viernes, mayo 31, 2013

LA CORDURA TAMBIÉN ES UN DISFRAZ...




                       *Obra de Claudia Marting.
                     Rosario. Argentina.
                                   http://www.facebook.com/#!/pages/Claudia-Marting-pinta/313325418684014?fref=ts
 
 
 
 
 
 
 
EL GRITO DEL SILENCIO*
 
 
 
Cuando el silencio se hace cuerda bajo el grito
cuando un grito en el silencio se estremece
cada recuerdo enamorado guarda sus gardenias
bajo el creciente perfume de la noche
y se sostiene
Es el grito del silencio el que viste
de una profunda piel esta fragancia
y las aceras vacías
y la cadencia del canto
y el pentagrama herido
que intenta remontar su abecedario
redobla en perspectiva fetal para llamarnos
Porque el grito es silencio y no es el grito
y la flor viste de azules su garganta
cuando grita el silencio en primavera
y la esperanza habla…
 
 
*De Ana Lía Gattás. al_gz@yahoo.com.ar
-Mendoza, Argentina-
 
 
 
 
 
LA CORDURA TAMBIÉN ES UN DISFRAZ…
 
 
 
 
 
PORFIA*
 
 
*De George Reyes. george_reyes@email.com
 
 
Bajo aletazos mudos
cae aquel día herido en un cesto en la tarde
el llanto enjugado con el pañolón del viento
retorna alud de un modo callado
Jugando a ser en este desparaíso
me rozo con tu bondad
por eso se han reforzado
mis pies
se han alargado
las manos
 
Con los pies persigo a ese día yerto en tu alcoba
Y lo reanimo yo inclinado con el índice del recuerdo
 
 
George Reyes, del libro El azul de la tarde (2013)
México, México. D.F.
 
 
 
 
 
 
CUENTOS DE LA REALIDAD
 
 
De santuarios y sonidos*
 
 
 
