jueves, octubre 31, 2013

LA INFINITUD DEL DESENCUENTRO...



*Obra de Claudia Marting.
Rosario. Argentina.
 
 
 
 
 
 
Ángeles caídos*
 
 
 
Es el tercer ángel que cae del cielo en una semana. El primero cayó en un parterre de tulipanes, el segundo en el puerto y éste ha caído en el campo de fútbol en la media parte del partido.
 
El Consistorio está preocupado por estos sucesos y ha constituido un Gabinete de Investigación para esclarecer los motivos de tan extraño fenómeno, pero la investigación se demora y los interrogatorios a los ángeles no aportan nada concluyente.
 
"Estaba tranquilamente en mi nube y sin darme cuenta me vi rodeado de tulipanes", "Tomaba café sobre un estrato y caí al mar", "No sé decir qué pasó, yo paseaba por un jardín de nubes y me escurrí cayendo al campo de fútbol".
 
El denominador común de las declaraciones eran las nubes por lo que se incluyó un equipo de meteorólogos en la investigación. Éstos, concluyeron en la teoría de que el fenómeno se había producido por la mala calidad de las mismas. Como había tanta escasez de agua estaban muy mal formadas, débiles y con baja densidad por lo que eran incapaces de mantener a nadie encima.
 
El Consistorio no comunicó estas conclusiones al pueblo aduciendo que no podía probarse. Por otra parte, tampoco creyó prudente hacerlo ya que los ciudadanos pasaban sed y cada día caían más ángeles sobre la ciudad.
 
Se ha iniciado un turno de rogativas para la lluvia con romerías a todas las ermitas que hay alrededor de la ciudad y se ha prohibido caminar por espacios abiertos mientras dure la sequía.
 
 
 
*De Joan Mateu. joan@cimat.es
 
 
 
 
LA INFINITUD DEL DESENCUENTRO…
 
 
 
 
 
 
Sobre cierto arte*
 
 
*De Alfredo Di Bernardo. alfdibernardo@fibertel.com.ar
 
Todas las noches, un hombre miope sale al patio de su casa y mira hacia el cielo estrellado. La debilidad innata de sus ojos le impide percibir con nitidez el paisaje majestuoso que se extiende sobre él. No obstante, en aquellos débiles fulgores apenas vislumbrados alcanza a intuir la mágica esencia de algún secreto cósmico, y eso lo hace feliz.
Al día siguiente, todavía conmovido por los fragmentos de eternidad que ha logrado capturar, resuelve compartir sus modestos hallazgos con todo aquél que quiera escucharlo. Pero apenas abre la boca frente a algún interesado, descubre con tristeza que, por más que se esfuerce, no acierta a encontrar las frases apropiadas, ni puede tampoco dejar de tartamudear. De su garganta sólo surge, entonces, un parlotear confuso, compuesto de palabras incoherentes, fatalmente imprecisas. Su discurso termina siendo sólo un pálido reflejo de otro pálido reflejo.
El frustrante proceso se reitera día a día.
Y sin embargo –he aquí el auténtico misterio- hay gente que al ver pasar al miope tartamudo lo mira con admiración y comenta con gratitud: “ese hombre me ha enseñado lo que son las estrellas”.
 
 
 
 
 
 
VIEJO ARTE NUEVO*
 
 
 
