sábado, marzo 31, 2012

Y QUE A PARTIR DE AHORA ME NACE OTRA VIDA...



*Dibujo: Ray Respall Rojas.
-La Habana, Cuba.




Mucho miedo*


La entrevista a los tres personajes fue transcurriendo de la manera prevista hasta que llegó la pregunta: ¿Cómo se habían dado cuenta de tener mucho miedo?

El docto profesor de universidad Hilario Bilardi, investigador genético respondió sin dudarlo: "Me di cuenta cuando vi el león tan cerca".

Maurice Lacaste, tenista destacado y play boy, respondió: "Cuando vi el camión tan cerca".

Y Stefen Plumkier, que odiaba este tipo de entrevistas, meditó la respuesta con cuidado y espetó: "Me di cuenta de tener mucho miedo cuando vi mis rodillas tan cerca".

El entrevistador, queriendo lucir su ingenio le comentó que era extraño tener miedo de sus propias rodillas, a lo que Plumkier respondió muy seriamente: "No temía a mis rodillas, lo que temía era algo que no recuerdo, pero nunca había tenido tanto miedo como para esconderme dentro de una caja tan pequeña".


*De Joan Mateu. joan@cimat.es









EL CUADERNO DE TAPAS AZULES*




El tiempo empujaba hacia el abismo, ella lo sabía y su afán por reducir posiciones y lograr espacio en la casa la instaba a regalar cosas, a tirar lo que ya no servía, a romper papeles y anular recuerdos.
Sobre la pila de libros un cuaderno de tapas azules había sobrevivido en silencio. No sabía por qué no lo había abierto hasta esa mañana que por rara excepción sobró tiempo.
Entre sus hojas halló la nota manuscrita. ¿Desde cuándo estaba allí? ¿Por qué no le fue entregada? Eran palabras que describían un comienzo y la renovación de promesas de amor. Entonces se preguntó mirando sin ver un punto lejano en el espacio;
- ¿Me sirve ahora un “te sigo queriendo” cuando la soledad es mi única compañía?


*De Emilse Zorzut. zurmy@yahoo.com.ar






Cielo gris*


Tan sólo queda el cielo gris de las ciudades
cayendo sobre masas
sin rostro y sin pasado.

Sólo los mares sumergiendo arenas
de innumerables playas atestadas.

Sólo los pasos del poeta entre las calles
buscando con los ojos un rostro que no existe.

Sólo la multitud, sólo el derrumbe
de ese sol machacando las aceras.

Y un corazón que se desgarra
gritando nombres que no están
que jamás estuvieron
sobre el mapa incorrecto de las plazas desiertas.


De Metropolicromía

* De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com
http://sergioborao2011.blogspot.com/





El último*

*Haroldo Conti.


