*Con obras de Noelia Ceballos.
FRÁGIL.
SÁBADO 5 DE ABRIL.
Desde 18.30 Hs.
-En Casa de la cultura de Merlo.
*Foto de Noelia Ceballos. @noe_ce_arte
ARQUEOLOGÍA*
Con entusiasmo
necesito excavar
dentro de mí
con rapidez
despejar los barros
las piedras
los siglos agarrados
en las paredes.
Meter pala
pica
hacha
desahogar al joven
inaudito
despejar el corredor
para el carro
lleno de arcilla
recuerdos y deseos.
Con renovado fuego
excavar
las inalterables
máscaras.
Allá voy
con una pica y un
verso
bien profundo donde mi
madre cante
bien profundo donde mi
padre aún
tenga bondad.
voy cavando y cavando
llevo un faro y
explicaciones
llevo un torno feroz
y una foto insondable.
En la escena tíos
padrinos hermanas
juguetes
y algunas mujeres
profundas en bellos camafeos.
Salen pesadillas
columnas de opalinas
primitivos
lapislázulis
deformadas murallas
por mis manos sin catecismo.
Voy cavando y cavando
y hay palomas en las
plazas
colegio de blanco en
La Loma
payanas en la vereda
y flacos perros
enamorados de su destino.
Meter pala
pica
hacha
para que todo salga a
la luz
para que aparezca la
veta
y ahí golpear
golpear y golpear
para tirar lo que no
sirva
para salvar lo bueno
del incendio.
Con entusiasmo –decía-
necesito excavar
dentro de mí.
*De Carlos
Norberto Carbone.
GUARDANDO
EL JARDÍN DE LAS HESPÉRIDES*
Mis cabellos matan el sol. Son negros mis
cabellos; negros como la boca del traidor, como la nariz de un perro en el
bosque, negros son como el centro de tus ojos.
Mis cabellos son negros.
Diría que ensortijados, diría que
espléndidos en su derrame móvil sobre mi espalda y mis hombros desnudos. La
belleza lisa y bruñida de cada cinta de resumida oscuridad es un fustazo de
dicha nunca apropiada, nunca gozada por mortal.
Ah mis cabellos. Ondulo mi cintura blanca,
tiendo acuáticos brazos fantasmagóricos. Observo con fascinación mi sombra
arbórea y móvil. Y aguardo.
Junto a mis hermanas aguardo, y guardo la
puerta del jardín donde los hombres no tienen cobijo.
Yo guardo y aguardo y espero.
Te espero.
Con los ojos del corazón te veo, y no con
los del peligro. Detrás de los párpados, detrás de los velos te añora mi frágil
corazón de hembra sola.
Te llama mi anhelo. Transparentes vahos de
deseo te atraen hasta la puerta que no debes cruzar, que no debo permitir que
cruces.
Sé que vendrás.
Sé que por tierra y agua marchas hacia mi
destino. Y que más pronto que tarde tu sombra dibujará tu belleza sobre mi
tierra yerma. Aquí estarás para cumplir la promesa de la muerte y las espadas.
No ruego otra baraja ni otros dados.
Sé que vendrás. Me basta.
Sé que puedo recorrer tu cuerpo duro con
mis manos, que puedo atrapar el hombre con mi boca anhelante. Pero sé asimismo
que la dicha está contaminada de brevedad, que la fugacidad de la carne tibia
se transformará en piedra contra mis senos ansiosos. Te matará mi amor, amor.
Mi fatal mirada.
Mi amor te transformará en estatua de
piedra. Sólo la dicha de contenerme en tus ojos es mi anhelo, y tal dicha, lo
sabemos, sería tu sentencia. Mis cabellos de serpiente se retuercen y anudan en
deseo e ira.
Mi amado, debieses comprender que Medusa te
ama aunque mi amor confluya con la muerte. No será para nosotros la ternura.
Morir o destruir al objeto de mi amor, tal es la torpe suerte que me ha tocado.
Perseo, dejaré que me decapites y te ufanes
de tu hazaña.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
*
No hay
otra mujer más hermosa
que esa,
la que dejó todo por
amor.