*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
 
 
Desde siempre los hombres hemos debido luchar para sobrevivir. Hemos construido viviendas, realizado herramientas, trabajado en el sudor del día.
Ocupados y agobiados, urgidos por las necesidades cotidianas, sin embargo hemos, siempre, desde siempre, hallado la forma para apartar los minutos o las horas para lo accesorio y quizás fundamental. Para crear lo bello.
La belleza, esa necesidad humana, que aparece encarnada en una figurilla de marfil enterrada bajo siglos de greda, en un bisonte rojo confundido con la roca de las cavernas frías, esa belleza que mantiene al artesano ornamentando, al pintor dubitativo frente a dos tonos con tal sutil diferencia, que se dirían iguales. Esa belleza buscada, perseguida, tomada de la falda para que no huya.
La belleza porque si, la belleza que no es utilitaria, la fina línea grabada hace milenios en el arco para la caza, los colores que no añaden calor al tejido, pero sí la hermosa sensación de portar algo único. Bello.
La belleza en el palacio dorado a la hoja, en la catedral esculpida en mármol, en la inextricable mezquita. La belleza sobre un muro desgastado, agrietado, sobre el pobre muro de una casita pequeña junto a la vía del tren.
Sorprende al caminante la mariposa, la acaso sirena con alas, la mujercita etérea hecha en relieve, bajo relieve, pintada y construida, esa sirena mariposa, esa mujer de la Belle Epoque de líneas onduladas que alguien hizo para si y porque le gustó en el porche de la casa. Art Nouveau se llamó al estilo que compuso mujeres elegantes de brazos vegetales, esta figura es un arte nuevo y viejo, armada con despojos, deseo y presencia, voluntad y anhelo. Con la memoria de lo que hubo y la escasez de lo que hay.
Casa pobre, de paredes despintadas; la sirena marcada con un surco hasta el ladrillo en el revoque, un brazo añadido, quizás de un maniquí, que se desprende del plano, apliques de espejos rotos ornamentando el tocado, y como sombrero una lámpara armada con viejos caireles de colores. Pintura basta. Materiales desechados y vueltos a la vida.
Una figura única que descubrimos transitando uno de esos lugares por donde no suelen darse los paseos.
Esta sirena mariposa alumbra el porche, alumbra la vida con su luz de belleza caprichosa. Dice que la pobreza no renuncia a embellecer el mundo, y que la luz se esparce en los lugares más remotos. Gratuita y maravillosa.
Dice la grácil figura que el corazón humano no renuncia a imaginar ni a crear, y que tal esfuerzo se disfruta cuando se comparte con los transeúntes. Y nos hermana.
Casi se ha ido la luz, pero un cazador fatiga sus ya fatigadas manos en tallar delicadamente un ave en su lanza. Llega la noche. Mañana terminará su tarea. Sueña con un trino y un aleteo. Esto ocurrió hace apenas un momento.
 
 
 
 
 
 
 
ÁRBOL DE NOVIEMBRE*
 
 
 
En una vida fui árbol y recuerdo
la alegría de noviembre
naciéndome otra piel
brotándome yemas en los nudillos.
 
 
Mi cuerpo una selva y una casa de pájaros.
 
En mi corazón crecían torres mudas
profesando lo sagrado del día,
el pequeño clamor de los nidos
cuando su peso era latido.
Todo era amado:
sol aire agua zumos
de la tierra volviéndose savia.
 
Recordarse árbol de noviembre es
traer al presente la primera memoria
y estrenarla
sin indagar si es cierta.
Basta la atracción del árbol
y el silencio umbroso que me aquieta.
 
 
*De Miryam Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
 
 
 
 
 
 
 
 
ABISMOS*
 
(Pájaros sin alas)
 
 
En las grietas profundas de la noche,
absurdas calaveras
adelgazan su hastío de baldosas,
ondulan entre muslos
enlutados de sedas malheridas
por la furia afilada de las sombras,
desnudan carcajadas malolientes
que apuñalan
la pervertida espera de las rosas.
Crueles ritos de guiño y ventanilla
encadenan la lumbre de los grillos
a jaurías de lechos extraviados
en pequeñas alcobas
donde devoran sueños,
las fauces degradadas de una luna
de caderas redondas.
Más allá de las máscaras,
hogueras de gemidos navegantes
asesinan palomas
y en el vientre quebrado de la risa,
sobre un casto rebaño de azucenas
que el viento sur desflora,
por helados hilillos de agujas sumergidas,
alacranes de carne desgarrada
inauguran silencios de cebolla
y en los despeñaderos del martirio,
saciados de vigilia,
los abismos sollozan.
 
 
*De NORMA SEGADES-MANIAS.
 
 
 
 
*
 
Qué guiño imperceptible
nos hablará el amor
cuando amanezca
y qué brisa será
la boca que no entienda
las palabras?
 
 
*De Alejandra Alma.
 
 
 
 
 
TRANSFORMACIONES*
 
 
 
*De Sonia Arismendi. soniaris@adinet.com.uy
 
 
Trabajaba con intensidad, concentrado como siempre en lo que hacía, pero sin placer. Estaba de mal humor. Sus ojos fijos en la pantalla luminosa, donde se mostraba un mapa coloreado por sectores, tenían un brillo tenso. Los dedos golpeaban las teclas con precisión, pero con demasiada fuerza. La boca se contraía mostrando el brillo de los dientes en una mueca irónica. Hacía todo con perfección natural, sin esfuerzo, pero hoy no se encontraba bien. Sentía una furia contenida hacia los directores del proyecto. Era la tercera modificación que le pedían, sin razones válidas para hacerlo. Se detuvo un momento y se dirigió a la pequeña cocina anexa al estudio. Se sirvió una copa de vino y tomó un sorbo todavía apoyado en la mesada,. Pensó que esto no era su estilo. Cuando bebía una copa de vino lo hacía en la atmósfera adecuada, la música sonando suavemente, la copa apoyada con cuidado en la mesa redonda al lado del sillón rojo. Pequeños rituales que llenaban sus espacios, siempre jugados en el ambiente perfecto. Se molestó consigo mismo y se dirigió de nuevo al estudio, pero no siguió trabajando. Se sentó despacio en el sillón con la copa en la mano, la mirada recorriendo sus libros ordenados con cuidado. Sonrió. Eran demasiados. Quizás tendría que dejarles la casa para ellos. Luego se fijó en el ordenador con el mapa desplegado dentro de él como una pintura primitiva. Se sintió agotado, pero con un deseo incontrolable de cambio, de movimiento, de reversión total. Pensó con una mueca en las veces que había soñado con mutaciones totales. Estoy harto, se dijo. Bebió el resto del vino y se adormeció en el sillón, las manos laxas apoyadas a los lados, la cabeza erguida contra el alto respaldo con los ojos cerrados. Mucho más tarde, los abrió, mirando fijamente, hacia la luz que lo atraía. Luego los entrecerró como ranuras, comenzó a mover su cuerpo con suavidad, despacioso y silente. Se movió hacia la luz del ordenador. Se apoyó en el suelo con sus brazos elásticos cubiertos de pelos dorados, las garras ocultas, el lomo estirándose con sus manchas negras, las patas apoyadas con firmeza. Reconoció el lugar lentamente, deteniéndose en la contemplación de cosas que lo llamaban., pero no lograba identificar. Se movió hacia la luz del ordenador con un impulso de ira. Trepó de un salto a la silla y aplastó el vidrio con furia. La luz se apagó. Todavía inquieto, siguió su recorrida. Lo detuvo la figura de madera de un muñeco articulado y un pájaro de lata que picoteaba el piso sin parar. Los husmeó y gruñó amenazador. Se sentó frente a ellos preguntando con los ojos. Algo parecía surgir en su memoria, pero desapareció. Con un golpe rápido aplastó al pájaro. Moviéndose despacio se desplazó a lo largo de las bibliotecas atestadas. Algo allí era importante para él. Husmeó los libros con placer, oliendo especialmente algunos estantes. Algo le molestaba como un dolor. Se revolvió nervioso, sentándose luego totalmente inmóvil con los ojos fijos en los libros. Pero fue inútil. Se levantó sintiéndose cansado y se dirigió hacia el otro ambiente. En el dormitorio el tatami lo esperaba y él lo aceptó como propio. Se sentó encima afirmando su posesión. Se sentía agotado. Se estiró con suavidad, colocó la pesada cabeza entre las patas y se durmió con la luna llena en el vidrio de la ventana.
 
 
 
 
 
*
 
 
 
imperceptiblemente nos abandonan las puertas
nos dejan las lunas, las llaves, dejamos de ver caracoles
volteamos el rostro y el salón antes armado para la fiesta
está vacío, las sillas echadas al suelo, las copas caídas
la propia cara va perdiendo su mueca en el espejo
ciertas palabras ya no salen de la boca
se habrán deshecho en polvo silencioso, etéreo
la mano que acercaba la pulcra camisa ya no está
ni están tampoco junto a la cama las pantuflas
que se arrastraban dejando corolas de luz por la casa
sin darnos cuenta un día abrimos el abrevadero de gente
y solo sale arena de los grifos, pelusas o tuercas oxidadas
las canciones se quedan sin artificio de sonar y se evaporan
imperceptiblemente hemos sido abandonados
una mano, que tal vez sea nuestra, cierra lentamente la puerta
dejando tras los grises ventanales una vaga y metódica figura
que, tal vez, sea uno mismo mirándose partir
 
 
*De León Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
 
 
 
 
De paso*
 
 
 
*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com
 
 
 
Lo pensó así en el momento exacto en que se apeaba del tren: "nadie hablará de nosotros cuando hayamos muerto". Intuía o recordaba que era el título de una canción, una película, un libro... Algo que le venía de remotas regiones de su mente, palabras difuminadas por la resaca del tiempo que ahora, sin motivo aparente, habían salido a la superficie para volver a sumergirse en el olvido minutos u horas más tarde. El hombre ya no era joven. Tenía esa edad indefinida de quienes han vivido en muchos sitios o -pensémoslo despacio- en ninguno. Por eso una frase aparecida de repente en su cabeza podría venir de cualquier parte: La edad mezcla palabras y recuerdos, invenciones y vivencias. Todo es una misma argamasa que se amontona, informe, en los anaqueles de la memoria.
 
Pero ¿a qué venía esa frase justamente ahora? El traje raído, las arrugas delatoras, el exiguo maletín ¿pueden ser, acaso, la respuesta? El hombre miró al frente. Un cartelito despintado anunciaba el nombre de la estación: "Ingeniero de Madrid". Le resultó chocante, porque él había nacido allí, muy cerca de Madrid; en España, esa España ahora tan lejana como las brumas de un entresueño, que se van desvaneciendo poco a poco cuando despertamos y de las que, al final, apenas queda un vago rescoldo, una cicatriz inexistente.
 
Tal vez fue ese detalle -pero esto lo pensó ahora, mientras contemplaba el letrero-, el nombre de la estación, lo que le trajo a la mente la frase lapidaria. Porque ¿algún ser vivo recordaba todavía quién fue exactamente ese ingeniero? Cierto que en algún libro, en alguna enciclopedia cubierta de polvo, quizá se reflejase no sólo el nombre, sino incluso también el hecho por el cual este lugar que ahora pisaba había adoptado ese nombre, que -a pesar de todo- no dejó de resultarle sumamente curioso. Pero ¿puede una enciclopedia, por exacta y completa que sea, imitar o suplantar eso que llamamos recuerdo? ¿Son esos artículos, esas anotaciones, una forma de seguir existiendo en la memoria de las gentes futuras? Tal vez, pero, en cualquier caso, una forma distorsionada, infinitesimal. Las biografías las escribe gente viva sobre gente muerta (o gente muerta sobre gente muerta, que viene a ser lo mismo) y quienes las escriben no saben nada, absolutamente nada. A lo sumo, una mínima colección de hechos aparentemente importantes, pero que en realidad son irrelevantes o anodinos, puesto que no arrojan ninguna luz sobre la persona biografiada... La única biografía posible la va escribiendo uno mismo, con sus propios actos, y no queda registro en parte alguna...
 
Vio las vías perdiéndose en el horizonte. Las vías del tren sugieren la infinitud y el desencuentro (Acaso también la infinitud del desencuentro) pero en este caso concreto, además, ese desencuentro resultaba aún más dramático porque dos pares de vías se cruzaban en este punto para ir alejándose después hacia sus respectivos destinos, líneas infinitas que jamás volverían a encontrarse. Y este punto, el único lugar en que esas líneas se encuentran, es una estación erigida en medio de la nada, un punto perdido entre otros puntos igualmente perdidos o inimaginables.
 
Así sucede -pensó- tantas veces. Tal vez sólo exista un punto, un único punto en todo el inimaginable cosmos, donde sea posible el encuentro. ¡Qué dicha, el encuentro! Y qué tristeza ver alejarse de nuevo los trenes del destino, intuyendo.
 
Desencuentros... Si lo pensaba con frialdad y atención, fueron precisamente ellos quienes le habían traído hasta este lugar, quienes habían de llevarle adónde iba. Pero ¿dónde iba exactamente? No podía recordar el nombre (si es que tal cosa puede tener importancia en realidad), y no tenía el menor deseo de sacar del bolsillo el papel donde figuraba. Ya habría tiempo para eso cuando el nuevo tren se pusiera en marcha hacia el siguiente destino. La vida es una sucesión de trenes que, en apariencia, nos llevan de un lugar a otro. Sabía que una vez allí tenía que hablar con un tal Pereira o Pereyra, un portugués o brasileño que también -por circunstancias desconocidas y que, en el fondo, no importaban- había venido a dar con sus huesos en ese lugar alejado del mundo y de la historia. (Pero -atinó a pensar más o menos confusamente- ¿hay algún lugar que no esté alejado del mundo y de la historia? De ser así, el tiempo, juez definitivo, ya vendrá a corregir esa desigualdad momentánea, ese error inocuo). Tampoco recordaba, hecho anecdótico si lo miramos bien, cómo se llamaba el lugar del cual venía. De ese triángulo escaleno, sólo el curioso nombre de esta estación solitaria había echado raíces en su memoria. En la estación no había nadie más. De nuevo, estaba solo.
 
Los desencuentros, sí... Llegan a ser tantos que es imposible recordarlos todos. Y ¿para qué habríamos de recordarlos si sólo pueden producir dolor, desolación? Amigos que se fueron diluyendo en un pasado cada vez más difuso, amantes cuyos rostros apenas son una neblina inconsistente, familiares a quienes no había visto en dos décadas... Y le vino de nuevo esa frase:
 
"Hablar de nosotros después de muertos- musitó con una sonrisa amarga-. Si al menos alguien lo hiciese cuando aún estamos vivos, si es que en verdad lo estamos". Si alguien. Porque: ¿Quién le brindó una mano cuando su mundo se desmoronaba? ¿Quién le habló cuando precisaba una palabra? ¿Quién estuvo ahí en esas horas de amarga e interminable soledad, o en esas otras de inasumible derrota? ¿Quién, finalmente, vino a despedirle a la estación -esa otra, ahora disuelta entre las telarañas de un olvido consciente- veinte años atrás, cuando tuvo que partir para no regresar? Para no regresar.
 
¿Amistad? Palabra casi siempre exagerada para definir relaciones superficiales entre seres humanos. ¿Amor? Ya lo dijo Bécquer: es un rayo de luna. ¿Fidelidad? Palabra horrible y abstracta. Encierra una falacia.
 
Un día, no muy lejano, de esta estación sólo quedarán ruinas, algunas fotos viejas, tal vez uno que otro recuerdo impreciso como la sombra tenue de un sueño abandonado en las hondonadas del tiempo. De quienes en ella esperaron alguna vez, de quienes tomaron un tren o se apearon de otro, de quienes en ese mismo andén conversaron durante unos minutos, desconocidos atrapados durante un instante en un lugar que ninguno de ellos eligió, ¿Qué será exactamente lo que quede?
 
Un vacío tan grande como el que ahora veían sus ojos, allí en esa estación inconcebible, era la única respuesta a todas esas preguntas. El hombre suspiró, miró hacia el cielo gris. El cansancio ya conocido vino a posarse sobre sus hombros. Tuvo que sentarse. Tal vez se adormeció. Por eso, no podría decir si vio, o sólo los soñó, a los jinetes que venían cabalgando desde el Sur, lentos, callados, cabizbajos.
 
De los dos jinetes, el más joven se quedó un buen rato mirando al hombre que dormitaba, sentado en el destartalado banco de madera de la vieja estación.
 
Hizo un gesto vago de saludo, sin obtener respuesta. Luego miró a su acompañante y preguntó:
 
- ¿Qué estará haciendo ahí?
 
Después de un rato, el otro jinete, un viejo de pelo blanco y rostro endurecido por lluvias y sequías y noches durmiendo al raso, contestó sin apartar sus ojos del camino:
 
- Está esperando.
 
El joven le mira, incrédulo.
 
- ¿El tren? Pero entonces tal vez deberíamos decirle...
 
- Probablemente él sabe.
 
- Pero si supiera, entonces...
 
El viejo calla. Deja que la verdad se vaya abriendo paso en la mente del otro. Sólo cuando ya casi le han perdido de vista, cuando el hombre desconocido y la estación abandonada apenas son un recuerdo que se va desdibujando, vuelve a oírse su voz grave, sentenciosa.
 
- Hay gente que va en busca de su destino; y hay gente que espera. Y también hay gente que hace las dos cosas. Dónde, cuándo, por qué... sólo son detalles circunstanciales, insignificantes. Y ni siquiera podemos hablar de elección. Caminas durante años y un día, sin que se sepa el motivo, los pies se niegan y ya no hay alternativa. Ese hombre -su rostro lo gritaba- se cansó de caminar. Y ahora espera. Nada más.
 
Y sin mirar atrás, los dos jinetes siguen cabalgando, sin apuro, como si en realidad no fuesen a ningún lugar, como si la única realidad posible fuese el camino que se extiende bajo los cascos de sus caballos. El silencio se ha instaurado de nuevo entre ellos, y sobre la escena, ahora, apenas se oye el rumor de la brisa que recorre, casi con timidez, el inabarcable páramo, rozando al pasar, de forma leve, todo aquello que aun tiene consistencia y que algún día, pronto, sólo será una sombra, un apunte inconcreto en los ajados libros de los hombres.
 
