lunes, abril 24, 2023

LOS DESESPERADOS SOÑADORES

 


*Obra de Noelia Ceballos @noe_ce_arte

 

 

 

 

 

CIUDAD Y AGUA*

 

 

Alguna vez

escribí un poema

en el que tu voz fue la protagonista, tu voz

de cueva sumergida en el mar

donde naufragó el Titanic, entonces

ya habíamos atravesado la lluvia

y lo que vino después. Caminábamos

en puntas de pie sobre el agua

-agua que bebieron madres de pechos violentados

y vientres secos-

caminábamos y la lluvia fue

una sola palabra que nos tragó antes

de que llegara la noche

y la proa del Titanic se asomara sobre la superficie

para hacernos creer que nada había ocurrido. Nada ocurrió:

seguimos siendo dos niñas en medio de la ciudad inundada

con los pies ligeros

hundiendo nuestros cuerpos hasta el pubis

en el tembladeral de las aguas

 

 

*De Irma Verolín. irmaverolin@hotmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

De guardia*

 

 

El sargento Suárez miró el reloj: faltaba muy poco para que terminara su guardia. Suspiró satisfecho y movió los hombros para aliviar su espalda. En unos momentos estaría en su casa, disfrutando de la compañía de su familia.

Miró hacia la galería por donde tenía que llegar su relevo. Aún no se lo veía. Cuando estaba terminando de ordenar sus papeles detonó el aviso de un accidente dentro de la ciudad.

Oyó el brusco arranque de un motor y el inquietante aullido de la sirena; volvió a mirar: ausencia en la galería. Corrió para abordar el patrullero.

- ¡Otra vez esa esquina! - masculló su compañero, mientras conducía velozmente bajo la helada llovizna del atardecer.

Otra sirena, la de la ambulancia, cada vez más próxima a medida que avanzaban, era un llamado perentorio y al mismo tiempo solidario. Y hacia allí se dirigían, zigzagueando a través del tránsito.

Suárez apretó las mandíbulas. Lo enfurecía la falta de colaboración de la mayoría de los conductores; si no hubiera sido por su uniforme ya habría insultado a más de uno.

La esquina del accidente hervía de curiosos. Suárez apreció de un vistazo la situación: la moto retorcida y caída y, a unos pasos, un hombre que yacía de espaldas sobre el pavimento mojado. Tenía los ojos abiertos hacia la nada y sus palabras incoherentes caían envueltas en una baba sanguinolenta. Sólo los labios se movían; el resto del cuerpo estaba densamente inmóvil.

-Atrás, atrás. Despejen el área - dijo Suárez tratando de conseguir espacio para las maniobras del médico y los enfermeros.

- Atrás - repitió- Sólo pueden permanecer los testigos.

A esa hora y en ese lugar, seguramente muchos habían presenciado el accidente, pero sólo se ofrecieron como testigos dos jóvenes con aspecto de estudiantes.

De mala gana los curiosos retrocedieron mientras el personal de la ambulancia atendía al accidentado. Pero el viejo de la camisa a cuadros apenas se movió.

- ¿No oyó lo que dije? ¿Qué está esperando?

La voz del sargento sonó alterada. El viejo respondió:

- Espero a que lo suban a la ambulancia.

Suárez se sintió culpable.

- ¿Es usted familiar de la víctima? -preguntó con prefabricado lenguaje profesional.

- No, ni siquiera lo conozco.

Suárez sintió que su paciencia se agotaba. Pero antes de que pudiera decir algo, el viejo se acercó a la camilla en la que estaban levantando al herido, tomó el saco con que lo había abrigado, se arrebujó en él y se perdió en la tarde.

 

………………………………

 

La profesora se quedó absorta con el pocillo de café en la mano. Bajo su mirada habían pasado los escritos de sus alumnos, durante muchos años. Pero nunca antes habían abordado este tema. Al día siguiente, cedió a su curiosidad.

- ¿Tu papá trabaja en la policía? -preguntó a la jovencita, mientras le entregaba el trabajo evaluado.

