sábado, diciembre 07, 2024

EDICIÓN DICIEMBRE 2024

 


*Obra de Walkala. Luis Alfredo Duarte Herrera (1958-2010).

-En Aurora Boreal. Walkala: un homenaje in memoriam

http://www.auroraboreal.net/index.php?option=com_content&view=article&id=1367%3Awalkala&catid=94%3Apintura&Itemid=160

 

 

 



 

 

 

Tu*

 

Muy lejos del paraíso

en la cumbre de nada

caminaba.

 

En mitad de mi camino, Tú:

Pequeña sombra de veinticinco años

herida por las brisas del ocaso

y las palabras vanas del asfalto

cayendo abrasadora sobre mis ojos ciegos

con la brutal violencia de un torbellino arcano.

 

Sobre mi frente quebrada

en millones de pétalos-luz de ardientes amapolas

llovieron despedazados

minuto

a

minuto

diez largos años de ausencia

diez galaxias encendidas

girando vertiginosas

ante mis ojos sin vida.

 

Y esa mirada tuya mayor que un universo

despertó la aletargada lágrima de fuego,

despedazó mis párpados difuntos,

miríadas de recuerdos fueron desenterrados

y he ahí la presencia irrevocable

de otra mirada, lejana, caída bajo las ruedas

del carromato del tiempo.

 

¿Qué no hubiera dado entonces por una sola palabra?

 

Pero hoy tus ojos vencidos

por una inmensa languidez tristísima

se han mirado en los míos y he sentido

una furiosa voz soliviantada

chocando contra mis huesos

golpeando mis sentidos

desbordando los poros de mi cuerpo

pero una voz ahogada.

Yo me acuso

de haber puesto en mis bolsillos

treinta monedas de sangre.

 

Tú, sombra, tú, cara oculta de mi vida,

ya para siempre en mi retina, tú,

en todos los espejos, tú,

por las vertientes cóncavas del cielo, tú,

con tu mirada yacente de amanecer decapitado

preguntando denunciando interrogando

por tu vida

                     por tu vida

                                     por tu vida.

 

Sombra, tú, volando en autocares atestados

en los jardines en las pláticas nocturnas

en los suburbios en los árboles dormidos

en la calma de los mares y en las fábricas

en el canto melodioso de las madres

en la lluvia que nutre las cosechas

en el fondo imperfecto de las fuentes

en los versos que silban los abetos

en todos los colegios de la tierra.

 

Tú con tu tierna mirada

y yo de pie, sin palabras

como un muerto fugaz adivinado

por tus ojos de noche solitaria

presentido quizá soñado solo

que ya nunca sabré...

 

Pero más allá de las conversaciones urbanas

urdidas con cenizas de otras bocas;

más allá de la frontera de los trenes

que siempre parten después de medianoche;

más allá del refugio del que huye

y el inútil bullicio de las calles;

allende las trincheras violadas por el fuego

y el grito dolorido de los parias

allí donde los gatos ya no lloran

y la noche es un punto de partida

yacerán enterradas para siempre en el barro

treinta monedas turbias treinta cofres de llanto

y una sonrisa encinta nacerá de tus labios

y un universo virgen nacerá del encuentro.

 

*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EDAD SIN SOL*

 

Alguien dijo, que el poeta ama la soledad.

Por ello mismo proclamo mi condición de no poeta

Reniego de la soledad, sol sin edad, edad sin sol.

Reniego de la soledad. (Tal vez por amarla tanto)

Del acto de nacer o de morir ¡Tan solos!

De la mujer que huele la traición en el lecho vacío.

De la niña mirando el horizonte huérfano.

Del tango Uno que no pudo ser dos.

Del triángulo de a dos, fuego y agua.

De los interminables callejones borrachos de la nada.

De los largos cabellos donde se enredan los piojos de la envidia.

 De las uñas que rasguñan la piel-intacta de la tierra.

Del árbol seco, esqueleto dormido.

De los ojos ciegos del cenagal que enmascara los sueños.

De las grotescas máscaras.

De los sacos de luto y los tacones rojos.

De la roca ultrajada por un tajo de ausencia.

De los paralelos amores que conducen al andén del olvido

De los espejos en los recintos fríos de la oscuridad.

De la casa con paredes derruidas.

Del ausente reflejo en el cauce seco de los acuosos ojos.

Del pájaro que infructuosamente golpea, obstinadamente, mi ventana.

Reniego. Quizá por amarla tanto. Tanto.

 

*De Amelia Arellano.

San Luis.

 

 

 


 

 

 

 

 

Daniel*

 

*De Antonio Dal Masetto.