*Por Carlos Alberto Parodíz Márquez. parodizlaunion@gmail.com
 
 
Miré por la ventanilla del Megane que me llevaba, en realidad me devolvía, durante la madrugada de un lunes reciente.
Precisamente la llovizna, mansa, se derramaba lánguida sobre el suburbio de la ciudad. Lomas de Zamora suele deparar sorpresas siempre, una vocación protagónica que no la abandona, como a muchos habitantes. ¿Será la misteriosa razón de su desquicio institucional? No lo sé.
Lo cierto es que la música había quedado atrás y el silencio, la soledad de las calles desiertas y el brillo acerado, por momentos, del pavimento húmedo de deseos inconfesos, predisponía a la melancólica observación.
De un tiempo a esta parte vi crecer, desmesuradamente, la fe en muchos vecinos de clase media-media, que siguen sospechando que son mucho más que dos.
Las confesionalidades parecen, abusivamente, ser propiedad de los católicos y emergen de la noche a la mañana, devotos santuarios en esquinas estratégicas.
Hombres devenidos en improvisados albañiles, balde y cuchara en mano, se apresuran a ganar su lugar en el cielo, presumiblemente encapotado para todos. Los que más disponen, entre tanto, supervisan a los contratados que bendicen la bendición que significa arañar una changa.
Los hay de distintos modelos pero en la mayoría, por lo menos aquellos que he visto crecer sin que nadie los riegue, la destinataria resulta una virgen, no importa cual. Seguramente elegida de la vecina, esposa de quien, seguramente, salió a ejercer la militancia de convocar a pares amigos, porque los otros van a restregarse las manos sentados a sus puertas, esperando ver pasar el cadáver del organizador.
Lo cierto es que el oficio, entusiastamente recibido por los invitados, consecuencia del propio, destilado por los invitantes, prendió y circula a gran velocidad. Aparecen materiales, floreros, pequeños jardines -entre los más ostentosos-, ejecutados con diligencia y hasta cierto sentido estético, que bien podría derivar hacia otras causas, pero esto es opinable. He tenido noticias de alguna gestión ceremonial para que un cura con tiempo disponible, extendiera la oficialización. No conozco la respuesta del hombre de la iglesia, pero supongo lo habrá conmovido la demostración que se advierte entre vecinos de algunas calles de ciertos barrios y nunca en la Iglesia.
En eso merodeaba mi pensamiento, cuando las familiares luces de posición intermitentes, del Alfa gris, que suele conducir Yon con la frágil autorización ilimitada, concedida por la dueña, apareció detenido en la esquina de Mentruyt y Portela, sede de uno de estos “espontáneos” testimonios de religiosidad furibunda, porque convengamos que, por lo menos en estos barrios, en años, nunca se había visto nada semejante. Antes eran sólo torres de basura.
El vasco había desembarcado y hablaba, quedo, con el tripulante de un carrito cargado de ramas provenientes, seguramente, de otro barrio y otro vecino. El hombre parecía desorientado. Pedí a Pella, que conducía, detener la marcha. Sus rasgados ojos verdes equilibraban la piel tostada y el cabello dorado, casi un sol en la oscuridad, pero su mirada resumía distancias respecto de la escena. Conocía a Yon, tanto como a mí, de ocasionales y furtivos episodios de tiempos y lugares oscuros, con misiones cruzadas, tanto para ella como para él, por no decir nosotros y faltar a la verdad.
Resumía, eso sí, la serenidad de alguien familiarizado con los riesgos. El descenso automático del vidrio de mi lado, me permitió percibir un movimiento furtivo en la mano izquierda de Yon. El respingo, sorprendido, del hombre ante la cruz y el piafar del jamelgo, sorprendido por el tirón de las riendas, fueron suficientes indicios de su rendición.
El hombre murmuró algo que no alcancé a oír y sacudiendo la cabeza hacia ambos lados, no parecía conforme con la retirada. Miró, subrepticiamente, hacia el blanco santuario iluminado por la luz de mercurio, estacionada en lo alto de la columna metálica y que reflejaba la imagen coloreada dentro, casi una invocación.
Yon se volvió hacia nuestro auto y con la inmutabilidad que lo distingue, apuntó:
- Seguime que nos espera Guido -;  se me cayó la mandíbula del asombro, ¿como sabía este tipo que nosotros pasaríamos, justo por ahí? Me resigné igual que cuando le guiñó el ojo izquierdo a Pella, señal de complicidad –no voy a contar que ocurre cuando guiña el derecho-, ascendió al Alfa, puso primera y casi se nos pierde en Pereyra Lucena.
La calle ancha y generosa, en realidad consecuencia fundacional, cuando el “camino de las tropas” estaba próximo y nacía el triángulo de las historias propias y ajenas de los Grigera, Portela e Iberra, “familias fundadoras”, legaron a este presente la ignorancia de la mayoría, sobre el porque esas tres calles vecinas son las más anchas de Lomas.
Lo cierto es que Yon viajaba raudo para tomar Paso, trasponer la avenida y detenerse en un discreto boliche  abierto a la casualidad. La causalidad bien podría ser el feriado incipiente, que se derrumbaba sobre el país, para aumentar la siesta del aguardo. Entre los autos y los dieciséis (cuatro por cuatro), destacaba la soberbia estatura del Fiat Regatta de Guido, un verde malva desteñido, fijando su condición de “sapo de otro pozo”, en medio de la opulencia.
Guido, erecto como un pino entre abedules, mostraba su delgada figura, ligeramente encorvada sobre un esperanzado trago largo –Manhattan-, legendario hábito que, desde una azarosa noche en Tabac, años atrás, lo soldó a sus apostaderos en la barra de turno. Frente a él relucían unos canapés verdes –  estoy a dieta – no aclaró muy bien de que, porque cuando hay viento uno supone que debe llevar piedras en los bolsillos para que no lo vuele.