Un buen día me hice un vago. Así como lo oyen. No sé cuándo empezó pero aquí me tienen, tumbado a un costado del camino esperando que pase un camión y me lleve a cualquier parte. Ustedes deben haber visto un tipo de esos desde la ventanilla de un ómnibus o del tren. Pues yo soy uno de esos exactamente y puedo asegurarles que me siento muy a gusto. Cualquiera de ustedes dirían que solamente al último de los hombres se le puede ocurrir tal cosa. Soy el último de los hombres. También eso. Lo que posiblemente a nadie se le pase por la cabeza es que alguien pueda ser feliz justamente siendo el último de los hombres. Ni siquiera a mí mismo se me hubiera ocurrido hace un tiempo, cuando, dentro de mis alcances, luchaba con todas mis fuerzas para estar entre los primeros. Pero no es eso lo que quiero decir, al menos por ahora.
Me preguntaba sencillamente cuándo empezó. Éste es un hábito que me queda de la otra vida, es decir, la vida de ustedes porque qué puede importarle a un verdadero vago cómo y cuándo empezó cualquier cosa. El día que se me quite esta costumbre habré alcanzado la perfección pero comprenderán ustedes que no puedo proponérmelo porque, ante todo, un vago no se propone nada, de manera que lo mejor es dejar así las cosas.
Mezclando un asunto y otro, lo mismo me pregunté el día que, del brazo de Margarita, mis manoseos en Parque Lezama, que entonces no tenía esas malditas luces de mercurio que le alumbran a uno hasta el pensamiento, me encontré frente a un cura. Tal vez la cosa empezó ahí. No quiero decir que me tomara desprevenido pero de cualquier forma con el tiempo pareció que había sido así. Entonces me estaba preguntando cómo y cuándo fue que empezó aquella vida de perro. No es que hubiese dejado de querer a Margarita.
Supongo que tampoco ella había dejado de quererme, a su manera. Pero justamente era esa podrida manera lo que me tenía desconcertado. Bastara que yo dijera blanco para que ella dijera negro. De saberlo un poco antes yo también habría dicho negro aunque estoy seguro de que eso tampoco habría servido para nada porque lo más probable es que entonces ella hubiese dicho blanco. Así era Margarita y no le guardo rencor.
Quiero que comprendan esto. No le guardo rencor a Margarita ni a toda esa puta vida, como se dice vulgarmente y para abreviar. En ese caso no sería un verdadero vago, si bien tampoco lo soy del todo, aunque por otro motivo, como queda dicho.
¿Me creerán ustedes si les digo que, a pesar de todo, conservo muy buenos recuerdos de aquel tiempo? Yo era feliz, también a mi manera, y si aquello terminó es porque no podía pasar otra cosa. Quiero decir que mis pies apuntaban en una dirección y los de ella en otra y la tristeza habría sido seguir juntos cuando cada uno tenía su camino por delante. En cuanto a ella, es posible que a estas horas esté maldiciendo al tipo aquel que se le cruzó un día en el camino, lo cual es muy propio de Margarita. Si dejara de hacerlo pues simplemente dejaría de ser Margarita. Eso es lo que trato de decir. Cada uno es una flecha lanzada en una dirección y no hay como dejarse llevar para acertar en el blanco, cualquiera sea.
Hablando con estricta justicia más bien fue Margarita la que se me cruzó en mi camino y no yo en el de ella. Sin embargo, estoy dispuesto a reconocer que fue una simple coincidencia. Por coincidencia tomábamos el 48 a la misma hora, por coincidencia bajábamos en la misma esquina y, supongo que por coincidencia, un día me atravesó una de sus piernas entre las mías. En fin, otro día la acompañé hasta la casa y por coincidencia estaba el viejo en la puerta. Cuando quise acordarme estaba adentro tomando una copita de anís y hablando de la decadencia de las costumbres, un tema, como se ve, que puede terminar en cualquier cosa. En aquel tiempo yo era hincha furioso de Estudiantes de La Plata, cosa que todavía hoy no me explico. Los domingos iba a la cancha con toda la bosta en el camioncito de los hermanos Antonelli. La bosta fue lo que dijo Margarita el primer domingo después de casados que traté de ir a la cancha. Jugaban Estudiantes y Chacarita, lo recuerdo aunque no viene al caso. Hasta entonces la bosta habían sido "los muchachos", cariñosamente. Inclusive llegó a tejerme una bufanda con los colores de Estudiantes. Esto es lo que se dice astucia femenina pero yo digo simplemente la vida.
Dije adiós a la bosta y me puse a trabajar como un condenado a trabajos forzados. Soy un tipo optimista por naturaleza, como ustedes habrán visto, de manera que con el tiempo hasta a eso le encontré el gusto. Los demás tipos, es decir, la verdadera bosta, gemían y crujían a mí alrededor. Yo en cambio pateaba alegremente la calle primero vendiendo seguros de La Agrícola y después caminos, esteras y carpetas de formio, coco y sisal. Los sábados me la pasaba cambiando los muebles de lugar, tapando las manchas de humedad y escuchando en todo momento los reproches y maldiciones de Margarita. Yo no escuchaba las palabras sino simplemente la voz y por inexplicable que les parezca esto me ponía más bien contento porque Margarita era algo vivo e intenso que me obligaba a tirar para adelante cuando los demás hacía tiempo que estaban muertos.
Los domingos íbamos a comer a lo de los viejos y por la tarde veíamos la tele hasta que se nos saltaban los ojos. He oído muchas cosas contra la tele pero yo digo que es el mejor invento de la bosta. Por de pronto era la única manera de callar a Margarita. Entonces la sentía más viva e intensa, sólo que en otro sentido. Si no había manera de entendernos el resto de la semana en aquel momento nuestros cuerpos se acercaban misteriosamente y éramos una sola y misma cosa pendientes de aquel agujero en la pared. El agujero que digo era la tele, como se comprende, y convendrán ustedes en que es una imagen bastante feliz. De cualquier forma, ésa era la impresión. Bastaba con girar la perilla y entonces se abría aquel boquete en el mísero departamento de la calle México, 5 piso "C", al lado del ascensor, que no funcionaba la mitad de las veces, y el mundo se derramaba alegremente por allí.
Ahora que lo pienso, tal vez la cosa empezó recién entonces. Yo me quitaba los zapatos en la penumbra, me aflojaba el cinturón y al rato estaba en las islas Marquesas, por ejemplo. Como dije las Marquesas pude haber dicho Hong Kong o Miami o el fondo del mar. En un par de horas saltaba de un lado a otro e inclusive de un tiempo a otro. Randall, Peter Gunn, Kentucky Jones, Maverick y hasta Gorila Maguila me resultaban tan familiares como mi viejo o mi vieja, por así decir, porque en realidad nunca entendí a mi vieja y apenas si conocí a mi padre. Hablábamos de ellos con Margarita como si vivieran en la misma cuadra y algunas veces les hablaba a ellos mismos, como si pudieran oírme. Opino que son todos unos grandes tipos, los verdaderos grandes tipos que se necesitan y no esos pelmas que salen en los diarios todos los días, y sinceramente me felicito de que los domingos se asomaran por aquel agujero para hacernos ver las cosas tal cual son.
En cuanto a los avisos, que para muchos resultan la cosa más estúpida del mundo, nos divertían como locos. No sé qué sentido tiene pretender que nos echen un discurso con citas de algún gran tipo para vendemos una pasta de afeitar o un frasco de café instantáneo. Las cosas hay que tomarlas como son. Eso es lo que siempre he dicho. Para nosotros, en cambio, aquello fue una verdadera revelación. Yo, por lo menos, aprendí a apreciar las cosa recién entonces y hoy me parece perfectamente natural que una lata de tomates le hable a una cacerola a presión y que un reloj con voz de pito nos avise el momento de tomar tal o cual pastilla para la digestión.
Quiero decir que las cosas están llenas de vida, o por lo menos muertas o vivas en la medida que nosotros estamos muertos o vivos, y que mis zapatos tienen algo que decirme con sólo que les preste un poco de atención. Que es lo que hago, justamente, cuando no sé para dónde tirar el primer paso.
A Margarita le gustaba acompañar los jingles, mientras yo le hacía una especie de contracanto, y por lo que recuerdo fue la única ocasión en que oí cantar a Margarita. Por lo que a mí toca, muchas veces pateando la calle con las muestras de aquellas benditas esteras y carpetas y el mundo que se ponía realmente negro me bastaba con silbar una de esas musiquitas y el cielo se abría en alguna parte.
En fin, que todo eso también terminó. Margarita le tomó fastidio a Mike Hammer que, según ella, en el fondo era un fascista hijo de puta y a mí que se me dio por defender al tipo como si fuera mi hermano. Total que un día, mientras volaban los tiros de un lado a otro detrás del agujero, Margarita le zampó la plancha justo en el medio. El televisor, es decir, el mundo saltó en mil pedazos y al principio creí que uno de los tiros me había volado la cabeza. Herido como estaba, tomé lo primero que encontré a mano, creo que uno de esos ceniceros hechos con un pistón recortado, y se lo tiré a la cabeza con tan buena puntería que cayó al suelo como si la hubiera tumbado un rayo. Todavía humeaba el televisor y ya estaban allí los viejos, el administrador y un cabo de policía con cara de patíbulo que parecía salido de la propia televisión.
Cuando volví de la 2a el administrador todavía estaba allí, o simplemente estaba de nuevo allí. Es un detalle. Lo que me interesa señalar es que había llegado la hora de que cada uno echara a andar para su lado, sólo que en ese momento no me di cuenta. De todas maneras fue lo que pasó. La vida decide por uno las más de las veces y todo lo que queda por hacer es preguntarse un tiempo después cómo y cuándo empezó, lo que sea.
Por esos días, y ésta es otra señal, quebró el tipo de las esteras y quedé en la calle, lo cual es un decir porque nunca había salido de ella. Las cosas iban tan mal entonces que en lugar de amargarme más bien me alegré. Sea lo que fuere que me reservara la vida nunca iba a ser peor de lo que había sido hasta entonces. Cuando uno siente deseos de darse la cabeza contra la pared ése es el momento preciso para las grandes cosas porque uno en realidad está tan limpio y vacío como si acabara de nacer.
Claro que yo no pensé en eso. Eché mano de un par de diarios y en una página de los clasificados topé con el siguiente aviso: "Joven emprendedor con experiencia comercial para importante negocio". Allí estaba el destino. Me corté el pelo a la americana, me puse un saco sport con cueritos y al rato estaba golpeando en la puerta de una oficina en el segundo patio de una especie de gallinero en la calle Lima y que a primera vista no tenía el aspecto de un negocio ni de otra cosa importante sino más bien de una pocilga.
Me atendió un tipo parecido al de "Patrulla de caminos" que sin mirarme siquiera dijo: "Usted es el hombre!" y se puso a hablar sobre el futuro, un futuro que no sé muy bien a quién correspondía, en todo caso a la humanidad en general y como tal proporcionalmente a mí también. Cualquier otro se habría dado cuenta de que el tipo estaba medio chiflado, por no decir del todo.
En realidad eso me pareció a mí también pero en lugar de largarme como hubiera hecho cualquiera de ustedes en su sano juicio ya que nada bueno podía salir de allí, en el sentido de la bosta, me quedé escuchando al tipo tal vez por eso mismo. Quiero decir que esta clase de chiflados son justamente la sal del mundo sólo que la bosta se da cuenta demasiado tarde.
El tipo hablaba como un profeta. Nunca he oído hablar a un profeta, por supuesto, pero me figuro que deben hacerlo así.
Según me pareció se trataba de fundar una sociedad nueva a partir de la venta de lotes en mensualidades. Digo que me pareció porque, como siempre, yo más bien le prestaba atención al sonido de la voz y al aspecto general del fulano. Tal vez las cosas que decía no tuvieran mucho sentido pero igual era hermoso oírlas porque en medio de toda la roña sencillamente había un tipo que creía en algo distinto de lo que cree el resto de la bosta.
Cuando terminó el discurso sacó un plano que extendió sobre el piso y comenzó a explicarme el aspecto más vulgar del asunto. Se trataba de unos lotes en San Vicente con el pomposo título de Barrio Parque "La Esperanza". Según el tipo aquélla era la tierra del futuro y estoy seguro de que estaba en lo cierto porque, como decía mi viejo, si hay algo que tiene futuro es la tierra, cualquiera sea. Solamente se trata de esperar el tiempo necesario. Lo digo aun de esta tierra en la que estoy echado y que, por ahora, no es más que polvo y silencio. Día vendrá. ..
¿Pero para qué hablar del día que vendrá? Es el estilo que me contagió el tipo. Lo arreglaba todo con el día que vendrá.
Cuando le pregunté cuánto me tocaba en todo eso, no del futuro, se entiende, sino de lo que pagarían por él me echó otro discurso. Yo lo miré a la cara y comprendí en el acto que era el destino el que me hablaba a través de aquel chiflado. De manera que tomé los planos, boletas y folletos que me dio y salí a patear la calle como si esta vez tirara de mí una fuerza desconocida y cada paso que diera de ahora en adelante fuese a abrir un camino entre la gente.
Al domingo siguiente fuimos a San Vicente en una "bañadera" que cargamos con los candidatos que habíamos juntado entre Requena y yo. Requena se llamaba el tipo. La mitad de los candidatos iban porque no tenían nada que hacer y seguramente habrían ido al mismo culo del mundo con tal de viajar de arriba. Antes de partir, desde la plaza Congreso, Requena enarboló una especie de estandarte e improvisó un breve discurso sobre el futuro, el día que vendrá y todas esas cosas. Los tipos quedaron desconcertados y uno preguntó si detrás de eso no estaban los comunistas. De cualquier forma subieron a la "bañadera", Requena colgó el estandarte de un costado y zarpamos alegremente hacia esa tierra de promisión.
Aquello era un desierto. Me refiero a los terrenos. Sólo faltaba un par de camellos y no me hubiera sorprendido que aparecieran en cualquier momento. La mitad de los tipos ni siquiera quiso bajar a cambiar el agua. Yo vi tan pronto como los otros que era un verdadero desierto y que lo seguiría siendo aún por mucho tiempo pero el sur me tiró siempre y la tierra pelada y vacía me llena de ansiedad, aunque no está bien dicho ansiedad, ni entusiasmo, ni ninguna otra cosa de las que ustedes dicen en tales casos.
Es algo distinto. Yo sé que entre ustedes hay muchos que esperan el día, que quisieran sacudirle un puntapié a la vieja o al jefe o al primer botón que se les cruce en el camino y por eso me permito un consejo. No hagan nada de eso. No lo van a hacer de todas maneras. Vengan y miren la tierra vacía, así como la veo yo ahora, y tal vez las cosas les dejen de dar vueltas dentro de la cabeza y echen a andar por su camino.
En ese sentido Requena tenía razón. Aquélla era la tierra del futuro, por lo menos para mí. De manera que eché a andar detrás del estandarte sin importarme un pito los tipos que quedaban en la "bañadera". No tenían ni ojos, ni oídos.
Requena plantó el estandarte en medio del campo y se puso a hablar. El viento traía y llevaba su voz y al rato nos pareció que hablaba la misma tierra. Así era aquel tipo. Yo sé que estaba solo y que en el fondo le importaba muy poco de nosotros porque sencillamente no necesitaba de nosotros ni de nadie y veía con claridad dónde ponía los pies. Mientras hablaba empezamos a ver que brotaban de la tierra casas, torres, fábricas, negocios, una estación del Roca, un supermercado, dos escuelas, cuatro edificios en torre y un lago artificial.
Cuando terminó, los tipos siguieron haciendo cálculos y suposiciones por su cuenta y al rato había una usina, un cuartel, dos hospitales, un matadero, un frigorífico, un canal de televisión, un monumento a San Martín y por lo menos cuatro Bancos. Vendimos 15 lotes en total. Tres mil quinientos en la mano y 24 cuotas de mil. En los meses que siguieron vendimos otros 30 pero llegó el invierno y con las primeras lluvias un arroyito de esos que nunca faltan se salió de madre y de la noche a la mañana el desierto se transformó en un lago, casi en un mar interior. La policía tuvo que sacar en un bote a un tipo que había levantado una casilla.
De la calle Lima nos mudamos a la calle Piedras. De Piedras a Bolívar. De Bolívar a Golfarini, que en realidad es una calle que no existe. Su verdadero nombre es Giuffra pero todo el mundo la conoce por Golfarini. Para Requena era una cosa u otra según los casos. Golfarini cuando tenía que cobrar y Giuffra en todos los demás. Les digo, de paso, que si quieren conocer una calle de la vida vayan alguna vez por ahí.
A todo esto yo apenas si pisaba el departamento de México. Estaba todo el día en la calle o en uno de esos desiertos que loteaba Requena, marcando calles o clavando banderitas o plantando un letrero y atendiendo al mismo tiempo a los tipos. Era una vida vagabunda. Sólo que yo no era un vago propiamente dicho sino como un tipo perdido, hasta que tomara la medida justa de la tierra. Dormía en cualquier parte y comía salteado. Eso puede desmoralizar a cualquiera, para mí, en cambio, fue un gran aprendizaje. Uno duerme y come más de la cuenta.
No me voy a poner en moralista ahora. Precisamente estoy echado sobre la tierra hace un par de horas sin hacer nada, como no sea pensar en esto que les digo. Además aunque no estuviera tirado aquí tampoco haría nada. En el sentido de la bosta, se entiende. De manera que soy el menos indicado para echarles un sermón, aparte de que me importa un queso. Pero quiero poner las cosas en su lugar. Hay que dejar que el cuerpo se maneje solo y no estarle todo el día encima. En ese caso se vuelve un estorbo y nos planta cuando todavía nos quedan un par de cosas por hacer. Eso fue lo que aprendí entonces. Cuando menos atención le prestaba más liviano y alegre se volvía. Es justo el cuerpo que necesita un vago.
Las pocas veces que aparecía por mi casa (para llamarla de algún modo) entraba o salía el administrador. Sigue siendo un detalle. Margarita había dado vuelta el televisor contra la pared y no se habló más del asunto. En realidad tampoco hablábamos de otra cosa. No parecía guardarme rencor sino que se mostraba más bien solícita. Tal vez yo hubiera preferido que me regañara porque así me resultaba casi una desconocida, pero no tiene importancia. Cenamos una vez en casa del administrador y otra el tipo cenó en la nuestra. Ambos se interesaron juiciosamente en mi nueva vida y, supongo que por casualidad, también ellos hablaron del futuro. A cada rato nos mirábamos y sonreíamos. Dimos vuelta el asunto de todos lados pero la verdad que no daba para mucho.
Lo de Requena tenía que terminar tarde o temprano, si es que iba a seguir mi camino. Fue por la venta de unos lotes en Garín. Trescientos veinte fabulosos lotes, 2a serie, barrio Los Tilos, sobre ruta pavimentada, 3 cuotas de anticipo y posesión 3 cuotas más. Los tilos brillaban por su ausencia y la ruta pavimentada era sólo un proyecto del año 34, pero de cualquier forma los lotes eran muy buenos. En una sola tarde vendimos 54 lotes. Yo mismo compré uno de tan entusiasmado que estaba con lo que decía. Y eso fue lo que me salvó. Los lotes eran buenos, como dije, pero resulta que ya habían sido vendidos en un loteo anterior. Cuando cayó la taquería estaba solo en la oficina y me salvé por un pelo porque, perdido por perdido, les mostré la boleta y les dije que era uno de los candidatos.
No sé qué se habrá hecho de Requena pero donde quiera que esté allá va la vida. Era un gran tipo, a pesar de todo, y estaba vivo de la cabeza a los pies. Al principio, después que me largué solo, si alguna vez me sentía descorazonado pensaba en Requena y las cosas volvían a sonreír. Yo sé que debe estar en alguna parte sobre esta misma tierra hablando sobre el futuro y el día que vendrá y espero toparme con él un día de éstos, en la primera vuelta del camino.
Había llegado mi momento. Con la poca plata que pude arañar en los bolsillos me compré una bicicleta de paseo. Ustedes se preguntarán qué tiene que ver en esto una bicicleta. Si queria largarme todo lo que debía hacer era tomar el primer camino que se me pusiera por delante.
Tienen razón. Sin embargo todavía estaba lleno de dudas y vacilaciones, es decir, en el fondo aún tomaba en cuenta a la bosta. De manera que me compré una bicicleta, como digo, le reforcé el cuadro, le alargué el portaequipaje, me conseguí un equipo de boyscout, me saqué una foto e hice imprimir un centenar de hojas en las cuales anunciaba mis propósitos, daba una serie de detalles sobre la bicicleta, fijaba metas y objetivos, recomendaba el uso de gomas Pirelli, por lo cual me habían pagado unos pesos, y terminaba con un par de consejos que saqué de un libro titulado La mansedumbre de las flores que me había regalado Margarita cuando andábamos de novios, seguramente para impresionarme.
Cuando estuve listo le anuncié mis proyectos a Margarita para ver la cara que ponía.
Contra lo que esperaba, le pareció la mejor idea que había tenido en toda mi vida. Entre ella y el administrador me ayudaron a terminar lo que faltaba, me proveyeron de vituallas y dinero, me sugirieron rutas prolongadas y desconocidas y, por fin, una neblinosa mañana de abril me despidieron junto con un grupito de curiosos que se había reunido en la vereda. Di una vuelta a la manzana seguido por un par de chicos y cuando pasé frente a la casa Margarita ya había desaparecido. Levanté una mano de cualquier forma y dije adiós a aquella vida.
No voy a contarles los pormenores del viaje pero, en general, la pasé bien y todavía le estaría dando a los pedales si no fuese que estaba hecho para otra cosa. Es necesario que entiendan esto. Tengo en un gran concepto a los andarines, exploradores, raidistas y demás gente por el estilo, pero un vago es otra cosa. No establezco comparaciones. Son algo distinto, simplemente. Desde afuera parece todo lo contrario. Por eso comencé yo en esa forma, porque veía las cosas desde afuera.
Por un tiempo me encontré a gusto con aquella vida. La gente me trataba bien. No me tomaba muy en serio pero estoy seguro de que más de uno habría cambiado su maldita jaula por mi bicicleta Alpina. A ése le digo que todavía está a tiempo.
Allá iba yo silbando y pedaleando y el mundo tiraba de mí alegremente. Hasta que un día la verdad me golpeó en la cabeza, así de rápido y simple. Y fue el día que vi un verdadero vago tumbado al costado del camino. Estaba echado así como yo en este momento y aunque seguramente era la única persona que veía en mucho tiempo no se le movió un pelo cuando pasé junto a él arrastrando una nube de polvo. Sin embargo me bastó mirarlo a los ojos y comprendí en el acto. Yo iba de un punto a otro, él sencillamente estaba tumbado en el centro del mundo. Quiero decir que para mí las cosas se resolvían en distancias, estaban más o menos lejos y yo más o menos cerca, pero por mucho que me moviera no iban a cambiar demasiado.
No pretendo que me comprendan, pero con sólo que hagan un esfuerzo sabrán lo que digo. Algunos, por supuesto. Los que todavía están vivos pero con el agua al cuello.
Vendí la bicicleta en el primer pueblo que me salió al paso y volví al camino nada más que con lo que tenía puesto. Desde ahí arranca mi verdadera historia porque en cierta forma acababa de nacer. No les voy a contar esa historia porque sólo tiene sentido para un vago.
Veo una nube de polvo en la punta del camino. Debe ser un camión.
Solamente les digo esto. No tengo nada, de manera que tampoco tengo de qué preocuparme, lo poco que recuerdo, en los términos de ustedes, lo recuerdo como si fuera de otro y si miro para adelante pues sencillamente no espero nada, lo cual es la mejor manera de estar preparado para lo que sea. Debiera explicar lo que entiendo por estar preparado porque es un término más bien de ustedes pero no vale la pena y además el camión está cerca.
Es un camión, efectivamente.
Mi cuerpo se pone de pie liviano y contento. Es la ventaja que les decía. Eso me tiene constantemente de buen humor o a lo sumo de un humor melancólico, lo cual me ayuda a pensar en todas estas cosas que me enseña el camino. Estoy limpio y vacío en medio de él, de manera que siento la tierra como nadie podría hacerlo en este momento, excepto otro vago.
El tipo me debe haber visto y tal vez se alegre porque viene solo. Extiendo mi admiración por los raidistas a los camioneros también. Por lo menos cuando están en el camino se parecen más a nosotros que a ustedes. Lo digo sin rencor.
No sé a dónde me llevará ese camión ni qué será de mí el día de mañana. La verdad que el día de mañana no existe para mí y creo que por eso me siento vivo.
Levanto la mano y el camión se detiene.
Hace un rato era una mancha borrosa al extremo del camino. Sé que en este punto mi vida se cruza con la del tipo que trae encima y que a partir de ahora me nace otra vida, por así decir. Sé también que como estoy limpio y vacío le sacaré todo el gusto posible.
Así una vez y otra vez.
El tipo abre la puerta y agita una mano.
¡Allá voy, donde sea!


*Fuente: http://www.elortiba.org/hconti.html





HOMENAJE A BERTOLT*


Brecht detestaba a los poetas
comediantes
(inclusive a los buenos poetas
comediantes),
ésos que cantaban (y hasta
bailaban)
lejanos de la tan perturbadora
vida
que gruñía hosca más allá de
la platea.
Brecht prefería el aire abierto
o cerrado
y los charcos donde la vida
pudiera
reflejarse, y el hombre cierto
tuviera
al fin derecho a la palabra
y al pan
(que no son lo mismo, pero
cuando falta
uno escasea el otro). Yo no
creo,
no obstante el horizonte, o
estas luces,
que el recorrido soberano
de su lápiz
haya caído en saco roto.



*de Eduardo Dalter. eduardodalter@yahoo.com.ar
-Gran Buenos Aires, enero, 2009.






Criaturas de las tormentas*



*Por Miriam Cairo. cairo367@hotmail.com



La mujer del pedestal: El hombre es una criatura débil, quebradiza. Hay que conservarlo en una casita de algodón, cubierta de cartón corrugado, y evitarle cualquier impacto con la luna porque se desgrana.

El hombre perplejo: La mujer que tiene olor a margarita abandona todo lo que está abandonado y sigue camino, respirando su aire de perla, asfixiada en su propia flor, y uno recoge su huella con los labios, como cuando creía en los jardines.


La mujer frágil: Para mí es fuerte. El hombre es más fuerte que el tequila. Con sólo unos sorbitos me emborracha.

El hombre que mira: Veo a la mujer saliendo de su casa con una maleta llena de huesos, tan mansamente se va que parece un modo de estar llegando. Diez minutos, diez días llevo mirándola. Ya se ha ido por completo, pero es como si no se fuera nunca.


La mujer sucia: El hombre es polvo, del polvo viene y con el polvo se va.

El hombre nube: Por las carreteras europeas, condenadas al capitalismo y corregidas por la inmigración, he visto a la mujer en viaje y aunque me ha mirado más de una vez no me ha reconocido, por mi enorme poder de transformación.


La mujer recóndita: Yo he tocado al hombre que tiene en la cabeza un solo pájaro. No fue en Liverpool, ni en Bangladesh, ni el podio, ni en el escenario. Toqué al hombre en el umbral que separa el día de la noche. Que separa al hombre de los hombres.

El hombre de ningún mundo: La mujer de mi mundo ninguno está hecha a imagen y semejanza de las mujeres del mundo pero sabe amar sombras.


La mujer translúcida: Ni siquiera es necesario que el hombre que se trasluce posea dotes extraordinarias o que realice prodigios para que viva en mi memoria.

El hombre cenestésico: La mujer es una ilusión universal.


La mujer esmerilada: Yo no puedo comprenderlo, ni siquiera creerlo. Yo vivo en la palabra hombre. Pierdo la cabeza en su hache muda. La primera y la última letra son el principio y el fin de esta sensación mía, recurrente como un sueño erótico.

El hombre asteroide: La mujer es un principio de acción y reacción y todavía otras cosas. Cosas ficticias, incluso impalpables, sostenidas a su vez por un principio de realidad que apabulla.


La mujer terrestre: No creo que una montaña salga volando. Podría escuchar cien veces la historia del hombre y nunca creeré que una montaña salga volando.

El hombre constelado: La mujer sólo cree a medias en lo que nos hace creer: carneros dorados, bueyes azules, y nos seduce con su sintaxis erótica, con sus pies anclados en las tormentas. O, lo que es lo mismo, nos seduce revelarnos como su utopía.


La mujer voladora: Los que yo conozco, los que andan a mi altura, con el dedo del corazón maniobran el ala del viento.

El hombre narrativo: La mujer es la noticia de un convicto que, con tal de abolir la celda, aspira el gammexane de los rincones para entrar en la enfermería como quien entra en un ministerio, con una gracia de ultratumba.


La mujer irreal: El hombre no existe.

El hombre Orión: Conmueve ver a la mujer en el matiz del día o de la luna. La mujer adoradora, la amante del mundo. Cuando la mujer existe yo también existo.


*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-33145-2012-03-31.html






POR UNA CABEZA*


Asomada con mi enorme cabellera a la ventana del mar

entre las transparencias del agua y del aire veo subir un pájaro

nos amamos en el templo.

Siempre hacen los cuerpos un templo del sitio del abrazo donde se vuelve a
ligar lo desligado.

Él se enredaba en mi como en una interminable serpentina de algas

yo resbalaba en él hasta llegar al hueco del deseo.

Después lo de siempre,

Poseidón me entregó indefensa

sembraron de serpientes mi cabeza

no pude mirar sin volver de piedra lo que miraba.

Al final como la de tantas mujeres rodó mi cabeza

con un sueño de redes en el pelo

una mirada propia de luz que no se baja

y un abrazo de agua para la hoguera de las

OTRAS de resplandecientes, estremecedoras

cabelleras inadaptadas.


*de Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com







DEL CLAUDICAR*



Como todos
nació sin terminar
Creció sin terminar
de hacerse
(como todos)

No pudo, no aguantó
renunció al infinito hacerse

Y así siguió por siempre
cumpliendo rituales, burocracias
más o menos plagado de ademanes sociales
e improntus antisociales
cumpliendo con sumatorias onomásticas
esas inevitabilidades propias
de alguien "muy cumplido"

inevitabilidades esquivas
a los procesos de terminación.



*De Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar




Para leer en Aurora Boreal:

-Poemas de Benjamín Chávez
http://www.auroraboreal.net/index.php?option=com_content&view=article&id=1000%3Apoemas&catid=82%3Apoesia&Itemid=199






*

Inventren Próxima estación: INGENIERO DE MADRID


(CON COMBINACIÓN EN EL FERROCARRIL PROVINCIAL CON DESTINO LA PLATA O MIRAPAMPA)


-Colaboraciones a inventivasocial@yahoo.com.ar

http://inventren.blogspot.com/






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Que es Inventiva Social ?
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Cuales son sus contenidos ?
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Cuales son los ejes de la propuesta?
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jueves, marzo 29, 2012

ESE HOMBRE ME HA ENSEÑADO LO QUE SON LAS ESTRELLAS...




-Textos de Alfredo Di Bernardo. alfdibernardo@fibertel.com.ar




BREVE HISTORIA DEL HOMBRE ALTO



Hubo una vez un hombre tan pero tan alto, que con sólo ponerse de pie, abrir los ojos y mirar hacia adelante, era capaz de leer las verdades escritas en las nubes.
La gente común admiraba su enorme altura. Él, en cambio, renegando abiertamente de su don, profesó toda su vida una melancólica envidia hacia los hombres bajos.
Nunca se resignó a su triste suerte de poder descifrar verdades allí donde los otros, plácidos y felices, veían solamente una nube.






LA MEMORIA EN LOS DEDOS


"El cuerpo tiene más memoria que el cerebro".
(Philip Roth)


La única decisión que mi abuela paterna tomó respecto del destino final de sus pertenencias fue la de legarme el piano. Un piano vertical alemán sexagenario. El mismo con el que le había dado clases a cientos de niños santafesinos que pasaron por el Conservatorio Di Bernardo en las décadas del '20 y del '30. El mismo en el que mi tía había estudiado metódicamente hasta obtener su título de profesora. El mismo en el que mi papá se las ingeniaba para sacar canciones usando solamente su dedo índice.
Para cuando mi abuela manifestó su voluntad respecto del piano, yo tenía veinte años y hacía rato que había dejado atrás mis precoces logros musicales. Tocaba de oído, con mucho entusiasmo pero escasa técnica. Sin embargo, aún con mis limitaciones a cuestas, a ella le gustaba que yo hiciera sonar el piano cuando iba a visitarla. No sé, supongo que, acostumbrada como estaba a vivir rodeada de música, le habrá parecido un pecado imperdonable que un instrumento permaneciera mudo.
Cuando mi abuela murió, el piano recaló en mi casa, tal cual ella lo había dispuesto. Desde entonces, sentarme a tocar en él se transformó en una costumbre casi cotidiana a la que dedicaba gustoso aunque más no fuera unos minutos. No hablo de estudiar, ni de practicar, ni de esforzarme por progresar. Hablo de tocar; simplemente tocar. Me resultaba casi terapéutico hacerlo. En esos momentos, mi mente lograba desembarazarse de las preocupaciones diarias y de las existenciales. La música interrumpía ese vicio mío de pensar demasiado y me concedía un espacio de paz interior que, fuera de esa circunstancia, se volvía inalcanzable.
Continué con tan saludable hábito por unos años, hasta que mis sucesivas mudanzas me fueron llevando a viviendas cuyas características edilicias tornaban poco recomendable incluir un piano en el mobiliario.
El 1º de enero pasado, después de los brindis de Año Nuevo en casa de mis padres, me dejé llevar por el impulso de levantar la tapa del "Rachals" y garabatear algunos sonidos en su entrañable mixtura de madera y marfil. No estaba tan desafinado como esperaba, pero algunas de sus teclas evidenciaban signos de una considerable disfonía. Me senté en el viejo taburete giratorio y me puse a tocar. Llevaba realmente mucho tiempo sin hacerlo, y cierta enojosa insistencia de mis dedos en desobedecer mis órdenes mentales se encargó de recordármelo con suma franqueza. Seguramente, el continuado de boleros y música de películas antiguas al que recurrí para darle el gusto al auditorio presente se escuchó esta vez un tanto deslucido, pero nadie de entre los oyentes me lo reprochó.
De pronto, en medio del concierto, mientras decidía qué tocar a continuación, mis manos se desentendieron de mi voluntad y se deslizaron por su cuenta hacia el dibujo de una melodía dulzona que al principio no logré identificar con precisión. Tardé varios segundos en reconocerla: era el valsecito que había compuesto para mi abuela y que solia tocar en aquellas visitas que le hacía. Me pareció asombroso, ya que, como mínimo, yo no había siquiera tarareado esa melodía en los últimos diez años. Y sin embargo, ahí andaban mis dedos, jugando caprichosos con aquella sucesión de notas que había permanecido sumergida en mi subconsciente durante tanto tiempo, demostrándome que eran capaces de recordarla sin mi ayuda.
Fue como abrir la compuerta de un dique. En cuestión de segundos, me vinieron a la cabeza numerosas escenas familiares en las que, invariablemente, el piano ocupaba el centro de la anécdota evocada. Pensé en mi otra abuela, la materna, que también tocaba, y eso me llevó a volcar mi repertorio hacia ciertos tangos y valses con los que ella acostumbraba satisfacer mis requerimientos infantiles: "Adiós muchachos", "Lágrimas y sonrisas", "Santiago del Estero"...
Me puse contento. Acaso antojadizamente, sentí que estaba homenajeando a mis abuelos. Y no quisiera incurrir en sentimentalismos baratos, pero mientras tocaba imaginé que ellos andaban por ahí cerca, escuchando con alegría, aprobando reconfortados que su nieto los recordara de esa forma.
Algo cansado, interrumpí mi recital por unos minutos y pedí que me acercaran algo fresco para reponerme del calor. Mientras bebía, caí en la cuenta de algo en lo que nunca había reparado hasta ese momento, y es que mis dedos guardan una herencia familiar intangible pero invaluable, atesoran una historia poblada por remotos paisajes sonoros de los cuales provengo, y que han contribuído a hacer de mí lo que soy.
Tuve la certeza de que iba a escribir algo al respecto. Vislumbré un pantallazo general de lo que iba a ser el texto, y hasta supe cómo iba a titularlo. Hubiera podido permanecer suspendido en esa fantasía creadora durante un buen rato pero, apenas advertí que -una vez más- estaba pensando demasiado, detuve mi maquinaria mental de inmediato.
Mis abuelos me estaban pidiendo un bis, y no era justo hacerlos esperar. Así que me acomodé de nuevo frente al teclado y me puse a tocar "Gricel".






LOS ÁNGELES Y LOS PUENTES



Hay ángeles que, a su manera, son ingenieros. Rozan a la gente con sus alas y, con ese suave toque celestial, la incitan a levantar puentes. Entonces, esperanza sobre esperanza, la gente se pone manos a la obra y, con más entusiasmo que habilidad, se lanza de lleno a construírlos. Y aunque los puentes resultan casi siempre frágiles y efímeros, las personas caminan sobre ellos, se encuentran, pueden amarse, son felices y se ríen desde lo alto mientras miran, con cierto alienado desdén, a los seres aparentemente tan seguros y tranquilos que permanecen abajo, atados al suelo.
Pero existen también ángeles perezosos que odian la ingeniería e inoculan a la gente su propio recelo hacia este tipo de construcciones. Entonces, la gente se queda quieta, segura y tranquila, se acurruca en sus miedos y mezquindades, permanece en tierra sin ganas de levantar puentes, y al mirar cada tanto para arriba se pregunta, con envidiosa indignación, qué es lo que hacen esos seres aparentemente tan felices suspendidos en el aire.







“Escribir es una forma de darle orden al caos del universo”


Cuentos y novelas publicados en el país y en el exterior respaldan la obra de este respetado narrador que logró conquistar la cultura santafesina.


*Por CARLOS ALBERTO PARODÍZ MÁRQUEZ. parodizlaunion@gmail.com




Alfredo di Bernardo es un escritor santafesino, respetado por propios y extraños que exhibie un sólido trabajo cuya trascendencia titila. Vinculado a la cultura santafesina, cuenta su historia.



–¿Quién es Alfredo?


–Nací en Santa Fe, en 1965. Mi obra literaria transita mayormente por el género narrativo.



–¿Cómo ha sido tu aproximación literaria?


–Aprendí a leer en mi casa, con el libro Upa y jugando con letras de plástico. Para cuando terminé el Jardín de Infantes, ya leía revistas y libritos de cuentos con fluidez.
De manera que mi relación con la lectura fue tan natural como con el juego. Esa naturalidad me transformó rápidamente en un lector voraz y, al mismo tiempo, en un precoz cronista deportivo comentando partidos de fútbol, intentando imitar el estilo de la revista Goles.
A los 11 años me divertía escribiendo una novelita de ciencia-ficción y a los 16 empecé a escribir cuentos con regularidad. A los 19 había confirmado que nada me interesaba más en la vida que ser escritor.



–¿Qué significa la literatura para vos?


–Isidoro Blaisten decía que escribir sirve para organizar la propia locura. Escribir es una manera de darle un orden al caos del universo, al menos iluso- riamente.
En líneas generales, podría decir que lo que escribo son testimonios de mis sucesivas o simultáneas maneras de percibir el mundo.
Como una serie de fotos de algo que, en realidad, nunca deja de moverse pero que, al quedar fijo en una imagen, da la sensación de que es posible aprehenderlo, controlarlo e incluso comprenderlo. Y después, está también la necesidad de compartir esas percepciones; por eso uno decide hacerlas públicas.



–¿Qué dificultades tiene el escritor del interior para hacerse conocer y que ausencia es la más notable en esa relación?


–Las manifestaciones culturales que existen fuera de Buenos Aires, ya se sabe, no tienen la misma resonancia a nivel nacional.
Sin embargo, más allá de esta desigualdad evidente, creo que el escritor del interior y el de Buenos Aires tienen los mismos problemas para dar a conocer su obra: básicamente, la dificultad para acceder a un sistema eficaz de comercialización de libros.
Publicar no es algo inaccesible; el tema es qué hacer después con el libro ya publicado. Claro que esto tiene una lógica directamente relacionada con el predominio de lo audiovisual: en nuestros días un libro es un bien mucho menos deseado –y por ende, mucho menos rentable– que un televisor, una computadora o un teléfono celular.
Ahora bien, si dejamos a un lado la problemática del libro real y nos enfocamos en el mundo de la virtualidad, me parece innegable que Internet constituye una herramienta sumamente útil e interesante para que los escritores difundamos nuestra obra.



–¿Cuál es tu actualidad creativa, estás con algún proyecto editorial?



–Escribo textos en prosa que voy publicando regularmente en mi blog “Crónicas del Hombre Alto”. Tengo previsto hacer una selección de esos textos, armar un libro y publicarlo.
Seguramente, el libro va a tener muchos menos lectores que el blog, pero pertenezco a una generación que creció con la cultura del libro impreso y no puedo evadirme de la satisfacción que provoca tener en las manos un libro “de papel”.



–¿Qué trabajo te ha conformado más y porqué?


–Soy bastante inconformista con lo que escribo, así que realmente son muy pocos los textos que he escrito a los que no les tocaría ni una coma.
Hecha esta salvedad, diré que de mis libros, siento que los más logrados son “La realidad y otras mentiras” y “Las cosas como somos”.
Hay textos que quiero por su temática, otros por la circunstancia en que fueron escritos y otros por la repercusión que tuvieron. Lo importante para mí es releerlo y no avergonzarme.



Su obra

Varios de sus trabajos han obtenido premios a nivel local, nacional e internacional, e integran antologías.
Distintos textos de su autoría se hallan publicados en revistas literarias de Argentina, España, Cuba y Austria (en este último caso, traducidos al alemán), así como también en revistas electrónicas y en sitios de internet.

Ha publicado:
-"El Regalador de colores" (cuentos), 1993.
-"La realidad y otras mentiras" (cuentos), 1999.
-"Informe sobre miopes" (novela) 2001.
-"Las cosas como somos" (cuentos), 2009.

Es autor de los siguientes blogs:
-"Crónicas del Hombre Alto"
-"Algo así como un padre".
Desde 2002 edita "El Regalador", micropublicación virtual, semanal y gratuita que se difunde mediante correo electrónico y llega a lectores de 28 países.


*Fuente: La Unión Espectáculos y Cultura 25/03/12 http://www.launion.com.ar/?p=86597






EL DINERO



El dinero es una herramienta fundamental en la vida del hombre. Tanto, que no resulta ocioso afirmar que el mundo entero gira en torno a él, por y para él. Gracias al dinero se adquiere reconocimiento social, se abren puertas que de otro modo permanecerían estrictamente selladas, se formalizan matrimonios, se alquilan placeres, se estrechan amistades, se traicionan ideales, se clausuran ilusiones, se derrocan gobiernos, se inventan guerras, se conciertan alianzas, se eliminan prejuicios, se forjan sonrisas, se consiguen pases y autorizaciones, se negocian libertades y se obtienen excelentes imitaciones de felicidad, amplia gama de actividades ésta que, dada su cotidianeidad y también el profundo arraigo que han adquirido entre las costumbres humanas, no hacen más que confirmar que, efectivamente, el hombre es una herramienta fundamental en la vida del dinero.






EL TUERTO NO ES REY



Un viajero tuerto llegó una mañana a una pequeña aldea perdida en el bosque. Al advertir su presencia, los habitantes del lugar se fueron congregando en torno al recién llegado con gran curiosidad. Cuando el viajero descubrió que todos ellos eran ciegos, pensó conmovido que había llegado por fin su oportunidad de serle útil a alguien. Movido por sus mejores intenciones, comenzó entonces a relatarles historias casi mágicas acerca de un mundo misterioso del que nunca habían tenido noticias, un mundo poblado de colores sublimes, paisajes esplendorosos y formas exquisitas.
Al principio, los ciegos se mostraron interesados y escucharon las historias del viajero con un asombro casi infantil. Sin embargo, poco duró su entusiasmo inicial. Por el contrario, a medida que los relatos avanzaban, aboliendo de manera inapelable la noción de realidad que imperaba en el lugar, sus rostros fueron adquiriendo una expresión desolada que, al cabo de unos minutos, se volvió decididamente hostil. Un creciente rumor de indignación nació de aquella pequeña multitud hasta derivar en una catarata incontenible de insultos y amenazas.
El viajero tuerto no alcanzó a comprender el origen de estas reacciones. No tuvo tiempo. Antes del mediodía, los ciegos lo lincharon, enfurecidos por la inocente crueldad de quien había despertado en ellos la inútil conciencia de una realidad tan maravillosa como fatalmente inaccesible.





DIOS IMPERFECTO



Desde el refugio situado en lo alto de la montaña, el Dios observa incrédulo las columnas de caminantes que, sin cesar, siguen acercándose por los cuatro puntos cardinales. Surgidos desde las entrañas del horizonte, millones de peregrinos marchan jubilosos hacia el lugar, dispuestos a ofrecer su profundo agradecimiento a aquél que los ha salvado.
Vencido por la culpa, el Dios menea la cabeza con melancólica resignación. "No entienden", se dice, "no entienden que todo lo hice por mí". Y vuelve a esconderse, infinitamente avergonzado.





ARTISTA FRENTE AL MAR



Lenta, muy lentamente, el hombre se fue acercando hacia el borde del acantilado. La mujer sentada en las rocas lo contempló con atención desde el fondo de un silencio profundo y expectante. Observó su respiración agitada, su barba naciente, sus cabellos descuidados, su camisa clara maltratada por el viento. Había algo en él -cierta actitud de entrega a lo absoluto, la expresión desolada de sus ojos- que lo tornaba, al mismo tiempo, majestuoso e indefenso. La mujer reparó también en la firmeza con que cerraba una de sus manos y entrevió la causa, adivinó en ella la presencia de la pequeña joya en la que -según contaban en el pueblo- el hombre había estado trabajando con obsesivo fervor durante los últimos meses.
Fue entonces que tuvo el presentimiento. Nada extraordinario estaba sucediendo, pero ella supo que algo inquietante se cernía sobre la momentánea quietud de la escena. Bajo las nubes grises e hinchadas que parecían aplastar al mundo, el olor penetrante del mar fue de pronto un presagio, y el viento un emisario del desconsuelo.
Sin atreverse a intervenir, comprendiendo que no estaba autorizada a modificar un acontecimiento que intuía irreversible, un rito que parecía establecido desde muchos siglos antes, la mujer siguió los sucesos con ojos fascinados: el torso del hombre y su brazo derecho arqueándose hacia atrás, la tensión extrema del cuerpo, el feroz impulso hacia adelante, la maniobra de los dedos al abrirse en un gesto irrevocable.
No tuvo tiempo siquiera de abrir la boca para intentar un grito. La joya dibujó una parábola desesperanzada, refulgió contra el cielo por única vez -ella pudo vislumbrar su hermosura perfecta segundos antes del final- y cayó para siempre en una indiferencia infinita de sal y de espuma.
Hubo en la mujer un reflejo efímero de angustia; luego una mudez de asombro y espanto. En lo alto, un viento triste azotaba los rostros. Abajo, heladas, las olas se suicidaban furiosas contra la barranca.
- ¿Qué vas a hacer ahora?- se animó después a preguntarle, con un susurro quedo que fue casi una plegaria.
El hombre no desvió sus ojos hacia ella. Con la mirada vacía, perdida en algún punto indescifrable del océano, dejó pasar unos segundos antes de dar, con voz cansada, la respuesta que ella ya sabía:
- Lo de siempre. Empezar de nuevo.





EL HOMBRE DEL VALS


Imprevistamente, el hombre que ocupa la mesa que da al ventanal se ha puesto a silbar la melodía dulzona de un vals de Strauss, confiriéndole al jueves una fisonomía singular, rayana en lo grotesco. Mientras el silbido recorre el salón con apacible fluidez, disolviendo la habitual monotonía de las tardes en el antiguo café, el solitario autor de esta ruptura permanece absorto, mirando la calle a través de los cristales manchados, sin advertir que los otros parroquianos se han confabulado tácitamente para crear un silencio profundo y burlón que ponga aún más en evidencia su insólita conducta.
Al cabo de unos minutos, el concierto llega a su término y el acorde final deja latente en el aire una tenue sensación de ausencia. Con absoluta naturalidad, el hombre bebe un último trago de café, deja un billete sobre la mesa y se pone de pie. Ensimismado, con aire de estar resolviendo íntimas y complejas ecuaciones, camina callado unos metros, esquiva tres sillas mal ubicadas y detiene su marcha frente al viejo del mostrador. "La realidad no es tan simple como parece", afirma de pronto, con filosófica contundencia, sin hablarle a nadie en particular. Poco le importa la expresión distraída del viejo, poco le importan las sonrisas cáusticas de aquellos que lo escuchan, divertidos, a sus espaldas. Habitante único de un mundo que parece terminar en los bordes mismos de su mente, se limita a disertar para sí mismo, como si los otros no existieran. "En el mundo viven cinco mil millones de personas", sigue diciendo, con voz serena y firme. "¿Por qué no pensar que en este mismo momento una de esas personas acaba de silbar el mismo vals que yo silbé? Tal vez esté escrito desde siempre que los dos hagamos las mismas cosas al mismo tiempo, minuto tras minuto, segundo tras segundo. Pero él y yo vivimos a kilómetros de distancia y nunca podremos comprobar si nuestras sospechas son fundadas".
El viejo lo mira ahora con una atención piadosa; el resto ya no logra disimular la risa. Ajeno por completo a las reacciones que provocan sus palabras, el hombre del vals se acomoda el saco con un suave movimiento de hombros, da unos pasos cansados hacia la puerta y se deja devorar por la calle, por la alienada agitación de una ciudad incapaz de entenderlo.
Los otros, los que se quedan, comentan el episodio y se ríen sonoramente del loco. Amparados en una lógica arbitraria que jamás atinarán a cuestionar, no pueden siquiera imaginar que, en este mismo momento y en un lugar muy remoto, otra gente se ríe de un loco con las mismas carcajadas mordaces e ignorantes.





LECTURA OBLIGATORIA


Lo siento mucho, pero debo informarle que está usted en mi poder. Lo he atrapado.
Quizás usted aún no lo haya advertido, pero desde el momento en que posó su mirada sobre la primera de las palabras que componen este cuento, quedó completamente a mi merced. Por más que lo intente, ya no podrá escapar de mí. Al menos, no hasta que termine de leer estas líneas.
Tal vez si hace unos segundos hubiese optado por elegir otro texto o, simplemente, por seguir cualquier otro de sus impulsos (ponerse a escuchar música, por ejemplo), las cosas serían diferentes. Pero no lo hizo y ahora es demasiado tarde: no tiene margen posible para evadirse de mí. ¿Le molesta que se lo haga notar? Es natural; a nadie le gusta asumir que ha perdido el dominio de sus actos. Pero no se rebele contra lo inevitable. Sólo acéptelo: no podrá dejar de leer este texto hasta no acabar con la última frase.
Usted dirá que lo que termino de afirmar es ridículo y exagerado. Seguramente argumentará que la simple maniobra de alejar sus ojos del papel le alcanzaría para librarse de mí. Puedo incluso imaginar la expresión desafiante de su rostro mientras su mente se apoya en esta tranquilizadora hipótesis. ¿Realmente cree que las cosas son tan sencillas? Supongamos por un instante que es cierto, que usted abandona la lectura de estas líneas aquí mismo (decisión que, sin embargo, no ha tomado, ¿me equivoco?). Bien, haga uso entonces de su ilusoria libertad e imagine que se dedica a mirar televisión, a darse un baño, a escuchar música o a comer chocolates. ¿Verdaderamente supone que realizar cualquiera de esas actividades lo pondrá a salvo de mi control? Permítame el placer de socavar con fundamento sus candorosas esperanzas: no lo logrará. No niego que quizás consiga desligarse de mí por un lapso determinado, pero se lo aseguro: no pasará demasiado tiempo hasta que descubra en su boca un regusto amargo de curiosidad insatisfecha y compruebe que lo único que ha logrado es retorcerse patéticamente como la mosca enredada en la telaraña. Mis palabras continuarán acosándolo, acechando su sueño y su vigilia, listas para derrumbar sin piedad sus frágiles anhelos cuando usted menos lo espere.
¿Piensa que estoy siendo tendencioso? Está bien, deje entonces de rumiar vanas protestas contra mi actitud presuntamente despótica y reivindique con hechos su libre albedrío. Adelante, no imagine nada; hágalo. Aléjese de mis trampas y señuelos. Salga del laberinto que he creado para usted. Vamos, anímese, deje de leer ya mismo, dése el gusto, cumpla su deseo. Saltéese el final de este cuento y demuéstreme que estoy equivocado. Sorpréndame, haga añicos mi convicción, aniquile mi certeza.
Es inútil; no lo hará.
¿Lo ve? Todavía sigue allí.





INTERNET Y EL CAJÓN FALSO DE LA COCINA

Crónicas del Hombre Alto (nº 37)



La cocina del departamento donde transcurrió mi infancia tenía una mesada de mármol, debajo de la cual había una estructura de madera compuesta por tres puertas y dos cajones. Tal falta de equivalencia numérica tenía su explicación: la tercera puerta quedaba justo debajo de la bacha, por lo que la hipotética presencia de un cajón entre ambas hubiese resultado inviable. Sin embargo, sea por estética o por neurótica compulsión hacia las simetrías, el encargado de diseñar la cocina había colocado en el lugar un cajón falso. Es decir, una apariencia de cajón allí donde en realidad no lo había. Uno observaba, sí, un rectángulo que tenía las mismas dimensiones de los otros dos que estaban a su izquierda, pintado con el mismo color verde loro y hasta con idéntica protuberancia esférica y rugosa en el centro, pero era sólo una fachada ilusoria.
Vaya a saber por qué peregrina razón, en algún momento de mi niñez pergeñé la fantasiosa teoría de que a aquel cajón sellado iban a parar todos los objetos que se nos perdían (sí, yo era un niño raro; solía tener pensamientos de esta naturaleza). Básicamente, especulaba con la idea de que allí estuviese guardada una pelota de plástico a rayas que el viento había alejado de mí años atrás llevándola irremediablemente hacia las aguas de la Laguna Setúbal.
Obviamente -¿hace falta aclararlo?- es imposible abrir un cajón que no existe, de modo que mis propósitos reivindicatorios jamás pudieron ser cumplidos.

* * *

Cuando yo tenía 10 u 11 años, se puso de moda una canción en inglés que se llamaba "Lady in blue" ("La dama de azul"). A mí me gustaba. No era mi favorita, pero me resultaba placentero escucharla. Me recuerdo claramente frente a la vidriera de una disquería de la peatonal, contemplando el afiche desde el cual un hombre rubio y sonriente promocionaba el disco. Recuerdo también que, vaya uno a saber por qué peregrina razón, en ese momento me pregunté si cuando yo creciera me seguiría gustando esa canción, si ese hombre rubio seguiría siendo famoso, y hasta me imaginé consultándole a mi hijo qué le parecía la música que yo escuchaba a su edad (sí, yo era un niño raro; solia tener pensamientos de esta naturaleza).
El incansable andar del tiempo hizo que me olvidara de la melodía y, cosa extraña en mí, hasta del nombre de aquel cantante que -¿hace falta aclararlo?- no quedó instalado en la memoria colectiva de los argentinos.

* * *

Nunca en los siete años que llevo como navegante del ciberespacio me llamó la atención el difundido hábito de bajar música de Internet. No sé, supongo que quedó martillando en mi cabeza el comentario de alguien que me advirtió sobre la extrema lentitud que puede implicar el proceso para quien -como en mi caso- carece de banda ancha (dato suficiente este de la lentitud para ahuyentar a un sujeto ansioso como yo). O tal vez, me ganó el prejuicio de suponer que la música a la que se podía tener acceso era la misma que uno puede escuchar en las radios, es decir, la que se pone de moda, la que responde a las leyes del mercado.
Hace unos meses, sin embargo, mi hijo me hizo una elocuente demostración práctica de todas las maravillas de jazz, blues y bossa que había conseguido almacenar en su computadora gracias a Internet, y mi visión del asunto cambió por completo. Es más, la revelación me impactó de tal modo que, al día siguiente, ya había descargado en mi propia PC el programa necesario, dispuesto a ponerme manos a la obra cuanto antes.

* * *

Soy un tipo que mira mucho hacia el pasado. Quizás por ser un individuo extremadamente memorioso, siento que cargo con él como si fuera una parte viva más de mi presente. Hasta diría incluso que soy posesivo con mi pasado. No colecciono objetos en forma indiscriminada (de hecho, destilo bastante indiferencia hacia la mayoría de ellos) pero tengo, sí, una marcada inclinación a conservar determinados testimonios que considero representativos de diferentes etapas de mi vida. Supongo que su tenencia me brinda una especie de seguridad simbólica, la impresión de que soy capaz de impedir que los días que voy viviendo se me escurran así nomás. Impresión, claro está -¿hace falta aclararlo?- que se hace añicos apenas uno se pone los anteojos cínicos de la racionalidad para ver las cosas de este mundo.

* * *

No soy ingenuo; me conozco demasiado. Sabía que no iba a ser fácil encausar mis afanes de melómano virtual en un esquema preestablecido. Hubo, sí, un plan inicial de rastrillaje cibernético que cumplí con admirable prolijidad, y que me permitió completar sucesivamente un compilado de temas de la Bersuit, otro de Divididos y un tercero de Los Piojos. Sin embargo, tanto rigor no tardó en resquebrajarse y, previsiblemente, mis búsquedas terminaron adquiriendo muy pronto un errático matiz de arqueología musical.
Al principio tímida, casi pudorosamente; luego con insaciable voracidad, me lancé a rastrear canciones ligadas a los años '70, intentando bosquejar con ellas un impreciso mapa emocional de mi infancia. Mi exploración tuvo resultados altamente satisfactorios: reencontré la música de series entrañables -"Baretta", "Dos tipos audaces", "El hombre nuclear"-, volví a escuchar a Donna Summer cantando el tema de la película "Abismo", me conmoví otra vez con el italiano de "Albatros" que clama desesperado "¡Sandraaaaaaa, ti amooooo!" en el final de "Vuelo AZ 504", y compartí el lamento de Los Brincos porque "Eva María se fue / buscando el sol en la playa".
Una noche, vaya a saber por qué peregrina razón, me acordé de "Lady in blue". Me vino a la memoria el remoto episodio de la vidriera y sentí que estaba ante un desafío mayúsculo. ¿Sería posible hallarla? ¿Habría alguien en algún ignorado punto del planeta que tuviera justamente esa canción guardada en su computadora? Sin querer ilusionarme demasiado, escribí las palabras mágicas en el buscador y, para mi gran asombro, en cuestión de segundos no sólo apareció en la pantalla el título de la canción requerida, sino también el nombre olvidado de su intérprete: Joe Dolan. Me pareció estar rozando los límites de lo verosímil. Por supuesto, inicié la descarga de inmediato y, al cabo de unos minutos de exasperante espera, volví a escuchar, después de más de treinta años, aquella melodía pegadiza y la voz algo chillona que la entonaba.
Quedé fascinado. No con la canción en sí (que, como suele suceder en estos casos, ahora no me parece tan bonita), sino por el prodigio de haber podido rescatarla de la nada. Y aunque sé que todo retorno al pasado es fatalmente imperfecto e incompleto, aunque sé que los paraísos perdidos no se recuperan jamás, aunque bien sé que mi pelota de plastico a rayas se extravió para siempre en las aguas de la laguna, en ese momento sentí que, en cierta forma, yo acababa de abrir al fin aquel cajón falso de la cocina.
Y sí, soy un adulto raro; suelo tener pensamientos de esta naturaleza.