 

Había una vez un joven virtuoso y de corazón noble de nombre Daniel. Había tenido grandes maestros en todas las artes, en toda clase de literatura y ciencia. Había superado a sus maestros. Daniel tenía el don de descifrar cualquier visión o sueño.

El pueblo de Daniel fue asediado y luego tomado por un poderoso ejército y el rey enemigo ordenó a sus generales que eligieran a algunos jóvenes pertenecientes a la nobleza para servir en su corte. Debían ser jóvenes inteligentes y apuestos. Daniel estaba entre ellos y sin duda era el más apuesto y brillante de todos.

Cuando marchaba hacia su nuevo destino, mientras sus compañeros se lamentaban por la humillación de la derrota y el cautiverio, Daniel pensaba: "Después de todo, esto que me ocurre es bueno porque tendré oportunidad de servir en la corte del rey más poderoso del mundo y progresar y triunfar gracias a mi capacidad".

Y así fue. Había muchos magos, hechiceros, adivinos y astrólogos en el reino, pero eran tres los de mayor jerarquía y estaban instalados en la corte. Los magos leían la suerte de las batallas en las estrellas, en el vuelo de las aves, desentrañaban el sentido oculto de los sueños, pronosticaban el futuro. Pero muy pronto Daniel demostró que los aventajaba a todos.

Tanto se distinguió con sus cualidades extraordinarias que fue nombrado por el rey en cargos cada vez más importantes. Esto preocupó a los magos, hechiceros, adivinos y astrólogos, especialmente a los tres magos mayores. Que se alarmaron por la presencia de este extraño que amenazaba con desplazarlos de sus lugares de privilegio, y comenzaron a confabular.

Acusaron a Daniel de blasfemar contra los dioses adorados por el rey y contra el rey mismo, aportaron pruebas falsas y testigos falsos.

Daniel fue condenado y arrojado al foso de los leones. El rey mismo selló con su anillo la piedra que tapaba la entrada. Al día siguiente encontraron que Daniel seguía vivo y salió del foso sin un rasguño. Este milagro causó gran asombro general. Nadie podía saber que entre las múltiples virtudes de Daniel estaba la de ser un inigualable domador de leones.

El rey interpretó el hecho de que saliera ileso de aquel foso como una prueba de la inocencia de Daniel, mandó traer a los que falsamente lo habían acusado y ordenó que se los arrojara a los leones. Y no solamente a ellos sino también a sus familias.

Y Daniel pensó: "Después de todo, esto que me ocurre es bueno porque disminuye el número de mis enemigos y mis competidores".

El rey siempre había sido implacable con los errores de sus magos y cuando sus respuestas no le satisfacían los mandaba ejecutar. Con el transcurrir del tiempo sus visiones y sueños fueron más frecuentes y enigmáticos, hacía comparecer a cualquier mago, hechicero, adivino, astrólogo elegido al azar y si los pronósticos no eran de su agrado, levantaba el dedo índice de la mano derecha y los guardias ya sabían lo que significaba esa señal: foso de leones.

Así que llegó un día en que cierto mago, al ser requerido por el rey para descifrar una de sus visiones nocturnas, antes de ir a verlo visitó en secreto a Daniel para solicitarle ayuda. Enfrentado a Daniel, depositó una bolsa de monedas de oro sobre la mesa y le pidió protección con su magia poderosa.

Daniel se mantuvo en silencio. Miró la bolsa, miró al mago a los ojos y nuevamente la bolsa. El mago creyó comprender que la oferta no era suficiente y depositó una segunda bolsa de monedas de oro sobre la mesa.

Daniel miró las dos bolsas, miró al mago y de nuevo las bolsas. El mago depositó una tercera bolsa. Esta vez Daniel solamente permaneció con la mirada fija en las tres bolsas sin que su rostro denotara expresión alguna.

El mago dedujo que ahora la suma era considerada suficiente, que el trato estaba aceptado, respetuosamente se retiró caminando hacia atrás y fue a enfrentar su compromiso con el rey y fracasó y terminó en el foso de los leones con todos los integrantes de su familia, de donde no regresaron.

Tiempo después fue otro mago el que acudió a Daniel ofreciéndole monedas de oro y piedras preciosas. También terminó en el foso de los leones. Y luego hubo otro y otro y otro más.

Y Daniel pensó: "Después de todo, esto que me está ocurriendo es bueno porque mis riquezas aumentan y el número de mis competidores sigue disminuyendo".

En cuanto a Daniel, cuando su presencia era solicitada, sus interpretaciones siempre satisfacían al monarca. A esta altura había alcanzado el cargo más alto en la corte y vivía en una gran casa con muchos esclavos y hermosas esclavas.