La espinaca aderezada me pierde, en realidad me pierde cualquier cosa, consecuencia perversa de mi trabajo, ¿acaso hay un periodista que no tenga hambre atrasada?, sobre todo a la hora del festejo de los figurones y cuando no de los patrones de lo que sea? Y si le agregamos literatura malvada que acecha en la oscuridad de los sentidos, ser famélico, resulta  casi herencia genética.
Todo esto para decir que me serví antes que Yon ordenara, educado y galante aquello aconsejable para ¿la hora? Tres Absolut con hielo granizado y jugo de naranjas natural, para no contradecir al psicópata de American Psycho; por supuesto reclamó remolachas remojadas en miel y jeréz, para sostener el excelente contrapunto que suponen los abrumados trozos previos de alcauciles rociados con aceite de oliva y sumergidos en pimienta blanca, para servir como prueba de amor, propia de hígados estoicos.
Pella atendía detalles, recogía miradas codiciosas, presta a ser testigo de la revelación que, por supuesto, me tenía sin cuidado, Guido parecía ansioso de vomitar.
- ¿Te acordás de Germán? – le disparó sin darle tiempo.
- ¿El hijo de Germán? – retrucó Yon, sumando confusión antes de que el día decidiera su rumbo, como yo el mio y mi sueño acumulado. Bostecé, pero antes bebí un buen trago para refrescar ideas.
- El mismo - confirmó Guido con su mirada irrepetible de ojos grandes y grises que siempre parecen preguntar.
- ¿Y que pasa con él? – la impaciencia en el vasco es filosa, fría, acerada, pero superior a él. La mayoría le atribuye cierta crueldad a su tono, pero no es cierto. Tampoco que tenga un carácter podrido, como suele deslizar la mujer dorada a mi oído desatento y  memoria de esc.
- El pibe tiene una banda de salsa, rock fusión y esas mezclas, conseguir una fecha y lugar para tocar es más difícil que Naomi salga ilesa de la doce en una tribuna de Boca, pero ocurre que se juntaron con otros dos grupos y consiguieron armar equipos y achicar gastos. Tocaron en el Roma de Avellaneda, casi podría decir ayer – hizo una pausa por la congoja.
- ¿Les fue mal? -, tanteó cauto Yon.
- Peor, les fue muy bien, llenaron – rezumó dolorido Guido.
- ¿Entonces? – enfatizó perentorio, luego del segundo sorbo profundo y despachar la tercera porción de remolachas,  sin dejar de echar una mirada, distraída, al escote del vestido verde que Pella, que lucía prometedor.
- Resulta que cuando terminó la función, los grupos se fueron y los dos “plomos” desarmaron equipos, acomodaron todo cerca de la puerta y salieron para ir a buscar la camioneta que alquilaron . El teatro tenía las cortinas bajas y no había nada que temer. Por eso y por seguridad se acompañaron entre los dos. Resulta que de golpe se aparecieron los “capuchas” del piquete, “barretearon” la cortina y se “afanaron” todos los equipos de sonido,  eso sí no se llevaron los instrumentos. Se ve que no les servían. Cuando los pibes volvieron y  encontraron la cortina forzada, al portero pálido del cagaso, se informaron y salieron corriendo para hacer la denuncia – hubo un silencio cautelar, para tomar aliento,  porque del Manhattan no había rastros.
- Bien, ¿supongo que mandaron la patrulla, porque esas cosas no son fáciles de ocultar, no es cierto? -, la acidez ya pesaba en el tono de Yon.
- Al contrario, los trataron muy amablemente pero les dijeron que a esos, no los podían tocar, tenían ordenes -, la aflicción de Guido parecía legítima. Yon para animarlo volvió a pedir otra vuelta, con tal de animarlo.
- ¿ Y quienes eran? -, interrogó algo más suave, el vasco.
- La gente de Raúl – fue la cáustica respuesta, sin añadir precisiones. Por otra parte no eran necesarias.
- ¿Qué querés que haga? – fue plañidero el toque de Yon que, como buen pronosticador de tormentas, sabía lo que se venía.
- Para empezar que hables con él, vos lo conocés. Necesitamos recuperarlos. Los pibes no pueden -tocaron  a la gorra- reponer todos esos equipos; estan desesperados - , deslizó Guido.
- ¿Y para continuar? – fue zumbón y descalificador.
- Que hables con quien sea. Vos conocés mucha gente que te debe favores y quizás puedas hacer algo. Por derecha seguimos sin derechos – fue la amarga conclusión de Guido, que no se resigna a que estamos como estamos, porque nos trajimos hasta aquí.
- Dejámelo ver. Yo te llamo -, fue la respuesta y mirándome añadió. - ¿Te das cuenta? Cuando los jubilados no son suficientes para moverlos o se te van a caer, hay que sumarles gente, así le va al “barba”, pero – se corrigió – le va bien. En Avellaneda siempre le fue bien. Le salió un juicio redondo. Ahora es “lider nacional”, y el mercadito de Banfield, parece una postal -, asentí, sumido en el hastío de tanta mentira vagando por la vida de los argentinos. Bebimos y, como es habitual la cuenta estaba paga. Esa también va en la cola de las dudas. Antes de abordar los autos, lo interrogué haciéndome el distraído. La ironía en la sonrisa de Pella era casi un veredicto.
¿Y ahora adonde vamos? – el sin mirarme respondió - a tu casa pero vamos a hacer un parada antes - , sin dar detalles partimos. Buscamos Saenz, como Nietzche las respuestas, nos persignamos en la Catedral, por las dudas, llegamos a Mentruyt le apuntamos a Portela y las luces traseras del Alfa volvieron a encenderse rojas de espanto o vergüenza; en la esquina, gruesos troncos de plátano, habían hecho polvo el santuario, los escombros se desparramaban en las inmediaciones, igual que la basura reciente, que ya habían vuelto a volcar los carritos.
Yon se apeó, agitando la cabeza, escéptico, su mirada era indefinible,  caminó unos pasos, yo no me moví Pella tampoco,  antes de reiniciar la marcha alcancé a oirle.
- La fe puede mover montañas como no iba a mover las de basura – dijo y partió. Nos miramos con Pella y acordamos, en silencio, olvidarnos por un rato. La vida es bella, a pesar de Benigni, sobre todo si soplamos en el viento.
 
