domingo, octubre 30, 2022

ESAS ESMERALDAS DE MILAGRO FICTICIO

 


*Foto de Noelia Ceballos.

https://www.instagram.com/noe_ce_arte/

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

 

Caí

como la manzana sobre la cabeza de un ángel.

Lo supe el día que pregunté por Dios.

Atravesé el misterio de no reconocer

la alegría,

el dolor,

la pena,

porque todo parecía lo mismo:

el agua parecía agua

y yo no distinguía entre la lluvia,

el mar, las lágrimas, un lago;

el frío parecía frío,

y era lo mismo la nieve, la ausencia,

el silencio.

Ah, cuidado, me dije,

en el desconcierto

anida un ave rapaz

y me desmayé antes de ser valiente.

Más de una vez, me levanté

como se levantan los frutos del suelo:

necesité una mano.

Si hago memoria

muchas veces en mi vida

me encontré

como si hubiese visto

una buena película francesa:

al final,

quedo muda,

quieta en mi silla,

desconcertada,

hasta que logro

juntar coraje

y ponerme de pie

sin entender del todo

qué fue lo que pasó.

 

 

*De Valeria Pariso. valeriapariso@outlook.com

 (De "Final francés".)

 

-Valeria (Muñiz, Provincia de Buenos Aires, 1970)

-Publicó los libros de poesía: "Cero sobre el nivel del mar" Ediciones AqL (2012), "Paula levanta la persiana", Ediciones AqL (2013); "Donde termina esta casa", Ediciones de la Eterna (2015), "Del otro lado de la noche" (2015) Editorial El Mono Armado, "Triza" (2017) Editorial Detodoslosmares, "La trilogía: Uva negra/ Mascarón de proa/ El castillo de Rouen", Vela al viento Ediciones patagónicas (2018), Segunda edición AqL (2020), Zarmina, Ed. Mascarón de proa (2020); "Flores para no regar", Editorial AqL (2021).

-Primer Premio del Concurso de Letras, categoría poesía, del Fondo Nacional de las Artes, año 2019, con su libro "Zarmina".

-Coordina MOJITO, taller y clínica virtual/presencial de poesía y el "Ciclo de poesía en Bella Vista".

-Administra el blog de difusión de poesía contemporánea https://laficciondelolvido.blogspot.com.ar

-Su blog personal es https://tantotequeria.blogspot.com

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

Las huellas cuando no estamos*

 

 

*Por Alejandro Badillo. badillo.alejandro@gmail.com

 

Hay una imagen –si es que se le puede llamar así– que me obsesiona alrededor de la muerte de un amigo. Digo imagen, pero quizás debería decir secuencia. Mi amigo había tenido una relación de combate con la bebida. Era un ebrio lúcido, como un profeta que necesita prenderse fuego para respirar todos los días. Cambiaba de casa con cierta frecuencia. Su único compromiso eran sus amigos, la literatura y las noches acompañado por transparentes botellas de vodka.

Lo dejé de ver una temporada por un viaje frustrado. Después nos reencontramos y visité el último departamento en el que vivió. Era un lugar pequeño, atiborrado de libros. La última vez que lo vi –la última despedida– no fue memorable. Fue un adiós en la noche, un gesto que se repite hasta vaciarse, ser invisible. Después vino la noticia: había muerto. Lo primero que sentí fue incredulidad. Alguien que bebe, a pesar de su fragilidad, parece que puede sobrellevar esa situación, como el equilibrista que reta al vacío. Hasta que él cayó.

Pronto llegó más información: mi amigo –que vivía solitario desde hacía mucho– dejó de contestar su teléfono celular. Quizás pasó un día o poco más. La gente más cercana a él –sus familiares, principalmente– comenzaron a sospechar. El derrumbe, por fin, había ganado. Lo siguiente que cuento es una reconstrucción mía a partir de las pocas certezas que se difundieron después. Tal vez son trazos borrosos en la memoria que aún perduran porque, cuando muere alguien querido, los detalles pasan a un segundo plano. Llegaron a su puerta e intentaron entrar. No sé si la derribaron o llamaron a un cerrajero. ¿Dónde lo encontraron? ¿En su cama? ¿En el piso? ¿Acostado en un sillón?  