La que rompió su casa
y a sus muertos
y a las secretas
líneas que sostienen
al mundo en su lugar.
La he visto.
Toda ella
era un fuego que arde
y se consume
como si fuera un
planeta que sustenta
una forma de vida
superior
o acaso,
otra forma de la
muerte más feliz.
La vi,
con los ojos
deslumbrados y serenos
de los mártires
en las pinturas
y entendí.
El coraje también es
santidad.
Yo la vi.
Era la mujer más
hermosa de este mundo,
con la valija llena de
pedazos rotos de su vida
yendo en busca del
hombre que la ama.
*De Mariana Finochietto.
mares.finochietto@gmail.com
-Mariana nació en General Belgrano,
provincia de Buenos Aires, en 1971. Actualmente vive en City Bell.
Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La
Magdalena, 2014)
Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú,
2015)
La hija del pescador (La Magdalena, 2016)
Piedras de colores (Proyecto Hybris, 2018)
El orden del agua (GPU Ediciones ,2019)
Madura (Sudestada, 2021)
Quiero sacar la cabeza por la ventanilla de
tu coche (Halley
Ediciones, 2023)
Patio (elandamio ediciones, 2024)
Poesía reunida (Medusa editores, 2024)
-Coordina Microversos, talleres de exploración
literaria.
ESTACIÓN
DEL ABSURDO*
“Desde el momento en
que se le reconoce, el absurdo se convierte en una pasión, en la más
desgarradora de todas.”
CAMUS
Renuncio al ámbito de la libertad absoluta.
Me niego a empujar el peñasco una y otra
vez.
A dentelladas me quitaré la venda.
Desafío a los astros Soy pez abisal. Con
luz propia.
ESTACIÓN DE LOS
ESPEJOS
He terminado odiando los espejos... y las
manos.
Me miran. Me acarician. Me temen.
Temen a su soledad que es la mía.
Un hombre ciego gime sobre mi espalda.
ESTACIÓN DE LOS
ESPECTROS
Tres horas y un absurdo. Galope de un
caballo negro.
Cibeles. Rea. Santa. Puta madre.
Los espectros deambulan por la calle.
Una mujer escuálida abre las piernas.
ESTACIÓN DEL DESGARRO
En la calle despoblada
hace frío y llueve.
Narciso se refleja en los charcos. Hay
pólvora.
Rompo el espejo. Piso. Trizo. Quiebro.
Las llagas de los pies son azucenas rojas.
Que
Tranquilidad de haber tocado fondo.
Beso tus cenizas. Tanto. Tanto.
Hasta la punta de tu sombra, beso. A tus
antepasados, a los míos, beso.
*De Amelia
Arellano. amelia.arellano01@gmail.com
San Luis.
Miento*
Lleva un cascote atado
a la correa de la lengua
Laura Yasan
Cada vez que miento
una hoja filosa
me desangra.
La verdad es muerte
pienso
y miento
miento mucho
para que el mundo se haga soportable.
Como cuando la verdad era liviana
barquitos de papel a la orilla del cordón
y no éramos
no
sólo una familia de fantasmas.
*De Paula
Novoa. novoapaula8@gmail.com
-De Sierpień (Cave Librum, 2023)
Sueño
de minotauro*
En el alma de todo minotauro
late un anhelo de cielos entreabiertos,
un deseo implacable
de no ser el guardián de la penumbra
ni el habitante horrible del silencio
apenas quebrantado por el eco
de sus propios -circulares- pasos.
Quizá sueñe con ser -en su delirio-
la forma intemporal del laberinto.
*De Sergio
Borao LLop. sbllop@gmail.com
-De Por
si mañana no amanece.
*
La mujer sueña con hilos rotos
cascabeles sin atar a la morada de un
destino que no suena.
Con la lengua toca
la punta de un café
tomado en la puerta de un bar que recuerda
Río de Janeiro, aunque es todo una
invención.
También en Río
visitó una invención
se sentó a la puerta de un café
que recordaba al Río de otro tiempo
y desde entonces las invenciones van con
ella
Hace falta dinero y recorrer
sentarse
saber algo de historia, muy poca.
La nostalgia viene sola.
La imaginación hace el resto.
