domingo, agosto 30, 2015

¿O SERÁ LA ESPERANZA UNA UTOPÍA MÁS?


*Dibujo de Erika Kuhn.








Descubrimiento del polvo*



Llueve en mi ciudad.
En la que traigo dentro.
De la que no puedo
decir su nombre.

Justo ayer le abrazaba
mientras sus riachuelos de mugre
nacían y se alejaban de mí,
intrusa retama de tu ventana.

Así nació tu espera,
mi encuentro,
nuestra llegada.

Otra vez eres tú
por donde deambula extraviada
la mirada de todos los días,
con sus rostros de animal
soñado por el televisor:
majestuoso alebrije
de tecnología e internet,
maldito avaro de tus sueños:
no comprendo cómo aún
retienes tu nombre.

Llueve en mi ciudad.
En la que traigo dentro.
De la que se ha perdido
el mito de su creación
en la memoria del gallo
que ha caído en la sartén.

A la que ayer abrazaba
mientras sus inmundas historias
llenaban charcas
que mañana evaporan
sin que en un libro
quede registro de sus nombres,
tan sólo un relato estúpido
donde se leerá:
“Ciclo del Agua”.

Llovemos a cántaros,
sin terminar de caer algún día:
coloides en el tiempo,
en tu piel,
en tus plumajes de ciudad.


*De hugo ivan cruz-rosas. quetzal.hi@gmail.com









¿O SERÁ LA ESPERANZA UNA UTOPÍA MÁS?









TRAMAS*



“Ningún cuerpo es tierra firme”, escribe mi amigo, el poeta Jorge Boccanera. Este verso, limpio como una espada pertenece a su último libro, el mejor de todos, y se llama “Monólogo de un necio”. Los textos que ha escrito mi amigo son impecables, como lo es mi memoria hecha de amaneceres aún no resueltos. Como éste en que escribo en el indeciso claroscuro del alba, cuando la ciudad se recuesta con letargo y pereza sobre su río, que no nos tiene en cuenta.
Pienso que debo tirar pacientemente del  hilo que se asoma incipiente, laxo, como si durmiera bajo aquella frazada de trama basta, gruesa, cuyo origen era seguramente extranjero, la habrían tejido las manos de alguna bisabuela desconocida o tal vez una que sí conocí, breve como una pasa de higo o un ramito tembloroso de ramas secas y que tenía casi cien años y que fue traída por tío Nuncio luego de la Guerra. Se llamaba Dominga y era madre de mi abuela materna, andaba como perdida y perdida estaba en mí, en mi memoria pero ella no estaba perdida y hacía esfuerzos por aprender el idioma de un país desconocido pero generoso. Habría sido ella quien tejía esas frazadas. No lo sé. Ni tengo ya a quien preguntar ahora, me basta con arrebujarme en ese calor que me defendió del frío helado en os tiempos ya lejanos, por no exagerar y llamar remotos. Pero ese hilo descubre otras tramas, que no son de gruesa lana, sino que se entretejen en un relato. Ese relato es tal vez el descubrimiento de una pasión que empezó como un juego, pero que devino en mito y cuando escribo esta palabra llego blandamente al gran piamontés, sí  adivinó lector, y voy a escribir su nombre: Cesare Pavese, un gran escritor, inimitable.
Y mi relato tiene que ver con un paisaje que para muchos no es paisaje, y se trata del escenario abierto que muestra la llanura. Esos grandes espacios abiertos que supieron ocupar las mariposas, las abejas y los pájaros sobre otro verdor, el que conlleva el recuerdo y el que no volverá.
Qué poca cosa y cuánto puede conjurarlo, quiero decir que para eso tenemos la palabra. Con ella hacemos lo que podemos, ya lo dijo Borges, uno no escribe lo que quiere sino lo que le es deparado, entiendo que habla de limitación y no de disponibilidad ni destino, ya que otro poeta, Leónidas Lamborghini aseveró con respecto a la creación: “las intenciones son enormes, los resultados son deformes”.
Buscar esos hilos sueltos, es decir los de la memoria, hacen que la ventura sea posible seguir nuestra ambición que la modestia esconde.
Y si pudiera describir aquellos amaneceres donde las tropillas rompían con sus cascos la escarcha dura sobre los campos, o los potros intentaban saltar los alambrados podía ser un poco más feliz. O poder recuperar esa sombra donde el amanecer era una promesa aún y se enfrenaban los caballos para  atar a los arados, y de sus bocas brotaba un vaho que mojaba sus belfos babeantes y alguno todavía permanecía dormido, como ese niño que salía al patio con un poncho sobre el hombro para ver esa tarea que lo fascinaba, hasta que alguno de los mayores lo introducía en la cocina para que sus narices recibieran el olor maternal del café con leche, esos grandes tazones inolvidables, ya que nunca más supe por qué en las chacras de entonces se usaban esos recipientes con la leche gorda, recién  ordeñada, mezclada  con el café bien caliente, y el pan recién horneado que acompañaba ese desayuno que se quedó solo y firme, imbatible en el principio de los tiempos.
El relato entonces tiene sentido, cuando es capaz de tirar ese hilo perdido en principio, olvidado, pero que un acto casual lo trae al presente con su carga de placer pero también de dolor, porque está irremediablemente escondido hasta que uno tira una hilachita y lo tare al presente.
Pero sabe que nunca será igual, porque la memoria es traicionera e infiel.
Y ya sabemos que para todo hay que pagar un precio y como bien escribe mi amigo Jorge Boccanera:

