lunes, abril 07, 2025

EDICIÓN ABRIL 2025

 


*Dibujo de Erika Kuhn.

https://obraerikakuhn.blogspot.com/

 






 

 

*

 

Mi madre fue tan joven,

tan bella y tan feliz

como aquel muchacho del cementerio de París,

que descansa bajo el gato

de taseles de todos los colores,

como el rostro de la felicidad

que imaginó Prevert

dibujado por un estudiante,

por un mal estudiante,

sobre el pizarrón de la desgracia.

Mi madre fue tan joven,

tan bella y tan feliz

en los prados verdes

rodeados de montañas,

sombreados por nogales y castaños

al otro lado de la vida,

al otro lado del mar

fue mi madre dichosa.

Y ahora que su cuerpo

la tiene en cautiverio,

y yo no soy ni tan joven

ni tan feliz como solía,

la elusiva felicidad se esconde

en esas espaciadas carcajadas

que nos devuelven un momento

la dicha de caminar juntas,

como antes,

por el universo que aún es maravilloso

y aún logra resplandecer.

 

*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

AMORES LEJANOS*

 

Desde más lejos que lejos, vienen,

y acaso desde más frío que los fríos.

Yo no las llamo, tampoco las invoco,

en sus madreselvas cálidas, en sus iris

armoniosos, ni en sus campos o calles

urbanas o barriales. Pero aquí está,

parece, el ramaje alto al que regresan.

Nunca las quise perturbar ni distraer

en sus infinitas y no probadas lejanías.

Pero desde más lejos que lejos, vienen

con un eco, o como una imagen rápida,

a templar el día nublado con tibiezas.

 

*De Eduardo Dalter.

-del poemario inédito "Luces de la orilla"

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

 

Les diré:

el vínculo amoroso rara vez

apoyará su paso por la línea

emocionada y blanca que trazamos.

Sin pudor, romperá nuestras costillas,

y torcerá el circuito de la espera.

Hablo del vínculo:

amigas, hijos, esposos, amantes,

madres, padres, hermanas, todos.

¿Cómo saber si el amor es suficiente

como para que el muelle se sostenga

y no caigamos tristes bajo el agua?

¿Cómo saber si es jactancia o abandono

el mensaje que se perdió en el río?

Infortunados del verano,

la vida está llena de nieve.

Solo nos queda confiar.

Estamos vivos,

el amor nos habla en lengua extranjera

y no hay quién entienda

el pedido de auxilio.

 

*De Valeria Pariso. valeriapariso@outlook.com

 (Poema de su libro Final francés)

 

- Valeria. Publicó los libros de poesía: "Cero sobre el nivel del mar" Ediciones AqL (2012), "Paula levanta la persiana", Ediciones AqL (2013); "Donde termina esta casa", Ediciones de la Eterna (2015), "Del otro lado de la noche" (2015) Editorial El Mono Armado, "Triza" (2017) Editorial Detodoslosmares, "La trilogía: Uva negra/ Mascarón de proa/ El castillo de Rouen", Vela al viento Ediciones patagónicas (2018), Segunda edición AqL (2020), Zarmina, Primer Premio del Concurso de Letras, categoría poesía, del Fondo Nacional de las Artes, año 2019, Ed. Mascarón de proa (2020); "Flores para no regar", Editorial AqL (2021).

- “Final francés”, AqL ediciones, 2023

 

 

 





 

 

 

Economía*

 

Y cuando

dejaste el cántaro guardado para la sed,

la hogaza

para los días de hambre,

cuando escondiste

bajo las tablas del piso

unas monedas,

y no miraste más.

¿Se olvida

lo que guardado espera por nosotros,

latiendo

como un animalito solo en la caverna?

¿Habrá intemperie alguna vez,

la suficiente,

para salir en busca de los dones

que escondimos

cuando la vida era buena,

pero fuimos

avaros?

 

*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com

 

-Mariana nació en General Belgrano, provincia de Buenos Aires, en 1971. Actualmente vive en City Bell.

Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena, 2014)

Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015)

La hija del pescador (La Magdalena, 2016)

Piedras de colores (Proyecto Hybris, 2018)

El orden del agua (GPU Ediciones ,2019)

Madura (Sudestada, 2021)

Quiero sacar la cabeza por la ventanilla de tu coche (Halley Ediciones, 2023)

Patio (elandamio ediciones, 2024)

Poesía reunida (Medusa editores, 2024)

-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria.