 
-Fines de 2002
 
 
 
 
 
 
 
Un momento feliz*
 
 
Uma llega  a casa el día de su cumpleaños. Su cabeza es una fiesta de trencitas y cintas de distintos colores. Hay una femenina disposición a la belleza .No es natural pienso, nadie es hermoso sin una mirada que lo señale .Es un lazo en movimiento y esa alegría de festejar la propia vida, que la dispone. Se celebra una historia, esa rara escena de ser el mismo y distinto. ¿qué tenemos en común con el bebé, el niño, las distintas etapas de la vida. ¿Se festejará el hilo que enlaza? Me dan ganas de gritar,  creo que lo hago.  Ella contenta,  hace música con un instrumento que le regalaron. Me muestra su vestido,  lee un cuento con pocas palabras e imágenes, ese libro lo lee. Antes había dicho que no sabía leer pero sabe. Lee en mis ojos que está encantadora. Lee cosas que entiende y que no, en los tonos de voz. Lo que no se comprende es un misterio a desarrollar, abierto, un largo cuento.
Uma habla como si no cerrara los sentidos, dice algo de la vida. La vida, ese enlace de momentos brillantes y opacos. La vida esa sorpresa como cuando esta tarde ella del  otro lado de la puerta me mostraba sus  5 años rutilantes de recién estrenados.
 
 
 
 *De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com
 
 
 
 
 
 
 
LOS MUTANTES DE LA SALADITA SUR*
 
 
 
*Por Alfredo Armando Aguirre. choloar47@rocketmail.com
 
 
 