-No, profesora. Quería escribir sobre un accidente que presencié y traté de ponerme en el lugar de ese hombre al que llamé Suárez.

-A tu edad, los relatos suelen hablar de la familia, las mascotas, los viajes, el amor, la ciencia ficción... ¿Cómo se te ocurrió contar el accidente desde el punto de vista del policía?

-Para poder disculparlo.

-No comprendo- dijo, desorientada, la profesora.

-El saco era mío.

 

 

*De María Amelia Schaller. mariameliaschaller@gmail.com

Esperanza. Santa Fe.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

 

Mi padre

me enseñó a pescar

en los arroyos del campo.

 

Aguas lentas y marrones,

aguas cansadas de barro

miraban pasar la tarde

de los dos junto al barranco.

 

No se puede hablar,

me dijo,

porque los peces se espantan.

 

Nadie piensa,

junto al río,

en las tristezas que arrastra.

 

Se mira el agua pasar.

Calladito y esperando.

 

 

*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com

 

- Mariana nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City Bell.

-Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena 2014).

Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015)

La hija del pescador (La Magdalena, 2016).

Piedras de colores (Proyecto Hybris 2018).

El orden del agua, GPU Ediciones (2019).

MADURA, Editorial Sudestada (2021)-

-Quiero sacar la cabeza por la ventanilla de tu coche.

Halley ediciones (2022)

-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Cuando hemos perdido todo*

 

 

*Por Leopoldo Brizuela.

-Publicado en Clarín, jueves 6 de junio del 2002.-

 

En su última novela, Pablo de Santis escribe a propósito de un personaje que se ve obligado a decir cierta verdad a la persona que ama: "dudó, porque toda verdad es una forma de despedida". Como ese personaje, siento que la terrible crisis argentina es la hora de decirnos la verdad; que es la despedida de todo aquello que creímos ser, engañados por una ficción política que muchas veces no tuvimos el valor o la lucidez de desbaratar. Y que asumir el casi insoportable dolor de esta despedida, utilizarlo como acicate para nuestra creatividad y nuestra solidaridad, es nuestra única posibilidad de sobrevivir. Quizá porque todo lo que construimos en la adultez parece a punto de destruirse definitivamente, a menudo creo revivir situaciones de infancia que me cuesta mucho recordar con precisión. Los primeros días, por ejemplo, creía reconocer aquel momento de la misa en que uno se sentía mirado por un Dios al que era imposible mentir y sobornar; pero de inmediato me corregía, porque el temor de Dios entrañaba una fe en su bondad de padre. Hasta que hace unos meses, en un bar al que llego todos los fines de semana por las calles de Buenos Aires entre asaltos y mendigos, mi amigo Pablo Pérez el equilibrista me dio una clave: "¿Sabés? Una noche, en Mendoza, a los once o doce años, soñé que despertaba y saltaba de la cama y al abrir la puerta de mi casa sólo encontraba una inmensa llanura, y allá, a lo lejos, una casilla cerrada que corrí a abrir y en donde estaba Dios. Estaba encogido y tembloroso, Dios, con unos ojos enormes que parecían pedir piedad. Cuando le pregunté por qué estaba asustado, Dios me dijo que ya no podía volar. Y desde que me desperté", termina Pablo, "yo mismo empecé a treparme a los árboles y a aprender este oficio que todavía no sabía que existiera". De alguna manera todos nosotros, aun los que no creemos, sentimos que "Dios está asustado" porque nuestra imagen del mundo y de la historia, la que justificaba hasta ahora todas nuestras acciones, nos ha mostrado para siempre sus propios límites, sus incapacidades de entender y actuar. Sí: hemos asumido que Dios está demasiado asustado para ayudarnos. Y en el dolor del abandono, sentimos que sólo nos quedan dos posibilidades: o morir o vivir. Y sobrevivir es mirar valientemente aquello con que todavía contamos, y sobre todo, como aquel chico en los árboles de Mendoza, disponerse a aprender. Porque, ¿qué nos queda cuando parecen habernos robado todo? En principio, aunque suene a lugar común, nos queda la memoria, pero no ya como mero sitio de homenaje, ni siquiera como utopía realizada y perdida, ese paraíso de los padres fundadores que nos inmoviliza en veneración y nostalgia. La lección de los tiempos es, incluso, contraria: no somos una identidad inmutable, sino los sujetos de una historia de inevitables mutaciones que debemos tener siempre presente para que el cambio no derive en traición. Tenemos la memoria, digo, como sitio del presente repleto de herramientas todavía utilizables. Impedidos de comprar CDs, resucitamos las bandejas y los wincos y vamos por la ciudad rebuscando discos de vinilo que familias en bancarrota salen a vender o a trocar a las plazas: así resucita, casi intacta, la música de una argentina empeñada en escucharse a sí misma y a hacer escuchar sus voces, desde los alumnos del Mozarteum a los bagualeros de Yala, desde los baladistas del Di Tella a la gota de agua o el silbido de un barco que Leda Valladares perseguía por la ciudad con un diminuto grabador Geloso: Una Argentina que de pronto sabemos que sonaba para hoy y para nosotros. En las reuniones, ya cantamos distinto.

