domingo, febrero 18, 2018

EDICIÓN FEBRERO 2018



*Dibujo de Erika Kuhn.













*


Con frecuencia encuentro a alguien
deseoso de convertir mi isla en fuego
o bien
mi fuego en isla.
Me hablan de ordenamientos mundanos
-los psicoanálisis se cobran su parte
los merecimientos juegan sus roles-.
Los alguienes afloran llenos
de sucesos e ideas
de tareas de autoconservacion
y también
de fórmulas infinitas con que revestir la tristeza
miran mi cara pálida
-siempre me falta sol-.
Sin embargo, acá hay una piedra
allá un sepulcro
el agua pasa sin parar
por debajo de puentes visibles e invisibles.
Los tiempos de la espera se miden por amaneceres y atardeceres pero nada extingue
islas y fuegos.
El desierto se ubica más allá de nuestros ojos
pero no olvidemos:
existe siempre
existe para todos.



*De  Mercedes Álvarez. alvamercedes@gmail.com


-Mercedes Álvarez nació en Tandil, provincia de Buenos Aires, en 1979. Vivió en Mar del Plata hasta los diecinueve años. Entre 1998 y 2006 residió en España, donde se licenció en Sociología por la Universidad Pública de Navarra. Realizó un máster en Gestión Cultural. Publicó los libros Vecinos (Baile del Sol, España, 2010), Historia de un ladrón (Caballo de Troya, España, 2010), Imitación de los pájaros (Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2013), Ficciones súbitas (comp., Eds De aquí a la vuelta, Buenos Aires, 2013) y Saigón (Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2015). En 2013 ganó el premio Edmundo Valadés de cuento latinoamericano con el relato Grow a lover.















Aniversario*



Está anocheciendo y cae la niebla, como entonces. De acuerdo a lo previsto, hoy va a helar de nuevo.
Escucho y clasifico los ruidos de la calle, los del rellano, los de mi propia casa. Verifico la absoluta normalidad mientras compruebo la disposición de los cuadros en la pared del recibidor.
Oigo voces, pero sé que no son más que los ecos de mi propia voz, que el tiempo ha ido amontonando en los rincones y el silencio multiplica espantosamente. Pronto sonarán las nueve en la vieja iglesia; sin embargo, desde aquí no pueden escucharse las campanadas. Repaso minuciosa, inútilmente los detalles. Todo está en su sitio. Todo idéntico a aquel 30 de diciembre de hace veinte años, idéntico a todos los treinta de diciembre desde entonces, como cumpliendo un ritual que no termino de comprender pero al que no puedo sustraerme. Miro el reloj, calculo el retraso, me asomo a la ventana. A esta hora no circula casi nadie. Por eso me sorprende la vaga silueta que se insinúa a través de la niebla. Despacio, como insegura, camina por la acera de enfrente. Sé que no puede ser ella, pero a pesar de todo es lindo soñar que son sus pasos los que resuenan sobre las húmedas baldosas, que son sus manos las que ahora sujetan un papel en el que sus ojos parece que intentan descifrar algo, que es su rostro el que se levanta de golpe mirando hacia este lado, buscando tal vez los números de los portales. Sé que es una tontería, que ella no tiene el pelo así, ni un abrigo como ése, pero después de veinte años estériles es tan lindo soñar que ha sido su brazo el que ha empujado la puerta del patio que ahora se oye cerrarse sin violencia, que son sus tacones los que lentamente ascienden hasta el primer piso, deteniéndose allí unos segundos, como dudando, y reanudan luego su marcha hacia arriba, hacia este segundo piso en el que sin darme muy bien cuenta ya la estoy esperando. Mientras pienso que seguramente ha de ser otra persona y que de un momento a otro escucharé el lejano sonido del timbre de alguno de mis vecinos, bajo un poco las luces y pongo el disco de Miles. Absurdo suponer siquiera que la imitación de fechas, temperaturas y gestos haya podido provocar, por fin, una ruptura en el tiempo, una repetición de lo que jamás debió ocurrir, una oportunidad para cambiar la historia. Los pasos han dejado de subir, pero si se pone atención puede escucharse el sonido de una respiración agitada ahí fuera. Seguro que en el rellano no hay nadie, que se trata sólo de mi imaginación, pero ya es la hora. Me dirijo a la puerta mientras miro de reojo hacia la mesa. Todo está dispuesto y los cuchillos relucen. No conviene demorarse: suena tan bien la música esta noche...