*De
Mercedes Álvarez.
alvamercedes@gmail.com
-Mercedes nació en Tandil, provincia de
Buenos Aires, en 1979. Vivió en Mar del Plata hasta los diecinueve años. Entre
1998 y 2006 residió en España, donde se licenció en Sociología por la
Universidad Pública de Navarra. Realizó un máster en Gestión Cultural. Publicó
los libros Vecinos (Baile del Sol,
España, 2010), Historia de un ladrón
(Caballo de Troya, España, 2010), Imitación
de los pájaros (Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2013), Ficciones súbitas (comp., Eds De aquí a
la vuelta, Buenos Aires, 2013) y Saigón
(Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2015). En 2013 con el relato Grow a lover ganó el premio Edmundo
Valadés de cuento latinoamericano.
-Su
libro de cuentos Grow a lover fue
editado por Pensamientos Literarios (www.pensamientosliterarios.com)
LA
BALADA DE LA BAHÍA DE LOS TRES PICOS*
No sé porqué Dylan me empujó
supongo que fue una broma
de esas que él sabía hacer
es poco lo que recuerdo de aquella noche
salvo mi caída al mar, la ropa mojada
los cigarrillos flotando en las algas
el rumor del mar
el fuego improvisado entre las rocas
y la vieja petaca corriendo entre los dedos
quisiera volver a esos días
donde devorábamos eternidad
donde el sueño de vivir no nos había
aniquilado
donde yo era feliz
aun flotando ahogado en el mar.
*De Andrés
Bohoslavsky.
-De su libro Los ojos de Sasha o el fin de un sueño rojo.
Editorial leviatán. 2017
Lo dañado*
Hay quienes van por la vida heridos de
palabras
y otros andan por ella incompletos de
silencios.
Las heridas de las palabras cierran con el
tiempo,
los vacíos que deja el silencio nunca se
llenan.
El incompleto imagina las palabras
esperadas,
reconstruye el momento preciso, el
contexto,
en el orden y el tono exacto. Recoge
palabras
que nunca escuchó, las que fueron
necesarias,
las ordena en la vigilia, las escucha en
sueños,
a veces, a solas, se las dice a sí mismo y
sabe
omitir la mirada silenciosa de la
indiferencia.
Pero ya no sirven más, como un billete
viejo
olvidado en el bolsillo del pantalón de
trabajo
que se lavó y retorció con esfuerzo y
tedio.
El papel absorbió las vetas de suciedad
a la vez que perdió el color original,
y podemos estirarlo y plancharlo,
pero ya nunca será igual y nadie
cree en su valor, nadie lo quiere,
nadie lo acepta como auténtico.
*De Horacio
Rodio. horaciorodio@hotmail.com
-Horacio nació en Llavallol, provincia de
Buenos Aires, en 1954. Realizó talleres con Laura Massolo y Liliana Díaz
Mindurry. Obtuvo más de cien premios nacionales e internacionales en cuento,
poesía y novela, con publicaciones en Argentina, España, Colombia y Chile. Es
autor de los libros de cuentos Palabras
de piedra (Baobab, 1999), Media baja
(Dunken, 2012) y La insistencia de la
desdicha (Ruinas Circulares, 2018), y de los poemarios El cinturón de Orión (primer premio del 15° Concurso “Adolfo Bioy Casares”,
Ediciones Municipalidad de Las Flores, 2022) y El libro de Hopper (Pierre Turcotte Éditeur, Canadá, 2023). Ese
mismo año, el sello español Avant Editorial publicó su novela Ausencia y error.
-En el 2024 publicó su libro de cuentos La oscuridad de los hechos. -Editorial
Esa luna tiene agua.
NOCHE
DE AZULES*
Escribe un verso, háblame
de brújulas y barcos de papel,
rosas amarillas en tu infancia
y ese rostro que ves reflejarse en los
espejos,
el aroma a misterio de las catedrales,
la eufonía de campanas que brota
en las noches azules del desierto…
Sobre la lluvia que acude a borrar
el caos ordenador de la memoria
donde anida un invierno que no quiere ser
evocado,
pero vuelve, en la respiración de mi amante
dormido junto a mi vigilia, y ese matiz
arcano
que tienen los olivos centenarios cuando
sueño.