Muchos de mis amigos, escritores y foniatras, cantores y hasta reparadores de electrodomésticos, se han puesto a escribir manuales: no ya para aprovechar tal o cual demanda de las editoriales, todas al borde de la quiebra. Todos tenemos la misma urgencia de compartir esos saberes que creíamos haber olvidado simplemente porque nadie nos lo requería, porque nos habíamos acostumbrado a hacer nuestros trabajos según órdenes ajenas o extranjeras o porque, en fin, nos habíamos resignado a que nos hubieran arrebatado nuestro puesto de trabajo. Una de esas amigas me dice que en los talleres de escritura, por ejemplo, han sido muy pocas las deserciones: lo que era, hasta diciembre una actividad secundaria se ha revelado como el último lugar en que un pueblo defiende la posibilidad de decirse, de imaginarse, de elaborar, contra la alienación, un lenguaje nuevo y propio.

Por supuesto, no confundo estas formas de resistencia con ninguna victoria final, ni siquiera la auguro; pero las señalo como lo que son, luces imprevistas que nos permiten seguir dando pasos en medio de esta oscuridad, apostando a que nos suceda lo mismo que al protagonista de aquel cuento danés que, después de toda una vida de aventuras durísimas, subió a la cima de una colina y vio que su itinerario por la comarca había dibujado una figura precisa: la figura de una cigüeña. Y que esa figura le daba, porque había sido fiel a su deseo, un premio más cierto y profundo que la felicidad: el premio de la comprensión. En verdad, escribo estas vivencias y me doy cuenta de que en medio de la tragedia aprendimos a aprender de todo y de todos: y que el cuidado de una planta o un animal, de pronto tanto menos frágiles que nosotros, o la escritura de una novela, tanto más espaciosa y acogedora que nuestra propia vida, me han enseñado mucho sobre el tiempo, en estos meses que he vivido con la intensidad de los muy viejos, incapaz de concebir la idea del futuro. Por eso, contra esa obligación "políticamente correcta" de estar tristes, me parece urgente contraponer esta evidencia, obvia desde siempre en todas las militancias, aun -y acaso especialmente- en las que surgen como respuesta a una de las tragedias más horrendas; esa evidencia obvia, digo, en el increíble fenómeno de las asambleas populares o del movimiento piquetero: el dolor, en lo que tiene de verdad, abre camino siempre a la belleza, "porque la belleza es verdad, la verdad es belleza y nada más importa saber sobre la tierra". Más aún: el dolor exige convivir con la alegría, nunca con la tristeza, que es negación y muerte. La alegría de crear, la alegría de servir, la alegría de saberse útiles.

