*Obra de Walkala. Luis Alfredo Duarte
Herrera (1958-2010).
-En Aurora Boreal.
Walkala: un homenaje in memoriam
http://www.auroraboreal.net/index.php?option=com_content&view=article&id=1367%3Awalkala&catid=94%3Apintura&Itemid=160
Tu*
Muy lejos del paraíso
en la cumbre de nada
caminaba.
En mitad de mi camino, Tú:
Pequeña sombra de veinticinco años
herida por las brisas del ocaso
y las palabras vanas del asfalto
cayendo abrasadora sobre mis ojos ciegos
con la brutal violencia de un torbellino
arcano.
Sobre mi frente quebrada
en millones de pétalos-luz de ardientes
amapolas
llovieron despedazados
minuto
a
minuto
diez largos años de ausencia
diez galaxias encendidas
girando vertiginosas
ante mis ojos sin vida.
Y esa mirada tuya mayor que un universo
despertó la aletargada lágrima de fuego,
despedazó mis párpados difuntos,
miríadas de recuerdos fueron desenterrados
y he ahí la presencia irrevocable
de otra mirada, lejana, caída bajo las
ruedas
del carromato del tiempo.
¿Qué no hubiera dado entonces por una sola
palabra?
Pero hoy tus ojos vencidos
por una inmensa languidez tristísima
se han mirado en los míos y he sentido
una furiosa voz soliviantada
chocando contra mis huesos
golpeando mis sentidos
desbordando los poros de mi cuerpo
pero una voz ahogada.
Yo me acuso
de haber puesto en mis bolsillos
treinta monedas de sangre.
Tú, sombra, tú, cara oculta de mi vida,
ya para siempre en mi retina, tú,
en todos los espejos, tú,
por las vertientes cóncavas del cielo, tú,
con tu mirada yacente de amanecer
decapitado
preguntando denunciando interrogando
por tu vida
por tu vida
por tu
vida.
Sombra, tú, volando en autocares atestados
en los jardines en las pláticas nocturnas
en los suburbios en los árboles dormidos
en la calma de los mares y en las fábricas
en el canto melodioso de las madres
en la lluvia que nutre las cosechas
en el fondo imperfecto de las fuentes
en los versos que silban los abetos
en todos los colegios de la tierra.
Tú con tu tierna mirada
y yo de pie, sin palabras
como un muerto fugaz adivinado
por tus ojos de noche solitaria
presentido quizá soñado solo
que ya nunca sabré...
Pero más allá de las conversaciones urbanas
urdidas con cenizas de otras bocas;
más allá de la frontera de los trenes
que siempre parten después de medianoche;
más allá del refugio del que huye
y el inútil bullicio de las calles;
allende las trincheras violadas por el
fuego
y el grito dolorido de los parias
allí donde los gatos ya no lloran
y la noche es un punto de partida
yacerán enterradas para siempre en el barro
treinta monedas turbias treinta cofres de
llanto
y una sonrisa encinta nacerá de tus labios
y un universo virgen nacerá del encuentro.
*De Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
EDAD
SIN SOL*
Alguien dijo, que el poeta ama la soledad.
Por ello mismo proclamo mi condición de no
poeta
Reniego de la soledad, sol sin edad, edad
sin sol.
Reniego de la soledad. (Tal vez por amarla
tanto)
Del acto de nacer o de morir ¡Tan solos!
De la mujer que huele la traición en el
lecho vacío.
De la niña mirando el horizonte huérfano.
Del tango Uno que no pudo ser dos.
Del triángulo de a dos, fuego y agua.
De los interminables callejones borrachos
de la nada.
De los largos cabellos donde se enredan los
piojos de la envidia.
De
las uñas que rasguñan la piel-intacta de la tierra.
Del árbol seco, esqueleto dormido.
De los ojos ciegos del cenagal que
enmascara los sueños.
De las grotescas máscaras.
De los sacos de luto y los tacones rojos.
De la roca ultrajada por un tajo de
ausencia.
De los paralelos amores que conducen al
andén del olvido
De los espejos en los recintos fríos de la
oscuridad.
De la casa con paredes derruidas.
Del ausente reflejo en el cauce seco de los
acuosos ojos.
Del pájaro que infructuosamente golpea,
obstinadamente, mi ventana.
Reniego. Quizá por amarla tanto. Tanto.
*De Amelia
Arellano.
San Luis.
Daniel*
*De Antonio
Dal Masetto.
Había una vez un joven virtuoso y de
corazón noble de nombre Daniel. Había tenido grandes maestros en todas las
artes, en toda clase de literatura y ciencia. Había superado a sus maestros.
Daniel tenía el don de descifrar cualquier visión o sueño.