*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com












*



El lenguaje

es arduo y sutil:

el pensamiento,

un potro arrojado contra el alambre.

Me guía

la misma obstinación:

el hambre

de un horizonte más ancho que mis ojos.



Se ha de ser paciente.

Piedra a piedra se levantan los muros

y siempre los derribó la palabra del hombre.



*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com












Eterna*



*De Ivana Muzzolón.



Llora y enmudece la vida
cuando una mujer cierra su puerta a la locura.
Llora porque no puede hablar.
Dulce locura, ¿dónde te escondes?
Locura tu mirada perdida,
¿dónde posan tus ojos?
Locura que no se entiende,
¿dónde miras esta mañana de apagados claveles?
Nació locura, mama locura.
¿Morirá siendo lo que nació?
¿Quién conquistó tu sonrisa esta tarde?



-Ivana Muzzolón nació en Moreno en mayo de 1980. Actualmente vive en Lezica y Torrezuri (Luján).
Es docente, escritora y pintora.

*Poema de su libro La mosca en el techo. Cave Librum, 2016.















50 AÑOS SIN EL HERMANO LUMINOSO*



Contemporáneo de Molinari y de Borges, es decir, de toda aquella vanguardia estentórea e iconoclasta de los años 20, y sin ser un desconocido para ellos o mejor aún, estando en un plano de igualdad y reconocimiento de los mismos, prefirió el reposado vivir en una ciudad de provincia que resultó emblemática como lo era para la historia económica y política del país.
Alejado de todo aparato promocional, su poesía tuvo la natural circulación que tiene el agua cuando se desliza entre las piedras y los accidentes del terreno buscando su cauce que puede parecer sinuoso, pero siempre encuentra su destino.
El destino de la poesía era para Pedroni el de producir la emoción en el otro, o como él gustaba repetir: “ofrecer una poesía como una mano tendida para llegar al corazón del hombre”.
Desde el temprano espaldarazo de Leopoldo Lugones con aquel feliz epíteto de “el hermano luminoso” en junio de 1926 saludando la aparición de su más celebrado libro, “Gracia plena”, hasta “El nivel y su lágrima”, publicado en 1963, cumplió un destino envidiable para mucha gente que escribe sin consecuencias en este país.
En su actitud e indumentaria, Pedroni fue un hombre como todos. Supuso siempre que sus actividades de poeta y de contador no solo no eran incompatibles sino que se le presentaban como complementarias.
José Bartolomé Pedroni nació en Gálvez, Santa Fe, el 21 de septiembre de 1899. A los 21 años se radicó en Esperanza, madre de Colonias, y falleció en Mar del Plata el 4 de febrero de 1968.
Dijimos que era poeta y contador. Dos términos de una ecuación que no se distrae en contradicciones, porque era capaz de palpar la leve gravedad de las cosas y hacerlas entrar en el orden prolijo y traducible de las cifras, de donde quizás naciese su confianza en lo armónico del mundo. Esa confianza de los presocráticos que junto a Heráclito conciben la justicia como la necesidad física que mantiene todas las cosas en su propio orden y desarrollo y que identifica el orden ético con el orden cósmico.