Y si no, fíjense en esta última historia verdadera. Mi amigo Ivo Machado, que es poeta y controlador aéreo en Portugal, recibió una noche la llamada de un piloto que volaba solo en medio del océano Atlántico. cuando el piloto le describió su situación, Ivo le dijo lo que el otro quizá no se atrevía a admitir: que carecía de combustible suficiente como para llegar a cualquier costa, y que debería prepararse para acuatizar. Durante unos minutos, el piloto siguió haciendo preguntas vacilantes, preguntas que eran excusas para no quedarse en el silencio del mar y que Ivo respondía con precisión y solidaridad: no, en esas latitudes no había tiburones; sí, claro, la temperatura de esas aguas, aun en invierno, no representaban peligro alguno. Creo que el piloto mandó entonces algún mensaje, y que Ivo prometió retransmitirlo. pero cuando ya no hubo más que decir, el piloto intentó despedirse. Ivo, sin saber por qué, le preguntó si, en lugar de quedarse en silencio, no quería oír poesía. El piloto dijo sí, y durante casi una hora, hasta que finalmente el piloto se perdió en el silencio final, la voz de Ivo cruzó la inmensidad llevando los versos que había amado durante toda su vida. Ivo nunca me contó si el piloto era portugués: en tal caso, el piloto habrá sentido que toda la cultura de su pueblo acudía en su ayuda; si no era portugués, y aunque el sentido se le escapara, igualmente habrá podido percibir que el ritmo de los versos se plegaban dócilmente al del mar y al de la luna, y que ésa es la conquista de la aventura humana.

Pienso en Pablo, el equilibrista, planeando sobre las mesas del bar y en Ivo diciendo sus poemas. Pienso en el chico que fui y en el que, de algún modo, somos todos en medio de esta tragedia y me parece oír, en todos los casos, el mismo silencio, y es el silencio de una ceremonia, y es un silencio sagrado. El comienzo de un rito, sí, que repetiremos siempre para saber que una vez nos salvó esta verdad: "Dios nos abandonó, y cae la noche. Pero estás vos y estoy yo. Vamos volando".

 

 

-Leopoldo Brizuela.

(La Plata, 8 de junio de 1963 - Buenos Aires, 14 de mayo de 2019)

https://es.wikipedia.org/wiki/Leopoldo_Brizuela

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Adónde irás*

 

 

¿Adónde irás, pequeño

ángel mendigo de sol y de silencio?

¿Acaso han de juzgarte las estrellas

por haber merendado sonrisas de oreja a oreja

de simpáticos vendedores a comisión

de sepulcros llameantes metalizados en gris?

¿Quién te buscará entre las paginas amarillentas

de un polvoriento libro de poemas?

¿Qué será de tus juegos infantiles

archivados en la noche de los tiempos?

¿Adónde irás cuando el sol te abandone

y te arrebaten el silencio que te acompaña?

¿Adónde con tu soledad de vampiro?

¿Dónde sepultarán tus trenzas imaginarias

de astronauta abandonado entre las flores?

Tu expresión conspirante de una juventud negada,

la huella imperdonable del trabajo,

el polvo y el sudor y el esfuerzo rutinarios,

la sonrisa triste de tus labios resquebrajados,

¿Adónde irán? ¿Adónde

desesperadamente viejos y cansados

nos conducirás cuando tus manos encallecidas

no puedan ya elevarse sobre nuestras cabezas

y tu voz oscurecida no pueda ser escuchada

ni aun por aquellos escasos oídos que en la tarde

se postraban ante tus vírgenes quimeras

haciendo del espacio un bosque fiero

donde escapar contigo del asfalto?

¿Quién besará tus labios más allá de la noche?

Antes serás demonio sobre el sueño

pero cada despedida es una paletada de tierra

y crepúsculos tormentosos se ciernen amenazantes

sobre nosotros los desesperados

soñadores de galaxias entrelazadas.

 

 

*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com

-De La estrecha senda inexcusable

 

 






 

 

ESCRITOR FANTASMA*

 

"Deja la ira en la ceniza muerta."

María Magdalena Álvarez

 

 

Nace la sombra del sol en la ventana.

Apenas lo nota el ojo

difícilmente parpadea

y pesado cae sobre la hoja.

 

El cuerpo de palabra

desnuda un grito en la boca,

inicia el encabalgamiento de voces

entre la soledad y el goce inmaterial de tinta.

 

Escribe y fuma. Duelen sus manos.

Ha dejado agonizar el canto de las cerraduras

en el gris de lluvia de la página.