El pueblo de Daniel fue asediado y luego
tomado por un poderoso ejército y el rey enemigo ordenó a sus generales que
eligieran a algunos jóvenes pertenecientes a la nobleza para servir en su
corte. Debían ser jóvenes inteligentes y apuestos. Daniel estaba entre ellos y
sin duda era el más apuesto y brillante de todos.
Cuando marchaba hacia su nuevo destino,
mientras sus compañeros se lamentaban por la humillación de la derrota y el
cautiverio, Daniel pensaba: "Después de todo, esto que me ocurre es bueno
porque tendré oportunidad de servir en la corte del rey más poderoso del mundo
y progresar y triunfar gracias a mi capacidad".
Y así fue. Había muchos magos, hechiceros,
adivinos y astrólogos en el reino, pero eran tres los de mayor jerarquía y
estaban instalados en la corte. Los magos leían la suerte de las batallas en
las estrellas, en el vuelo de las aves, desentrañaban el sentido oculto de los
sueños, pronosticaban el futuro. Pero muy pronto Daniel demostró que los
aventajaba a todos.
Tanto se distinguió con sus cualidades
extraordinarias que fue nombrado por el rey en cargos cada vez más importantes.
Esto preocupó a los magos, hechiceros, adivinos y astrólogos, especialmente a
los tres magos mayores. Que se alarmaron por la presencia de este extraño que amenazaba
con desplazarlos de sus lugares de privilegio, y comenzaron a confabular.
Acusaron a Daniel de blasfemar contra los
dioses adorados por el rey y contra el rey mismo, aportaron pruebas falsas y
testigos falsos.
Daniel fue condenado y arrojado al foso de
los leones. El rey mismo selló con su anillo la piedra que tapaba la entrada.
Al día siguiente encontraron que Daniel seguía vivo y salió del foso sin un
rasguño. Este milagro causó gran asombro general. Nadie podía saber que entre
las múltiples virtudes de Daniel estaba la de ser un inigualable domador de
leones.
El rey interpretó el hecho de que saliera
ileso de aquel foso como una prueba de la inocencia de Daniel, mandó traer a
los que falsamente lo habían acusado y ordenó que se los arrojara a los leones.
Y no solamente a ellos sino también a sus familias.
Y Daniel pensó: "Después de todo, esto
que me ocurre es bueno porque disminuye el número de mis enemigos y mis
competidores".
El rey siempre había sido implacable con
los errores de sus magos y cuando sus respuestas no le satisfacían los mandaba
ejecutar. Con el transcurrir del tiempo sus visiones y sueños fueron más
frecuentes y enigmáticos, hacía comparecer a cualquier mago, hechicero,
adivino, astrólogo elegido al azar y si los pronósticos no eran de su agrado,
levantaba el dedo índice de la mano derecha y los guardias ya sabían lo que
significaba esa señal: foso de leones.
Así que llegó un día en que cierto mago, al
ser requerido por el rey para descifrar una de sus visiones nocturnas, antes de
ir a verlo visitó en secreto a Daniel para solicitarle ayuda. Enfrentado a
Daniel, depositó una bolsa de monedas de oro sobre la mesa y le pidió
protección con su magia poderosa.
Daniel se mantuvo en silencio. Miró la
bolsa, miró al mago a los ojos y nuevamente la bolsa. El mago creyó comprender
que la oferta no era suficiente y depositó una segunda bolsa de monedas de oro
sobre la mesa.
Daniel miró las dos bolsas, miró al mago y
de nuevo las bolsas. El mago depositó una tercera bolsa. Esta vez Daniel solamente
permaneció con la mirada fija en las tres bolsas sin que su rostro denotara
expresión alguna.
El mago dedujo que ahora la suma era
considerada suficiente, que el trato estaba aceptado, respetuosamente se retiró
caminando hacia atrás y fue a enfrentar su compromiso con el rey y fracasó y
terminó en el foso de los leones con todos los integrantes de su familia, de
donde no regresaron.
Tiempo después fue otro mago el que acudió
a Daniel ofreciéndole monedas de oro y piedras preciosas. También terminó en el
foso de los leones. Y luego hubo otro y otro y otro más.
Y Daniel pensó: "Después de todo, esto
que me está ocurriendo es bueno porque mis riquezas aumentan y el número de mis
competidores sigue disminuyendo".
En cuanto a Daniel, cuando su presencia era
solicitada, sus interpretaciones siempre satisfacían al monarca. A esta altura
había alcanzado el cargo más alto en la corte y vivía en una gran casa con
muchos esclavos y hermosas esclavas.