Deja fluir el anima mundi hacia mis dedos,
no temas las evocaciones,
nada es locura en este mundo irracional,
nada existe más allá del árbol que florece
en mi ventana,
mi mente es el vacío que llena todo
espacio.
Contempla la luz oscura de mis ojos,
ven, asómate al pozo del recuerdo.
Somos bidimensionales dibujos en papel,
nuestra esencia anida en otra conjunción,
todo pudo haber sido real, ¿y qué lo es?
Dejo ir a quien amo,
por si Amor toma su mano y lo regresa.
Dime si fuimos uno en otra vida,
si lo somos, si nos reencontraremos…
Pero no me dejes morir en los estruendos de
la nada,
no hay tormento peor que ese silencio
donde las palabras pugnan por ser vistas:
Cántale al hambre y a los duelos,
Cántale a la orfandad del universo.
Hay tanta soledad… tan sin remedio,
que ya ni Dios se asoma a vernos.
*De Marié
Rojas Tamayo.
La Habana. Cuba.
*
La locura enreda los
pensamientos como en el sueño. La odiamos porque cuestiona nuestras verdades,
mandatos, convicciones. Porque odiamos
cualquier enfermedad y más la del centro del cuerpo que es el cerebro y porque
tememos volvernos ajenos, otros. La odiamos como hacían los griegos porque es
"hybris", desmesura, barbarie.
La expulsamos como si fuera materia de endemoniados, como si hiciera
peligrar nuestra vida. La escondemos como
algunos animales ocultan sus deyecciones. No queremos ni oír sobre ella, ni
mirar a quienes la padecen o gozan. Los poetas, sin embargo, prestan un oído
más fino y descubren otro mundo irreconocible, un excedente de sentido. Y porque poesía, arte, música es delirio,
perturbación, aguja sobre la piel del mundo.
*De
Liliana Díaz Mindurry.
lidimienator@gmail.com
Inventren
https://inventren.blogspot.com.ar/
Oráculos*
*Por Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
Me
leyeron las líneas de la mano en La Plata. Los posos del café en Villa
Mercedes. Una mujer sumamente vieja y delgada, cuyos ojos refulgían como
diminutos diamantes de fuego, me echó las cartas en un oscuro tugurio de Buenos
Aires.
Todas las predicciones auguraban lo mismo:
Debía ir a ese lugar. Tal coincidencia me alarmaba. Las razones nunca estaban
claras. Unos decían una cosa, otros, la contraria; los más, esgrimían la
consabida excusa de que la adivinación no es una ciencia exacta y de ese modo
eludían dar mayores explicaciones.
Les cuento lo más curioso: yo nunca creí en
esas patrañas. Fue una amiga quien me persuadió. ¿Qué mal podía hacerme?
-preguntó, con esa convicción inocente de la que sólo ellas son capaces. Así
pues, lo hice únicamente por complacerla (y de paso, me dije, tal vez ella,
alguna de estas noches...)
Si la primera adivina (su cuchitril era un
arquetipo de consulta esotérica engañabobos, con gigantescas cartas de tarot en
las paredes, a modo de cuadros, y una bola de cristal sobre un tapete de
terciopelo negro, colocado encima de la mesa hexagonal que ocupaba el centro de
la sala, sobre la cual había una lámpara de gran potencia. El resto del cuarto
estaba a media luz, para realzar el misterio, supuse) no hubiese mencionado el
nombre, la cosa hubiese terminado ahí. Un juego inocuo, una frivolidad más
entre tantas otras. Pero lo hizo. Y luego me miró, leyendo en mis ojos una
intranquilidad que le animó a seguir por ese camino. Cuando salimos (mi amiga
me acompañaba), mis comentarios acerca de esos lugares de adivinos y mi risa
forzada provocaron su curiosidad. Algo había sucedido allá adentro y ella era
consciente. Le conté lo sucedido (realmente no todo, sólo lo necesario. Tampoco
es cuestión de airear chismes de otro tiempo) y dije que sólo se trataba de una
casualidad, pero no quedó convencida. Propuso visitar otro sitio. Ella se
ocuparía. Conocía gente. Yo aparentaba estar tranquilo, pero algo había
permanecido dando vueltas en mi interior. Así que, entre risas, y sólo por
contentarla, volví a aceptar.