“El precio es lo de menos
todo cuesta la vida”



*De Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar











TAREA*



Armar de nuevo

la geometría

de la soledad

coser sus aristas deshilachadas
limar sus contornos astillados
armarla con una esperanza
apta para enfrentar la realidad
- a pesar de la mariposa
empecinada tras la frente -
y ganarle a las sombras

cuando la luz del día

y de la verdad

se van...

¿O será la esperanza una utopía más?


*De Miryam Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar







*


Nacemos
destinados a la orfandad.

Todo
lo que amamos
nos será,
inevitablemente,
arrebatado.

Tal vez,
porque llevamos
en la frente
la marca del desamparo,
algún dios
misericordioso
nos dejó conocer la pasión.


*De MARIANA FINOCHIETTO. mares.finochietto@gmail.com














Biblioteca, cuerpo, casa*



Los  libros se aduelan de la casa que es como un adueñarse con pena porque son nómades, libres, no esperan ser amos, les gusta desparramarse como el agua,  van desde  la multiplicidad hacia las manos y los ojos y  se derivan en tiempo, azar, deseo, memoria. Hay una biblioteca que sube  escalón por escalón a la promesa del cielo, siempre  incumplida. Estantes blancos que abrazan los vacíos. Mis  libros preciados, están adelante, enfrentados con  el jardín, abriendo diálogos vegetales. Se cuentan un origen común. En ese espacio (que es como un balconeo de cuerpo femenino  nutricio) están los libros que hablan sobre libros, miniaturas de cuentos,  fragmentos y esas lecturas de placeres textuales. Los que producen cierta exaltación, van y vuelven, a la cama, al sillón rojo del dormitorio. Hay varios en juego, para  tocarles las páginas hasta que suelten un olor, un secreto, una caricia. Son los elegidos que comparten ese amoroso abrazo con la biblioteca del dormitorio, la de adelante se pronuncia, me incita. La de atrás, poesía  la del consultorio, psicoanálisis. La de otro mueble biblioteca,  temas sociales,  los libros del ausente, sus marcas, los que nunca leí. Hay una biblioteca, viva, vital y otra que casi no se toca y otra más, detrás de un mueble como un secreto inmovilizado, mudo. Porqué dejaremos en la oscuridad ciertas zonas, ciertos libros, en este caso la dificultad de acceso  parece justificarlo, aunque lo perdido, lo soslayado, no siempre tiene lógica. Pensarlo angustia, esa ciudad que no vimos, el lugar al que no llegamos, lo que ya no conoceremos. Los  oscuros- claros, la civilización y la barbarie, el cerrado espacio sin salida. Del lado de la luz, la mesa con su mantel bordado de flores de Guatemala tiene  cajitas que guardan poemas y pequeños textos que convido como bombones. En un labrado porta Corán se ofrecen  servilletas  y  poemas, asoma un Borges  dando  inesperados giros. A veces, a  cierta distancia, me parece ver un barco entre los libros .Me gustaría tomarlo, escribir lo que queda del día, navegar ese mar de lenguaje y convidar. Convidar palabras, muelle, mórbido, huella, preciosa, almohada, hada, Alhambra  como un palacio de las 1000 y una y contar, leer, escribir, infinitos cuentos. Una noche más  para gozar de la felicidad clandestina de los libros que se pierden y recobran. Una noche más, que  han quedado tantos sin leer en los recovecos de mi propia casa .Una noche más.



*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar











XXXVI *



Si solamente fuese
la sed lo que nos dieron,
la extraordinaria sed.

Pero no,
qué hacemos en la vida
quién nos dice qué hacemos con la vida
sabiéndonos en la otra orilla.



*De Valeria Pariso.
-Poemas del libro "Paula levanta la persiana" (Ediciones AqL)






Lluvia*



perfil de agua
no tienes otra suma
que unas gotas de lluvia
y yo, aquí,
tercamente
esperando tu sol

escribiré por ti
un pobre verso roto
que huela a despedida
y a añoranza

un verso
que te borre del alma
si es que existes


*De Ana María Broglio. anamariabroglio@gmail.com
Villa Gesell





*



Habría que inventar un nuevo amor que estuviera por encima de la posesión, el ego y el desprecio.


*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com






INVENTREN
http://inventren.blogspot.com/


(De la Estación Andant – Ferrocarril Midland)



FOTO*



La foto, en apariencia, no tiene nada de especial. Y sin embargo, la miramos. Sin saber muy bien el porqué. La ausencia de color nos hace suponer que es antigua; también el hecho de estar rasgada en algunos puntos y arrugada en otros. Los años han gastado las esquinas; en una de ellas, arriba a la izquierda, falta un trocito minúsculo, tal vez demasiado pequeño para afirmar que la imagen está incompleta. Al mirarla por primera vez, se tiene una ligera sensación de frío, tan leve que casi no la percibimos. Sólo más tarde (pero ¿cuánto más tarde?) seremos conscientes de ello.

Muestra un pequeño edificio de una sola planta, con una especie de porche o tejadillo exterior que da a un andén. Sabemos que es un andén por la presencia de las vías en la parte inferior de la imagen. La conclusión resulta obvia: El lugar es una estación. En un lateral del tejadillo hay seis letras que nos indican el nombre, seis mayúsculas irrebatibles: ANDANT. Quizá sea esa media docena de letras, que parecen un tanto anacrónicas, lo que nos perturba ligeramente. O el color apagado del cielo, en el que, sin embargo, no se aprecia nube alguna. Lo cierto es que nos asalta una sensación desagradable que, por otra parte, no nos impide seguir mirando la foto; acaso anhelamos encontrar eso que nos molesta un poco no saber definir o señalar con precisión.

La visión de líneas paralelas sugiere el infinito. Aquí, las vías quedan bruscamente cortadas en los bordes izquierdo y derecho de la foto, negando con violencia esa abstracción, segmentando una mínima parcela de realidad -o de ese conjunto de percepciones que llamamos realidad. En el andén hay seis personas. Posan (la contemplación de una foto puede llevarnos por caminos un tanto sinuosos e intrincados; hacernos pensar, por ejemplo, en la actitud del que posa, en la perpetua repetición de ese momento, en la pavorosa idea de que toda la vida es pose). Cinco de ellos miran directamente a la cámara. El otro, el primero por la izquierda, está con los brazos cruzados y parece tener la vista clavada en un punto inconcreto, hacia la derecha del fotógrafo. Nos incomoda ese detalle (¿porque insinúa una ruptura, un desorden?). Nos incita a preguntarnos qué está mirando exactamente. ¿Por qué no hace como todos los demás y simplemente fija la vista en el centro? (si es que el ojo de la cámara es el centro, si podemos atrevernos a presumir la existencia de un centro) ¿Qué es eso que está ahí, fuera del ámbito de la foto, y qué significa esa mirada y por qué los otros no ven lo que él está viendo? Podría pensarse que sólo es un gesto, una pose diferente, una obstinación lícita en no mirar directamente al ojo de la cámara, y tal vez no sea otra cosa, pero nos desasosiega un poco esa asimetría.

-Cabe preguntarse si en realidad tenemos derecho a asomarnos a una foto. No me refiero al vistazo casual o efímero, al frívolo escrutinio de un momento, que con frecuencia provoca una sonrisa o un rechazo o mera indiferencia. Hablo de mirar una foto como quien mira un cuadro, durante un tiempo que no se puede medirse con cronómetros o calendarios, el tiempo dúctil de quien pinta un atardecer a lo largo de infinitos atardeceres o el de aquellos que esperan, agazapados durante toda su vida, el instante exacto del resplandor que les justifique. Esa contemplación, que en el fondo es una búsqueda, ¿no sería una forma de intrusión en ese otro orden que nos es ajeno? ¿No serán, pues, nuestros ojos invasores -camuflados tras el objetivo y el tiempo- lo que miran esas cinco personas, preguntándose acaso el motivo de tal insistencia?

La wikipedia nos cuenta que hace más de treinta años que por ahí ya no pasa el tren y que en Andant, el pueblo, apenas quedan cuarenta habitantes. Visto desde lejos, sólo son cifras. Pero la lenta despoblación de todos estos lugares nos da qué pensar. Pensamos, por ejemplo, si eso que mira el primero de la izquierda, eso que parece estar un poco a la derecha del fotógrafo, ligeramente a la derecha y hacia arriba, no será lo que, sin ruido, sin que casi nadie lo perciba, va limando con paciencia los bordes de las fotos, oscureciendo los paisajes y los rostros, devastando, centímetro a centímetro, los campos y las calles asfaltadas, terminando poco a poco con la vida en los pueblos y devolviendo al desierto lo que, acaso, siempre fue del desierto.


-Y así, la inmovilidad de la foto desborda el ámbito del papel y se expande implacable por la realidad (por este lado de la realidad). Pienso que debería ponerme de una vez a escribir algo sobre ella. Pero no se me ocurre nada. La tengo ahí, delante de mis ojos, dejándose mirar mansamente, permitiéndome atisbar cada detalle, acaso contemplándome, o contemplándose a sí misma a través de mis ojos un poco cansados. Y yo no puedo hacer otra cosa: sólo mirar la foto y dejarme contagiar esa parálisis, esa suerte de espera; inmóviles ellos en su perpetuo instante desgajado para siempre del tiempo; inmóviles todos en nuestro diario periplo por las avenidas de la rutina; inmóvil yo en mi celda sin barrotes; tanto, que ni siquiera me molesto en girar un poco la cabeza, en mirar de reojo hacia atrás, a mi derecha, donde sé que se arremolina en silencio, expectante, eso que está mirando, desde la lejanía y el pasado, el hombre de la foto, eso que siempre ha estado ahí y que no puede verse; que nadie puede ver sino a través de un reflejo, una señal inequívoca en los ojos asombrados de otro, una sombra difusa atravesando océanos y décadas.




