martes, junio 13, 2017

LA FINA CAPA DESCONSOLADA DEL AFECTO…


*Dibujo de Erika Kuhn.









*



Lo que nos liga unos a otros es tan imperceptible

que se rompe con nada

una soga se ata al cuello de alguien

y las consecuencias son contundentes

las consecuencias de las palabras sin embargo

no se ven a simple vista

horadan los silencios

el espíritu

el centro mismo del cuerpo.

Las consecuencias del lenguaje rompen

la fina capa desconsolada del afecto.

Nunca se insistirá bastante sobre el duelo que hay que hacer para hablar.



*De Mercedes Álvarez. alvamercedes@gmail.com


-Mercedes Álvarez nació en Tandil, provincia de Buenos Aires, en 1979. Vivió en Mar del Plata hasta los diecinueve años. Entre 1998 y 2006 residió en España, donde se licenció en Sociología por la Universidad Pública de Navarra. Realizó un máster en Gestión Cultural. Publicó los libros Vecinos (Baile del Sol, España, 2010), Historia de un ladrón (Caballo de Troya, España, 2010), Imitación de los pájaros (Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2013), Ficciones súbitas (comp., Eds De aquí a la vuelta, Buenos Aires, 2013) y Saigón (Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2015). En 2013 ganó el premio Edmundo Valadés de cuento latinoamericano con el relato Grow a lover.








LA FINA CAPA DESCONSOLADA DEL AFECTO…









Hombrecito de pan*




*Obra de Patricia Suárez. cazadoraoculta@gmail.com




Asunción, Paraguay
Pocos años después de 1870
fin de la guerra del Paraguay, donde el Paraguay fue derrotado por la Triple Alianza y donde su población -especialmente masculina- disminuyó entre el 50% y 85%. . Podría tratarse de cualquier otra post guerra donde haya quedado un gran faltante masculino.
Se prepara una tormenta.
El patio de una casa, dos mujeres vestidas de luto entero.
Arpa y Conrada, hermanas ambas.
Arpa está modelando miga de pan, sentada en pleno patio.





1.


CONRADA: Qué estás haciendo?
ARPA: No lo ves?
CONRADA: Bolitas de pan.
ARPA: No; estoy haciendo una escultura. Una escultura, como Miguel Ángel. Miguel Ángel el escultor, que hacía esculturas en mármol. Miguel Ángel era un escultor que hacía esculturas y pinturas en Italia, hace como...
CONRADA: Ya sé quién es Miguel Ángel.
ARPA: Bueno, entonces para qué preguntas?
CONRADA: Quiero decirte algo.
ARPA: Es que justo estoy muy concentrada en mi arte.
CONRADA: Si tuviéramos leche, podríamos hacer un gran budín de pan con tu escultura. Tendríamos budín de pan para un mes entero, ¡qué digo un mes entero, un año entero! Comiendo como pajaritos como estamos comiendo… Quiero irme de esta ciudad. Aquí todo apesta; muerte por todas partes es lo que hay…
ARPA: La miga de pan cuesta demasiado de trabajar. Tiene que estar en su punto justo, para que leve pero siga teniendo forma. En esta escultura, la forma es lo principal.
CONRADA: Me gustaba más cuando hacías elefantitos de pan. Eso que estás haciendo… No sé… ¿Son pies? ¿Estás haciendo un buitre?
ARPA: Voy a esculpir una figura. Quiero que sea como el David que Miguel Ángel le quitó a la roca, al mármol. David era un héroe judío, pequeñito, de quien nadie esperaba un rábano, sin embargo…
CONRADA; Ya, ya. Ya sé quién era David. (Nerviosa) Quiero irme y quiero que vengas conmigo. Quiero que me sigas, quiero que luchemos juntas y saldremos adelante porque somos hermanas. Nuestra madre antes de morir, me pidió que te cuidara…
ARPA: Cuando ella murió éramos cinco en la casa y tres en el campo de batalla.
CONRADA: Sí, pero hizo especial hincapié en ti. Porque eres tan especial, Arpa… Porque…
ARPA: No pienso seguirte. Esta es nuestra casa.
Arpa está amasando el torso del muñequito
CONRADA: Anoche soñé con Damián Cristo y estaba vivo. Damián Cristo estaba vivo.
ARPA: Vive, a dos calles de aquí.
CONRADA: Ya sé que está vivo. Está vivo y no tiene ninguna de sus dos piernas. La guerra a veces es así: si un soldado le dá a cambio una parte de sí; a la guerra le basta con devorar esa parte y a cambio deja al soldado con vida.
ARPA: Les dan la baja por invalidez, eso es todo.
CONRADA: No, es más poderoso que eso. Lo normal es que yo soñara con Damián Cristo parado sobre sus dos piernas, como sueño con los muertos todas las noches. Pero no: lo soñé a Damián Cristo postrado en su sillita de mimbre, ¿y eso por qué? ¿Puedes decirme por qué?
ARPA: Porque está inválido. Una bayoneta le traspasó el pecho, cayó a tierra y un caballo le aplastó las piernas. Lo llevaron a un hospital de campaña, pero allí las heridas se le infectaron; le dieron a beber aguardiente para que no doliera y con un serruchito… Le serrucharon las dos piernas suyas.
Arpa amasa la cabeza del hombrecito
CONRADA: No fue por eso. Fue porque aquí los muertos y los vivos están mezclados, viven todos juntos. Nosotras estamos un poco muertas y dentro de muy poco, quién sabe, nadie se dará cuenta de que estamos vivas. Por eso tenemos que irnos, muy pronto, irnos al Brasil. Allá tendremos otra vida, empezaremos de nuevo. Todo de nuevo, hasta podremos cambiar nuestros nombres, algo más… Mariana en vez de Conrada, algo así o…
ARPA: Me gusta llamarme Arpa. Nuestro padre me llamó así porque dijo que…
CONRADA: Ya, ya. Conozco la historia de tu nombre; pero lo importante es que sepas que en Brasil podremos hacer lo que tanto anhelamos. Lo entiendes, verdad?
ARPA: Ser pintora.
CONRADA: Tener un marido primero; después, una familia. No quiero morirme virgen, Arpa. Esta noche lloverá, pero mañana a primera hora…
ARPA: No puedo dejar a mi escultura de pan. Una vez que esté lista voy a insuflarle el aliento, y se volverá una criatura andante.
CONRADA: Se trata de un duende?
ARPA: No. Será mi esposo; le pondré dos aceitunas que hagan los ojos y un trocito de pimiento que haga los labios en la boca.
CONRADA: Estás totalmente loca, Arpa. Estás desquiciada; pero no te preocupes, porque te comprendo. Perdiste al ser más querido, tu Ramón en el campo de batalla y hasta no escatimaste en rasgar tu vestido de novia para que se vuelva vendas para los heridos…
ARPA: A Ramón no lo quise nunca; era una imposición de nuestra madre para que me case con él. Era un atrevido, un guarro. Apenas alguno de la casa se daba vuelta, él estaba sobándome las tetas como si quisiera salir y vendérmelas en el mercado.
CONRADA: Arpa, querida. Conseguí un carro; tenemos tres días y tal vez sus tres noches hasta llegar a la frontera con el Brasil. Les diremos que no somos sus enemigas, que somos sus más fieles súbditas y que acataremos sus…
ARPA: Puedo fabricarte un marido.
CONRADA: Qué?
ARPA: Para que funcione tengo que hacerlo de otro material. Tal vez tierra del jardín.
CONRADA: Un marido de tierra?
ARPA: Adán fue hecho con tierra y luego Dios le insufló… ¿No leíste la Biblia?
CONRADA (paciente): Por qué los hombrecitos que tú… por qué justo ellos se convertirán en hombres de verdad, de piel y huesos?
ARPA: Porque si.
CONRADA: Porque sí no es una respuesta.
ARPA: Porque es un secreto y no te lo puedo confiar.
CONRADA: Como cuando te tiraste al pozo?
ARPA: …
CONRADA: Que dijiste que oías voces que te llamaban desde allí. Pero Doralisa encontró luego la carta que habías dejado donde decías que ya no querías vivir más y…
ARPA: Doralisa huyó con un oficial argentino.
CONRADA: La robó.
ARPA: Eso lo dices para que su mancha no nos salpique.
CONRADA: Ya estamos hundidas en el barro. Ya hemos dejado de ser nosotras.
ARPA: Sueñas todas las noches con un brasileño que te visita. Estás dormida también en tu sueño, y él levanta de a poco la cobija y luego la sábana… y parece que estás dormida, pero no lo estás… porque te tiembla la carne y no es miedo, no. ¡Es la emoción de que te haga suya!
CONRADA: ¡Arpa…!
ARPA enfrenta a su hermana, le aprieta las mejillas: Dime si miento.
CONRADA: Esta noche vendrá un carro y nos iremos en el carro a primera hora de la mañana. Soy tu hermana mayor deberás obedecerme.
Conrada sale airada. Arpa no le hace ningún caso y se afana con su escultura.






