sábado, febrero 28, 2015

A CEBOLLA Y AJO Y A UN TARRITO DE AGUA DE LLUVIA...


*Obra de Walkala. Luis Alfredo Duarte Herrera (1958-2010).

-En Aurora Boreal. Walkala: un homenaje in memoriam










NI FLORES NI VERDURAS*



Este es el otrora campo fértil,
donde vuelan todos los días
desmesuras y piedras por el aire.

No es que me distraiga, no es
que me demore; estoy tomando
mate y rondando a paso lento.

No es sencillo comenzar o seguir
cuando el horizonte no se ve y el
extraño presente está hundido.

Lo demás, pueden leerlo en el aire.
Ahí también está, sin ir más lejos,
el mapa ilustrado de esta historia.


*De Eduardo Dalter. eduardodalter@yahoo.com.ar








A CEBOLLA Y AJO Y A UN TARRITO DE AGUA DE LLUVIA…








LAS NUBES*


Para Toto Míguez y Roberto Vega



Las nubes en aquel tiempo viajaban como algodones sobre el alto cielo al capricho del viento.
A veces eran muy blancas y a veces iban como sucias y anunciaban las lluvias. Si mirábamos a lo alto, inevitablemente encontrábamos caprichosas figuras sobre las cuales no siempre coincidíamos.
Si nos acostábamos sobre la gramilla que era rala en invierno y muy profusa en los veranos, podíamos ver otras cosas. Los pájaros, sobre todo o la luz del sol que las hojas y los gajos de los fresnos o los paraísos filtraban dándonos al rostro una coloratura extraña y que podíamos calificar también de fantasmagórica.
Si lo hacíamos a pleno aire y sol, es decir sin otro obstáculo entre nuestra mirada y esa lámina chata veíamos el vuelo de los pájaros. Algunos volando muy bajo, como las calandrias, los gorriones o los tordos, pero había otros como las tijeretas o las golondrinas que comenzaban sus vuelos muy bajo, pero que iban espaciándose de a poco, en forma tal que su alejamiento de la tierra era percibido luego, cuando formaban puntitos negros, apenas móviles, hasta desaparecer en esa distancia que era razonable pensar como “la inmensidad”, según alentó en versos sublimes aquel poeta inolvidable que fue Jaime Dávalos.
Esto tuvo que ver en otro tiempo, no creo que la infancia de hoy en los pequeños pueblos se viva de ese modo tan íntimamente con la naturaleza relativamente domesticada que nos tocó.
De aquella barrita desmañada sólo quedan en el pueblo dos firmes y queridos exponentes. Porque “los otros vinieron luego”, como certeramente escribió Héctor Negro.
Lo bueno es que a veces nos solemos juntar; todavía tenemos ganas de vernos, y cuando eso sucede, es decir estar ante un asado y un tinto, fluyen las anécdotas como si el tiempo no hubiera pasado, y estuviera detenido en la sierra penetrante de las cigarras que seccionaban el verano sin siquiera hacerse ver entre las ramas y las hojas increíblemente verdes de los fresnos. Cualquier motivo entonces es bueno para seguir con los recuerdos o alguna anécdota compartida que cada cual cuenta según su recuerdo o la percepción que le quedó de aquel suceso tan remoto que sale cálido de las cenizas que albergaron brasas rojas y que son en las manos como gemas guardando su fulgor. Ese fulgor que nos ponía alertas en los amaneceres de verano, cuando el sol asomaba ya casi quemando en ese cielo limpio y nosotros nos juntábamos con nuestras tramperas para cazar pájaros, listos y de pronto en caravana hacia el campo, donde los pechitos colorados se tiraban en la banda amarilla de los trigales que pronto sería hollado por las “fauces hambrientas de las trilladoras” con sus perros y su carrito aguatero.
Esas mañanas que desde la retina niña nos aparece como la huella más indeleble que guarda la memoria.


*De Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar













Pastillas de Amor*



*Por Cabeza de Apio.


En la adolescencia me prestaron un libro de Lobsang Rampa, y me gustó…tanto que compré los seis libros publicados incluyendo el que había leído…
Y hasta logré hacer los viajes astrales, que eran tan seguidos que mi cordón de plata era uno de los más brillantes…
En el barrio había muerto una pareja de viejitos, con diferencia de poco tiempo, primero le tocó a la señora y al mes él, no mucho después de cumplir los 60 años de casados…
Los comentarios de vecinos en general mencionaban, que don Raúl había muerto de pena, de amor, al no poder superar la terrible pérdida…

Tenía que hacer un viaje para hablar con ellos…y fue mi primer viaje al cielo.