Después de la pérdida recorrí, sin saberlo, un laberinto. El laberinto de los últimos momentos de mi amigo. No me interesaba con quién se había visto antes de regresar a su vida solitaria. Lo que me parecía insoportable era que nunca podría saber si intentó pedir ayuda o se resignó a su naufragio. Después vino una inquietud más: las largas horas que pasó el cadáver abandonado en el pequeño departamento mientras los demás lo creíamos vivo. Imaginé los libreros llenos, las hojas repletas de correcciones de estilo, títulos que iba a editar para la universidad. No alcanzó a ver una obra mía. Pensé, obsesivamente, aún lo hago, en el silencio que llenó cada espacio del departamento. El ruido de la avenida o la luz del sol configuraron, también, ese silencio. Los muebles, la pequeña cocina de la cual apenas me acuerdo, vigilaron la muerte de mi amigo. Cuando se llevaron el cuerpo, el departamento siguió enmudecido y, aparentemente, imperturbable. Pienso en el ecosistema secreto que mantienen los lugares cuando no estamos. No me refiero al polvo que remueve y aquieta una racha de aire. Me refiero a los sedimentos de memoria que dejamos en nuestras casas y lugares de trabajo. Quisiera creer que esas huellas se transforman en otras cosas. Quisiera creer que esa transformación perpetua resplandece a veces y que ese brillo tiene la capacidad de mostrar, aunque sea por un instante, un momento que vivimos.

Hay una idea interesante sobre el tiempo que leí en Matadero 5, una novela de Kurt Vonnegut. El tiempo no es una progresión lineal sino una imagen que puede recorrerse con la mirada. El tiempo es, entonces, un cuadro que podemos contemplar sin que se nos escape como un puñado de arena entre las manos. Los instantes posteriores a la muerte de mi amigo quizás puedan verse en una galería secreta, rodeados de otros momentos, luces congeladas en una superficie o vetas de un universo reconocible, acaso mínimo, y que aún late para llamarnos.

 

 

 

-Alejandro Badillo. (Ciudad de México, 1977)

-Es autor de los libros de cuento Ella sigue dormida (Tierra Adentro), La herrumbre y las huellas (Eeyc), Vidas volátiles (BUAP), Tolvaneras (SC Puebla), El clan de los estetas (Universidad Veracruzana. Premio Nacional de Narrativa Mariano Azuela) y las novelas La mujer de los macacos (Libros Magenta) y Por una cabeza (Premio Nacional de Novela Breve Amado Nervo).

Recientemente ha publicado:

 “La Habitación Amarilla” (cuentos) por Editorial BUAP. -2021-

“Reconstrucción” (novela) Ediciones EyC. -2021-

 

 

 

 



 

 

 

 

*

 

Hay en el regreso

un resplandor distinto,

como si los soles

que alumbraron solos

hubiesen guardado velada la luz.

¿Qué perdimos,

tan definitivo,

entre las calles blancas que rondan la casa?

Polvo de otros barros,

el nombre deshecho de esos que fuimos

se ha ido en el viento.

¿Qué se espera, ahora,

al abrir la puerta que cerramos tanto?

La vuelta es un tango

que se canta bajo, como si nos diera

vergüenza la rabia de querer llorar.

Cuando se ha partido

lejos, para siempre.

¿Quién es ése que en nosotros vuelve?

¿Quién es ése nuestro que ya no regresa?

¿Cuánto de nosotros se quedó en el viaje,

se perdió en la niebla, naufragó en el mar?

 

 

*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com

- Mariana nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City Bell. Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena 2014). Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015) La hija del pescador (La Magdalena, 2016).  Piedras de colores (Proyecto Hybris 2018). El orden del agua, GPU Ediciones (2019)

-Su libro MADURA, ha sido editado por Editorial Sudestada (2021)-

-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

MERLIN*

 

 

*De Antonio Dal Masetto

 

Triste, muy triste destino el de Merlín, el mago de la corte del rey Arturo y los caballeros de la Tabla Redonda. "Un hombre sabio y sutil con extraños y secretos poderes proféticos, capaz de esos trastornos de lo ordinario y lo evidente que reciben el nombre de magia". De este modo lo describe John Steinbeck en "Los hechos del rey Arturo", reelaboración de las historias originales de Malory. Y es así, Merlín puede leer en la mente y en el corazón de los humanos y descifrar lo que está escrito en las estrellas. Quien siga sus andanzas a través de las páginas de Steinbeck lo oirá emitir frases y sentencias inquietantes desde las alturas de su sabiduría. Por ejemplo, ahí anda Balin, caballero puro y sin tacha, de sangre noble tanto de padre como de madre, y que pese a eso, sin que sea en absoluto culpable, sólo logra provocar desgracias y muertes a su alrededor.

—Lo lamento por ti —dice Merlín—. En castigo estás destinado a infligir el tajo más triste desde que la lanza atravesó el flanco de Nuestro Señor Jesucristo. Herirás al mejor caballero viviente y sobre tres reinos atraerás la miseria, la congoja y la tribulación.

—¿Cuál es mi pecado? —pregunta el consternado Balin.

—La mala suerte —le contesta el mago—. Algunos le llaman destino.

Este es Merlín. No hay frase que se le caiga de la boca que no valga su peso en oro. Tratando de reanimar a un afligido rey Arturo, Merlín dice:

—A todos, en alguna parte del mundo, nos aguarda la derrota. Algunos son destruidos por la derrota, y otros se hacen pequeños y mezquinos a través de la victoria. La grandeza vive en quién triunfa a la vez sobre la victoria y sobre la derrota.

En fin, Merlín puede crear reyes, programar batallas exitosas, desaparecer de un lugar y aparecer en otro. Puede casi todo, pero también él tiene su talón de Aquiles. En otro encuentro con Arturo (quien ama y está a punto de desposar a Ginebra, hija del rey Lodegrance de Camylarde), Merlín le advierte que ella lo traicionará con su amigo más querido. El rey Arturo se niega a aceptar semejante predicción. Y Merlín: —Todos los hombres se aferran a la convicción de que para cada uno de ellos las leyes de la probabilidad son canceladas por el amor. Hasta yo, que sé con toda certeza que una muchachita tonta va a ser la causa de mi muerte, cuando la encuentre no vacilaré en seguirla.

Porque Merlín, sabio y mago, no sólo puede ver el futuro de los demás hombres, sino también, tristemente, el propio. Por encima de sus poderes hay un poder mayor contra el cual no podrá luchar, al que se someterá a sabiendas. Y es la pasión amorosa. En efecto, cuando el anciano Merlín ve por primera vez a Nyneve, una de las doncellas de la Dama del Lago, siente que la sangre le hierve en las venas y el descontrol de la pasión se impone a la edad y a la sabiduría. Entonces, conociendo de antemano la fatídica culminación de esta aventura, anuncia la inminencia de su desaparición. El rey Arturo se resiste a creerlo, no le parece posible: —Eres el hombre más sabio de este mundo y sabes lo que está por ocurrirte. ¿Por qué no elaboras un plan para ponerte a salvo?

—Porque soy sabio —contesta Merlín—. En la lid entre la sabiduría y los sentimientos, la sabiduría nunca triunfa. Te he predicho el futuro con certeza, mi señor, pero no por saberlo podrás cambiarlo siquiera en el grosor de un cabello. Cuando llegue la hora, tus sentimientos te precipitarán a tu destino.

Merlín deja la corte siguiendo a Nyneve dondequiera que ella vaya. Olvidado de toda prudencia la acosa sin cesar con el fervor de un muchacho, suplicando y gimiendo para que ella repose con él y aplaque su deseo. Ella, cansada de que la siga este anciano plañidero, se niega siempre. Hasta que ("con la innata astucia de las doncellas", señala Steinbeck), Nyneve comienza a deslizar preguntas acerca de las artes mágicas de Merlín e insinúa que le concederá sus favores a cambio del conocimiento. Y Merlín, aún previendo sus intenciones, no puede evitar iniciarla en los secretos de los sortilegios, los prodigios y los hechizos. Ella bate palmas con juvenil alegría y el anciano crea, bajo un enorme peñasco, un aposento maravilloso para la consumación de su amor. Entonces, aprovechando que el mago se adelanta en el recinto, Nyneve obra el encantamiento que jamás podrá quebrarse, el pasaje se sella y Merlín queda encerrado. Todavía sigue en ese lugar (algún punto de la costa, camino a Cornaulles, para más datos) y ahí se quedará por siempre, suplicando a través de la roca que alguien lo libere. Pobre Merlín.

 

 

 

 



 

 

 

 

AL FIN*

 

 

En la lenta mañana

arrastro el cuerpo

hasta su orilla,

se niega

a protagonizar los libretos

con restos de palabras,

remiendos de nada,

éxitos ilusorios.

Hasta que dejo la ropa a un costado,

cruzo a pie,

sin miedo,

sin ganarle a nadie,

sin enemigos,

sin prisa.

De pie

frente a tanto

mundo:

Todo lo que me rodea

es un espejo.

 

*De Mónica Córdoba. monicacordoba80@hotmail.com

 

 

 

 

 





 

 

 

Casa museo*

 

La casa está poblada de objetos del pasado. Creo en la equivocada fe que ellos despertarán del letargo y escribirán por mí lo que no logro escribir. Repito cada tanto recorridas por lo inerte. Bajo el polvillo quedó algo de la historia de las personas que vivieron en esta casa. La poblaron de objetos que movieron con esas manos que da la vida.

Convivir con llaves torcidas que ya no encontraran una cerradura por abrir deja sabor a muerte. Cómo verse muerto en vida en un espejo de cosas que piden desatar relatos desde su sola presencia.

Sin embargo, sigo allí.

 

*De Eduardo Francisco Coiro.

https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar/

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LA PAZ DE LAS COSAS SALVAJES*

 

Cuando el temor por el mundo crece en mí

y despierto en la noche ante el menor sonido,

preocupado por qué será de mi vida y de las vidas de mis hijos,

voy y me acuesto allí donde el pato

descansa en su belleza en el agua, y la garza real se alimenta.

Entro en la paz de las cosas salvajes

que no ponen a prueba sus vidas con la anticipación del dolor.

Entro en la presencia del agua quieta.

Y siento sobre mi cabeza a las estrellas ciegas al día

esperando con su luz. Por un momento,

descanso en la gracia del mundo, y soy libre.

 

*De Wendell Berry.

https://es.wikipedia.org/wiki/Wendell_Berry

 

 

 

 



 

 

 

 

Señales*

 

 

Algunas veces algo se muestra,

un atisbo apenas de eso ¿qué?

Una leve confirmación de esa

íntima sospecha que casi ¿no?

Pero se diluye y no deja rastros

y ni siquiera podemos recordar

la esquiva sustancia elemental,

su dura esencia en eterna fuga. 

Eso necesario al sentido de que,

tal vez, allí existiera un asomo

que, por ejemplo, fuera la pista

de un tenue principio de razón.

Plan viable que, quizás, hubiera

logrado explicar esto; pero no.

Ni huellas. Sin embargo, ahí,

casi invisible y al alcance

de nuestra pobre atención,

estuvo, y no lo capturamos.

Vaya a saber por qué todo

es así y no se resuelve,

y tenemos que seguir

en esto que estamos

a ciegas y a tientas.              

 

*De Horacio Rodio. horaciorodio@hotmail.com

 

 

 


 

 

 

*

 

Me importan más de lo debido esas hierbas altas de los sueños, esas esmeraldas de milagro ficticio que luego son resaca al despertar.

 

*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com

 

 

 

 

 

 

Inventren

https://inventren.blogspot.com.ar/

 

 

 

 

 

 

PARADA KM 79*

 

 

De estación en estación, y todas las estaciones vacías, y todas con lluvia, y todas con este olor a campo y algunos papeles mojados en los andenes. El campo apenas adivinado detrás de las ventanillas que no cierran bien y dejan entrar el frío, las gotas de agua en el vidrio que tiemblan y trazan recorridos oblicuos.

Y yo, finalmente, yo en este tren que se mueve irremediablemente hacia adelante y más adelante, y a medida que las estaciones se suceden se va acercando a mi apeadero, en donde detendré el viaje que para el tren continúa más y más allá, siempre más adelante y más lejos en esta noche interminable.

El viaje como una continuidad, un largo camino de aquí hasta allá, y yo que no voy de aquí hasta allá sino que me bajo antes, en un intersticio, yo que detengo mi viaje en este tren que va a continuar sin variar casi el peso, sin extrañarme. Yo que voy descontando paradas, un latido en falso en cada estación, un retorcijón en el vientre cada vez que tacho en el espacio otro nombre que me acerca a destino.

Llueve, siento humedad en el aire, abrigo mojado, pelo húmedo, ronquidos desde otro vagón. El paisaje que se va, que queda atrás, y más atrás, y fuera de alcance. No hay luna. No hay cielo hoy, sólo una negrura espesa y una lluvia inevitable.

Lluvia, lluvia y trenes, y estaciones. Y una mujer sola en un vagón con el abrigo húmedo y una sola maleta y la mano apretada contra la boca cerrada sobre los dientes apretados. Yo.

Ya casi, falta poco. Tomo mi maleta para tener algo en la mano, para convencerme de que es cierto que me voy a bajar. Me convenzo tomando la maleta y arreglándome un poco el peinado arruinado por la lluvia. Me aferro a mi maleta porque si esto no es un sueño el tren va a detenerse y en vez de seguir sentada en un viaje infinito me voy a bajar. Me voy a poner de pie con mi maleta, voy a llegar hasta la puerta, voy a bajar al andén y voy a encontrarme con Pedro después de esta larga, larguísima semana.

Va a estar ahí esperándome, ya nos pusimos de acuerdo. Con las manos en los bolsillos, seguramente. Terminando un cigarrillo o mirándome de frente con los brazos cruzados. Va a estar ahí esta noche, nos vamos a subir al auto, vamos a llegar a casa y no sé si vamos a decir algo. No lo sé.

Siento ya su cuerpo sentado al lado del mío en el automóvil, la sensación del tapizado del asiento, mis ojos fijos en el rosario que cuelga del espejito para no mirarlo a él, silencioso, a mi lado.

Ya me imagino en casa, dejando la culpable maleta en el ropero, metiéndonos rápido en la cama para dormir al menos unas horas hasta que suene el despertador. Veo el desayuno con el mate y yo otra vez usando las pantuflas y el pullover rojo que quedó en el ropero.

Otra estación, ya casi. Si fuese de día seguramente podría comenzar a reconocer parajes y alguna casita rodeada de árboles. Pero no veo nada. Nada de nada.

Mamá me dijo que una se casa para siempre y que los hombres tienen sus cosas y que la mujer tiene que aprender a manejarlos. Y dijo mamá que cada esposa con su esposo y cada carancho a su rancho y que la vida es esto y no cuentitos de princesas y zapatos de cristal. Le dio vergüenza que yo haya escapado de mi matrimonio y haya vuelto al pueblo. Se reía con las vecinas pero a mí me congeló con los ojos fríos cuando me abrió la puerta. Ella habló con Pedro por teléfono y que si, que claro, que me mandaba de vuelta que las cosas se arreglan entre marido y mujer y basta de pavadas.

Es la próxima ahora, Pedro con las manos en los bolsillos seguro, y elevo el cuello de la campera que no me tapa el moretón, pero lo subo igual, no quiero que Pedro vea el moretón que es como acusarlo y recordar que me escapé.

Ahora sí, en medio de estaciones y estaciones y estaciones está la parada en el kilómetro 79, ni nombre tiene mi parada, es apenas un intersticio por donde me voy a caer para siempre para siempre. Y me veo desapareciendo por ese hueco entre campos, esa grieta entre paredes. Me veo alejándome con Pedro y el rosario colgando y el color azulado en mi cara que ya no se ve porque se aleja. Se aleja de este tren que acaba de detenerse.

Me pongo de pie, tomo la maleta, me subo de nuevo el cuello del abrigo y camino hasta la puerta del vagón. Estoy caminando en sueños, lo sé. No siento el suelo duro bajo los pies ni el olor ni los sonidos ni siento mi propio cuerpo. Esto ocurre despacio y de forma borrosa. Alguien camina con una maleta y es mujer y se acerca a una puerta del vagón de un tren detenido en una casi estación para dejarla junto a un casi hombre para que vaya a un casi hogar.

Me quedo. Me quedo y el miedo desborda, rompe, me hace transpirar en una oleada roja de pánico salvaje. Aprieto la manija de mi maleta. Me quedo.

Cuando el tren vuelve a ponerse en movimiento y se sacude, y después se empieza a apurar y al fin corre sobre sus rieles brillantes de lluvia yo, una mujer con una maleta, me pongo a alisar los pocos billetes que tengo en el bolsillo, me acomodo en el asiento e, infinitamente desamparada, sola, sin saber cuál será el futuro, duermo en una calma de feroz alegría.

 

 

*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com

 

 

 

 

-Continuidad literaria por el Ferrocarril Provincial.

-Próxima estación:

 

FUNKE.

 

LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.

ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO. 

LOMA VERDE.    ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.

GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.

GOBERNADOR OBLIGADO.

ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA. 

D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.

ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.   LISANDRO OLMOS.

 INGENIERO VILLANUEVA.  ARANA. GOBERNADOR GARCIA.

 

LA PLATA.

 

 

 

 

 

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-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.

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