2.


El hombrecito de pan -del tamaño que la producción de la obra pueda componer, una miniatura, del tamaño de un muñeco, o de tamaño real- está de pie en su podio y solito en el patio. En el cielo truena y pronto aparece Conrada, que se tapa la cabeza de la lluvia. Pasa junto al hombrecito, mirando más allá por si viene el carro. De pronto, siente que el hombrecito la observa. Se vuelve sobresaltada y se planta frente al hombrecito. Lo observa de un lado, del otro. Vuelve a alejarse; ocurre de nuevo lo mismo; pero esta vez siente que él la llama.


CONRADA: Me hablaste?
Pone su oído cerca del hombrecito.
CONRADA
Hablaste. Qué cosas dijiste?
Buena cosa fuera que ahora mi hermana tuviera razón.
Que vivieras.
(tocándolo)
La lluvia te deshizo el cabello…
Arpa ahora anda diciendo que la obligaron a prometerse al Ramón, que la forzaron el padre y la madre, que se la ofrecieron a él como se ofrece una fruta madura a un visitante, pero era yo, ¡yo! la que estaba enamorada de Ramón! Lo seguía por todas partes, me escondía junto a su camastro para oír su respiración cuando la noche y cuando murió…
Ya no quiero recuerdos.
Dime, hombrecito, dónde debo frotarte para que despiertes?
Necesito que hables más alto. Porque no oigo bien del oído izquierdo…
Pone su otro oído
Qué quieres que te coma primero, figurita? La nariz?
Conrada se come su nariz.
Ya sé tengo arrugas de cien años, y que me corazón vive en salmuera. Estaba muy rica, me comeré una de tus orejas. O no, las dos orejas.
¿Qué puso ella dentro de ti?
¿Azúcar? Clara batida? El piecito te lo pintó con miel…? De dónde habrá sacado la miel nuestra Arpa? Desde que murieron los hombres no hay quien cuide las colmenas… y las abejitas, pobrecitas, andan locas zuuuum zuuum
Conrada se sienta en el suelo y comienza a comerse el hombrecito de pan.
A lo lejos, está amaneciendo.
De pronto, entra Arpa con un manto de lana y dos bártulos de ropa y cosas. Se los tira a la hermana cuando la ve.
ARPA: Aquí está todo. Ya vámonos!
CONRADA indigestada, atontada: Eh, qué?
ARPA: Ya llegó el carro? Podemos irnos, llevo nuestra ropa y… (mira en derredor) Dónde está mi marido?
CONRADA titubea: No lo sé. Cuando vine al patio, él ya se había ido. Miré aquí y… ¡lo siento, te abandonó arpa! Era un mal hombre, mal homúnculo, no sé como decirle a la figurita de pan… ¡Se fue andado y te dejó! Ahora se lo comerán los pájaros, pobre el maridito de mi hermana…!
ARPA: Tienes migas en la pechera del vestido.
CONRADA: Tengo qué…? Que qué?
ARPA: Dónde está mi marido?
CONRADA: No te alteres, te puedo explicar…
ARPA grita: Dónde está? Te lo comiste?!
CONRADA: No. Nunca haría algo así, no Sí, lo siento, me lo comí! (Conrada entra en una crisis de nervios) Sí, sí. Lo comí, era dulce, estaba blandito por las gotas de lluvia, tenía ese saborcito de las pastas que preparaba nuestra madre y ¡me entró nostalgia! ¡me entró recuerdo de antes de la guerra, de antes del Paraguay, de antes de antes y sí, de Ramón! Porque nadie lo quiso como yo lo quise y nadie me quiso como él hubiera podido quererme si no te hubieras metido en el medio…! Un día te puse vitriolo en el vaso, pero no te lo bebiste. No supe si estar triste o alegre por evitar la cárcel y la horca y… ¡cargué la pistola que era de Ramón y te apunté una noche mientras dormías! Sólo que vi a Damián Cristo hecho un fantasma calle arriba y calle abajo y pensé que él iba a delatar mi sombra y… aun no me animé a estrangularte.

Luego de un tiempo
ARPA: Puse también mis cuadernos y mis carboncillos.
CONRADA: Prometo no volver a matarte.
ARPA: Adonde vaya, voy a dibujar.
CONRADA: Qué maldición me entrará por haberme comido a tu marido.
ARPA: Era un muñequito de pan, pan con gorgojos porque no había del bueno. Lo hice por amor al arte, porque quien ama el arte debe tener siempre las manos en actividad. (se pone en puntas de pie) Allá viene el carro. Vienes o te quedas?
Conrada se levanta, se sacude las migas, se arregla el pelo, se seca las lágrimas.
CONRADA: Vamos andando.


Las dos salen, apagón.

Fin de Hombrecito de pan
















Mirada que crece en el silencio, descubre lo oculto, invita.*



Cada uno mira desde su lugar, con  lo vivido, lo leído, lo amado, el cine, el teatro, los bares de infinitos cafés, hasta la maravilla de la torre de quesos festejados por Calvino con sus sutiles entrecruzamientos de hierbas y cielos. Uno mira  desde su dolor, sus duelos, sus festejos, sus miserias y sus lujos. Con todas las ciudades  que conoció  y algunas que no, y los mares y las calladas montañas. Mira con su cuerpo. Con el silencio.

La piel abre ojos, sentidos, íntimas claves a descifrar. Deletrea el cosmos.

Vacía para ver


*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar












*



Una mano en el aire,
una señal
parecida a un adiós
la última caricia al viento,
la breve ternura
que intentamos
antes de encender el fuego.
Juro
no guardar nada para mí.
Que arda
lo que no has de salvar,
lo que no es nada
ni es todo
ni es nuestro.


*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com













El barco no la trajo, del todo, a Buenos Aires…*


*De Silvia Gabriela Vázquez. gabpsp2013@gmail.com



Mamá había dejado, allá en su pueblo -en una antigua casa, con paredes de piedra y dos tías lejanas- su sonrisa y su infancia.
Sin embargo, después, aprendió las palabras con las que contaría su historia despojada, de océano infinito, rodilla lastimada, escalera y muñeca perdida aquí en la aduana.
Lo que no trajo el barco, lo creó la distancia.
Sabia, fuerte, sensible, recuperó la risa y el brillo de los ojos que el pasaporte sepia de su niñez callaba.




-Silvia Gabriela Vázquez. Directora de la Diplomatura Interdisciplinaria en Responsabilidad Social y Resiliencia (UdeMM). Publicó cuentos y poemas en Argentina, España, México, Perú, Chile, Colombia, Cuba, Venezuela, Puerto Rico y EEUU. Es autora del libro “Formar profesionales competentes, comprometidos y resilientes” disponible en www.morebooks.de
Obtuvo el 1° premio en los Certámenes literarios Navidad Solidaria (Biblioteca de Castilla) y Universo Sábato (UNICEN).  https://www.linkedin.com/in/licsilviagabrielavazquez













DORMIR*



El filo de la luna
cae sobre mi sueño
de transiciones múltiples,
separa la noche en dos hemisferios.
Quedo en estado de indefensión
entre agujas que llegan
de geografías distantes
e hilvanan presunciones
de futuros felices.
Y someten todo a nada.
Al espanto
del canto
de la nada.

No voy a vivir con médulas diversas,
en acto de coraje
muerdo los recuerdos
y decido revelar los móviles
de la luna y sus agujas.

Delato la conspiración
del tiempo con sus miedos
a implacable oído que no escucha
ni comparte
ni comprende.

Duele ser vano transcurso.
Vano
llegará el olvido cuando duerma…



*De Miryam Colombotto Seia. miryamseia@cablenet.com.ar

-De NAVEGO PALABRAS. Editorial Ciudad Gótica -2009-














PETICIÓN*


*De Natalia Litvinova. litvinova25@hotmail.com



Un nudo. Una flor.

Dios brevemente.

No. No tan brevemente.




-De “Grieta”-


-Natalia Litvinova (Gómel – 1986) Escritora argentina de origen bielorruso, dedicada al campo de la poesía y de la traducción. Publicó: Esteparia (Ediciones del Dock, 2010), reeditado en España y en Uruguay, Balbuceo de la noche (Melón editora, 2012), Grieta (Gog y Magog ediciones, 2012) reeditado en España y en Costa Rica, Todo ajeno (Vaso roto, 2013) y Cuerpos textualizados (Letra viva, 2014). Compiló y tradujo varias antologías de poetas rusos. Siguiente vitalidad (Audisea, 2015) es su reciente poemario, publicado en Argentina y reeditado en Chile, México y España.