Me costó un poco pero pude encontrarlos entre tanta gente a Doña María y Don Raúl, lucían unas túnicas blancas de terciopelo y unos aros suspendido sobre sus cabezas de unos veinte centímetros de diámetro, al verme se lamentaron mucho, hasta que les explique que estaba de paso.
Hablamos un poco de chismes de barrio y fui puntualmente al tema, de la muerte de Raúl…
No podían para de reírse, cuando se calmaron un poco, María me contó que cada mañana ella le preparaba los medicamentos y controlaba los horarios de las tomas de Raúl, y que como ella se fue primero, él los tomaba cuando se acordaba o directamente no los tomaba, eran para la circulación, presión, diabetes, corazón, ácido úrico y para la memoria…
Me mandaron saludos para sus ex vecinos y me pidieron que los dejara pensar que la pasión existe...

Pero María fue terminante… "el amor no mata, la dependencia si"



*Cabeza de Apio 2015










Desencuentros*



Esa que vuela, nada y anida en mi caudal
busca su doble, la que tiene manos y pies.
Quiere comer con su sabor los frutos que ella elija.
Palpar los plumajes / la corteza / la fría piedra...
Saber el aroma de la tierra cuando la lluvia comienza.
Quedarse con su lágrima indecisa.
Ser líquida y correr por sus arterias.
Tal vez se equivocaron en su especie
y pueda darse un día ese encuentro
de quien ha soñado ser de agua,
con este otro ser
que no sabe por qué
ni para qué, le regalaron una nostalgia
que no ha sido elegida
y no encuentra su lugar.


*De Miryam Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar












MATERIALISTAS*



He de reconocer que últimamente descubrí que soy una mujer apegada a lo material. Lejos de bastarme el disfrute de las palabras dichas y escuchadas, el placer de las imágenes únicas que se recogen en los atestados ómnibus o las veredas transitadas. Lejos, digo, de bastarme el placer de ser testigo de estas magnificencias del espectáculo de la vida, intento obcecadamente llevar estas impresiones efímeras al papel, la madera tallada, incluso a la humildad de un postre a tres colores armado en una copa de vidrio.
Porque no me basta ser testigo del transcurrir del mundo, he descubierto que deseo hacer muescas en él, detenerlo un momento, añadir algún signo sobre la roca muda.
Y he descubierto que recelosa de los abrazos y las efusiones notorias, debo construir un alhajero para Ross, empanadas dulces para Gabriela, un postre suculento para Alfredo, un posapavas de intrincado mosaico para Mandy.
Tengo que urdir una cazuela para Rodolfo y Guillermo, un texto convergente para mi madre. Y tengo que, necesito, construir una mesita junto a Myriam, martillándonos los dedos llenitos de torpezas.
Hacer y hacer para otros, esa es la encontrada felicidad de estos días. Cortar las cerámicas halladas en la calle con mi pinza anaranjada, resonar a la noche con mi martillo guiando a la gubia contra la veta de la madera.
He descubierto en este tiempo mi gran propensión a los objetos, mi eterna necesidad de belleza en ellos. Como los hombres del Paleolítico, que con necesidades, con cortas vidas, con innumerables trabajos y luchas en sus jornadas, tallaban un pajarillo innecesario en el mango de su arma de hueso. Como los aborígenes que no solamente se resignaban a modelar utilitarias tinajas de barro, sino que las fabricaban maravillosamente armónicas y exquisitamente decoradas.
He descubierto en estos días que tengo tanto por hacer, tan poco tiempo, y que los días se escurren entre los dedos.
Veo a Gaby amasando la harina con la levadura fragante, ocupación que remite a los siglos y la historia, a la otra Gaby regalándonos un banquete de verduras sabrosas sabiamente asadas a la chapa sobre brasas, veo a Silvia pintando un mandala que girará en el aire, a Alfredo en soledad escribiendo para todos nosotros un cuento.
Madera, tinta, pinceles, ingredientes. Palabras que no me remiten al trabajo obligado sino a poesía. Ni mariposas ni alondras ni rosas en los versos de mi vida hoy. Cinceles, cedro, vidrios estallados en pequeños fragmentos de luz, cebollas y manzanas verdes.
Dando un salto acrobático, una voltereta en el aire, puedo decir de mis amigos que sí, que no hay dudas, que estamos transidos de materialismo.


*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com









*



La lluvia es un prolegómeno de la memoria.
andan bajo el día pares de enamorados que son el
epílogo sustancial de la alegría.
y qué lindo verlos ocupar con sus raquíticos cuerpos
el largo y ancho de todas las plazas.
no pueden aunque quisieran dejar
espacio para el vendedor de pochoclos
que tiene que estar empujándolos para pasar con
su carrito porque vencen los impuestos y hay que
pagar en efectivo y todas esas cosas del mundo y
sus containers. pero qué importa piensan los enamorados
que viven a cebolla y ajo y un tarrito de agua
de lluvia. y qué lindo, pienso, verlos devorando el paisaje
como si fueran jabalíes que desconocen las
palabras arrivederci  y hasta pronto. una hoja de
árbol puede ser más trascendente que un tratado de
cetología. y ahí, como toda prueba, los enamorados
que hacen nido en cada palabra, que contestan pío pío
cuando uno les pregunta la hora/


*De León Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar











Canción sin empleo*


*Por Miriam Cairo. cairo367@yahoo.com.ar



Me pregunto si los hombres del alto horno,

si las cosmetólogas,

si el muchacho de la tintorería,

si el médico pediatra,

tienen tiempo de pensar en todo lo que yo pienso

mientras llevo mi carta de presentación para pedir empleo.

