martes, abril 29, 2014

EDICIÓN ABRIL 2014.

 
 
*Obra de Cecilia Aguado.
Villa Gesell.  
 
 
 
 
 
LILITH*
 
 
 
Hace ya tanto tiempo.
El cielo era solamente un espejo de agua.
Dormía mi silencio en mi lecho vacío....
Solo yo. La primera. Sola, yo.
Desmayadas serpientes en mis muslos.
En mis pechos un camaleón salvaje.
Un bosque de cristal en litorales de humo.
Prodigiosa magnolia. Cerezo en flor.
Y había “león y leona” “oveja y carnero”
“Una varona u hembra” faltaba para ella, el varón.
Y Dios no preguntó, atrincheró la cuna de la noche.
Y lo trajo, con su puñal de oro y vidrios de colores.
Y temblaron los dioses de otros cielos.
Y el espejo de agua se trizó en cuatro partes.
Una prisión de carne. Una abertura.
¿Alguien sabe quien escribió la maldición en su puerta bendita?
Yo la primera. La implacable. La despiadada hembra.
Me niego al holocausto. No me inmolaré debajo de la piedra.
Un instante de fiebre. Un vuelo, tremolante.
Irremediables goces animales. Huellas de ángeles caídos.
Llanto de niños en las noches. Semillas derramadas.
Poluciones nocturnas y velas encendidas.
Solo yo. La primera. Sola, yo.
 
 
*De Amelia Arellanoamelia.arellano01@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
 
REDADA*
 
 
Íbamos con palos a terminar con el ruido traidor. Vimos a un niño escondido detrás de los contenedores de basura, con un reloj pequeño en su mano.
−Dame el reloj −le dije.
−Es mío, yo lo encontré.
−Su mecanismo se ríe de ti, de todos nosotros. Hay que terminar con ellos, nos están contaminando con sus minutos, nos adormecen con sus cuartos, las horas nos ahogan. Créeme, tú eres pequeño y sabes menos de la vida, yo ya he pasado por muchas dictaduras de esferas y manillas que ahora estarán oxidadas.
−¡Libertad, libertad! −gritaban los aliados−. ¡Abajo los relojes, muerte a los relojes, muerte al tiempo! ¡Relojes, harpías del tiempo! ¡Relojes, harpías del tiempo!
Mis manos se acercaron al niño, hacia sus manos, luego subieron al cuello. El niño gritaba. Rodeé su cuello con suavidad. Gritos más profundos. Las manos se desligaron de la mente, y ya no sabía si presionaba o no. La voz débil de su garganta infantil me contestó. No la escuché, seguí, seguí, hasta oír un cuerpo contra el suelo. Cogí el reloj, lo tiré, lo pisé, oyendo mi grito:
¡Relojes, harpías del tiempo! ¡Relojes, harpías del tiempo!
 
 
*De Eva María Medina Moreno. relojesmuertos@gmail.com
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Todo eso*
 
 
 
Yo quería decirle lo tergiversado
lo ambiguo
lo taco embarrado
media rota al amanecer
lo roto del amanecer
 
Quería decirle lo rimmel corrido
lo boca seca
lo trunco
mueca de una falta
neurosis (apenas, instantánea)
 
Quería lo cavidad vacía
lo fuera de toda importancia
un berrinche con mocos
una muerte dérmica
un ruido que se escucha lejos por la resaca
 
(y el sol botón y los olores propios y las lenguas ajenas y el cuerpo recuperado de un embudo
con dientes que tiene nombre de mujer y se llama histeria)
 
 
Lo temerario
 
 
 
*De Pamela S. Terlizzi Prina. pameprina@hotmail.com
http://pamelaterlizziprina.blogspot.com.ar/
 
 
 
 
 
 
 
 
 
ALINA Y SALÓ*
 
 
*Obra de teatro de PATRICIA SUAREZ
 
 
 
 
Años 1920/1925
Viaje en tren de Buenos Aires a Santa Fe.
Vagón-litera.
 