InvenTren







EL BLUES DEL TREN DE LAS 11.40*



El miedo había estado allí; ahora lo sabía. El miedo había estado acompañándolo todo el tiempo, como un monstruo en estado embrionario, en cada instante de las once horas transcurridas desde el histórico "suficiente" pronunciado por Gómez Laurenz para convertirlo en abogado.
Había estado allí, oculto entre los pliegues de su conciencia, aguardando el momento propicio para asestarle esta dentellada feroz y traicionera, para inocularle este hielo en la sangre que lo retenía impávido en la vereda penumbrosa de la pensión, clavado junto a la puerta de calle con el corazón sobresaltado, temeroso de volver a los festejos del patio.
"Me pasaron la mesa de Sociedades para mañana a la 8; vos ya serás todo un doctor, pero nosotros tenemos que seguirle dando, nene". La excusa invocada por Fabiana para justificar su decisión de abandonar la fiesta todavía resonaba en su cabeza, estableciendo crudamente un límite, un antes y un después. El abrazo fuerte y emocionado de su amiga, su largo beso en la mejilla, su promesa de escribirle cartas, su grito cariñoso mientras el taxi se alejaba pidiéndole que no se olvidara de ella, habían quebrado algo en su interior. La sensación de eternidad se había desmoronado de golpe, dejando al descubierto el miedo (el miedo que siempre había estado allí), anunciando el previsible final de la tregua, la confirmación innecesaria de lo que él ya sabía. (Porque él lo sabía, lo había sabido perfectamente durante mucho tiempo, quizás desde aquel lejano recelo experimentado al subir por primera vez las escalinatas de esa Facultad que parecía tan enorme. Era como entender algo sin palabras, sin pensarlo en forma expresa. Sólo que una cosa era presentir que iba a doler, y otra muy distinta comenzar a sufrir el dolor real).
Miró la hora en un gesto casi inconsciente: las 4 y 10 de la madrugada. El sonido de la música y las risas llegaba desde el patio como un rumor asordinado. Cerró la puerta tras de sí y regresó por el pasillo a oscuras con una vaga sensación de malestar hormigueándole en las venas. El patio bullía en animado desorden y nadie lo vio reaparecer desde las sombras. De pie bajo el farol macilento que iluminaba tenuemente la reunión contempló a sus amigos con una mirada melancólica, como buscando atrapar algo sabiendo que no podría atraparlo nunca. Ahí estaban todos: bajo la galería, el Pato riéndose de cualquier cosa, atacando cerveza tras cerveza, Mónica haciendo payasadas parada sobre una silla, José Luis y Gonzalo repartiéndose los restos fríos de una pizza de tomate, Aldo abrumando a Laura con sus cuentos malos; en el centro del patio, Fernanda y el Negro bailando con incansable entusiasmo, como si se hubieran recibido ellos, contagiando su alegría a Marita y a Willy; allá en el fondo, Jorge borracho bailando con una escoba para delicia de todos los presentes.
Se sintió raro. Recordó que apenas una hora atrás se había deslizado hacia la pared de la enredadera con sigilo, como si temiese romper un hechizo, con el único objeto de gozar del alegre trajín de brazos, manos y bocas, la alborozada evolución de los gestos en torno a la mesa rectangular. Recordó que, merced a una súbita y mágica revelación, había comprendido entonces que se hallaba en el medio de uno de esos infrecuentes y escurridizos momentos plenos de su vida, una de esas seis o siete ocasiones anuales en que podía afirmarse que vivir valía la pena. Y recordó también que en ese instante, justo en ese instante, había concebido la delirante idea de clausurar todas las salidas y secuestrar a sus amigos, tomarlos por rehenes y exigir desafiante a Dios, al Tiempo, a la Vida o a quien fuere, que esa reunión durara para siempre. Pero ahora ya era tarde. Fabiana, sin quererlo, acababa de destrozar la frágil utopía. Ahora que las heridas invisibles comenzaban a sangrar no existía modo de volver a construirla.
-¿Bailamos, caballero?
La voz inesperada lo sobresaltó. Sumido en su confusión mental no había advertido aquella presencia cercana. Giró su cabeza hacia la derecha y pudo ver a Laura haciendo una reverencia burlona que acompañaba la invitación.
Improvisó una tontería para disimular y se dejó arrastrar por la muñeca hacia el centro del patio. Por unos segundos se olvidó de todo -del monstruo y los fantasmas, del porvenir, del tren de las 11 y 40-. Revivir la magia pareció posible. Pero fue sólo un espejismo transitorio. Un instante después, al recibir el perfume de Laura en pleno rostro como una bofetada del Tiempo, no pudo evitar el recuerdo de aquel Baile de la Primavera en que se habían conocido y la grieta en su interior se abrió de nuevo. Pensó en los seis años que habían pasado desde aquella noche, desde aquella Laura aniñada, y lo categórico de la cifra -¡seis años, Dios!- le ocasionó un vértigo fugaz, una suave opresión en la boca del estómago que ni siquiera el ruidoso trencito que los bailarines habían comenzado a formar pudo disolver.
Su malestar se acrecentó. Comprendió que la fiesta -su fiesta, esa misma fiesta que para los demás estaba en su apogeo- había terminado para él.
Descubrió que él y los otros respondían ahora a tiempos diferentes, irreconciliables. No importaba que él volviera a su pueblo y ellos se quedaran. Lo que contaba no era la distancia física sino otra clase de lejanía. "Ahora vas a tener que usar corbata todo el día, bagre", le había dicho Aldo al llegar, y sólo en este momento se le revelaba el significado oculto de esas palabras. No más Facultad, no más pensión, no más trasnochadas en los bares del bulevar, no más vino con amigos. Final del juego; estaba solo otra vez. Él quedaba afuera, como si una puerta se cerrara inexorablemente a sus espaldas. Como si, al igual que la fiesta, la vida siguiera sólo para sus amigos, no para él.
"Si supieran que estoy triste a once horas de haberme recibido dirían que estoy loco", pensó, riendo para sí, mientras se refugiaba en la cocina con la excusa de buscar hielo. Pero era irreversible: el miedo comenzaba a derrotarlo. Había buscado en esos seis años de Facultad un desvío, una salida tan sorpresiva como inexistente y no la había hallado. "Vos querés sacarte una especie de lotería metafísica", le había dicho una vez Gonzalo y era cierto, pero su número no había salido premiado. Ahí estaba el monstruo, entonces, desatando los fantasmas. Ahí estaba él con su ridícula impresión de sentirse un viejo a los veinticuatro años.
Descubrió con estupor que el título de abogado le confería carácter de extranjero. La ciudad lo rechazaba sutilmente, haciéndole comprender su condición de cuerpo extraño, pero el regreso a su pueblo sólo serviría para acrecentar su certeza de que él ya no pertenecía a aquel lugar. Imaginó el orgullo emocionado de padres y hermanos, la alegría vulgar de su novia, la infantil idolatría de sus sobrinos y supo de antemano que en nada ayudarían a aliviarlo. Se vio a sí mismo desterrado en la calma soñolienta de un perpetuo domingo y se sintió vacío, como si la vida se acabara mañana mismo.
Como si la vida se acabara con el tren de las 11 y 40.
Sin embargo, no era eso lo que espoleaba su tristeza. No se trataba de la preocupación por un futuro forzado, previsible y ajeno a sus deseos. Se trataba de algo mucho más urgente y visceral, una etapa desvaneciéndose sin remedio, la desesperante sensación de agua que se escurre entre las manos.
Se trataba de las peñas, los bailes, los asados de comisión, los campeonatos de truco, las reuniones de damajuana y choripán, las mateadas interminables hasta el amanecer, las imponderables horas gastadas en el bar de la Facultad para hablar de Cortázar y de Sartre con Gonzalo, las mil y una revoluciones
planeadas y ejecutadas en el aire desde una mesa de café. Se trataba de la nostalgia, ese roedor implacable que había comenzado a mordisquearle las entrañas.
Se acercó con el hielo al grupo que ahora estaba reunido bajo la galería bebiendo vino. Aceptó que el Negro le llenara el vaso por enésima vez y se dejó caer sobre una de las sillas que bordeaba en forma desprolija la mesa rectangular. Se quedó mirando hacia arriba con los ojos fijos en algún lugar incierto de la noche estrellada de diciembre, bosquejando mentalmente el momento en que partiría rumbo a la estación acompañado por los sobrevivientes de la fiesta. Suspiró resignado. Supo que Dios, el Tiempo, la Vida o quien fuere lo había vencido. Se podía, sí, escuchar a José Luis contando cuentos verdes, rogarle a Mónica que recitara poemas de Machado y a Willy que imitara profesores, se podía pedirle al Pato que cantara un blues de los suyos, pero ya nada sería igual. Incluso podía él mismo, como tantas otras veces, ladrar Muchacha ojos de papel o El oso hasta quedar disfónico, pero era inútil; el tren permanecería allí, como una obsesión, ensombreciendo la fiesta. Estaba perdido: ni siquiera quedaba el frágil consuelo de dedicarse a construir un último recuerdo, el recurso demencial de disfrutar del incendio antes de que solamente quedaran cenizas.
A lo sumo, pensó mientras Laura le acercaba la guitarra al Pato y le pedía que cantara algo, quizás fuera posible dejarse llevar hasta el tren con la conciencia adormecida, deslizarse hasta él como por una pendiente suave y confortable. Quizás fuera posible buscar en el fondo del vaso una última anestesia y aislarse del derrumbe, quitarse de la cabeza la hiriente comparación entre la imagen de aquel taciturno muchacho de pueblo que una noche de viernes, recién llegado a la ciudad, había aprendido de una vez y para siempre lo que era sentirse solo, y esta otra imagen, mucho más cercana, virgen todavía de nostalgia, la del abogado recién recibido saliendo del aula después del examen para encontrarse con el abrazo de sus compañeros. Resultaba imperioso saturar las horas restantes, evitar los minutos vacíos, embotar los sentidos y aturdirse para no pensar, vaciar vaso tras vaso hasta hacer que las voces se independizaran de quienes las emitían, convertirlas en ecos que resonaran lejanos, como un ruido más en la madrugada. Había que hacer lo que fuera necesario para perder la noción clara de las cosas y remover de la boca ese acre sabor a final, a despedida.
"Ojalá no amaneciera nunca", dijo Mónica a su lado, con un dejo de melancolía, como si hubiese adivinado sus pensamientos. La miró sorprendido, con una sonrisa entre amarga e indulgente. Vaciló unos instantes, pero no dijo nada. Sólo extendió el brazo libre y la atrajo hacia sí en un abrazo tierno que pretendía ser indestructible. Dejó luego que su cabeza resbalara indolente y se acurrucó en el regazo de su amiga.
Alguien apagó el radiograbador y el brusco silencio de los parlantes se le antojó sobrenatural. Cerró los ojos para no ver el momento en que las primeras caricias del sol desperezaran, allá en lo alto, a la enredadera del fondo. Después se fue hundiendo lenta, tibiamente, en una serena y profunda lasitud, mientras la guitarra del Pato comenzaba a gemir un blues.