La segunda vez fue en Morón. A Rebeca (mi
amiga) le hablaron de un hombre anciano, recluido en una casa a las afueras y
cuyo contacto con el resto de los vecinos era muy escaso. Se dedicaba a algo
llamado libanomancia, un rito mediante el cual se puede adivinar a través de la
observación del humo. Jugar con fuego no me atraía en absoluto, pero ya había
dado mi consentimiento previo, así que no fue posible echarse atrás. Fuimos
hasta allí, vimos cómo el viejo juntaba un montón de ramas secas y las encendía,
sentándose luego junto a la hoguera e invitándonos a imitarle. Mientras
aguardábamos, él contemplaba el humo, muy atento. Quizá para hacernos más
llevadera la espera, nos estuvo hablando de su especialidad (también llamada
capnomancia o ignispecia) y de los múltiples éxitos cosechados en más de
cuarenta años de práctica. En un momento dado, enmudeció, me miró con una
expresión severa y nombró el sitio. Después nos rogó que nos marchásemos. Dejé
unos billetes sobre la mesa de la cocina y salimos a la brisa del atardecer. Mi
amiga callaba. Dos veces no podía ser una mera coincidencia.
Pero si por un momento pensé que la cosa
iba a terminar ahí, no conocía bien a Rebeca. Unos días después se presentó en
mi casa, me obligó a vestirme con prisa, nos metimos en el auto y condujo hasta
Quilmes. Allí nos recibió Madame Cheirét (o Chouriet, o algo similar). Su
técnica era la fisiognomía. Esta especialidad consiste, según me fue explicando
Rebeca durante el viaje, en el estudio de las cabezas y las caras. La mujer,
ciertamente amable, me ofreció asiento en una silla antigua. Después, se colocó
frente a mí, en un sillón situado sobre una especie de pequeña tarima, y se
puso a mirarme con insistencia y atención. De cuando en cuando, se levantaba y
pasaba sus manos por mi cabeza o mi rostro, como para comprobar la veracidad
del testimonio ocular. Me sentía terriblemente incómodo, pero Rebeca estaba
radiante. Aguanté casi una hora entera. Después, escuché la palabra que no
deseaba (pero temía) oír, pagué, nos despedimos. Regresamos a la ciudad.
“En Rosario hay un tipo que se dedica a la
grafomancia”, dijo Rebeca por teléfono dos días más tarde. “Mañana vamos”,
contesté. Mientras yo trataba de fijar una cita para esa misma tarde (cine,
cena y unas copas cómplices), ella me explicaba con detalle la “ciencia” en
cuestión: Se trataba, según entendí, del estudio de la escritura. Tamaño,
forma, inclinación, todo eso. No hubo más discusión. No oyó (u simuló no haber
oído) mis razones, casi súplicas, para vernos esa misma noche.
Al día siguiente viajamos hasta Rosario. En
tren. No me apetecía conducir tantas horas y, de paso, tenía la esperanza de
quedarnos allí a pasar la noche y, ¡quién sabe!
El Doctor Morales –tal era el nombre del
grafomante- vestía una bata blanca cuando nos abrió la puerta de su estudio, un
lugar atiborrado de objetos de diversa índole, muchos de los cuales
desentonaban entre sí, dándole al lugar el aspecto de un trastero, un almacén
de antigüedades o la vivienda de un demente. De entrada, me incliné por esta
última posibilidad. El tipo nos condujo, a través de aves disecadas, aparatos
de radio estropeados y muebles con irreparables desperfectos, hasta su
despacho, no muy diferente, en realidad, de lo que habíamos dejado atrás, salvo
por la luz, más nítida.
Me sentó a una mesa –previo desalojo del
montón de objetos amontonados sin orden sobre ella- y me conminó a escribir.