Hasta que llegó el día en que el rey
consideró que a un ser tan absolutamente perfecto como Daniel le correspondía
un ámbito también absolutamente perfecto, y el único ámbito sobre la Tierra que
se le equiparaba en perfección era el desierto. Así que aligeró a Daniel de
todos sus bienes y lo envió a las infinitas extensiones de arena.
Y pasaron los años que pudieron ser siglos
y en tanta luz y tanto espacio la cabeza de Daniel se fue vaciando de memoria y
ya no supo quién era ni de dónde venía y ni siquiera le quedó el recuerdo de su
nombre.
Y deambulaba y repetía continuamente su
lamento:
"Ay de mí, ay de mí, éste es mi hogar,
una llanura sin fin donde se arrastran sin pausa días y noches de silencio.
Nada hay acá que no me pertenezca. Nada que suscite mi deseo. Si me desplazo en
una u otra dirección, no habré por eso de alejarme de sus confines. Siempre me
rodeará un amplio círculo cuyo centro soy yo, único y absoluto señor de este
reino estéril y preciso. Hacia todas partes se extienden límites que nunca
agotaré, todo amanecer es portador de una jornada que ya he vivido. Cada
evidencia de mi poderío no hace sino reafirmar la medida de una esclavitud.
Y sin embargo, una sola mínima alteración,
un solo accidente insignificante, serían suficientes para sembrar el
desconcierto.
"Entonces nacería una tregua en este
orden, existirían también otros centros, otras distancias, el equilibrio se
habría roto y el horizonte ya no tendría su perfección inviolable. A veces
sueño, creo que sueño. Pero nada conservo de esos sueños. Existe en el
despertar una fracción de segundo en que imágenes fugitivas cruzan por mi
mente, pero de inmediato se esfuman. Si lograra conservar una, solamente una de
esas imágenes, todo cambiaría porque yo tendría un recuerdo. Cuando un nuevo
sol asoma solamente mi sombra me hace compañía. Ángel del Señor, dame una
mano."
-Antonio
Dal Masetto (Intra, Verbania, 14 de febrero de 1938 - Buenos Aires, 2 de
noviembre de 2015)
https://es.wikipedia.org/wiki/Antonio_Dal_Masetto
ELLOS
Y EL UNIVERSO*
Cuando la imagen de la desdicha de una
familia puesta delante de nuestros ojos era irreversible, le pregunte a Kalman
si tenía alguna historia que dejara pequeña a la soberanía de la muerte.
Kalman quedó pensativo. Había pasado muchas
horas de vuelo para apenas llegar a ver a Esteban a punto de ser enterrado en
un cementerio privado. Estábamos pisando lápidas con nombres de personas
desconocidas bajo un techo gris de nubes que podrían poder tocarse con las
manos. Nos rodeaba una llovizna que hacía todo más triste e inolvidable.
-Sí. Tengo una historia justa para achicar
la importancia de la muerte.
Lo relató un arqueólogo. El hombre
participa de un equipo interdisciplinario que desarrolla una investigación en
cuevas a las que se accede desde la ciudad de Dubrovnik. Son cuevas que ya
habían sido bastante estudiadas en el pasado. La data de actividad humana
realizada por carbono 14 muestra presencia desde veinte mil años atrás.
En este nuevo estudio se realizaron
sorprendentes hallazgos que fueron interpretados como independientes, pero
ahora están siendo pensados -al menos como hipótesis- en conjunto.
Las excavaciones que se realizaron hace más
de una década habían hallado piezas de cerámica de 15.000 años. Uno de esos
pedazos había quedado bajo la mirada curiosa de aquel equipo científico, era
parte de un objeto desconocido aparentemente inútil para aquel grupo humano
primitivo que habitaba allí, no era una vasija ni una urna funeraria.
La reconstrucción digital de los pedazos
daba una imagen similar a una máscara con aperturas para ver y respirar. Quizá
era el primer casco inventado como forma de defensa de los primitivos ante
garrotazos de grupos rivales.
El equipo en el que colabora el arqueólogo
amigo de Kalman hizo otro descubrimiento que resignifica la lectura de aquellos
trozos de cerámica.
En otra cueva, cuya ubicación se mantiene
discretamente oculta para preservarla se hallaron pinturas y huesos tallados
con imágenes con la misma data AP de los pedazos de cerámica en cuestión.
Son imágenes de la vida de esos primitivos:
escenas de cacería de animales, mujeres talladas tipo Venus. Lo sorprendente
fue el hallazgo de pinturas de humanos teniendo sexo montándose como lo hacen
los mamíferos de cuatro patas. Las mujeres representadas con enormes pechos
colgantes. Los científicos quedaron admirados por aquellos antepasados remotos
que representaban al sexo y la procreación de nuestra especie como forma de derrotar
a la muerte.