 

Sepultada su ira en ceniceros

habla consigo mismo. es un fantasma.

Nadie lo reconoce.

 

En su boca la alegría es irreal como su vida

como su muerte.

 

 

*De Darío Oliva. oliva_angeldario@hotmail.com

- Del libro "Epígrafes"

 

 

 

 

 

 

 

*

 

Alguna vez,

antes de que los siglos derribaran los muros,

hubo flores entre la hierba.

Mi pelo perfumaba el aire.

Y vos venías,

como un dios errante sobre el mundo

a dejar la luz

sobre mi cuello.

Alguna vez,

antes de que el viento arrojara tu nombre

como una piedra inútil sobre el agua,

yo canté sobre tu pecho

la canción de la soledad.

Aún, a veces,

sólo porque es tan dulce

la sangre escapando del tajo,

nos miramos.

 Y nos sentamos a la orilla del amor,

a mirar cómo pasa.

 

*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

SANGRE DE LLUVIA*

 

 

Amo la lluvia. Enamorada de la lluvia. Soy.

En tiempos de vendimia, sabor a rocío tempranillo.

Me viene desde lejos este amor.

La he visto crecer desde las terrenales nubes.

Desde la pasión cosecha de mis padres. Tan breve. Tan violenta.

De mis manos descalzas.

De los gastados espejos de los charcos.

Desde la lágrima a detenida en mi frente.

Desde el vaso y la siesta.

A veces asemeja un hastío, un rostro repetido.

Sangre de una culebra que la anuncia.

Relámpagos iluminando los tristes palos santos.

Estruendos parados en los postes.

Alguna vez no llega.

Se aleja en pasos furtivos con los álamos.

Otras, cae en los techos de chapa, se posa en el vidrio sin ventana,

Baja las pendientes de barro.

Besa los pies al niño que no ve la luna.

Camina hasta llegar a los villorrios fundados a la vera del río.

En los rieles. El tren se va con ella. El hambre queda.

Capa pluvial que se evapora.

Amores y risas en enero.

Crueles vestiduras del invierno.

Desborde.

Quiere parar su caminar de agua y no puede.

Roca y valle. Paraíso e infierno.

Enamorada. Enamorada de la lluvia.

Lluvia. Yo, sangre de lluvia

No encuentra, aún, el legendario grial que la contenga.

 

*De Amelia Arellano.

 

 






 

Iluminación*

 

Hay instantes.

En los que el hombre quisiera barrer con las tristezas.

La lluvia hecha de gotas como lágrimas.

Con obstinación, el hombre busca algo perenne que lo conecte con la fuerza de la vida. Después de un buen rato de estar parado delante de la ventana. El cielo gris por cielo. El hombre logra lo que necesita: ver la trenza de Mariana cayendo como espiga de un dorado sol perdiéndose entre sus pechos.

Con esa sola imagen la tarde ya es una iluminación.

 

*De Eduardo Francisco Coiro.

https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar/

 

 

 

 

 

Inventren

https://inventren.blogspot.com.ar/

 

 

 

 

Estación baldía*

 

 

En tu andén se extraviaron viajeros del tiempo.

Pero tren, tú ya no te detienes. Pasa tu silbo vertical, sin miedo.

Y me deja ausente. A la orden de un sueño, espero tu regreso.

Tendré que cultivar el susurro para nombrar los pasos que en tu andén perduran...

A pura luz de atardecer, al oeste, un día oirás mi corazón decir:

--Aquí desciendo.

Con la simpleza de espigas que maduran.

 

*De Miryam Colombotto Seia.

 

 

 

-Continuidad literaria por el Ferrocarril Provincial.

-Próxima estación:

 

 

ESTACIÓN FUNKE.

 

LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.

 

ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO. 

 

LOMA VERDE.    ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.

 

GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.

 

GOBERNADOR OBLIGADO.

 

ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA. 

 

D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.

 

ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.   LISANDRO OLMOS.

 

 INGENIERO VILLANUEVA.  ARANA. GOBERNADOR GARCIA.

 

 

LA PLATA.

 

 

 

 

 

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