“Cualquier cosa”, dijo. “Da lo mismo si es una idea, unos versos de Dante o una
colección de chistes sobre gallegos. Usted escriba. Para ponérselo más fácil,
esperaremos aquí al lado. Cuatro o cinco folios bastarán. Lo dejo a su
elección”. Después de proveerme de unas cuantas hojas de papel en blanco,
lapiceros y una botella de agua, el doctor desapareció con Rebeca por una
puerta diferente a la utilizada para entrar. Sospeché que conducía a la casa, a
sus habitaciones. Sentí una cruel punzada de celos, cuyo aguijonazo aplaqué
escribiendo casi furiosamente.
No me seducía la idea de dejar allí
constancia de mis ideas, así que recurrí a los clásicos. Recordaba pasajes del
Decamerón, del Quijote, de La Ilíada. También el cuento Ante la Ley, de Kafka.
La rememoración de esos textos, leídos tantas veces en la soledad de mi cuarto,
me sirvió para olvidar dónde estaba y qué estaba haciendo –y, sobre todo, el
temor infundado de que, en ese mismo momento, el supuesto doctor y mi adorable
Rebeca estuvieran demasiado juntos-. En el cuarto folio redacté dos sonetos de
Borges y el quinto lo usé para reproducir El espejo que huye, relato de
Giovanni Papini. Sin omitir una coma. Lo conocía de memoria.
Tardaron más de hora y media en regresar.
Para entonces ya había usado otros tres folios, dejando en ellos fragmentos
dispersos de Lugones, Poe, Chéjov y Pablo Neruda, el poeta con mayúsculas, como
le llamaba cariñosamente uno de mis alumnos. Morales tomó asiento frente a mí y
se abismó en la lectura de mis garabatos. Mi amiga se colocó justo detrás de
él, leyendo por encima de su hombro. Yo la miraba con amargura y también un
poco de ira, pero ella no me prestaba atención, concentrada como estaba en la
contemplación de los folios escritos. Deseé estar lejos. Aunque fuera en ese
lugar al que todas las señales parecían ligar mi futuro. El “doctor” tomaba
notas, subrayaba algunas palabras, hacía círculos rojos alrededor de párrafos
enteros. Yo esperaba el veredicto sin interés. La voz de Morales pronunció el
nombre como una sentencia. Al oírlo, el rostro de Rebeca resplandeció, o eso
creí ver. Fue sólo un chispazo, pero esa sonrisa borró de un plumazo mi
malhumor. Caminamos charlando hasta un hotel. El conserje nos recibió con suma
amabilidad. Hubo suerte (sin duda apoyada por el billete que deslicé con
disimulo sobre el mostrador de recepción): Había, en efecto, dos habitaciones
contiguas con puerta de comunicación interior.
En la cena me mostré encantador, conseguí
que Rebeca tomase un par de copas de champán tras el postre, le prometí un
nuevo viaje para la semana próxima: iríamos a ver al siguiente de su lista (a
esa altura ya había confeccionado una vasta nómina de “especialistas” en
asuntos esotéricos), pero la puerta de comunicación permaneció cerrada toda la
noche. No dormí bien. En la madrugada, creí oír un ruido. Fui hasta la puerta
con la esperanza de que ella, por fin… Traté de girar el pomo con precaución,
mas no se movió ni un milímetro. Decepcionado y triste, volví a la cama y caí
en un sueño entrecortado, repleto de imágenes tenebrosas. En medio de dos
pesadillas, me juré terminar con todo aquello de inmediato.
En el desayuno, Rebeca me anunció que debía
permanecer en la ciudad un par de días, trámites burocráticos para su madre,
quien no andaba bien de salud. El viaje de vuelta fue una tortura. Me encerré
en casa y juré no volver a salir en mi vida. Leí furiosamente, escuché música a
un volumen que mis vecinos seguramente juzgaron excesivo, jugué al ajedrez
contra un rival imaginario, ordené toda mi colección de sellos antiguos. No
habían pasado tres días cuando Rebeca se presentó en mi puerta, se declaró
asustada ante mi aspecto, me obligó a tomar una ducha, afeitarme, vestirme
“decentemente” y acompañarla a un sitio. “Es una sorpresa” dijo. Esa energía
suya siempre me desarma, así que obedecí. Sin la menor objeción.
