miércoles, febrero 26, 2020

EDICIÓN FEBRERO 2020



*Dibujo de Erika Kuhn.












*


¿Oís, desde tu casa, el corazón del águila
que cruza en las alturas?

Cada latido mueve el aire.

Cada latido del corazón del águila
se propaga hasta tocar los álamos más viejos,
entra
en el ladrido de los perros,
toca el misterio de tu cuerpo sobre el mundo.

¿Te das cuenta?

¿Oís el corazón del águila?

Es igual al ruido de la muerte frustrada
por una ilusión espléndida.

Es igual a una ilusión espléndida
que rompe el pánico.

Una ilusión rapaz, depredadora,
igual que el corazón de un águila en el cielo.

La tuvimos alguna vez.

Sí, querido. La tuvimos.

Habría que darle forma escrita a ese sonido.



*De Valeria Pariso. valeriapariso@outlook.com



-Valeria  (Muñiz, Provincia de Buenos Aires, 1970)
Coordina talleres de poesía y el ciclo de poesía en Bella Vista. Algunos de sus poemas fueron traducidos al portugués y al italiano.
Publicó los libros de poesía: "Cero sobre el nivel del mar" Ediciones AqL (2012), "Paula levanta la persiana", Ediciones AqL (2013); "Donde termina esta casa", Ediciones de la Eterna (2015), "Del otro lado de la noche" (2015) Editorial El Mono Armado, "Triza" (2017) Editorial Detodoslosmares, "La trilogía: Uva negra/ Mascarón de proa/ El castillo de Rouen", Vela al viento Ediciones patagónicas (2018).

-En 2019, con su libro "Zarmina", obtuvo el Primer Premio del Concurso de Letras, categoría poesía, del Fondo Nacional de las Artes.

Sus poemas fueron incluidos en distintas antologías, entre ellas "Antología de poesía iberoamericana actual", Ed. Ex Libric, España, 2018; "Rapsodia ensamble de voces- Obertura- Editorial El mono armado, 2015; Movimientos/ Primera antología Ciclo Moserrat 2018, "Antología Federal de poesía de la provincia de Buenos Aires", del Consejo Federal de Inversiones.

-Administra el blog de difusión de poesía contemporánea https://laficciondelolvido.blogspot.com.ar









*



La premisa de los otros

es el fantasma. Intercepta el tren con un choque, quizás leve,

y aunque parezca que hay cordura en las palabras

es el miedo lo que tiñe

de horrores la promesa de Paraíso.

La premisa es la coartada

un modo más tolerable

de estar en el mundo

una forma

de hablar sobre uno mismo sin oír.

Ante la premisa es mejor callar

un hombre preso de su propia sordera es como un pájaro

que cree estrellarse contra el bosque entero

pero en realidad solo

se trataba

de un único árbol.



*De  Mercedes Álvarez. alvamercedes@gmail.com



-Mercedes nació en Tandil, provincia de Buenos Aires, en 1979. Vivió en Mar del Plata hasta los diecinueve años. Entre 1998 y 2006 residió en España, donde se licenció en Sociología por la Universidad Pública de Navarra. Realizó un máster en Gestión Cultural. Publicó los libros Vecinos (Baile del Sol, España, 2010), Historia de un ladrón (Caballo de Troya, España, 2010), Imitación de los pájaros (Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2013), Ficciones súbitas (comp., Eds De aquí a la vuelta, Buenos Aires, 2013) y Saigón (Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2015). En 2013 con el relato Grow a lover ganó el premio Edmundo Valadés de cuento latinoamericano.

-Su libro de cuentos Grow a lover  fue editado recientemente por Pensamientos Literarios (www.pensamientosliterarios.com)














La jaula*



El me besa.
Su mano,
debajo de mi blusa recorre mi espalda.
Acaricia.
Encuentra la tensión de mi corpiño.
Siento sus dedos a lo largo del elástico,
buscando
sin buscar el broche,
sabiendo que está allí.
A todos los hombres les gustan los corpiños,
la resistencia
que la tela ofrece,
ese último bastión por conquistar.
Me he comprado corpiños para él,
cosas bonitas que se desprenden sin querer,
suaves encajes
donde sus dedos se pierden.
Me he comprado corpiños para otros,
adivinándolos,
estampados de flores de algodón
o la seda de un tigre.
A veces,
compro corpiños para mí.
Siempre
con aros y push up,
para que nadie adivine, detrás de la tela,
la dignidad
de los pezones levantados hacia el mundo,
señalando
que soy toda una mujer.
Uso corpiños
que mantienen lo que debe estar ahí
y no cayendo, vencido por las leyes naturales
de la edad.
Cuando me acuesto,
y libero mi cuerpo boca arriba
mis pechos se deslizan hacia abajo,
como calas inclinadas por la lluvia
y mi pecho,
respira.