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

REQUIEM*

 

Cantabas como una casa vacía de recuerdos,

con raíces en la tierra del infierno:

uno se ataba a un mástil para no oírte,

hervías verduras en el fuego mientras una silueta de abismo te miraba

en el techo, ibas de un lado hacia otro por las altas malezas

como esos neuróticos que se culpan por decir o no decir,

por respirar o ser asmáticos: pensabas

que lo indefinido sin bordes querría significar algo

como esas noches borrosas o extranjeras alfombradas de sueños.

Eran esos huecos de luz de los días perdidos

como esas garzas humedecidas en la niebla de un cuadro de Turner.

Ver para creer decían tus fantasmas que eran muy racionales,

y vos preparabas la comida,

sin dejar el cigarrillo y con el whisky cerca.

Sabías que una puerta al rojo te aguardaba

al final de tu casa, pero tu memoria era ciega,

sorda, paralítica, olvidabas esas velitas de torta

donde encendías tus fracasos,

el lado de tiniebla de tus risas, la tristeza de tus camas ajenas,

la garganta ronca de tus horas, la locura nadando en tazones de

café. En las bandejas servías las mentiras apiladas para amigos

o parientes, o tejías el reverso de las cosas,

el silencio en el horno,

las dudas en el lavarropas,

la angustia en el anillo giratorio del microondas,

la demencia en los mares de internet.

Llegó tu muerte un día: resplandecían los vidrios

que limpiaste tanto:

otros lloraban o hacían que lloraban

y sin notar que cosías

la gran lastimadura de tu corazón.

 

*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

La belleza*

 

 (nunca terminará es infinita esta riqueza

abandonada)

Edgar Bayley

 


Tanta maravilla por ver y yo tantas ganas

y curiosidad y deseos de entender algo,

y haber nacido así, con esta enfermedad

tan difícil de llevar y tan extraña, que nunca

me deja ver lo que hay sino lo que falta,

y este malestar de sentir hambre en la feria

y ver los ojos asombrados de los peces muertos,

y este error de comprender sin aceptarlo,

el por qué pierden los que siempre pierden,

y por qué ganan los que siempre ganan,

y este oído tan fino para escuchar el silencio

de los que callan, y esta fe inquebrantable

de saber que siempre me miran y escuchan

todos mis muertos traicionados. Tanta belleza

por ver y sentir y gozar, sin estar capacitado

para apreciarla.

 

*De Horacio Rodio. horaciorodio@hotmail.com

 


-Horacio nació en Llavallol, en 1954. Realizó talleres con Laura Massolo y Liliana Díaz Mindurry. Obtuvo más de cien premios nacionales e internacionales en cuento, poesía y novela, con publicaciones en Argentina, España, Colombia y Chile. Es autor de los libros de cuentos Palabras de piedra (Baobab, 1999), Media baja (Dunken, 2012) y La insistencia de la desdicha (Ruinas Circulares, 2018), y de los poemarios El cinturón de Orión (primer premio del 15° Concurso “Adolfo Bioy Casares”, Ediciones Municipalidad de Las Flores, 2022) y El libro de Hopper (Pierre Turcotte Éditeur, Canadá, 2023). Ese mismo año, el sello español Avant Editorial publicó su novela Ausencia y error. -En el 2024 publicó su libro de cuentos La oscuridad de los hechos. -Editorial Esa luna tiene agua.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ADÓNDE VOLVER*

 

 Uno envidia a quien es capaz de desnudarse, de dejar las prendas y los lenguajes, abandonar la merienda servida e irse; irse lejos, atravesar países tiempos y gentes. Todos sentimos alguna vez esa inclinación a soñar con el mar, con los caminos que se pierden, con horizontes difusos que borren el asfixiante aquí y ahora.

Se puede viajar, sí, es posible disolver la pertenencia en escapadas, en huidas tempranas o tardías. Es posible cortar las cintas que nos aferran a la tierra, a la familia, a los amigos. Se puede, aunque sea esta una empresa de personas marcadas por algún secreto signo que no está visible en la frente.

Lo que perdura allá en un fondo de pozo con sapo y luna, es el miedo a no tener adónde volver.