La gesta de la colonización gringa en Santa Fe tuvo su Homero y se llamó José Pedroni, que descendía de aquellos inmigrantes venidos al llamado generoso de la flamante Constitución de 1853.
Venían como aquellos que guió Moisés hasta la Tierra Prometida. Venían a hacer realidad los sueños de los gobernantes. Venían a concretar aquello que había escrito Alberdi: “gobernar es poblar”. Venían guiados por un nuevo profeta de estas tierras nuevas que se llamaba Aaron Castellanos.
Pedroni fue uno de los primeros que vio detrás del gesto visionario de aquellos gobiernos obsedidos por los sueños de una gran provincia surcada de ríos navegables y de tierras feraces pero incultas.
Uno de los epítetos con que suele acompañarse el nombre de Pedroni es el de “poeta social” o “poeta comprometido”. Más allá de las connotaciones relativas con que hoy se podría leer esta enunciación, en vida del poeta esta caracterización era muy fuerte y llevaba esa etiqueta agua para algún molino en detrimento de otros. Para ser justos, Pedroni se consideraba un “poeta histórico”, que debía ¬—según sus propias palabras— sostener la lucha del hombre. Estaba convencido de que el poeta era un ser histórico que debía acompañar la marcha de otros hombres que necesitan la poesía para vivir.
Y además sostiene un interesante concepto: que el canto del poeta debe confundirse con la voz del pueblo, es decir, de las mujeres y de los hombres hasta borrarse el mismo nombre del autor de esos versos, del autor tal vez casual de esos versos. “La única gloria a que aspiro es ver cómo el pueblo se apodera de mi canto y empieza a destruir mi nombre”, repetía.
Como no se consideraba distinto a nadie, hacía suyas las palabras de Hugo: “Ah, insensato, que crees que yo no soy tú”.
En esta línea, Pedroni escribió los poemas de sus últimos años y reivindicó la herramienta manual que dignifica la tarea y civiliza, es decir, cultiva los gestos pacíficos, y cantó también la equidad solidaria de un juez de paz que sostenía que para que el trigo creciera debía reinar la paz en rededor, el lanzamiento de un colono a quien sus vecinos restituyeron los enseres arrojados al camino, el valor histórico de una guadaña o el peso maravilloso de un martillo golpeando sobre un yunque “que era como un zorzal de vidrio”.
Porque creyó que todo ello —el trabajo, la solidaridad y la justicia— eran la meta final hacia el destino del hombre. “Dicen que el hombre es malo, te digo que no es cierto”, escribió.
Preocupado por el destino final de sus versos, llevaba en sí siempre el imperativo de Heine: “Nadie sabe si un día no tendremos que dar cuenta de nuestras palabras”, y agregó: “El recuerdo del hombre dirá cuál es el mejor de mis poemas. Pienso que ha de ser aquel donde mis semejantes de hoy y mañana se reconozcan. La gloria no es más que un verso recordado”.