*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com


- Mariana nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City Bell.
Publicó: Cuadernos de la breve ceguera  (La Magdalena 2014). Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015)
La hija del pescador  (La Magdalena, 2016).  Piedras de colores (Proyecto Hybris 2018)
Su último libro publicado es El orden del agua, GPU Ediciones (2019)

-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria.













Desencuentros*



Esa que vuela, nada y anida en mi caudal
busca su doble, la que tiene manos y pies.
Quiere comer con su sabor los frutos que ella elija.
Palpar los plumajes / la corteza / la fría piedra...
Saber el aroma de la tierra cuando la lluvia comienza.
Quedarse con su lágrima indecisa.
Ser líquida y correr por sus arterias.
Tal vez se equivocaron en su especie
y pueda darse un día ese encuentro
de quien ha soñado ser de agua,
con este otro ser
que no sabe por qué
ni para qué, le regalaron una nostalgia
que no ha sido elegida
y no encuentra su lugar.


*De Miryam Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar














LAS LLUVIAS *




Nuestra infancia no fue menos feliz porque escaseaban los juguetes. La imaginación de los niños siempre es ilimitada y sobre todo en aquellos años los pocos que accedían a uno no eran mayoría en el pueblo. Pocos padres podían hacer un gasto extra,  en mi pueblo.
La lluvia en ocasiones caía de un modo muy triste, cansinamente sobre los sembrados , a veces lo hacía con furia, precedida de grandes truenos rodadores como un peñón que cae desde un monte altísimo, mientras el latigazo de un relámpago se repetía en el trazo estremecedor sobre las cosas, y la poca gente que buscaba refugio  presto, recogiendo las mujeres la ropa tendida, pero todos sin excepción recibían ese estremecimiento  de la naturaleza como un miedo atávico que debían soportar , rogando sobre todo los hombres que los destrozos no fueran tantos ni tan graves.
Los únicos contentos, con esa alegría de la inconsciencia temprana éramos nosotros, que gozábamos el espectáculo de los sapos numerosos que cruzaban las calles anegadas, los perros que se refugiaban bajo la galería de ladrillos mal cocidos, con sus techos de chapas que reproducían sonoramente el tambor de la lluvia persistente, los gatos que se pasaban al cajón donde los marlos esperaban la boca flamígera de la cocina  económica, y tal vez el ruido del vendaval acunaran sueños ronroneantes.
Pero había algo siempre venturoso. Si estas lluvias se producían en verano, porque venía precedida de un calor agobiante, de una presión insoportable y siempre era un augurio de frescura el anuncio de la lluvia y al escampe, cando se habían cubierto de agua los zanjones que drenaban líquido hacia el campo sería el momento en que nos quitáramos las alpargatas no sin la venia paterna. Y salíamos con los barquitos de papel, las latas vacías de sardinas o alguna cosa de madera que flotara para jugar a las bandas de piratas y corsarios que leíamos en Julio Verne o en las diversas revistas de historietas. Y venían las carreras y los resbalones que seguramente nos costaría un reto, pero el fragor del juego era tan entusiasta que bien valía un reto si en esa carrera de la pista resbaladiza uno lograba salir primero.
Siempre había un ocurrente que proponía ir a pescar ranas al zanjón de los Vélez, con un piolín con el cual atábamos un pedazo de carne y tal vez esa noche podríamos aportar un menú distinto en nuestras casas y qué ricas resultaban esas ranas que saltaban en la sartén como si estuvieran vivas y producían cierta aprensión en mi madre, motivo por el cual intervenía mi padre que siempre estaba dispuesto a toda cosa a la cual ella no se atrevía. Imposible saber  hoy si esa tarea le agradaba, pero se hacía cargo y nos sentábamos los tres a la mesa, donde pronto dábamos cuenta de ese manjar crocante.
Como desaguaban pronto las zanjas y los pequeños canales que la comuna mantenía limpios, ya que esa última calle llevaba al campo, al otro día casi con seguridad las encontraríamos vacías, pero con la esperanza de que la lluvia siguiera varios días para asegurarnos otros momentos de módica felicidad. Claro, todo esto con la salvedad de algún mandado, ya que en el verano no había clases por tanto la responsabilidad mermaba mucho, yo diría: casi toda.
Y uno imaginaba cómo se hincharían de agua las cañadas, cómo irían llenándose de bagres los anchos canales del campo, cómo se llenarían de garzas blancas los juncales, de flamencos sus orillas, cómo pondrían a salvo sus nidadas los teros y los patos, cómo nos esperaría todo ese mundo acuático con el croar ensordecedor de las ranas, cómo esperábamos entonces el momento en que nuestro padre iría de caza para acompañarlo con ese cuzco blanco y fiel que tanta alegría trajo a mi niñez lejana.
A veces en mi pueblo veo pasar esas barritas de chicos con las modestas cañas de pescar al hombro que hacen aquel “Camino del diablo” como nosotros, cuando el mundo estaba en pañales y ninguno de nosotros tenía idea de los sinsabores que nos esperaban.
Pero también con estos recuerdos gratos que quiero compartir hoy con ustedes y que me dicen que se puede ser feliz con poco.
Con casi nada.