La vida entera es la dificultosa construcción de aquel sitio que nos reciba al fin de la jornada. Puede que sea un intento fallido; que al acabarse la partida sólo un gato sigiloso murmure su aprobación solitaria a la viejita olvidada entre muros silentes, o que, por ser el último en abandonar el ferrocarril, el anciano quede con los naipes en la mano, vacías las sillas de sus compañeros ya desvanecidos.

Pero habrán tenido puerto para la charla amable o ácida. Habrán hecho sus nudos de amores u odios donde fuesen reconocidos, donde la familiaridad les prestase un entorno que sintieran propio, intrínsecamente propio. Odiado puerto, amado puerto el del fin de la jornada, pero una amarra que nos contiene cuando el embate del mar. El vértigo absoluto de un viajero es no tener adónde volver.

Y no nos engañemos, viajamos tanto los que se van y pasan de vida a vida como los que nos quedamos, y hacemos rutina de veredas fatigadas. Todos debemos retornar a casa cuando el crepúsculo nos trae. Y algunos, no tienen adónde volver.

Quién escuchará la narración efímera de los incordios del día, quién compartirá la mesa, quién respirará quizás en otro cuarto, quizás en otra casa, pero quién respirará nuestro aire.

En qué lugar habrá una caja con fotografías de nuestra infancia, quién preguntará cómo estás, y aguardará la respuesta. Y, si me voy, quién recibirá mis cartas.

El vértigo absoluto de un viajero es no tener adónde volver.

 

*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com

 

 

 

 

 




 

 

 

 

 

LA VISITA*

  

Después de caminar lentamente por los jardines recién tocados por la primavera, llego a la casa de los Douillet, donde estaba invitado a almorzar. Me abre la puerta una criada joven, que me mira con curiosidad. Yo le sonrío y me presento. Entonces percibo que estoy desnudo. Me desconcierto, pero igual avanzo hacia el centro de la luminosa habitación, de muebles severos pero elegantes. La joven se dirige presurosa hacia el fondo y aparece Mme. Douillet, con la cual nos saludamos con afecto. Ella parece no notar que estoy desnudo, lo cual me hace sentir cómodo. Me siento en un amplio sofá y hablamos sobre la última vez que nos encontramos en la ópera, donde la obra había sido creada por un profesor y sus alumnos. Coincidimos en alabar el talento del músico y sus jóvenes alumnos. En ese momento siento que llega el auto de M. Douillet y él entra en pocos minutos. Me saluda con amabilidad y yo me siento turbado por encontrarme sin ropas. Él parece no prestarme atención, pero decido vestirme antes de que lleguen otros invitados. Me disculpo ante Mme. Douillet y me dirijo hacia otro salón que conduce a los dormitorios. Pero no alcanzo a llegar cuando siento conversar a varias mujeres que hablan en voz muy alta. Me apresuro, subo la escalinata y cuando voy a pasar al dormitorio salen de él tres personas que conozco de vista, profesores también del Instituto. Los saludo con normalidad, pero estoy molesto. Son dos mujeres y un hombre. Pensé que sería un almuerzo más íntimo, pero siento que el salón ya está lleno de gente. El hombre me reconoce levantando la mano, una de las mujeres se presenta mientras me acaricia el hombro. Me aparto y en el cuarto encuentro mis ropas. Cuando me estoy poniendo la camisa, entra Mme. Douillet y prosigue el diálogo que teníamos antes, mientras me pasa su dedo índice por los labios. La caricia se hace tan fuerte que siento que los dientes me lastiman los labios. Me excuso y llevo mis ropas al baño. Cuando salgo, ella está mirando por el ventanal hacia el jardín. Se acerca a mí un instante con ojos desolados luego bajamos juntos al salón comedor. Ya están todos sentados alrededor de la mesa. Todos se encuentran desnudos.

 

*De Sonia Arismendi Pignataro.

Uruguay. (1939 – 2016)

 

 

 

 




 

 

 

*

 

Cuánto se parece

el amor

a una piedra

arrojada al río.

 

Simulacro

de tifón

sobre el agua mansa,

desata la ola

inversa,

desarma el orden

de la exacta geografía.

 

Y luego,

el agua aquieta.

 

Hasta la siguiente piedra.