El gran descubrimiento fue observar que
algunas de esas figuras humanas representadas en el coito llevaban puesta en su
cabeza ese casco -o lo que fuese- similar al que se reconstruyo a partir de los
pedazos de cerámica. La lectura inicial de los antropólogos suponía que hombres
considerados "vencedores" podían tener sexo con las mujeres otro clan
o tribu rival "vencido". Paradojalmente Un detalle cuestionaba esta
hipótesis: había mujeres representadas con ese ¿casco? puesto teniendo sexo con
hombres desprovistos de ese objeto en su cabeza.
La duda inicial los llevo al tiempo a
descartar que esa cerámica fuese parte de un atuendo defensivo de los
guerreros, tampoco parecía una máscara ritual.
La siguiente hipótesis los llevaba a pensar
que ese grupo humano que vivió allí representaba su relación -incluso sexual-
con otros seres provenientes de una civilización "técnica" La
cerámica sería una imitación -digamos- de una escafandra de aquellos llegados
del espacio sideral. O -porque no- parte del atuendo de viajeros en el tiempo
provenientes de este mismo planeta.
No hay, -cómo te imaginaras- conclusión
certera en estos estudios.
A Esteban le hubiera gustado conocer esta
historia. Más aún por título del proyecto bajo el cual se sigue investigando:
"Ellos y el universo"
*De Eduardo
Francisco Coiro.
https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar
*
Cuánto se parece
el amor
a una piedra
arrojada
al río
simulacro
de tifón
sobre el agua mansa,
desata la ola inversa,
desarma el orden
de la exacta
geografía
Y luego
el agua aquieta.
Hasta la siguiente
piedra.
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
-Mariana
nació en General Belgrano, provincia de Buenos Aires, en 1971. Actualmente vive
en City Bell.
Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena, 2014)
Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015)
La hija del pescador (La Magdalena, 2016)
Piedras de colores (Proyecto Hybris, 2018)
El orden del agua (GPU Ediciones ,2019)
Madura (Sudestada, 2021)
Quiero sacar la cabeza
por la ventanilla de tu coche (Halley Ediciones, 2023)
Patio (elandamio ediciones, 2024)
Poesía reunida (Medusa editores, 2024)
-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria.
Mujer
en el Balcón*
*De Antonio
Dal Masetto.
Asomándose a la ventana, hacia la
izquierda, más allá de cables y ramas, el hombre alcanza a divisar el balcón de
una vieja construcción de tres pisos, tal vez un hotel de cuarta categoría, tal
vez una pensión. En el balcón hay macetas y ropa tendida. A veces, a través de
la puerta que da al interior, en la penumbra de la habitación, se adivina el
temblor de una llama: un calentador, la hornalla de una cocina. Todos los días,
hacia el atardecer, aproximadamente a la misma hora, en el balcón aparece una
muchacha embarazada. Mira el cielo y la ciudad como si acabara de descubrirlos.
Es muy flaca, morena, de cara aindiada. Debe andar por los nueve meses de
embarazo y se desplaza trabajosamente de un lado al otro, lenta, cuidadosa, la
espalda echada hacia atrás, contrarrestando el peso de su gran panza. Recorre
el balcón de un extremo al otro igual que si estuviera inventariando una vasta
propiedad. Con la mano derecha roza la ropa tendida, las plantas de las
macetas, el parapeto del balcón. Esta ceremonia, este reconocimiento o saludo
diarios, le llevan largos minutos. Después la muchacha desaparece en la
habitación y regresa arrastrando una silla. Entonces se sienta. El hombre sabe
que ya no se moverá y permanecerá ahí, la vista fija, las manos abandonadas
sobre el regazo, hasta que se haya hecho de noche. En algún momento comenzará a
hablar sola. Al hombre le gusta imaginarse el largo discurso de la muchacha. Le
pone palabras, inflexiones, fantasías, proyectos. Deja la ventana y vuelve a
sus cosas. De tanto en tanto se acuerda, se asoma y comprueba que ella sigue
allá, hablando y hablando. Es placentero espiarla discurrir con el aire. Es
como usurpar un secreto, como cometer un robo. Alrededor, la ciudad hierve de
calor, de motores y bocinas. La muchacha habla. A veces, una de sus manos vence
la inercia, se eleva y dibuja en el aire un gesto breve y definitorio. Se
iluminan algunas ventanas. La calle se tranquiliza. Ella sigue sentada en la
oscuridad. Seguramente hablando. Por fin alguien llega: el compañero de la
muchacha embarazada. Se saludan, entran, encienden la luz. Eso es todo. Esa es
la historia de cada día.Esta tarde ocurre algo. Desde un techo, desde una rama,
aleteando torpemente, cae un pájaro y aterriza en el balcón. El hombre piensa
que se trata de un pichón en su primer intento de vuelo. Después se dice que
quizá no sea época de pichones. Lo cierto es que ahora en el balcón se
encuentran la muchacha embarazada y el pájaro que acaba de caer. Igualmente
asombrados, igualmente torpes. La muchacha levanta el pájaro, desaparece y
vuelve con un vaso de agua y un pan. Se sienta. Mete un dedo en el agua y
colocándolo sobre el pájaro intenta dejarle caer algunas gotas en el pico.