*De Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar

















WRÓZKA*




La lluvia golpeaba con furia el vidrio. Hilitos de agua chorreaban e inundaban el piso. Enseguida mis zapatillas gastadas comenzaron a chapotear en agua.
Me levanté resignando la ventana, busqué una mesa del lado de la pared ciega.
Y allí arriba estaba la foto enmarcada. Debajo se leía en una placa de bronce:
"Aquí se sentaba Slawek Klepka. Un hombre de bien. Un inventor. Tus amigos. Noviembre de 1997". En la foto el hombre posaba junto a sus amigos con un invento cuya utilidad no pude discernir. Más tarde le pregunte al mozo: -Es una moledora de café a cuerda- estuvo unos años, después la hija del inventor la vino a pedir, estaba reuniendo inventos para hacer un museo en su casa. El mundo a veces es sorprendentemente chico. En uno de sus viajes anuales para visitar a su familia Kalman sacó un cajón lleno de fotos y nos armo a los amigos presentes su árbol genealógico. Hasta que llegó a esa foto…
-Este es uno de los tíos de mi madre. Y era él. El mismo hombre que compartió habitación con mi padre cuando lo habían operado de hernia. No pude evitar compartir ahí mismo el recuerdo de aquella larga noche. Mi padre estaba saliendo de la anestesia, mi tarea consistía en que no intentara levantarse y se cayera de la cama. Estaba bien. Ni siquiera le habían puesto un suero.
Al tío abuelo de Kalman lo cuidaba su única hija. La mujer necesitaba contarle a alguien quien era, o más bien quien había sido su padre.
-Se esta muriendo. -Dijo respondiendo a una mirada mía que la invito a hablar.
Ese hombre gigante que estaba casi sentado en la cama y que por momentos llamaba a su hija y luego entraba en un sopor y luego volvía una y otra vez a hablar en un idioma que yo jamás había oído.
Era una letanía. Parecía - su hija lo confirmó- una misma frase dicha una y otra vez. Esta hablando en Polaco. -Me dijo.
Después sin que la pudiera ayudar con preguntas, comenzó a relatarme cosas que con enorme dificultad pude sacar del abismo del olvido. El hombre había sido artillero durante la segunda guerra mundial. Condecorado por su ingenio para reparar armas y cualquier engendro mecánico que estuviera a su alcance. Luego de la guerra el hombre preparo su maleta y se vino a la Argentina. Entró a trabajar en una fábrica metalúrgica. Conoció a su mujer, se casó y de esa unión había nacido ella a quien ahora le tocaba acompañarlo en su despedida.
Hasta la jubilación había sido el mecánico de la fábrica, el resolvía casi todo. No solo trabajaba de lunes a sábado sino algunos domingos cuando hacía extras y lo esperaban hasta media tarde para almorzar en familia.
No sólo trabajaba en la fábrica, como mi padre cuando llegaba a su casa seguía trabajando. El hombre tenía un taller en su casa donde reparaba motos y cuando no tenía trabajo con las motos armaba sus invenciones. Su última creación había sido un triciclo motor con sidecar que le permitía viajar por el barrio superando el menor equilibrio que tenia por su edad. Lograba que su nieto lo acompañe a hacer las compras.
Sus invenciones tenían eje: odiaba a las pilas por contaminantes y desconfiaba de la electricidad como fuente de los equipamientos domésticos, así que él quería que los artefactos funcionaran con un complejo sistema de engranajes “A cuerda”
Recordé que le pedí a su hija que anotará escrita en  polaco la frase que repetía su padre una y otra vez. Removí estantes hasta encontrar aquel cuaderno con su fecha escrita en la tapa: septiembre/octubre del 97. Y ahí estaba, casi imposible de reproducir con la tipografía disponible en el teclado: "WRÓZKA SZCZESCIA" pero la Z de WRÓZKA tenía un puntito como el que lleva la "i"; y en SZCZESCIA la "E" tiene una colita que serpentea hacia el renglón de abajo, y sobre la última "S" hay un acento que la máquina no me acepta. Más abajo dice con mi letra "en polaco no hay artículos".
Una y otra vez puedo volver a escuchar a ese hombre diciendo su letanía entre gemidos. Cuando la luz del amanecer se filtraba por las persianas,  con  voz hundida en angustia la mujer se animo a traducir a su padre para que lo supiera:

-Quiere que lo vengan a buscar. No quiere a la muerte, sino a la "WRÓZKA SZCZESCIA": "El Hada de la Felicidad"



*De Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com












El rifle*




Después de pasar por una dictadura en la que estaba prohibido tener cualquier arma y en la que estuve a punto de tener un serio disgusto por llevar una navaja multiusos en el bolsillo el día aquel de la manifestación, siempre había tenido la necesidad irracional de tener un rifle.
Me sorprendían periódicamente las informaciones que llegaban de Estados Unidos en las que un loco armado se apostaba en una escuela, en un parque o en una estación y con un fusil (a mi me gusta más "rifle"), que había acabado de comprar en una tienda de armas (que era legal allá) se había dedicado a disparar contra todo lo que se movía causando multitud de muertos y otros tantos heridos. El tirador acababa siempre abatido por la policía.

Estoy seguro de que eso ocurría porque los americanos están locos y mal educados, ya que el hecho de tener un rifle no hace perder la cabeza a nadie. Estoy seguro de que si me viera en esta situación sabría perfectamente dominar la ansiedad de disparar.

Parece que haya pasado una eternidad y tan solo fue ayer que llegué a Estados Unidos. Hace mucho calor en lo alto de éste campanario. Las manos me sudan de tanto apretar la culata del rifle que me compré por la mañana. Hay cuerpos en el suelo a lo largo de la calle. Parecía que podría resistirme a disparar, pero tener el poder en mis manos... Ahora me encuentro en el último paso: Ser abatido por la policía.