Hasta que llegó el día en que el rey consideró que a un ser tan absolutamente perfecto como Daniel le correspondía un ámbito también absolutamente perfecto, y el único ámbito sobre la Tierra que se le equiparaba en perfección era el desierto. Así que aligeró a Daniel de todos sus bienes y lo envió a las infinitas extensiones de arena.

Y pasaron los años que pudieron ser siglos y en tanta luz y tanto espacio la cabeza de Daniel se fue vaciando de memoria y ya no supo quién era ni de dónde venía y ni siquiera le quedó el recuerdo de su nombre.

Y deambulaba y repetía continuamente su lamento:

"Ay de mí, ay de mí, éste es mi hogar, una llanura sin fin donde se arrastran sin pausa días y noches de silencio. Nada hay acá que no me pertenezca. Nada que suscite mi deseo. Si me desplazo en una u otra dirección, no habré por eso de alejarme de sus confines. Siempre me rodeará un amplio círculo cuyo centro soy yo, único y absoluto señor de este reino estéril y preciso. Hacia todas partes se extienden límites que nunca agotaré, todo amanecer es portador de una jornada que ya he vivido. Cada evidencia de mi poderío no hace sino reafirmar la medida de una esclavitud.

Y sin embargo, una sola mínima alteración, un solo accidente insignificante, serían suficientes para sembrar el desconcierto.

"Entonces nacería una tregua en este orden, existirían también otros centros, otras distancias, el equilibrio se habría roto y el horizonte ya no tendría su perfección inviolable. A veces sueño, creo que sueño. Pero nada conservo de esos sueños. Existe en el despertar una fracción de segundo en que imágenes fugitivas cruzan por mi mente, pero de inmediato se esfuman. Si lograra conservar una, solamente una de esas imágenes, todo cambiaría porque yo tendría un recuerdo. Cuando un nuevo sol asoma solamente mi sombra me hace compañía. Ángel del Señor, dame una mano."

 

-Antonio Dal Masetto (Intra, Verbania, 14 de febrero de 1938 - Buenos Aires, 2 de noviembre de 2015)

https://es.wikipedia.org/wiki/Antonio_Dal_Masetto

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ELLOS Y EL UNIVERSO*

 

Cuando la imagen de la desdicha de una familia puesta delante de nuestros ojos era irreversible, le pregunte a Kalman si tenía alguna historia que dejara pequeña a la soberanía de la muerte.

Kalman quedó pensativo. Había pasado muchas horas de vuelo para apenas llegar a ver a Esteban a punto de ser enterrado en un cementerio privado. Estábamos pisando lápidas con nombres de personas desconocidas bajo un techo gris de nubes que podrían poder tocarse con las manos. Nos rodeaba una llovizna que hacía todo más triste e inolvidable.

-Sí. Tengo una historia justa para achicar la importancia de la muerte.

Lo relató un arqueólogo. El hombre participa de un equipo interdisciplinario que desarrolla una investigación en cuevas a las que se accede desde la ciudad de Dubrovnik. Son cuevas que ya habían sido bastante estudiadas en el pasado. La data de actividad humana realizada por carbono 14 muestra presencia desde veinte mil años atrás.

En este nuevo estudio se realizaron sorprendentes hallazgos que fueron interpretados como independientes, pero ahora están siendo pensados -al menos como hipótesis- en conjunto.

Las excavaciones que se realizaron hace más de una década habían hallado piezas de cerámica de 15.000 años. Uno de esos pedazos había quedado bajo la mirada curiosa de aquel equipo científico, era parte de un objeto desconocido aparentemente inútil para aquel grupo humano primitivo que habitaba allí, no era una vasija ni una urna funeraria.

La reconstrucción digital de los pedazos daba una imagen similar a una máscara con aperturas para ver y respirar. Quizá era el primer casco inventado como forma de defensa de los primitivos ante garrotazos de grupos rivales.

El equipo en el que colabora el arqueólogo amigo de Kalman hizo otro descubrimiento que resignifica la lectura de aquellos trozos de cerámica.

En otra cueva, cuya ubicación se mantiene discretamente oculta para preservarla se hallaron pinturas y huesos tallados con imágenes con la misma data AP de los pedazos de cerámica en cuestión.

Son imágenes de la vida de esos primitivos: escenas de cacería de animales, mujeres talladas tipo Venus. Lo sorprendente fue el hallazgo de pinturas de humanos teniendo sexo montándose como lo hacen los mamíferos de cuatro patas. Las mujeres representadas con enormes pechos colgantes. Los científicos quedaron admirados por aquellos antepasados remotos que representaban al sexo y la procreación de nuestra especie como forma de derrotar a la muerte.