Después le ofrece migas de pan. Finalmente apoya el pájaro sobre su vientre
prominente y maduro, y lo acaricia. Y comienza a hablar. El hombre, desde su
ventana permanece atento. Comienza a oscurecer. La figura se desdibuja y es
como si llegara de otras épocas, de días lejanos en el pasado, de días por
venir: una muchacha intemporal acariciando un pichón de pájaro o un pájaro
herido o un pájaro distraído. Hay rubores en el aire cálido de la ciudad. A la
memoria del hombre que espía acuden, sin buscarlos, los versos de viejo poeta
peninsular (a los que, hace muchos años, el trovador oriental Taco Muñoz le
pusiera música). Los recita mentalmente mientras observa el pausado y mecánico
movimiento de la mano de la muchacha que acaricia el pájaro: “La dulzura/ el
aire duro de esta nueva primavera/ tu presencia que ronda mi vida como un
soplo/ ahora que en vos/ inocente/ inexorable como el destino de los mundos/
alienta subterránea/ la vida”. La última luz del día envuelve el balcón, luz
lenta, dulce, silenciosa, luz que indudablemente conoce su camino, luz todavía
suficiente para revelar y homenajear, luz que busca a la muchacha, la acaricia
y la viste con el ropaje más adecuado. Y pasan los minutos. Y se hace noche. Y
después llega el compañero de la mujer que espera un hijo y habla sola.
-De “Gente
del Bajo”
-Antonio
Dal Masetto (Intra, Verbania, 14 de febrero de 1938 - Buenos Aires, 2 de
noviembre de 2015)
https://es.wikipedia.org/wiki/Antonio_Dal_Masetto
AGUA VA*
En el mar del vientre,
todos somos viajeros y migrantes. Del útero al mundo, del mundo a la tierra,
vamos pasando las estaciones de elemento en elemento. Del agua al aire, del
aire al fuego, de ahí a la tierra y viceversa. Así infinitamente. Desterrados,
desuterados, con la nostalgia de un mar que nos contuvo en la cuna, vamos por
el mundo añorando raíces. Pero el agua no tiene donde aferrarse: hay que
dejarse llevar con su devaneo.
*De Esther
Andradi. esther@andradi.de
- Microcósmicas. Macedonia Ediciones,
Buenos Aires 2015, 2017
-Su libro reciente es "LA LENGUA DE VIAJE. Ensayos fronterizos y otros textos en
tránsito" Editorial Buena Vista, 2023.
http://www.andradi.de/es/startseite/
Proyecto
UNO*
Desconcertado, consultó otra vez los
planos. Había revisado el proyecto de arriba a abajo un sinfín de veces sin
encontrar el menor fallo en él. Sin embargo, ahora que ya todo estaba en
marcha, no cabía la menor duda: Algo había salido mal, pero se le escapaba qué
pudiera ser. Corregir el error se le antojaba imposible; la mera admisión del
mismo resultaría nefasta para su carrera. Así las cosas, no vio más que una
solución. Mandó llamar al subdirector. Al hablar, fue tajante:
- Hay que poner en marcha el plan B. De
inmediato.
El subdirector asintió sumisamente, adoptó
la forma de serpiente con la que el mundo habría de recordarle y partió a
cumplir su misión.
Así fue como Eva y Adán creyeron ser
expulsados de un paraíso que jamás existió. Para que la ilusión fuese perfecta,
hizo falta sembrar la semilla de la culpa y la desconfianza en sus corazones
vírgenes. Después, el escriba oficial, siguiendo al pie de la letra las
instrucciones recibidas, según es costumbre en los escribas oficiales, redactó
una edificante historia repleta de tentaciones y manzanas.
*De Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
*
Te imaginás
vos y yo
saltando sobre los
charcos
ahora que es de noche
y hace frío
y en las calles se
huele la tormenta
vos y yo
te imaginás
huyendo en pajaritas
de papel
que para algo han de
servir
estos versos y tantos
que te escribo
para qué sirven
si no es para escapar
del hastío infinito de
las horas
y de la lluvia que no
deja de caer
es una suerte
que siempre te olvides
los paraguas
y te haya visto
alguna vez
tan mojado
que no puedo recordar
si era posible reír
así
como si fuera tan
fácil ser feliz
te imaginarás
que sigo siendo yo
y vos
siempre sos vos
pero qué lindo
que estuvieras acá
y tu mano
recorriera la tierra
para encontrar la mía.