Me pregunto si ellos escriben las imágenes

que construyen los miedos y las asombros.

Si tienen madrigueras,

o casilleros personales,

o taco calendario donde guardar metáforas.

Me pregunto con qué dos conceptos fundamentales

construirán sus pensamientos metonímicos.

Me pregunto cómo hacen los contadores nacionales,

los tesoreros,

para sofocar su generosidad.

Cómo harán las azafatas

para no apropiarse de los sueños ajenos

mientras vuelan.

Cómo harán las extraordinarias luminarias del fútbol

para sobreponerse al deseo de despojarse

de tan desaforadas fortunas,

cómo harán los editores

para no alzar la rosa contra la fría noche que se atreve.

Me pregunto si cada mañana el alcalde de la penitenciaría

tendrá que luchar contra sus tristes pensamientos.

Si el boxeador expulsará a golpes

la actividad constante de su conciencia.

Me pregunto cómo hacen para hablar los periodistas

y los locutores,

sin sucumbir ante el deseo de permanecer en silencio.

Me pregunto de dónde sacan ánimo los tenistas

para no vencerse a sí mismos.

Me pregunto cómo acomodan todos ellos sus pies en el mundo

y cuáles son las razones que los hacen sentirse parte de él.

Me pregunto a qué pruebas extremas se habrán sometido,

de qué interrogatorio despiadado habrán salido indemnes,

qué conocimientos superiores habrán desarrollado,

a qué horas tan tempranas abrirán los ojos

para merecer la recompensa de un puesto de trabajo.

Me pregunto cómo han hecho los farmacéuticos para vender

y no regalar remedios.

¿Reconocerá el operador de mercado

a los otros seres que habitan su pensamiento?

¿El computista estará en sintonía con sus misterios?

Me pregunto si los trabajadores

tienen que esperar la hora del refrigerio

para pensar que su estar en el mundo

no es un hecho meramente topográfico

ni productivo,

sino que es fundamentalmente

un estar humano.

¿Cómo harán para acallar sus asaltos cenestésicos

en medio de las tareas cotidianas?

¿Serán compatibles el pragmatismo

y la inanición del pensamiento continuo?

¿Sabrá el soldador que nunca está sólo en su pellejo?

Me pregunto si todos tienen un horario para ser ellos mismos

y un horario para ser lo que les indican otros.

¿Podrá el jefe de personal ser lo mejor de sí sin perder autoridad?

¿Podrá el estibador cargar la noche sobre los hombros?

¿Habrá un modo de hablar

que no se confunda con la dulce voz de las camelias?

¿Será posible ser una misma y ser otra y otra, bajo el mismo nombre,

sin que esto cause sospechas al empleador?

Me pregunto si hay tiempo de pensar qué diferencias separan

al hombre del hombre,

a la mujer de la mujer,

a la mujer del hombre,

y si ese tiempo de pensar es un trabajo,

y si ese trabajo puede dar de comer.











*


Pobre de aquel
que niega la certeza del abismo,
del que no teme
otra cosa
que al llegar la mañana
lo encuentre despierto.

Pobre de aquel
que no ha visto en los espejos,
las máscaras
de sus monstruos
habitar piel adentro.

Pobre de aquel
que no ha caminado
en sus infiernos.



*De MARIANA FINOCHIETTO. mares.finochietto@gmail.com












Blues de un dolor apaciguado*



Caen gotas de noche sobre la soledad de los zapatos.



*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar







***
INVENTREN
http://inventren.blogspot.com/


PLUMAS EN LA LUNA*

(De la Estación Lucas Monteverde – Ferrocarril Provincial)



Vivía yo con mi familia en un clásico barrio, cercano a las vías del tren.

Todas las tardes, al volver de la escuela y después de la merienda, nos juntábamos los chicos de la cuadra.

Todos guardábamos en algún bolsillo un pedazo de torta, algún bizcocho, o simplemente un pedazo de pan. Y para allá corríamos a la tapera de Pancho, debajo de un árbol al lado de las vías.