El gran descubrimiento fue observar que algunas de esas figuras humanas representadas en el coito llevaban puesta en su cabeza ese casco -o lo que fuese- similar al que se reconstruyo a partir de los pedazos de cerámica. La lectura inicial de los antropólogos suponía que hombres considerados "vencedores" podían tener sexo con las mujeres otro clan o tribu rival "vencido". Paradojalmente Un detalle cuestionaba esta hipótesis: había mujeres representadas con ese ¿casco? puesto teniendo sexo con hombres desprovistos de ese objeto en su cabeza.

La duda inicial los llevo al tiempo a descartar que esa cerámica fuese parte de un atuendo defensivo de los guerreros, tampoco parecía una máscara ritual.

La siguiente hipótesis los llevaba a pensar que ese grupo humano que vivió allí representaba su relación -incluso sexual- con otros seres provenientes de una civilización "técnica" La cerámica sería una imitación -digamos- de una escafandra de aquellos llegados del espacio sideral. O -porque no- parte del atuendo de viajeros en el tiempo provenientes de este mismo planeta.

No hay, -cómo te imaginaras- conclusión certera en estos estudios.

A Esteban le hubiera gustado conocer esta historia. Más aún por título del proyecto bajo el cual se sigue investigando: "Ellos y el universo"

 

*De Eduardo Francisco Coiro.

https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

Cuánto se parece

el amor

a una piedra

                arrojada

                          al río

simulacro

de tifón

sobre el agua mansa,

                   desata la ola inversa,

desarma el orden

                    de la exacta

                              geografía

Y luego

el agua aquieta.

Hasta la siguiente piedra.

 

*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com

 

-Mariana nació en General Belgrano, provincia de Buenos Aires, en 1971. Actualmente vive en City Bell.

Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena, 2014)

Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015)

La hija del pescador (La Magdalena, 2016)

Piedras de colores (Proyecto Hybris, 2018)

El orden del agua (GPU Ediciones ,2019)

Madura (Sudestada, 2021)

Quiero sacar la cabeza por la ventanilla de tu coche (Halley Ediciones, 2023)

Patio (elandamio ediciones, 2024)

Poesía reunida (Medusa editores, 2024)

-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Mujer en el Balcón*

 

*De Antonio Dal Masetto.

 

Asomándose a la ventana, hacia la izquierda, más allá de cables y ramas, el hombre alcanza a divisar el balcón de una vieja construcción de tres pisos, tal vez un hotel de cuarta categoría, tal vez una pensión. En el balcón hay macetas y ropa tendida. A veces, a través de la puerta que da al interior, en la penumbra de la habitación, se adivina el temblor de una llama: un calentador, la hornalla de una cocina. Todos los días, hacia el atardecer, aproximadamente a la misma hora, en el balcón aparece una muchacha embarazada. Mira el cielo y la ciudad como si acabara de descubrirlos. Es muy flaca, morena, de cara aindiada. Debe andar por los nueve meses de embarazo y se desplaza trabajosamente de un lado al otro, lenta, cuidadosa, la espalda echada hacia atrás, contrarrestando el peso de su gran panza. Recorre el balcón de un extremo al otro igual que si estuviera inventariando una vasta propiedad. Con la mano derecha roza la ropa tendida, las plantas de las macetas, el parapeto del balcón. Esta ceremonia, este reconocimiento o saludo diarios, le llevan largos minutos. Después la muchacha desaparece en la habitación y regresa arrastrando una silla. Entonces se sienta. El hombre sabe que ya no se moverá y permanecerá ahí, la vista fija, las manos abandonadas sobre el regazo, hasta que se haya hecho de noche. En algún momento comenzará a hablar sola. Al hombre le gusta imaginarse el largo discurso de la muchacha. Le pone palabras, inflexiones, fantasías, proyectos. Deja la ventana y vuelve a sus cosas. De tanto en tanto se acuerda, se asoma y comprueba que ella sigue allá, hablando y hablando. Es placentero espiarla discurrir con el aire. Es como usurpar un secreto, como cometer un robo. Alrededor, la ciudad hierve de calor, de motores y bocinas. La muchacha habla. A veces, una de sus manos vence la inercia, se eleva y dibuja en el aire un gesto breve y definitorio. Se iluminan algunas ventanas. La calle se tranquiliza. Ella sigue sentada en la oscuridad. Seguramente hablando. Por fin alguien llega: el compañero de la muchacha embarazada. Se saludan, entran, encienden la luz. Eso es todo. Esa es la historia de cada día.Esta tarde ocurre algo. Desde un techo, desde una rama, aleteando torpemente, cae un pájaro y aterriza en el balcón. El hombre piensa que se trata de un pichón en su primer intento de vuelo. Después se dice que quizá no sea época de pichones. Lo cierto es que ahora en el balcón se encuentran la muchacha embarazada y el pájaro que acaba de caer. Igualmente asombrados, igualmente torpes. La muchacha levanta el pájaro, desaparece y vuelve con un vaso de agua y un pan. Se sienta. Mete un dedo en el agua y colocándolo sobre el pájaro intenta dejarle caer algunas gotas en el pico. Después le ofrece migas de pan. Finalmente apoya el pájaro sobre su vientre prominente y maduro, y lo acaricia. Y comienza a hablar. El hombre, desde su ventana permanece atento. Comienza a oscurecer. La figura se desdibuja y es como si llegara de otras épocas, de días lejanos en el pasado, de días por venir: una muchacha intemporal acariciando un pichón de pájaro o un pájaro herido o un pájaro distraído. Hay rubores en el aire cálido de la ciudad. A la memoria del hombre que espía acuden, sin buscarlos, los versos de viejo poeta peninsular (a los que, hace muchos años, el trovador oriental Taco Muñoz le pusiera música). Los recita mentalmente mientras observa el pausado y mecánico movimiento de la mano de la muchacha que acaricia el pájaro: “La dulzura/ el aire duro de esta nueva primavera/ tu presencia que ronda mi vida como un soplo/ ahora que en vos/ inocente/ inexorable como el destino de los mundos/ alienta subterránea/ la vida”. La última luz del día envuelve el balcón, luz lenta, dulce, silenciosa, luz que indudablemente conoce su camino, luz todavía suficiente para revelar y homenajear, luz que busca a la muchacha, la acaricia y la viste con el ropaje más adecuado. Y pasan los minutos. Y se hace noche. Y después llega el compañero de la mujer que espera un hijo y habla sola.