 
 
-Sergio Borao Llop, publicó “El alba sin espejos” por el sello eBooks Literatúrame!
 
 
 
 
 
 
¿Dónde es qué?*
 
 
 
¿Dónde es que descubrimos una luminosa pesadumbre
una soledad chispeante elevándose por sobre las cortezas?
¿Dónde distinguimos texturas ingratas
y estremecimos a los invasores?
 
 
 
*Poema de Ana Romano. romano.ana2010@gmail.com
  y Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
 
 
DIAGNOSTICO*
 
 
 
*Por Urbano Powell.
 
 
 
Así estaba el hombre.
Y esto que no es decir nada daba a entender que en su vida casi todo hacia agua. Se le escapaba la belleza de los días como en un colador.
¿Y que le quedaba en el colador? Sólo los restos pensantes de alguien que no podía percibir la felicidad. ni buscarla consecuentemente.
 
Ya no le preocupaba la soledad pequeña de noches vacías de abrazos. De despertares con la boca besando la piel de la almohada. No era la penuria de sentido a la luz del día, cuando su vida se escurría en rutinas auto-administradas para no caer en la percepción del vacío. No era la soledad pequeña entonces. No era eso sino la enorme soledad del desamparo la que lo atormentaba por debajo de cada paso que daba. Sentía que el suelo, lo más material y evidentemente sólido que se nos brinda en la ciudad ya no era seguro para él. Sentía ciénagas. Arenas movedizas donde los demás seres pisaban veredas y calles. Sólidas, evidentes.
 
Ese hombre leía. Leía hasta que una frase lo fulminaba y lo obligaba a cerrar el libro y transitar varios días con ella circulando en los laberintos de su mente, que por costumbre, no conducían a ninguna salida. Pasó con: "es tan corto el amor y tan largo el olvido" del poema de Neruda.
Volvió a suceder con "Una gota de humana ternura" leída en "la octava maravilla" un libro de Vlady Kociancich.
Que de inmediato lo llevo a la última frase que le dejo escrita su ex mujer arriba de la mesa de la cocina: -"Adiós y que sueñes que eres feliz".
 
De esto habían pasado meses y el sentía que podía estar años así, sin olvidar ni hacer nada concreto para buscar al menos un ratito de cariño bien dado.
Entre lágrimas se vio como un mendigo de amor buscando alimentarse de sonrisas que recibía tras decir algún piropo ingenuo a las mujeres.
Y además el encierro. Ese temor desmedido a alterar sus pocas rutinas.
Quería y necesitaba de algo que le diera aire a su vida.
 
Pero no lograba superar la etapa del diagnostico.
 
Hasta que logro asumir que lo suyo era ser un “enamorado del aire”. Busco vivir de amor en amor etéreo.
Esa imagen -aun ilusoria- le ilumino el día, ahora debía seguir adelante iluminando día tras día su vida con sonrisas e ilusiones intangibles.
 
 
 
 
 
***
 
 
Inventren Próximas estaciones: 
 
 
 
 
EMILIANO REYNOSO.  
-Por Ferrocarril Provincial-
 
 
 
LA RICA
-Por Ferrocarril Midland-
 
 
 
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-las estaciones por venir en el ferrocarril Midland:
 

SAN SEBASTIÁN.  J.J. ALMEYRA.  INGENIERO WILLIAMS.

GONZÁLEZ RISOS.  PARADA KM 79.  ENRIQUE FYNN.

PLOMER.   KM. 55.   ELÍAS ROMERO.

KM. 38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.

LIBERTAD.  MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.

ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.  JOSÉ INGENIEROS.

MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI. 
 
KM 12.  LA SALADA.  INGENIERO BUDGE. 
 
 VILLA FIORITO. VILLA CARAZA.  VILLA DIAMANTE.  
 
PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.
 
 
 
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SALADILLO NORTE.   GOBERNADOR ORTIZ DE ROZAS.
 
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JUAN ATUCHA.   JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.
 
FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
 
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.
 
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.   GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
 
GOBERNADOR OBLIGADO.   ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
 
D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.
 
  ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.
 
ARANA. GOBERNADOR GARCIA.  LA PLATA.
 
 
 
 
 
 
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