Pancho era el linyera, el “croto”, como le decíamos en mi infancia, que todos queríamos y para él vaciábamos nuestros bolsillos.
Debajo de una descuidada barba, que podría ser blanca, sus mandíbulas, con increíble y buena dentadura, trituraban con fruición los dulces, mientras convidaba trocitos a sus cinco compinches, cinco perros flacos y pulguientos que lo acompañaban en sus aventuras por las calles de la ciudad y cuidaban de las estrafalarias pertenencias de Pancho.
Alto, flaco, algo encorvado, de caminar lento, ojos claros casi escondidos bajo las tupidas cejas, de largos cabellos atados a la espalda con un piolín, Pancho tenía una mágica atracción para nosotros. Sentados en rueda a su alrededor, escuchábamos sus relatos y nuestra imaginación se regocijaba con las aventuras que nunca pusimos en duda. Si el tema era estar frente a un león, en plena selva, creíamos en sus poderes de hacerlo volver a su guarida sin chistar.

Antes que oscureciera, nos despedíamos de Pancho, asintiendo a su orden de portarnos bien y hacer los deberes.

Una tarde, lo encontramos ocupado en raros artefactos de alambre que, nos dijo, serían alas para volar hacia la luna. Nos pidió le lleváramos plumas, y al otro día, todos los chicos aportamos una buena cantidad de ellas.
Las gallinas se habían alarmado de nuestro ahínco en limpiar de plumas los rincones, y alguna de las pasaban cerca, sintieron los manotazos.

En mi casa no había gallinero, pero abuela Sofía, como buena idish, tenía un acolchado de plumas que trajo de su país, que misteriosamente quedó menos abultado.
Durante una semana asistimos y aportamos a la realización de las grandes alas que ya tenían buenas formas.

Una fuerte tormenta nos mantuvo en nuestra casa, y al otro día, cuando llegamos a la tapera, sólo encontramos algunas plumitas embarradas y los perros, que nos saludaron con alegres ladridos, mientras comían lo que había en nuestros bolsillos. Pancho no estaba, tampoco las alas.

Volvimos durante unos días, en especial llevando algo de comer a los perros, que ya no eran cinco. Algunos también nos habían abandonado.

Mamá, notando mi tristeza, una noche de luna llena me invitó a mirarla, y descubrimos las barbas de Pancho. Me alegró mucho saber que había llegado.

Hoy, ya hombre, intactas mis emociones infantiles, levanto mis ojos hacia la luna y mi corazón se comunica con Pancho, alejando por unos minutos los ingratos sucesos de este siglo XXI, cada vez más agobiante.

Comparto la ilusión con mis dos hijos que olvidan sus guerreros y monstruos electrónicos y apaciguan sus fantasías escuchando, por enésima vez, alguna de las aventuras de Pancho, que ya incorporaron a sus recuerdos. Por supuesto que conocen de los cráteres de la luna y su gaseoso entorno, pero nos entibiamos el espíritu y por unos minutos vemos las barbas, y tal vez, algún guiño de Pancho, que todavía, a pesar de los años, deja deslizar alguna plumita, que encuentro debajo de un árbol o posada, etérea, sobre las violetas del jardín.



*De Elsa Hufschmid. elsifumi@yahoo.com.ar



Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:

 INGENIERO WILLIAMS.

GONZÁLEZ RISOS.  PARADA KM 79.  ENRIQUE FYNN.
PLOMER.   KM. 55.   ELÍAS ROMERO. 
KM. 38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD.  MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.  JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.
KM 12.  LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.
 VILLA FIORITO. VILLA CARAZA.  VILLA DIAMANTE.
 PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.

***

Próxima estación para escribir por Ferrocarril Provincial:

 GOBERNADOR ORTIZ DE ROZAS

 JOSE RAMÓN SOJO.  ÁLVAREZ DE TOLEDO.    POLVAREDAS.
JUAN ATUCHA.   JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.
FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.
 ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.   GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.   ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
 D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA.  LA PLATA.




InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar

jueves, febrero 26, 2015

EDICIÓN FEBRERO 2015


*Dibujo de Erika Kuhn.








UN BREVE POEMA BUCÓLICO *


a mi madre, en memoria,
que hablaba del tiempo



Qué tristeza, ¿no? Estuvo lloviendo
a torrentes y una parte del parral
se está secando. No es buen tiempo
para sembrar, parece, ni para mirar.
Las nubes están bajas, muy bajas, y
sólo se ve niebla, o alguien que está
triste o intenta disimularlo o habla
del tiempo o inventa un chiste. Así
es la historia de la siembra. Nadie
se engañe, nadie se ufane. Una flor,
para que aparezca, es un milagro.



