiz que saco del bolsillo trasero del
pantalón. Hago un dibujo. El niño se acerca y lo mira. Oigo: «columpios, mamá,
yo, señor». Con los ojos humedecidos lo levanto, sentándolo en mis piernas.
Trotes de caballo. El niño se ríe. Arriba abajo, arriba abajo. Viene una mujer
que coge al pequeño, arropándolo en su pecho. «Degenerado. Aprovecharse así de
un niño. Yo os encerraba a todos. Pervertido». No digo nada, solo bajo la
cabeza. «Te lo tengo dicho, no te alejes ni juegues con extraños, menudo susto,
y deja de berrear, me vas a dejar sorda».
Bajo la calle
sonriendo. Me fijo en dos adolescentes. Se besan, caminan, se vuelven a besar,
y entran en una cafetería. Los sigo.
Son como lapas,
como no paren de besarse imposible averiguar lo que quiero. Me lo están
poniendo difícil, ¡críos de mierda!
Me acerco a
ellos.
−Perdonad que
os moleste, ¿no tendréis un cigarro?
−No –dice él.
−No fumamos
–dice ella.
−Mejor, mejor…
Vuelvo a la
barra y los miro. La chica tiene algo, no es guapa pero tiene algo. Se me cae
el café, que limpio con servilletas. Una voz me dice que son sus labios lo que
deseo. Unos labios carnosos, grandes, con esa forma perfecta, como los pintó
Rossetti. Capaces de las mayores desgracias. Te los voy a quitar princesa.
Sudo. El sudor por la frente, las cejas. Son casi míos. Me pertenecen, ya son
parte de mí. Un grito, la chica. Sus labios sangran. El camarero la atiende. El
chico, paralizado. Ella continúa gritando. Salgo del bar sintiendo que algo me
falta. ¡El pelo del chico! Lo quiero, esa melena rubia va a ser mía, ¡mía!
Cuando llego a
casa me tumbo en el sofá. Me quedo dormido.
Al despertar
siento un ligero temblor, que desecho estirando brazos y piernas. Voy al baño.
Me echo agua en la cara, bebo del grifo y me miro al espejo. Llevo una peluca
rubia, lentillas de un azul muy claro, mi boca, pintada de un rojo chillón
corrido por los bordes, y unas hombreras debajo de la camiseta. La imagen me
paraliza. Qué era aquello, ¿una broma?
Mientras pienso
qué hacer, me fijo en una luz roja, intermitente, que sale del dormitorio.
Retiro la cortina, escondiéndome detrás, y veo una furgoneta; con esa luz tan
molesta. ¿La policía? El chico podría haber muerto, la mujer quedarse ciega, el
niño sin alegría, los adolescentes…
Llaman a la
puerta. La peluca, al suelo. Me quito las lentillas. Me limpio la boca con la
mano y tiro las hombreras. Las ideas se me amontonan; las deshecho.
Llego a la
puerta con los oídos latiendo. Miro por la mirilla y pregunto. Me llaman por mi
nombre. Dicen que abra. La policía, pienso. Corro. Me cogen antes de llegar a
la escalera. «No he sido, yo no he sido», grito. Me dicen que ya lo saben.
«Pórtate bien»,
oigo, «y no te pondremos la camisa». Uno de ellos se sienta a mi lado. Es un
hombre corriente, pero hay algo en él que me arrastra. Noto que mis ojos
empiezan a escrutarlo de arriba abajo, acercando y alejando el objetivo;
acercándolo, alejándolo, acercándolo, alejándolo. Su chaqueta y pantalones
blancos...
*De Eva
María Medina Moreno. relojesmuertos@gmail.com
BAR TEJIDO EN
MACRAMÉ VENECIANO*
Pasa el
barredor, histérico de goce, con el cepillo de barrer las calles como si fuera
caballo. En la esquina deja el cesto de basura lleno de confidencias. Venecia
es una mesa pequeña con dos sillas de madera en un rincón apartado del bar.
Está habitada por dos copas de vino, diez dedos de un lado, diez dedos del
otro. Un corazón de un lado. Un corazón del otro.
-Tengo una cosa
roja.
-Tengo una cosa
brava.
-Tengo una cosa
abierta.
-Tengo una cosa
perfumada.
-Tengo una cosa
honda.
-Tengo una cosa
alada.