Todos padecemos adicciones. Sean graves o
insignificantes, nos acompañan a lo largo de nuestra vida y, a veces, ni las
percibimos. Puede ser el alcohol, las drogas, el sexo, el ego –la más común y
menos diagnosticada-, el chocolate o las bebidas dulces. En esa ocasión,
mientras íbamos hacia Trelew, para visitar a un experto en ornitomancia (observación
de las aves), descubrí que la adicción de Rebeca eran los gabinetes esotéricos.
Y me arrastraba tras ella como a un perrito, con la excusa de hacerme un favor:
era yo quien necesitaba “consejo espiritual”. El asunto resultaba muy extraño
–no voy a negar lo evidente-, y mi curiosidad crecía con cada nueva respuesta
afirmativa. Pero ¿quién necesita conocer el futuro? Bastante tenemos con
soportar el peso del pasado y vivir lo mejor posible el presente.
En Corrientes fue la enomancia (lectura de símbolos
en el vino).
En Mendoza la numerología.
En Luján, la sicomancia, que utiliza hojas.
Fueron semanas de viajes, escenas sacadas
de películas en blanco y negro, habitaciones contiguas pero siempre separadas y
esperanzas renovadas por la mañana, que veía arder cada noche en el fuego
glacial de la soledad. La boca de Rebeca era una promesa eternamente pospuesta.
Y el dinero empezaba a menguar de forma alarmante.
En Bahía Blanca, botanomancia (como se
deduce del nombre, usa las plantas).
Xilomancia (madera) en Paraná.
Aluromancia (adivinación practicada con
harina) en Junín.
Se ha dicho que la locura es hacer siempre
lo mismo esperando un resultado distinto. Nosotros hacíamos justo lo contrario:
Probar diferentes medios y obtener un mismo resultado. Llegó un momento en que
ya parecía imposible la existencia de otra respuesta. Si eso hubiera sucedido,
si se hubiese producido un cambio, tanto Rebeca como yo nos hubiéramos quedado
atónitos y, con seguridad, hubiésemos pedido la repetición de la prueba.
Bibliomancia en Córdoba (El libro utilizado
fue La Eneida, de Virgilio. Así solían hacerlo, se nos explicó, los romanos).
En Catamarca, ceromancia (se usa la cera de
una vela).
Si al principio nos guiaba la búsqueda de
una comprobación, ahora era más bien la esperanza del error: que en una de esas
gravosas visitas, alguien pronunciase otro nombre, abriendo así una ventana a
otra realidad, un agujerito minúsculo por el cual escapar de esta condena que
se cernía, implacable, sobre mí.
Aeromancia (observación de los fenómenos
atmosféricos) en Salta.
Tarot en Resistencia.
Al borde de la extenuación y la ruina,
Rebeca insinuó una última posibilidad: En un lugar llamado La Serena, en Chile,
existía un viejo cuya habilidad consistía en interpretar los signos de la
arena. Tras dos horas caminando por la playa, agachándose de cuando en cuando
para observar algún dibujo más de cerca, el anciano meneó la cabeza: Su
dictamen fue implacable.
Era el último viaje. O más bien el
penúltimo. Faltaba uno, naturalmente. Yo ya no tenía ni para gasolina. A la
vuelta, vendí el auto y fui a la estación. Saqué dos pasajes para Ingeniero
Williams y llamé a Rebeca, pero no obtuve respuesta. Dos días estuve
telefoneando sin resultado. Fui a su casa, pero la portera sólo me informó,
secamente, de su ausencia y no condescendió a dar más explicación. Me miraba
con desconfianza. Pensé en contactar con la policía y denunciar su
desaparición, pero algo me urgía más: Terminar con eso que me estaba calcinando
por dentro. A la mañana siguiente, tomé el tren hacia Ingeniero Williams.
Hice la mayor parte del viaje dormido. O
abstraído. Al llegar, bajé del vagón con un sentimiento de derrota en mi ánimo.
Como si los fantasmas del pasado me hubiesen obligado a regresar. “¿Y ahora?”,
me pregunté. En la estación no parecía haber nadie más, lo cual me contrarió,
porque charlar dos minutos con el encargado o un viajero cualquiera, me hubiera
servido para serenarme. Para sentir el suelo bajo mis pies.