Personajes:
Saló, joven de 30/35 años
Alina, su flamante esposa. 18/25 años.
 
 
 

Escena única

Alina y Saló entran al camarote.
 
Saló: ¿Quiere la de arriba o la de abajo?
 
Alina: No sé.
 
Saló: Decida usted. La de arriba o la de abajo?
 
Alina: La que le parezca mejor.
 
Saló: Duerma en la de arriba. Usted es más liviana.
 
Alina: ¡No! Me da miedo, a ver si me caigo. Me quiebro la cabeza. Mejor duermo en la de abajo.
 
Saló: ¿Qué lleva en la valija? Pesa mucho.
 
Silencio. Timidez de Alina.
 
Saló: ¿Me oyó?
 
Alina: Es indiscreto.
 
Saló: ¡Pesa más que una oveja muerta! ¿Qué trae? ¿Se pensaba que yo no le iba a dar de comer en la Argentina?
 
Silencio.
 
Saló: No me va a decir.
 
Alina: Es un secreto.
 
Saló: Yo soy su marido.
 
Alina (inaudible): El ajuar.
 
Saló: ¿Qué?
 
Alina (aun más bajo): El ajuar.
 
Saló: Bueno, bueno. Pongamos todo esto acá, y esto acá al costado. Mi madre va a estar un poco sorprendida cuando la vea a usted. (Pausa.) Porque la idea fue de ella, ¿sabe? Me vio un poco grande. En el campo nuestro el trigo crece lindo, alto. Cinco buenas cosechas nos dio. ¿Conoce cuál es el trigo? (Silencio de Alina.)  Pan comió, Alina.
 
Alina: Sí.
 
Saló: El pan se hace con trigo blando. Acá en la Argentina, la pasta se hace con trigo blando también. Por eso es tan asquerosa. Nosotros en Italia la hacemos con trigo duro. Pero uno de los nuestros tendría que viajar allá, traerse las semillas, y entonces plantamos el trigo duro. Pero no se puede. La Aduana cobra cualquier cosa para hacer eso. Acá el gobierno abusa mucho.
 
Alina: Yo hubiera podido... en los bolsillos...
 
Saló: ¡Ah, qué simpática! No, no. La semilla tiene que estar intocada. Sin mancilla. Algún día, Alina, usted y yo podemos volver a Italia, hacemos el viajecito en barco, en segunda o en primera. Llevamos todos los papeles y nos traemos las semillas. En un frasco de cristal cerrado hermético, adonde no entra el aire. ¿Me comprende?
 
Alina: Sí.
 
Saló: Nosotros no somos ricos: trabajamos de sol a sol en el campo. Después, hay que pagar al exportador, al gobierno. ¡No se imagina cuánta plata se lleva el gobierno! También hay que cuidar la espiga del gusano blanco, que es peste. Y en el grano anda el escarabajo rubio, que se llama, deja los huevos que hacen pupa, y entonces ese trigo no sirve para nada, hay que quemarlo. Pero nos va bien. Marcha. Por eso ella me dijo: Usted, hijo, está en edad de casarse. Yo al principio no quería. Mucho compromiso una esposa; una familia. No se asuste, Alina. No se asuste; se lo dije ya en el puerto de Buenos Aires y me hago cargo. Le estoy contando nada más. Para hacer la conversación.
 
Alina: Gracias.
 
Saló: Usted no es de mucho conversar.
 
Alina: Traje lemoncello.
 
Saló: ¿Qué?
 
Alina: Lemoncello. Licor de limón. Del verdadero, de Capri. Con limones de Sorrento.
 
Saló: ¿Acá lo tiene?
 
Alina: Sí.
 
Saló: ¿Desde Capri lo trajo?
 
Alina: Sí.
 
Saló: ¿Cómo?
 
Alina: Escondido. ¿Quiere? ¿Sirvo? Pida un vaso.
 
Saló: Usted no toma?
 
Alina: Sí. Pida dos vasos.
 