*De Eduardo Dalter. eduardodalter@yahoo.com.ar
Buenos Aires, 16 de febrero, 2015










LAS LLUVIAS *



Nuestra infancia no fue menos feliz porque escaseaban los juguetes. La imaginación de los niños siempre es ilimitada y sobre todo en aquellos años los pocos que accedían a uno no eran mayoría en el pueblo. Pocos padres podían hacer un gasto extra,  en mi pueblo.
La lluvia en ocasiones caía de un modo muy triste, cansinamente sobre los sembrados , a veces lo hacía con furia, precedida de grandes truenos rodadores como un peñón que cae desde un monte altísimo, mientras el latigazo de un relámpago se repetía en el trazo estremecedor sobre las cosas, y la poca gente que buscaba refugio  presto, recogiendo las mujeres la ropa tendida, pero todos sin excepción recibían ese estremecimiento  de la naturaleza como un miedo atávico que debían soportar , rogando sobre todo los hombres que los destrozos no fueran tantos ni tan graves.
Los únicos contentos, con esa alegría de la inconsciencia temprana éramos nosotros, que gozábamos el espectáculo de los sapos numerosos que cruzaban las calles anegadas, los perros que se refugiaban bajo la galería de ladrillos mal cocidos, con sus techos de chapas que reproducían sonoramente el tambor de la lluvia persistente, los gatos que se pasaban al cajón donde los marlos esperaban la boca flamígera de la cocina  económica, y tal vez el ruido del vendaval acunaran sueños ronroneantes.
Pero había algo siempre venturoso. Si estas lluvias se producían en verano, porque venía precedida de un calor agobiante, de una presión insoportable y siempre era un augurio de frescura el anuncio de la lluvia y al escampe, cando se habían cubierto de agua los zanjones que drenaban líquido hacia el campo sería el momento en que nos quitáramos las alpargatas no sin la venia paterna. Y salíamos con los barquitos de papel, las latas vacías de sardinas o alguna cosa de madera que flotara para jugar a las bandas de piratas y corsarios que leíamos en Julio Verne o en las diversas revistas de historietas. Y venían las carreras y los resbalones que seguramente nos costaría un reto, pero el fragor del juego era tan entusiasta que bien valía un reto si en esa carrera de la pista resbaladiza uno lograba salir primero.
Siempre había un ocurrente que proponía ir a pescar ranas al zanjón de los Vélez, con un piolín con el cual atábamos un pedazo de carne y tal vez esa noche podríamos aportar un menú distinto en nuestras casas y qué ricas resultaban esas ranas que saltaban en la sartén como si estuvieran vivas y producían cierta aprensión en mi madre, motivo por el cual intervenía mi padre que siempre estaba dispuesto a toda cosa a la cual ella no se atrevía. Imposible saber  hoy si esa tarea le agradaba, pero se hacía cargo y nos sentábamos los tres a la mesa, donde pronto dábamos cuenta de ese manjar crocante.
Como desaguaban pronto las zanjas y los pequeños canales que la comuna mantenía limpios, ya que esa última calle llevaba al campo, al otro día casi con seguridad las encontraríamos vacías, pero con la esperanza de que la lluvia siguiera varios días para asegurarnos otros momentos de módica felicidad. Claro, todo esto con la salvedad de algún mandado, ya que en el verano no había clases por tanto la responsabilidad mermaba mucho, yo diría: casi toda.
Y uno imaginaba cómo se hincharían de agua las cañadas, cómo irían llenándose de bagres los anchos canales del campo, cómo se llenarían de garzas blancas los juncales, de flamencos sus orillas, cómo pondrían a salvo sus nidadas los teros y los patos, cómo nos esperaría todo ese mundo acuático con el croar ensordecedor de las ranas, cómo esperábamos entonces el momento en que nuestro padre iría de caza para acompañarlo con ese cuzco blanco y fiel que tanta alegría trajo a mi niñez lejana.
A veces en mi pueblo veo pasar esas barritas de chicos con las modestas cañas de pescar al hombro que hacen aquel “Camino del diablo” como nosotros, cuando el mundo estaba en pañales y ninguno de nosotros tenía idea de los sinsabores que nos esperaban.
Pero también con estos recuerdos gratos que quiero compartir hoy con ustedes y que me dicen que se puede ser feliz con poco.
Con casi nada.


*De Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar








*


¿Quién no ha mentido,
alguna vez,
para rebelarse
contra los prolijos
usos de la realidad?

¿Para sostener,
descaradamente,
una declaración
de principios
en contra del caos?

Cuántas veces
la mentira
es la única verdad
que sostiene al mundo.