 

-De “Gente del Bajo”

 

-Antonio Dal Masetto (Intra, Verbania, 14 de febrero de 1938 - Buenos Aires, 2 de noviembre de 2015)

https://es.wikipedia.org/wiki/Antonio_Dal_Masetto

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

AGUA VA*

 

En el mar del vientre, todos somos viajeros y migrantes. Del útero al mundo, del mundo a la tierra, vamos pasando las estaciones de elemento en elemento. Del agua al aire, del aire al fuego, de ahí a la tierra y viceversa. Así infinitamente. Desterrados, desuterados, con la nostalgia de un mar que nos contuvo en la cuna, vamos por el mundo añorando raíces. Pero el agua no tiene donde aferrarse: hay que dejarse llevar con su devaneo.

 

*De Esther Andradi. esther@andradi.de

- Microcósmicas. Macedonia Ediciones, Buenos Aires 2015, 2017

-Su libro reciente es "LA LENGUA DE VIAJE. Ensayos fronterizos y otros textos en tránsito" Editorial Buena Vista, 2023.

http://www.andradi.de/es/startseite/

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Proyecto UNO*

 

Desconcertado, consultó otra vez los planos. Había revisado el proyecto de arriba a abajo un sinfín de veces sin encontrar el menor fallo en él. Sin embargo, ahora que ya todo estaba en marcha, no cabía la menor duda: Algo había salido mal, pero se le escapaba qué pudiera ser. Corregir el error se le antojaba imposible; la mera admisión del mismo resultaría nefasta para su carrera. Así las cosas, no vio más que una solución. Mandó llamar al subdirector. Al hablar, fue tajante:

- Hay que poner en marcha el plan B. De inmediato.

El subdirector asintió sumisamente, adoptó la forma de serpiente con la que el mundo habría de recordarle y partió a cumplir su misión.

Así fue como Eva y Adán creyeron ser expulsados de un paraíso que jamás existió. Para que la ilusión fuese perfecta, hizo falta sembrar la semilla de la culpa y la desconfianza en sus corazones vírgenes. Después, el escriba oficial, siguiendo al pie de la letra las instrucciones recibidas, según es costumbre en los escribas oficiales, redactó una edificante historia repleta de tentaciones y manzanas.