*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com





***

Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:

GONZÁLEZ RISOS. 

PARADA KM 79.  ENRIQUE FYNN.  PLOMER.  
KM. 55.   ELÍAS ROMERO.  KM. 38.
MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD.  MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.  JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.
KM 12.  LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.
 VILLA FIORITO. VILLA CARAZA.  VILLA DIAMANTE.
 PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.


***

Próxima estación para escribir por Ferrocarril Provincial:

 JOSE RAMÓN SOJO. 

ÁLVAREZ DE TOLEDO.    POLVAREDAS.
JUAN ATUCHA.   JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.
FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.
 ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.   GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.   ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
 D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA.  LA PLATA.



InventivaSocial
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jueves, agosto 27, 2015

SOMOS PARTE DE LO QUE PERDIMOS…


*Obra de Cecilia Aguado.
Villa Gesell. Argentina







*


Aquí
comienza la intemperie.

Los días
que vendrán
-sabemos-
tendrán
el desamparo
de todos los inviernos.

Abrigame
en tu ternura.
Caminemos.


*De MARIANA FINOCHIETTO. mares.finochietto@gmail.com








SOMOS PARTE DE LO QUE PERDIMOS…










TEN CUIDADO*


*De James Baldwin


Ten cuidado con lo que pongas en tu corazón,
porque seguramente va a ser tuyo.



-Traducción: Eduardo Dalter
-Del libro Harlem: los blues de la historia;
Editorial Leviatán, Buenos Aires, 2013.











PAPELES EN LA NOCHE*



Hay algo que no entiendo,
me dije.
Una tabla, o un retazo de
memoria,
quedó en algún lugar, o
bajo tierra.
Un viento, a veces, alguna
hora,
dan indicios de esa
pérdida
o ese pozo; como si una
raíz extendida
hubiera cesado en algún
tiempo
(y en mí mismo); una raíz
arrancada
y puesta a secar lejos;
lejos
de la vida y de las cosas.


-De Papeles en la noche (2010-2014)


*De Eduardo Dalter. eduardodalter@yahoo.com.ar
*Uno de los poemas que Eduardo llevó con su voz al Festival Internacional de Poesía de Medellín










Mi sombra*



Mi sombra
no es igual a mi rostro
la impotencia y  soledad
no es que huya de ella
esa soledad que combato
e n los espacios
que no puedo transitar
renegando impedida
en un silencio profundo
intento cobijar el optimismo
tan difícil de llevar a cuestas
por no poder mover mi cuerpo
como los otros seres que habitan
el universo  del caminar
mi sombra mi soledad
es un trabajo diario
donde tengo que hacer pausas
y cuidar cada uno de mis movimientos
para llevar una vida
intentando ser normal.
mi trabajo es incesante
es interno y solitario
ingrato de aceptar
tengo que conformarme
con unas pocas pisadas
que a veces las cuento
para no terminar
mirando unas telarañas del techo
mi sombra  tiene miedo
de quedarse anquilosada
y sin poder actuar
he perdido amores
he buscado tantas soluciones
con desengaños y nuevas recetas
pero ella tiene ese velo
de pausas e  incertidumbres…












Acerca del currículum vitae*



La traducción literal es algo así como "el camino de la vida". Es poético, sin duda. Si en lugar de la expresión latina usásemos su doblaje al castellano, debiésemos decir "le dejo sobre el escritorio mi camino de la vida". Qué cosa linda. Ese sendero hecho de rosas y de espinas, de lluvias, sequías, fuegos fatuos y resplandecientes oasis. Pero la poesía termina en el título. Lo que usted debe calcar dentro de ese texto no es, no son sus espinas, sino sus rosas. A nadie le interesa si usted un día se pinchó la nariz e hizo fuerte hachís. A nadie le va a importar, en una mesa de decisiones importantes, si usted sueña asiduamente con que vuela. Lo que usted debe compartir con el otro son sus realidades objetivas, y no todas, claro está, solo aquellas con las que será reconocido -en un pacto tácito- como sujeto: solo los logros le dan existencia ontológica. Y más aún si esos logros tienen el sello de una Institución legitimada socialmente por la Historia Humana, que no es otra cosa que la historia de la derrota de los supuestos débiles por los supuestos fuertes.
Porque usted no es sus fracasos, ¡cómo se le ocurre! Usted es sus títulos nobiliarios y sus rosas. Porque no me venga a decir que en verdad le creyó a su profesor de historia cuando en la escuela secundaria le hizo repetir que la nobleza se agotó con la revolución de 1789. La nobleza y los escudos nobiliarios permanecen en pie, conviviendo con una burguesía que de revolucionaria tiene lo que yo de matemático. Bien. Entonces en su camino de la vida usted debe especificar, debe justificar su paso por la empresa (su paso por la Tierra). Yo, por mi parte, como he sido siempre un imbécil consumado, consumido, consuetudinario, consentido, consciente de cinismo, de sí mismo, de cismos y cisnes que no sirven para nada; decía, yo voy a trabajar el género "currículum vitae" de otro modo. El trabajo no lo obtendré, eso lo doy por hecho, a no ser que el encargado de decir sí o de decir no sea un irremisible incompetente.
Entonces, propongo, que a partir de hoy en los "caminos de la vida" especifiquemos: gustos de helados preferidos, películas preferidas, libros leídos, una mini narración acerca del otoño, color preferido, cantidad de veces diarias que enunciamos la palabra pájaro o dromedario o amor o gliptodonte, especificar si estamos a favor o en contra de Monsanto, aclarar minuciosamente si somos homofóbicos o no, cuántas veces nos bañamos a la semana (si es que lo hacemos), especificar también la cantidad de veces que nos hemos caído de: hamacas, patines o patinetas y si hemos llorado a boca de jarra por ello.
Bueno. Creo, me parece, que con eso por el momento tendremos bastante para charlar con el potencial interlocutor que nos hará la posible entrevista laboral. Que podrá completarse, por ejemplo, con una buena partida de ajedrez o un partido de tejo o unos penales o un maratón de eructos o quién come más huevos duros en siete minutos. El currículum vitae es un género policial sin suspenso, sin trama, sin argumento, sin belleza. Porque en un mundo que vive de producir y consumir, la belleza (el sentimiento de lo bello) suele estar de más. A partir de hoy, entonces, armemos el currículum vitae con muchos colores, y debajo de nuestro nombre pongamos el nombre de nuestros villanos favoritos.