*De MARIANA FINOCHIETTO. mares.finochietto@gmail.com









ECOS EN UNA PUERTA *



Allí esta. Quieta y raspada de tiempo. Años en que ya no es utilizada para sus fines. Apoyada en el tapial. Así es. Ya nadie le da importancia, sólo un par de perros vagabundos que se acobachan en el ángulo que queda abajo al estar apoyada. Le dan una utilidad que ella, si fuera consciente, no abría esperado.
En lo personal, paso a diario por ese tapial que sostiene a la puerta; paso para cumplir mi jornada laboral. Ella, inmutable. A veces pienso en quienes habían usado su picaporte, asegurado su llave o abriéndola para que entre o salga alguien o, simplemente, la brisa necesaria en pleno verano. Por supuesto, sin rostros fijos. Siempre, al tratar de  imaginar esa posibilidad pasada, los rostros cambian. Y no da para más. La imaginación tiene su propio territorio y uno la deja jugar libremente, sin alterarse demasiado, sino sólo para mantener activa esa capacidad: imaginar.
En realidad no sabría precisar exactamente cuándo fue el día que me paré delante y la miré con detenimiento, detalladamente: su vieja pintura, la herrumbre de sus bisagras, las vetas que se forman cuando la madera se reseca, el picaporte raído y sin su brillo de antaño. Y me animé, no sin antes verificar que nadie me mirase, golpear la puerta con mis nudillos. Los perros salieron de su cobijo. Pero, lo más asombroso fue que sentí los pasos que se acercaban desde el otro lado y la voz preguntando: - ¿Quién es? ¡Puede pasar! ¡Esta abierta! En este momento no puedo abrirle pero, si es Ud. Juan, déjeme un par de litros en el escalón, como siempre. Mañana le pago.
Imaginen mi sorpresa. Y toda mi torpeza. Creo que aún estoy corriendo.



*De Oscar Ángel Agú. oscarcachoagu@yahoo.com.ar










TRAS LA BÚSQUEDA DE LO PERFECTO *


Ahora no tienes, corazón, el vuelo.
José Ángel Valente.



1


Reencontrarme con el gozo
a flor de lengua
en medio de la mañana
despojando a la soledad del miedo,
con la inquietud del exilio,
sin dubitar un reflejo
y recibir la vieja estocada
de aquel que nació condenado a reír
en medio de un desierto
acumulado por la tristeza.



2

Ofreceré mi cabeza a las piedras
para que la sangre
lave sus dudas
y cuando de mí
se hable como un recuerdo
brotaré del suelo
como maleza ciega
como el grito inaudible de inquietud
sobre las alas de las aves
que vendrán a resucitar
con mis palabras.




3


Que las palabras
defiendan mi legado frente al tiempo
que alejen de él
la voracidad de la ruindad humana
presta siempre a quemar
en la hoguera a quienes
jamás adjuran al vicio indomable
de seguir luciérnagas
con los ojos cerrados
o el viejo canto
perdido en el corazón
del hombre.


*De Daniel Montoly. danielmontoly@yahoo.es








ONDOLOIN *



Le he dicho ondoloin a una amiga chilena, Ross. Es ya tarde, hemos charlado por face y le digo ondoloin y no lo entiende. Ondoloin, y las olas de la mar océano se ondulan de América hasta la lejana península ibérica. Ondoloin le digo, y es el saludo basko para ir a dormir, y es el nombre de mi casa azul que está en Rincón y que es la suma de mis deseos, que es la suma de las reminiscencias de una niñez que ha quedado en hitos y referencias.

Ondoloin digo, y es la casa de la Ester Márquez hace cuarenta años, con retratos amenazantes en las paredes, anchas puertas de hierro, muchos patios y olor a jazmín.

Ondoloin digo, y hago un cartel para mi casa con vidrios de colores pegados sobre una antiquísima chapa patente de quién sabe qué automóvil desleído en chatarra ya hace décadas. Ondoloin reza el mosaico de vidrio, y luce los colores de la bandera de la patria de mi madre, su txoco, su raíz, su pertenencia, el suelo de montaña y mar, de ovejas y árboles de manzanas pequeñas.

La nombro Ondoloin a mi quinta que también es mi casa azul, azul de sueños, azul como el inexistente o no tan inexistente pájaro azul de la felicidad.

Y en Ondoloin habrá un jardín de invierno con mamparas de vidrios repartidos, evocando los jardineros ingleses regando delicadamente las rosas en el invernadero. Y habrá muebles de cedro porque queremos materiales nobles, fuertes, pesados, llenos de pasado y durables extendiendo largas sombras en lo por venir. Y habrá una cocina generosa para armado de ravioles y amasijos de pan, un asador interno para que el fuego pueda hacer figuritas anaranjadas de vidrio líquido, para que alimentemos con palitos, uno a uno, ese milagro limpio y luminoso.

Habrá en la casa azul un pez azul, allá arriba en la pared del tanque de agua. Y el pez de cemento revestido en vidrios centelleantes será un bagre de este mi río, esta mi tierra puro agua y camalote y ave zancuda. Pero habrá la dulzura del ondoloin extendido como una sábana de hilo recién planchado y perfumada con membrillos, envuelta en papel azul de cajón de manzanas, durmiendo ondoloin, durmiendo, ondoloin, en el ropero de patas de araña.

Será esta una quinta, una casa, un pequeño lugar de la extensa América. Y habrá copas y porcelana vieja, y habrá muchas sillas esperando dar hospedaje a los amigos. La porcelana será europea, las copas americanas, el lugar una vaga intersección entre dos mundos y dos vertientes cantarinas. Una arroyo, una río estrecho y la otra delta y catarata.

