viernes, enero 27, 2023

PRETÉRITO IMPERFECTO.

 


*Dibujo de Erika Kuhn

 

https://obraerikakuhn.blogspot.com

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

El acta*

 

                        a mi madre Sara

 

 

Yo, que estoy en el medio del mar

leo el acta, que con unos cuadraditos marcados con una x

deja constancia de la muerte de mi madre

 

mientras la rompo y el viento se la lleva

depositándola en unas olas gigantes

pienso en ella con sus lentes viejos, leyendo a Chejov

o las cartas de familiares de Rusia

y en aquellos años en que era feliz, paseando con mi padre por la                                                                

   playa, mientras yo corría detrás de ellos

 

 me doy vuelta y la veo sentada en una silla en la proa

rodeada por unos albatros que picotean restos de comida

 

me llama y me siento junto a ella

 mientras saca unas fotos viejas

en paisajes extraños, junto a sus padres

y luego otras y otras, como un repaso de su vida

mientras hablamos de las cosas que quedaron sin hacer

de esos planes simples que teníamos y no pudimos realizar

 

giro la vista al mar y cuando me doy vuelta para abrazarla

ya no esta

a mis pies, veo la foto en que ella está delante de la casa de

sus padres

en la calle de la revolución

la llevo al camarote, la pego en la pared y me acuesto a dormir

en el sueño, escucho su voz, casi imperceptible, que me dice:

 

- No estés triste, hijo, ya nos veremos

 

me despierto, me sirvo un vaso de vodka

y miro por el ojo de buey la tormenta que se avecina

voy a la sala de máquinas, a cumplir mi turno

y la escucho nuevamente:

 

 - Hijo, el hombre es lobo del hombre

 

Entonces pienso en ella, en esos viejos tiempos

donde soñaba un mundo más justo

sin imaginar que nos convertiríamos en bestias.

 

 

*De Andrés Bohoslavsky.

 (Cipolletti 1960)

-De su libro Los ojos de Sasha o el fin de un sueño rojo.

Editorial leviatán. 2017

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

UNA MIRADA*


 

He observado los bosques para ver únicamente los árboles de corteza caduca y hojas desnaturalizadas por las babosas. He visto los hongos comiéndose la oscuridad de la tierra, pájaros parasitados y animales moribundos en la maleza. He visto tormentas destructivas en la espesura, y no me es ajena la cicatriz del rayo en los troncos torturados. No me es ajeno el dolor de los bosques, no comprendo cuando dices "mira" y sonríes a tal espectáculo de muerte y sufrimiento. No me es ajeno el espanto de la espesura.

Me muestras los mares, y las olas de sucia espuma rompen en playas formadas por millones de cadáveres calcáreos. Cómo mirar el mar, me pregunto, cómo admirarlo. Cómo evitar en él el naufragio, el llanto de las viudas, la extinción de los roncos mugidos de los cetáceos. No me son ajenos, te digo, los espantos oceánicos.

Diriges mi vista hacia las humanas multitudes. Señalas un niño, veo en él presentes y futuras crueldades, veo la lenta degradación de los órganos, el velo enquistado de los saberes falsos, de la dureza que hará de él soldado de inquisiciones, verdugo y juez de sus semejantes.

Alumbras para mí a un par de enamorados. Se devorarán, te digo, no hay forma alguna de que no acaben tironeando de sus propios despojos. Acabará la caricia en garra, el beso en colmillo, la ternura en cuchilla afilada. No me es ajeno, tampoco, el amor. Que ya lo he visto. No me es ajeno el amor, y no conozco donativo más oneroso.

Meneas la cabeza tristemente. Me dices que tu paisaje es bello, que hay ternura en tu universo, que las sombras están, pero debajo de los claros objetos.

Dichosa de ti, dichosos los dichosos. Cíclope soy. Esto veo.

 

*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com

 

 

 

 





 

 

 

 

 

ELLOS Y EL UNIVERSO*

 

 

Cuando la imagen de la desdicha de una familia puesta delante de nuestros ojos era irreversible, le pregunte a Kalman si tenía alguna historia que dejara pequeña a la soberanía de la muerte.

Kalman quedó pensativo. Había pasado muchas horas de vuelo para apenas llegar a ver a Esteban a punto de ser enterrado en un cementerio privado. Estábamos pisando lápidas con nombres de personas desconocidas bajo un techo gris de nubes que podrían poder tocarse con las manos. Nos rodeaba una llovizna que hacía todo más triste e inolvidable.

-Sí. Tengo una historia justa para achicar la importancia de la muerte.

Lo relató un arqueólogo. El hombre participa de un equipo interdisciplinario que desarrolla una investigación en cuevas a las que se accede desde la ciudad de Dubrovnik. Son cuevas que ya habían sido bastante estudiadas en el pasado. La data de actividad humana realizada por carbono 14 muestra presencia desde veinte mil años atrás.

En este nuevo estudio se realizaron sorprendentes hallazgos que fueron interpretados como independientes, pero ahora están siendo pensados

-al menos como hipótesis- en conjunto.

Las excavaciones que se realizaron hace más de una década habían hallado piezas de cerámica de 15.000 años. Uno de esos pedazos había quedado bajo la mirada curiosa de aquel equipo científico, era parte de un objeto desconocido aparentemente inútil para aquel grupo humano primitivo que habitaba allí, no era una vasija ni una urna funeraria.