*De León Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar












SELF PORTRAIT*



Llego a ponchar la tarjeta
para trabajar como no quiso Dios
trabajar, hasta que no haya nada más
para sudar
que mazmorras de cansancio.
Miro a mi alrededor, y todos tiemblan,
porque los nuevos amos
de la fábrica
ya no llevan el látigo en las manos
sino en las mandíbulas.
Antes, era el miedo
de no encontrar trabajo,
ahora, es el miedo al terror sicológico
impuesto por los supervisores,
a ese silencio,
a esa mirada,
mitad indiferencia mitad desprecio
que envenena el aire;
como Charles Bukowski
siento impulsos,
siento que voy a querer echarlos por la borda,
retrocedo, porque la maldición de Adán
ha de volver algún día
de nuevo al polvo.


 *De Daniel Montoly. danielmontoly@yahoo.es











Confidencias*



Yo no quería oírla, pero nada detiene
a quien quiere regalar sus confidencias.
Me habló de materias pendientes.
De tenaces decisiones que llevaron
su camino por cauces imprevistos.
De sueños que perdieron
su ropaje en el camino...

Cantó algunas alegrías –sus ojos humedecían-

Habló y habló...
mientras el día ovillaba su voz.

Yo no quería oírla.

Pero fue dejando su confesión
entre las plantas, mientras
cortaba gajos del sol
que ya se iba...

De tanto escucharla supe
su alma solitaria y desnuda.
Tuve pena, la vi –no sé si le dolía-
llevaba la espalda

germinada

florecida.



*De Miryam Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar








*

"Somos parte de lo que perdimos"
Pascal Quignard










AVATARES*



La zozobra palpa el corazón
apabullado
enmarañado en celajes extraños


La cercanía distante, respirar casi el mismo aire,
caminar las mismas calles, sin que los pasos
lleguen al encuentro
hoy, el mismo viento que azota mi cara,
despeina tus cabellos


¡Oh!, los avatares de la ruta
y el laberinto en que estamos
sin darnos cuenta de que cuenta nos damos
del sarcasmo de las nubes
pone latidos enamorados al cuerpo
en el límite,
al cuerpo que cruza la frontera
entre ésta
y la otra vereda en la otra ciudad
de los túneles


¿cuándo florecerán las azucenas?
¿cuándo de tu boca un te quiero?
¿cuándo tu piel y la mía compartirán el lecho?


atroz, doliente en extremo
y casi burlesco ja, ja, ja...
poseídos del delirio
Lo siento, lo siento, olvidé que el amor es algo serio,
cuando llega a destiempo
cuando no quedan restos para vivirlo
cuando sólo llorarlo se puede


¿quién desata los nudos?
¿quién pone nubes rosas en el horizonte negro?
¿quién abriga huérfanas sandalias?


y la demencia anclada en la espera
golpea contra las paredes, ¡sí!, ¡sí!,
las paredes blancas, las paredes negras,
como tablero de damas antiguas
hacen eco en metálicas carcajadas
y devanan los algodones
los hacen polvo esparcido,
a nublar tus ojos
a mis ojos, llenarlos de cenizas,
ahítos de imágenes truchas
bailando sobre el iris calcinado por el frío


tus manos no tocarán las mías
tus labios no rozarán los míos
tu corazón, tu corazón
no latirá al compás que danza con la muerte
perdida en el limbo coherente de la locura


la oscuridad luminosa envuelve
tus huellas siguen su camino
las mías se detienen.