Saló sale del vagón. Alina se arregla el pelo, se abre el escote, se estira las medias sobre la pierna. De la valija saca una botellita de licor.
Entra Saló con dos vasos.
 
Saló: Mezquino el argentino para prestar cosas. Desconfiado.
 
Alina: ¿Sirvo?
 
Saló: Sirva.
 
Alina: ¿Por qué brindamos?
 
Saló: ¿Cómo por qué brindamos? ¿Qué me dice, Alina?
 
Alina: Eso.
 
Saló: Por el casamiento. ¿O no quería casarse conmigo usted?
 
Alina: Sí.
 
Saló: ¿Entonces?
 
Alina: No sé.
 
Saló: Qué roja se le ponen las mejillas.
 
Alina: ¿Si?
 
Saló (señalando la litera): Venga, venga... Siéntese acá. A mi lado.
 
Alina: No sé. Yo...
 
Saló: ¡Pero si ya estamos casados!
 
Alina: Pero igual...
 
Saló: No voy a comérmela, Alina.
 
Alina: Es que yo, nunca antes. No...
 
Saló: ¿Qué?
 
Alina: No conocí varón.
 
Saló: Mejor. Eso es de buena muchacha. Lo otro es pecado. Pero nosotros ya somos marido y mujer. Yo soy el marido, usted es la mujer. Siéntese acá a mi lado. Déjeme que la mire. ¡Qué lindos ojos que tiene! Son casi azules.
 
Alina: No, no. Son negros.
 
Saló: A mí me parecen azules. ¿Sabe? Los veo así.
 
Alina: Pero no...
 
Saló: ¿Quién le dijo que no?
 
Alina: Bueno, en el espejo...
 
Saló: El espejo le mintió y yo le digo la verdad. No me porfíe, Alina. Venga, déme un beso.
 
Alina: ¿Así, ahora?
 
Saló: ¿Quiere que la anuncie una trompeta?
 
Alina: No, es que... No (rompe en llanto).
 
Saló: ¿Qué le pasa? ¿No está contenta?
 
Alina (llorando): Sí.
 
Saló: ¿No quería casarse?
 
Alina: ¡Ya le dije que sí!
 
Saló: ¿Entonces?
 
Alina: ¡Extraño!
 
Saló: ¿Qué?
 
Alina: El tren marcha muy rápido.
 
Saló: Sí.
 
Alina: Me da mareo.
 
Saló: Culpa del lemoncello suyo que trajo.
 
Alina: No...
 
Saló: A lo mejor estaba pasado.
 
Alina: No.
 
Saló: ¿Qué sabe usted si no? ¿O acaso está metida adentro de la botella para saber cuando se pudre el limón?
 
Alina: No, es que...
 
Saló: No se mareó en el barco, ¿va a venir a marearse en el tren?
 
Alina: En el barco también estaba mareada.
 
Saló: Usted está enferma.
 
Alina: No.
 
Saló: Me debería haber dicho que usted estaba enferma.
 
Alina: No estoy enferma.
 
Saló: Venga, acuéstese acá.
 
Alina: No...
 
Saló: ¡Haga lo que le digo! No la voy a tocar.
 
Alina se acuesta.
 
Alina: A lo último yo no quería venir.
 
Saló: Miente.
 
Alina: No. De verdad. A lo último, yo me conformaba allá.
 
Saló: Mentirosa.
 
Alina: Yo no soy de mentir.
 
Saló: Déme un beso, mentirosa.
 
Alina lo besa. Saló responde, apasionado.
 
Saló: Ah, Alina, Alina.
 
Alina: ¿Qué pasa?
 
Saló: Me muero de amor, Alina.
 
Alina: En el puerto dijo otra cosa.
 
Saló: Fue la sorpresa.
 
Alina: Me maltrató.
 
Saló: Estaba sorprendido, ¿qué quiere? Déme otro beso.
 
Alina: Se lo doy. (Lo hace) Pero reconozca que fue malo conmigo.
 
Saló: Muéstreme el codo.
 