La reconstrucción digital de los pedazos daba una imagen similar a una máscara con aperturas para ver y respirar. Quizá era el primer casco inventado como forma de defensa de los primitivos ante garrotazos de grupos rivales.

El equipo en el que colabora el arqueólogo amigo de Kalman hizo otro descubrimiento que resignifica la lectura de aquellos trozos de cerámica.

En otra cueva, cuya ubicación se mantiene discretamente oculta para preservarla se hallaron pinturas y huesos tallados con imágenes con la misma data AP de los pedazos de cerámica en cuestión.

Son imágenes de la vida de esos primitivos: escenas de cacería de animales, mujeres talladas tipo Venus. Lo sorprendente fue el hallazgo de pinturas de humanos teniendo sexo montándose como lo hacen los mamíferos de cuatro patas. Las mujeres representadas con enormes pechos colgantes. Los científicos quedaron admirados por aquellos antepasados remotos que representaban al sexo y la procreación de nuestra especie como forma de derrotar a la muerte.

El gran descubrimiento fue observar que algunas de esas figuras humanas representadas en el coito llevaban puesta en su cabeza ese casco -o lo que fuese- similar al que se reconstruyo a partir de los pedazos de cerámica. La lectura inicial de los antropólogos suponía que hombres considerados "vencedores" podían tener sexo con las mujeres otro clan o tribu rival "vencido". Paradojalmente Un detalle cuestionaba esta hipótesis: había mujeres representadas con ese ¿casco? puesto teniendo sexo con hombres desprovistos de ese objeto en su cabeza.

La duda inicial los llevo al tiempo a descartar que esa cerámica fuese parte de un atuendo defensivo de los guerreros, tampoco parecía una máscara ritual.

La siguiente hipótesis los llevaba a pensar que ese grupo humano que vivió allí representaba su relación -incluso sexual- con otros seres provenientes de una civilización "técnica" La cerámica sería una imitación -digamos- de una escafandra de aquellos llegados del espacio sideral. O -porque no- parte del atuendo de viajeros en el tiempo provenientes de este mismo planeta.

No hay, -cómo te imaginaras- conclusión certera en estos estudios.

A Esteban le hubiera gustado conocer esta historia. Más aún por título del proyecto bajo el cual se sigue investigando: "Ellos y el universo"

 

 

*De Eduardo Francisco Coiro.

https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Incendios*

 

 

-Recordando a Osvaldo Soriano

(Mar del Plata, 6 de enero de 1943 – Buenos Aires, 29 de enero de 1997)

 

Es una vieja promesa: tenemos el desierto por delante y dos motos que responden bien. La mía es una ruidosa Tehuelche de industria nacional. Mi padre, desde su Vespa, se vuelve y me grita que ahí el general Roca chocó con los indios. No sé si es verdad porque mi padre es un mistificador de la historia nacional, un mentiroso de aquellos. Va con el pucho en los labios y las antiparras blanqueadas por el polvo, estira el cuello como si se asomara por encima de la historia. En el maletín lleva pastelitos de dulce de membrillo y tortas fritas que compramos en Acha antes de internarnos en el puro desierto. Para mí es como estar en un cuento de Kipling, pero sin árboles africanos.

Mi padre había prometido volver a su mocedad de motores y distancias y esa aventura calzaba bien al esplendor de mi juventud. Ahí donde él dice que fusilaron a los indios hay como un paredón de piedras que han llegado de otro sitio pero cómo, para qué. Vamos por el huellón que años después será una ruta y al entrarle a la curva, cerca de los abrojos, mi padre hunde las ruedas en el polvo y sale lanzado por encima de los matorrales. Es un polvillo liviano y traicionero que cualquier buen piloto habría tomado en diagonal, como se encaran los rieles o las grandes verdades. Pero mi padre no es el avezado rutero que dice ser. A tantos nos pasa. Sus consejos son siempre buenos pero no hay manera de que los ponga en práctica a la hora de necesitarlos. Y ahí va, volando como una gigantesca águila blanca, planeando sobre el campo y los lejanos tiempos en que estuvo enamorado por primera vez. La caída es estrepitosa y ridícula; una rodada de anchos pantalones de sarga a los que van a pegarse los abrojos y los malos recuerdos. Lo jodido de ser joven, supongo que piensa mi padre mientras me mira avergonzado, es que lo peor todavía está por venir. Creo que habrá pensado así mientras se sacaba los abrojos como si fueran pulgas.

La cantimplora se ha volcado, la moto no deja de bramar ahí tirada; el matorral de espinillos petisos se inclina con el viento. Dejo la Tehuelche en la hondonada y voy a buscarlo. Tiene una sonrisa boba, metida para adentro, como si lo hubieran sorprendido robando naranjas. Se levanta las antiparras y me dice que un golpe de aire le torció el manubrio justo cuando buscaba la diagonal. Si fuera a creer todo lo que dice no estaría detrás suyo, en esas fronteras que ahora vuelven a mí para cruzarse con otras que intuyo adelante. Le paso las manos por debajo de los brazos y lo levanto hasta que al fin hace pie. Le da una patada furiosa a la Vespa y de pronto me señala un resplandor: una mancha roja que se abre paso por debajo de las nubes, allá donde nuestro camino se pierde en el horizonte. Ya había visto otros incendios me dice, pero en el río, cerca de Campana, nunca en el desierto.