 

*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

Te imaginás

vos y yo

saltando sobre los charcos

ahora que es de noche

y hace frío

y en las calles se huele la tormenta

vos y yo

te imaginás

huyendo en pajaritas de papel

que para algo han de servir

estos versos y tantos que te escribo

para qué sirven

si no es para escapar

del hastío infinito de las horas

y de la lluvia que no deja de caer

es una suerte

que siempre te olvides los paraguas

y te haya visto

alguna vez

tan mojado

que no puedo recordar

si era posible reír así

como si fuera tan fácil ser feliz

te imaginarás

que sigo siendo yo

y vos

              siempre sos vos

pero qué lindo

que estuvieras acá

y tu mano

recorriera la tierra para encontrar la mía.

 

*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com

 

-Mariana nació en General Belgrano, provincia de Buenos Aires, en 1971. Actualmente vive en City Bell.

Publicó:

Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena, 2014)

Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015)

La hija del pescador (La Magdalena, 2016)

Piedras de colores (Proyecto Hybris, 2018)

El orden del agua (GPU Ediciones ,2019)

Madura (Sudestada, 2021)

Quiero sacar la cabeza por la ventanilla de tu coche (Halley Ediciones, 2023)

Patio (elandamio ediciones, 2024)

Poesía reunida (Medusa editores, 2024)

-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

PÁJAROS Y MEMORIA*

  

Laurie Anderson escribió en su espectáculo "Homeland" una historia con la que comienza el show. En ella los pájaros, que existían antes de que el mundo exista, vuelan sin tener más que aire y ningún lugar donde posarse. El problema surge cuando el padre de una de las aves muere, y no saben qué hacer con el cadáver ya que es una nueva cuestión, algo que los sorprende por ser la primera vez que algo así les ocurre. Finalmente, un pájaro decide sepultarlo en la parte trasera de su propia cabeza, y ello marca el inicio de la memoria.

Magnífica poeta, maravillosa creadora Laurie, que nos muestra los cadáveres de nuestros padres en las nucas abultadas.

Historias, olores, sabores de antes, pasado y putrefacción, dichas que ya fueron y dolores que retornan. Las voces que no murieron, los asombros, las caricias de manos que no conocimos. Todo detrás de la cabeza, todo allí apretadamente emplumado, tibio y gélido, maravilloso y atroz.

El cadáver del padre. El cuerpo muerto de las generaciones. Los días que gastaron otros, los que pasamos sin advertirlos, las tramas sobre lo minucioso cotidiano, los hilos que conectan continentes, las palabras de las que desconocemos el significado y sin embargo siguen allí, en la nuca, peso y alivio.

Tan cerca que lo sentimos detrás de las orejas, tan lejos como esa propia nuestra espalda que no podemos ver. La memoria.

Cuántas veces habrá deseado el pájaro arrancarse el cadáver de su padre. Tantas como las que le llevó comprender que ya no hay retorno cuando el hombre comienza a conocer cuando reconoce.

Y llevamos, es cierto, más cadáveres de los que sabemos detrás de los ojos. Alegrémonos si nos ayudan a mirar.

 

*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Correcciones*

 

La lluvia del tiempo arrecia sobre los recuerdos,

los desdibuja y los lava para que luzcan nuevos,

de acuerdo a los diferentes estados de la vida.

En eso consiste el arte de narrar el pasado:

distintas visiones sobre lo mismo,

muchos intentos y distintas miras

sobre el mismo blanco móvil.

Hasta que un proyectil acierta

y, en apariencia, lo rompe,

pero lo hace invencible.

 

*De Horacio Rodio. horaciorodio@hotmail.com

 

-Horacio Rodio nació en Llavallol, provincia de Buenos Aires, en 1954. Realizó talleres con Laura Massolo y Liliana Díaz Mindurry. Obtuvo más de cien premios nacionales e internacionales en cuento, poesía y novela, con publicaciones en Argentina, España, Colombia y Chile. Es autor de los libros de cuentos Palabras de piedra (Baobab, 1999), Media baja (Dunken, 2012) y La insistencia de la desdicha (Ruinas Circulares, 2018), y de los poemarios El cinturón de Orión (primer premio del 15° Concurso “Adolfo Bioy Casares”, Ediciones Municipalidad de Las Flores, 2022) y El libro de Hopper (Pierre Turcotte Éditeur, Canadá, 2023). Ese mismo año, el sello español Avant Editorial publicó su novela Ausencia y error.

-Reciente libro de cuentos de Horacio Rodio-

La oscuridad de los hechos.

-Editorial Esa luna tiene agua.

 

 



 

 

 

*

 

Las personas que amamos son un lenguaje que no nos pertenece. La utopía es imaginar que es el nuestro.