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
-Mariana
nació en General Belgrano, provincia de Buenos Aires, en 1971. Actualmente vive
en City Bell.
Publicó:
Cuadernos de la breve
ceguera (La
Magdalena, 2014)
Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015)
La hija del pescador (La Magdalena, 2016)
Piedras de colores (Proyecto Hybris, 2018)
El orden del agua (GPU Ediciones ,2019)
Madura (Sudestada, 2021)
Quiero sacar la cabeza
por la ventanilla de tu coche (Halley Ediciones, 2023)
Patio (elandamio ediciones, 2024)
Poesía reunida (Medusa editores, 2024)
-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria.
PÁJAROS
Y MEMORIA*
Laurie Anderson escribió en su espectáculo "Homeland" una historia con la
que comienza el show. En ella los pájaros, que existían antes de que el mundo
exista, vuelan sin tener más que aire y ningún lugar donde posarse. El problema
surge cuando el padre de una de las aves muere, y no saben qué hacer con el
cadáver ya que es una nueva cuestión, algo que los sorprende por ser la primera
vez que algo así les ocurre. Finalmente, un pájaro decide sepultarlo en la
parte trasera de su propia cabeza, y ello marca el inicio de la memoria.
Magnífica poeta, maravillosa creadora
Laurie, que nos muestra los cadáveres de nuestros padres en las nucas
abultadas.
Historias, olores, sabores de antes, pasado
y putrefacción, dichas que ya fueron y dolores que retornan. Las voces que no
murieron, los asombros, las caricias de manos que no conocimos. Todo detrás de
la cabeza, todo allí apretadamente emplumado, tibio y gélido, maravilloso y
atroz.
El cadáver del padre. El cuerpo muerto de
las generaciones. Los días que gastaron otros, los que pasamos sin advertirlos,
las tramas sobre lo minucioso cotidiano, los hilos que conectan continentes,
las palabras de las que desconocemos el significado y sin embargo siguen allí,
en la nuca, peso y alivio.
Tan cerca que lo sentimos detrás de las
orejas, tan lejos como esa propia nuestra espalda que no podemos ver. La
memoria.
Cuántas veces habrá deseado el pájaro
arrancarse el cadáver de su padre. Tantas como las que le llevó comprender que
ya no hay retorno cuando el hombre comienza a conocer cuando reconoce.
Y llevamos, es cierto, más cadáveres de los
que sabemos detrás de los ojos. Alegrémonos si nos ayudan a mirar.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
Correcciones*
La lluvia del tiempo arrecia sobre los
recuerdos,
los desdibuja y los lava para que luzcan
nuevos,
de acuerdo a los diferentes estados de la
vida.
En eso consiste el arte de narrar el
pasado:
distintas visiones sobre lo mismo,
muchos intentos y distintas miras
sobre el mismo blanco móvil.
Hasta que un proyectil acierta
y, en apariencia, lo rompe,
pero lo hace invencible.
*De Horacio
Rodio. horaciorodio@hotmail.com
-Horacio
Rodio nació en Llavallol, provincia de Buenos Aires, en 1954. Realizó
talleres con Laura Massolo y Liliana Díaz Mindurry. Obtuvo más de cien premios
nacionales e internacionales en cuento, poesía y novela, con publicaciones en
Argentina, España, Colombia y Chile. Es autor de los libros de cuentos Palabras de piedra (Baobab, 1999), Media baja (Dunken, 2012) y La insistencia de la desdicha (Ruinas
Circulares, 2018), y de los poemarios El
cinturón de Orión (primer premio del 15° Concurso “Adolfo Bioy Casares”,
Ediciones Municipalidad de Las Flores, 2022) y El libro de Hopper (Pierre Turcotte Éditeur, Canadá, 2023). Ese
mismo año, el sello español Avant Editorial publicó su novela Ausencia y error.
-Reciente libro de cuentos de Horacio
Rodio-
La oscuridad de los
hechos.
-Editorial Esa luna tiene agua.
*
Las personas que amamos son un lenguaje que
no nos pertenece. La utopía es imaginar que es el nuestro.
*De Liliana
Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
Inventren
https://inventren.blogspot.com.ar/
Presencia
del insomnio*
Para M.P., una versión
libre
Atravesar la noche siempre es igual. Un
eterno deslizarse a lo largo de un vacío insomne, la desesperación por quebrar
esa helada inmovilidad de las horas huecas, el tormento de ignorar cuál es
aquel último propósito que la mantiene aferrada a la vida.