Levanta la moto, comprueba que está bien y me indica unos arbustos que pueden darnos un rato de sombra. Saca los pastelitos y prepara el mate en silencio. Al rato me doy cuenta de que se está devanando los sesos para encontrar una manera de atravesar el incendio sin quemarse el bigote. Le digo como al pasar que tal vez sería mejor volver a Acha con el fresco de la noche. Enseguida se le tuerce la boca en un gesto sobrador. Otra vez me quiere mostrar su omnipotencia. Sólo que ya soy grande y no me creo lo suyo.

De chico me impresionaba porque sabía hacer cálculos complejos y se conocía de memoria las capitales de todo el mundo, pero después empezamos a alejarnos, a mirarnos con respeto, pero sin ternura. Ahora me daba cuenta de que ya venía jugado. Andaba buscando incendios no para apagarlos, sino para desafiarse a sí mismo; cruzaba ríos por el gusto de ganarle a la correntada y si le inventaba historias a los próceres era porque anhelaba haberlas vivido en carne propia. Como si fuera Roca peleando contra los indios. Así le iba: desde que salió a las provincias llevaba rotos un brazo, la cabeza y varias costillas. Piloteaba cualquier cacharro a toda velocidad sin enterarse de que era pésimo al volante. A veces iba preso o lo trasladaban por irrespetuoso. Casi siempre terminaba mal. Por eso, quizá, rumiaba la idea de irle de frente al incendio y al caer la noche trazó la hipótesis, escuchada en alguna parte, de que la mejor manera de combatir el fuego es ponerle más fuego.

Insisto en volver a Acha y él se pone furioso. Un tipo joven y que lleva su apellido no puede ser tan cagón, me grita y enumera imposibles blasones familiares. Sabe que no vamos a cruzar entre las llamas, pero un día podrá contar que fui yo quien se lo impidió. Al rato abre el bidón de nafta que llevamos de emergencia y se sienta a dibujar en la tierra el círculo de seguridad que se propone crear quemando un kilómetro de arbustos. Lo dejo hacer, lo escucho y me digo que nunca ha dejado de ser un chico. Todo lo hace sin pensar en las consecuencias. Esa clase de tipos que salen a comprar cigarrillos y tardan cinco años en volver.

A la hora de la cena el fuego aparece allá enfrente y una humareda negra cubre la luna. También, por fortuna, se ven relámpagos y pronto empiezan los truenos y las primeras gotas. Supongo que ha estado rezando para que Dios lo saque del apuro, pero lo primero que le oigo murmurar es que así debe ser el Apocalipsis. Fuego y agua, vientos cruzados; víboras que huyen y pájaros incendiados. Mi padre levanta los puños como un poseído, recita salmos de desastre y corre en círculo vaciando el bidón. Me dice que lleve las motos bien lejos y cuando vuelvo prende el encendedor. Un par de veces se lo apaga la lluvia hasta que por fin una mata toma fuego. En ese momento no pienso en el peligro, sino en el ridículo. Para que no entren las víboras, dice, por eso hizo un redondel de llamas. Furioso, lo agarro de las solapas y le grito que basta, que se deje de joder. Ya está lloviendo a cántaros y no tenemos con qué cubrirnos. Al fin me pega un empujón, tose y se sienta a contemplar el desierto que ha elegido para medirse con sus fantasmas. Ya es tarde para salir de ahí porque el agua ha embarrado el camino. Igual, nunca me había pasado de sentirme tan dispuesto a romper con él y sus manías. Fui corriendo a buscar la Tehuelche y empecé a desandar el camino, entre relámpagos. No me importaba abandonarlo a su suerte. Sin público que impresionar iba a volverse más razonable, supuse en ese momento y todavía pensaba lo mismo cuando escampó y me senté a esperarlo en una estación de servicio.

Pero no vino. Pasaron helicópteros, bomberos, tropas de auxilio y mi padre no llegó. Pregunté si habían encontrado gente atrapada allá y me dijeron que a dos alemanes y un viajante de comercio. Dormí un rato en el galpón de la gomería, cargué nafta y me largué de nuevo por el desierto. El campo tenía una extraña tersura esmeralda que fulguraba con el sol. Los arbustos habían ardido hasta que el buen dios que acompañaba a mi padre les mandó un chaparrón. Sobre los huellones había grandes pájaros quemados y eso sí que no pude olvidarlo nunca.

Volví muchas veces a la llanura y siempre pensé en mi padre y en mí, en aquel que era entonces. Ahora el niño soy yo y mi juguete es la palabra: puedo hacer que ardan de nuevo aquellos pájaros y trazar un arco iris al amanecer. Ahí está mi padre, en un boliche a la entrada del pueblo. Lleva un piloto largo y parece Clint Eastwood al final de Los imperdonables. Está un poco borracho y al verme llegar se le dibuja en los labios una mueca de desdén. Me siento frente a él y pasamos una hora en silencio. De tanto en tanto, tose hasta ahogarse. Por fin, cuando se le terminan los cigarrillos, me mira a los ojos y me pregunta a dónde voy.

