*Dibujo de Erika Kuhn.
https://obraerikakuhn.blogspot.com/
*
Mi madre fue tan
joven,
tan bella y tan feliz
como aquel muchacho
del cementerio de París,
que descansa bajo el
gato
de taseles de todos
los colores,
como el rostro de la
felicidad
que imaginó Prevert
dibujado por un
estudiante,
por un mal estudiante,
sobre el pizarrón de
la desgracia.
Mi madre fue tan
joven,
tan bella y tan feliz
en los prados verdes
rodeados de montañas,
sombreados por nogales
y castaños
al otro lado de la
vida,
al otro lado del mar
fue mi madre dichosa.
Y ahora que su cuerpo
la tiene en
cautiverio,
y yo no soy ni tan
joven
ni tan feliz como
solía,
la elusiva felicidad
se esconde
en esas espaciadas
carcajadas
que nos devuelven un
momento
la dicha de caminar
juntas,
como antes,
por el universo que
aún es maravilloso
y aún logra
resplandecer.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
AMORES
LEJANOS*
Desde más lejos que lejos, vienen,
y acaso desde más frío que los fríos.
Yo no las llamo, tampoco las invoco,
en sus madreselvas cálidas, en sus iris
armoniosos, ni en sus campos o calles
urbanas o barriales. Pero aquí está,
parece, el ramaje alto al que regresan.
Nunca las quise perturbar ni distraer
en sus infinitas y no probadas lejanías.
Pero desde más lejos que lejos, vienen
con un eco, o como una imagen rápida,
a templar el día nublado con tibiezas.
*De Eduardo
Dalter.
-del poemario inédito "Luces de la orilla"
*
Les diré:
el vínculo amoroso
rara vez
apoyará su paso por la
línea
emocionada y blanca
que trazamos.
Sin pudor, romperá
nuestras costillas,
y torcerá el circuito
de la espera.
Hablo del vínculo:
amigas, hijos,
esposos, amantes,
madres, padres,
hermanas, todos.
¿Cómo saber si el amor
es suficiente
como para que el
muelle se sostenga
y no caigamos tristes
bajo el agua?
¿Cómo saber si es
jactancia o abandono
el mensaje que se
perdió en el río?
Infortunados del
verano,
la vida está llena de
nieve.
Solo nos queda
confiar.
Estamos vivos,
el amor nos habla en
lengua extranjera
y no hay quién
entienda
el pedido de auxilio.
*De Valeria
Pariso. valeriapariso@outlook.com
(Poema
de su libro Final francés)
- Valeria.
Publicó los libros de poesía: "Cero
sobre el nivel del mar" Ediciones AqL (2012), "Paula levanta la persiana", Ediciones AqL (2013); "Donde termina esta casa",
Ediciones de la Eterna (2015), "Del
otro lado de la noche" (2015) Editorial El Mono Armado, "Triza" (2017) Editorial
Detodoslosmares, "La trilogía: Uva
negra/ Mascarón de proa/ El castillo de Rouen", Vela al viento
Ediciones patagónicas (2018), Segunda edición AqL (2020), Zarmina, Primer Premio del Concurso de Letras, categoría poesía,
del Fondo Nacional de las Artes, año 2019, Ed. Mascarón de proa (2020); "Flores para no regar",
Editorial AqL (2021).
- “Final
francés”, AqL ediciones, 2023
Economía*
Y cuando
dejaste el cántaro guardado para la sed,
la hogaza
para los días de hambre,
cuando escondiste
bajo las tablas del piso
unas monedas,
y no miraste más.
¿Se olvida
lo que guardado espera por nosotros,
latiendo
como un animalito solo en la caverna?
¿Habrá intemperie alguna vez,
la suficiente,
para salir en busca de los dones
que escondimos
cuando la vida era buena,
pero fuimos
avaros?
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
-Mariana
nació en General Belgrano, provincia de Buenos Aires, en 1971. Actualmente
vive en City Bell.
Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena, 2014)
Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú,
2015)
La hija del pescador (La Magdalena, 2016)
Piedras de colores (Proyecto Hybris, 2018)
El orden del agua (GPU Ediciones ,2019)
Madura (Sudestada, 2021)
Quiero sacar la cabeza
por la ventanilla de tu coche (Halley Ediciones, 2023)
Patio (elandamio ediciones, 2024)
Poesía reunida (Medusa editores, 2024)
-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria.
REQUIEM*
Cantabas como una casa vacía de recuerdos,
con raíces en la tierra del infierno:
uno se ataba a un mástil para no oírte,
hervías verduras en el fuego mientras una
silueta de abismo te miraba
en el techo, ibas de un lado hacia otro por
las altas malezas
como esos neuróticos que se culpan por decir
o no decir,
por respirar o ser asmáticos: pensabas
que lo indefinido sin bordes querría
significar algo
como esas noches borrosas o extranjeras
alfombradas de sueños.
Eran esos huecos de luz de los días
perdidos
como esas garzas humedecidas en la niebla
de un cuadro de Turner.
Ver para creer decían tus fantasmas que
eran muy racionales,
y vos preparabas la comida,
sin dejar el cigarrillo y con el whisky
cerca.
Sabías que una puerta al rojo te aguardaba
al final de tu casa, pero tu memoria era
ciega,
sorda, paralítica, olvidabas esas velitas
de torta
donde encendías tus fracasos,
el lado de tiniebla de tus risas, la
tristeza de tus camas ajenas,
la garganta ronca de tus horas, la locura
nadando en tazones de
café. En las bandejas servías las mentiras
apiladas para amigos
o parientes, o tejías el reverso de las
cosas,
el silencio en el horno,
las dudas en el lavarropas,
la angustia en el anillo giratorio del
microondas,
la demencia en los mares de internet.
Llegó tu muerte un día: resplandecían los
vidrios
que limpiaste tanto:
otros lloraban o hacían que lloraban
y sin notar que cosías
la gran lastimadura de tu corazón.
*De Liliana
Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
La
belleza*
(nunca terminará es infinita esta riqueza
abandonada)
Edgar Bayley
Tanta maravilla por ver y yo tantas ganas
y curiosidad y deseos de entender algo,
y haber nacido así, con esta enfermedad
tan difícil de llevar y tan extraña, que
nunca
me deja ver lo que hay sino lo que falta,
y este malestar de sentir hambre en la
feria
y ver los ojos asombrados de los peces
muertos,
y este error de comprender sin aceptarlo,
el por qué pierden los que siempre pierden,
y por qué ganan los que siempre ganan,
y este oído tan fino para escuchar el
silencio
de los que callan, y esta fe inquebrantable
de saber que siempre me miran y escuchan
todos mis muertos traicionados. Tanta
belleza
por ver y sentir y gozar, sin estar
capacitado
para apreciarla.
*De Horacio
Rodio. horaciorodio@hotmail.com
-Horacio nació en Llavallol, en 1954.
Realizó talleres con Laura Massolo y Liliana Díaz Mindurry. Obtuvo más de cien
premios nacionales e internacionales en cuento, poesía y novela, con
publicaciones en Argentina, España, Colombia y Chile. Es autor de los libros de
cuentos Palabras de piedra (Baobab,
1999), Media baja (Dunken, 2012) y La insistencia de la desdicha (Ruinas
Circulares, 2018), y de los poemarios El
cinturón de Orión (primer premio del 15° Concurso “Adolfo Bioy Casares”,
Ediciones Municipalidad de Las Flores, 2022) y El libro de Hopper (Pierre Turcotte Éditeur, Canadá, 2023). Ese
mismo año, el sello español Avant Editorial publicó su novela Ausencia y error. -En el 2024 publicó
su libro de cuentos La oscuridad de los
hechos. -Editorial Esa luna tiene agua.