-Tengo una
sensación.
-Tengo un
monoambiente.
-Tengo tiempo.
-Tengo ganas.
-Tengo amor.
-Tengo miedo.
-Tengo amor.
-Tengo miedo.
Es una noche de
origami. Los taxis pasan sin saber a dónde van. En cada esquina hay un ángel
con rastas bebiendo alcohol y haciendo malabares con bolas de fuego. La mujer
está inquieta. El hombre está dulce.
-Anoche me
soñaste.
-Sí. Fuiste mi
sueño del día vuelto a soñar por la noche.
-Me soñaste de
derecha a izquierda. De Norte a Sur. De Este a Oeste.
-Te soñé toda
una vida, tardes enteras te soñé.
-Mis manos
sujetaban algo importante, algo que no podía soltar para sostenerme en el
colectivo.
-Sí soñé tus
manos.
-Y tampoco
podía hablar por lo que le soñabas a mi boca.
-Estuve
inspirado.
-Por un momento
me confundí y creí que yo soñaba que me estabas soñando.
-Es humano, es
natural.
-¿Es posible?
-Es nuestro.
La noche hunde
su dedo en la luna. La luna no tiene dedos pero tiene ojos. La noche es un
color nupcial erguido sobre sus patas y la luna mira esa locura tejida con hilo
macramé.
-No se trata de
eso.
-¿Siempre vas a
comenzar tus ideas con un no?
-No, no
siempre.
-No tenés cura.
-No me copies.
-No me copio:
es contagioso.
-No seas
exagerado.
-No exagero.
-No me hagas
reír.
-No te hago
cosquillas.
-No me hagas
trampa.
-No me
embrujes.
-No me
provoques.
-No me culpes.
-No te quejes.
-No te demores.
-No te
detengas.
Una mujer
solitaria en el otro extremo del bar teje con hilo macramé una noche perfecta.
Los faquires compiten con los dragones. Las mujeres que abren las puertas de
los taxis compiten con las luciérnagas. A los faquires nadie les da moneda, a
los dragones tampoco, a las mujeres y a las luciérnagas tampoco.
-Yo sé.
-Yo veo.
-Yo tengo frío.
-Yo tengo un
pájaro.
-Yo tengo el
vino.
-Yo bebo el
humo.
-Yo veo un
faro.
-Yo veo un
barco negro.
-Yo estoy en
Venecia.
-Yo estoy en tu
sueño.
-Eso es mío.
-Esto es tuyo.
-Para salvarnos
del mundo.
-Y para
salvarlo.
El mozo trae
más vino. Los huesos están difusos. Las consonantes se aferran a las vocales
literalmente. Forman palabras literalmente. Y luego se sueltan y forman el
silencio, literalmente.
*
Una parte de mi
oscuridad pisa sobre mi corazón
solo así la
tierra me eleva al cielo.
Y por cada
escalón que la desgarra
me enseña todas
las raíces
que parten de
su seno.
Para que no
olvide allá a dónde voy,
el origen de
dónde vengo.
*De Mauricio
Escribano. mauricioescri@gmail.com
* * *
Inventren Próximas estaciones:
EMITA.
-Por Ferrocarril Midland-
LUCAS
MONTEVERDE.
-Por Ferrocarril Provincial-
-Colaboraciones a inventivasocial@yahoo.com.ar
http://inventren.blogspot.com/
http://inventren.blogspot.com/
InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
Para compartir escritos dirigirse a : inventivasocial(arroba)yahoo.com.ar
-por favor enviar en texto sin formato dentro del cuerpo del mail-
Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.
Blog: http://inventivasocial.blogspot.com/
Plaza virtual de escritura
Para compartir escritos dirigirse a : inventivasocial(arroba)yahoo.com.ar
-por favor enviar en texto sin formato dentro del cuerpo del mail-
Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.
Blog: http://inventivasocial.blogspot.com/
Edición Mensual de Inventiva.
Para recibir mes a mes esta edición gratuita como boletín despachado por
Yahoo, enviar un correo en blanco a:
inventivaedicionmensual-subscribe@gruposyahoo.com.ar
INVENTREN
Un viaje por vías y estaciones abandonadas de Argentina.
Para viajar gratuitamente enviar un mail en blanco a:
inventren-subscribe@gruposyahoo.com.ar
No hay comentarios:
Publicar un comentario