*De Jorge Isaías. jisaias4646@gmail.com


















Diosa*



El espacio se cruza de agua y  de sonidos, y el sabor de lo perdido que vuelve. La lluvia abrillanta el olor de las flores. Hay un sueño  a punto de aparecer y un antiguo color. El fuego irradia hasta invitar a lo íntimo. Besos  errantes, el tiempo  y una casa en el mar con chimenea. El fuego inventa imágenes. Sol que se retira, pero antes de hacerlo, despliega una revolución en el cielo. La violencia de la belleza. El crepúsculo, es la última batalla ardiente, chorros rojos. La firma de un dios que no se rinde en la hoja celeste o será diosa con sus colores cambiantes. Una diosa todavía inocente con los bolsillos que se abren y desparraman sus hogueras brillantes. Una diosa si, dios es perfecto, y  se murió por nosotros, me dijeron, pero una diosa vive y saltan sus chispas vitales a chorros imperfectos.



*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar


















TIEMBLAN LAS FOTOS*


“...Quedan los rostros como sombras
las voces como ausencias
la memoria de un último día...”
ANA MARÍA CUE



Tiemblan las fotos amarillas.
Trepan en infancias con rodillas de greda.
Algo duro me golpea la frente.
Un martillo. Un tambor. Un tormento.
Abren compuertas. Vasijas. Preguntas sin respuestas.
¿Por qué la aurora boreal yace trizada?
¿Por qué la telaraña no sostiene la noche?
¿Por qué la piedra quiere ser arcilla, y la arcilla piedra?
¿Por qué la semilla no ha germinado en pájaro?
¿Por qué canta la alondra cuándo la noche llora?


Fotos amarillas. Si las toco, se disuelven.
Como una blasfema. Una burbuja. Un beso.
Y me tiemblan y me hablan y me observan.
Colgados los mandatos en viejos almanaques.
Señales: No doblar. Frenar. No avanzar. Peligro.
Ceden las vértebras que sostienen mi silla.
Cede el hueco del ojo de la aguja.
Bengalas apagadas. Astrágalos.
Apunarse en el llano.
Largar las bridas en caminos de cornisa.
Tropezar. Una y otra vez. Y otra vez.
Cuerpo arqueado por el amor, el odio y el espanto.


Olor a madreselvas amarillas.


Y un temblor de fotos que acarician mis manos.
Mis manos extendidas... abiertas, elevadas.
Tembladeral de soles.
Mis manos, peregrinas del viento.



*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@gmail.com






















PIEDRAS*




Dame tu piedra de silencio.

Tengo mi piedra de palabras.

Tal vez pueda hacer con ellas

como el hombre originario,

el primer fuego sagrado.



*De Miryam Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar














*



Nuestra existencia es un enigma, cuyo destello nos sorprende en cualquier parte. Salvarlo es la caricia de otra lengua.