Me senté en un banco, al sol. Recordé, como
había venido haciendo durante esas últimas semanas, las escenas de veinte años
atrás. Quise razonar que tal vez este regreso era mi expiación. Sin duda, no
estaba preparado para lo que ocurrió a continuación.
De un rincón en penumbra, a mi derecha, a
unos diez u once metros, surgió una voz que no pude dejar de reconocer.
- Te estaba esperando.
Pensé que se trataba de un espectro, pero
el contorno del hombre de quien provenía el sonido parecía muy sólido. No podía
verle el rostro (¿era realmente necesario?). Sólo el gabán, el sombrero, los
zapatos. Las manos enguantadas.
- Te creía muerto – respondí, con un aplomo
que no hubiera supuesto.
- He esperado mucho tiempo –dijo, como si
no me hubiera oído.
- Veinte años – susurré.
- Veinte años – repitió él, como un eco
acusador.
Podría excusarme alegando que lo ocurrido
entonces fue accidental. Que yo no pretendía su ruina ni seducir a su mujer. Y
mucho menos hacerle daño a él, a quien consideraba un buen amigo. Simplemente
ocurrió así. Sólo defendía mis intereses. Eran las reglas. Pero incluso a mí,
tras tanto tiempo, todo eso me sonaba a palabrería sin sentido. Había llegado
la hora de la venganza y yo estaba dispuesto a dejarme matar sin una sola
queja. Me parecía justo.
Fue entonces cuando percibí el perfume.
Miré hacia el rincón. Tras la sombra del hombre, había otra, más pequeña, casi
imposible de ver desde la zona soleada donde yo me encontraba. Y lo comprendí
todo. Sin decir palabra, fijé la vista en el suelo, ante mí. Otro tren acababa
de llegar. Iba en dirección contraria. Nadie bajó. Oí pasos a la derecha.
Cuando miré, en el rincón no había nadie. Por un instante, aún tuve la
esperanza de haber sufrido una alucinación provocada por el sol. Pero al volver
la vista pude ver, como en un destello, un abrigo de mujer desapareciendo en el
interior del vagón. La puerta se cerró y el tren echó a rodar sobre las vías.
La estación quedó desierta. Pronto, el sol se pondría y la noche austral lo
invadiría todo.
- Sergio Borao LLop.
-Narrador
y poeta. Nacido en Mallén (Zaragoza, España) en 1960.
Miembro de
Poetas del Mundo, del directorio REMES, del movimiento internacional Los Puños
de la Paloma y del Club de Cronopios (Literatuya).
Colaborador
habitual o esporádico en varias revistas y boletines electrónicos (Letralia,
EOM, Almiar-Margen Cero, Inventiva social, Gaceta Virtual, NGC3660, El Cronista
de la Red, ELFOS, Narrativas). Presente en diversas webs de contenido literario
(Poesi.as, Literatuya, Cayo Mecenas, Proyecto Patrimonio, Artepoética).
Finalista
en los certámenes de poesía y relatos Ciudad de Zaragoza (1990).
Seleccionado
en algunas antologías de poesía y prosa en español (Versos sin bandera, El club
de los relatores, Haikus desde casa, Poemas quietos, etc.).
Obra
publicada: EL ALBA SIN ESPEJOS (relatos)
(Literatúrame, 2013)
LA MANO EN LA PALABRA (selección y prólogo) (MediaIsla, 2015)
DESDE LAS PROFUNDIDADES (prólogo) (Black Diamond Ed. 2013)
http://sergioborao2011.blogspot.com.ar/
-Próxima estación:
FRANCISCO A. BERRA.
-Continuidad literaria
por el Ferrocarril Provincial:
ESTACIÓN
GOYENECHE.
GOBERNADOR
UDAONDO.
LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.
GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN
DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA
VEGA.
D. SÁEZ.
J. R. MORENO.
EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL
ETCHEVERRY.
LISANDRO OLMOS.
INGENIERO VILLANUEVA.
ARANA.
GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
InventivaSocial
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-Editor
responsable: Lic. Eduardo Francisco
Coiro.
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