PARALELAS


Geometrilandia es una ciudad muy triste. Por disposición de vaya a saber qué poderoso personaje del pasado, las líneas que allí habitan están obligadas a desplegar sus angostas existencias en la misma dirección y en el mismo sentido. Como nadie se atreve a violentar precepto tan celosamente guardado durante años, no es posible hallar en toda la ciudad ningún tipo de figura.
En medio de este aburrido panorama de uniformidad hay, sin embargo, quienes sueñan aún con el día en que las líneas se decidan al fin a dejar de lado tanta rigidez y se entrelacen alegremente unas con otras para formar curvas y quebradas. Si esta gloriosa sublevación llegara alguna vez a acontecer, una multitud feliz de círculos y rombos flotaría gozosa esa mañana sobre las chimeneas. Los hexágonos y los trapecios se hamacarían sonrientes en los árboles, los rectángulos y equiláteros brotarían por doquier y el cielo sería un desparramo fenomenal de curiosas espirales, elegantes elipses y graciosos escalenos. La vida de la ciudad se tornaría incomparablemente más bella.
Pero por el momento semejante alteración de las cosas no es posible. Sea por miedo, ignorancia o conveniencia, la mayoría de las líneas son sumisas y nunca cuestionan su patética rectitud, llevando de este modo gran desconsuelo a las otras, las líneas soñadoras, ésas que en las tardes nubladas lloran en silencio su ingrato destino de eternas paralelas, solitarias infinitas, condenadas a no tocarse jamas.






BUENAS SALENAS CRONOPIO CRONOPIO

Crónicas del Hombre Alto (nº 47)



Estaba anocheciendo, aquel sábado de febrero. Yo acababa de volver de la cancha, contento porque Colón había ganado, cuando la radio interrumpió de pronto su transmisión deportiva para dar paso a un flash de la División Noticias. Ahí me enteré. "Falleció hoy en París, a la edad de 69 años, el escritor argentino Julio Cortázar", dijo la voz. Eso fue todo. Después, la radio siguió adelante con su previsible rutina de reportajes de vestuario y repetición de goles: Yo, ansioso por sacarme de encima el calor acumulado en la tribuna, me metí en la ducha y no pensé demasiado en el asunto. Eso fue todo, sí. Aquella tarde no supe que Cortázar me había hecho un favor enorme muriéndose antes de que llegara a conocerlo. No supe que su involuntario gesto, tan oportuno, me había evitado la tristeza.
En esos dias, yo andaba poseído por la infinita sed lectora que sólo se puede sentir a los 18 años, pero aún no tenía plena conciencia de lo que significaba la figura de Cortázar, ni de su dimensión gigantesca en el marco de la literatura latinoamericana. A decir verdad, antes de aquella tarde de febrero, sólo registraba en mi memoria dos episodios concretos vinculados a su nombre. Uno era la lectura escolar -en séptimo grado y "Compendio del Alumno" mediante- de un fragmento de "Los venenos", cuyo efecto más perdurable había consistido en revelarme la existencia de la palabra "tilbury". El otro, ya en tiempos de la secundaria, era el comentario tendencioso de un profesor de Formación Cívica que lo había involucrado en esa supuesta "campaña antiargentina en el exterior" que los militares del Proceso enarbolaban por entonces con patriótica paranoia. Fuera de eso, nada. Sabía, sí, que estaba radicado en Francia y que su libro más famoso se llamaba "Rayuela", pero no mucho más.
Fue justamente la catarata de homenajes periodísticos póstumos desatada por su muerte lo que me permitió el primer acercamiento a su vida y a su obra. Poco tiempo después, con la lectura de sus libros, llegaron la admiración, el asombro, la sana envidia, el cariño. Llegó el disfrute inigualable de sus cuentos magistrales. Llegaron el nudo en la garganta al terminar "La autopista del sur", y los ojos humedecidos al final de "Una flor amarilla". Y mi enamoramiento hacia un París ya inexistente que me hacía fantasear con la posibilidad de vivir en una buhardilla cercana al Sena, dedicado solamente a escribir. Y el increíble descubrimiento de que, sólo quince años atrás, una generación entera de jovencitas argentinas había soñado con ser la Maga. Y llegó también la necesidad casi compulsiva de devorar entrevistas para conocer qué pensaba, qué sentía, cómo trabajaba ese grandulón con cara de nene que amaba el jazz y el boxeo. Y las épicas búsquedas de naturaleza casi arqueológica en librerías de Buenos Aires, en pos de tesoros improbables como "Deshoras" u "Octaedro" (por aquel entonces, inhallables). Y la gloriosa felicidad de ese mediodía en que, mientras el cielo se derrumbaba sobre Santa Fe en forma de diluvio bíblico, caminé por la peatonal con un ejemplar de "Los premios" recién comprado bajo el brazo, saboreando por anticipado su inminente lectura en la siesta lluviosa. Y llegó aquel casete que traía su voz grave, y ese estremecimiento que provocaba escucharlo pronunciar "Rocamadour, bebé Rocamadour" con la erre afrancesada. Y la foto inmortal de Sara Facio, el retrato inoxidable del mayor de los cronopios. Y la alegría, claro, la inmensa alegría de haberme cruzado en el camino con ese niño grande fascinado por las palabras que, riéndose de la solemnidad ajena, se dedicó a abrir puertas para ir a jugar, y las encontró.
No tiene sentido, me parece, veinticinco años después, incurrir en la melancolía y experimentar con retroactividad el duelo que no viví. Tampoco me interesan demasiado ya los sesudos análisis académicos acerca de sus aportes técnicos y teóricos a la narrativa contemporánea. Prefiero apoyarme en mi perspectiva de lector y recordarlo con la gratitud que sólo puede despertar quien nos ha obsequiado el placer de páginas inolvidables. El mejor homenaje que se le puede rendir, creo, es seguir leyéndolo. Y, por supuesto, continuar siendo unos cronopios irredimibles, eternamente extranjeros en este mundo armado tan pero tan a la medida de los famas.






SOBRE CIERTO ARTE


Todas las noches, un hombre miope sale al patio de su casa y mira hacia el cielo estrellado. La debilidad innata de sus ojos le impide percibir con nitidez el paisaje majestuoso que se extiende sobre él. No obstante, en aquellos débiles fulgores apenas vislumbrados alcanza a intuir la mágica esencia de algún secreto cósmico, y eso lo hace feliz.
Al día siguiente, todavía conmovido por los fragmentos de eternidad que ha logrado capturar, resuelve compartir sus modestos hallazgos con todo aquel que quiera escucharlo. Pero apenas abre la boca frente a algún interesado, descubre con tristeza que, por más que se esfuerce, no acierta a encontrar las frases apropiadas, ni puede tampoco dejar de tartamudear. De su garganta sólo surge, entonces, un parlotear confuso, compuesto de palabras incoherentes, fatalmente imprecisas. Su discurso termina siendo sólo un pálido reflejo de otro palido reflejo.
El frustrante proceso se reitera día a día.
Y sin embargo -he aquí el auténtico misterio- hay gente que al ver pasar al miope tartamudo lo mira con admiración y comenta con gratitud: "ese hombre me ha enseñado lo que son las estrellas".





NOVIEMBRE DEL '81


En noviembre del '81 yo era un adolescente muy flaco, muy miope y muy introvertido. Un solitario de 16 años cuyo rostro aniñado permanecía semioculto detrás de un grueso par de anteojos. Un alumno destacado que veía mucha tele, resolvía crucigramas y encausaba sus dotes musicales sacando canciones de oído en un órgano "FunMachine" .
En noviembre del '81, si bien manejaba una cantidad considerable de datos sobre el mundo, no sabía casi nada de la vida, aunque a veces sentía que sabía casi todo. Poseía más certidumbres que dudas. Creía en Hollywood y en la revista Gente. No entendía hasta qué punto todo discurso implica necesariamente una manipulación de la realidad. Sobre varias cuestiones pensaba que los malos eran los buenos, y viceversa. No imaginaba que, en apenas un par de años, mis opiniones acerca de unos cuantos temas darían un vuelco de 180 grados.
En noviembre del '81 mis proyecciones sobre el futuro eran vagas. Las más concretas llegaban sólo hasta el año siguiente. 1982 iba a traer consigo tres acontecimientos relevantes: el final de mi escuela secundaria, el Mundial de España y el viaje de Quinto a Bariloche. Que, cinco meses después, la Argentina entrara en guerra con el Reino Unido, por supuesto, quedaba fuera de cualquier previsión, incluso para alguien fantasioso como yo.
En noviembre del '81 había empezado ya a formularme algunas inquietudes filosóficas acerca del sentido de mi presencia en este planeta. Pero, más allá de esas primeras reflexiones sobre el ser y la nada, mi gran angustia existencial estaba dada por tener que digerir el reciente descenso de Colón.
En noviembre del '81 no se pasaba rock nacional por las radios y yo le guardaba un inexplicable recelo a la música cantada en castellano. Estaba a años luz de ciertas voces, ritmos y sonidos que, pocos años más tarde, ayudarían a ampliar mis horizontes auditivos para siempre. Escuchaba a Alan Parsons, Supertramp y Queen... pero también a Abba y a Village People.
En noviembre del '81 no había visto ninguna película de Woody Allen, "Brazil", de Terry Gilliam todavía no me había volado la cabeza, y no había experimentado tampoco el nudo en la garganta de cuando la bicicleta de ET levanta vuelo recortada contra la luna. Eso sí, los Superagentes me parecían geniales.
En noviembre del '81 aún no había descubierto la obra de Cortázar. Ni siquiera había perdido todavía mi virginidad mental leyendo "Sobre héroes y tumbas". Agotados hacía tiempo los clásicos infantiles (con el maravilloso Julio Verne a la cabeza), mis lecturas de entonces se concentraban en los ovnis y los fenómenos paranormales. Aún ignoraba que los misterios más apasionantes del universo no se hallan fuera del alma humana, sino precisamente en su interior.
En noviembre del '81, yo no era escritor ni soñaba con serlo. Lejos en el tiempo había quedado mi hábito infantil de garabatear cientos de hojas redactando crónicas de partidos de fútbol, intentando emular el estilo periodístico de la revista "Goles". Atrás también había quedado mi efímera incursión de los 11 años por la ciencia-ficció n, plasmada en una novelita llamada "Aventuras en las galaxias", cuya escritura me había proporcionado una apasionante diversión veraniega.
En noviembre del '81, sin ninguna causa específica que lo justificara, sentí el impulso de poner por escrito alguna de las tantas historias imaginarias que solían poblar mi ajetreado mundo interior. E, influído quizás por la reciente lectura de "Los bufones de Dios", de Morris West, tomé un bloc borrador y, empuñando una Sylvapen 78 -que aún conservo como reliquia- me largué a escribir una novela plagada de clichés best-selleristas y lenguaje de serie policial de TV, con espías de la CIA y de la KGB enfrentándose en tierras australianas, pugnando por llegar primeros al inhóspito sitio donde ha caído un satélite que, aparentemente, viola los tratados internacionales sobre armamento nuclear.
No recuerdo cuánto tiempo me llevó escribir tamaño engendro, pero estimo que a fin de año la historia (a la que nunca puse título) estaba terminada. Sí recuerdo, en cambio, que me encantó escribirla. Sí recuerdo, también, que ese verano le comenté muy seriamente a mi amigo Patricio que. en adelante. me pondría a escribir cuentos, "porque escribir una novela cansa mucho".
Nunca, desde entonces, abandoné esta inefable tarea de perseguir infructuosamente fantasmas vestidos con letras. Es cierto, me tomó algunos años descubrir que la de escritor era la condición que mejor definía mi ser esencial, y me tomó algunos más poder asumirlo frente a los otros con naturalidad, pero esto no le quita a noviembre del '81 su categoría histórica de fecha fundacional.
Veinticinco años después, aún sigo ordenando palabras. Y aunque, en cierto modo, extraño ese irrecuperable candor de los inicios, aunque a esta altura ya no creo que alguna de mis obras vaya a alterar la historia universal de la literatura, aunque la distancia entre el escrito imaginado y el pobre resultado obtenido sea casi siempre abismal, cada vez que estoy terminando de corregir un texto vuelvo a experimentar ese cosquilleo, esa ansiedad. Y, una vez más, siento que es en esos momentos cuando soy más yo que nunca.
Razón más que suficiente, me parece, para dedicarle estas líneas a aquel adolescente que, en noviembre del '81, empezó a construir mi lugar en el mundo usando tan sólo una birome Sylvapen.