La habitación a oscuras parece convertirse
en un ser informe que la aplasta noche tras noche. Encender el velador y
reconocer su propio dormitorio, a la manera de un tímido anclaje en la
realidad, tampoco ayuda, a pesar de que hayan transcurrido ya cinco años. Sabe
que debe dormir, pero ese opresivo nudo en el pecho le recuerda que la ausencia
continúa, y así seguirá siendo a lo largo del abúlico resto de su existencia.
Todo parece haberse vuelto insulso e inútil
desde el momento en que alguien, ya no recuerda quién, le trajo la noticia de
que a Santiago lo había arrollado un tren. Tuvo que repetirse la frase varias
veces hasta lograr entenderla, y aun así desconocía que tuviese algún
significado. No; no era cierto, no podía serlo. ¿Su precioso morocho, ese
hermoso bebé que pariese catorce años antes, el de la mirada profunda y los
hoyuelos en las comisuras de los labios, quien regresaba cada mediodía hasta su
casa a través del mismo paso a nivel ferroviario, había sido arrancado de su
lado por el súbito impacto de una locomotora?
Ninguna explicación le servía. Por más que
le repitiesen que Santi salió corriendo de la escuela en busca de la chica que
le gustaba, quien al parecer se había ido unos minutos antes y caminaba varios
metros por delante, habiendo cruzado ya las vías cuando él llegó al paso a
nivel… Por más que le repitieran que, cegado quién sabe por qué impulsiva
emoción adolescente, Santi gritó el nombre de la chica, su vecinita del barrio,
para que lo esperase junto a la casilla del guardabarrera, y cruzó corriendo
las vías… Por más que cada noche evoque sus recuerdos, el de una infancia
hermosa y una pubertad confusa, como lo son todas, esforzándose por retener las
bellas imágenes que le quedan de su hijo mayor, al iniciar o culminar la
Primaria, disputando como un campeón cada pelota en la canchita con sus amigos,
soplando cada velita de sus múltiples cumpleaños, tomando mate con los abuelos,
riendo con esa frescura única que solía transmitir y abrazándola muy pero muy
fuerte, con un “Te quiero mami” que le resonará para siempre dentro de su
cabeza…
Por más que lo intente, el relato del
mantra de sus últimos momentos se le impone, evocando la escena del paso a
nivel año tras año, sin lograr otorgarle sentido a aquello que no lo tiene,
como si ese incomprensible final fuese sólo lo importante, arrasando la mirada,
los hoyuelos, las risas, la voz… Donde la última imagen sea la del vacío, más
allá del cual nada más existe.
Han sido cinco años de vagar por la casa
sin entender dónde se encuentra. De caminar por tibias veredas soleadas, a la
vez que estremecida por la gélida garra de la muerte. De cruzar las calles sin
mirar, rogando porque alguna vez los bocinazos, las frenadas y los insultos
desparezcan de improviso y se conviertan en otro golpe seco, ahora ejercido
sobre su propio cuerpo, delgado y maltrecho por la falta de sueño y una buena
alimentación. Sabe que no podría hacerlo por su propia mano, aunque lo
planifique elaborando diversas técnicas: en el momento final, trepada a una
escalerita metálica, al atarse al cuello la corbata que el padre de Santi
olvidase en el ropero antes de irse, y lanzar el otro extremo por encima de la
viga del techo de esta misma habitación, o al asomarse a la cornisa de la
terraza del edificio de doce pisos donde vive su hermana, contemplando sin
mirar las luces nocturnas de una ciudad indiferente, en ese momento crucial…
algo la echa hacia atrás. Dejar de comer tampoco ha sido una opción, en algún
momento algo ocurre que la lleva a comenzar otra vez, despacio, quizá contra su
voluntad, intentando llenar un estómago encogido que apenas soporta dos o tres
bocados.
¿Qué, o quién, la retiene en este mundo?
¿Qué sentido tiene continuar respirando? ¿De qué le sirve sentarse delante de
los bastidores, en el atelier donde suele recalar casi por compromiso, con la
paleta en la izquierda y un pincel en la derecha, si el vacío de la tela en
blanco es tan insondable como el de su alma? ¿Por qué seguir intentando leer
filosofía oriental, las enseñanzas del hinduismo, el legado de eterna sabiduría
del dios Ganesha, si las letras conforman oraciones cuyo significado parece el
de un idioma desconocido, ajeno por completo a su realidad, como así le son
ajenos los titulares de los diarios, la lista de las compras del almacén, el
maullido de su gato, o incluso un breve rayo de sol?
Las noches transcurren iguales, una tras
otra, con el profundo deseo de que ésta sea la última, con la secreta esperanza
de que el amanecer nunca llegue, con la errática danza de las imágenes de la
vida de Santiago proyectadas en desorden sobre el machimbre de un techo en
tinieblas…
Un motor acelera ruidoso a la distancia,
dando rebajes, alejándose hacia el horizonte a través de una avenida cercana.