-Alma (Alejandra Marotta, Lomas de Zamora 1965) se ha dedicado desde joven al trabajo con niñas, niños, jóvenes y adultos en situación de aprendizaje.
Es Licenciada en Psicopedagogía (USAL), ha sido docente universitaria. Ha trabajado en un Equipo distrital de Infancia y adolescencia del Sistema Educativo Provincial. Actualmente se desempeña en consultorio privado.

-Desde el año 2009, se ha sentido convocada por el lenguaje poético, al que considera el único posible a la hora de contar y contarnos la vida que nos pasa. Realizó el posgrado internacional en Escrituras (FLACSO) y participó del Taller Literario Pluriverso.

-Ha publicado “Los Dinosaurios no tenían sida” junto a tres queridas amigas y colegas en el trabajo con sexualidades y problemáticas de género. Participó de la publicación de la antología Pluriverso (2016), y de varias publicaciones en revistas formato papel y digital.

-En setiembre de 2017 publicó su primer poemario: “Habitaciones”, prologado por Carlos Skliar.

-Comparte poemas en su blog: https://alejandraalmapoesias.blogspot.com/

-Recientemente ha creado la página “Conversatorio Mensual” a fin de desarrollar el arte de la escucha entre nosotros.






Inventren







Lo inmediato*



El hombre, casi un anciano, camina erguido por la acera.
El papelito en la mano.
En él, esas extrañas palabras: “Estación Polvaredas”.
La sensación de libertad y de vértigo.
La multitud pasando junto a él sin prestarle atención. Al mismo tiempo, el recuerdo de una institución. ¿De qué clase? ¿Una cárcel? ¿Un cuartel? ¿Un claustro? ¿Una Universidad? No. Esto último no. La sensación recordada, o más bien vagamente intuida, es opresiva, de encierro. Pero ya se ha ido. De nuevo es la gente que pasa. Un joven trajeado le sonríe. ¿Tal vez le conoce? No va a ser posible saberlo, porque el joven continúa su veloz marcha entre los demás viandantes y se pierde tras un grupo de jovencitas que conversan con gran estrépito.
Volvamos al papel. ¿Qué hace ahí? ¿Qué significa? Estación… ¿De tren? ¿De autobús? Y ¿Quién escribió la nota? Porque esa no es su letra. ¿O sí? Vuelve a mirar alrededor. Palpa sus bolsillos, mas no hay nada en ellos. ¿Es un indocumentado? No sabría decirlo. El dolor en el costado le hace pensar que tal vez alguien le asaltó para robarle, pero no puede recordarlo.  Quizá no sea más que una dolencia propia de la edad. Las risas de unos niños le distraen. Mira hacia ellos. Juegan. ¡Qué cosa grande ser niño y jugar con esa alegría, esa despreocupación! Por fin una certeza: Es un adulto. Si pudiera mirarse en un espejo… Justo entonces ve la entrada a unos grandes almacenes. Se dirige hacia ellos. Tiene la impresión de que encontrará allí alguna respuesta, aunque ignora a qué pregunta. Al entrar al sitio, junto a las escaleras mecánicas, ve el espejo y se acerca. Se mira en él, pero no reconoce a ninguno de todos esos reflejos. Tras unos segundos, logra identificarse, pero su aspecto no le resulta familiar. Ése no puede ser él. Y ahí surge una nueva pregunta: ¿Quién es él? E inevitablemente, una segunda: ¿Qué aspecto tiene o debería tener? Ambas respuestas le están vedadas. No puede recordarlo. Vuelve a mirar el papelito y esas dos palabras escritas, como si allí pudiese existir alguna clave para desentrañar el misterio.
Una empleada sonriente se le acerca y pregunta si puede ayudarle en algo. Le gustaría responder afirmativamente, pero oscuramente sospecha que si le hace a ella las preguntas que él mismo no logra responder, muy bien puede tomarle por un desequilibrado. ¿Será eso? ¿Estará loco? No quiere ni pensarlo. Más bien entrevé otra cosa: Un olvido momentáneo, la urgencia de hacer algo, de ir a algún sitio… ¿Será ése el sitio? se pregunta mirando de nuevo el papelito. La empleada sigue ahí y el hombre niega con la cabeza, tratando de devolver una sonrisa cordial, pero consiguiendo apenas una mueca que inquieta ligeramente a la vendedora, quien se propone no perderle de vista, al menos mientras deambule por esa planta.