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miércoles, marzo 28, 2012

EL VUELO DEL PEZ



-Ilustración: Ray Respall Rojas




EL VUELO DEL PEZ

-Poemas de Marié Rojas Tamayo.




Porque, como no sabía contestar a ninguna de las dos preguntas, no importaba mucho cuál de las dos se formulara.

Alicia en el país de las Maravillas
Lewis Carroll





1. CIELO



¡Hora del té!
Dijo la Liebre
Al Sombrerero Loco
Removiendo la torta de merengue
Con una cuchara rota.

Hoy no serás El Emperador,
Ni La Justicia,
No te visitará jamás La Muerte,
Mi casa no será La Torre,
Ni yo seré más El Ermitaño.

Deja dormir tu sombrero
En el umbral de mi noche,
El cielo nos aguarda:
A partir de hoy
Seremos Los Amantes.





2. TIERRA



No ser más nosotros mismos.
Acumular la cera de tantas velas
Encendidas por dar luz a los ancestros.

Recoger plumas de ángel en las playas
Donde duermen los restos del naufragio,
Atravesar volando el mar dormido
Sin volver la vista atrás,
Hasta que el sol cumpla su cometido en la leyenda...

Hacerse uno con la madre tierra,
Renacer siendo árbol en el centro de la hoguera.





3. ACUMULAR



Hay polvo dorado en mis dedos,
Ayer murió la última mariposa.
Cuando ella venía a mí, yo era árbol.

Colecciono reflejos de otras vidas
En un viejo álbum de tapas rojas.
Guardo voces, horas
Y recuerdos insondables.
Acumulo confesiones en mis párpados.





4. JUVENTUD



No culpo a nadie de mis cambios,
Mis defectos ni mis lágrimas.

Del caballo soy el viento,
Soy la crin y soy la brida.





5. ESPERAR



Es demasiado el espacio
Entre la espera y tu llegada.

Un día volveré a reír
Y de mi risa brotarán conejos,
Naipes, flores,
Relojes de tiempo acaecido.

Conozco la melodía perfecta,
Me faltan dedos para ejecutarla.
No juego a ser Dios,
Ni a ser demonio.
Jugar a ser humana es demasiado.





6. DISCUTIR



Cuando viajo
Llevo conmigo la nostalgia.
Dos partes de mi alma riñen
Sin encontrar el sitio donde afincarse.

La dicha hiere,
Hiere la tristeza.

Hay añoranza a ambos lados del camino,
Ningún tiempo es infinito.





7. EJÉRCITO



La noche se escurría entre los pinos:
¿Podemos hilar rayos de plata?, preguntaste.
No rompas mi silencio, contesté desde mi sueño.

Hilaste entonces las nubes
Para hacerme una almohada cambiante,
Donde seguir ignorando si es día o anochece.

Sin abrir los ojos, escribí para ti este poema,
Fabriqué con él un barquito
Y fui al sitio donde juegan las sirenas.

Lo entregué a ese revuelto océano que nos desune:
Transformado en cometa
Lo verás hoy cruzar el cielo.





8. SOLIDARIDAD



Soy el trueno,
Soy la nube que lo guarda,
Soy la roca que extravió el camino
Hacia el diamante.

Soy el mundo
Y con él vivo,
Por él muero.




9. PEQUEÑO ANIMAL DOMÉSTICO



Para entrar al templo
Has de hincar una rodilla en tierra,
En la puerta dejarás las armas
De la ira y la codicia.

Entrarás, con las manos vacías,
Tornarás de palmas vueltas hacia arriba,
Deshabitado,
Tan ligero como un pájaro.

Muy adentro,
Rebosarás del gozo
Que colma a los humildes,
A los sencillos de alma.




10. CAMINAR




En mis prados
Crecen flores secas
De esas que enmohecen
En los libros de poemas.

Van a libar en ellas
Los pájaros del olvido.

En las tardes camino descalza
Por mis prados.




11. PROSPERIDAD




Fiel, insolente luna diminuta,
Hoy luna nueva.
Llevo tu alma a mis espaldas
Y no hay peso más dulce.

Espero tu retorno… goza ahora
La multiplicidad de ser eterna.





12. CIERRE



Dulce pluma llevada por el viento
Tienes la voluntad de la llovizna,
La férrea dominación de los vacíos.

Eres quietud en vuelo de cometa
Agitada por la brisa veraniega,
El soplo silencioso que apenas turba
El lago de aguas mansas.

Fuiste pájaro enjaulado,
Ahora te perteneces y sonríes.

Mas ay, pobre de ti,
Ya no eres ala,
Vas y vienes,
Al antojo del destino.

Eres todo,
Y no eres nada,
Pluma mía.





13. HOMBRES REUNIDOS




He visto la llave de la jaula
Donde encerraron los hombres
Al Rey Pesadilla.

Me he inclinado a recogerla,
Y al cruzar el puente,
La he dejado caer,
Como al descuido.





14. GRAN DOMINIO



Un día cargaré los huesos de mi madre
Como ella cargó los de su hija.
Buscaré mi lugar en ese bosque
Donde nace el arco iris,
Iré a visitar los túmulos gigantes
Donde reinan las hormigas,
Tocaré una antigua flauta
Llena de armonías prohibidas.





15. CONDESCENDENCIA



Quién sabe si un día tenga alas
Y eche a volar,
Oscura imagen
De ensueño preterido.





16. OCUPARSE




Un día, al fin,
Seré polvo de estrellas,
Seré el viento que empuja los veleros,
Seré nave en la borrasca,
Nimbo en fuga,
Seré niebla,
Seré vida.




17. CONFORMARSE




Galopan dragones entre nubes,
En la tierra, resuenan los corceles
Calzando doradas herraduras.

El prójimo ha olvidado añejas fábulas
Contadas entre risas y desdichas.
El hombre de la arena parte triste,
Su espanto no adormece
A las criaturas de hoy en día.

Nadie cree en los vaticinios,
Los duendes se exhiben en los circos
Y las escobas de las brujas
Duermen, aburridas, tras las puertas.

Espero,
Como aquellos que aguardan
La llegada del Mesías,
El renacer del narrador de cuentos
Que acunaba mis ensueños
Cuando niña.




18. DESTRUCCIÓN




La sanadora recorrió mi cuerpo
Con su cordón de hechizos.

Una libélula anidó en mi pecho,
El león rindió su fiereza ante mis manos.

“No puedo curar el mal de amores”
Fue su veredicto.





19. ACERCARSE




Se hizo el verbo
Y fue la luz,

El monte apartose de las aguas,
Y fue la ola, fue la arena, fue el ocaso.

Fue la música,
Fue el color, fue la belleza.

Llegó el hombre
Y tras sus pasos… la mentira.





20. OBSERVAR




Antes que flor
Fui semilla.

Ahora añoro
Ser espina.




21. QUEBRAR MORDIENDO




Dueño absoluto del deseo, ven,
Muéstrame tus más oscuras melodías.

Conozcamos el color del infinito.
Volemos alto, muy alto...

Vivamos este instante de soplo sagrado
Cual si fuera el último que nos es concedido.




22. ADORNAR



Sobrevuelan los fantasmas
Las paredes de mi patio.
Llueve y he tenido que lavar mis sábanas.

Se recrean con ellas los espectros,
Juegan a confundirse.

Esta noche adornaré mi lecho
Con las sombras de mis antepasados.




23. RESQUEBRAJAR




Ayer, amado mío,
Osé escribirte un poema.
Lo dejé bajo la piedra de la esquina
De una calle cuyo nombre no recuerdo
Para que alguien sin amor
Lo descubriera.




24. REGRESAR



No estés triste, princesa,
La luna no ha muerto,
No huye de tus llamados,
Está lavando su carita.

Todo parte,
Todo vuelve…




25. SINCERIDAD




No llores,
Niña amada,
El Can no mordió a la solitaria damisela,
¿No la ves sonreír?

Ven, asómate:
Se ha vuelto hamaca donde columpiarte
Cuando duermas,
Cuando falten mis brazos,
Niña mía.




26. FUERZA EDUCADORA




¡Despierta ahora,
hija querida!
Ha llegado el premio a tu paciencia:

Viene rodando la lunita entera
A jugar con el reflejo de tus ojos,
Carbunclos encendidos.




27. NUTRIRSE



Cuando llega la noche
Quisiera ser luciérnaga.

Al arribar la luz
Envidio el poder de lo invisible.




28. EXCESOS



El río donde lavamos nuestros cuerpos
Se ha secado.
En su lugar corren surcos de polvo
Donde van a estrellarse
Los murciélagos.

La semilla que sembramos
Ha nacido,
La riega la lluvia
Que brotó de nuestro nido.




29. PELIGRO




Hay una perla
Que sabe del llanto del océano.

Hay un ámbar cuyo aroma
No pertenece al mundo conocido.

Una rosa de colores nunca vistos.
Una carta que no arriba a su destino.

Un cuervo de alas blancas,
Una hora que aún no se ha vivido.

Hay palabras que quedarán
Guardadas en el viejo pergamino.

Es mejor ignorar
El camino que nos lleva hacia el peligro.





30. DISTINGUIR




La flor que se marchita en los salones de la reina
Desconoce la maravilla
Del batir de alas de los colibríes.

Sus hojas morirán sin la mordida
Dulce amarga de las orugas,
Sin lluvia, sin derroches…
Olvidará que tuvo raíces.

La flor que se obsequia como prueba de amor
Guardará siempre el calor de aquella mano
Que sostuvo su tallo contra el olvido.




31. UNIR




No quiero conocer
El verdadero rostro del Amor.
Prefiero reinventarlo cada día.

Empapo mis pinceles
En briznas de arco iris,
En lágrimas, en charcos, en rocíos…




32. LUNA CRECIENTE




Ayer, por ir a verte,
Olvidé abrir la ventana
Al ángel que me visita.

Hoy, por correr a tu encuentro,
Olvidé cerrar la ventana,
He dejado escapar a mis demonios.

Ahora somos sólo tú y yo,
Y esa ventana
Donde crece la luna.




33. RETIRARSE




Canta el grillo,
Anunciando el final de nuestro sino.
Caen cuerdas de guitarra
Sobre las hojas de té.

El rey inaugura nuevos templos,
El vanidoso pule espejos.
Hay estatuas de sal en el desierto,
Ánimas que claman en los mares.

Pasa entre mis pies un gato negro.
He urdido demasiado esta visión,
Para caer en las redes del enigma.

Es oscura la luz de los abismos.
Sólo el sabio intuye el momento
De colocar el punto de cierre en una vida.




34. GRAN FUERZA



Ser el retrato de esa mujer antigua
Que viste un sombrero lleno de ciudades,
Cuyo rostro no pertenece a nadie
Y a todos parece conocido.

Ser una pausa en el teclado,
Aquella sinfonía.
Tal vez, la rama de olivo
Que guardo en las páginas de mi diario.

Una carta de Tarot,
Una copa vacía...




35. PROGRESAR




Deseché de las sombras los temores,
Del placer las suaves luces.
Cerré los párpados.

No hice planes imposibles,
No busqué mi estrella,
No conté cien corderitos.

Arrullada por silencios
Quedé a solas con el sueño,
Viejo amigo que se niega a visitarme
Cuando más lo necesito.




36. LUZ QUE SE APAGA




Supo que era mujer
Porque era amada.

Atrás quedaron las voces que repetían:
¡Eres sólo una imagen, un destello!

Alguien le había dicho que la amaba,
Y ella era feliz desde su lienzo.




37. GENTE DE FAMILIA




Dibuja la noche
Finas huellas de gorriones en el pavimento.
La luz las torna sendero.
Y el tiempo se invierte, ahora soy chica.

Duermo sobre la sepultura
Que lleva mi nombre,
Aquella que un día
Guardará mi nuevo cuerpo.

La sombra de un sauce es
Nostalgia de no sé cuántas ausencias.
Quisiera aprender a amar
Como aman los niños.




38. CONTRASTE




Extraña comunión
La del mar y la tierra en los ocasos,
Tan lejanos, tan distintos.

Siempre te extravío
A la hora crepuscular. Huyes
Cuando se alargan las sombras.