Al mismo lugar que él, le contesto. A comprarle juguetes para que crezca y de una vez por todas aprenda a andar solo por el mundo.

 

 

*De "Piratas, fantasmas y dinosaurios"

 

 

 





 

 

 

 

 

Pretérito imperfecto*

 

 

A veces la música me ubica en el tiempo

y en la edad exacta de los acontecimientos,

recordar es un pasatiempo algo engorroso,

en todo recuerdo hay deseo, esa nostalgia

de lo que no ha sido, y se cae en la invención

casi sin notarlo. Es que mi clase social nació

deseando y mi generación creció esperando,

y hemos llegado a esta edad sin saber cómo,

por eso nada de lo que decimos es verdadero,

aunque tampoco es una ficción descartable,

porque todo eso que no fue es la sustancia

del alimento que nos trajo hasta acá.

Así de fuertes son los deseos

y así de leves las verdades.

 

*De Horacio Rodio. horaciorodio@hotmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

 Me encanta que los minutos se tuerzan de golpe en una vida equilibradamente monótona y den lugar a que se entre en un espacio que resulta del todo inimaginable, que suceda lo que nunca se esperó, y que aparezcan palabras que jamás uno imaginó pronunciar ni en el sueño más absurdo. Y descubrir que no es literatura, ni fantaseo idiota y que sí: cualquier cosa es posible y no sabemos ni mínimamente quiénes somos

 

*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com

 

 

 

 

 

 

Inventren

https://inventren.blogspot.com.ar/

 

 

 

 

 

 

Trenes*

 

-Recordando a Osvaldo Soriano

(Mar del Plata, 6 de enero de 1943 – Buenos Aires, 29 de enero de 1997)

 

 

Siempre me vuelven a la memoria aquellos viajes en tren que cambiaron mi vida. Eran viajes largos y rumorosos, con sándwiches de milanesa y limonadas caseras. Ahí vamos, mi madre y yo vestidos de domingo en el vagón de segunda. Mamá lleva un pañuelo azul al cuello y la mirada puesta en la ventanilla sucia. Yo voy de pantalón corto y es posible que lleve un pulóver marrón con los codos zurcidos. No se a que le temo ni en que piensa mi madre.

Cae la tarde y el sol se esconde en el horizonte. Mi padre ha partido meses antes a ocupar su cargo en una oficina de Río Cuarto. Muchos años después, al escribir estas líneas, releo una carta que le mande a los nueve años: "querido papa: a mama ya le sacaron la benda y yo me estoy haciendo una onda, la goma me la trajo del regimiento el señor Limina. ya tenemos camionero, es Jamelo, manda plata. como estas por alla? asfaltan calles? aca no, Fernandito viene siempre entre las 10 o 10 y media. voy al cine cuando quiero y me levanto a las 10. esperamos ir con vos, termina la casa. besos chau".

Y al margen, como posdata: "el gatito esta atado".

Algunos errores de sintaxis, la be de benda y los acentos que faltan. Una caligrafía rumbosa que mi padre conservó hasta el final entre sus papeles. El chico de la carta es el que viaja con su madre en un tren que culebrea y se detiene de tanto en tanto a reponer agua y carbón. Una locomotora negra, con humo negro, igual que esa a pilas con la que ahora juega mi hijo. Perón la ha pagado como si fuera nueva y lleva el escudo nacional. Me pregunto: ¿Por qué está atado el gatito? ¿Qué venda le han sacado a mi madre? ¿Quién es Jamelo?

¿Por qué me preocupa tanto el asfalto de las calles?

Mi madre ya no se acuerda del gatito. Con más de ochenta años se le confunden los trenes. Había tomado el primero en Pamplona, cuando era chica, y siguió aquí, en esta tierra inmensa, detrás de mi padre. Al norte, al sur, a la sierra, al mar, mamá subió a todos los trenes. Me dice, escondida en una montaña de recuerdos difusos, que Jamelo era el de la mudanza y se lleva la mano a la frente donde todavía tiene la marca de aquella herida. Un barquinazo con el jeep de obras sanitarias, de eso me acuerdo bien. Mi padre siempre agarraba los pozos más grandes y en aquel de San Luis mi madre dejo la lozanía de su cara española. Sangraba y no podía entender que le había pasado. Mi viejo la cubrió con un pañuelo y manejo kilómetros y kilómetros maldiciendo todos los pozos que dios ponía en su camino. En un hospital le colocaron esa venda que ya le han sacado en mi carta. Manejaba mal, mi viejo, pero él nunca lo admitió. Una vez me atreví a decírselo en una curva, camino de Rauch. Freno el coche en un pastizal y me dijo que bajara a pelear. Era así. Se enfrascaba en sus pensamientos y olvidaba la ruta. Entonces mi madre se sentía feliz de subir al tren justicialista. No le importaba que pasáramos días y días en aquellas butacas de madera durmiendo sobre una frazada. A la noche, cuando el tren se paraba en cualquier parte y los señaleros caminaban junto a la vía sin dar explicaciones, abría un paquete hecho con una caja de zapatos y todos los pasajeros se daban vuelta para sentir el aroma de nuestro pollo relleno. Tenía que durar hasta el final del viaje y lo administraba con un rigor de campesina. Mientras comíamos me contaba escenas de lo que el viento se llevó y de postre las películas del gordo y el flaco. Entonces reía y los hacia correr perseguidos por un fantasma o subir un piano inútil a un segundo piso equivocado. El tren arrancaba a los tirones y después se paraba en una estación de mala muerte. Recuerdo que en ese viaje, o en otro, subieron a un boxeador noqueado y con los guantes todavía puestos, que mientras dormía narraba su propia derrota. Mi madre le mojo los labios con un pañuelo. El entrenador llevaba sombrero, tiradores y una boquilla, pero se le habían acabado los cigarrillos. Cada vez que mama se inclinaba a auxiliar a su amigo el tipo se sacaba el sombrero y rogaba a dios que se despertara para la próxima pelea.

Una vez que hicimos noche en un hotel de Bahía Blanca tarde en dormirme y entreví la desnudez de mi madre bajo la ducha. Al día siguiente, en el expreso a Neuquén, le pregunte que era esa cosa negra que tenía ahí. Me miro y durante un rato movió los labios sin hablar. Por fin dijo: "un hormiguero", y esa es la única cosa textual que recuerdo de nuestra charla. Yo tenía cuatro o cinco años y ella todavía no llevaba la huella en la frente. Una vez le escuche decir que querían adoptar un hermanito para mí. La odie y odie a mi padre hasta que me pregunto si quería un hermano de regalo y yo me puse a llorar. Pero eso fue mucho más tarde, entre el rápido a Río Cuarto y el expreso a Cipolletti.

Ahora creo que vamos rumbo a San Luis y en un lugar penumbroso suben dos mellizos vestidos de azul, con una valija inmensa. al rato uno abre la valija y de adentro sale un enano. No necesitan boleto. Los tres son, le informan al guarda, electores de Perón. Los que el pueblo voto para que votaran por Perón. En casa, el general era mala palabra pero ahí, de noche y a los cimbronazos, estallan aplausos y el enano levanta los brazos subido a un asiento. Alguien, atrás, empieza a vociferar "aquí están / estos son/ los muchachos de Perón". Uno de los mellizos se sienta al lado de mi madre y enseguida le saca un piropeo de versos floridos. Ella se levanta en silencio, indignada, con la cicatriz que le cruza la frente, y me arrastra al pasillo. "este es mi hijo". Le dice al guarda mientras me pone la mano sobre un hombro, "y en este tren, como manda el general, los únicos privilegiados son los niños". Me parece mentira que lo diga ella, pero el de uniforme se pone duro como un mástil y el enano deja de gritar. Después todo pasa muy rápido. En la siguiente estación sube la policía y se lleva a los electores a empujones. Un gordo engominado se acerca a mi madre y se disculpa en nombre del ferrocarril: los privilegios de los niños alcanzan a las madres, dice y suda a mares mientras su mano grasienta me acaricia la cabeza. Parece asustado y nos ofrece pasar al vagón de primera. Esa fue la única vez que viajamos en asientos mullidos. Mi madre se recuesta y cierra los ojos. Ahora veo: el gatito está atado a una silla, enredado en un ovillo de lana. Dormía en mi cama como ahora otro duerme junto a mi hijo. A veces yo era el corsario negro y el corsario rojo que iba a morir en el cadalso. Era negro y blanco con un morro fino y una paciencia infinita. Una noche no volvió, la siguiente tampoco y a la tercera empezamos a llorarlo. Nos había acompañado en otros trenes, aterrado por el encierro y el ruido. Venia del asfalto de Mar del Plata y tal vez sufría los calientes desiertos puntanos. ¿Sueña con eso mama cuando duerme esa noche en el tren? ¿Sueña con su aldea de Navarra? ¿Con la voz de Magaldi? ¿Con los bailes en Barracas cuando era joven y trabajaba en la fábrica de medias? en la larga espera de una estación desconocida, esta vez rumbo a Tandil, habla de ella: años atrás un tal Fermín Estrella Gutiérrez le ha escrito versos de amor, dice. Era elegante y gentil aquel poeta de sonoro apellido. Que más, me pregunto ahora: ¿qué otros sueños? ¿Más praderas y distancias? tal vez la pensión de la calle Brasil, a una cuadra de donde vivía el peludo Yrigoyen. La estación Constitución donde desembarcamos por primera vez, yo intimidado por la inmensa avenida y ella feliz con su sombrero de paja bajo el sol.

Trenes de madera, de fierro, de juguete. Resaca inglesa y vivezas criollas. Van peones deportados, viajantes medrosos, boxeadores noqueados, antiguos electores de Yrigoyen y Perón. Ahí va Gardel que todavía no es Gardel. Viene Eva, que todavía no es Evita. Sube su moto un chico que todavía no es el Che. Todos duermen, igual que mi madre. Van a la deriva del destino. A cara o cruz.

Aunque nunca hablemos de los sueños, es en ellos donde alguna vez somos enteramente felices. Mientras ruge la locomotora y crujen las maderas de aquel vagón justicialista.

 

*De "Cuentos de los años felices"

 

 

 

-Continuidad literaria por el Ferrocarril Provincial.

-Próxima estación:

 

 

FUNKE.

 

 

LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.

ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO. 

LOMA VERDE.    ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.

GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.

GOBERNADOR OBLIGADO.

ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA. 

D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.

ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.   LISANDRO OLMOS.

 INGENIERO VILLANUEVA.  ARANA. GOBERNADOR GARCIA.

 

LA PLATA.

 

 

 

 

 

InventivaSocial

Plaza virtual de escritura

-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.

Blog histórico & archivo: https://inventivasocial.blogspot.com/


sábado, enero 21, 2023

EDICIÓN ENERO 2023

 



 -Idea-producción / arte Noelia Ceballos @noe_ce_arte

 

-PH @mon.lens.fotografia

 






 

 

Cristalización*

 

 

Sierpień significa agosto en polaco.

Repito

sierpień

sierpień

sierpień

como quien desea regresar

al comienzo de un amor.

Ahora sierpień

es la palabra para decir:

Éste

es el comienzo.

Decir sierpień

y que no continúe.

Que se detenga ahí

en Agosto

para siempre.

 

*De Paula Novoa. novoapaula8@gmail.com

 

 

 

 




 

 

*

 

Hay las veces que los sueños se me derrumban,

como si se trataran de casitas de naipes

que me empeciné a construir

en este juego de niña.

Hay las veces que las palabras se me entorpecen,

tal cual las manos de una niña

jugando a edificar casitas con los naipes.

Hay las veces que soy yo

la que no logra sostenerse

y me derrumbo.

Como una casita de naipes

construida por una niña torpe.

 

*De Marcela Lokdos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

SIN TÍTULO*

 

 

No tengas miedo en esta pesadilla que comienza.

No hay una sola realidad,

cualquier sonrisa triste es a la vez dichosa en otro mundo,

de un barco a otro hacemos señas, de un lado hay silencio informe,

 hay peces abisales,

en la orilla de enfrente hay ciudades brillantes en la penumbra líquida,

tu garra, en el universo paralelo es una mano que acaricia:

estás en la absoluta soledad o en la jauría;

el agujero que te absorbe

puede ser un abrazo, una cópula o una mesa de torturas,

no hay músicas universales. Cada cosa es un país extranjero,

la muerte, un nacimiento,

en ese fluir insensible y levemente adverso de los días.

Hoy llegaste al infierno y no sabés si alcanzaste el paraíso:

todas son llaves falsas.

No sufras:

Esa guerra donde una lanza se clavó en tu costado, ese caldero

donde van a devorarte, esa fiera que ha saltado a tu cuerpo,

ese lugar donde te acribillan a disparos

es la belleza de tu madre en el antiguo patio de la infancia.

 

*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com

 

 

 






 

El blues de los pájaros*

 

  

Sobre el río flotaba el piano

y sobre el piano, sin rostros,

dos personas cruzadas de piernas

hablaban en voz baja

la charla giraba en torno a un poeta chino

que leía sus textos a los pájaros

si no volaban el poema era posible

atrás, el piano ardía sin extenderse al resto

últimamente recuerdo este sueño, esos detalles

y a ese extraño poeta chino

ahora sé quiénes son

los rostros aparecen sobre el piano

sin los cuerpos, los pájaros tocan blues

y yo estoy quieto, extasiado

sin poder volar

 

*De Andrés Bohoslavsky.

-Del libro Una noche en bosque-poesía y otros poemas.

(Leviatán, 2014).

 

 

 

 





 

 

Porque toda separación es una herida*

 

- No estés triste -le había dicho ella- Esto era inevitable. Después de todo, yo nunca hubiese podido amarte.

Luego, le dio un beso en los labios y se dirigió hacia la calle, escoltada por los dos tipos que habían venido a buscarla. Al abrirse la puerta, ella se volvió a mirarle por última vez y un rayo de sol iluminó su rostro. De haber existido esa posibilidad, el destello que se vio en sus ojos hubiera sido el preludio de una lágrima inminente, pero tal cosa era impensable. Cuando finalmente salieron, la puerta se cerró y el silencio ocupó la estancia.

Fumando, él miraba por la ventana. Recordaba el día en que se conocieron, la tarde de los pájaros, los alegres planes, las puestas de sol junto al estanque, el viaje a Florencia... Con inusitada precisión, podía ver en su mente los pormenores de aquellos diez años de vida en común. Era maravilloso recordar así, hasta los mínimos detalles. ¿Por qué, entonces, no se sentía feliz? ¿Por qué ese absurdo nudo en la garganta? Si cualquier otro de los ejecutivos de la compañía le viese ahora...

Pensó que si el recuerdo le resultaba doloroso, también podía optar por el olvido, pero la sola idea le produjo un acceso de rabia. ¿Olvidar? ¿Sumar el vacío del olvido al vacío de la ausencia? ¿Acaso cabe un horror semejante?

¡Cómo haber supuesto siquiera que llegaría a enamorarse de ella! Todo debería haber sucedido de otro modo. Al fin y al cabo, no era el primero ni sería el último. Pero nadie tuvo en cuenta el factor emocional, y ahora, él lo estaba pagando.