El rumor la distrae, haciéndole girar la cabeza hacia su derecha, mirando hacia
el rectángulo de la ventana en sombras. Apenas se desvanecen los ecos de aquel
vehículo en fuga, percibe algo a su izquierda. Ni siquiera lo ve, apenas lo
siente allí cerca, palpable, algo que por un instante la inquieta, aunque
desconozca por qué.
De pronto, siente que no está sola. Hay
alguien más en la habitación.
“—¿Santiago?” —piensa, ilusionada.
Y gira la cabeza hacia la izquierda,
aguardando volver a encontrarse con su sonrisa de hoyuelos y su profunda
mirada. Como si aquello le permitiese volver a respirar hondo, a levantarse con
ganas cada mañana, a disfrutar de la comida y de los bocetos de su pintura, a
comprender lo que lee cada vez que tiene delante un texto, a conectarse con el
sentido de su propia existencia.
Pero allí no está su hijo.
Allí hay alguien más.
Lo primero que percibe es una tenue luminosidad
que muy de a poco se hace más brillante, horadando las tinieblas. Recostada
sobre el colchón, se extiende una figura, alta y delgada. Entre la pálida
niebla que se hace presente a su lado distingue al final del colchón un par de
zapatos de hombre, y al iniciar el recorrido hacia el respaldo de su cama,
contempla unos pantalones bien planchados, seguidos por los faldones de un
traje, con unas mangas que descansan cruzadas sobre el pecho, una corbata
voluptuosa que parece más una chalina de mujer que un moño del siglo XVIII, un
sombrero de ala ancha volcado hacia donde debieran estar los ojos… Toda la
vestimenta parece de un gris tiza, desdibujado a través de una intensa nube de
vapor, o quizá de humo.
No logra verle el rostro. Quizá no lo
tenga, ni haga falta. Y aunque en un principio experimenta un leve escalofrío
que le recorre el cuerpo de pies a cabeza, al instante siguiente la idea de
estar contemplando… ¿un fantasma, o a su ángel de la guarda?... ya no la
asusta.
Ni siquiera se estremece cuando escucha una
voz dentro de su cabeza, suave pero firme, real o imaginada, que le dice:
—No te mortifiques más. Estoy acá para
cuidarte.
Contrario a toda lógica —¿impera alguna
lógica desde hace cinco años? —, la frase la relaja. Si en algún momento ignoró
por qué el corazón no le daba un vuelco en el pecho, ahora cualquier sensación
incómoda o atisbo de temor han desaparecido. Lo último que vuelve a mirar, a
través del tenue brillo de esa niebla gris, es el espacio donde suele haber un
rostro.
No lo hay. O quizá, allí el vapor o el humo
que lo rodea sean mucho más densos, a la manera de una protección, para que
ella no se asuste, para que confíe y se deje llevar…
—Gracias —llega a susurrar, con un hilo de
voz, y gira muy despacio sobre el colchón para colocarse mirando hacia la
ventana a oscuras.
Se desmaya de sueño al instante. Como si
alguien le hubiese dado un tierno beso de buenas noches, y ella se acurrucase
en la posición más cómoda que lograra encontrar, relajando toda clase de
tensión por primera vez desde la ausencia de Santiago.
Quizá, mañana, el sol brille de otra forma,
la entibie al caminar hacia su trabajo, le permita respirar a todo pulmón, y la
implacable muralla del vacío insomne de cada noche sea horadada por el
incipiente registro de algo más, que le brinde un mejor sentido a su
existencia.
*POR ALBERTO
DI MATTEO. licaldima@gmail.com
NOVIEMBRE 2024
-Alberto
Di Matteo. Escritor por vocación, y psicólogo de profesión.
Escribe desde principios de su escuela
secundaria. Su papá le contaba cuentos (inventados por él) antes de dormir, y
de allí Alberto intuye que le surgieron las ganas de contar. Ha participado en
diversos certámenes literarios.
-Ha publicado en Inventiva Social cuentos
para la serie InvenTren en recorridos literarios iniciados en el año 2002.
Hace suyas las palabras de John Cheever, "escribo para entenderme y entender el
mundo".
-Próxima estación:
FRANCISCO A. BERRA.
-Continuidad literaria
por el Ferrocarril Provincial:
ESTACIÓN
GOYENECHE.
GOBERNADOR
UDAONDO.
LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.
GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN
DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA
VEGA.
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EMPALME ETCHEVERRY.
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ARANA.
GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
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responsable: Lic. Eduardo Francisco
Coiro.
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