 

*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com

 

-Mariana nació en General Belgrano, provincia de Buenos Aires, en 1971. Actualmente vive en City Bell.

Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena, 2014)

Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015)

La hija del pescador (La Magdalena, 2016)

Piedras de colores (Proyecto Hybris, 2018)

El orden del agua (GPU Ediciones ,2019)

Madura (Sudestada, 2021)

Quiero sacar la cabeza por la ventanilla de tu coche (Halley Ediciones, 2023)

Patio (elandamio ediciones, 2024)

Poesía reunida (Medusa editores, 2024)

-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria.

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

Suspicacias*

 

Los sueños del pasado son un desorden,

nada se corresponde con hechos reales,

siempre hay algo que está tergiversado,

que es imposible que haya ocurrido así.

Viejos retazos cortados de una película

que ahora cuentan otra historia distinta.

El disgusto de entender durante el sueño

que hemos repetido la misma pesadilla,

y esa incomodidad que dura todo el día

sin poder resucitar el nudo del conflicto. 

¿Qué revelan esos extravíos imposibles?

¿La desgracia era una trampa para tapar

la pena de una realidad que desconocía?

O bien el recuerdo es sólo el perfume

de algo más grande, deseado y negado,

o aquella infelicidad era sólo la punta

del iceberg de un dolor innombrable.

Una vieja oscuridad de la conciencia

que ahora quiere emerger del barro.

 

*De Horacio Rodio. horaciorodio@hotmail.com

 

-Horacio nació en Llavallol, en 1954. Realizó talleres con Laura Massolo y Liliana Díaz Mindurry. Obtuvo más de cien premios nacionales e internacionales en cuento, poesía y novela, con publicaciones en Argentina, España, Colombia y Chile. Es autor de los libros de cuentos Palabras de piedra (Baobab, 1999), Media baja (Dunken, 2012) y La insistencia de la desdicha (Ruinas Circulares, 2018), y de los poemarios El cinturón de Orión (primer premio del 15° Concurso “Adolfo Bioy Casares”, Ediciones Municipalidad de Las Flores, 2022) y El libro de Hopper (Pierre Turcotte Éditeur, Canadá, 2023). Ese mismo año, el sello español Avant Editorial publicó su novela Ausencia y error. -En el 2024 publicó su libro de cuentos La oscuridad de los hechos. -Editorial Esa luna tiene agua.

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

Como quien pone una flor carnívora en las manos de un niño, en el poema cada palabra muerde, con delicado fervor, tu culpa o tu esperanza.

 

 *De Valeria Pariso.

 

 

 

 

 

Inventren

https://inventren.blogspot.com.ar/

 

 

 

 

Estación Girondo*

 

Vestido con una enorme capa negra que ondula a sus espaldas como las trágicas alas de un desorientado vampiro, con el cabello ensortijado y pálido semblante, Oliverio deambula sin rumbo, alejándose de la ciudad, atormentado por el siniestro recuerdo de la Dama de Blanco.

La había visto a la cara. Podría jurarlo delante de cualquiera. Fue durante una oscura y pegajosa tarde, donde la atmósfera parecía a punto de quebrarse bajo la feroz metralla de los truenos y desatar, a los pocos segundos, la peor de las tormentas que recordara Buenos Aires quizá en décadas. En aquel preciso momento, Ella se había dejado ver, atravesando los añejos muros del Museo de Arte Hispanoamericano Fernández Blanco, sito en calle Suipacha al 1400.

Por aquel entonces, Oliverio vivía con su esposa Norah en el terreno lindante al Museo, y los ocasionales encuentros con aparecidos ultraterrenos ya no los inquietaban como la primera vez. Una noche habían sido interceptados al regresar de un café literario por el hierático espectro de un jesuita encapuchado que les heló la sangre. En otra oportunidad, vieron cómo se descolgaba la oscura silueta de una esclava negra por las cañerías que descendían de los techos, buscando escapar de sus ya extintos captores. Más tarde, hasta un distinguido Lord británico de raigambre victoriana, con flamante galera y reloj con cadena de oro a la cintura, paseaba de vez en cuando por el patio de su casa en las noches de luna, insinuando acaso un leve gesto con su galera hacia ellos, a modo de saludo.