Dicen algunos hombres sabios que las personalidades se forman hacia los seis años. Pareciera que hay acuerdo en eso.
Y frisaría los seis años, allá por 1952/1953, cuando todavía el tren que iba y venia a La Plata pasaba lentamente por donde se estaba por inaugurar el viaducto Sarandi.
Por esa época me ocurrió algo que con el tiempo iría adquiriendo inesperadas dimensiones.
Los ancianos de estos comienzos del siglo XXI, sabrán  de que hablo cuando me refiero a “Puerto Piojo”. Allí me llevo por lo menos una vez mi abuela materna que tenia un negocio de lavandería para barcos...Ya nada de eso casi existe. Entonces se cruzaba en bote.
Nunca uno sabe porque le pasan ciertas cosas, pero lo cierto es que un personaje, empezó a decirme cosas  al estilo de los cuentos que nos contaban nuestros mayores y que se siguen contando a los párvulos.
Al botero ese lo veía anciano, tenía aspecto como de japonés o chino. Y como mi abuela me dejó a su cuidado (antes eso era algo habitual) mientras hacia  su negocio, el botero, o el chino, me hizo el siguiente relato:
Había una vez hace mucho tiempo, cuando todo esto (y señaló lo que nos rodeaba) era una especie de delta, que llegó una flota de navíos todos construido de junco. Venían desde muy lejos. Desde la China.
En las embarcaciones no venían mujeres, salvo una princesa con su hermano príncipe también. Ambos eran mellizos y ya eran adolescentes. El amor entre hermanos estaba prohibido y se castigaba con la muerte.
Cuando entraron a un río que los que estaban aquí desde el origen identificaban como río de los lobos, por los lobos marinos o de río  que vivían plácidamente en sus márgenes, el amor se había consumado entre los hermanos y había sido descubierto.
El almirante de la flota era juez supremo dentro de lo que ocurriera en ella y no tuvo mas remedio que dictar sentencia. No le quedaba atento los rígidos códigos más alternativa que la condena a muerte de los reos. Debía cundir el ejemplo porque ya se sabe los motines en alta mar son de temer.
Pero como en todos lados se cuecen habas, el almirante sabía que se trataba de condenar a dos príncipes y eso le podía ocasionar problemas con el emperador y su corte.
En esos tiempos la magia, la ciencia, la química y la religión coexistían. El almirante debía sentenciar antes de que la flota levase anclas, y ya era tiempo de zarpar. Reunió en concilio a los sacerdotes alquimistas y estos le sugirieron una alternativa que lo pondría a salvo de las iras imperiales sin contrariar a las leyes y a la religión. Los príncipes serian condenados a mutar de forma y de humanos se convertirían en cisnes blancos, los que por su divinidad real habían de tener como característica distintiva  un cuello negro.
Como altezas reales se deberían contar con una corte y servidores. Como albaceas y consejeros, unos miembros de la tripulación-voluntarios ellos-habrían de convertirse en garzas  blancas y grises. Los que habrían de integrar la servidumbre serian convertidos en gallaretas y una guardia de honor estaría integrada por quienes habían de ser mutados en patos.
La sentencia se cumplió, las metamorfosis se operaron y la flota partió.
Los cisnes siguieron siendo cisnes, pero algunas garzas, patos y gallaretas pudieron revertir el hechizo y con el paso del tiempo fueron tomando formas humanas.
Siglos después todo se transformo de golpe. El placido delta fue canalizado y llegaron hombres con sus máquinas de vapor. De una de las lenguas del delta construyeron un largo canal al que denominarían Dock Sud. Era lo previsto mucho mas largo de lo que se ve por estos días iniciales del siglo XXI. Un día esos hombre necesitaron destilar petróleo para hacer funcionar sus máquinas y el largo canal se cortó para hacer una destilería (La Diadema).
La parte sin acceso al río se trasformó en una laguna...allí quedaron los cisnes reales y su corte…Mas tarde los hombres empecinados en hacer circular vehículos autopropulsados volvieron a cortar esa laguna y así  los príncipes y su corte quedaron aislados en la parte sur. A las partes cercenadas del Doque con el tiempo se las conocería como Saladita Norte y Saladita Sur y el origen de esa denominación es aun objeto de controversias.”
El anciano- con el paso del tempo empiezo a creer que es uno de los mutantes que logró revertir su condición de gallareta- me contó que algunos de los descendientes de los mutantes habían de encontrarse en un centro cultural que llevaba el nombre de una esas descendientes  que se había casado con hijos de migrantes venidos de Europa. Creo que el apellido del centro era Pizarnik... De allí habría de surgir un grupo de artistas que habrían de recordar la aventura de amor de los príncipes hermanos. Para identificarse, asumirían los colores de la flota que los trajo. Esos colores eran violeta, turquesa y verde... Esa tribu terminaría por asentarse muy cerca de la laguna.
Más o menos esto es lo que me había contado el anciano.
Quedó estibado en mi sensibilidad, como algo que hoy consideraríamos como bizarro y como dirían los muchachos del tablón como un gran bolazo.
Pero a veces uno se entera de cosas que hacen mudar súbitamente las opiniones.
Hace pocos años se ha descubierto que antes del viaje de circunnavegación del mundo que realizara Sebastián Elcano iniciado por Magallanes, hubo una flota china de juncos que dio la vuelta al mundo en sentido inverso. Cuando un emperador dispuso la clausura que implicaba la Gran Muralla china, se mandó quemar todas las memorias incluida la aventura de esa flota. Pero parece que algún archivo se salvó de la quema y es así como hoy parece verosímil aquel relato.
Cuando hace pocos años nos enteramos de esa novedad, se nos hizo presente en la memoria el cuento de aquel viejo botero que nos cuidaba en Puerto Piojo mientras mi abuela hacia su negocio.
Hoy cuando paso por la Saladita Sur veo a los cisnes principescos a punto de tener una nueva descendencia. Escucho ese sonido tan peculiar de las gallaretas. Veo escudriñar el horizonte a las garzas y a los patos haciendo evoluciones. Los sábados se escuchan el tronar de los bombos de una murga que esta prisionera del delirio y que se ha asentado en un club a pocos metros de la Saladita Sur.
Si Vos crees en la lógica difusa. Si aceptas que en el acontecer espiritual el pasado y el futuro nacen y crecen juntos, coexisten y se compenetran recíprocamente, podrás concluir qué de fantasía o que de realidad hay en lo que te cuento. Después de todo “Todo es posible para el que cree”.
 