Alina: No.
 
Saló: Muéstreme.
 
Alina: Mi madre lo prohibió.
 
Saló: Pero yo soy su marido. No sea arisca.
 
Alina: Ni al marido, me dijo.
 
Saló: Me haces sufrir, Alina.
 
Alina: Me dijo: Cúbrete los brazos. No dejes que tus codos se vean. Eso es lo que mis vecinos allá en Salerno dicen a sus hijas para que ningún codo relleno o delgado, moreno o rosado incite a otros a la pasión.
 
Saló: Súbete las mangas.
 
Alina: No.
 
Saló: Por favor, Alina. Tu madre no sabe lo que dice.
 
Alina: Ella...
 
Saló: Peca conmigo.
 
Alina: ¡No!
 
Alina intenta alejarse, él la retiene.
 
Saló (amenazante): Pero su madre no vio con malos ojos que usted contestara las cartas.
 
Alina: ¿Qué dice?
 
Saló: Se prestó al engaño sin mucho problema.
 
Alina: ¿Qué sabe, Saló, cómo lo tomó mi madre?
 
Saló: ¿Qué sé? Usted está acá, en el vagón de novios. En la Argentina.
 
Alina: Me ofende. Es feo lo que usted dice. Me pasa por permitirle darme esos besos insensatos.
 
Saló: Si no fuera por las cartas, no vendríamos de viaje de novios. Y si no existiesen los viajes de novios, ¿para qué existirían entonces los vagones litera? (Larga pausa.) ¿Pensó en eso alguna vez?
 
Alina: No.
 
Saló: ¿Y cómo está ella?
 
Alina: ¿Quién?
 
Saló: Luigia.
 
Alina no responde.
 
Saló: ¿Es feliz? ¿Cuántos hijos dice usted que tiene?
 
Alina: Cuatro. El mayor se llama Santino.
 
Saló: Santino, ¿eh? ¿Y cuándo nació?
 
Alina: Hace ocho años.
 
Saló: Mire usted cuánto hace que se casó ya la Luigia. Nadie me participó.
 
Alina: Vive lejos. En la montaña.
 
Saló: Esperaba verla erguida en la borda del barco. Apoyada en la baranda, su cabello rubio ondeando al viento. Tan hermosa.
 
Alina: Estuve tres horas buscándolo en el puerto.
 
Saló: A Luigia esperaba verla.
 
Alina: Ah.
 
Saló: Desde niño, me gustaba su hermana. Ordeñaba las cabras y la miraba de reojo. Ella no me miraba, ella jugaba con otros niños.
 
Alina: Por eso pedí ayuda al policía.
 
Saló: El vestido de novia no va a entrarle a usted. Hay una costurera que puede arreglarlo, hacerle un remiendo... La Luigia era delgada como una espiga de trigo, rubia, como una espiga de trigo...
 
Alina: Era, era. Porque parió seis niños. Ya le dije.
 
Saló: ¿No eran cuatro los hijos que tuvo?
 
Alina: Seis.
 
Saló: Dijo cuatro.
 
Alina: Me habré confundido. Mariú, la del medio, tiene cuatro.
 
Saló: ¿Mariú? ¿Tan pronto? ¿Y qué pasó con usted, no quiso casarse nadie?
 
Alina: Yo...
 
Saló: Déjeme verla. Usted no es fea.
 
Alina: Gracias.
 
Saló: Es agria.
 
Alina: No es verdad. En las cartas, me decía que yo...
 
Saló: ¡Ah, en las cartas! En las cartas usted se hacía pasar por la Luigia.
 
Alina: Yo siempre lo quise, Saló.
 
Saló: No es cierto. Si cuando dejé Italia, usted era criatura de pecho y yo un niño crecido.
 
Alina: Pero siempre lo quise. Por eso me animé a engañarlo.
 
Saló: Nunca me había visto.
 
Alina: Tenía el relato.
 
Saló: Puro cuento.
 
Alina (se arremanga): Míreme.
 