Tal vez el hombre haya percibido, de algún modo, esos pensamientos, porque se dirige hacia la escalera mecánica y, mediante ella, al piso superior: “Moda caballero”, desapareciendo en unos segundos del campo de visión de la empleada recelosa. La segunda planta está llena de trajes, pantalones, corbatas, zapatos y demás prendas de vestir. Un par de vendedores, de ésos cuyas sonrisas parecen talladas en piedra, se le acercan ofreciéndole algún producto, pero el hombre niega con la cabeza y camina sin prisa por entre los innumerables pasillos. ¿Busca algo? Sí. Un recuerdo que no llega. Su presencia, en un lugar tan grande, debería pasar desapercibida, pero no es así. En todo momento hay alguien pendiente de sus actos. Como si ese inocente papelito en su mano fuese un artefacto explosivo o la revelación de un secreto abominable.
Ha debido cambiar nuevamente de planta, porque ahora se encuentra rodeado de artículos deportivos. La visión de los balones, las canastas, las raquetas, le transportan muy lejos, hacia atrás, en el recuerdo. Pero es sólo un instante. Las escenas de esa lejana juventud ni siquiera llegan a concretarse. Pasea por la sección de artes marciales bajo la atenta mirada del encargado de la misma. Ya no le preguntan si desea algo. Se ha debido correr la voz. Un intruso recorre los almacenes sin objeto alguno. No parece peligroso, pero hay que mantenerle vigilado.
Con la mano libre, sopesa una pelota de tenis. Mira hacia arriba, como tratando de apresar un instante en su pasado, pero no hay nada. Sólo el contacto suave de ese objeto, que le resulta grato. Resignado, la deja junto a las otras pelotas y continúa su peregrinaje por el edificio. En la sección de moda femenina siente como un pinchazo, una revelación. Sin embargo, se va tan velozmente como vino. Cabecea dos o tres veces, como negando algo a un interlocutor invisible y sigue subiendo.
Se detiene en la sección de juguetería, con una indefinible pero agradable sensación. Pasea entre los múltiples estantes repletos de artículos hechos para el ocio. Algunos le traen vagos efluvios de un pasado remoto. Otros no. Se pregunta cómo funciona uno u otro de los que están a la vista. En cualquier caso, son siempre instantes. Instantes desgajados de su empresa principal, que es una búsqueda, aunque él mismo ignore el objeto de la misma.
De pronto ve un tren: una maqueta hecha a escala. Una de esas maquetas tan perfectas que cualquiera tomaría por trenes reales. Y lo recuerda todo: Mira el papelito. Sabe que debe reunirse allí con… ¿Con quién? ¿Con quién? Pero ¿y la fecha? ¿Qué fecha es? Es urgente encontrar un calendario, preguntar a alguien… En ese momento ve los ojos. Unos ojos grandes que le miran con simpatía. Los reconoce, aunque no pueda precisar a quién pertenecen. Sólo sabe que no son ésos los ojos que hay tras el papelito. Ella se le acerca, le habla en susurros, le dice que ya todo está bien, que ella va a llevarle al sitio donde debe ir. Él, olvidado ya de todo, se deja llevar. Tras la extraña pareja (él con su traje raído, ella con su uniforme blanco), dos fornidos enfermeros caminan en silencio, paralelos, clones de sí mismos. El papelito descansa ahora en el bolsillo de la camisa del hombre. Los recuerdos, la entrevisión de esa estación perdida en el misterio, como cada tarde, se han desvanecido nuevamente.



*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com





-Próxima estación:

JUAN TRONCONI.

En el recorrido del tren literario por Ferrocarril Provincial:

CARLOS BEGUERIE.   FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.    D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.   LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.  ARANA.  GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.



***


En el recorrido del tren literario por Ferrocarril Midland:

ELÍAS ROMERO.

KM. 38.   MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.   LIBERTAD.
MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.    ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.
JOSÉ INGENIEROS.   MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.   KM 12.
LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.  VILLA FIORITO.  VILLA CARAZA.
VILLA DIAMANTE.  PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.





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