 
 
 
 
 
SOLEDAD Y NOSTALGIA*
 
 
 
Ya no temo a la sombra,
a los lugares oscuros
ni al espejo que me sigue a todas partes.
 
A soledad y nostalgia, no temo.
Ni a tardes tras ventana
en día de lluvia y viento.
 
La soledad se gana.
Pero ¡ay! La nostalgia
es siempre cosa ajena.
 
 
*De Miguel Crispin Sotomayor. arcomar@cubarte.cult.cu
 -Para Inventiva Social. Poema tomado del poemario “Las campanas doblan por los vivos” (2011, inédito).
 
 
 
 
 
 
 
Libros para todos*
 
 
*Por Juan Forn
 
 
Un joven empleado de la editorial Bodley Head espera el tren en Devon para volver a Londres. Ha ido hasta ahí a llevarle unos papeles a Agatha Christie y soportar sus quejas (“Es imprescindible que mis libros sean más baratos, mi público no puede pagar tanto”), y ahora descubre con malhumor que no trajo nada para leer en el viaje de vuelta y que en la estación no se venden libros. Sin lecturas para distraerse, al joven Allen Lane no le queda más remedio que hacer el viaje pensando y así se convirtió en el santo patrono de los autodidactas de su país y del mundo. Los libros baratos de bolsillo ya existían en Inglaterra en 1935, pero su contenido y sus temas eran acordes con su precio; lo que hizo Allen Lane cuando inventó los Penguin Books fue poner a disposición del bolsillo más humilde los mejores libros de todas las épocas al equivalente de cinco pesos nuestros de hoy. Porque ésa era la idea: hacer libros que costaran lo mismo que diez cigarrillos sueltos; con ese precio podrían venderse en cualquier parte, a cualquiera que tuviese seis peniques en su bolsillo.
Por supuesto, al principio no convenció a nadie, empezando por sus propios jefes de Bodley Head. Pero lo que produjo unánime rechazo en todas las venerables editoriales que visitó Lane no fue la supuesta inviabilidad económica del proyecto (la ganancia era tan exigua que había que vender quince mil ejemplares de cada título sólo para cubrir costos), sino que les parecía indigno que un buen libro costara seis peniques: “Lo que usted quiere es degradar nuestro oficio, jovencito”, fue la frase que Allen Lane oyó una y otra vez, y eso pareció que hacía cuando se cansó de buscar socios y se cortó por las suyas, con un elenco que era una Armada Brancaleone para los parámetros editoriales de la época. Primero hipotecó la casa de sus padres y abrió su empresa, con un capital de cien libras y sólo diez títulos, y tuvo su primer golpe de suerte cuando los almacenes Woolworth’s y los Ferrocarriles Británicos se convirtieron en sus dos principales clientes: en seis meses, Penguin alcanzó el primer millón de ejemplares vendidos. En un rapto de humor inglés, Lane había decidido el nombre de su editorial porque había existido en el mercado inglés un emprendimiento similar al suyo llamado Albatros (el logo era un ave con las alas desplegadas) que fue un fracaso rimbombante: “El problema son las pretensiones. Nosotros seremos el ave sin pretensiones por antonomasia”, dijo y mandó a uno de sus hermanos al Zoo de Londres a bocetar el logo. Este volvió diciendo que esos animales apestaban tanto como la cola que usaban en taller para pegar los libros, argumento que terminó de convencer a Lane del nombre que debía llevar la editorial.
En un páramo de Bath Road donde hoy se alza el aeropuerto de Heathrow alquiló un viejo depósito (que, con los años, era señalado con orgullo a los paseantes por los vecinos del lugar: “Esa es La Penguincubadora. De ahí vienen todos los libros que se leen en Inglaterra”) y allá se llevó a su Armada Brancaleone: Alan Glover, su asesor literario, era un objetor de conciencia que había aprovechado su estancia en la cárcel durante la Primera Guerra para aprender latín, griego y sánscrito. Jan Tschichold, su diseñador, había abandonado Alemania luego de inventar la tipografía asimétrica sans serif y de que los fascistas se la apropiaran y lo forzaran al exilio. Krishna Menon, su asesor legal, era un asceta socialista hindú, recibido de abogado en Madrás, cuyo brillante alegato para que