Sin embargo, ninguna de estas imágenes lo había perturbado tanto como el de la Dama de Blanco. Joven, hermosa, con una extraña simbiosis entre la sensualidad y la virginalidad… Se deslizaba fuera del Museo y entraba a su casa subrepticiamente, mirando en derredor con cierto temor, como si no reconociese el lugar por donde se desplazaba. Y a diferencia de las demás apariciones, Ella, exclusivamente a él, le hablaba…

Oliverio nunca había podido descifrar su lenguaje, entrecortado y confuso, compuesto por irreconocibles jirones de palabras que no alcanzaban a comprenderse del todo, como si le hablase desde el fondo de un pozo anegado, o a una distancia tan vasta que los sonidos no alcanzaran a ser alcanzados.

Pero su mirada, de una tristeza tan profunda como hermosa, era lo que más lo desconcertaba y fascinaba a la vez. Haberla conocido implicaba no poder olvidar jamás esos ojos claros. Quizá fuera eso lo que ansiara recuperar Oliverio luego de la muerte de Norah, hecho que lo dejara al extremo de la desolación: una mirada de amor, proveniente de unos ojos puros, diáfanos como un cielo de verano, que lo atravesaran con su ternura de lado a lado.

Consternado por llegar a concretar el encuentro imposible, Oliverio averiguó durante un buen tiempo acerca de la secreta identidad de la Dama de Blanco. Consiguió saber que había fallecido en 1925, y merodeaba desde un principio el Cementerio de la Recoleta, confundiendo a los incautos varones que la tomaban por una bella joven solitaria y desabrigada a quien cortejar durante las noches de parranda. Los avezados seductores le ofrecían sus abrigos para protegerla del frío, anhelando la posibilidad de un momento erótico y ardiente, pero terminaban desairados, mientras contemplaban incrédulos la manera en que Ella escapaba hacia las profundidades del Cementerio, perdiéndose entre las bóvedas, para luego de dar muchas vueltas en su persecución encontraran el propio abrigo yaciendo sobre uno de los cajones de las bóvedas, recientemente usado por el espectro de la dueña del ataúd…

Años después, la Dama de Blanco se había trasladado a unas diez cuadras, errando a lo largo de la distinguida Avenida Alvear y la calle Arroyo, ignorándose el porqué de semejante trayecto, para recalar en las proximidades del Museo, aposentándose casi entre sus muros y los de las construcciones vecinas. Allí la había descubierto Oliverio, deseoso por un reencuentro que jamás había vuelto a concretar, hipnotizado hasta el fin de sus días por aquella mirada inolvidable… 

Muchos años han pasado desde entonces, sumidos en la bruma de los tiempos. Oliverio ha perdido, al fragor de sus poéticos retruécanos y versos delirantes, el sentido del espacio y la localización, extraviado en un lenguaje particular que carece de coordenadas compartidas. Desorientación que lo aleja de las letras y lo conduce hacia los lugares más remotos y estrafalarios, como éste en el que lo descubrimos, a muchos kilómetros de distancia de Buenos Aires y su aire recoleto, sorprendido al llegar durante una helada noche de luna llena a una desierta estación de ferrocarril, perdida en medio del campo, que misteriosamente lleva su propio nombre.

Los rieles se extinguen a pocos metros de allí, devorados por la oscuridad, con apenas un pálido destello lunar con el que delata su metálica presencia. La rústica silueta de la estación se confunde con las extrañas formas de los árboles del monte que la rodea, otorgándole al lugar un toque siniestro que impulsa con fervor a la huida del testigo ocasional. Sin embargo, Oliverio se dirige resuelto hacia allí, casi sin darse cuenta de las asperezas del terreno que lo circunda, causado por el más insondable y urgente de los presentimientos.

Una ráfaga de viento helado revolotea su capa al acercarse al derruido umbral de la ventanilla de la boletería, carcomido por la lenta erosión del tiempo. La reja que separaba al empleado de los futuros pasajeros se encuentra tamizada por mugrientas telarañas, aposentadas allí por espacio de varias décadas. El crujido que producen bajo su tacto las maderas podridas del estante para recoger los boletos no lo sorprende, pero le desagrada. Y entonces, en medio de la escalofriante lobreguez, percibe el níveo destello de una presencia dentro de la habitación, luminosidad que le puebla el alma de esperanza, desbocando su corazón.