El cielo y yo
Teñidos de rubor
Nos despedimos.




39. DIFICULTAD




En algún rincón de este planeta
Hay una flor que ha
Abierto su corola
Solo para mí.

Ella lo sabe,
Yo lo sé…
Y morirá sin mis caricias.




40. EXPLICAR



Sentimiento híbrido de angustia y de placer
Desdeña el toque insistente en esa puerta.
Han caído plumas blancas en la nieve.

Corre, hora, detén el paso de la manada,
No quiero ser la víctima.
Ya habrá personajes que interpretar
Cuando termine de trenzar mis letanías.




41. PERDER



Es hermosa la fe de los sencillos,
Quisiera haber visto el rostro de mi Padre.
Extravío la respuesta a mis preguntas.

No sé qué hacer sin la idea de que,
Tal vez, no soy
Sino la certeza de que aún existo.

He visto la magia desgranarse entre mis dedos y aún,
No sé si soy el sueño
De alguien que recrea cada instante de mi vida.





42. EVOLUCIÓN



He cortado una rama de bambú.
Con ella he hecho una flauta
Que guarda la memoria
Del agua, de la tierra y de la planta.

En ella tocaré mis fábulas,
Para que lleguen sigilosas
A tus pupilas que no duermen
Y traigan dulces sueños a tu almohada.

Exorcizaré tus plagas,
Invocaré a los seres que moran
En tus sienes
Sin encerrarlos jamás en la montaña.

Y daré mi alegría a tu sonrisa,
Visiones a tus párpados,
Embriaguez, dulce hidromiel,
A tus sentidos.





43. DECIDIR


¿De qué me sirve
Leer el futuro en las estrellas?

Lento es el camino,
Alto el precio.

Llegado el momento de elegir:
Decido andarlo.





44. ENCONTRARSE


¿Qué signo marcará para mí
el juego de abalorios?
Voy dejando atrás a la que he sido…
Para nacer, he de romper un mundo.

He olvidado mis glorias y mis culpas.
Si he de regresar
A la extrema pobreza de los reyes,
Que así sea.





45. COSECHAR



Lloro el llanto de la Tierra
Y en el ciclo de mis astros vivo el cenit.
Después de hoy
Todo será una lenta caída
A los abismos
Donde esperaré, fruto en mano,
Nuevas órdenes del Monstruo Antiguo.





46. SUBIR


Travesía segura
La que se emprende
En una barca de maderos
Que aún conserven las edades del árbol.

Ventajoso será cruzar las grandes aguas,
Honrar al rey, loar sus glorias.

Generoso ha de ser recordar,
A quien quedó en el muelle
Llorando la partida.





47. ANSIEDAD



Ven los dioses
Donde muerte,
Luz.

Ven los hombres
De la luz,
Las manchas.





48. EL POZO



Dame de beber,
Pidió la Samaritana al pozo
Y este dijo:

Antes habrás de aprender
A compartir mis aguas.
De tus manos beberá aquel
Que reina entre los olvidados.

Nadie sabrá de tu exilio.
Serás solo un punto en el poniente,
La línea invisible que lleva hacia el sendero
Donde se dibujan las estrellas.





49. RENOVAR



El oráculo viviente anunció
El fin de nuestra era.

He de rescribir esta historia en otro tiempo,
Cambiar de alfabeto y de designio...

Partiré a soñar entre estrellas extintas
Cuya luz aún nos atormenta.





50. LA CALDERA



Ha llegado la hora, dijo la Luna
Adivinando el futuro en su caldero.

Envuelta entre sus redes,
La Estrella fue a pescar a la cañada.

El Mago lloró,
La ausencia de su hermana.

Convertido en junco insomne, el Ermitaño
Vio llegar a la bella pescadora.

Clamó el Loco:
¿Por qué es tan larga toda espera?,





51. TRUENO


Se abre en un bramido la bóveda celeste...
Mas no llueve.

El amanecer presagia horas
Aún no transcurridas.

A solas con mis proyecciones
Sueño que te he extraviado.





52. CIMIENTOS



Eco que repite versos en sordina,
Regreso del ayer y del futuro,
No dejes escapar esa palabra antigua
Que uso para nombrar lo indefinible.





53. DESLIZARSE POCO A POCO



Sólo tú,
Conoces el camino.
Solo tú,
Encontrado dos veces,
Una vez perdido.





54. DESPOSAR A LA HIJA MENOR



Hay un Dios inmenso
A quien rezo cada día
Por la absolución de mis pecados,
Por la gracia de la eternidad,
Por el obsequio de dones mundanos.

Hay un dios pequeño… diminuto,
A quien rezo cada noche,
Para que mantenga la cohesión de mi ser.





55. ABUNDANCIA



Amé tu rostro de peregrino,
Tu risa furtiva oculta tras la mano,

Tu desconsolada ansiedad de náufrago,
Aquella pesadilla que soñamos.

Amé tus voces y tus celos,
Tu fugaz partida, tu regreso.

Supe amar en ti cada rincón del cuerpo,
Cada grieta del alma.

Pero nunca te amé tanto,
Como aquella tarde en que lloraste en mi regazo.





56. VIAJERO



Quieres iluminar y siendo luz,
Eres la oscuridad, y eres el brillo.

Estás queriendo hallarte y encontrándote,
Es que te desconoces y te nombras.

Estás cumpliendo un ciclo
Y eres astro, cetro, brújula y polvo del camino.

Todo se te confunde, todo gira,
El tiempo es niño y quiere jugar contigo.

Porque todo es crecerse, es germinar
como esas flores que brotan tras los arco iris.





57. VIENTO



Rosa de los vientos, ¿qué universos señalas?
¿Qué insondable mapa, qué camino?
Solo unos pocos reconocen en tu arcano
El centro de todo lo creado:
En ti se contemplan los elegidos.

Sé que si pregunto, me dirás
El sitio donde se esconde la otra mitad
Que me busca con los ojos vendados,
Mas prefiero el misterio, esa
Brisa que encierra los aromas,
Las respuestas,
Los desvelos...





58. RETIRARSE



Sabemos que nos llama aquella playa,
Olvidamos en sus rocas el madero negro
Donde solíamos atesorar ensueños.

Cuando la turbia ola se retira
Queda el madero
Pronunciando incansable nuestros nombres.





59. CONFUSIÓN



Oigo voces, oigo pasos que se acercan,
Llama a la puerta la sinrazón de ayer,
Ya no la escucho.

Llueve dentro y fuera de las casas.
La calle se inunda.
La lluvia dispersa a los amantes.

La crecida de las aguas
Hace perder el rastro
De los que se buscan.





60. MODERACIÓN



Bajo el pasto cabecean las sabandijas.
No hay lluvia de estrellas,
Cinco lirios han abierto sus corolas…
El corazón arde por dentro,
Afuera solo aflora una sonrisa.





61. FE INTERIOR



Iluminaré mis noches,
Con luciérnagas embotelladas,
Robadas a la anciana pitonisa
Que encierra en su manto las censuras.

Adiós, caja de Pandora,
La esperanza es el peor de los regalos,
El mejor de los castigos.





62. PEQUEÑAS COSAS IMPORTANTES



No hay magia posible sin incienso,
Sin fases de la luna, sin creer, sin abanicos,
Es necesario bailar bajo la lluvia...

Verás nacer historias donde habitan nubes,
Vendrán mariposas a posarse en tu mano,
Habrá oro en el fondo de los ríos.

Cada extraño te entregará su universo.
Agotada su paciente espera,
Irán las luces en busca del crepúsculo.

No olvides nunca
Las pequeñas cosas
Donde descansa la belleza de este mundo.





63. CONCLUSIONES


Marcó el reloj las doce horas,
El ánima sola se entremezcla con mi sombra,
El pintor, acodado en su ventana, recita
La fórmula perfecta del olvido.

Creer en nuestras propias pesadillas
Puede ser el mejor remedio contra el miedo.

Saber amar
Es mejor que ser amado.

La Z es el final de los caminos.





64. INCONCLUSO



La mujer más delgada,
Más antigua,
Ensilló su pálida cabalgadura.

Pluma de cisne en ristre
Tomó la red,
El ramo de heliotropos,
La peonza,
El faro en miniatura…

Echó en su cesta
El quitasol para engañar las horas,
El cuerno de unicornio como anzuelo,
La cigarra que adormece con su canto,
El cebo feliz de una pavana.

Besó en los labios al fauno,
Helado mármol.
Cerró la verja del jardín de las delicias,
Asumió la transparencia de sus pasos.

“Esta noche atraparé la luna”,
Dijo al trigo.




Marié Rojas.


A mis hijos Sarah y Ray
A mis amigos






Marié Rojas Tamayo


Ciudad Habana, 23 de mayo de 1963. Miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, UNEAC. Licenciada en Economía del Comercio Exterior, Universidad de la Habana, 1985. Graduada de inglés y francés.

Libros publicados: “Tonos de Verde”, relatos, 2004, “Adoptando a Mini”, novela, 2005, ed. Fundación Drac, Mallorca; 2011, ed. Gente Nueva, Cuba. “De príncipes y princesas”, relatos, 2006, Editorial El Far, Colección El Viajante, Mallorca. “Cinco minutos a solas con las musas”, relatos, “Viaje a los astros”, “Locuras temporales”, “Algoritmos y ciudades”, “Incerteza cuántica”, poemarios, Inventiva Social, Argentina, 2010 y 2011, ediciones digitales. “En busca de una historia”, novela, Colección Mundo Imaginario, Editorial Andrómeda, España, 2011.

Su obra ha merecido reconocimientos internacionales, entre ellos: Mención Especial en el Premio Lazarillo de Tormes, OEPLI, España, 2009; Premio Ana María Matute 2008, Ediciones Torremozas y Novela Finalista Andrómeda de Ficción Especulativa 2008. Sus cuentos y poemas aparecen en más de 50 antologías. Sus obras han sido llevadas a la televisión, la radio y el teatro. Exposición “Alegantropía de un mundo al revés”, con el pintor Ray Respall, sede de la Fundación Cabana, Mallorca. Dirigió la revista “Dos islas, dos mares”. Coautora del libro-arte: “Choco” y de los textos de “Mujer, Soledad y Violencia”. Compiladora de las antologías internacionales: “Criaturas mágicas”, “Travesía en el mar de los sueños” y “Homenaje a Hans Christian Andersen en su bicentenario”, Mundoculturalhispano. Nominada por el American Biographical Institute en el 2004 entre las mujeres destacadas por su relevante aporte a la sociedad. Miembro de Honor de la Academia Brasileña Virtual de las Letras, ABVL. Miembro de la Red Mundial de escritores en español, REMES.


Nota:

El poemario hace referencia al “I Ching”, o Libro de las mutaciones. Los poemas son 64, sus títulos se corresponden a los hexagramas del I Ching. La interpretación poética es libre.






DATOS DEL ILUSTRADOR

Ray Respall Rojas

Ciudad Habana, Cuba (17 de abril de 1987).
Pintor y grabador, graduado de la Academia de Bellas Artes San Alejandro, especialidad de Grabado. Miembro de la Asociación Hermanos Saíz.

Algunos trabajos de Ilustración: “Calidoscopio”, Emilse Zorzut, Argentina, 2003. “Tonos de verde”, Marié Rojas, Mallorca, 2004. "Imágenes", Santiago Eximeno, editorial Parnaso, España, 2004. “Antología Poética Arbitraria”, México, 2005. “Adoptando a Mini”, Marié Rojas, España. 2005. “Los Maravilladores” Marcela Sabio, Argentina, 2005. “Café Guadix”, Luis Asenjo, España, 2005. “Antología Ron y Miel”, España, 2005. “Habaneros”, Julio Pino Machado, E.U, 2009. “Morada del primer encuentro”, Emilse Zorzut, Argentina, 2010. “Morada de los sueños”, Emilse Zorzut, Argentina, 2010. “Viaje a los astros”, “Locuras temporales”, “Algoritmos y Ciudades”, Marié Rojas, Inventiva Social, Argentina, 2010. “Otras condenas inventadas”, Yordán Rey Oliva, Inventiva Social, Argentina, 2011.

Ha obtenido premios y menciones nacionales e internacionales en concursos literarios y de artes plásticas.

Exposiciones personales: “Quimera”, Galería de la Unión Francesa de Cuba, 2008. “Convergencia”, Galería 23 y 12, Ciudad Habana, 2007. “Alegantropía de un mundo al revés”, Fundación Cabana, Mallorca, 2004. Ha participado en exposiciones colectivas de pintura y grabado en Cuba y el exterior.




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