 

*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com

 

 

 

 

 

Inventren

https://inventren.blogspot.com.ar/

 

 

 

 

Presencia del insomnio*

Para M.P., una versión libre

 

Atravesar la noche siempre es igual. Un eterno deslizarse a lo largo de un vacío insomne, la desesperación por quebrar esa helada inmovilidad de las horas huecas, el tormento de ignorar cuál es aquel último propósito que la mantiene aferrada a la vida.

La habitación a oscuras parece convertirse en un ser informe que la aplasta noche tras noche. Encender el velador y reconocer su propio dormitorio, a la manera de un tímido anclaje en la realidad, tampoco ayuda, a pesar de que hayan transcurrido ya cinco años. Sabe que debe dormir, pero ese opresivo nudo en el pecho le recuerda que la ausencia continúa, y así seguirá siendo a lo largo del abúlico resto de su existencia.

Todo parece haberse vuelto insulso e inútil desde el momento en que alguien, ya no recuerda quién, le trajo la noticia de que a Santiago lo había arrollado un tren. Tuvo que repetirse la frase varias veces hasta lograr entenderla, y aun así desconocía que tuviese algún significado. No; no era cierto, no podía serlo. ¿Su precioso morocho, ese hermoso bebé que pariese catorce años antes, el de la mirada profunda y los hoyuelos en las comisuras de los labios, quien regresaba cada mediodía hasta su casa a través del mismo paso a nivel ferroviario, había sido arrancado de su lado por el súbito impacto de una locomotora?

Ninguna explicación le servía. Por más que le repitiesen que Santi salió corriendo de la escuela en busca de la chica que le gustaba, quien al parecer se había ido unos minutos antes y caminaba varios metros por delante, habiendo cruzado ya las vías cuando él llegó al paso a nivel… Por más que le repitieran que, cegado quién sabe por qué impulsiva emoción adolescente, Santi gritó el nombre de la chica, su vecinita del barrio, para que lo esperase junto a la casilla del guardabarrera, y cruzó corriendo las vías… Por más que cada noche evoque sus recuerdos, el de una infancia hermosa y una pubertad confusa, como lo son todas, esforzándose por retener las bellas imágenes que le quedan de su hijo mayor, al iniciar o culminar la Primaria, disputando como un campeón cada pelota en la canchita con sus amigos, soplando cada velita de sus múltiples cumpleaños, tomando mate con los abuelos, riendo con esa frescura única que solía transmitir y abrazándola muy pero muy fuerte, con un “Te quiero mami” que le resonará para siempre dentro de su cabeza…

Por más que lo intente, el relato del mantra de sus últimos momentos se le impone, evocando la escena del paso a nivel año tras año, sin lograr otorgarle sentido a aquello que no lo tiene, como si ese incomprensible final fuese sólo lo importante, arrasando la mirada, los hoyuelos, las risas, la voz… Donde la última imagen sea la del vacío, más allá del cual nada más existe.

Han sido cinco años de vagar por la casa sin entender dónde se encuentra. De caminar por tibias veredas soleadas, a la vez que estremecida por la gélida garra de la muerte. De cruzar las calles sin mirar, rogando porque alguna vez los bocinazos, las frenadas y los insultos desparezcan de improviso y se conviertan en otro golpe seco, ahora ejercido sobre su propio cuerpo, delgado y maltrecho por la falta de sueño y una buena alimentación. Sabe que no podría hacerlo por su propia mano, aunque lo planifique elaborando diversas técnicas: en el momento final, trepada a una escalerita metálica, al atarse al cuello la corbata que el padre de Santi olvidase en el ropero antes de irse, y lanzar el otro extremo por encima de la viga del techo de esta misma habitación, o al asomarse a la cornisa de la terraza del edificio de doce pisos donde vive su hermana, contemplando sin mirar las luces nocturnas de una ciudad indiferente, en ese momento crucial… algo la echa hacia atrás. Dejar de comer tampoco ha sido una opción, en algún momento algo ocurre que la lleva a comenzar otra vez, despacio, quizá contra su voluntad, intentando llenar un estómago encogido que apenas soporta dos o tres bocados.

¿Qué, o quién, la retiene en este mundo? ¿Qué sentido tiene continuar respirando? ¿De qué le sirve sentarse delante de los bastidores, en el atelier donde suele recalar casi por compromiso, con la paleta en la izquierda y un pincel en la derecha, si el vacío de la tela en blanco es tan insondable como el de su alma? ¿Por qué seguir intentando leer filosofía oriental, las enseñanzas del hinduismo, el legado de eterna sabiduría del dios Ganesha, si las letras conforman oraciones cuyo significado parece el de un idioma desconocido, ajeno por completo a su realidad, como así le son ajenos los titulares de los diarios, la lista de las compras del almacén, el maullido de su gato, o incluso un breve rayo de sol?