Si todo es pura apariencia, ¿Qué importaba que los recuerdos fuesen implantados? ¿Qué importaba que aquellos diez años hubiesen sido en realidad tres semanas? ¿qué importaba que Ella -el prototipo Woman VI, como figuraba en los planos del proyecto- solo fuese un androide, si le había hecho pasar las horas más felices de su vida? "Por supuesto -había dicho el vicepresidente de la compañía- le compensaremos. La próxima semana le enviaremos un nuevo prototipo mejorado. Y con funciones adicionales. Verá como le satisface"

Sentado junto a la ventana, Harry -Harry 12, según un expediente que muy pocos conocían- supo que sin ella nada iba a tener sentido, que habría otras y que ninguna de esas otras sería jamás Ella, y deseó que ese sol que se estaba poniendo, no volviese a levantarse más. Esa noche, por primera vez desde la incierta y olvidada fecha de su creación, soñó, y eso fue –aunque él nunca llegaría a saberlo- como vivir.

 

*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

*

 

 

Es este

breve tránsito

la vida.

Pasos

huyendo

hacia la eternidad.

Extraviarse

una

y mil veces,

con la brújula inútil

como un talismán.

Ay, qué sabios

somos

cuando somos soledad.

El horizonte es ancho

cuando,

perdido el rumbo,

se elige una estrella.

Y se comienza a andar.

 

*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com

 

- Mariana nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City Bell.

Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena 2014).

Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015)

La hija del pescador (La Magdalena, 2016). 

Piedras de colores (Proyecto Hybris 2018).

El orden del agua, GPU Ediciones (2019).

MADURA, Editorial Sudestada (2021)-

-Quiero sacar la cabeza por la ventanilla de tu coche.

Halley ediciones (2022) https://halleyediciones.com.ar/


-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

INGRAVIDEZ*

  

Escribir pintando, con una paleta de colores en una mano, el pincel en la otra, el lienzo todavía sin trazo. Esa posibilidad absoluta de decir lo que jamás se dijo, lo que no figura en catálogos o lo que ha sido dicho miles de veces pero que necesita una nueva imagen más ajustada a nuestra percepción de época.

Y nada al fin de cuentas, si decir algo es resumir y recortar.

Y qué decir cuando afuera llueve, cuando el espejo es irremediable, cuando los cuandos son todos a contrapelo.

La belleza de los reflejos del agua en un vidrio de cien años, magnífico en sus colores netos, en la sutil complejidad de flores en relieve. Debería ser motivo de dicha. La seguridad de un ambiente cálido con las bruñidas superficies de la costumbre. Qué más requerir a la confusión de lo aleatorio. Nada alcanza hoy cuando la lluvia es el invierno y la absurda desazón de creer que hay una felicidad que podría estar pero se aleja, que debería estar pero a la vez es decepcionantemente ilusoria.

Todos han dejado por escrito y por cantado que la felicidad de uno es el reflejo de los vínculos felices con personas que nos atañen. Y quememos de una vez para siempre los librejos del ámate a ti mismo, que no funciona cuando el espacio está vacío y la puerta tiene llave. Quién soy cuando no ocupo lugar en ninguna vida. Puedo pesar ciento cuarenta kilos, no habrá gravedad que me retenga sobre el suelo.

Caminata sobre la luna.

Escafandras de buzos en la profundidad. Trajes neumáticos.

Esa imposibilidad de contacto con gente que parece estar ahí delante pero que también, esto es así, está protegida de mí por su propio traje de sospechas, entretejido de pasado y de palabras dichas y gestos supuestos y capa sobre capa de su propia atmósfera.

Hoy llueve, los cables hacen perceptible el viento, mi madre escucha abajo y detrás de ventanas cerradas su música compleja. Hoy es invierno y llueve. Hoy no hay remedio para los destinos divergentes fuera de esta vinculación monógama y única, lo poco seguro y estrecho dentro de un mundo absolutamente amenazador. Mi madre y yo, decididas a perdonarnos cualquier agravio, a presuponer buenas intenciones, a sostener las penas de la otra para darnos un respiro con el aire compartido.

Seguiremos intentando mañana o la semana que viene hacer esos esfuerzos por estrechar alguna mano sin guantes. Mientras tanto, la cocina con el trapito debajo de la mesa para la Gutxi es la cueva contra la intemperie, el mate tibio y la tostada cristalizan el punto de reunión a nivel del suelo, el lastre benigno que permite sentir peso y presencia.

Habrán sido demasiado débiles, será que las sogas que até a tantas amarras pecaban de fallas de elaboración. No es la humanidad toda un innumerable conjunto de seres conjurados en contra de una única buena persona. Mi ingravidez me pertenece y debo de haber elaborado constante y eficazmente mi propio traje de astronauta. Qué cosa rara, creo que no me gusta caminar en el aire y sin embargo parece un destino visceralmente propio.

 

*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La Czarodziejka*

 

Kalman tenía abuelos nacidos en Sniatyn que al tiempo del nacimiento de sus padres entre una gran guerra y la otra quedaba en Polonia.

En aquella geografía se mezclaban en extraordinario sincretismo creencias, leyendas, idiomas. Sus abuelos paternos hablaban Idish pero las hadas que los mayores del pueblo relataban a los niños para encantarlos o asustarlos eran polacas.

-Si no recuerdo mal - dice Kalman- había un Hada que podía transformarse en lo que quisiera, ¡incluso ser humo!

La Czarodziejka podía estar en cualquier parte sin ser reconocida incluso salir de un repollo o vivir en el tronco de un árbol.