Saló (indiferente): Ah, sí.
 
Alina (se desabotona el vestido, desde el cuello hasta la cintura): Míreme bien.
 
Saló (asiente): Lo hago. Más la miro, veo que el vestido no le va a ir.
 
Alina: Mi hermana se casó de negro.
 
Saló: ¿Qué?
 
Alina: Estaba de luto.
 
Saló: ¿Cómo?
 
Alina: Era viuda. Había muerto el marido en la guerra, era soldado. El padre de Santino. Después encontró otro marido... Venía de la guerra, uno muy grandote, con una pierna de palo. Se casó con ella. Se la llevó a la montaña. (Pausa.) Pero ella guardó el luto igual.
 
Saló: No sabía que Luigia...
 
Alina: En la fotografía está él sentado y ella de pie detrás. Como se acostumbra.
 
Largo silencio.
 
Alina: ¿Llamó a un fotografo, Saló?
 
Saló: Mi madre me dijo: Usted, Saló, está en edad de casarse. Ya es un muchacho grande. ¿Por qué no escribe a la novia esa que usted tuvo en Salerno? La Luigia. Usted dice, me peleaba mi madre, eran cosas de bambinos, cosa de bambinos, pero los bambinos recuerdan, Escríbale a Luigia, a ver si sigue soltera. Si está disponible. Contestó usted. Escribió: Siempre pienso en usted, Saló. Sí, quiero casarme. Viajo a la Argentina. Luigia Fioravante, firmó. Lo recuerdo como si fuera ayer. ¿Y cuánto hace? Cinco meses.
 
Alina: Cuatro meses con veinte días. Tres meses hace que llegó el poder.
 
Saló: Contraté un fotógrafo, Alina. Sí. Uno que va por los pueblos.
 
Alina (acostada): Venga, acuéstese aquí a mi lado.
 
Saló: ¿Ahora? ¿Le parece, Alina?
 
Alina: Sí.
 
Saló: Puedo esperar.
 
Alina: ¿Para qué? Estamos casados.
 
Saló: Sí. Estamos casados por poder.
 
Alina: ¿Le gusto?
 
Saló: Pasquale mi hermano vendrá del norte. Trae un regalo importante, dice. No me dijo qué.
 
Alina: Toque acá. Qué suave.
 
Saló: Una vaca holandesa traerá. O una de raza Norton, inglesa. Desde tan lejos: Entre Ríos, se llama donde él vive. Cría ganado. Es ganadero, Pasquale. Hace cinco años que no lo veo. En la Argentina todo está lejos. A mucha distancia.
 
Alina: Está incómodo.
 
Saló: No...
 
Alina: Sáquese la ropa, Saló.
 
Saló: Tendremos frío.
 
Alina: Nos cubrimos con la manta.
 
Saló: Es ligera...
 
Alina: Sabe qué. Mi madre dice: cuando el matrimonio hace lo suyo en la cama seguido, viven más.
 
Saló: Ah...
 
Alina: Mire usted a mi hermana Luigia.
 
Larga pausa.
 
Saló: ¿Qué?
 
Alina: Seis hijos tiene.
 
Saló: Ah.
 
Alina: Pero los dos maridos se le murieron rápido, rápido. Triste se puso. Triste, triste. Los hijos se los cría mi madre. Ella, sola en la montaña.
 
Saló: ¿Cómo sola?
 
Alina: Sí, retirada. Hace la monja.
 
Saló: ¿Es monja?
 
Alina: ¡Pero no! (ríe) Venga, acá, acá cerquita.
 
Saló: ¿Por qué no...? ¿Por qué no me contestó la Luigia?
 
Alina: Cosas de mujer coqueta.
 
Saló: Cómo coqueta? Con quién coquetea? No está sola, sola allá en la montaña?
 
Alina: Sí.
 
Saló: Entonces?
 
Alina: Porque nunca recibió las cartas, Saló. Las recibí yo. (Breve pausa) Mire esta puntillita que tengo acá. Es encaje. Yo lo bordé. ¿Le gusta? ¿Le piace?
 