Ondoloin se llamará la casa, con columnas de quebracho del ferrocarril, con vidrios azules de ese profundo azul que ya no se produce. Será entonces, Ondoloin, un momento titilante entre el pasado y el futuro. Será un pequeño presente y entonces digo pequeño presente y pienso en un obsequio.

Tendrá jardín y tiene ya su álamo que trae el mar de Euskadi cuando el viento mece su follaje maravilloso. Sonido a océano que llega a tierra, olores vegetales de esta mi tierra de bichos bolita y caracoles.

Comeremos moras que nos mancharán la piel irremediablemente, paltas caídas de tan alto, albahaca y romero de los almácigos.

Pasearemos por calles de arena donde nos observan las lechuzas y donde los perros siempre duermen desparramados al sol. Donde la gente se cruza y se saluda. Pasearemos con aroma a eucaliptus medicinal y pasto recién cortado.

A la noche diremos ondoloin. Ondoloin, ondoloin, ondoloin, lejanas campanas resonando.



*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com










La misma sed *



Esas nubes oscuras, pesan.
Cargadas de presagios
suponen tormentas que llegan
-acorde a humanas realidades-
con un fondo de tempestad.
El aire, casi fuego, abrasa.
Dispongo mi silencio
en esta calma inestable
lo adenso, lo compacto
le doy la forma de esfera
lo echo a andar por el paraje sediento.

Después de largas horas
se rompe la piel de unas gotas de agua
que parecen a punto de decirme algo...
Pero callan.
¿Cómo aprender a no dejarme seducir
por el aroma del agua en celo
ni aferrarme a ningún filamento
que suponga salvación cuando llevo
la mirada hacia adentro
y la misma sed encuentro?


*De Miryam Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar










Bajo un rojo paraguas *


dos bajo un rojo paraguas.
calle gris de andar la lluvia merodeando los
tachos con basura que los camiones municipales
aún no han recolectado.

dos achicharrados bajo un rojo paraguas.
un mozo pita su cigarro mientras los mira pasar
debajo del toldo del café
y sonríe.

dos pajaritos azules bajo el rojo paraguas.
no hay taxis habrá que caminar el tiempo
ir tocando mariposas que el agua crea
en su alfarería sonora de espejos y cristales.

dos bajo un rojo paraguas se besan
y una niña que espía desde la quinta ventana del edificio
se sonroja y sueña ella misma
con el beso que aún desconoce

dos bajo un rojo paraguas se abrazan
se dicen el mar al oído
se llenan el pelo de olor a estatuas de azúcar
se dejan en la lengua carne dulce del otro

dos bajo un rojo paraguas se tocan
descubren de pronto al otro
no sabían que estaba allí
y si sabían no importa
recién se reconocen

por el olor se reconocen
dos bajo un rojo paraguas
inventan el amor
la calle que pisan inventan
el mundo inventan

dos bajo un rojo paraguas son espejos/



*De León Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar









CANTAMOS *


Sostendré esta canción hasta que la verdad
me derrote y me cierre los labios.
"Cantores"
Gabriel Sopeña


Cantamos porque la vida lo precisa.
Porque al mágico influjo de la música
las piedras del camino devienen girasoles,
porque al cantar se cauterizan las heridas
y nace entre las manos una espiga
que eleva su estatura hacia el sonido
que fluye interminable, que germina
y se expande como un polen de promesas
por la extensión sin límite del cielo.

Cantamos porque el canto es necesario.
Porque en alguna parte, alguien que sufre,
necesita los versos, las notas que tañemos,
los acordes que inventa nuestra lira.

(Pésimo conversador es el silencio,
hay que romper su círculo encantado
y lanzar hacia el viento las palabras
como un cauce perpetuo que no tiembla
ante el rugido atronador de sus sicarios)

Cantamos nuestra dicha y nuestra pena,
el pan que nuestras bocas alimenta
y el vino que nos roba la consciencia.

El canto es una lucha que no ceja,
una herramienta contra las cadenas,
un estandarte imprescindible, una luz plena
que no apagan las noches de derrota
ni el severo fluir de lágrimas doradas.

Mi canto es una bandera de horizontes,
una hoguera de manos enlazadas,
un coro de palomas que despiertan.


*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com










Búsqueda o el trabajo de la vida *



La memoria sueña

cavando pozos en el cielo

desenredando del abismo

una joya de luz o una palabra.


En el vacío de la esfinge

pinta barcos, risas,

Una forma de arrinconar la ausencia.

De pararse y brillar

sobre los restos mudos del naufragio.