Penguin publicara El amante de Lady Cha-tterley se estudia en Oxford y en Cambridge hasta el día de hoy. La “pornográfica” novela de DH Lawrence sería el mayor best-seller de Penguin, sólo superado por la Odisea de Homero, y la historia fue así: Lane tenía una secretaria cuyo marido vegetaba en la sección educativa de la editorial Methuen y, en sus ratos libres, entretenía a su esposa leyéndole fragmentos de la Odisea en griego que él mismo iba traduciendo al inglés. En esa época había catorce traducciones disponibles de la Odisea que pasaron inmediatamente al olvido cuando Penguin publicó la de EV Rieu, el marido en cuestión. El señor y la señora Rieu tenían en ese momento un hijo en el frente, eran los tiempos de la Segunda Guerra, y dicen los que saben que ninguna otra traducción de la Odisea logra transmitir como ésa el anhelo de que el héroe logre volver a casa. La leyenda dice que el apelativo pocket-book nace en esa época: el uniforme de las tropas británicas en la Segunda Guerra tenía un bolsillo en el que cabía justo un librito Penguin, y había tantos soldados con un Penguin en ese bolsillo que el Estado Mayor británico le duplicó a la editorial la cuota de papel que estipulaba el racionamiento.
Durante casi treinta años, Penguin no tuvo competencia porque a ninguna otra editorial le interesaba tanto esfuerzo por tan bajo margen de ganancia, de manera que los libros ingleses se publicaban primero en tapa dura, en alguna de las venerables editoriales tradicionales, pero la cara con que pasaban al recuerdo de los lectores era con la tapa de Penguin, cuando aparecían en bolsillo y podían comprarse con unas moneditas: recién en 1970, cuando la empresa se volvió una sociedad anónima y Lane fue pasado a retiro, hizo falta un billete de una libra para comprar un Penguin (antes, Lane debió ceder al signo de los tiempos y pasar a retiro sus amadas tapas tipográficas, un famoso día de 1960 en que oyó a un miembro de la joven generación de diseñadores quejarse a sus compañeros: “Estas tapas parecen chicas remilgadas que llegan al baile vestidas como sus madres van a la iglesia”). Eric Hobsbawm dijo que la universidad de los pobres ingleses eran los Penguin y la BBC y que los laboristas les debían a ambos su triunfo electoral de 1946 y las dos décadas y media que se mantuvieron en el poder, pero el vínculo indisoluble de los ingleses con los libros del pingüinito bailarín se fraguó en los años duros del bombardeo nazi.
Uno de mis libros más preciados y mi Penguin favorito de todos los tiempos es la edición de Los exiliados románticos, de EH Carr, con la clásica tapa tipográfica (título y autor en Gill Sans negra sobre fondo crema, y las clásicas bandas horizontales de color arriba y abajo, donde iban calados el nombre de la editorial y el logo del pingüino). Un librero de usados en Rosario tenía al mismo precio la vieja traducción del sello Piragua y un ejemplar bastante baqueteado de la edición de Penguin. Me dijo que se lo había aceptado de lástima a un viejo inglés que, antes de soltarlo, lo hojeó por última vez y comentó con una mezcla de añoranza y leve estupor que con ese libro bajaba a los refugios antiaéreos cuando sonaban las sirenas, en Londres, en el año 1940. Es materialmente imposible que eso sea cierto (la edición Penguin de Los exiliados románticos es de 1949, como lo demuestra el pie de imprenta de mi ejemplar), pero yo le creo igual a ese inglés novelero que en la primera página al costado firmó su nombre y debajo escribió esmeradamente “London, 1940” para sacar unos pesos más en una librería de viejo de Rosario, cincuenta años después.
 
 
 
 
 
 
 
 
Psiquiátrico*
 
 
Esta semana visité las instalaciones del Borda, el hospital neuro psiquiátrico al estilo de los grandes hospitales de Europa.
En un paredón había un grafitti que decía: "La cordura también es un disfraz".
Qué razón tienen, dios mío.
 
*De Graciela Tubino. gtubino@fibertel.com.ar
 
 
 
 
 
 
* * *
 
 
 
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