Saló (acariciando el encaje): Eso se llama engaño. Lo que usted hizo se llama engaño.
 
Alina: Va a devolverme?
 
Saló: No, eso no. Pero yo...
 
Alina: Ah, la Luigia!
 
Saló: Cierto.
 
Alina: Y ahora qué?
 
Saló: Suave es la puntilla esta.
 
Alina: Venga, lo ayudo.
 
Alina ayuda a Saló a desvestirse. Se mete en la cama con ella.
Apagón.
 
 
 
***
 
 
 
 
 
 
 
Tu*
 
 
 
 
Muy lejos del paraíso
en la cumbre de nada
caminaba.
 
 
En mitad de mi camino, Tú:
Pequeña sombra de veinticinco años
herida por las brisas del ocaso
y las palabras vanas del asfalto
cayendo abrasadora sobre mis ojos ciegos
con la brutal violencia de un torbellino arcano.
 
Sobre mi frente quebrada
en millones de pétalos-luz de ardientes amapolas
llovieron despedazados
minuto
a
minuto
diez largos años de ausencia
diez galaxias encendidas
girando vertiginosas
ante mis ojos sin vida.
 
 
Y esa mirada tuya mayor que un universo
despertó la aletargada lágrima de fuego,
despedazó mis párpados difuntos,
miríadas de recuerdos fueron desenterrados
y he ahí la presencia irrevocable
de otra mirada, lejana, caída bajo las ruedas
del carromato del tiempo.
 
¿Qué no hubiera dado entonces por una sola palabra?
 
Pero hoy tus ojos vencidos
por una inmensa languidez tristísima
se han mirado en los míos y he sentido
una furiosa voz soliviantada
chocando contra mis huesos
golpeando mis sentidos
desbordando los poros de mi cuerpo
pero una voz ahogada.
Yo me acuso
de haber puesto en mis bolsillos
treinta monedas de sangre.
 
Tú, sombra, tú, cara oculta de mi vida,
ya para siempre en mi retina, tú,
en todos los espejos, tú,
por las vertientes cóncavas del cielo, tú,
con tu mirada yacente de amanecer decapitado
preguntando denunciando interrogando
 
por tu vida
            por tu vida
                           por tu vida.
 
Sombra, tú, volando en autocares atestados
en los jardines en las pláticas nocturnas
en los suburbios en los árboles dormidos
en la calma de los mares y en las fábricas
en el canto melodioso de las madres
en la lluvia que nutre las cosechas
en el fondo imperfecto de las fuentes
en los versos que silban los abetos
en todos los colegios de la tierra.
 
Tú con tu tierna mirada
y yo de pie, sin palabras
como un muerto fugaz adivinado
por tus ojos de noche solitaria
presentido quizá soñado solo
que ya nunca sabré...
 
Pero más allá de las conversaciones urbanas
urdidas con cenizas de otras bocas;
más allá de la frontera de los trenes
que siempre parten después de medianoche;
más allá del refugio del que huye
y el inútil bullicio de las calles;
allende las trincheras violadas por el fuego
y el grito dolorido de los parias
allí donde los gatos ya no lloran
y la noche es un punto de partida
yacerán enterradas para siempre en el barro
treinta monedas turbias treinta cofres de llanto
y una sonrisa encinta nacerá de tus labios
y un universo virgen nacerá del encuentro.
 
 
*De Sergio Borao Llop sbllop@gmail.com
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Como una niña de tiza rosada*
 
 
"Cubre la memoria de tu cara con la máscara de la que serás y asusta a la niña que fuiste"
 
Alejandra Pizarnik. -Caminos del espejo-
 
 
 
El hombre con el que me encuentro en el bar se llama Emilio, se entero de mi interés por escribir sobre la estación María Lucila del Midland. Dice que va a contarme algo de su historia personal que sin dudas tiene relación con la antigua estación de trenes. Le aviso que no logro escribir razonablemente bien y que más aún, tengo la sensación de que mi escritura empeora con el tiempo.
 