*De Joan Mateu. joan@cimat.es
Barcelona


















IMAGÍNAME*
(Acróstico)



Imagíname en cada recodo del río que navegas.
Mecido camalote en sus orillas te miro por su flor.
A la hora en que el cielo se tiña de rojizos,
Giraré en el vuelo de un ave atardecida, contra el sol.
Imagíname albergue después de un día de marcha.
Nombrándome en tu mente estaré donde vayas...
Acuna entre tus brazos mi ternura olvidada,
Mientras voy en procura de la nube y el Arca.
Enciende tú la lumbre; yo atizaré la llama.



*De Miryam Colombotto Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
-De: ENTREGA DE LOS DÍAS -1986 -














ECLIPSE OCULTO*



El eclipse sucedió allá lejos, muy lejos, tan arriba en esa luna familiar y extraña, la luna siempre la misma, presente en las noches que no vemos y en las que vimos.
Se ha obscurecido la luna, se ha puesto roja, ha revelado su superficie convexa de esfera celeste. Allá detrás de las nubes, para otros ojos, para quien no se halle debajo de las nubes nocturnas que se empeñan en ser garúa para regalar un entramado sutil en los faroles.

Desde aquí y tras las ventanas hemos visto oscuridad y agua, hemos visto la textura móvil de las gotas minúsculas, y hemos apenas presentido que la tierra negó la luz del sol a nuestra siempre luna. Eclipse sin ojos, eclipse ciego.

Sabemos con las yemas de los dedos, con los vellos sensibles del borde del espíritu, con un leve temblor de la piel sabemos que esta noche y para nadie la luna se vistió de largo, se puso pendientes, se engalanó y bailó con gasa transparente. Hoy la luna puso fanal a la bombilla, se soltó la cabellera, se recostó en los cielos y extendió rubor en las mejillas.

Impúdica luna la luna a media luz. Luna de otoño, luna desvelada.

Horadan mis ansias esta lluvia y estas nubes. Detrás ha ocurrido el eclipse, y ya ha acabado. No lo vimos. Pienso que no veré muchos más.

Recuerdo otros.

Inclina a la meditación un hecho único y precioso. Nos deja a solas con los pasados en sepia y los mañanas de incertidumbre.

Siento la precariedad de mi silueta contra el negro de la noche. Ruego que me vea el hombre cuando ponga fanal a mi bombilla, cuando baile a media luz, cuando deje caer los velos.

Que no ciegue la lluvia a mi amor. Que no me oculten de él ni estas nubes ni otras aguas.



*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com












Rumor*


*De Ivana Muzzolón.



Te cuento

lo que me dicen:

que es domingo

y es de otoño

y que nuestro patio

se oxidó con el aire.

Te cuento

lo que les digo:

que estoy ausente.



-Ivana Muzzolón nació en Moreno en mayo de 1980. Actualmente vive en Lezica y Torrezuri (Luján).
Es docente, escritora y pintora.

*Poema de su libro La mosca en el techo. Cave Librum, 2016.









*


A veces cuando habla el vacío, en su fascinante repulsión, sé que tengo que escribir.


*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com






Inventren





LA REPARACIÓN*



*De Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com



He soñado una y otra vez en tantos años con el tren que debía tomar y no tome a mediados de 1978.

No tenía un buen minuto. Hacía una semana que me habían liberado de un campo de concentración de la dictadura. Caminaba aterrado de que me volvieran a meter adentro.
Sabía de memoria que tenía que tomar el tren en La Plata y el nombre de la estación en la que debía bajar. En un bollo de papel tenía la dirección de la casa de los viejos de Eleonora. No tenía un buen minuto, si me paraban en la estación los milicos solo por la cara de miedo o preguntaban porque iba a ir a un lugar en medio del campo llamado Álvarez de Toledo no sabía ni que decirles. Mi casi novia esta secuestrada y voy a avisarles a los padres que sigue adentro en tal campo no era muy acorde a la época.
Sólo tenía decidido tirar el bollo de papel si veía tipos de uniformes pidiendo documentos, el resto era la mente en blanco o peor aún: llevar las imágenes y el olor de la mazmorra que seguía impregnado en mi cuerpo.