Una vez, el viejo Wojciech les dijo a unos chicos -entre los que estaba el padre de Kalman- que si se reunían hombres a fumar con sus pipas en un claro del bosque bajo la luz de las estrellas. La Czarodziejka desprendida del humo como inefable belleza dejaba la invitación de su sonrisa. Los hombres de la pipa sabían que era un maravilloso acontecimiento. Única vez en la vida.

Wojciech advertía lo mismo que los hombres del pueblo repetían: si la seguían por el bosque se extraviarían sin remedio a un tiempo desconocido.

Así que se quedaban allí mismo sin moverse fumando sus pipas, dejaban que la Czarodziejka siguiera su paseo de encantamiento bajo la noche estrellada por aquel bosque, antes de ser parte del viento.

 

 

*De Eduardo Francisco Coiro.

https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EL BOSQUE DE LOS CEREZOS HA PARTIDO*

 

 

Me desperté asustada por el estruendo leve del silencio.

El bosque de los cerezos ha partido.

Ha partido. Ay sin despedirse.

También se ha ido el hombre del sombrero roto.

Se lleva, Ay se lleva la huella de la última nevada.

Los viñedos, inútilmente extendieron sus brazos.

Ay no pudieron, no.

Reclusos crepitan en la pasión dorada del otoño.

El sol, indeciso muerde una manzana de oro.

Ay una manzana de oro.

La esclavitud sonríe en la pausa fresca.

El bosque de los cerezos ha partido.

Ha partido. Ay sin despedirse.

El amor y el olvido, mustios

Caminan aferrados al hombre del sombrero roto

Y se llevan, Ay se llevan la huella de la última nevada.

 

*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@gmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

El cuerpo es puro extrañamiento, ajenidad perfecta.

 

*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com

 

 

 

 

 

Inventren

https://inventren.blogspot.com.ar/

 

 

 

 

 

Estación Marinos del Crucero Gral. Belgrano*

 

 

*Por Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com

 

 

  Ahora viajando en el tren por supuesto pensó en las partidas, por supuesto observó con sus ojos húmedos de vieja los árboles que corren hacia atrás y se pierden definitivamente, por supuesto siguió por unos segundos la loca carrera de una casita en medio de la nada que desapareció para siempre en el paisaje, y, por supuesto, pensó en la muerte. Siendo la próxima parada la de los chicos del crucero, era algo insoslayable recordar a Mariano, y verlo en una fotografía de colores, sonriendo, con ese descuido característico, tan de Mariano, tan adolescente, fijado en esos dieciocho años eternos.

          Ayer le pasó una cosa curiosa. El marido estaba arriba, la miró con la cara pálida y le dijo que se sentía mal. Ella le ofreció hacerle un té, fue a la cocina, calentó el agua, buscó un saquito, el frasquito de edulcorante por el tema de la glucosa, unas galletitas de agua por si acaso, puso todo en la bandeja y subió por la escalera con la imagen del marido muerto esperándola en la cama, recostada la cabeza sobre la almohada, la mano semiabierta sobre el acolchado. Mientras ascendía haciendo equilibrio con la bandeja, pensó que la casa le quedaría muy grande, que mejor era venderla y comprar un departamento en el edificio donde vive Martita. Difusamente veía las cajas de mudanza, los papeles de diario para envolver tazas y vasos.

          El marido estaba con un malestar de estómago, pero mirando el partido y bastante vivo a simple vista. A ella le dio risa, pero a la vez se sorprendió de sus pensamientos, porque a su esposo lo quiere, se llevan bien y se acompañan como lo hicieron toda la vida, como cuando recibieron aquella terrible noticia del hundimiento del crucero.

          Por qué no se desesperó o asustó ayer cuando presentía que el marido estaría muerto en el dormitorio.

          La mujer tiene la edad de quien se hizo cargo de las tragedias y la rotura de vajillas. Sabe que le toca ordenar su pequeño mundo, porque nadie va a lavar las sábanas de sus muertos ni va a vaciar el ropero de los difuntos. Ha preparado el caldo para los enfermos, ha velado sueños, ha enterrado a su propio hijo. La mujer sabe que mientras viva le toca llevar el peso de acomodar los documentos, disponer el lugar de las macetas en el patio y llorar en los entretiempos.

          El tren va hacia la estación que se llama “Marinos del Crucero General Belgrano”. Y qué tendrá que ver eso con Mariano, qué relación puede haber con el chico que coleccionaba monedas en una caja de galletitas. Pero, sin embargo.

          Ayer cuando subía las escaleras pensaba en ordenar su vida después de una muerte. Es lo que viene haciendo desde el dos de mayo de mil novecientos ochenta y dos, se dice mientras desciende en el andén.

 

 

 

-Continuidad literaria por el Ferrocarril Provincial.

-Próxima estación:

 

FUNKE.

 

LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.

ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO. 

LOMA VERDE.    ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.

GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.

GOBERNADOR OBLIGADO.

ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA. 

D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.

ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.   LISANDRO OLMOS.

 INGENIERO VILLANUEVA.  ARANA. GOBERNADOR GARCIA.

 

LA PLATA.

 

 

 

 

 

InventivaSocial

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-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.

Blog histórico & archivo: https://inventivasocial.blogspot.com/