-No importa, vengo a contarle esto porque necesito que alguien lo escriba. -me dice con tono de suplica.
 
-Y porque a mi me duele tanto el pasado que necesito contarlo a quien tenga un rato para escuchar.
 
Lo que sigue es el relato del hombre, dos horas y media sentados, con tres cafés cortados de por medio que quiso invitarme si o si. -Me ofende si no me permite pagar a mi- dijo para terminar con mi resistencia.
 
 
*
 
En la estación María Lucila trabajaba su abuelo. Su madre nació allí y la llamaron María Lucila para homenajear a la estación que además de darle trabajo a su abuelo era su vivienda. Pasó en el pequeño pueblo sus primeros años, luego de la nacionalización cuando el Midland paso a ser parte del ferrocarril Belgrano, al abuelo lo trasladaron un par de veces de estación hasta que se jubiló.
 
Lo cierto es que su madre pasó su adolescencia y juventud radicada en Avellaneda.
Se hizo amiga de la Alejandra Pizarnik, cuando era una chiquilina tímida y tartamuda. Y al menos una vez se fueron en tren a conocer el pueblo que lleva el nombre de mi madre.
El hombre me muestra una foto con dos jóvenes que posan para la cámara haciendo equilibrio sobre el riel, más allá se observa una estación típica del Midland pero es posible ver el lugar donde se colocaba el cartel con el nombre. Atrás de la foto puede leerse "con florita Pizarnik, María Lucila, enero del '53.
 
Mamá era una mujer hermosa -dice el hombre. Igualita a las chicas que dibujaba Divito.
 
Por alguna cuestión que desconozco lo único perenne en ella, lo que había echado raíces profundas era la angustia. Su verdad era una cuna de angustias de la que nadie había logrado sacarla.
 
(....)
 
Se equivocaron ella y mi padre en casarse. Mi padre era psiquiatra y mi madre su paciente, se enamoraron o se tuvieron lástima -vaya uno a saber- , o quisieron dar vuelta la historia de cada cual que los había llevado en ese punto de encuentro o desencuentro.
 
Usted sabe que todo, absolutamente todo en el universo se acerca o se aleja, pero nosotros nos ingeniamos para negar esas percepciones incomodas.
 
Creo que mi padre pensó que la iba a cambiar, no hay héroe más fallido que el que quiere cambiar una persona.
Llego a decírmelo una vez: -lo que no se da espontáneamente bien entre una mujer y un hombre no se lograra jamás. Nadie puede cambiar al otro -ni a sí mismo, según parece.
La angustia de mi madre le impedía conectarse plenamente con los otros, estar presente y atravesar los acontecimientos que te van marcando en la vida.
 
Se fue cuando mi hermano tenía 5 y yo 3 años. Dejo una carta.
Mi padre después de leerla ni intento buscarla, entro en un profundo silencio que le duro meses.
Un día nos presento a su nueva mujer: Ella es Natalia, vivirá con nosotros -nos dijo.
Natalia nos crío y malcrío lo mejor que pudo.
 
Mi hermano creció, estudio ingeniería electrónica y se fue a vivir a Estados Unidos. Vive en Nueva Orleans, tiene mujer e hijos americanos. Un auto y vacaciones.
Mi padre tenia 70 años cuando falleció, era 8 años mayor que mi madre. Yo no había cumplido los 21 años. Antes de enfermar, me invito a charlar en un bar.
Sin que se lo pidiera me dejo su consejo: -A los 20 años un joven debe elegir si en su vida será un hombre o un marido. Yo te recomiendo que seas un hombre...
Creo que le he fallado, no logre ni ser un marido eficiente ni un hombre en el sentido que creo que le daba a esa palabra mi padre con un tono cercano a lo sagrado.
 
*
 
De mi madre, quedaron casi todas las preguntas sin respuesta.
Nunca sabré si volvió a ver a su amiga Alejandra "la florita" como la llamaban los abuelos.
Hay un abismo de treinta años de silencio.
 