*De Ruth Ana López Calderón. Lopezcalderon20013@gmail.com

-Poema de su segundo libro "Sin óbolos para Caronte"






La mano en la palabra (Poetas con Ruth Ana López Calderón)*


El presente libro no es una antología al uso, pero bien pudiera serlo si tenemos en cuenta la calidad de los textos que lo integran. Nació de una idea simple: La de ayudar a la poeta boliviana Ruth Ana López Calderón a conseguir algo de dinero para el tratamiento y, si fuese posible, cirugía, de un tumor que padece. Contactamos con una serie de poetas del ámbito hispano y la respuesta fue casi unánime. Se unen aquí voces provenientes de muchos países: Argentina, República Dominicana, Puerto Rico, Venezuela, Cuba, México, El Salvador, Estados Unidos, Perú, Costa Rica, Colombia, Italia, Chile o España. De todas partes llegan esas voces, palabras unidas en un acto solidario, cantos para salvar una vida, versos que se convierten en un coro de manos alzadas con un objetivo común.


-Autores incluidos en el libro LA MANO EN LA PALABRA (poetas con Ruth Ana López Calderón):
Mari Cruz Agüera, Claudia Ainchil, Elvia Ardalani, Amelia Arellano, Elsa Batista, Rebecca Bowman, Gerardo Cárdenas, Teresa Coraspe, André Cruchaga, Daniela Cruz Gil, Marta Cwielong, Santiago Daydí-Tolson, Teresa Delgado Duque, Adriana Díaz Crosta, Alejandra Díaz, Jorge Etcheverry, Manuel García Verdecia, Beatriz Alicia García Naranjo, Sandra Gudiño, Irina Henríquez, Gabriel Impaglione, Susana Lizzi, Norma Segades Manias, Emilia Marcano Quijada, Anamaria Mayol, Juan Carlos Mieses, Daniel Montoly, Winston Morales Chavarro, Lilí Muñoz, Edgardo Nieves-Mieles, Aldo Luis Novelli, Eugenio Polisky, Sonia Rabinovich, Hugo Francisco Rivella, Juan Manuel Rivera, Kristal Riuno, Pilar Romano, Hernán Schillagi, Rosa Silverio, Nastia T, Jimmy Valdez Osaku, Fernando Valerio-Holguín, Paola Valverde Alier, Rubén Vedovaldi, Ayerim Villanueva, Cristina Villanueva, Paulina Vinderman, Sergio Borao Llop y la propia Ruth Ana López Calderón.


*Link para adquirir el libro:






INVENTREN




(De la Estación Casbas – Ferrocarril Midland)



De la fuerza del nombre*


*Por Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com



I


El Coiro me manda un enigmático y brevísimo correo donde dice: «¿Podés escribirme algo sobre Casbas?». El nombre no me suena de nada, por lo que abro el Firefox y busco en Internet. El primer enlace conduce hasta un pueblo de Huesca cuya existencia ni siquiera conocía (Huesca es la provincia limítrofe por el norte con Zaragoza, donde vivo), un pueblo pequeño hacia el este, cerca de Abiego y Bierge, nombres que sí reconozco. Y puesto que nunca antes he estado allí, me digo: «¿Por qué no?», pensando que lo que mi amigo argentino quiere es información de primera mano sobre este pueblecito, y nada más natural, por otra parte, que me pida el favor viviendo yo tan cerca del sitio en cuestión.

Así que al otro día meto unas cuantas cosas en una bolsa de deporte y me echo a la carretera. Camino durante un buen rato, hasta que un auto negro, un Renault 5 con más de veinte años, se detiene junto a mí. El conductor, casi un adolescente, me pregunta: «¿Te llevo?». Por supuesto, acepto. Él tampoco conoce el sitio. Su acento le delata: es gallego. Con una sonrisa franca, confirma mi sospecha. Dice que va al norte, a los Pirineos, sólo por ver la cordillera. Le han hablado de parajes extraordinariamente bellos, aunque no recuerda bien los nombres o los mezcla o los confunde. Para no resultar redundante, le menciono sólo cuatro lugares (también escribo en un papel los nombres y la forma de llegar hasta allí) que en mi recuerdo crecen más y más conforme se aleja el tiempo en que me fue dado visitarlos. El primero es el Forau d´Aigualluts, en el Valle de Benasque, una pequeña explanada rodeada de montañas donde, a veces, se tiene la sensación de que llueve hacia arriba. Es lo más lindo que yo vi nunca. El segundo, un pueblo llamado Aínsa. El tercero, aunque he de confesar que no me impresionó cuando estuve allí, es el Monasterio de San Juan de la Peña. No sé que es, pero hay algo desconcertante en la montaña donde está situado, algo feo y sin embargo inolvidable; tal vez —pienso confusamente— hago mal en recomendarle esa visita. Por último, escribo: Selva de Oza. «¿Qué es?», me pregunta. Es un valle hacia el oeste, por donde discurre el río llamado Aragón-Subordán. La vegetación tiene un color oscuro que produce sensaciones difíciles de describir, pero allí uno siente que está vivo, que de verdad pueden ocurrir cosas que te hagan sentir vivo, cosas maravillosas o atroces, pero en cualquier caso reales. El tipo asiente, acaso sin comprender del todo el sentido de mis palabras, y promete que irá a todos esos sitios. Luego se pone a hablar de su coche y, más tarde, de los grupos musicales que le gustan, cuyos nombres casi siempre me resultan extraños. No obstante, reconozco algunos, lo cual es motivo de alegría para ambos. Le recomiendo otros, que él no oyó jamás. «Te gustarán», le digo.

Al llegar a Huesca, tomamos la carretera hacia Lleida. Unos kilómetros más adelante, nos despedimos con un apretón de manos. No tardaré en darme cuenta de que ni siquiera nos habíamos presentado. Somos dos extraños caminando en un túnel o en un insondable laberinto, que sólo por casualidad han compartido un brevísimo trecho del camino. Tal vez ninguno de los dos encuentre lo que busca, o como sucede tantas veces, lo encuentre y no lo reconozca.

Por la estrecha carretera que conduce a Casbas apenas hay tráfico. Atravieso una población y sigo adelante. Según el mapa, ya casi estoy. Es entonces cuando, de pronto, me asalta una extraña idea: ¿Y si no es esto lo que quería el Coiro?, pienso. ¿Qué interés puede tener para Inventiva un minúsculo pueblo aquí en mi tierra? Un sitio del que, por otra parte, ni siquiera yo tenía noticia hasta este momento. ¿Habrá algo que se me escape en todo este asunto? Perdido en esa confusión y en esa carretera solitaria, unas palabras aparecen en mi mente, fosforescentes como un letrero luminoso en medio de la noche: Próxima estación Casbas. Me doy cuenta de que he metido la pata (el Casbas sobre el que debería escribir es otro, y está en Argentina y no sé absolutamente nada de él. Mi maldito despiste crónico me impidió recordar hasta ahora que es una de las próximas estaciones del Inventrén) y lo peor es que está anocheciendo (es otoño y los días acortan). Por suerte, al fondo puedo ver las primeras casas. Advierto que estoy cansado. Espero encontrar un sitio donde me dejen dormir, porque hace un poco de frío y la manta que he traído es más bien fina. Pero no se ve un alma por las calles.

Al fin, distingo un vago destello al fondo de una calle lateral. Se trata de una puerta iluminada. De no haber anochecido ya, no la hubiese visto, tan tenue es el resplandor que de ella sale. Hacia allí me dirijo, con paso lento y el oído alerta. No es natural este silencio. Sobre la puerta hay un letrero de madera. La inscripción apenas puede leerse, pero se adivina que el lugar es una taberna. Cruzo el umbral y me encuentro en un cuchitril mal iluminado donde parece no haber nadie. Al oír mis pasos, un hombre sale por una puerta situada al fondo y, con un perfecto acento argentino, me saluda y pregunta si deseo tomar algo.




II


Una sensación de irrealidad me atenaza. No acierto a responder. Sólo le miro como se mira a un aparecido o como se podría mirar el propio reflejo en un espejo diseñado por Klein (el de la botella). Él repite la pregunta, más despacio, como si yo fuera extranjero y no comprendiese bien el idioma. No sé qué decir, qué hacer. Me siento como un actor de teatro esperando que el apuntador le sople el texto. Por fin, con cierto embarazo, me atrevo a pedir una cerveza. Mientras me sirve, el tipo explica que el pueblo está desierto porque hay un concierto en las piscinas municipales, un grupo de pop, uno de esos que venden muchos discos donde las diez o doce o quince canciones son, en realidad, la misma. Añade que incluso ha venido gente de los otros pueblos cercanos y hasta algún autobús de la ciudad. (Ese silencio ahí afuera, sin embargo, esa ausencia…). Al preguntarle dónde estoy, él me mira de arriba abajo y dice con naturalidad el nombre del pueblo. La siguiente pregunta no es fácil de hacer. Si el mundo sigue girando en su órbita normal y éste es, como parece, un hombre serio y cabal, se va a acordar de mis muertos y suerte tendré si no me saca del establecimiento a golpes; si por el contrario, el temor que me aprieta el corazón resulta ser fundado, yo me volveré loco. Aun así, no queda otro remedio: «Pero ¿Casbas de España o de Argentina?» digo en un susurro. Al principio, pienso que no me ha entendido, y tal vez sea lo mejor; acaso en el fondo conocer ese detalle no importe en realidad.

Pasado un instante, levanta la vista del barreño en el que en ese momento estaba lavando unos cubiertos y dice: «¿Acaso quieres tomarme el pelo?». Entonces me atropello, intento explicarle lo ocurrido, nombro el Inventrén y algunas otras estaciones, le cuento que soy poeta. «¡Poeta!» dice él. «¡Poeta!» repite. «No me lo creo. Nadie va por ahí en estos tiempos diciendo que es poeta. Usted es un aprovechado. Un sinvergüenza». Yo insisto. Mi sombra en el suelo gesticula como una marioneta de trapo, parece la sombra de otra persona, idéntica a mí pero con otro ritmo. Con amargura recuerdo que no he traído un solo libro; de haberlo hecho, mis argumentos quizá tuviesen más peso. Entonces, sin explicación, hay por su parte como una sorda aceptación, no ya de mis palabras o de lo que ellas pretenden comunicar, sino de la remota posibilidad de que sean ciertas. Mirándome de reojo, con desconfianza aún, se dirige hacia un extremo del mostrador, levanta un trapo oscuro que cubre un ordenador portátil y sentencia: «Ahora lo veremos». Abre el explorador, busca el Inventrén, busca mi nombre, encuentra resultados que le satisfacen, parece comprender que no le he mentido. La expresión de su rostro es otra ahora; luego me indica una mesa y sale del mostrador con una botella de vino en una mano y dos vasos en la otra. Nos sentamos, sirve el vino, enciende un cigarrillo y se larga a hablar convulsiva y nostálgicamente.

Así, me entero por fin de que nada extraño ha sucedido (si es que no es extraño encontrar de repente, en medio de un desierto, a un hombre que creemos habitante de otro desierto distante más de diez mil kilómetros). No hubo viajes astrales ni agujeros en el espacio. Estamos en Huesca. Con la voz plena de emoción, Manu (ese es el nombre de mi interlocutor) me habla de su niñez, de su adolescencia, se demora en detalles que tal vez hayan dormido ahí durante años, esperando esta noche y este vino; (afuera continúa el silencio, no hay ruido de pasos, ni de autos en marcha, ni siquiera el eco lejano del concierto. Si yo fuese otro, si fuese un tipo valiente, tal vez me asomaría un instante a la puerta, para mirar la luna, sólo eso: mirar la luna y saber que todo está bien). Mientras, la voz ronca de Manu me habla de la barra, de una novia que tuvo y perdió, «¡qué linda era!», exclama. Luego hay un silencio necesario. Un movimiento lento, la mano de Manu buscando en su cartera y sacando de allí una foto cuarteada por el tiempo. La miro y hago un gesto de admiración. En efecto, la muchacha es guapa. (no sé si es entonces cuando comprendo que éste es cualquier lugar y cualquier momento, un retazo arrancado a mordiscos de la eternidad; tal vez por eso el obstinado silencio del exterior, la silueta en la pared de dos desconocidos conversando, dos latinoamericanos perdidos en cualquier parte, lejos y cerca de la vez, tenues fantasmas de sí mismos, sombras que se proyectan desde remotas noches olvidadas, que viajan en la nada hacia un tiempo inconcebible). Después escucho la descripción de un oscuro boliche que en su memoria se confunde con otros muchos que habría de conocer más tarde; me habla de su trabajo en el campo, del fatídico día en que se fue el último tren... Entonces algo parece romperse en el pausado hilo del relato. Clavo mis ojos en los suyos. Sujeto el vaso que viaja hacia sus labios. Lo insto a continuar, con el leve asomo de una sospecha insinuándose en mi entendimiento. Él me mira gravemente y retoma la narración: «...yo me fui en él. Aquel último tren que pasó por Casbas City, hace ya más de treinta años, se me llevó consigo. Luego anduve haciendo un poco de todo por todas partes. En Argentina, en Chile, en Colombia, en Bolivia y Ecuador, que es decir casi lo mismo, o de forma más breve, más certera, en Latinoamérica, que es mi patria... Nuestra patria» se corrige. Yo asiento. Luego continúa narrando las peripecias de una vida, una vida errante, como lo son todas. «Y, entonces, de pronto, llegué aquí»  dice mientras vacía en los vasos lo que queda de la segunda botella. «De alguna manera, sentí que mi deriva había terminado. No es que la coincidencia del nombre y el cansancio acumulado me llevasen a tomar la decisión de quedarme. Esa decisión era anterior, fue ella quien guió mis pasos hacia estas tierras, ella quien me llevó de pueblo en pueblo hasta terminar en éste. Cuando llegué era de noche, como ahora. Dormí en unas ruinas a las afueras. No supe donde estaba hasta la mañana siguiente, pero durante el sueño supe que me quedaría aquí. No puedo explicarlo mejor. Lo sentí. Sólo eso. Y aquí estoy desde entonces».

No hablamos más. Ambos estábamos algo borrachos y era muy tarde. Dormí allí mismo, en una pequeña habitación que servía de almacén y donde había sitio de sobra. Al otro día, después de un abundante desayuno, Manu estrechó mi mano y nos despedimos como dos viejos amigos. Ambos sabíamos que había muy pocas posibilidades de volvernos a encontrar. Eché a andar por la carretera, en dirección al sur, no a ese Sur que nunca vi y que mi corazón incansablemente anhela, sino al otro, al de todos los días, al sur prosaico donde la vida sufre una combustión tan lenta que ni combustión parece.





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Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:

GONZÁLEZ RISOS. 

PARADA KM 79.  ENRIQUE FYNN.  PLOMER.  
KM. 55.   ELÍAS ROMERO.  KM. 38.
MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD.  MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.  JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.
KM 12.  LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.
 VILLA FIORITO. VILLA CARAZA.  VILLA DIAMANTE.
 PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.


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Próxima estación para escribir por Ferrocarril Provincial:

 JOSE RAMÓN SOJO. 

ÁLVAREZ DE TOLEDO.    POLVAREDAS.
JUAN ATUCHA.   JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.
FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.
 ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.   GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.   ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
 D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA.  LA PLATA.



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