Pero no fui. Apenas vi el edificio de la terminal del Provincial con un Falcón verde estacionado pegue la vuelta. Me quede en casa encerrado durante meses. Como un buen niño de casi 18 años obedecí el ruego de mis padres de estar bajo su mirada protectora.

Después vinieron la universidad, la beca para irme a Estados Unidos. Allá estoy. Establecido en Bonita un pequeño pueblo de California y con un buen trabajo.

Supe años más adelante que Eleonora estaba viva, que había egresado de su carrera. También se había ido del país. Trabajaba para un organismo internacional en un programa para el rescate y la protección del orangután en Tailandia.

Pero es como si el tiempo no hubiera pasado. Es Eleonora y su rostro de niña riéndose de cualquier pavada incluso de mis chistes malos.

Un día, -de la nada- me dijo: -vos sos pasto para las histéricas.
No hubo otra explicación de ella ni preguntas de mi parte -solo un pequeño silencio- luego seguimos leyendo el texto de Pitirim Sorokin cuyo nombre y apellido nos generaba risueños malentendidos.

Pero lo de "pasto para las histéricas" quedo inamovible, tantas otras cosas fueron a parar al abismo o al olvido, pero aquella frase no. Como un gran enigma sin solución o una profecía que se corroboro con los años en mi propia vida.

Una vez, ya instalado en el centro de investigación y desarrollo genético, propuse la idea de modificar el pasto para lograr una leche vacuna con propiedades para cambiar o suavizar la histeria tanto de hombres como de mujeres.

Mis colegas se rieron largamente, estaban acostumbrados a mis chistes, ni consideraron la posibilidad de que sea un delirio.

-No hay conexión entre perfiles genéticos e histeria.
Además con tantos desafíos por delante quien iba a respaldar que se incluyera un tema como la histeria que parece bien claro de la psicología.

Sin embargo cada tanto y contra casi toda la evidencia disponible vuelvo a insistir con trabajar esa línea. Por esa fe que me quedo en Eleonora a quien le otorgo una lucidez maravillosa o porque creo en las ocurrencias imaginativas y delirantes como fuente de inspiración del conocimiento científico.

Ahora voy a intentar reparar esa parte de mi historia que sigue clavada como una astilla de dolorosa culpa en mi cuerpo. Y verla a Eleonora, dando una charla sobre su experiencia en la preservación del orangután. Es en la ciudad cabecera cercana a su pueblo natal.
Tengo una disculpa para darle y -si puedo- le preguntare por lo de "pasto para las histéricas".

Ya saque el ticket, el tren sale de la terminal del Provincial en la ciudad de La Plata con el curioso nombre de "El amante ingenuo y sentimental"





-Eduardo Francisco Coiro. Lomas de Zamora, 1958. Licenciado en Sociología de la Universidad de Buenos Aires y escritor.
Editor de la publicación virtual Inventiva Social. Entre sus proyectos de escritura colectiva lo apasiona el “Inventren”, un tren literario que recupera simbólicamente estación por estación a los trayectos ferroviarios que fueron abandonados.







-Próximas estaciones de escritura:

PLOMER   
-Por Ferrocarril Midland- & -Ferrocarril C.G.B.A-


JUAN ATUCHA.  
–Por Ferrocarril Provincial-


***
El recorrido por venir del tren literario en el Ferrocarril Provincial:

JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.   FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.  
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR OBLIGADO.  
ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.    D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.   
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.   LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.  ARANA.  GOBERNADOR GARCIA. 
LA PLATA.

***

El recorrido por venir del tren literario en el Ferrocarril Midland:

KM. 55.    ELÍAS ROMERO.    KM. 38.   MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.   LIBERTAD.  
MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.    ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS. 
JOSÉ INGENIEROS.   MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.   KM 12.   LA SALADA.   
INGENIERO BUDGE.  VILLA FIORITO.  VILLA CARAZA.   VILLA DIAMANTE.
 PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.



InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar