lunes, noviembre 30, 2009

EN EL TERRITORIO DE LO PROFUNDO...



-ILUSTRACIÓN DE RAY RESPALL. (CUBA)


CUANDO NO TE PERTENEZCA*




Me pregunto cuánto durará tu amor, qué parte de mí es la amada.
Si es a mí a quien deseas o es a esta mujer que está a tu lado, que parece lo mismo pero no es igual.
Alejada ya de un hombre, me ocurre seguir preguntándome por su salud, por sus achaques, por sus afectos y su transitar por las aceras. Alejada ya definitiva, irrevocablemente, me ha ocurrido recordarlo con ternura, sonreírme en el colectivo, desearle en silencio y desde lejos un feliz cumpleaños, si necesitamos un ejemplo.
No soy afecta a recontar defectos, a caer en críticas de acero y piel desgarrada.
Me ocurre rememorar sin ira y con aprecio, me ocurre sentirme unida por un pasado común a ese ser que ya es un extraño, y que ya hizo que los días y las noches me fueran borrando de sus sábanas y del olor en los cabellos.
Y me ha ocurrido golpe tras golpe escuchar que la otra mujer, la mujer de antes de mi pareja ya no existe, no significa nada, es un fantasma, un cadáver amortajado en el extranjero. Es la madre de mis hijos dirá, es aquella con la que cometí el error de casarme, lo que sea, pero nada, nada de nada, ni un aleteo sutil de sentimiento, ni una rosa en el libro, ni una cajita de fósforos escondida en un cajón. Ni una sonrisa, por dios, para quien debe de haber reído, charlado, hecho el amor en un lejano tiempo de felicidad.
Yo no nací hoy ni me han parido ayer y sin historia. Los hombres que fueron parte de mi vida fueron queridos, y no reniego tan pronto ni tan levemente de los afectos. Quizás porque tomo tan en peso y profundidad la palabra amor es que me sea tan difícil pronunciarla. Pero yo los he amado a todos, y a todos los sigo queriendo.
No me mueve el que este hombre sea mío, que sea hoy mi pareja, novio, esposo, lo que sea pero mío. Lo quiero porque lo quiero, porque lo encuentro bueno, noble, propicio para la querencia. Puedo quererlo sin posesión e inclusive desde el abismo de las décadas o los kilómetros. Que no haya ni pueda haber un futuro compartido no quita la ternura ni la calidez de una caricia lejana.
Cuando me dicen que me aman, y cuando me lo dicen ahora mientras cocino, o escribo, o recorto una cartulina azul. Cuando me dicen que me aman, me pregunto cuánto durará este amor, cuán larga es su sombra, hasta adónde abarca. Me pregunto, mi amor, si tu cariño tiene una correa como esos perrillos volubles, que tan pronto saltan al amigo que llega, como le dan la espalda y son todo fiestas para el nuevo visitante.
Sin necesidad de que la estatua de alabastro sea de mi propiedad puedo disfrutar su belleza, sin que la magnolia presida mi jardín puedo admirar sus flores de gigante, sin que estés a mi lado puedo valorarte. Y no te negaré cuando la noche caiga, ni cuando el gallo cante hasta la tercera vez.




*de Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com






EN EL TERRITORIO DE LO PROFUNDO...






APRENDÍ A ESPERAR*




*Por Lucía Amanda Coria. aurandaluz@hotmail.com



—Esperá, loca. Por favor— decías con voz ahogada.
Esa tarde, como tantas otras, en tu cuarto de estudiante, te arrancaba la ropa. Te besaba con pasión. No podía esperar.

— Qué haces? Espera un poco — esa vez estabas muy nervioso— Aun no es Navidad.
Yo quería tomar sidra contigo, a mi manera, aunque faltara una semana para la Nochebuena. Así que abrí la botella y empape tu cuerpo. Y me bebí las burbujas mezcladas con el sabor único de tu piel.
—Deberías haber esperado a casarte antes de entregarte a él — decían mis amigas.
— Yo no puedo esperar— les contestaba, petulante
Después casi les dí la razón. Cuando lo supe
—Voy a casarme con mi novia de toda la vida— dijiste con displicencia— Acaso esperabas que me casara contigo?
— No esperaba nada!!— dije sollozando— Y mucho menos una traición así.
Pero tampoco pude esperar a verte convertido en el feliz esposo de otra mujer.
Y en esa cruz que abría mi camino en otras cruces de dolor, decidí marcharme. Y creo que recién entonces y a partir de allí, empecé a aprender….
Pero nunca pude olvidarte. Tal vez porque me fui con el sabor de tus besos en mi labios, con el llanto estrenado por tu adiós, con mi amor intacto y despreciado
Sabía de tu vida por amigos comunes que encontraba de vez en cuando. No les preguntaba por ti. Esperaba a que ellos te nombraran. Seguía aprendiendo…
Cuando supe que venías a establecerte en esta ciudad, esperé a que pasara la novedad de tu presencia. A que todos tus amigos inauguraran con sus visitas tu nueva casa.
Esperé hasta estar segura de que estarías solo...
—Estoy tan nerviosa — decía para mi— Qué lástima no tener algún licor para beberlo en su piel como antes.

Con inconsciente coquetería arreglé mi pelo con los dedos, antes de levantar la tapa.
Mientras te contemplaba extasiada, me di cuenta de que los gusanos habían hecho muy bien su trabajo. Habían borrado la prestancia de tu figura. Sólo quedaba la bella estructura de tus huesos.
—Hace tanto tiempo que espero por ti— dije, intentando sonreir —Aprendí a esperar Sabes?








IGNORANCIA DE LA NUCA Y EL PERFIL*




Juan tiene un nombre común, un nombre casi anónimo por multiplicación de individuos. Juan, a quien le ví un rostro difusamente conocido, me pidió que le firmase un libro y le hiciera una dedicatoria.
Yo no soy una autora famosa harta de halagos y expeditiva por hartazgo.
Hablé con Juan, le pregunté "¿Y quién sos?". Me contestó que no sabe quién es. Le respondí que eso es algo que nadie sabe, que nadie sabe quién es, y dije esto siendo poco original aunque sea efectivamente cierto. A Juan, que no sabe quién es, escribí.
Nadie sabe quién es, cuál es su esencia, aquellas cosas de las cuales es capaz pero no hace por falta de oportunidad o por no estar lo bastante motivado.
Nos percatamos de que es difícil conocer nuestro interior, creo que podemos acordar con cualquiera en que hay una rápida coincidencia en que sentimos esto, pero rara vez notamos que al ver el mundo, (el universo, si queremos ser muy abarcativos), al ver el universo no nos vemos en él a nosotros mismos. Todo lo vemos, menos a nuestra propia presencia. Alguna vez un vidrio, un espejo, alguna superficie brillante nos muestra nuestra imagen, pero esa imagen nos mira de frente, alerta y posando para nuestra mirada.
Conocemos al detalle los pormenores de cómo nuestros amigos caminan, sonríen, se enojan. Podemos describir cómo éste se inclina hacia atrás, cómo ella sacude la cabeza aseverando lo que dice, cómo se pierde la vista de él cuando en medio de la reunión súbitamente se sumerge en las profundidades de
su propio reducto.
Pero a nosotros, a nosotros mismos no podemos describirnos con propiedad. Cómo caminamos, cómo nos paramos, cómo cambia la mirada cuando una oscuridad nos ensombrece. Son otros quienes nos descifran y reconocen.
Nosotros estamos condenados a ver sin vernos. Nuestra mirada va hacia delante, hacia lo exterior, lo que tenemos enfrente. Nosotros no estamos en ese mundo que nos rodea.
Cuando Myriam se topó de pronto con su imagen chocando en un comercio con un espejo, pudo verse como a una señora un poco confundida que se hacía a un lado, y por un segundo pudo darse cuenta de cómo la ven los demás. Por qué alguien le cede el asiento en el autobús, si en sus sueños sigue apareciendo la muchacha que fue y que quizás eternamente siga siendo en el territorio de lo profundo. Myriam ve una señora, y por un segundo de extrañeza vislumbra la imagen elusiva que se refleja en los ojos ajenos.
En las fotografías y en las filmaciones nos quejamos de lo mal que salimos retratados. No podemos vernos, no queremos vernos, no deseamos modificar ese personaje que vagamente se nos parece pero es una construcción de nuestra imaginación.
Entre los objetos y los seres, uno hay que no podremos conocer jamás.
Para nombrarlo, le damos el más común y el más engañoso de los apelativos.

Le decimos "yo".



*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com








EL RELOJERO*



A Luisito Broglia


Cada vez que recuerdo el pueblo se me aparece navegando entre aquellos altos y coposos plátanos que una mano enemiga arrancó. A veces, en realidad pienso al pueblo de entonces como un gran barco que navega en ese mar de trigo amarillo.
La figura puede parecer rebuscada, pero fue así como se me presentó desde los altos de la “Northern Elevator” (o “La Norte”, como se le decía popularmente) a la alta torre que tenía esa empresa acopiadora de cereal, cuyo edificio totalmente de madera sucumbió a un incendio. Lo llamativo era que esa torre –la más alta por entonces y para siempre, al parecer- nos resultaba de visita obligada a los escolares de ese tiempo, llevados allí por las maestras. Y así vi a mi pueblo desde las alturas, porque siempre lo habíamos visto desde esas calles de tierra, que sumado al polen de las flores, depositaban por todas partes un fino y molesto polvillo que enrarecía el aire de mayo.
De esa torre de “La Norte” se cayó un día el “Negro” Guiñazú, padre de mi amigo Jorgito, compañero de tenidas futboleras. Cuando lo levantaron del suelo era sólo un saco de huesos.
Mejor suerte tuvo “Lolo” Arce, ya que milagrosamente se recuperó de la caída, si bien con cierta imperceptible renguera. Por una ironía del destino, la muerte se vino a cobrar esta escapada de “Lolo” cuando años después de una borrachera cayó a una pequeña zanja con agua y al no ser auxiliado por nadie, se ahogó.
Vivía en el conventillo de don José Bellcastro, justo enfrente del “Almacén Las Colonias” cuyo titular era mi abuelo. Era un hombre solo y hoy nadie se acuerda de él.
De aquél tiempo remoto y enterrado como una piedra del pleistoceno, a veces recuerdo a un viejo relojero a quien llamaban “El Ruso”, pero cuya verdadera nacionalidad nunca me quedó clara. Tal vez fuese polaco o austríaco, y la confusión popular lo tratara de ruso.
Con los únicos que no se confundía la gente era con los croatas, que pupulaban bastante por la zona entonces y hoy quedan sus descendientes. Casi todos dedicados a tareas rurales.
El “Ruso” de mi recuerdo era alto, de bigotes tal vez pelirrojos, en la cabeza siempre encasquetado un sombrero negro, llevaba –tanto en verano como en invierno- un largo piloto de color crema pálido, hablaba un castellano bastante inentendible, y vivía en la pensión de doña Elba Mitre, un conglomerado de habitaciones con el bar en la esquina, frente a las vías del ferrocarril, donde hoy está la casa del “Nin” Tonelli.
Ahí estuvo el bar “La Primavera” de don Atilio Valvazón, donde yo vi a los últimos cantores pampeanos, con las guitarras atadas con pequeñas cintas con los colores de la bandera argentina.
Una vez por año, “el Ruso” ponía a la venta un piano desafinado que había traído Dios sabe de dónde.
Allí, la banda de traviesos que formaban mis amigos Roberto Escudero, Adelqui Mansilla y Lorenzo Miranda aparecían mostrando interés y el hombre les franqueaba la puerta de su habitación, no sin ingenuidad. Allí los “vándalos” la emprendían con las teclas, a las que aporreaban con un desesperado entusiasmo.
El pobre hombre, atribulado al fin, y a los gritos trataba de desalojarlos de la habitación al grito desesperado:
-¡Cristo, no mochachos!
A duras penas mis amigos abandonaban el piano y la habitación hasta que al año próximo hacerlo caer al “Ruso” con el mismo chiste, ya que el piano nunca fue vendido y al morir él, sin descendientes a la vista, el piano terminó en un depósito parroquial. Ignoro si alguna vez alguien se tomó el trabajo de afinar y usar ese piano traído de Alemania, según oí decir a los mayores.
Lo cierto es que era un gusto verlo caminar a grandes zancadas, con sus pesados botines por las calles polvorientas, en los desérticos atardeceres de invierno, bajo una pertinaz llovizna, a veces, con su piloto claro y su sombrero oscuro, saludando a los escasos valientes que se atrevían a clima tan inhóspito.
Vestido de igual forma atravesaba los veranos entre las mariposas multicolores que se adueñaban de las anchas calles del pueblo, con sus perros vagabundos y sus niños descalzos cazando esas mariposas que el “Ruso” no eludía, o tirándole gomerazos a los pájaros que cruzaban el “cielo esplendoroso”.
Por las noches este hombre solitario, olvidado en este rincón del mundo donde nunca nadie supo cómo apareció, huyendo de no se sabe qué destino, buscando quién puede creer, en un futuro posible, enterrado en ese pueblo de agricultores trabajadores y simples, digo que por las noches buscaba un poco de compañía y se arrimaba hasta la “Fonda de Aronna”, como se llamaba el pequeño establecimiento o comedor o restaurant donde se preparaba algo de comer y algún contertulio que otro (entre los que se contaban “al Ruso” y mi padre) caían luego de cenar a tomar una copa antes de dormir.
Del relojero de mi infancia siempre ignoraré cuantos relojes arreglaba por mes, por semana o por día, lo perdí en la pensión de doña Elba, frente a las vías. Pero conversando con Luisito Broglia, me confirma un dato que hasta hace poco desconocía. En verdad el “Ruso” no había muerto todavía, cuando doña Elba mudó su pensión frente a Pepe Giuliano, quien tenía un taller con un hermano tan gordo y tan peludo como él y que respondía (creo) al nombre de Francisco.
Y me lo vuelve a ratificar casi con una anécdota personal: él fue aprendiz en ese taller terminando la primaria, porque para que no vagara por las calles por las tardes, su papá, don Segundo Broglia, lo mandaba allí. Entonces el “Ruso” debió vivir más años de los que mi memoria le adjudicaba.
En ese tiempo, yo ya no estaba en el pueblo y me perdía todo: el vuelo de los pájaros, el murmullo de las palomas, el zigzaguear de las mariposas y los anocheceres en que sus hombre solitario venido nunca sabremos ya de dónde, caminaba escasos metros hasta la “Fonda” de Aronna y se hacía servir, muy gentil, ginebra en un pocillo de café, mientras esperaba que las sombras cubrieran el pueblo en su totalidad, para tirarse en ese camastro que hacía lo posible, para atenuar ese dolor de huesos que ese pobre relojero traía desde un ignoto país, y que hacía siglos soportaba con un estoicismo digno y silencioso.






La Soledad*


A Camucha Abdallah



Detrás de cada incierta puerta
año tras año
siempre me espera
la soledad


vestida como nube de algodón
mi soledad sirve café
me observa
y muy atenta
disfruta mis silencios.


en este invierno es especial
mi soledad


ha abierto todas las puertas de mi alma
y se entregó desnuda al sol
serenita retoza en el césped del patio


escucha y disfruta
del canto de los pájaros
bebe agua fresca y me convida
me da palabras


y yo sentado
en la pradera de sus nalgas
canto con ella
me siento pájaro
vuelo sereno por el firmamento
y llego inmenso hasta la cima
de estos versos.


mi soledad es insaciable
me pide más y más incertidumbres:
¡respirá! ¡salí a pasear!
¡bañáte! ¡ve a trabajar!
¡hacé el amor! ¡sentí!


me llena el bolso y la esperanza
de palabras
y así yo. enfrento al mundo.


y el telón del amor
se cae y se levanta
y la brisa suave
se estrella contra mi alma


y sigo caminando mi destino
de letras solitarias
y manos solidarias.


inmediatamente
me tiento a abrir las puertas
de otras soledades


y vuelvo a ser
por un momento inmenso
nuevamente pájaro
canto matinal
efluvio
amante insaciable


y llego al puerto fresco
de otras soledades


les cebo un mate
les hablo
les nostalgio


les hago cosquillas en el vientre
las beso y las rebeso
les cuento un poco de mi soledad
y luego marcho.


mi soledad
es muy solicitada
y es etéreamente solitaria


y a diferencia de otras soledades
mi soledad es buena.


me goza
me disfruta
me acompaña.


siempre marchando
con otras soledades
siempre en un puente
rumbo al infinito
siempre en un puerto
donde nadie llega


siempre lo incierto
lo compacto
lo concreto


siempre en los ojos
de los niños tristes
siempre guerrera
siempre protestando


siempre en las marchas
de pan y de trabajo


siempre en un río
cristalino y puro
siempre en los ojos
de mi bienamada


siempre presentes!!!

yo
y mi soledad



*de Luis Reynaldo Vilchez lasopapaliteraria@yahoo.com.ar
-Este poema pertenece al libro inédito Epitafios de amor y desamor,







Prisión y censura I: Preso en Ushuaia*





*Por Sonia Catela. soniacatela@yahoo.com.ar



En nuestro país parece indiscutible que la censura alcanzó su clímax y orgasmo durante la peste febril del Proceso. Sin embargo, otros períodos muestran frutos del árbol de las prohibiciones a los que conviene hincarles el diente. Los anarquistas cuentan con un adherente, Rodolfo González Pacheco, sometido reiteradamente a dieta carcelaria que curara su manía de escribir y luchar en política. Durante la Semana Trágica, Yrigoyen clausuró La Obra, publicación creada por Pacheco. Alvear lo hizo encerrar seis meses debido a elogios hacia el alemán Wilckens. Pero una experiencia anterior, su reclusión en el penal de Ushuaia (1911), la vertió en Carteles permitiendo que dupliquemos la vivencia del castigo en esa penitenciaría extrema.
Narra Pacheco: "Las razones del gobierno para mandarnos a Ushuaia no se discuten aquí. En la guerra como en la guerra, dicen.
Nos remitieron a Ushuaia para no fusilarnos, dicen.
Pretendían contagiarnos sus temblores y, para esto, nos arrojaron desnudos sobre la nieve. Y ni hubo caso.
Ser presidiario, al fin, no es el destino del hombre. Y menos es su destino ser carcelero o jefe de policía".
Pacheco escribe como se escriben un himno, una epopeya. En el fragmento en que puntualiza la razón específica de su envío al penal, señala: "Arrebatado de un mitín por pedir la libertad de nuestros presos sociales... aún me sentía sacudido por un viento luminoso. Éramos 80.000, llenando calles y plazas, desde el Paseo Colón hasta las escalinatas del Congreso. Y volaban las enseñas".
Y siguiendo su narración: "Ésta es mi Ushuaia; el rincón más frío de la Argentina, adonde somos echados todos aquellos para quienes la patria no es madre, sino madrastra".
"Basta con estos recuerdos. Estaban en mí, quemándome; hasta que los manoteé y los arrastré a estas páginas. Pero no se arrastra el fuego. Verás al leer: mucho se me hizo humo".
González Pacheco relata las condiciones del viaje en el barco que lo llevaba, pero en ningún momento abandona las imágenes poéticas, cosa que difícilmente se repetirá en testimonios de presos políticos posteriores: "Para más seguridad, nos encerraron a popa, en la carbonera, a todos los presidiarios. Pequeño el barco, y el piso móvil y oscuro, íbamos como en el seno de una tormenta".
"Un día, por fin, a los muchos, nos abrieron la escotilla. El aire, la luz, el cielo (tres aves) bajaron a nuestra cueva".
"Nosotros somos del llano. Calculad nuestra sorpresa a la luz de los canales fueguinos".
"Después... Nos volvieron a la popa a los presidiarios. A nuestra nube de hollín. Hasta Ushuaia".
Sin embargo, pese al sesgo poético, Ushuaia era Ushuaia y los tonos tenebrosos comienzan a deslizarse: "A estribor se acuna el bote que nos debe llevar a tierra. Bajamos y nos conducen.
Tierra, para el caso, no es más que un modo de decir. Todo allí es nieve: el suelo, el viento, los bosques y las montañas.
¡En marcha! gritan. Marchamos. Resuena el piso y nos huye. Juega a hacernos zancadillas. Un juego como a la taba, a caer de cara o culo.
Caemos, no sé cuántas veces hasta hacer las treinta cuadras que hay del puerto hasta el presidio. Y sobre cada porrazo, el fusil del centinela, que nos apunta. Y el grito: En marcha, en marcha, marcha.
Con los brazos abiertos como alas rotas, marchamos".
Todavía González Pacheco no sufrirá torturas particulares que se propusieran arrancarle confesiones ideológicas o delaciones, como las que se descargarán en etapas ulteriores; pero reseña un episodio de brutalidad primaria y animal, sanción a una desobediencia: "El conscripto llegó allí a cumplir diez años, por una insubordinación en Campo de Mayo. Al empellón de un sargento había respondido con una lluvia de planazos, con su machete.
Todo lo que supe fue que era un gauchito entrerriano, de las selvas de Montiel. Y que, al empellón de un bruto, había respondido con una lluvia de golpes con su machete.
"¡Silencio, silencio, silencio!". Es la voz del celador que manda callar, dormir. ¡Si pudiera! Echo el cuerpo en las rodillas y me largo al sueño...
Hasta que se alzó aquel grito. Qué desolación, señor, y qué pudor, y qué miedo ululó aquel alarido: "¡Mama!"
Pegué con la cabeza en el techo, metí la cara hasta las orejas por la mirilla: ¿Qué hace?
Y el centinela me abocó su mauser: "¡Silencio, silencio, silencio!". Y llenándose la boca con una lengua de perro: "¿No ves que es el guapito ése?... El nuevo que llegó hoy... Lo están ?moviendo? los viejos..."
¿Comprendéis, madres? ... ¿Madres que paristeis machos?... Lo violaban. ¡Lo estaban haciendo hembra!"
El trabajo obligado que le tocó a González Pacheco fue el aserradero: "Entre ese mar que es pirata y aquella montaña blanca como holocausto, funciona el aserradero. Allí trabajamos los forzados. Volteamos robles y hacemos leña. ¡Mucha leña para tanto frío!"
"...Estos árboles de Ushuaia eran también presidiarios. Presidiarios de plantón. Presos de arriba y de abajo, por el hielo y por la nieve. Mas, barajé que ésa era la libertad. La libertad en la Argentina. Una selva congelada".
Los castigos que se propinaban en el penal marcan ya precedentes: "El palo, el plomo, el plantón, son las tres bombas de tiempo que te mantienen en vilo. Nunca sabes ni por qué ni cuándo van a estallar. Tampoco están en el orden en que yo las enumero; su marcha hacia el estallido puede también alterarse. El resultado es el mismo: el plantón, el plomo, el palo.
El garrote va a tu lado; te señala la tarea en que has de emplearte; te vigila. Distante cinco o seis metros, el fusil, que tú has visto gatillar, te apunta por si el del palo te erra. Pero lo que ya es difícil, casi imposible, es que del plantón escapes.
Porque éste se da por una simple mirada, que siempre se te interpreta como de protesta o de odio; o por encogerte de hombros cuando te insultan; y hasta por resbalar en la nieve y darte un golpe. ¡Plantón! Ocho o diez horas a la intemperie y de noche. De este suplicio, cuando se termina, te sacan tus compañeros en sus brazos o a la rastra".
Y así describe Pachecho una de sus experiencias como sujeto de represión: *Estoy en penitencia en el "triángulo". Esto es, de plantón, bajo la nieve, dentro de una garita con esa forma. Lo que no sé es cómo han hecho para hallarla a mi medida: justa por todos lados; hasta en el ventanuco que me enmarca el rostro. Parece mi ataúd.
Empiezo a sentir frío. Un frío en ráfagas, que me desnuda a tirones. Congelado. Un frío de bolsa de hielo.
¡Si me pudiera dormir...! Pero es como si arrastrara bajo los párpados toda la luz de los témpanos. Flamea y me quema, dentro del cráneo, el paisaje. Blanco, blanco, blanco. Soy una copa de escarcha.
Me hundí, me dormí de pie. Me despertó el centinela. Zamarreaba mi ataúd."¡Eh, vos! Callate. No se puede cantar".
Quién sabe si Pacheco cantaba dormido. Pero es cierto que para Ushuaia valía aquello que plantea Primo Levi refiriéndose al campo de Monowitz: "En este lugar está prohibido todo, no por alguna razón oculta, sino porque el campo se ha creado para ese propósito".
Personaje omnipresente, el centinela vigila con estas palabras de Pacheco: "El centinela, en Ushuaia, es un máuser con un dedo en el gatillo. Un fusilador que os mete, antes que su balazo en el pecho, su intención fusiladora en el alma".
"Se apodera de su víctima en el puerto. De aquel primer desconcierto, que fue tu primer porrazo, te sacó él apuntándote... "¡Marche!". Y tras de ti marchó el fusil gatillado.
Después... Lo inaguantable, hasta hacerse una obsesión de gritar, es él; él, acañonado a tu vida, a tu nuca o a tu frente.
¡Siempre! Hasta la asqueante letrina donde la puerta, cortada transversalmente, deja tu rostro en la línea de su fusil gatillado".
González Pacheco logró salir vivo de Ushuaia y continuó su lucha en distintos escenarios. Pero en esta saga de Argentina y censura, Argentina y prisión política, otra resistencia harto diferente será la que nos narren Nosotras, presas políticas, avanzados los 70, desde un penal "legal", Devoto. Las oiremos en una próxima.


*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-21291-2009-11-30.html




*

Sobre el papel de este lunes insensato digo: “ya no hay nada que decir”
Sobre el virtual papiro intelectual de la mentira visual de este lunes abotagado digo:
Hoy comienza un nuevo fin para mi historia inconclusa
El juego continúa y nada volverá a ser lo que fue
Solo la ternura de esta nunca bien amada serenidad
Comprada con el sudor de una incansable búsqueda abocada a encontrar ese porque, el gran equilibrio del mundo indica
que quizás nunca resuelva el matemático dilema existencial, el bien necesita del mal para existir, la vida es en verdad esclava de la muerte y le debe todo su valor a ella… nuestra señora guardiana …
Y sin nada mas que pensar que solo el vago ejercicio de decir y compartir estos tormentos diarios que definen quizás el totalmente pronosticable destino
Que misterioso aun se muestra errante e infinito
aplasto mis ojos cansados sobre un solo y único lugar y la vergüenza de no saber quien esta del otro lado del espejo limita una vez mas el hartazgo ocioso y suicida de cada mañana dándome una vez mas el aviso, de que aun
Sigo vivo.



*De Gastón Medina Balle. medinaballe.gaston@gmail.com








*





Queridas amigas, apreciados amigos:



Este domingo 29 de noviembre de 2009 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), en nuestro programa bilingüe Poesía y Música Latinoamericana, música de los compositores argentinos José Luis Campana y Alicia Terzian, interpretada por el Grupo Encuentros (Argentina). Las poesías que leeremos pertenecen a Lina Zerón (México) y la música de fondo será de Tarpuy (Andes). ¡Les deseamos una feliz audición!






ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at

(Link MP3 Live-Stream. Se requiere el programa Winamp, el cual se puede bajar gratis de internet)!!!! Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!! (Recomendamos usar http://24timezones.com/ para conocer las diferencias horarias).





REPETICIÓN: La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!



Freundliche Grüße / Cordial saludo!



YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
www.euroyage.com
Schießstattstr. 37 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel. + Fax: 0043 662 825067







*







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domingo, noviembre 29, 2009

TENGO MIEDO DE BUSCARTE Y DE ENCONTRARTE...



PALOMA NEGRA*


“...tengo miedo de buscarte y encontrarte...”
CHABELA VARGAS



Traigo una paloma negra.
Sangrándome en el pecho.
Espejo. Antiguo ser. Torcaza desterrada.
Aletea. Cae. Garabatea mi inocencia con minúscula. Se levanta.
Evita los abismos de mi carne.
Sabe. No se improvisa el vuelo. Tampoco, hay cumbres imposibles.


Hay un afuera que golpea. Golpea, muy adentro.
Hay mujeres con zodíacos truncados.
Dioses de cenizas. Pórticos cerrados.
Manos con anillos, zurcidoras de azahares.
Vientre madre sandía, mente padre lenteja.
Cleopatra copula en los andamios.
Blanca nieve es supervivencia. No enloquecer, enloqueciendo.
Isadora aun no emprende el vuelo.
El letargo tiene sabor amargo.
La “casa del hornero” está vacía.
Barby vive en un hospicio de 10 pisos.
Tanto mides. Tanto pesas. Tanto vales.
María soledad vende su hambre.
Mitos y mordazas hacen olas.
Un solo hombre. Un solo bote.
Solo cabe una. Arriba o abajo.
Una sola: Eva o Lilith. Lilith o Eva.


Hay un adentro afuera.
Un adentro que se desborda en verde.
Un silencio de máscaras mayas.
Una alborada fecundada en la sed y en la lluvia.
Un hechizo de vuelos de caballos.
Un pájaro en la mano de una rama.
Un pulso de saliva y greda.
Pezones tibios. Sangre leche.
Una niña, un niño, una huella.
Que pronuncia tu nombre y el Nombre de tu nombre.
Un secreto sabor. Un coloquio entre tres.
Un as de bastos, una espada.
Un oro y una copa. Un grial que se derrama.


Traigo amorosas palomas en mis siete mares.
Vuelos. Tenues galopes, entrañables hiedras.
Pero mi madera memoriosa, no es velamen de olvido.
Traigo una paloma negra.
Sangrándome en el pecho.
Espejo. Antiguo ser. Torcaza desterrada.



*de Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar







TENGO MIEDO DE BUSCARTE Y ENCONTRARTE...





FÉNIX







Ardo en oscura llamarada:
Sólo los eternos conocemos el fuego
Que devora las entrañas de la tierra.

Renazco, vivo mi ocaso, muero...
Existir interminable,
Atravesando eras.

He vivido tanto, ¡tanto he vivido!
Tempestades y calmas,
Batallas, cantares, eclipses, presagios,
Celebraciones, duelos,
Adioses y retornos.

Veo nacer a los que vuelven a la tierra:
Simple abono.

Mientras yo permanezco
Inflexible, armonioso, sin mácula,
Esperando ese día en que alguien
Disperse de un soplo mis cenizas al viento
Y éste las torne tan distantes
Como estrellas.

No vale la pena vivir para siempre.



*de Marié Rojas.
-Dibujo: Ray Respall Rojas.






Bombón Asesino*



*César Hazaki. cesar.hazaki@topia.com.ar


Ella tiene un bombón asesino/ bombón bien latino/ bombón suculento/ con ese bombón casamiento…

La cumbia le hace mover las piernas y un poco sus hombros, realiza los movimientos con cuidado para que no se note, sentado como está en Le Blé, un bar muy posmoderno y de onda. Llueve y las gotas golpean las ventanas del establecimiento, caen dejando improntas únicas en los vidrios.
Piensa que Le Blé mostró el rumbo nuevo del barrio, el mismo es la consecuencia de la recalada de los seres del planeta televisión por estos llanos. Es que han plantado sus enormes productoras donde antes había talleres industriales. No circulan laburantes en ropa de trabajo por la avenida sino figuras de la televisión, mucho más a la hora del almuerzo. El local del bar Argos, sin ir más lejos, es ahora un establecimiento de karaoke.
“Es tan bonita, baila, se mueve, se menea, se agita...”
La cumbia le recuerda que vino a desayunar y leer los diarios matinales. La camarera de pelo largo y generosas curvas se acerca el ritmo del Bombón Asesino.
Definitivamente hay algo de irreal en la mezcla de lluvia, bar posmoderno y camarera moviéndose al compás de la cumbia.
-Pida unas tostadas belgas, están recién elaboradas. Yo las comí, riquísimas.
-Bueno con café y por favor me alcazas los diarios.
La muchacha se va justo cuando la canción satura de tan explícita: “Genera el bombón cuando quiere”.
El tipo de la caja se ríe cómplice, le canta a la alegre e improvisada cumbiambera: “Toda la noche mueve la cinturita”.
La bella camarera le sigue el tren: “Ella sigue porque sabe que irrita”. Mientras canta hace girar su talle y éste adquiere una vida notable. Es tan delicado el movimiento, tan sensual que es imposible apartar la mirada de la cintura, para aumentar la apuesta la muchacha lleva hacia su cabeza la bandeja plateada en la que sirve. Sin quererlo el contorneo musical de la muchacha se hace cruel e impiadoso para la edad del parroquiano.
El cajero y la moza se mueven mientras trabajan, el que recién hayan abierto el bar les permite ese pequeño juego seductor al que hacen cómplice al único cliente.
La muchacha le acerca un conjunto de platos con queso untable, mermeladas varias, un jugo de naranja con arándanos y las tostadas de pan centeno fritas en manteca, la panceta va incluida dentro de la masa. El café viene en un tazón francés sin asas, hay que meter un dedo dentro del mismo para acercarlo a la boca.
-Le traje todo por que le van a cobrar lo mismo que un café en tacita y dos medialunas. Este desayuno es la oferta del día. ¿Es verdad que en su época se bailaban cumbias y tamboritos panameños?
El responde asintiendo con todo el cuerpo al compás del Bombón Asesino.
La camarera ríe y le sigue el tren meneando su cintura. Pero lo ubica al decirle: -Mi papá me lo cuenta pero no le creo. Yo soy una fanática de la cumbia, acá me cargan, pero en el vestuario todas mis compañeras me piden que les enseñe pasos nuevos. Aprovecho ahora para poner algunos temas antes que venga el dueño. Se levanta y dice fuerte: ¡Palmas arriba!
El cajero también se prende y al bello danzar de la muchacha le canta: “Esa pollera cortita, el meneo la levanta solita”
La lluvia, la cumbia, el tazón, las tostadas belgas y la bella camarera anuncian un día de excesos. El diario lo va ayudar para eso, pero no se fija en los detalles sangrientos de los almuerzos de Mirtha o en los comentarios de Susana. Sabe que los mismos están para servir sangre de niños y adolescentes pobres.
Le parece más inquietante que en Santiago del Estero haga 48 grados de temperatura y que la ciudad esté envuelta en una nube de tierra. Le alegra que en La Rioja esté lloviendo luego de nueve meses de pertinaz sequía.
No le parece justo que manden a juicio a una gerente de banco alemana que sacaba dinero de las grandes cuentas para cubrir los descubiertos de cuenta corriente de los pequeños comerciantes agobiados por la crisis. La prensa alemana la caracteriza a la mujer como la Robin Hood de los bancos. La triste conclusión es que seguramente irá presa.
Mientras la camarera hace dos pasos más al son del bombón piensa en las cyber robots sexuales que saldrán esta semana al mercado. Por otro rincón del diario se entera que una mujer tiene, producto del Síndrome de Excitación Sexual Persistente, necesidad de trescientos orgasmos diarios. Piensa que por fin sabe de la existencia de ese ser mitológico que habitaba en su alma de joven: la mujer con la fiebre uterina. Algo tarde pero reafirma que la mitología siempre habla de algo real.
Mientras unta una tostada con mermelada de kivi y arándano es convocado muy prisa por una nota donde las chicas de Sandro exigen que se les entregue el corazón original del ídolo. Creen ser las únicas que pueden ser guardianas del mismo. Las declaraciones en la conferencia de prensa son imperiosas: -El corazón excepcional de Sandro es como las manos de Perón, el cuerpo de Evita o las cenizas de Mercedes Sosa: pertenecen al pueblo y nuestra liga de admiradoras tiene preparado un altar para el mismo. Se trata de un proyecto secreto que le hemos propuesto al gobernador de la provincia de Buenos Aires.
Hemos estudiado el monumento de Rodrigo. El mismo es un lugar de peregrinación y culto, también se acerca allí el turismo internacional: belgas, suecos y franceses van a dejar allí sus plegarias y ruegos. Acampamos allí muchas veces con las jóvenes que veneran al cordobés para saber cómo se hace un lugar sagrado para el pueblo y cómo éste puede hacerse cargo de sus ídolos.
Nosotras, le dijimos al gobernador, tenemos una cuenta en Suiza desde hace años. La misma es producto de la venta de las bombachas que le arrojamos a nuestro Sandro en los recitales. Ahora con ese dinero, si la provincia nos cede un lugar en la autopista Buenos Aires – La Plata, hacemos un enorme y hermoso edificio, más alto que el monumento a la bandera, y que será orgullo nacional. El mismo coronará con una cúpula de cristal que será bañada por el sol y la luna. Dentro de ella un cofre de oro con incrustaciones de perlas y esmeraldas guardará el corazón de nuestro rey a temperatura estable. La provincia no pone nada y marcamos el paso a la historia de nuestro amado cantante, le abrimos las merecidas puertas de la historia argentina. ¿Acaso no tiene Diego Armando Maradona un estadio de fútbol que lleva su nombre?
Pero debemos poner las cosas en su lugar y por eso denunciamos que el corazón de Sandro no aparece, pese a que teníamos todo hablado con el equipo médico el vital y único corazón del cantante de Rosa, Rosa no está en ninguna parte.
Lamentablemente hay alguna millonaria que hizo una oferta secreta para hacerse del mismo, tenemos ciertos indicios al respecto. Así como hay gente que oculta Picassos, Roux, Cezannes o Mirós en bóvedas inalcanzables para el público común y corriente creemos que el poder del dinero nos quiere quitar el orgullo y el placer de adorar el corazón del más grande cantante de América de todos los tiempos. Hacemos un llamado a todas las organizaciones e instituciones de nuestra patria para que nos ayuden en este justo reclamo.
Nuestros abogados en el día de hoy iniciarán los trámites legales correspondientes y les decimos a la opinión pública que velaremos para que nadie se apropie del corazón de nuestro ídolo. El mismo pertenece al pueblo y nosotros somos sus custodias ya que hace años que sostenemos esta causa. Basta de que se apropien de nuestras riquezas y de nuestra historia. En el corazón de Sandro laten millones de amores de orgullosas mujeres argentinas y sólo nosotras sabremos cuidarlo.






Arte poética II*



poesía son tus ojos
que me miran cansados
al final del día
después de haber visto
durante años
a tantos hombres
que abusaron de tu cuerpo.



*aldo luis novelli. novellister@gmail.com
Un abrazo impetuoso / desde los bordes del desierto.-







A MANERA DE LÁMPARAS*




*Por Miriam Cairo. cairo367@hotmail.com



ESTUCHE DE NIEBLAS

Esta culona dice, en una época en la que la muerte del decir ronda las almas. Esta culona ama, en una época en la que la muerte del amar ronda los cuerpos. Y dice, aunque no se muestre muy optimista sobre la posibilidad de decir. Y ama, aunque no se muestre muy optimista sobre la posibilidad de amar. Por eso tal vez resulte tan sorprendente ese gesto de deslizarse bajo la propia piel que la empuja hacia fuera, temblando como una flor al borde del abismo.


UN FULGOR SEMEJANTE

No está muerta. Ella, aquí, no está muerta. Está alargada. Estirada.
Suspirada largamente. No está muerta aunque tenga hábitos de fantasma. No es un cadáver con sombrero ni una imperceptible huella de araña. Tampoco es algo nuevo, no rutilan sus pupilas como noticia de último momento. Ella juega con el abecedario de la noche y me sumerge en sus olas de polvo fino.
Pájaros de enero se enredan entre los hilos de su falda. Ella es hermosísima aunque le falte un seno.
La vida, es verdad, está llena de cosas. La vida es suficiente en sí misma, para sí misma. Es la gloria de todos los vivientes. Pero ella es otra cosa.
Ella pasa dentro de mí, no es mía sino que pasa dentro de mí y se marcha, alargada, estirada. Ella se hace y se deshace en mi cuerpo escrito, suspiradamente...


PROLONGACIONES INSENSATAS

La culona de nácar farfulla que ya nadie aspira a consumar sentimientos. Se espanta de esos cuerpos acorazados en el lento morir. Ella no es una destilación de sabiduría aunque está enfrentada a los tormentos de un manojo de imágenes en las que el sol golpea. Y lucha a fuerza de generar amados,
aunque no esté de moda en estos días. La culona amante se vanagloria de haber elegido perfectos a sus amados, no por una u otra cualidad, sino por eso que no podría inventariarse o disminuirse. La culona quiere amor, amor compartido y cuando ya no tiene qué dar de comer a sus amantes, con el pico se desgarra y les ofrece su propia carne nacarada.


PROA DE NAVÍO

Para arribar a buen puerto, la culona navegante debe pasar tres pruebas: por un lado, la duda sobre el océano. Por otro la paciencia, que no sólo implica la templanza durante los meses o años que requiera la travesía sino también en pensarse deseada antes que eterna. Por último, la capacidad de disfrutar
la lejanía a pesar de que desde la tierra firme la juzgarán inútil, improductiva.


A MANERA DE LÁMPARA

La culona iluminada dice que una puede elegir entre la felicidad y el matrimonio y que por supuesto, siempre se elige el matrimonio.


OSCURA LLAMARADA

Esa culona me persigue como si fuera mi sombra, pero más brillante. Busca un reino de expresiones muy escasas donde la maniobra de existir experimenta una repentina alegría. En la noche demasiada, la culona se para en puntas de pie sobre una línea donde la vida imaginativa sólo permite agregados
confidentes.


ENTREABRIR LAS SOMBRAS

Mi culona auditiva escucha el latido de la luna que se agrieta. Sea lo que sea aquello que sueñe, apenas lo recordará cuando despierte. La luna, alejada de todo, lejos del arruinado agujero del cielo, a la leve luz de sí misma, se resguarda. Fuera del alcance del crepúsculo, se instala fugitivamente en un pensamiento de luz propia. La luna necesita el insomnio para mantenerse pegada a la noche. Su equilibrio interior exige el fiero atrevimiento de la entrega. Sólo por eso, la noche ha existido y el día no es más que un aniquilamiento espantoso.


LA MITAD DEL CRIMEN

Tampoco diremos que estas fórmulas de adivinación, estas lecturas de pájaros en vuelo, tengan derecho a ser un libro. Desde el color de la hierba hasta la eternidad inmóvil, hay un largo trecho. Y hay palabras. Quizás, la mayor maravilla de esta falta de libro sea que muy posiblemente, para beneplácito de las contradicciones, el libro se vaya escribiendo al pasar, casi sin quererlo.


*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-21264-2009-11-28.html






Unos y otros*


A Horacio Rossi


"La única Academia que me preocupa
es Rosario Central"
Roberto Fontanarrosa



Allí están ellos

siempre respetables

siempre amigos de la primera fila

sin dios que los cría

pero con diplomas que los amontonan.

hay que verlos abrir sus tiendas

hacer malabares con sus palabras

quijotizar sin quijotes

ordenar sus chistes como diapositivas

cumplir con la buena tarea

de deslumbrar a oyentes de ocasión

a quienes no tienen remedio

o a aquellos que buscan seguir sus contiendas

es decir

los futuros académicos.


Pero existen otros que

sin mayores pretensiones

hacen de la anemia una academia

viven en el margen

queriendo cultivar algún don bienvenido

o saltear simplemente algún tejido

se ríen de la monótona parcialidad de las brújulas

y del acento impostergable de las esdrújulas

conocen de versos y reversos

y podrían ser quijotes

si no se perdieran en un escote.

Estos otros buenos prójimos

no suelen seguir a los académicos

porque no buscan caminos marcados

ni saber sobre todo saben

que la magia a veces no alcanza

pero es bien sabrosa cuando contagia.



*De MARTÍN JUAREZ.







Elogio de la inventiva.*


Entrevista con César Aira



*por Pablo Duarte



Narrador infatigable, César Aira (1949) nació en Coronel Pringles, un pueblo al interior de Argentina. Avecindado desde su juventud en Buenos Aires, ha hilado una de las obras narrativas más copiosas de la literatura hispanoamericana contemporánea. Además de sus novelas -muchas de ellas publicadas por Ediciones Era-, entre las que se cuentan La liebre, Cómo me hice monja, Los fantasmas, El congreso de literatura, Las aventuras de Barbaverde y Los dos payasos, ha escrito ensayos críticos sobre Copi y
Alejandra Pizarnik.
Aira ha perfilado un estilo personalísimo, lleno de retruécanos imaginativos y dislates sucesivos que lo marcan como un escritor, si no marginal, por lo menos raro. Esta rareza, y el frenesí con que publica sus novelas siempre breves, ha provocado que se le encasille como un autor para verdaderos devotos. Él parece preferir tener "lectores" a tener "público". Esta conversación tuvo lugar durante una breve estancia suya en la ciudad de México.


-Quiero empezar con una pregunta sobre usted como figura pública. ¿Es un agobio? ¿Un mal necesario?


Lo es solamente en los viajes. En Argentina he bajado la cortina y no, nunca hay entrevistas, muy de vez en cuando participo en algún congreso, en un panel, una o dos veces al año. Y no hago ningún tipo de vida pública. Cuando viajo sí, porque a veces es el precio que hay que pagar para que lo lleven a uno a algún lugar lindo del mundo, y lo hago con gusto. Hablar de uno mismo siempre reconforta el ego, sobre todo ver que hay algún interés por uno.

-Más bien es usted una figura retraída, doméstica...

Sí, sí. No porque sea una estrategia mía,es lo natural en mí. Me sigue gustando escribir, cosa que es bastante rara entre escritores. Quiero seguir escribiendo. Tomarme tiempo, disposición mental para escribir. No necesito exposición pública.

-Es un fenómeno común el de los escritores que, conforme avanza el tiempo y la obra se consolida, comienzan a privilegiar su participación en congresos...

Lo que pasa es que hay mucha gente que cuando dice en su juventud "yo quiero ser escritor", en realidad lo que quieren es ser escritor en el sentido de funcionar socialmente como escritores, eso es lo que les gusta. Tener el carnet como para poder opinar, ir a congresos, tener una figura social profesional. Y encuentran que el problema que plantea eso es que tienen que escribir, cosa que no les gusta. Entonces escriben un libro cada diez años, con un gran esfuerzo, o recopilan artículos de manera que mantienen en vigencia su carnet de escritor. Por eso muchas veces he dicho, cuando me preguntan por esto, que no me gustan los escritores que no escriben. Es por eso, porque veo que hay escritores que funcionan como escritores y que en realidad no son escritores de vocación. Y en mi caso, que he publicado tantos libros, pequeñitos pero tantos, hay como un rechazo en mi contra por ser muy prolífico. Un amigo me decía, cuando le dije que venía a México a participar en cosas públicas: "Lleva un revólver, y cuando empieces a hablar ponelo sobre la mesa y decí: la primera vez que se pronuncie la palabra 'prolífico', me pego un tiro. Así los vas a tener controlados." Porque prolífico ahora se ha vuelto un término despectivo. Si es prolífico no puede ser bueno. Pero eso viene justamente de todos estos escritores que no escriben y que se defienden con eso. Qué otra cosa puede hacer un escritor que escribir. Es decir, si lo que escribe se publica, es porque hay algún interés en publicarlo, algún editor interesado, algún lector interesado en
leerlo. Así que no veo el motivo para despreciar lo prolífico.

Es como si hubiera la intención de "dosificar el genio".
Exacto, porque viceversa está la idea de que si alguien escribe un libro cada veinte años es porque tiene que ser buenísimo. No hay ninguna garantía.

-Está también la idea de que el escritor tiene que opinar sobre todo, volverse una especie de oráculo...

Hay muchos a los que les gusta eso. El hecho de haber escrito unos libros es la excusa para hacer esto que quieren: opinar sobre el ser nacional, como se dice en Argentina, sobre los problemas sociales del mundo, de la vida, de la ética. Quizá no está tan mal eso, porque después de todo un escritor es un
profesional de la palabra. Sabe, ha aprendido, si ha hecho bien su aprendizaje, a hacer oraciones que suenen bien...

-Sin embargo, y es a lo que quería llegar, esas opiniones, esa capacidad para interactuar con el mundo, están en su caso en sus novelas, más que en la prensa.

Lo mío siempre va un poco para el lado de la fantasía, de la invención, hasta del disparate, el delirio, así que no me atrevería a ponerme a opinar sobre el mundo.

-Pero ¿no le parece que esa es una manera oblicua o sesgada de dar su parte sobre el mundo?

En general, los escritores que se vuelven opinadores, se vuelven opinadores desde el lado del sentido común, desde una ética biempensante. Nunca hay nadie que salga a decir una barbaridad, que sería tan bonito.

-Me gustaría que me contara un poco sobre su proceso de escritura. Ha hablado de que escribe sólo una cuartilla diaria...

Mis novelas parten de una idea, de algún tipo de juego intelectual, de algo que me parezca prometedor y desafiante. A ver si se puede hacer, no sé, qué se yo, un hombre que se transforme en ardilla poco a poco, y de ahí me lanzo un poco a la aventura, a ir improvisando cada día.

-¿Escribe en su casa, en su estudio?

No, no. Cuando mis hijos eran chicos, vivíamos en un departamento muy pequeño, me acostumbré a ir a un café y sentarme y escribir ahí. Buenos Aires es una ciudad, bendita sea, que tiene muchos cafés muy acogedores donde uno puede quedarse tranquilamente. En mi caso, nunca mucho. Media hora, una hora, en que me siento a mitad de la mañana. Mis hijos crecieron, se fueron a vivir solos, pero la costumbre mía quedó. Así que todas las mañanas, a media mañana, me voy a un café y hago mi sesión del día: escribir
una paginita, porque voy escribiendo muy despacito. A veces he pensado si lo mío no se parece más al dibujo que a la escritura, en el sentido de que soy muy fetichista de lapiceras, tintas, papeles buenos, cuadernos muy exquisitos, y escribo tan despacito y pensándolo tanto. Todo lo mío tiene un componente visual muy grande. Siempre estoy pensando que se vea bien lo que estoy escribiendo, que al final de cuentas me parece que estoy haciendo un dibujo cada día.

-Claro, en sus novelas hay algo muy visual...


Sí, de hecho a veces me doy cuenta de que me excedo en eso. Como quiero que el lector vea exactamente, entonces me paso de rosca con los adjetivos, poniendo de qué color es y de qué forma. A veces tengo que tachar porque me doy cuenta de que el lector no necesita tanta fijación. Y si no ve exactamente lo que vi yo, bueno qué importancia tiene.

-A pesar de esa fijación con mostrar, el lenguaje de sus novelas es bastante claro, diáfano.


Eso lo he hecho por intuición, pero me doy cuenta de que, como la invención mía es tan barroca, no podría agregarle un barroquismo del lenguaje porque sería una superfetación. Para servir a esa imaginación un poco desbocada que tengo, se necesita una prosa lo más llana y simple posible.

-Podría ser visto casi como un gesto de cortesía...

Eso lo he notado cuando viajo a cualquier lado por la aparición de un libro mío. Yo corro con ventaja porque muchas veces llega un autor a presentar un libro y en la redacción te dicen que tienes queleerlo para mañana. Y resulta ser un libro así de gordo, pesado, aburrido, lleno de reflexiones metafísicas. Bueno, ese entrevistador va a ir con una mala leche... En cambio, en mi caso, es un librito así, de setenta páginas, que se lee en un rato, más o menos divertido. Entonces ya vienen con una sonrisa y me tratan bien.

-Entonces, ¿la brevedad es algo muy pensado?

De hecho, cuando empecé a escribir y a publicar, traté de ir a extensiones normales y publiqué varias novelas de doscientas páginas; en una creo que llegué a trescientas. Pero haciendo un esfuerzo. Y después, a medida que los editores me iban aceptando más como soy, fui yendo a lo natural en mí. Creo
que ese formato de unas cien páginas, a veces poco más, es lo natural en mí.
Digamos que es el formato ideal para el tipo de imaginación, de historias que yo invento.


Va escribiendo, y de pronto siente que ya dio de sí la historia...
Sí, esas son intuiciones que uno va adquiriendo con el oficio: me doy cuenta cuando viene el buen final. Mis finales no son tan buenos, y muchas veces me los han criticado, con razón, porque son un poco abruptos. Y yo he notado que a veces me canso o quiero empezar otra, y termino de cualquier manera. A
veces me obligo a poner un poco más de atención y hacer un buen final.

-Me da la impresión de que sus novelas son siempre una suma de digresiones.

Sí, hay algo de eso, por el modo de escribir, improvisando día a día. A mí me gusta esa línea un poco sinuosa. Me gusta estéticamente, y creo que aun así mantengo una cierta unidad, una coherencia.

-Y hablando de esa línea de digresiones y de sus hábitos como escritor, ¿es usted un escritor que pasea mucho? Lo pregunto por la asociación de la digresión con el paseo.

Sí, soy un gran caminador. Por la mañana, los días que no voy al gimnasio, hago lo que yo llamo mi caminata deportiva, que es una caminata larga que me doy al amanecer, porque soy muy diurno, me despierto siempre cuando sale el sol. Después durante el día también camino mucho -como no tengo auto, nunca tuve carro-, camino por el barrio. Y a la noche, antes de la cena, hago mi segunda caminata larga.

¿Y están relacionadas con el trabajo?


A veces salgo de mi casa, y empiezo a pensar fantasías completamente inútiles, no es que piense argumentos del libro, y una hora después, estoy abriendo la puerta de mi casa y todo lo que pasó en medio se fue. No vi nada, estuve moviendo las piernas mecánicamente. En general yo no escribo si
no estoy escribiendo, si no tengo el lapicero en la mano.

-Justo hablando del proceso de escritura, usted ha estado muy cercano a las vanguardias literarias. Y en particular me interesa preguntarle sobre la idea de poner más peso al proceso de creación que al resultado final.

Sí, esa es una de las características, inclusive del arte contemporáneo.
Tampoco hay que exagerar demasiado ahí porque este process art termina siendo ombliguista, mirarse a sí mismo. Creo que en esto yo, como en tantas otras cosas, como en el pago de los impuestos, soy normal y voy al término medio. Sí, me interesa el proceso, dejar desnudo el proceso de la escritura, que se vea, pero también tener un cierto respeto por el resultado. Que quede algo ahí. Creo que estoy en un término medio.

-A usted, sin embargo, lo ubican como un marginal, como un outsider, un escritor para fieles pero no para mayorías.


Eso le estaba diciendo ayer a mi editor acá, que yo soy de esos escritores que nunca van a tener público, pero siempre van a tener lectores, lectores sueltos. Nunca van a coagular en público, que es lo que hace al negocio. En mi caso no va a ser así.

-¿Y cómo ha sido su relación con los editores?


Siempre ha sido buena. Quizá por mi inseguridad, mi timidez, siempre pensé que ellos estaban haciéndome un favor, estaban perdiendo plata conmigo; cosa que ha sido real, además. Pero, bueno, los editores, aun el más comercial, tienen siempre un nicho para algo que les guste aunque no les dé plata, que es mi caso.

-Quisiera ahora hablar de su papel como un muy buen traductor. Quizá ahí uno se acerca a una seriedad y un rigor...


A una corrección sobre todo. Pero yo siempre a la traducción la tomé como un oficio del que viví. Ahí sí lo vi con todo pragmatismo, hasta tal punto que me especialicé en literatura mala. Porque los editores pagan lo mismo por la mala que por la buena, y la buena es mucho más difícil de traducir. Entonces
terminé especializándome, bah, más bien tomando estos bestsellers norteamericanos, que son facilísimos de traducir porque están escritos en una prosa estereotipada.

-Pero también ha traducido...

También he traducido cosas buenas, un poco por desafío, por ver si podía hacerlo. Y ahora que dejé de traducir profesionalmente, lo hago de vez en cuando por amistad, con algún escritor o con algún amigo. Hasta a Shakespeare me atreví. A Shakespeare lo leo desde chico, y había dicho "esto nunca lo voy a traducir; si me ofrecen traducir a Shakespeare nunca lo voy a aceptar, porque Shakespeare es riqueza pura, es una riqueza concentrada". En cada verso de Shakespeare hay poesía, metáforas, hay un avance de la acción, una caracterización del personaje, todo junto, en cada verso. Pero una vez un amigo estaba preparando, para editorial Norma de Colombia, una colección de Shakespeare traducido por escritores hispanoamericanos, y me habló y me dio a elegir y, para hacer algo distinto, elegí Cimbelino, una de las obras últimas y favoritas mías. Y lo traduje. Me dio un trabajo infernal, y ahí sí me juré "nunca más Shakespeare". Y aun así recaí. Y recaí por el motivo más curioso, y es que años después, me llamaron de una editorial para decirme que querían traducir, no sé bien por qué motivo, creo que porque Harold
Bloom lo había mencionado, Trabajos de amor perdidos. Entonces les dije que esa era la idea más ridícula que se les podía haber ocurrido porque esa obra no tiene argumento, es una cadena de juegos de palabras, de chistes lingüísticos. Cómo traducir eso. Por ese mismo motivo, dije, bueno lo voy a
hacer. Me la elogiaron mucho. Aunque ahí no es cuestión de traducir, es cuestión de... no sé qué verbo habría que emplear, de recrear cada chiste, cada juego de palabras. Lo tomé como un juego, como un desafío, a ver qué salía. Pero nunca más, ahora sí. Aunque esos "nunca más" siempre tienen una excepción.

-¿Y la de Cimbelino?


Ahí tomé una decisión, que fue traducirlo en prosa y en prosa explicada.
Entonces ante cada metáfora yo no la traducía sino que explicaba, a veces a lo largo de cinco renglones, lo que Shakespeare había dicho en dos palabras.
Cada chiste, cada obscenidad, que abundan, yo la explicaba en extenso.
Cuando se la di al editor me dijo: "Parece una novela de Ivy Compton-Burnett." En realidad, quien quiera leer a Shakespeare tiene que hacer un pequeño esfuerzo, aprender algo de inglés y leerlo, porque no hay de otra. Las traducciones pueden servir, ya sea como guía para alguien que está aprendiendo el idioma o ya como experimento para ver qué pasa, qué se trasmite de una lengua a otra. Tampoco nunca me interesó mucho toda la cuestión teórica de la traducción.

-¿Y nunca lo vivió como un proceso para su narrativa? ¿Cómo un trasvase?


No, no. Lo que sí creo que intervino en mi trabajo de escritor fue acostumbrarme a la corrección de la prosa. A que cada frase tenga su estructura sintáctica bien hecha, porque eso es lo que le pide el editor al traductor, una buena prosa. Buena en el sentido de correcta, legible. Alguna vez pensé que eso había estropeado mi prosa, que me había acostumbrado a una corrección excesiva. Y hasta traté de salvajizarme un poco, hacer esas cosas que hacen mis colegas jóvenes, sobre todo hacer frases que no tienen verbo, que está todo al revés, pero no, no creo que sea ningún problema.

-Hablando de los colegas jóvenes, no recuerdo quién decía que a sus contemporáneos y a sus menores uno en realidad no los leía, sino que los vigilaba. Usted, ¿qué relación tiene con sus contemporáneos, con los
menores? ¿Los lee?


Sí, los leo. Leo bastante. Leo bastantes dos primeras páginas. Es raro que siga. Creo que la narrativa, en la Argentina por lo menos, ha caído en un realismo un poco chato, casi costumbrista, costumbrista tecno, pero costumbrista al fin. Hay una chatura, y me sucede con muchos jóvenes que se reclaman de mi influencia, de mí como modelo, que, cuando leo lo que escriben, me sorprendo. Ha quedado muy relegada la invención. Hay como más voluntad de testimonio, de estas vidas maravillosas que estamos llevando. Y
creo que la historia le ha jugado una mala pasada a los novelistas, y es que les ha solucionado muchos problemas. Y una novela sin conflicto... Estos jóvenes de clase media, que son los que escriben, los que van a la Facultad de Letras, hoy día ya no tienen ningún problema, la historia se encargó de solucionarles todo. El problema sexual, por ejemplo: hoy los jóvenes no tienen los problemas que teníamos nosotros. Entonces se inventan. O recurren a la neurosis. A la hipocondría. Y toda esa miseria psicológica a mí me
cansa. Yo quedé como enganchado a las novelas de piratas: salgamos al mar a hacer algo, a tener aventuras. Este realismo de barrio elegante, Palermo Soho, no me convence.


-Por ahí decía usted que la realidad la hacían los otros, y que usted estaba ahí mirándola como espectador. Y me parece que eso tiene que ver con su apuesta y su fidelidad por la fábula y por la invención, algo que es por lo menos poco practicado.


Exacto. Lo que pasa es que una fábula, un cuento de hadas, es poco serio. Y entonces, para darle seriedad, hay que hacerlo bien. Y ahí me temo que estos jóvenes desconfían un poco de sí mismos. No me voy a largar a meter a un enanito volador en mi novela porque eso lo tendría que hacer muy bien para
que funcione, entonces se remiten al rave, que ya lo tienen más controlado.

-Curiosamente la aventura inventiva se asocia con un espíritu de riesgo...

Por eso me sorprende que estas novelas de los jóvenes, por lo menos de los jóvenes argentinos, parezcan novelas de senectud. Sin impulso de creación.


-¿Y usted cómo ha sentido el paso del tiempo?


Me han preguntado, yo mismo me lo he preguntado, si ha habido una evolución.
No sé. Creo que se está acentuando la melancolía. Porque para ser sinceros, como decía Felisberto Hernández, noto que cada vez escribo mejor, lástima que cada vez me vaya peor. Uno va mejorando su técnica, pero inevitablemente, si uno es sincero consigo mismo, sabe que se terminó la juventud y hay una melancolía que va creciendo. Creo que la tengo a raya justamente con el juego, con la invención, pero creo que va aflorando. No sé, lo veo desde afuera. Tal vez termine siendo uno de esos viejitos payasos.


-¿Mantener a raya a la melancolía es una preocupación?


No es algo que se presente como una batalla. Es algo que noto. También hay algo de cansancio. Pero estoy seguro de que voy a seguir escribiendo.


-Algo que me llamó mucho la atención fue su pequeña introducción al Diario de la hepatitis. Esa pequeña página...


Ah, sí, es una página de "nunca más voy a escribir". Creo que era mi etapa Rimbaud. Estaba coqueteando mucho con eso, con el abandono. Dejar de escribir para ver qué pasa. Pero fue un coqueteo, un juego teórico que no llevó a nada. Ahora estoy convencido que no voy a abandonar nunca. Incluso hasta tengo cierta expectativa: si empiezo a decaer, como es normal que a un hombre entrando en la vejez empiecen a fallarle las cuestiones mentales, qué va a pasar con lo que escribo. Es una curiosidad que estoy sintiendo y que querría experimentar.


-Para hablar de poesía, usted ha tenido relación con grandes poetas, ha escrito sobre Pizarnik...


Me formé en medio de poetas, y de ahí creo que viene este amor mío por los libros pequeñitos, que a mí me parecen joyas. Y los libros gruesos me parecen un poco groseros, para seguir con la etimología. Como nunca escribí poesía, en cambio escribí novelitas que parecen libros de poesía. La poesía me parece que es el laboratorio de la literatura. Ahí se prueban las innovaciones, los juegos más extremados. Y en la narración esos juegos pueden servir como modelos para estructuras distintas...

-¿Y de la poesía qué más le interesa?


La buena poesía. Uno de los primeros libros que leí en mi adolescencia y que me hizo descubrir algo importante fue Trilce, de César Vallejo. Ese libro me hizo descubrir que la literatura también podía ser enigma. Cuando lo leí por primera vez, a los catorce o quince años, no entendí nada, ni una sola
palabra. Y eso me deslumbró. De hecho, pienso que lo que se llama literatura infantil ahora tiene el defecto de que simplifica mucho el vocabulario.
Porque a los niños les encanta, los hechiza la palabra que no entienden.
Bueno, a mí me pasó con Trilce, que sigue siendo un libro favorito mío y que me mostró cómo la literatura podía ser enigma, misterio. Lo releo por lo menos una vez al año, le doy una relectura a Trilce para refrescar esa maravilla.

-Quisiera volver al escritor como figura pública, al escritor que opina. Hay una ligereza en usted que puede ser bastante sana. Una ligereza que se corresponde en su escritura...


Eso es lo que siento naturalmente. Creo que la literatura no tiene una función importante en la sociedad. Por otro lado creo que la literatura siempre ha sido y es y va a seguir siendo minoritaria, para unos pocos. Y creo que la literatura tiene que ser opcional. Hay muchos colegas míos que casi están predicando la obligatoriedad de la literatura. Hacer leer a los jóvenes. Eso no me gusta. En nuestra sociedad todo se va volviendo paulatinamente obligatorio, así que dejemos a la literatura como actividad
optativa. Qué lea el que quiera. El que quiera leer va a tener mucha felicidad en su vida, pero si no quiere leer también puede ser muy feliz. No soy un evangelista de la lectura. Ahora se ha puesto de moda eso, promover la lectura. Hay hasta fundaciones que se dedican a eso. Yo sospecho que todos los que hacen ese trabajo, y cobran muy buenos sueldos por hacerlo, no leen nunca. Los que sí leemos no somos tan proclives a promover la lectura.
Quizá porque hemos aprendido que es la actividad más libre que uno puede hacer.


-¿Y qué opinión le merecen los escritores serios, los intelectuales?

No saben lo que se pierden. No saben cuánta libertad están perdiendo. Yo pienso, y lo he dicho varias veces, que es cada vez más difícil escribir literatura seria hoy. Ha habido todo un proceso, en los últimos cien años, de ironía, de distanciamiento. Entonces hoy escribir en serio o hablar en serio es ponerse en el borde, en la cornisa de la solemnidad, de la tontería, del lugar común, del patetismo, de la mentira bien pensante. Y quizás es un poco triste eso: estamos obligados al chiste.

-De cualquier modo, el escritor, por tener un espacio público, por tener público, tiene una responsabilidad...

Pero ahí vos lo dijiste bien: por tener público. Porque si quisieran tener lectores, harían un chiste. Y dirían alguna locura.

-¿Usted piensa en sus lectores?


Sí, creo que todos los escritores tenemos algún lector, alguien que conocemos o hemos conocido. O a veces hasta alguien que nos imaginamos, con quien estamos dialogando. A veces a favor, a veces en contra. He terminado sintiendo mucho cariño sobre todo por los lectores que vienen a contarme una escena de una novela mía, o sobre un personaje de una novela mía. Eso es muy lindo porque siento que algo de lo que yo he escrito ha encarnado. En Francia una estudiante se me acercó a hablarme de esta novela chiquita que publiqué en Era, La Princesa Primavera, que se tradujo al francés. Y me decía: mi personaje favorito es Arbolito de Navidad, me gusta cuando sale a caminar y se pone tan nervioso. Y lo imitaba. Y ahí sentí como que algo se hacía realidad. Esas cosas provocan una gran satisfacción, más que tener el elogio académico, que generalmente está mediado por Derrida, por Foucault...

Pero su obra es muy solicitada por los departamentos universitarios...
No, yo me he vuelto un favorito de la academia. Lo he pensado mucho: ¿por qué se escriben tantas tesis sobre mí cuando no se escriben tantas sobre escritores mucho mejores que yo? Yo sé por qué pasa. Yo les estoy sirviendo en bandeja de plata lo que necesitan. Te doy un ejemplo, que lo di el otro día a unos estudiantes en la universidad: en esta novela mía, El congreso de literatura, yo quiero clonar a Carlos Fuentes, necesito una célula de Carlos Fuentes e invento una avispa mecánica con un chip e instrucciones de que vaya y tome la célula. La avispita cumple exactamente y me trae la célula, yo la meto en el clonador y un desastre. Porque la avispa tomó una célula de la corbata de seda natural de Carlos Fuentes. Ese episodio lo toma un profesor de narratología y ahí lo tiene todo servido en bandeja, dónde
empieza y dónde termina un cuerpo, ¿la persona social es parte de la persona biológica? Lo tiene todo servido en bandeja por esa estructura de dibujo animado, de cómic en la que yo se lo estoy dando. Es decir, para aplicar los conceptos de Deleuze a Kafka hay que ser Deleuze; para aplicar los conceptos
de Deleuze a mí es facilísimo. Creo que ahí está la clave: utilizar esos mecanismos sugerentes pero en términos de cultura plebeya. Seguro, lo tengo bien estudiado.

-¿Pero usted no es ajeno a la teoría?


Leí mucha, porque en mi juventud, en los años sesenta, setenta, estaba muy de moda. Había una gran explosión del estructuralismo, del posestructuralismo, la lectura de Barthes, Lévi-Strauss, todo ese mundo. La revista Tel Quel era mi Biblia, pero después me fui alejando naturalmente de eso. Pero sigo leyendo mucho de psicoanálisis. Freud sigue siendo una de mis lecturas favoritas. Y mucha filosofía también. Aunque la filosofía la tomo a lo Borges, como una rama de la literatura fantástica.

Le quería preguntar por el centralismo de la cultura argentina.
Me fui a Buenos Aires a los dieciocho años con la excusa de estudiar abogacía, qué mal mentiroso fui. La Argentina es un país muy centralizado, todo pasa en Buenos Aires y muy poco en el interior. Lamentablemente. Con la excepción de la ciudad de Rosario, que tiene una vida cultural muy rica,
pero no es Buenos Aires, además está muy cerca.


-¿Y a usted le preocupa esta centralización?


No, no. De cualquier manera yo vivo en Buenos Aires, así que estoy aprovechando las ventajas del centro. Vuelvo dos o tres veces por año a Pringles, a mi pueblo, porque ahí sigue viviendo familia. Lo que noto en los pueblos del interior, en Pringles como en otros, es la queja de la gente que tiene alguna inquietud cultural de que no pasa nada, de que no hay nada y es que todas las iniciativas culturales que se hacen ahí terminan fallando, terminan disgregándose en algo muy pedestre, muy primitivo, que no dan ganas de seguirlo. Y hay algo que nunca hacen y que los llevaría de un solo salto a lo más alto que puede tener la cultura, que es leer. Eso me parece. Organizan teatro, música, clubes, hasta de literatura, y comentan novelas de Rosa Montero. ¿Por qué no agarran buenos libros?

-Otra vez el asunto de la obligatoriedad de la cultura...

Totalmente. Es que yo creo que la palabra cultura tiene varias acepciones: la institucional, la antropológica, y la acepción que corresponde a cuando uno dice que fulano es un hombre culto, y se remite a una sola cosa, a leer libros. Todo lo demás, la televisión, el cine, el teatro, con todo lo bueno
que tienen, no suplen al libro. Y el libro sí suple a todo lo demás. Un hombre culto es un hombre que lee libros y no hay de otra. Si no lee libros, no es culto, por más que sea ministro de Cultura.


-En cuanto a la relación del escritor y el poder, aquí en México hay programas gubernamentales que becan a los creadores nacionales...

En la Argentina por suerte nunca pasó. Desde que existe la Argentina, los escritores han vivido de su trabajo. Y eso no sólo les da una independencia respecto del poder, sino que les da también un sentido de la realidad, les da garra. Me parece que un escritor subsidiado es un escritor lavado. No por sumisión al poder, que también los hay, sino que se pierde el sentido de la realidad. En la Argentina muchos de mis colegas están poniendo a México como el ejemplo a seguir, pero a mí no me parece tan bueno. No que tenga nada contra México y la riquísima literatura mexicana, pero eso me parece peligroso.


-¿Y qué escritores mexicanos cuenta entre sus influencias, entre sus lecturas tempranas?


Lecturas tempranas no tanto, quizá Payno, Azuela. Los de abajo fue una lectura de adolescencia que me gustó; ahí sí hay garra, hay fuerza, hay un sentido de la realidad. Mis novelas de la revolución favoritas pasaron a ser otras, más del tipo dibujo animado: Se llevaron el cañón para Bachimba, de Rafael F. Muñoz, o Los relámpagos de agosto, de Jorge Ibargüengoitia. Y después, estudiándola más, porque soy un lector ordenado, orgánico, descubrí a mis escritores mexicanos favoritos a la fecha, sobre todo Gerardo Deniz, al que leo y releo. Es un poeta enigma. Quizás hasta más que Trilce de Vallejo. Y Elena Garro, que la adoro. Me parece que como escritora es genial, una de esas que aparecen una vez cada cien años. Creo que es la más grande novelista del siglo xx.


-¿Por su propensión a la fantasía?


Sí, y por otros motivos, por su biografía. Su vida estuvo un poco demasiado cerca de la obra y eso es peligroso, pero en el caso de ella, por una alquimia especial, ese odio, ese resentimiento, resultó en obras maestras como Inés o Mi hermanita Magdalena o Reencuentro de personajes o Y Matarazo no llamó. Joyas, novelas maravillosas. Qué lástima que se murió y dejaron de aparecer libros de Elena Garro. Estoy esperando una buena biografía. Me decía un amigo, Marcelo Uribe, y me lo han dicho otros también, que lamentablemente México no tiene una gran tradición de biografías de escritores. La Argentina tampoco, en eso estamos iguales, y es lamentable.
Porque una biografía le sirve mucho al lector. Ordena las lecturas, pone en perspectiva. Los países que tienen gran tradición de lectura, como Inglaterra, tienen también una gran tradición de biografías. Es una pena y es bastante sorprendente que habiendo tanta gente becada en las universidades no hagan ese tipo de investigaciones. Aunque sea de vez en cuando, uno de cada cien que escriba una biografía. No puede ser que grandes escritores no tengan su biografía.


*Fuente: LETRAS LIBRES. http://www.letraslibres.com/index.php?art=14178






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Este domingo 29 de noviembre de 2009 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), en nuestro programa bilingüe Poesía y Música Latinoamericana, música de los compositores argentinos José Luis Campana y Alicia Terzian, interpretada por el Grupo Encuentros (Argentina). Las poesías que leeremos pertenecen a Lina Zerón (México) y la música de fondo será de Tarpuy (Andes). ¡Les deseamos una feliz audición!






ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at

(Link MP3 Live-Stream. Se requiere el programa Winamp, el cual se puede bajar gratis de internet)!!!! Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!! (Recomendamos usar http://24timezones.com/ para conocer las diferencias horarias).





REPETICIÓN: La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!

Freundliche Grüße / Cordial saludo!



YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
www.euroyage.com
Schießstattstr. 37 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel. + Fax: 0043 662 825067







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viernes, noviembre 27, 2009

ESTACIÓN CASBAS.


INVENTREN...




DE LA FUERZA DEL NOMBRE*


I


El Coiro me manda un enigmático y brevísimo correo donde dice: "¿Podés escribirme algo sobre Casbas?". El nombre no me suena de nada, por lo que abro el Firefox y busco en Internet. El primer enlace conduce hasta un pueblo de Huesca cuya existencia ni siquiera conocía (Huesca es la provincia limítrofe por el norte con Zaragoza, donde vivo), un pueblo pequeño hacia el este, cerca de Abiego y Bierge, nombres que sí reconozco. Y puesto que nunca antes he estado allí, me digo: "¿Por qué no?", pensando que lo que mi amigo argentino quiere es información de primera mano sobre este pueblecito, y nada más natural, por otra parte, que me pida el favor viviendo yo tan cerca del sitio en cuestión.

Así que al otro día meto unas cuantas cosas en una bolsa de deporte y me echo a la carretera. Camino durante un buen rato, hasta que un auto negro, un Renault 5 con más de veinte años, se detiene junto a mí. El conductor, casi un adolescente, me pregunta: "¿Te llevo?". Por supuesto, acepto. Él tampoco conoce el sitio. Su acento le delata: es gallego. Con una sonrisa franca, confirma mi sospecha. Dice que va al norte, a los Pirineos, sólo por ver la cordillera. Le han hablado de parajes extraordinariamente bellos, aunque no recuerda bien los nombres o los mezcla o los confunde. Para no resultar redundante, le menciono sólo cuatro lugares (también escribo en un papel los nombres y la forma de llegar hasta allí) que en mi recuerdo crecen más y más conforme se aleja el tiempo en que me fue dado visitarlos. El primero es el Forau d´Aigualluts, en el Valle de Benasque, una pequeña explanada rodeada de montañas donde, a veces, se tiene la sensación de que llueve hacia arriba. Es lo más lindo que yo vi nunca. El segundo, un pueblo llamado Aínsa. El tercero, aunque he de confesar que no me impresionó cuando estuve allí, es el Monasterio de San Juan de la Peña. No sé que es, pero hay algo desconcertante en la montaña donde está situado, algo feo y sin embargo inolvidable; tal vez -pienso confusamente- hago mal en recomendarle esa visita. Por último, escribo: Selva de Oza. "¿Qué es?", me pregunta. Es un valle hacia el oeste, por donde discurre el río llamado Aragón-Subordán. La vegetación tiene un color oscuro que produce sensaciones difíciles de describir, pero allí uno siente que está vivo, que de verdad pueden ocurrir cosas que te hagan sentir vivo, cosas maravillosas o atroces, pero en cualquier caso reales. El tipo asiente, acaso sin comprender del todo el sentido de mis palabras, y promete que irá a todos esos sitios. Luego se pone a hablar de su coche y, más tarde, de los grupos musicales que le gustan, cuyos nombres casi siempre me resultan extraños. No obstante, reconozco algunos, lo cual es motivo de alegría para ambos. Le recomiendo otros, que él no oyó jamás. “Te gustarán”, le digo.

Al llegar a Huesca, tomamos la carretera hacia Lleida. Unos kilómetros más adelante, nos despedimos con un apretón de manos. No tardaré en darme cuenta de que ni siquiera nos habíamos presentado. Somos dos extraños caminando en un túnel o en un insondable laberinto, que sólo por casualidad han compartido un brevísimo trecho del camino. Tal vez ninguno de los dos encuentre lo que busca, o como sucede tantas veces, lo encuentre y no lo reconozca.

Por la estrecha carretera que conduce a Casbas apenas hay tráfico. Atravieso una población y sigo adelante. Según el mapa, ya casi estoy. Es entonces cuando, de pronto, me asalta una extraña idea: ¿Y si no es esto lo que quería el Coiro?, pienso. ¿Qué interés puede tener para Inventiva un minúsculo pueblo aquí en mi tierra? Un sitio del que, por otra parte, ni siquiera yo tenía noticia hasta este momento. ¿Habrá algo que se me escape en todo este asunto? Perdido en esa confusión y en esa carretera solitaria, unas palabras aparecen en mi mente, fosforescentes como un letrero luminoso en medio de la noche: Próxima estación Casbas. Me doy cuenta de que he metido la pata (el Casbas sobre el que debería escribir es otro, y está en Argentina y no sé absolutamente nada de él. Mi maldito despiste crónico me impidió recordar hasta ahora que es una de las próximas estaciones del Inventrén) y lo peor es que está anocheciendo (es otoño y los días acortan). Por suerte, al fondo puedo ver las primeras casas. Advierto que estoy cansado. Espero encontrar un sitio donde me dejen dormir, porque hace un poco de frío y la manta que he traído es más bien fina. Pero no se ve un alma por las calles.

Al fin, distingo un vago destello al fondo de una calle lateral. Se trata de una puerta iluminada. De no haber anochecido ya, no la hubiese visto, tan tenue es el resplandor que de ella sale. Hacia allí me dirijo, con paso lento y el oído alerta. No es natural este silencio. Sobre la puerta hay un letrero de madera. La inscripción apenas puede leerse, pero se adivina que el lugar es una taberna. Cruzo el umbral y me encuentro en un cuchitril mal iluminado donde parece no haber nadie. Al oír mis pasos, un hombre sale por una puerta situada al fondo y, con un perfecto acento argentino, me saluda y pregunta si deseo tomar algo.



II


Una sensación de irrealidad me atenaza. No acierto a responder. Sólo le miro como se mira a un aparecido o como se podría mirar el propio reflejo en un espejo diseñado por Klein (el de la botella). Él repite la pregunta, más despacio, como si yo fuera extranjero y no comprendiese bien el idioma. No sé qué decir, qué hacer. Me siento como un actor de teatro esperando que el apuntador le sople el texto. Por fin, con cierto embarazo, me atrevo a pedir una cerveza. Mientras me sirve, el tipo explica que el pueblo está desierto porque hay un concierto en las piscinas municipales, un grupo de pop, uno de esos que venden muchos discos donde las diez o doce o quince canciones son, en realidad, la misma. Añade que incluso ha venido gente de los otros pueblos cercanos y hasta algún autobús de la ciudad. (Ese silencio ahí afuera, sin embargo, esa ausencia…). Al preguntarle dónde estoy, él me mira de arriba abajo y dice con naturalidad el nombre del pueblo. La siguiente pregunta no es fácil de hacer. Si el mundo sigue girando en su órbita normal y éste es, como parece, un hombre serio y cabal, se va a acordar de mis muertos y suerte tendré si no me saca del establecimiento a golpes; si por el contrario, el temor que me aprieta el corazón resulta ser fundado, yo me volveré loco. Aun así, no queda otro remedio: "Pero ¿Casbas de España o de Argentina?" digo en un susurro. Al principio, pienso que no me ha entendido, y tal vez sea lo mejor; acaso en el fondo conocer ese detalle no importe en realidad.

Pasado un instante, levanta la vista del barreño en el que en ese momento estaba lavando unos cubiertos y dice: "¿Acaso quieres tomarme el pelo?". Entonces me atropello, intento explicarle lo ocurrido, nombro el Inventrén y algunas otras estaciones, le cuento que soy poeta. "¡Poeta!" dice él. "¡Poeta!" repite. "No me lo creo. Nadie va por ahí en estos tiempos diciendo que es poeta. Usted es un aprovechado. Un sinvergüenza". Yo insisto. Mi sombra en el suelo gesticula como una marioneta de trapo, parece la sombra de otra persona, idéntica a mí pero con otro ritmo. Con amargura recuerdo que no he traído un solo libro; de haberlo hecho, mis argumentos quizá tuviesen más peso. Entonces, sin explicación, hay por su parte como una sorda aceptación, no ya de mis palabras o de lo que ellas pretenden comunicar, sino de la remota posibilidad de que sean ciertas. Mirándome de reojo, con desconfianza aún, se dirige hacia un extremo del mostrador, levanta un trapo oscuro que cubre un ordenador portátil y sentencia: "Ahora lo veremos". Abre el explorador, busca el Inventrén, busca mi nombre, encuentra resultados que le satisfacen, parece comprender que no le he mentido. La expresión de su rostro es otra ahora; luego me indica una mesa y sale del mostrador con una botella de vino en una mano y dos vasos en la otra. Nos sentamos, sirve el vino, enciende un cigarrillo y se larga a hablar convulsiva y nostálgicamente.

Así, me entero por fin de que nada extraño ha sucedido (si es que no es extraño encontrar de repente, en medio de un desierto, a un hombre que creemos habitante de otro desierto distante más de diez mil kilómetros). No hubo viajes astrales ni agujeros en el espacio. Estamos en Huesca. Con la voz plena de emoción, Manu (ese es el nombre de mi interlocutor) me habla de su niñez, de su adolescencia, se demora en detalles que tal vez hayan dormido ahí durante años, esperando esta noche y este vino; (afuera continúa el silencio, no hay ruido de pasos, ni de autos en marcha, ni siquiera el eco lejano del concierto. Si yo fuese otro, si fuese un tipo valiente, tal vez me asomaría un instante a la puerta, para mirar la luna, sólo eso: mirar la luna y saber que todo está bien). Mientras, la voz ronca de Manu me habla de la barra, de una novia que tuvo y perdió, “¡qué linda era!”, exclama. Luego hay un silencio necesario. Un movimiento lento, la mano de Manu buscando en su cartera y sacando de allí una foto cuarteada por el tiempo. La miro y hago un gesto de admiración. En efecto, la muchacha es guapa. (no sé si es entonces cuando comprendo que éste es cualquier lugar y cualquier momento, un retazo arrancado a mordiscos de la eternidad; tal vez por eso el obstinado silencio del exterior, la silueta en la pared de dos desconocidos conversando, dos latinoamericanos perdidos en cualquier parte, lejos y cerca de la vez, tenues fantasmas de sí mismos, sombras que se proyectan desde remotas noches olvidadas, que viajan en la nada hacia un tiempo inconcebible). Después escucho la descripción de un oscuro boliche que en su memoria se confunde con otros muchos que habría de conocer más tarde; me habla de su trabajo en el campo, del fatídico día en que se fue el último tren... Entonces algo parece romperse en el pausado hilo del relato. Clavo mis ojos en los suyos. Sujeto el vaso que viaja hacia sus labios. Lo insto a continuar, con el leve asomo de una sospecha insinuándose en mi entendimiento. Él me mira gravemente y retoma la narración: "...yo me fui en él. Aquel último tren que pasó por Casbas City, hace ya más de treinta años, se me llevó consigo. Luego anduve haciendo un poco de todo por todas partes. En Argentina, en Chile, en Colombia, en Bolivia y Ecuador, que es decir casi lo mismo, o de forma más breve, más certera, en Latinoamérica, que es mi patria... Nuestra patria" se corrige. Yo asiento. Luego continúa narrando las peripecias de una vida, una vida errante, como lo son todas. "Y, entonces, de pronto, llegué aquí" dice mientras vacía en los vasos lo que queda de la segunda botella. "De alguna manera, sentí que mi deriva había terminado. No es que la coincidencia del nombre y el cansancio acumulado me llevasen a tomar la decisión de quedarme. Esa decisión era anterior, fue ella quien guió mis pasos hacia estas tierras, ella quien me llevó de pueblo en pueblo hasta terminar en éste. Cuando llegué era de noche, como ahora. Dormí en unas ruinas a las afueras. No supe donde estaba hasta la mañana siguiente, pero durante el sueño supe que me quedaría aquí. No puedo explicarlo mejor. Lo sentí. Sólo eso. Y aquí estoy desde entonces".

No hablamos más. Ambos estábamos algo borrachos y era muy tarde. Dormí allí mismo, en una pequeña habitación que servía de almacén y donde había sitio de sobra. Al otro día, después de un abundante desayuno, Manu estrechó mi mano y nos despedimos como dos viejos amigos. Ambos sabíamos que había muy pocas posibilidades de volvernos a encontrar. Eché a andar por la carretera, en dirección al sur, no a ese Sur que nunca vi y que mi corazón incansablemente anhela, sino al otro, al de todos los días, al sur prosaico donde la vida sufre una combustión tan lenta que ni combustión parece.



*de Sergio Borao Llop. sergiobllop@yahoo.es
http://sbllop.blogia.com
http://www.aragonesasi.com/sergio




ESTACIÓN CASBAS...













CASBAS*



En una historia de Ray Bradbury, un hombre de joven no había abordado un tren. Por alguna razón que no recuerdo o quizás no conste en el relato, este hombre con el pasaje pago y el ticket en el bolsillo, había dejado pasar ese tren que se descarriló. Todos murieron.
En la historia de Ray Bradbury, el hombre vive una vida ordinaria trabajando, forma una familia, pero siempre está atento a ese tren fantasmal que finalmente vendrá a buscarlo. La muerte es, para él como para tantos, un expreso de medianoche.
Esto ocurre en un cuento, por lo tanto ocurre lo esperado y la muerte viene a buscarlo sobre vías de niebla; se ve el faro delantero iluminando oscuras arboledas, se escucha el imposible traqueteo, la imagen final es la del tren repleto de pasajeros que aparece en la noche para que se cumpla el destino aplazado del protagonista.
Aquí, lejos de Illinois, en la estación Casbas una mujer espera en el andén. La estación es ahora un museo, pero la mujer se obstina en ese andén sin trenes.
Me dirán que la mujer espera el amor que partió, que espera la muerte que ha de venir. No lo sabemos aun. Todavía hace falta mirarla un poco, descifrar las arrugas en la frente, descorrer algunos velos.
En un banco de madera y hierro la mujer se mece, se arrulla, se va desatando de la familia y la ciudad. Se desvanece de a poco esta mujer que ahora se que no espera un tren que venga a llevársela. Se desdibuja en tonos sepia, en rosados y mancha de agua sobre papel.
La mujer no espera la muerte, ni el amor. Ha venido a la estación sin trenes para saber que nadie la vendrá a buscar. Sola, solita, la mujer se va despidiendo de sí.

No necesita transporte para escapar hacia adentro.







*de Mónica Russomanno russomannomonica@hotmail.com











¿Partida o llegada?*



Entera y no partida



Al parecer era Casbas. Todo parece indicar que era Casbas.


Ese paraje de aquella primera huida sin destino.
Llegó a dedo, rehuyendo en algún que otro tramo un par de invitaciones a navegar por caminos de secreciones y promesas de amor eterno que habrían durado hasta la secreción.
No había habido violencia en las invitaciones, sólo sugerencias, tal vez por demás prepotentes, pero no excedieron la verborrea y la fanfarronería del conductor de camisa desabotonada y pelo en pecho, con el clásico vos te la perdés.


Los hombres suelen ser babosos por costumbre, casi por una inercia que no les permite detenerse en esa línea, para ellos confusa y difusa, que guarda la magia de un interrogante, más allá de lo efímero de una erección de las tantas.
Ella había pasado unos días en un country con un joven que, en apariencia sólo quería amarla, tan joven ella también, que ni le importó creerle. Sólo decidió acceder a sus encantos y su olor y una simpatía que desbordaba y la hacía renacer de una de esas tantas tristezas que lleva siempre a cuestas por las dudas, para cuando haga falta.
La irresponsabilidad de las vacaciones la invitaba a dormir sin límite.
El único límite de su sueño y su dormir era la recurrente necesidad del joven de disponer del cuerpo de ella a quien él había dicho, sólo querer amar.
La sofocaba la incontenible ansiedad del enardecido muchacho y ya, lo que desde él eran caricias, llegaban a ella como sopapos que violentaban su reposo y disociaban el placer del deseo.
Intentó disuadir la afrenta una medianoche, remoloneando entre el sueño y el cansancio y esas ganas de tener un ratito para pensar en sus cosas, pero la pasión de él se convirtió en un enojo y una fiereza, impropios de quien dice amar.
En medio de esa disociación se vio a sí misma, mientras todo lo que sucede en el acto del amor, seguía sucediendo, pero ella ya se había ausentado de la escena, ya sus ojos buscaban un escenario de aire libre que la sacara de allí para siempre. Fantaseaba la luz del sol y un camino abierto sin retorno.
Esa mañana se mantuvo despierta para escucharlo salir, asegurándose poder salir también ella de esa casa para no volver, y evitando tener que dar explicaciones a un ser por demás obstinado y dominante.
En medio de una fiebre intensa y el inseparable sopor que la acompaña, recorrió la casa, ya vacía, llena de rejas góticas y puertas pesadas, propias de seres que suponen que tienen mucho que cuidar.
Todo estaba cerrado, ningún juego de llaves a la mano, no era época de celulares, sí de la policía, pero no de teléfonos.
El pánico era lo único que inundaba la atmósfera del lugar, tan ajeno, tan extraño.
El parque era bellísimo pero su dimensión paradisíaca hacía que toda señal de vida humana quedara tan lejos que empezó a desesperarse paralizada por la fiebre y el terror del encierro.
Quería gritar, pero la voz de la que disponía era una hilacha ronca y aguda sin efecto de onda y se disolvía en esa inmensidad de no importarle a nadie.
Se quedó apoyada en la ventana más próxima a la civilización y al cabo de un rato, una nena en bicicleta pasó sin registrar su inútil voz.
Recordó sus paseos de niña, en bici por el barrio y se tranquilizó sabiendo que la nena volvería a andar por el mismo caminito sinuoso una y mil veces.
Recompuso la voz y la energía y se apostó en la ventana a aguardar la pasadita en la bici.
Había perdido la noción del tiempo y no sabía cuánto podía demorar la llegada del impaciente hormonal que tanto la amaba.
La niñita volvió andando sin siquiera girar su cabeza hacia la ventana, el único y mágico vínculo con el mundo que existía en ese momento.
Alcanzó a llamarla y algo oyó la nena, porque salió torpemente, a mucha velocidad, trastabillando sus rueditas.
Se desanimó pensando que esa imagen espectral de ojeras y color de pescado hervido de la fiebre había aterrado a la niñita.
La inquietud de la ciclista asustada al llegar a su casa había despertado la de su padre y éste se tomó la molestia de acercarse hasta esa ventana para ver qué sucedía.
Como pudo, le explicó al vecino que algo había sucedido con la llave y que la ayudaran a salir, necesitaba ver a un médico.
Evitó dar cualquier clase de explicación y pormenor para no acabar en una seccional haciendo denuncias y cosas así que, lejos de hallar soluciones, extienden al infinito los vínculos que uno desea cortar de cuajo.
El mismo señor la llevó hasta el centro de salud más próximo y cuando terminaron de aplicarle el antifebril inyectable, ya nadie supo más de ella en la sala.
Comenzó a hacer dedo, jugando a semblantear las fisonomías de conductores y conductoras, echando mano a la perimida psiquiatría lombrosiana, aceptando que los dueños del volante la trasladen cualquier tramo posible.
Tenía que alejarse del lugar y ni siquiera tenía idea de dónde iría a parar.
Ansiaba una ducha y una cama sin acompañante, pero era indispensable estar de pie y andar y seguir andando.
Llegó, en realidad no iba allí, pero llegó a un paraje de decía Casbas y una flecha, aquel paraje de esa primera huida sin destino.
Tal vez la asociación con Cabsha y la dulzura le hizo desear pedirle a la señora que se detuviera y se bajó de la camioneta.
Caminó hasta encontrar un bodegón de pueblo y después de dos cafés aguachentos y todas las miradas de los jugadores de tute sobre ella, se hizo amiga de la hija de la despensera que había ido a llevar la galleta para el almuerzo.
La hija de la despensera era rústica, ignorante y confiada y ella era básicamente una buena persona.
Le ofrecieron pasar una noche en una chacra de por ahí cerca, que sí era Casbas, y se transformó en lo mejor de las vacaciones.
Limpió, cocinó, adornó con flores, contó historias, sintió el aroma de la luna creciente, releyó su libro de cabecera: Robinson Crusoe, que apareció en un anaquel mezclado con la harina de garbanzos y el mijo, corrió con los perros, uno la mordió porque no sabía jugar, ella, no el perro, limpió culos de bebés que ya comían lo mismo que los adulos y ahí supo que la caca nunca es santa, es caca nomás.
Comió empanadas dulces como postre, desayunó con chorizo seco y mate, vio un peludo de cerca y aprendió a relativizar la sabiduría canchera de la porteñidad en medio de ese sortilegio del azar y los azahares que le había regalado la mejor oportunidad de su vida, impostergable.
Una mañana serena preguntó por la estación, para poder volver de donde ella era.
No había tren, desde antes del ochenta, le dijeron, y ella, que andaba desayunándose de democracia, según circulaba por la época, terminaba Malvinas, volvía la libertad, se veían grandes cantidades de tetas y músculos aceitosos y resbaladizos de machos en situación, volvían los partidos políticos, pero con otros nombres, y muchos condimentos de la democracia, pero no había tren.
Tuvieron que darle, encima, unos pesos al despedirse, porque con su contante y sonante no le alcanzaba ni para irse, menos para llegar.
Tenía que volver a su trabajo en la recepción de la empresa.
Por la confianza de esa gente pudo emprender el regreso.
Un poco antes de llegar a la empresa, al doblar la esquina, que según el borracho del chiste, ya estaba doblada cuando él llegó, visualizó la silueta de su amante pertinaz.
Caminó hasta el correo y envió un colacionado de renuncia.
Un par de horas después consiguió otro trabajo.
Eran otras épocas, claro.
Pero la violencia, la desdicha, el riesgo inútil, las decisiones, son innegociables.
Esa incógnita Casbas le abrió las puertas de un armario de aromas, colores y sinfonías que la urbanidad le había arrebatado en la turbulencia de llevarse la vida por delante, tragándose todo lo que se imponía a su paso.
Se sintió fuera de época, se preguntó si no se había equivocado de vida, trató de pensar en la libertad y sus diferentes rostros.
Pensó incluso que la idea de la libertad varía de acuerdo a los contextos.
Pero concluyó que la libertad nunca es cosa de otra época.




*de Magalí. yosehacerasado@hotmail.com













Desguace*




Nos sorprendía/ Amaneciendo
Era un astro rugiente y alado
Que respiraba/ Amaneciente.
Abiertos los furgones/ Él resoplaba:
Amanecían atados y bultos
Amores fatuos/ Que lo poblaron
Día tras día/ Amaneciendo.

Entonces penetrados/ Amanecientes
Boleto en mano y enamorados
Del destino y las raíces
Pero del viaje… Pero del viaje
¡Emborrachados!/ Amanecidos
Luciérnaga en luciérnaga
Tragándonos azul y aire y risas.

Tan de tren en tren como de día
En día si se pudiera/ Era pedirlo
Y concederse quizás: una vez
A Bahía por semana/ Está bien.
Amanecer un día en otros seis
Viajar enamorados/ Amaneciendo
Aunque al atardecer volvamos.

Nos sorprendía/ Atardeciendo
La bocanada final: Difusos
Caminos/ Distancias y lances
De amor como en el cine.
Pero bajando tres peldaños:
Descender de la gloria celestial
Después de la fiesta y del delirio.

Y el tren se quedó/ Es decir
Abandonamos el pueblo
Dejamos atrás siestas y felicidad
Irresponsable/ Del tren:
La muerte. O el latido
Embalsamado en la memoria.
Y nosotros: de regreso/ Amanecidos.





Tren local*





No te culpo de mi exilio.
Si ofreciste devolverme
Tantas tardes culebreando
Lado a lado tus fronteras
De desierto y de silencio.

Yo iba en sueños. No volvía
Mi razón emborrachada
De libros/ Ciencias o mujeres
Acomodadas a cubierto
Del sereno. ¡Imperdonable!

Me esperabas en tus rieles
A corazón abierto. Cancerbero
Acatarrado/ Soberbio trono:
No te merecí mientras te tuve
Después dijeron que te fuiste.

O quizás te encerraron.
¿Perdiste tu batalla campal
Se quebró en polvo tu iguana
Incapaz de trasnochar
Te hundiste/ Ya no humeaste?

No existe el vía Pringles
Ni siquiera el Lamadrid/ Sólo
Señales de abandono. Bocinazos:
Gris tu descendencia/ Gris
De conurbano sin paisajes.




El enviado del rey*





Plantado en la pampa nocturnal y fresca
Como un gran cigarro articulado. Andenes
A Grünbein (lugar de paso y de poesía)
Yendo o volviendo del humo encolumnado.



Allí debajo está el enviado a toda luz
Refulgiendo entre rastrojos/ Brillando
Contra el zinc de los espejos de cereal.
Es el enviado del rey: ¡Miren qué lujos!



¿O es la serpiente que aún somete Evas?
Mi médula espinal que muerde rebelada
O el infaltable profesor pontificando.
Representante del rey. Del más antiguo:



Condenado por sueños subversivos
Por seducir y convocar miles o millones
Salteador/ Raptor/ Iconoclasta
Revolucionaria hierba de la pampa.



Hasta que suelta un alarido. Se tensa
Como arbolito con Rauch sobre la chuza
Y lanza su malón. Sus pingos en carrera
Cambian tierras/ Reinados y pasajes.




De “Poemas del amor que vence a la muerte”, 2008-2009



*Poemas de Carlos Enrique Cartolano cecartolano@hotmail.com
http://latrampadearena.blogspot.com
http://diasporasur.wordpress.com







"Concédenos Buen Viaje"*



“Tarde o temprano, la tecnología llega a todos lados, che. ¡Qué lo parió!”, pensó el maquinista Leandro Benítez, al contemplar la reluciente locomotora alimentada a GNC que descansaba sobre los relucientes rieles del remozado y reciclado ramal de trocha angosta del ex Ferrocarril Midland, ahora denominado Trochita Pampeana, en un simpático gesto realizado por los municipios vecinos que se abocaron a la tarea de revivir el antiguo servicio que unía estos pueblos bonaerenses. No por casualidad, la flamante locomotora –quizá, de procedencia japonesa, pensó Benítez- lucía sobre uno de sus flancos el portentoso nombre de “FÉNIX”…

El servicio funcionaba a pleno desde hacía ya un mes, cuando se realizara su viaje inaugural, en medio de los estridentes vítores de la multitud vecinal congregada en las inmediaciones de la Estación. Benítez difícilmente pueda olvidar la felicidad estampada en los rostros de los vecinos que se acercaban llorosos a la vera de las vías para verlo pasar, saludando con las manos, pañuelos al aire y sombreros o gorritas, dándole una bienvenida más que calurosa al antiguo y estrenado servicio, deseosos de no tener que presenciar otra lenta y frustrante agonía…

Desde entonces, Benítez realizaba un par de viajes semanales a bordo de “FÉNIX”, transportando cargas diversas, y pasajeros sólo en ocasiones, instaurando un nuevo servicio solidario entre las localidades vecinas. Las autoridades celebraban con satisfacción esta nueva iniciativa, respaldada por el gobierno nacional. Cada uno de los actores del emprendimiento sacaba réditos, por lo que el negocio cerraba en su totalidad.

En uno de estos viajes, ocurrió el desgraciado hecho delictivo. La formación salió de la Estación Carhue puntualmente, como de costumbre, rumbo a la Estación Puente Alsina. Mientras Benítez calzaba la palanca en los comandos de la cabina y comenzaba a acelerar, echó un vistazo como siempre a la pequeña silueta de la Virgen de Nuestra Señora de Luján, nítida en su zócalo de la pared de la Estación, junto al panel que indicaba los horarios de salida y llegada de cada formación. Por sobre todo, Benítez gustaba de recordar la leyenda del minúsculo letrero de cerámica que existía debajo de la Virgen, y que el maquinista consideraba un rezo casi sagrado: “Concédenos Buen Viaje”, podía leerse aún desde la cabina de “FÉNIX”, estampado en blanco sobre negro.

No habían transcurrido diez minutos desde la partida cuando la puerta de la cabina se abrió de golpe, y Benítez se encontró frente a frente con la enorme boca de una pistola, abierta como una siniestra “O” entre sus ojos. La impresión inicial demoró un par de segundos en devolverlo a la realidad, durante los cuales no pudo dar crédito a lo que veía; ¿cómo era posible que hubiera subido alguien a bordo si……?

Sólo después consiguió divisar, por detrás de aquel ominoso cañón, el pasamontañas negro con visos rojos, verdes y amarillos que le cubría el rostro al recién llegado.

-¡No te movás porque te quemo, hijo de puta!!! ¡Y frená esta mierda ya mismo!!!!

Benítez movió la palanca, casi por instinto, disminuyendo la velocidad, aunque una parte de sí mismo le dijo que no, que continuara con su trabajo, que prosiguiera la marcha pasara lo que pasase. Sin embargo, el miedo pudo más que el deber, y finalmente aminoró la marcha hasta detenerse con una mínima inercia. Una mano lo aferró por la espalda de su camisa de trabajo y tiró hacia atrás, alejándolo de los comandos.

Ambos salieron al pasillo exterior de “FÉNIX”, mientras su poderoso motor regulaba en automático, y Benítez saltó a tierra, escrutado continuamente por su captor. Apenas con un gesto de la pistola, le indicó que caminase hacia el furgón.

-¡Y con las manos separadas del cuerpo! ¡No te hagás el loquito!!!

Este no parecía ser un vulgar “pibe chorro”, aunque la pinta pareciera delatarlo; menos aún el clásico punguista de estación. ¿Quién detiene una formación de carga en medio del campo, a menos que tenga un dato sabido de antemano? Recorrieron el trayecto sobre la tosca con paso veloz, hasta arribar a la puerta lateral del furgón, abierta de par en par. Allí los aguardaban otros dos delincuentes, uno con un cuello polar calzado hasta los ojos, que le ocultaba el rostro, y otro también con pasamontañas, pero de color azul.

Ambos habían reducido a un guardia de seguridad, que yacía boca abajo sin sentido sobre el piso del vehículo. Benítez desconocía la existencia del mismo al partir de San Fermín, y el hecho de descubrirlo fue una sorpresa tan intensa como la certeza de estar siendo encañonado por una pistola sobre la nuca y otras dos hacia su pecho. La razón de la existencia del guardia lo desconcertó tanto como a los ladrones, ya que jamás hubiese pensado que algo como eso pudiese ser transportado por fuera de un museo, a bordo de un vehículo del siglo XXI.

-¡Hablá, puto! -, gritó el del cuello polar. -¿Cómo mierda se abre esto?

Ninguno había esperado encontrarse con una reluciente caja fuerte británica del siglo XIX, negra como la noche, con delgadas líneas cromadas junto a los bordes de la puerta, y una enorme ruleta de combinaciones numéricas en su centro, junto a la manija de acero inoxidable, también cromada. En pequeñas letras plateadas, alcanzaba a leerse la distintiva marca del dueño original: “Wells Fargo”.

-¡No puede ser, loco!!! -, gritó el tercero. -¡Hacemos esta movida para ganarnos buena guita, y nos recontracagan!

-¡Secuestremos el tren cuando lleguemos a Puente Alsina, y pidamos rescate! -, chilló el que se encontraba a su espalda.

-¡Pero no, animal!!! ¡Nos van a fusilar cuando vean que no hay rehenes!

-¿Y éste, qué es? -, volvió a chillar, golpeándole a Benítez levemente el parietal derecho con el cañón de la pistola.

-A éste lo fusilan con nosotros -, masculló el del cuello polar, mientras Benítez sudaba a mares, para perder todo interés en apuntarlo y ponerse a analizar en cuclillas el oscuro bloque de metal -: ¿Están seguros que no podemos conseguir dinamita?

-¡No seas cabeza! ¿De dónde mierda sacamos dinamita?

-¡Hagamos mierda a éste!!! -, chilló el que tenía a sus espaldas, aferrándolo por el hombro y comprimiendo el cañón de la pistola contra la nuca de Benítez. Con la cabeza echada hacia delante, el maquinista contuvo la respiración, apretando los dientes, rogando por el arrepentimiento del impulsivo delincuente.

-Dejate de joder, boludo. Acá no se muere nadie -, masculló otra vez el del cuello polar, sin dejar de contemplar la caja fuerte, meneando la cabeza. Al cabo de un rato, que a Benítez le resultó eterno -mientras su propio sudor resbalaba hasta enjugar la amenazante boca de la pistola-, se puso de pie, enfundó la pistola en el cinturón a la altura del ombligo, y contempló el horizonte con una intensa mirada de frustración: -Vamonos.
-¿Cómo??? -, chilló el tercero, a su lado. -¿Qué decís???

-¿Te volviste loco, chabón??? -, gritó el que apuntaba a Benítez en la nuca. -¿Qué mierda te pasa?

-Que aunque me dé toda la bronca, hay que saber irse a tiempo, sin hacer cagadas -, murmuró el del cuello polar, sin mirar a nadie, saltando a tierra. Tomó a Benítez por la mandíbula, lo obligó a mirarlo, y le dijo: -Y vos, vas a seguir viaje haciendo de cuenta que acá no pasó nada. ¿Está claro?

Benítez asintió varias veces, incapaz de decir palabra alguna, en el instante previo a escuchar decir al delincuente que lo apuntaba por la espalda:

-¡La concha de tu madre, puto! -, antes que el golpe en la cabeza lo sumergiese en un insondable pozo sin fondo.

Al despertar, contemplando miles de bailarinas lucecitas delante de sus ojos, los delincuentes ya no estaban. Ignoraba cuánto tiempo había pasado, pero el guardia de seguridad aún no había vuelto en sí. Creyó por un segundo que estaba muerto, pero la urgencia por hallarse en el medio de la nada delante de una caja fuerte lo apartó de cualquier otro pensamiento.

Tomándose la nuca con una mano –palpando la escasa mancha de sangre que se extendiera por su cabello-, se incorporó tambaleante, apoyándose con la otra mano en el borde de la puerta del furgón, sin dejar de contemplar la hipnótica silueta del enorme cubo blindado. Y a pesar del miedo y el dolor, de un imperioso sentido del deber que le ordenaba trepar a "FÉNIX" y llegar cuanto antes a Casbas para denunciar el hecho ante el encargado de la Estación, un par de irreprimibles ideas lo asaltaron por sorpresa:

“¿ESTARÁ LLENA DE PLATA……O VACÍA?”

“¿¿¿Y SI ME LA LLEVO???”

De pronto, soñó que atravesaba la pampa a bordo de “FÉNIX” como si fuese un antiguo bandolero del Lejano Oeste, huyendo de la ley y los demás delincuentes, montado en su poderoso caballo de acero, dueño de la máquina y del botín. Sólo le haría falta la chica; rubia o morocha, le daba igual.

Pero la vana idea de independiente omnipotencia le duró muy poco…

……¿O no?……
Y el vago recuerdo de una frase escuchada hacía no mucho tiempo se le impuso en la cabeza, con un dolor mucho más punzante que el de la nuca:


“Hay que saber irse a tiempo”.



*de Aldima. licaldima@yahoo.com.ar





Correo:


FESTIVAL TREN PARA TODOS*


DOMINGO 29 DE NOVIEMBRE 18 horas


ESTACIÓN DE TRENES
SANTA ROSA - LA PAMPA



18:00 Hs TEATRO
Los Okupas del Andén (La Plata)
"Historias Anchas de Trocha Angosta"



18:45 Hs
Murgón Amalaya



19:00 Hs TEATRO
Patricios Unidos de Pie
"Nuestros Recuerdos"



20:00 Hs EN VIVO
MARÍA JOSÉ CARRIZO Y PABLO WEHT
y bailarines de tango (Entrelazados)



20:30 Hs EN VIVO
JUANI DE PIAN Y MARIO CEJAS



21:00 Hs EN VIVO
MARCELA EIJO Y FEDERICO CAMILETTI
y bailarines de folklore



22:00 Hs EN VIVO
TIERRA PLANA - ROCK
'Negro' Vilchez Diego Lucero Luciano Kollman Francisco Taramarca y 'Tajo'
Morettini

EXPOSICIÓN DE ARTES VISUALES

BAR ÁNGELES Y FRIDA

DARÍO 'TIKI' EYHERAMONHO
CAROLA FERRERO
RAQUEL PUMILLA
RICARDO VALERGA
DANIELA FURCH

Un verdadero paseo por la zona ferroviaria

POR LA RECUPERACIÓN DEL SISTEMA
FERROVIARIO ESTATAL Y FEDERAL



*Enviado para compartir por Lucía Cinquepalmi luciaguionbajo@gmail.com







*



Queridas amigas, apreciados amigos:



Este domingo 29 de noviembre de 2009 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), en nuestro programa bilingüe Poesía y Música Latinoamericana, música de los compositores argentinos José Luis Campana y Alicia Terzian, interpretada por el Grupo Encuentros (Argentina). Las poesías que leeremos pertenecen a Lina Zerón (México) y la música de fondo será de Tarpuy (Andes). ¡Les deseamos una feliz audición!




ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at

(Link MP3 Live-Stream. Se requiere el programa Winamp, el cual se puede bajar gratis de internet)!!!! Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!! (Recomendamos usar http://24timezones.com/ para conocer las diferencias horarias).



REPETICIÓN: La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!

Freundliche Grüße / Cordial saludo!



YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
www.euroyage.com
Schießstattstr. 37 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel. + Fax: 0043 662 825067





*





INVENTREN: Próxima estación: EDUARDO CASEY


Colaboraciones a inventivasocial@yahoo.com.ar
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El tren continúa parando en las siguientes estaciones:

ANDANT.

CORONEL M. FREYRE.

ENRIQUE LAVALLE.

CORACEROS.

HENDERSON.

MARÍA LUCILA.

HERRERA VEGA.

HORTENSIA.

ORDOQUI.

CORBETT.

SANTOS UNZUÉ.

MOREA.

ORTIZ DE ROSAS.

ARAUJO.

BAUDRIX.

EMITA.

INDACOCHEA.

LA RICA.

SAN SEBASTIÁN.

J.J. ALMEYRA.

INGENIERO WILLIAMS.

GONZÁLEZ RISOS.

PARADA KM 79.

ENRIQUE FYNN.

PLOMER.

KM. 55.

ELÍAS ROMERO.

KM. 38.

MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.

LIBERTAD.

MERLO GÓMEZ.

RAFAEL CASTILLO.

ISIDRO CASANOVA.

JUSTO VILLEGAS.

JOSÉ INGENIEROS.

MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.

ALDO BONZI.

KM 12.

LA SALADA.

INGENIERO BUDGE.

VILLA FIORITO.

VILLA CARAZA.

VILLA DIAMANTE.

PUENTE ALSINA.

INTERCAMBIO MIDLAND.



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