*De Alfredo Di Bernardo. alfdibernardo@fibertel.com.ar

-Texto incluido en "Las cosas como somos". Colección Bienes Culturales. ATE CDP Santa Fe - 2009






-Próximas estaciones:

POLVAREDAS 
–Por Ferrocarril Provincial-

PLOMER    
-Por Ferrocarril Midland-


***
El recorrido por venir del tren literario en el Ferrocarril Provincial:

JUAN ATUCHA.   JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE. 
FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.  
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR OBLIGADO.  
ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.    D. SÁEZ.    
J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.    ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  
LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.  ARANA.  GOBERNADOR GARCIA. 
LA PLATA.

***

El recorrido por venir del tren literario en el Ferrocarril Midland:

KM. 55.    ELÍAS ROMERO.    KM. 38. 
MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.   LIBERTAD.  MERLO GÓMEZ.  
RAFAEL CASTILLO.    ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS. 
JOSÉ INGENIEROS.   MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.  
KM 12.   LA SALADA.   INGENIERO BUDGE.
VILLA FIORITO.  VILLA CARAZA.   VILLA DIAMANTE.
 PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.



InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar

jueves, junio 08, 2017

EDICIÓN JUNIO 2017



"En el horno. Altar a la Virgen Decapitada y al San Expedito Embotellado."

*Foto de Belén Dezzi.














MOEBIUS*



*De Flavia Pantanelli.



Si yo tuviera mis piernas, ahí sí te quiero ver; si tuviera mis piernas de antes la cosa sería distinta: cualquier día iban a estar tirado yo acá, meándome encima porque la Lucía no me lleva al aseo y el mocoso de la Lucía, como buen hijo de puta, para lo único que sirve es para joder; al menos este todavía no se le fue, no como la Patricia que vaya a saber por dónde anda, dicen que cruzó la frontera, que hay que ser tonta para cruzar la frontera a los catorce, pero bueno, tonta siempre fue y tan puta como la madre, puta y tonta, encima, porque la madre por lo menos, cobra; pero, ah, si yo fuera el de antes, la Lucía no se pasearía todo el día con las tetas al aire, buscando clientes, caminando adelante, atrás, mirando a los tipos así como los mira que es casi un ruego, ofreciéndose para que  la gocen por dos pesos, todos los de acá del pueblo en mi propia cama y se cagan de risa del viejo podrido que soy, se gozan a la Lucía en mi propia cama y es lo mismo que me estuvieran gozando a mí, y ya van dos veces que le digo hoy al Juancito que me estoy meando encima y se hace el sordo el muy hijo de puta, y cada tanto le tira un piedrazo al Lobo, que está más viejo que yo, a duras penas si se mueve, y que si le llega a errar me parte la crisma, y para mí que el mierda lo hace a propósito, porque sabe que no puedo moverme, así como estoy con medio cuerpo podrido,  que cuando veo caer la piedra me cago todo y lo único que me queda es rajarle una maldición que al chico, que igual, le resbala, como si hablara otro idioma, y corre, y a mí me vienen ganas de llorar y se me caen los mocos, y más vale que le va a resbalar la maldición si es chico, no sabe lo que es estar así, muerto en vida, qué va a saber el pibe lo que es la muerte y tampoco lo que es la vida, sólo sabe del polvo de este pueblo perdido, y de hambre, y del olor de los tipos que se revuelcan en mi catre con la madre; ahí viene otra vez la piedra y yo me cago todo y lo puteo y él se queda quieto, viendo si le pega al perro o le erra y le da al viejo podrido, en este banco todo el día al sol y a la sombra, con olor a meo, que no puedo ni espantar las moscas que me vienen a caminar por las llagas y él, atento, viendo volar la piedra, y para mí que debe apostar para adentro si me pega o le erra y debe decir: pucha, yo creí que esta vez sí, que esta vez le rajaba el mate al viejo, que ahora está ahí dando lástima pero bien que era un reverendo hijo de puta cuando estaba sano, que me cagaba a palos si no limpiaba la casa, bien que me molía a leñadas cuando a la noche no traía nada; como si las billeteras, como si los viajantes, los borrachos, como si los clientes para la mamá llovieran de los árboles en este pueblucho; Pago Seco, le pusieron; Pago Seco; y sí, qué otro nombre ponerle a esto y la mamá, que si consigue un tipo me hace dormir afuera y si no consigue nada me tiene con las tripas vacías, y encima ahora, desde que llegó el gringo no tiene ojos para ningún otro tipo y casi que no trabaja y corremos la coneja que da gusto y digo yo si no es mejor el sargento Cernadas que el gringo este, más vale que el sargento es gordo y grasiento y tiene el ojo virocho, pero paga aunque paga poco y mientras culea con la mamá, yo me pruebo sus botas, y después deja la plata, me palmea la cabeza, me saca las botas de las manos y  dice Juancito, algún día vas a ser colimba como yo y vas a tener las tuyas propias; dice eso pero yo sé que piensa otra cosa, yo sé que piensa: un pobre indio este Juancito, tarde o temprano me va a caer preso; ahora porque es pichón y corre como el demonio y con el calor que hace no hay quien quiera seguirlo dos cuadras por una billetera mugrienta o un par de anteojos, pero en un tiempito nomás, oíme Lucía, es cosa de poco tiempo, que el Juan empieza con la tranca y ahí sí, cae; ahí sí, te digo, que cae como caen todos, borrachos, o drogados, reventado a palos por el yanqui al que le afanaron unos dólares, o cagando sangre de la culeada que se dejaron pegar por una línea de coca, por una jeringa; o peor, aparecen fríos, verdes, en el fondo de alguna acequia, oíme Lucía, escuchame, que yo sé lo que te digo, es cosa de un tiempo nomás que al Juancito se le acaba la buena suerte; así le digo yo pero la Lucía ni bola,  se tira en la catrera, abre las piernas y mientras yo me la monto, ella silba y mira el techo, y cuando le acabo se lava enseguida y me fuma un cigarrillo, o se queda con dos o tres o todo el paquete y se viste de nuevo para volver a salir, Lucía, le digo, vas a salir otra vez a trabajar a esta hora y ella me mira y no dice nada, en general no dice nada, a veces dice, Oíme Cernadas, las cosas como son, media hora, y te vas; no te me vengas a hacer el padre que ya tengo uno, ahí afuera, no me vengas a hacer el marido que yo marido ya tuve y bien muerto que está, y con vos me las entiendo porque mucho no queda: el gringo que en siete meses no me dio nunca la hora, y algún que otro viajante, de los que quieren cosas raras, pero pagan bien; y ojalá me diera algo de calce el gringo pero nada, siempre ahí, en la ventana del hotel, fuma y mira, fuma y mira, y cada tanto lo llama al Juancito para que le haga algún mandado, y sigue ahí, guardado, ese tiene algo con la ley, y para mí que los que llegaron hoy tienen algo con él, algo les debe, porque estos no vinieron ni a ver a la virgen ni buscando putas ni a jugar en el casino;  andan dando vueltas desde la mañana como perro en celo; perro en celo, ojalá perro en celo, que mis buenos mangos me haría yo, solo de ver los relojes que traen, las cadenas de oro; estos tipos me huelen mal y el gringo que no aparece en la ventana desde el mediodía y mirá las cadenas que tiene aquel que habla con el viejo, con esa pinta de macró que se cae, y bien que el Juancito se daría maña para sacarle la cadena o al menos dos billetes de la cartera si me lo consiguiera llevar a la pieza, pero qué va, estos no vienen a eso, andan oliendo el aire como carroñeros, pero bien que el Juancito les sacaría algo, claro que después yo tendría que correrlo medio día para que largue el bulto, o cocinarle arroz con leche o guiso de lentejas, y entonces sí, después del arroz con leche y un poco de upa, que el grandulón todavía quiere cada tanto que le haga upa y con eso le saco cualquier cosa, se ablanda, si es un pibito, no tiene ni ocho todavía, es un pibito, tierno, no como dice Cernadas, es un pibito, yo a mi hijo lo conozco, se me sube a upa y me toca el pelo y me pregunta ¿vos me querés mamá?, ¿me querés?, mirá lo que conseguí, se lo saqué al blanco que vino en el sedán a la mañana, le preguntó al abuelo por un tal Estíven, que para mí que es el nombre del gringo, y el abuelo le contestó algo, viste como habla, que no se le entiende nada, y levantó la mano y señaló la habitación allá enfrente, quién sabe por qué, no creo que ni le haya ni escuchado la pregunta al blanco, pero viste al abuelo, que se la pasa todo el día sentado ahí como una planta con los ojos clavados en la ventana del gringo, como te digo: bajó el tipo del sedán y el Lobo se le vino encima y el coso ese le metió una patada en el costado, y el abuelo dijo dos o tres pavadas de las que él dice desde que quedó tullido y señaló la ventana; el tipo cruzó la plaza y entró al hotel, y yo me fui por la parte de atrás, porque ahí iba a pasar algo gordo, que por algo el gringo me había mandado a traerle la otra noche un bulto que estaba escondido en la iglesia, atrás de la eucaristía, dos pesos, mamá, me dio, y me dijo que si se lo llevaba sin abrir, me daba tres más; ahí iba a pasar algo gordo, si hoy no me encargó ningún mandado, ni cigarrillos me mandó comprarle, pero yo sé que estaba ahí, atrás de la persiana cerrada, yo sé, estaba ahí. Iba a pasar algo, y no me equivoqué, mamá: entré por el patio de atrás y cuando la Polaca se fue al baño, me metí por la cocina, salté la ventanita del lavadero y me llegué hasta la pieza del gringo; lo vi tirado en la cama, de bruces; al principio pensé que dormía pero estaba tan quieto que me dio susto, me acerqué y lo zamarreé y estaba frío, pesado; le pegué un grito a la Polaca y lo dimos vuelta entre los dos, y ahí vimos que no era el gringo, que era el blanco: tenía un balazo en la frente y la camisa llena de sangre; del gringo ni noticias y en eso entró Cernadas y me hizo sacar, sacámelo al chico, Polaca, llévaselo a la Lucía, que me trajera con vos, y ya no me dejaron ver nada; lo que sí, mamá, yo me apuré,  que el tipo tenía bastantes billetes en la cartera, y el reloj este que parece bueno, mirá mamá, y también tenía esta cadena al cuello. Mirá cómo brilla, ¿ves mamá?, ¿ves?, no es como dice el abuelo, el mocoso de la Lucía, como buen hijo de puta, para lo único que sirve es para joder, y yo, acá, meandome encima,  porque la Lucía no me lleva al baño y  el chico de la Lucía tampoco y eso que ya le dije dos veces, al mierda, que me estoy meando,  pero, ah, si yo tuviera mis piernas, cualquier día me iban a ver acá tirado;  si fuera el de antes, ahí sí te quiero ver; la cosa sería distinta.