Busca a tientas la puerta que conduce al interior del cuarto, y luego de un par de forcejeos con la cerradura oxidada, consigue que la pútrida hoja de madera le ceda el paso. Avanza trémulo hacia dentro, notando que aquel destello aumenta su intensidad, brotando desde la tortuosa grieta de uno de los muros, vecina a un polvoriento archivero. El milagro, informe cual volutas de humo, se expande dentro del cuarto, corporizándose con dificultad, impedido aún de mostrarse tal cual es. Oliverio extiende moroso los dedos de su mano derecha hacia él, alargando su brazo, esbozando una palpitante sonrisa luego de muchísimo tiempo, tan malacostumbrado al rictus de amargura que lo representase desde la triste muerte de Norah.

La aparición culmina de materializarse, definiendo a la recordada silueta de la Dama de Blanco, con un tenue y escotado vestido de nívea gasa que revela unos pálidos hombros delgados y la nítida curva de unos pechos jóvenes, apenas ocultos por los bordes de una rubia cabellera lacia que enmarca su rostro angelical. Y coronando esa dulce carita inocente, aquella perturbadora mirada de ojos claros, profundos e insondables, transportando a quien los contemple hacia territorios inexplorados de la psiquis y el corazón.

Oliverio se estremece ante esos ojos, sin dejar de sostener su mano abierta hacia Ella, extasiado ante la posibilidad de acercarse, abrazarla, acariciarla, besarla… Una sutil ráfaga helada se cuela entra las múltiples rendijas de la ruinosa boletería, ondulando su inquietante capa negra. Hasta que por fin Ella le vuelve a hablar; y para sorpresa de Oliverio, con palabras claras, de un lenguaje definido, con un mensaje inequívoco.

-Quiero que me hagas tuya –le sugiere u ordena.

Infinidad de sensaciones se abalanzan sobre él, confundiéndolo y decidiéndolo a la vez. El cálido y hasta fraternal amor experimentado en vida hacia Norah, el ancestral miedo ante lo desconocido, una inédita tentación al placer más lascivo que pudiera haber imaginado… En un instante las imágenes más representativas o banales de su vida desfilan delante de sus ojos, como si al escuchar esa frase de sus labios hubiese ingresado en el caótico vórtice de un remolino que lo deseara arrastrar hacia el más allá, aunque dejando en su lugar, ajeno a su propia persona, un nombre que le otorgue identidad a este lugar, perdido y quizá olvidado, más no por las evocaciones que pueda suscitar el apellido Girondo.

Entonces, Oliverio descubre en un inesperado rapto de lucidez -que atraviesa la maraña de imágenes discordantes que identifican su obra literaria-, que se le ha ido la vida buscando un amor semejante a éste, que su entidad humana parece haberlo abandonado desde hace ya mucho tiempo, que en un lugar de la Pampa llamado Girondo –dentro de su derruida estación de ferrocarril- parece haber encontrado su propio fin humano, más no el de la leyenda de una enamorada pareja de ultratumba…

Se acerca hacia la Dama de Blanco, quien le sonríe por primera vez, seductora y virginal. Oliverio le rodea los hombros desnudos con su capa azabache, que aletea a su alrededor como si quisiera izarlos en el aire y alejarlos de allí en un huidizo vuelo de murciélago. Y con un gesto aguardado por ambos durante decenios, se buscan las bocas con pasional sutileza, besándose en un abrazo que trasciende la muerte y los eleva hacia la noche.

Una imponente luna llena resulta el único testigo del encuentro, donde una capa negra y un vestido de gasa blanca se elevan por encima de las ruinas de una estación ferroviaria y se pierden rumbo a las estrellas, glorificando a los eternos amantes…

 

*De Alberto Di Matteo. licaldima@gmail.com

 

 

Escritor por vocación, y psicólogo de profesión.

Escribe desde principios de su escuela secundaria. Su papá le contaba cuentos (inventados por él) antes de dormir, y de allí Alberto intuye que le surgieron las ganas de contar. Ha participado en diversos certámenes literarios.

-Ha publicado en Inventiva Social cuentos para la serie InvenTren desde los recorridos literarios iniciados en el año 2002.

Hace suyas las palabras de John Cheever, "escribo para entenderme y entender el mundo".

 

 

 

 

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