Las noches transcurren iguales, una tras otra, con el profundo deseo de que ésta sea la última, con la secreta esperanza de que el amanecer nunca llegue, con la errática danza de las imágenes de la vida de Santiago proyectadas en desorden sobre el machimbre de un techo en tinieblas…

Un motor acelera ruidoso a la distancia, dando rebajes, alejándose hacia el horizonte a través de una avenida cercana. El rumor la distrae, haciéndole girar la cabeza hacia su derecha, mirando hacia el rectángulo de la ventana en sombras. Apenas se desvanecen los ecos de aquel vehículo en fuga, percibe algo a su izquierda. Ni siquiera lo ve, apenas lo siente allí cerca, palpable, algo que por un instante la inquieta, aunque desconozca por qué.

De pronto, siente que no está sola. Hay alguien más en la habitación.

“—¿Santiago?” —piensa, ilusionada.

Y gira la cabeza hacia la izquierda, aguardando volver a encontrarse con su sonrisa de hoyuelos y su profunda mirada. Como si aquello le permitiese volver a respirar hondo, a levantarse con ganas cada mañana, a disfrutar de la comida y de los bocetos de su pintura, a comprender lo que lee cada vez que tiene delante un texto, a conectarse con el sentido de su propia existencia.

Pero allí no está su hijo.

Allí hay alguien más.

Lo primero que percibe es una tenue luminosidad que muy de a poco se hace más brillante, horadando las tinieblas. Recostada sobre el colchón, se extiende una figura, alta y delgada. Entre la pálida niebla que se hace presente a su lado distingue al final del colchón un par de zapatos de hombre, y al iniciar el recorrido hacia el respaldo de su cama, contempla unos pantalones bien planchados, seguidos por los faldones de un traje, con unas mangas que descansan cruzadas sobre el pecho, una corbata voluptuosa que parece más una chalina de mujer que un moño del siglo XVIII, un sombrero de ala ancha volcado hacia donde debieran estar los ojos… Toda la vestimenta parece de un gris tiza, desdibujado a través de una intensa nube de vapor, o quizá de humo.

No logra verle el rostro. Quizá no lo tenga, ni haga falta. Y aunque en un principio experimenta un leve escalofrío que le recorre el cuerpo de pies a cabeza, al instante siguiente la idea de estar contemplando… ¿un fantasma, o a su ángel de la guarda?... ya no la asusta.

Ni siquiera se estremece cuando escucha una voz dentro de su cabeza, suave pero firme, real o imaginada, que le dice:

—No te mortifiques más. Estoy acá para cuidarte.

Contrario a toda lógica —¿impera alguna lógica desde hace cinco años? —, la frase la relaja. Si en algún momento ignoró por qué el corazón no le daba un vuelco en el pecho, ahora cualquier sensación incómoda o atisbo de temor han desaparecido. Lo último que vuelve a mirar, a través del tenue brillo de esa niebla gris, es el espacio donde suele haber un rostro.

No lo hay. O quizá, allí el vapor o el humo que lo rodea sean mucho más densos, a la manera de una protección, para que ella no se asuste, para que confíe y se deje llevar…

—Gracias —llega a susurrar, con un hilo de voz, y gira muy despacio sobre el colchón para colocarse mirando hacia la ventana a oscuras.

Se desmaya de sueño al instante. Como si alguien le hubiese dado un tierno beso de buenas noches, y ella se acurrucase en la posición más cómoda que lograra encontrar, relajando toda clase de tensión por primera vez desde la ausencia de Santiago.

Quizá, mañana, el sol brille de otra forma, la entibie al caminar hacia su trabajo, le permita respirar a todo pulmón, y la implacable muralla del vacío insomne de cada noche sea horadada por el incipiente registro de algo más, que le brinde un mejor sentido a su existencia.

 

*POR ALBERTO DI MATTEO. licaldima@gmail.com

NOVIEMBRE 2024

 

 

-Alberto Di Matteo. Escritor por vocación, y psicólogo de profesión.

Escribe desde principios de su escuela secundaria. Su papá le contaba cuentos (inventados por él) antes de dormir, y de allí Alberto intuye que le surgieron las ganas de contar. Ha participado en diversos certámenes literarios.

-Ha publicado en Inventiva Social cuentos para la serie InvenTren en recorridos literarios iniciados en el año 2002.

Hace suyas las palabras de John Cheever, "escribo para entenderme y entender el mundo".

 

 

 

 

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