Forma parte del libro EL EXTRAÑO LENGUAJE DE LAS CASAS que recibió la primera mención honorífica del certamen literario de la Universidad Autónoma del estado de México. Será publicado en el mes de agosto.



-FLAVIA PANTANELLI es fonoaudióloga y cuentista. Vive en Buenos Aires, Argentina. Empezó a escribir en los talleres de la municipalidad de San Isidro en 2011. Se formó con los escritores Bea Lunazzi, Ariel Bermani, Silvia Plager, José María Brindisi, Pedro Mairal, Osvaldo Bossi, Félix Bruzzone, Elsa Drucaroff,  Jorge Consiglio y Christian Kupchik. Realizó la Formación Intensiva en Escritura Narrativa de Casa de Letras.

Sus trabajos fueron distinguidos en concursos municipales, provinciales, nacionales  y europeos, como Manuel Mujica Láinez, Lomas de Zamora, Fundación Victoria Ocampo, Colegio de Escribanos de Provincia de Buenos Aires, Consejo Federal de Inversiones, Concurso Federal de Relatos, Cuentos para el andén y otros.

Publica desde 2013 en revistas literarias y en antologías de nuestro país,  Brasil,  España y Estados Unidos.  Participa de los proyectos solidarios PH15 (Argentina) y 30 SONRISAS CON HISTORIA (España). Traduce del italiano y realiza trabajos de edición para editoriales independientes.

En 2015 publicó los siguientes libros: HACEME LO QUE QUIERAS (Ed. Outsider, Buenos Aires, 2015) y CARNE ROTA (Modesto Rimba, Buenos Aires, 2015, Segundo premio del Concurso de la  Fundación Victoria Ocampo).  Su libro FARALLÓN  se encuentra concursando en nuestro país y en España. En este momento trabaja en su novela MANUAL PARA NO MORIR.













LOS OJOS*



*De Natalia Litvinova. litvinova25@hotmail.com



En realidad los días no pasan. Nadie envejece.

Los ojos, sirvientes de otro cielo,

trazan arrugas en los rostros.

Empañan los espejos. Le dan peso a las piedras.

Quizás los días no pasan. Las hojas no se queman.

No marchitan los jardines.

Los pájaros no abandonan continentes.

Son los ojos. Visten diminutas muertes.

Sin que nadie vea.




-De “Grieta”-

-Natalia Litvinova (Gómel – 1986) Escritora argentina de origen bielorruso, dedicada al campo de la poesía y de la traducción. Publicó: Esteparia (Ediciones del Dock, 2010), reeditado en España y en Uruguay, Balbuceo de la noche (Melón editora, 2012), Grieta (Gog y Magog ediciones, 2012) reeditado en España y en Costa Rica, Todo ajeno (Vaso roto, 2013) y Cuerpos textualizados (Letra viva, 2014). Compiló y tradujo varias antologías de poetas rusos. Siguiente vitalidad (Audisea, 2015) es su reciente poemario, publicado en Argentina y reeditado en Chile, México y España.
















LOS GITANOS DEL MAR*



Cuando vuelva a la isla
me zurciré dos alas con hojas de plátano verde
me pondré dos tomates
sobre los párpados, no me pregunten
para qué, que es un secreto
una herejía ancestral que guardo
de mis bisabuelos maternos.
Gente de piel cobriza, pelo enmarañado
como guanucos de bañarse
que arrastradas por una hambruna
fueron de isla en isla, náufragos
con un trozo del idioma en su frente.
Gente acusada de comer monos, garzas
tarántulas, alacranes y sabandijas
fueron la raíz de mis raíces.
Gente acusada de ser la avanzada
de “King James Bible”. Cuando vuelva
a la isla, me zurciré dos alas plausibles
con hojas de plátano verde
y volaré hacia el sol, como el bisabuelo voló
creyendo ser Ícaro, aunque sin percatarse
que era sólo un hombre negro.


*De Daniel Montoly. danielmontoly@yahoo.es














El día después de los humanos*



*De Melisa Mauriño.
 


Hablábamos
pero no por hablar
de la lluvia o el suicidio
sino para hacerlo
un poco menos difícil
estando en el aire
todo eso

mis codos
en el mantel de hule
pintado a la mesa
las tardes de calor,
el redoble metálico de tus dedos
desafinando otra canción pasada
de moda, pegadiza
pegajosa
como la tarde

dijiste que el día
después de los humanos
los leones se echarían al sol
en Central Park,
pensé la libertad
cuesta años
de encierro

dijiste también
que el verde cubriría el cemento
y treparían las hojas
los rascacielos,
pensé en los árboles
que vi talar
porque sus raíces rompen
las veredas y los desvíos
son peligrosos

el día después
de los humanos
el sol inicia su descenso
y las sombras
en el agua se mueven
del color de la sangre y tiemblan
hasta ahogarse
o aprender a nadar

dijiste me gusta
fingir el fin del mundo
para morir un rato
en el cuerpo de otra mujer

pensé el fin del mundo
es todos los días
para el león
que ve caer al sol
en su jaula, para la hoja
que se desprende
del árbol y también
para el amante y lo que arranca
de sus ojos la lluvia
el día después
del amor.



*De "La piel de la oruga" (Viajero insomne, 2016)




-Melisa Mauriño es Licenciada en Psicología por la Universidad de Buenos Aires. Actualmente es residente de la Residencia Post-básica de Cuidados Paliativos en el hospital Tornú. Escribe narrativa y poesía. Ganó el primer premio del 1er. Concurso Nacional de Poesía Viajero Insomne 2015 con su primer libro “La piel de la oruga” (Viajero Insomne, 2016). Cría mariposas y polillas.














*


Pochi dejaba la nave
en la puerta de la casa de la nona
en Ramos Mejía
calle Argentina
el número escapa a mi memoria
pero eso, a esta altura, qué importa.
Se acostaba a dormir la siesta
porque volvía reventado de ir
de ir y de volver
de volver y de ir
cien veces el mismo camino.
El primero en subir al colectivo era yo
atrás venían los amigos del barrio.
La palanca de cambio tenía colgando
las tiritas con los colores de Boca.
Nos trepábamos a todos los pasamanos,
no había que tocar el suelo porque abajo
estaban los alienígenas.
La nave tenía el perfume que usaba papá.
A las cuatro de la tarde
volvía a transformarse en colectivo
porque tenía que volver al trabajo.
Pochi abría la puerta
traía siempre su camisa azul
y los pantalones gastados, sonreía,
nosotros bajábamos y le dábamos las gracias.
Pochi me daba un beso y un abrazo.
Nos quedábamos mirándolo
hasta que el colectivo
era un punto azul en el asfalto
y luego nada, es decir, todo.



*De León Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar













Momentos*



Un dolor inenarrable que se escapa a cualquier intento de donarle un sentido, tan opaco, tan mudo, tan cerrado, tan intenso como una tortura. Macizo y duro, sin tiempo, casi como la representación de la muerte, peor, porque la muerte es piadosa en su anestesia.
No puede durar mucho porque es imposible soportarlo.

Se va casi lentamente y se descubre la vida, no una abstracción, haberlo perdido todo y recobrarlo, el placer de la voz que suena y el cuarto propio se habita y hay un libro, un café, la calma de acostarnos a leer fuera del frío.


*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar















El clarividente*



Lo llaman el mentalista. Su experiencia es extraordinaria.
Lo encerraron  en  un sótano húmedo, oscuro para desafiar su osada capacidad. Sospechaban que era manipulador, ilusionista, una persona deshonesta.
Sin embargo, aunque había un silencio clandestino, él estaba sereno.
Comenzó a visualizar la línea del tiempo. Los retratos de la historia amanecían con sonoridad explosiva. Olía a fuego, sudores guerreros en variadas batallas, caballos jadeando, tañidos de tambores,  doncellas cortesanas y música de vals. Ritmos impactantes, lugareños y elegantes. No sabía qué época tomar, pues había un espectro fantástico de revelaciones.
Testimonios en manuscritos rústicos, dibujos en las cavernas, momias que cobraban fortaleza, edificios gigantes en forma piramidal. Todos tan vívidos que semejaba un viaje al pasado sin un lugar preciso… Un dinosaurio reveló sus grandes dientes. Togas, vestuarios cambiantes, miriñaques, coronas, veneno como la cicuta,  pócimas medicinales y de encantamientos
El cuarto hosco se convirtió en un escenario radiante. Un símbolo de la paz arrullado en  violines,  palpitaba chispas en remolinos salados. Hubo numerosos más develamientos.
Ya no importaba, él sabía de su condición. Era un don y una maldición.
Por lo cual tomó la decisión de transmutarse en otra persona con igual  porte de sugestión y  magnetismo.

Se convirtió en político.-
















MERLIN*



*De Antonio Dal Masetto.



Triste, muy triste destino el de Merlín, el mago de la corte del rey Arturo y los caballeros de la Tabla Redonda. "Un hombre sabio y sutil con extraños y secretos poderes proféticos, capaz de esos trastornos de lo ordinario y lo evidente que reciben el nombre de magia". De este modo lo describe John Steinbeck en "Los hechos del rey Arturo", reelaboración de las historias originales de Malory. Y es así, Merlín puede leer en la mente y en el corazón de los humanos y descifrar lo que está escrito en las estrellas. Quien siga sus andanzas a través de las páginas de Steinbeck lo oirá emitir frases y sentencias inquietantes desde las alturas de su sabiduría. Por ejemplo, ahí anda Balin, caballero puro y sin tacha, de sangre noble tanto de padre como de madre, y que pese a eso, sin que sea en absoluto culpable, sólo logra provocar desgracias y muertes a su alrededor.
—Lo lamento por ti —dice Merlín—. En castigo estás destinado a infligir el tajo más triste desde que la lanza atravesó el flanco de Nuestro Señor Jesucristo. Herirás al mejor caballero viviente y sobre tres reinos atraerás la miseria, la congoja y la tribulación.
—¿Cuál es mi pecado? —pregunta el consternado Balin.
—La mala suerte —le contesta el mago—. Algunos le llaman destino.
Este es Merlín. No hay frase que se le caiga de la boca que no valga su peso en oro. Tratando de reanimar a un afligido rey Arturo, Merlín dice:
—A todos, en alguna parte del mundo, nos aguarda la derrota. Algunos son destruidos por la derrota, y otros se hacen pequeños y mezquinos a través de la victoria. La grandeza vive en quién triunfa a la vez sobre la victoria y sobre la derrota.
En fin, Merlín puede crear reyes, programar batallas exitosas, desaparecer de un lugar y aparecer en otro. Puede casi todo, pero también él tiene su talón de Aquiles. En otro encuentro con Arturo (quien ama y está a punto de desposar a Ginebra, hija del rey Lodegrance de Camylarde), Merlín le advierte que ella lo traicionará con su amigo más querido. El rey Arturo se niega a aceptar semejante predicción. Y Merlín: —Todos los hombres se aferran a la convicción de que para cada uno de ellos las leyes de la probabilidad son canceladas por el amor. Hasta yo, que sé con toda certeza que una muchachita tonta va a ser la causa de mi muerte, cuando la encuentre no vacilaré en seguirla.
Porque Merlín, sabio y mago, no sólo puede ver el futuro de los demás hombres, sino también, tristemente, el propio. Por encima de sus poderes hay un poder mayor contra el cual no podrá luchar, al que se someterá a sabiendas. Y es la pasión amorosa. En efecto, cuando el anciano Merlín ve por primera vez a Nyneve, una de las doncellas de la Dama del Lago, siente que la sangre le hierve en las venas y el descontrol de la pasión se impone a la edad y a la sabiduría. Entonces, conociendo de antemano la fatídica culminación de esta aventura, anuncia la inminencia de su desaparición. El rey Arturo se resiste a creerlo, no le parece posible: —Eres el hombre más sabio de este mundo y sabes lo que está por ocurrirte. ¿Por qué no elaboras un plan para ponerte a salvo?
—Porque soy sabio —contesta Merlín—. En la lid entre la sabiduría y los sentimientos, la sabiduría nunca triunfa. Te he predicho el futuro con certeza, mi señor, pero no por saberlo podrás cambiarlo siquiera en el grosor de un cabello. Cuando llegue la hora, tus sentimientos te precipitarán a tu destino.
Merlín deja la corte siguiendo a Nyneve dondequiera que ella vaya. Olvidado de toda prudencia la acosa sin cesar con el fervor de un muchacho, suplicando y gimiendo para que ella repose con él y aplaque su deseo. Ella, cansada de que la siga este anciano plañidero, se niega siempre. Hasta que ("con la innata astucia de las doncellas", señala Steinbeck), Nyneve comienza a deslizar preguntas acerca de las artes mágicas de Merlín e insinúa que le concederá sus favores a cambio del conocimiento. Y Merlín, aún previendo sus intenciones, no puede evitar iniciarla en los secretos de los sortilegios, los prodigios y los hechizos. Ella bate palmas con juvenil alegría y el anciano crea, bajo un enorme peñasco, un aposento maravilloso para la consumación de su amor. Entonces, aprovechando que el mago se adelanta en el recinto, Nyneve obra el encantamiento que jamás podrá quebrarse, el pasaje se sella y Merlín queda encerrado. Todavía sigue en ese lugar (algún punto de la costa, camino a Cornaulles, para más datos) y ahí se quedará por siempre, suplicando a través de la roca que alguien lo libere. Pobre Merlín.











El loco Pedro*



El hogar era oscuro como casi todas las residencias de ancianos, oscuro y amargo. El personal se ocupaba de los viejos con esmero robotizado y la media sonrisa que no duraba el día entero. Arrastraba su pierna coja y la zapatilla de abrigo, hasta la ventana donde tarde a tarde, a la misma hora, se sentaba a ver pasar el tren.
Cantaba la marcha peronista a viva voz y luego sus pensamientos se perdían en recuerdos y sus ojos en el serpentear de las vías.
No sabemos qué extrañas reflexiones albergaba su mente pero Pedro, el loco Pedro, parecía feliz.


*De Ana María Broglio. anamariabroglio@gmail.com













  2 *



I


Ayer soñé
Un poema húmedo
Sobre hojas secas.



II


A veces quiero
saltar en mi mirada
y ser ausencia.




III


Desangelada
y cerca de la noche
ella descansa.




IV


A la intemperie
el eco del rocío
guarda silencio.




*De Paula Novoa.
-De Hija de mala madre, Cave Librum Editorial (2016)


-Paula Novoa nació un 08 de marzo de 1976 en San Antonio de Padua. Es profesora en Lengua, Literatura y Latín (I.S.F.D. N°45, Haedo) y Licenciada en Lengua y Literatura con orientación en análisis del discurso (UNLaM). Escritora de poesía.
Publicó: El año que fui homeless, Cave Librum Editorial (2014) e Hija de mala madre, Cave Librum Editorial (2016).
Actualmente trabaja como profesora de Lengua y Literatura en escuelas secundarias del municipio de Moreno.












*


Si algo me gusta de este mundo es que el conocimiento sea fabulación.


*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com









InvenTren








El guardagujas*




*De Juan José Arreola.


El forastero llegó sin aliento a la estación desierta. Su gran valija, que nadie quiso cargar, le había fatigado en extremo. Se enjugó el rostro con un pañuelo, y con la mano en visera miró los rieles que se perdían en el horizonte. Desalentado y pensativo consultó su reloj: la hora justa en que el tren debía partir.
Alguien, salido de quién sabe dónde, le dio una palmada muy suave. Al volverse el forastero se halló ante un viejecillo de vago aspecto ferrocarrilero. Llevaba en la mano una linterna roja, pero tan pequeña, que parecía de juguete. Miró sonriendo al viajero, que le preguntó con ansiedad:
-Usted perdone, ¿ha salido ya el tren?
-¿Lleva usted poco tiempo en este país?
-Necesito salir inmediatamente. Debo hallarme en T. mañana mismo.
-Se ve que usted ignora las cosas por completo. Lo que debe hacer ahora mismo es buscar alojamiento en la fonda para viajeros -y señaló un extraño edificio ceniciento que más bien parecía un presidio.
-Pero yo no quiero alojarme, sino salir en el tren.
-Alquile usted un cuarto inmediatamente, si es que lo hay. En caso de que pueda conseguirlo, contrátelo por mes, le resultará más barato y recibirá mejor atención.
-¿Está usted loco? Yo debo llegar a T. mañana mismo.
-Francamente, debería abandonarlo a su suerte. Sin embargo, le daré unos informes.
-Por favor…
-Este país es famoso por sus ferrocarriles, como usted sabe. Hasta ahora no ha sido posible organizarlos debidamente, pero se han hecho grandes cosas en lo que se refiere a la publicación de itinerarios y a la expedición de boletos. Las guías ferroviarias abarcan y enlazan todas las poblaciones de la nación; se expenden boletos hasta para las aldeas más pequeñas y remotas. Falta solamente que los convoyes cumplan las indicaciones contenidas en las guías y que pasen efectivamente por las estaciones. Los habitantes del país así lo esperan; mientras tanto, aceptan las irregularidades del servicio y su patriotismo les impide cualquier manifestación de desagrado.
-Pero, ¿hay un tren que pasa por esta ciudad?
-Afirmarlo equivaldría a cometer una inexactitud. Como usted puede darse cuenta, los rieles existen, aunque un tanto averiados. En algunas poblaciones están sencillamente indicados en el suelo mediante dos rayas. Dadas las condiciones actuales, ningún tren tiene la obligación de pasar por aquí, pero nada impide que eso pueda suceder. Yo he visto pasar muchos trenes en mi vida y conocí algunos viajeros que pudieron abordarlos. Si usted espera convenientemente, tal vez yo mismo tenga el honor de ayudarle a subir a un hermoso y confortable vagón.
-¿Me llevará ese tren a T.?
-¿Y por qué se empeña usted en que ha de ser precisamente a T.? Debería darse por satisfecho si pudiera abordarlo. Una vez en el tren, su vida tomará efectivamente un rumbo. ¿Qué importa si ese rumbo no es el de T.?
-Es que yo tengo un boleto en regla para ir a T. Lógicamente, debo ser conducido a ese lugar, ¿no es así?
-Cualquiera diría que usted tiene razón. En la fonda para viajeros podrá usted hablar con personas que han tomado sus precauciones, adquiriendo grandes cantidades de boletos. Por regla general, las gentes previsoras compran pasajes para todos los puntos del país. Hay quien ha gastado en boletos una verdadera fortuna…
-Yo creí que para ir a T. me bastaba un boleto. Mírelo usted…
-El próximo tramo de los ferrocarriles nacionales va a ser construido con el dinero de una sola persona que acaba de gastar su inmenso capital en pasajes de ida y vuelta para un trayecto ferroviario, cuyos planos, que incluyen extensos túneles y puentes, ni siquiera han sido aprobados por los ingenieros de la empresa.
-Pero el tren que pasa por T., ¿ya se encuentra en servicio?
-Y no sólo ése. En realidad, hay muchísimos trenes en la nación, y los viajeros pueden utilizarlos con relativa frecuencia, pero tomando en cuenta que no se trata de un servicio formal y definitivo. En otras palabras, al subir a un tren, nadie espera ser conducido al sitio que desea.
-¿Cómo es eso?
-En su afán de servir a los ciudadanos, la empresa debe recurrir a ciertas medidas desesperadas. Hace circular trenes por lugares intransitables. Esos convoyes expedicionarios emplean a veces varios años en su trayecto, y la vida de los viajeros sufre algunas transformaciones importantes. Los fallecimientos no son raros en tales casos, pero la empresa, que todo lo ha previsto, añade a esos trenes un vagón capilla ardiente y un vagón cementerio. Es motivo de orgullo para los conductores depositar el cadáver de un viajero lujosamente embalsamado en los andenes de la estación que prescribe su boleto. En ocasiones, estos trenes forzados recorren trayectos en que falta uno de los rieles. Todo un lado de los vagones se estremece lamentablemente con los golpes que dan las ruedas sobre los durmientes. Los viajeros de primera -es otra de las previsiones de la empresa- se colocan del lado en que hay riel. Los de segunda padecen los golpes con resignación. Pero hay otros tramos en que faltan ambos rieles, allí los viajeros sufren por igual, hasta que el tren queda totalmente destruido.
-¡Santo Dios!
-Mire usted: la aldea de F. surgió a causa de uno de esos accidentes. El tren fue a dar en un terreno impracticable. Lijadas por la arena, las ruedas se gastaron hasta los ejes. Los viajeros pasaron tanto tiempo, que de las obligadas conversaciones triviales surgieron amistades estrechas. Algunas de esas amistades se transformaron pronto en idilios, y el resultado ha sido F., una aldea progresista llena de niños traviesos que juegan con los vestigios enmohecidos del tren.
-¡Dios mío, yo no estoy hecho para tales aventuras!
-Necesita usted ir templando su ánimo; tal vez llegue usted a convertirse en héroe. No crea que faltan ocasiones para que los viajeros demuestren su valor y sus capacidades de sacrificio. Recientemente, doscientos pasajeros anónimos escribieron una de las páginas más gloriosas en nuestros anales ferroviarios. Sucede que en un viaje de prueba, el maquinista advirtió a tiempo una grave omisión de los constructores de la línea. En la ruta faltaba el puente que debía salvar un abismo. Pues bien, el maquinista, en vez de poner marcha atrás, arengó a los pasajeros y obtuvo de ellos el esfuerzo necesario para seguir adelante. Bajo su enérgica dirección, el tren fue desarmado pieza por pieza y conducido en hombros al otro lado del abismo, que todavía reservaba la sorpresa de contener en su fondo un río caudaloso. El resultado de la hazaña fue tan satisfactorio que la empresa renunció definitivamente a la construcción del puente, conformándose con hacer un atractivo descuento en las tarifas de los pasajeros que se atreven a afrontar esa molestia suplementaria.
-¡Pero yo debo llegar a T. mañana mismo!
-¡Muy bien! Me gusta que no abandone usted su proyecto. Se ve que es usted un hombre de convicciones. Alójese por lo pronto en la fonda y tome el primer tren que pase. Trate de hacerlo cuando menos; mil personas estarán para impedírselo. Al llegar un convoy, los viajeros, irritados por una espera demasiado larga, salen de la fonda en tumulto para invadir ruidosamente la estación. Muchas veces provocan accidentes con su increíble falta de cortesía y de prudencia. En vez de subir ordenadamente se dedican a aplastarse unos a otros; por lo menos, se impiden para siempre el abordaje, y el tren se va dejándolos amotinados en los andenes de la estación. Los viajeros, agotados y furiosos, maldicen su falta de educación, y pasan mucho tiempo insultándose y dándose de golpes.
-¿Y la policía no interviene?
-Se ha intentado organizar un cuerpo de policía en cada estación, pero la imprevisible llegada de los trenes hacía tal servicio inútil y sumamente costoso. Además, los miembros de ese cuerpo demostraron muy pronto su venalidad, dedicándose a proteger la salida exclusiva de pasajeros adinerados que les daban a cambio de esa ayuda todo lo que llevaban encima. Se resolvió entonces el establecimiento de un tipo especial de escuelas, donde los futuros viajeros reciben lecciones de urbanidad y un entrenamiento adecuado. Allí se les enseña la manera correcta de abordar un convoy, aunque esté en movimiento y a gran velocidad. También se les proporciona una especie de armadura para evitar que los demás pasajeros les rompan las costillas.
-Pero una vez en el tren, ¡está uno a cubierto de nuevas contingencias?
-Relativamente. Sólo le recomiendo que se fije muy bien en las estaciones. Podría darse el caso de que creyera haber llegado a T., y sólo fuese una ilusión. Para regular la vida a bordo de los vagones demasiado repletos, la empresa se ve obligada a echar mano de ciertos expedientes. Hay estaciones que son pura apariencia: han sido construidas en plena selva y llevan el nombre de alguna ciudad importante. Pero basta poner un poco de atención para descubrir el engaño. Son como las decoraciones del teatro, y las personas que figuran en ellas están llenas de aserrín. Esos muñecos revelan fácilmente los estragos de la intemperie, pero son a veces una perfecta imagen de la realidad: llevan en el rostro las señales de un cansancio infinito.
-Por fortuna, T. no se halla muy lejos de aquí.
-Pero carecemos por el momento de trenes directos. Sin embargo, no debe excluirse la posibilidad de que usted llegue mañana mismo, tal como desea. La organización de los ferrocarriles, aunque deficiente, no excluye la posibilidad de un viaje sin escalas. Vea usted, hay personas que ni siquiera se han dado cuenta de lo que pasa. Compran un boleto para ir a T. Viene un tren, suben, y al día siguiente oyen que el conductor anuncia: “Hemos llegado a T.”. Sin tomar precaución alguna, los viajeros descienden y se hallan efectivamente en T.
-¿Podría yo hacer alguna cosa para facilitar ese resultado?
-Claro que puede usted. Lo que no se sabe es si le servirá de algo. Inténtelo de todas maneras. Suba usted al tren con la idea fija de que va a llegar a T. No trate a ninguno de los pasajeros. Podrán desilusionarlo con sus historias de viaje, y hasta denunciarlo a las autoridades.
-¿Qué está usted diciendo?
En virtud del estado actual de las cosas los trenes viajan llenos de espías. Estos espías, voluntarios en su mayor parte, dedican su vida a fomentar el espíritu constructivo de la empresa. A veces uno no sabe lo que dice y habla sólo por hablar. Pero ellos se dan cuenta en seguida de todos los sentidos que puede tener una frase, por sencilla que sea. Del comentario más inocente saben sacar una opinión culpable. Si usted llegara a cometer la menor imprudencia, sería aprehendido sin más, pasaría el resto de su vida en un vagón cárcel o le obligarían a descender en una falsa estación perdida en la selva. Viaje usted lleno de fe, consuma la menor cantidad posible de alimentos y no ponga los pies en el andén antes de que vea en T. alguna cara conocida.
-Pero yo no conozco en T. a ninguna persona.
-En ese caso redoble usted sus precauciones. Tendrá, se lo aseguro, muchas tentaciones en el camino. Si mira usted por las ventanillas, está expuesto a caer en la trampa de un espejismo. Las ventanillas están provistas de ingeniosos dispositivos que crean toda clase de ilusiones en el ánimo de los pasajeros. No hace falta ser débil para caer en ellas. Ciertos aparatos, operados desde la locomotora, hacen creer, por el ruido y los movimientos, que el tren está en marcha. Sin embargo, el tren permanece detenido semanas enteras, mientras los viajeros ven pasar cautivadores paisajes a través de los cristales.
-¿Y eso qué objeto tiene?
-Todo esto lo hace la empresa con el sano propósito de disminuir la ansiedad de los viajeros y de anular en todo lo posible las sensaciones de traslado. Se aspira a que un día se entreguen plenamente al azar, en manos de una empresa omnipotente, y que ya no les importe saber adónde van ni de dónde vienen.
-Y usted, ¿ha viajado mucho en los trenes?
-Yo, señor, solo soy guardagujas1. A decir verdad, soy un guardagujas jubilado, y sólo aparezco aquí de vez en cuando para recordar los buenos tiempos. No he viajado nunca, ni tengo ganas de hacerlo. Pero los viajeros me cuentan historias. Sé que los trenes han creado muchas poblaciones además de la aldea de F., cuyo origen le he referido. Ocurre a veces que los tripulantes de un tren reciben órdenes misteriosas. Invitan a los pasajeros a que desciendan de los vagones, generalmente con el pretexto de que admiren las bellezas de un determinado lugar. Se les habla de grutas, de cataratas o de ruinas célebres: “Quince minutos para que admiren ustedes la gruta tal o cual”, dice amablemente el conductor. Una vez que los viajeros se hallan a cierta distancia, el tren escapa a todo vapor.
-¿Y los viajeros?
Vagan desconcertados de un sitio a otro durante algún tiempo, pero acaban por congregarse y se establecen en colonia. Estas paradas intempestivas se hacen en lugares adecuados, muy lejos de toda civilización y con riquezas naturales suficientes. Allí se abandonan lores selectos, de gente joven, y sobre todo con mujeres abundantes. ¿No le gustaría a usted pasar sus últimos días en un pintoresco lugar desconocido, en compañía de una muchachita?
El viejecillo sonriente hizo un guiño y se quedó mirando al viajero, lleno de bondad y de picardía. En ese momento se oyó un silbido lejano. El guardagujas dio un brinco, y se puso a hacer señales ridículas y desordenadas con su linterna.
-¿Es el tren? -preguntó el forastero.
El anciano echó a correr por la vía, desaforadamente. Cuando estuvo a cierta distancia, se volvió para gritar:
-¡Tiene usted suerte! Mañana llegará a su famosa estación. ¿Cómo dice que se llama?
-¡X! -contestó el viajero.
En ese momento el viejecillo se disolvió en la clara mañana. Pero el punto rojo de la linterna siguió corriendo y saltando entre los rieles, imprudente, al encuentro del tren.
Al fondo del paisaje, la locomotora se acercaba como un ruidoso advenimiento.



*Guardagujas: Empleado encargado del manejo de las agujas de una vía férrea.






-Próximas estaciones:

POLVAREDAS 
–Por Ferrocarril Provincial-

PLOMER    
-Por Ferrocarril Midland-


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El recorrido por venir del tren literario en el Ferrocarril Provincial:

JUAN ATUCHA.   JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE. 
FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.  
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR OBLIGADO.  
ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.    D. SÁEZ.    
J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.    ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  
LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.  ARANA.  GOBERNADOR GARCIA. 
LA PLATA.

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El recorrido por venir del tren literario en el Ferrocarril Midland:

KM. 55.    ELÍAS ROMERO.    KM. 38. 
MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.   LIBERTAD.  MERLO GÓMEZ.  
RAFAEL CASTILLO.    ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS. 
JOSÉ INGENIEROS.   MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.  
KM 12.   LA SALADA.   INGENIERO BUDGE.
VILLA FIORITO.  VILLA CARAZA.   VILLA DIAMANTE.
 PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.



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