La tía Eugenia -hermana menor de mi madre- logró encontrarla unos meses antes de su muerte.
 
Tuvo una corazonada y la siguió. Volvió a María Lucila 20 años después de que los militares cerraron el ramal y se llevaron las vías. Y allí estaba mamá viviendo en la estación. Sin luz eléctrica, sin vecinos cercanos. Salvo una escuela pública ubicada enfrente de la estación no había nadie.
Allí vivía mi madre. Ya envejecida prematuramente. Sacando agua con una bomba manual, cultivando vegetales en unos pocos metros de quinta. Rodeada de pájaros -tenia muchos en jaulas- y otros que venían a visitarla a los que agasajaba regando la tierra con alpiste, o mijo o arroz según lo que tuviera.
 
No sabía nada del mundo, ni siquiera quien era el presidente de turno, no tenia radio ni televisión.
 
¿Sabe cual era una de sus costumbres? Sentarse con una silla a la hora de salida de la escuela y ver el rostro de los niños. Estudiarlos con detenimiento y luego verlos alejarse por el camino de tierra hasta que eran manchas blancas.
 
(....)
 
Sabía del suicidio de Alejandra y le dolía como si hubiera pasado apenas unos días atrás:
"Pobre Florita, repetía. Tan lúcida y tan frágil. Pobres todas las personas sensibles del mundo porque no tienen cabida". Eso es lo que me dijo mucho después la tía, a la que hizo jurar que no le diría a nadie donde estaba y como vivía.
 
 
*
 
Esto es lo que la tía Eugenia rescato: unas fotos, unos libros de Pizarnik con anotaciones de mi madre. Una historia clínica que le dieron en el hospital donde se lee que en los últimos años sufrió demasiado.
Muy poco para un enigma de más de 30 años.
El hombre vuelve a abrir el libro que le dejo su madre y me lee otra frase de Pizarnik remarcada con birome azul:
 
"Como una niña de tiza rosada en un muro muy viejo súbitamente borrada por la lluvia"
 
Así me siento, así me sentí siempre, -escribe al costado mamá- y espero que quienes esperaban algo distinto de mí puedan perdonar esta soledad en la que he hundido mis días.
 
Emilio derramó lágrimas. Arrugó con rabia una servilleta de papel después de secarse para evitar que sus lágrimas de sal caigan sobre el pocillo de café.
Al rato nos despedimos con un abrazo. Mientras caminaba por la avenida me di cuenta que ninguna historia de las que he podido contar son historias de vida de gente feliz.
 
 
 
*De Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com
 
 
 
 
 
 
 
 
*
 
 
En esa mujer vivía un desvencijado
país de maderos y de amarras
una callada muchedumbre de barcos
de proas fantasmas
que izaban sus banderas de ausencia
en el mástil talado de sus huesos.
En esa mujer vivía un puerto,
ella toda era como una usina de adioses,
sus ojos eran el espejo
donde alguna vez se miraron
hombres sin rostros
y sin nombres.
Ella no tenía nada
excepto un arcón de lagrimas
anclado tras sus parpados
que juro con ferocidad un día
no volver a abrir ya nunca.
En esa mujer vivían otras
desoladas, desnudas
pequeñas como pájaros
que cada tarde,
de cada día
se mutilaban las alas
y se condenaban como vírgenes suicidas
a vagar insomnes la orilla del poema
a merodear penitentes
la arista filosa de las sombras
 
 
 
*De Alejandra Morales.
 
 
 
 
 
 
 
 
*
 
 
No encuentro una estación para nombrarte.
Sin embargo, hay días en que estoy junto al poema
y el eco de una flor atraviesa mi cuerpo
y siento una alegría absurda que me invade
hasta cerrarme los ojos.
Entonces escribo porque
Porque sí
Y todo lo que vive
merece renacer.
 
 
*De Alejandra Alma.
https://www.facebook.com/alejalma
 
 
 
 
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