*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar





***
INVENTREN
http://inventren.blogspot.com/

ORTIZ DE ROZAS*

(De la Estación Ortiz De Rozas – Ferrocarril Midland)


La mujer ya no era joven. Últimamente le parecía que ya nadie era joven, que los amigos, los vecinos, los parientes, todos habían ido deslizándose junto con ella por una cinta que los había dejado así, arrugados, desplanchados, desteñidos, como esos pantalones de trabajo que se van gastando irremediablemente, salpicados y con alguna que otra recosida para remendar lo que ya no da más de si.
La ventanilla no deparaba sorpresas. Tras los campos y los postes alguna casita, alguien trabajando el campo, el cielo. A veces miraba el paisaje, a veces se miraba a sí misma etérea en el vidrio sucio, un reflejo de alguien con la mano sosteniendo la cara, el cabello claro, los ojos mirando sus propios ojos sobre el sinfín de la llanura.
Otra parada. El tren se detuvo y leyó el cartel “Ortiz de Rozas”. Le molestó la zeta. Y la repetición de la zeta en los dos apellidos le sugirió la posibilidad de que la segunda fuese un error, pero no, no creo, se dijo. El cartel era antiguo, alguien lo hubiese corregido. Es raro, se dijo, es raro pero es así.
La próxima estación era la suya. Bueno, falta poco. Pero después de diez minutos y de que no observase pasajeros subiendo o descendiendo, se preparó para la noticia de que algún desperfecto había detenido el tren.
Esperó un rato. Miró por la ventanilla. Allá cerca de la locomotora se veía gente en el andén. Bueno, la ocasión de estirar las piernas, la posibilidad de enterarse de lo sucedido. Comenzó a pasar de vagón en vagón hacia el frente, pero luego decidió hacer el camino por afuera, para recibir un poco del último sol de la tarde. El último sol pone pelirrojos a los árboles, estira las sombras, hace que el cielo se transforme en una escenografía.
Algunos hombres estaban reunidos a la altura de la locomotora. Hablaban entre ellos y uno había encendido un cigarrillo. Cuando ya estaba cerca, un muchacho de campera negra escupió en el suelo. Estuvo a punto de regresar, pero se dijo que toda la vida había escapado ante los gestos desagradables y hoy no. Eso, hoy no. Con los brazos cruzados siguió caminando despacio hasta que pudo ver que en el suelo, en el centro del círculo de hombres, había una vieja motoneta caída de lado, y un hombre con gorra sentado con las piernas abiertas que miraba fijamente sus propias manos. No decía nada.
La mujer se acercó al grupo y preguntó que qué es lo que había pasado, pero los hombres la ignoraron. Su voz era suave, era vieja, era mujer.  Los hombres ignoran a las mujeres viejas de voces débiles.
Con las mejillas encendidas volvió a preguntar, "Qué pasó". Uno de los hombres giró un poco el cuerpo y la miró desde arriba pero no se molestó en contestarle. El joven de campera negra volvió a escupir.
La mujer sintió que se arrebolaba y a la vez una ira avasallante y una avasallante vergüenza.
“Me caí” dijo el hombre de la motocicleta. Después la miró.
“No vi el tren, me asusté cuando noté que lo tenía cerca, y me caí” Dijo el hombre que era viejo, que tenía ojos puros y que la miraba. Hacía mucho que nadie la miraba. Ella pensó que este hombre en el suelo la estaba mirando, pensó que le había contestado, notó que él la miraba con la cara abierta como la de un niño que despierta en medio de la noche y vuelve el rostro hallando el de su madre.
“Sana sana colita de rana” pensó ella. Increíblemente, dijo “sana sana colita de rana” y los dos rieron.
El grupo de hombres no se dio cuenta de que se había partido una montaña, no notó que el cielo se rasgaba, no escuchó caer las piedras de la torre que se derretía en estrépito. El grupo de hombres no hizo ningún comentario, simplemente levantaron la motocicleta y lo ayudaron a ponerse de pie.
Era alto, desgarbado, los pantalones le quedaban un centímetro más cortos de lo que debiesen. Ella le arregló un poco el gabán, y mientras se subía a la motocicleta le preguntó que por qué las dos zetas en el nombre de la estación.
Él no sabía.


*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com



Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:

 INGENIERO WILLIAMS.

GONZÁLEZ RISOS.  PARADA KM 79.  ENRIQUE FYNN.
PLOMER.   KM. 55.   ELÍAS ROMERO. 
KM. 38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD.  MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.  JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.
KM 12.  LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.
 VILLA FIORITO. VILLA CARAZA.  VILLA DIAMANTE.
 PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.

***

Próxima estación para escribir por Ferrocarril Provincial:

 GOBERNADOR ORTIZ DE ROZAS

 JOSE RAMÓN SOJO.  ÁLVAREZ DE TOLEDO.    POLVAREDAS.
JUAN ATUCHA.   JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.
FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.
 ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.   GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.   ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
 D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA.  LA PLATA.




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