ADÓNDE VOLVER*
Uno
envidia a quien es capaz de desnudarse, de dejar las prendas y los lenguajes,
abandonar la merienda servida e irse; irse lejos, atravesar países tiempos y
gentes. Todos sentimos alguna vez esa inclinación a soñar con el mar, con los
caminos que se pierden, con horizontes difusos que borren el asfixiante aquí y
ahora.
Se puede viajar, sí, es posible disolver la
pertenencia en escapadas, en huidas tempranas o tardías. Es posible cortar las
cintas que nos aferran a la tierra, a la familia, a los amigos. Se puede,
aunque sea esta una empresa de personas marcadas por algún secreto signo que no
está visible en la frente.
Lo que perdura allá en un fondo de pozo con
sapo y luna, es el miedo a no tener adónde volver.
La vida entera es la dificultosa
construcción de aquel sitio que nos reciba al fin de la jornada. Puede que sea
un intento fallido; que al acabarse la partida sólo un gato sigiloso murmure su
aprobación solitaria a la viejita olvidada entre muros silentes, o que, por ser
el último en abandonar el ferrocarril, el anciano quede con los naipes en la
mano, vacías las sillas de sus compañeros ya desvanecidos.
Pero habrán tenido puerto para la charla
amable o ácida. Habrán hecho sus nudos de amores u odios donde fuesen
reconocidos, donde la familiaridad les prestase un entorno que sintieran
propio, intrínsecamente propio. Odiado puerto, amado puerto el del fin de la
jornada, pero una amarra que nos contiene cuando el embate del mar. El vértigo
absoluto de un viajero es no tener adónde volver.
Y no nos engañemos, viajamos tanto los que
se van y pasan de vida a vida como los que nos quedamos, y hacemos rutina de
veredas fatigadas. Todos debemos retornar a casa cuando el crepúsculo nos trae.
Y algunos, no tienen adónde volver.
Quién escuchará la narración efímera de los
incordios del día, quién compartirá la mesa, quién respirará quizás en otro
cuarto, quizás en otra casa, pero quién respirará nuestro aire.
En qué lugar habrá una caja con fotografías
de nuestra infancia, quién preguntará cómo estás, y aguardará la respuesta. Y,
si me voy, quién recibirá mis cartas.
El vértigo absoluto de un viajero es no
tener adónde volver.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
LA
VISITA*
Después de caminar lentamente por los
jardines recién tocados por la primavera, llego a la casa de los Douillet,
donde estaba invitado a almorzar. Me abre la puerta una criada joven, que me
mira con curiosidad. Yo le sonrío y me presento. Entonces percibo que estoy
desnudo. Me desconcierto, pero igual avanzo hacia el centro de la luminosa
habitación, de muebles severos pero elegantes. La joven se dirige presurosa
hacia el fondo y aparece Mme. Douillet, con la cual nos saludamos con afecto.
Ella parece no notar que estoy desnudo, lo cual me hace sentir cómodo. Me
siento en un amplio sofá y hablamos sobre la última vez que nos encontramos en
la ópera, donde la obra había sido creada por un profesor y sus alumnos.
Coincidimos en alabar el talento del músico y sus jóvenes alumnos. En ese
momento siento que llega el auto de M. Douillet y él entra en pocos minutos. Me
saluda con amabilidad y yo me siento turbado por encontrarme sin ropas. Él
parece no prestarme atención, pero decido vestirme antes de que lleguen otros
invitados. Me disculpo ante Mme. Douillet y me dirijo hacia otro salón que
conduce a los dormitorios. Pero no alcanzo a llegar cuando siento conversar a
varias mujeres que hablan en voz muy alta. Me apresuro, subo la escalinata y
cuando voy a pasar al dormitorio salen de él tres personas que conozco de
vista, profesores también del Instituto. Los saludo con normalidad, pero estoy
molesto. Son dos mujeres y un hombre. Pensé que sería un almuerzo más íntimo,
pero siento que el salón ya está lleno de gente. El hombre me reconoce
levantando la mano, una de las mujeres se presenta mientras me acaricia el
hombro. Me aparto y en el cuarto encuentro mis ropas. Cuando me estoy poniendo
la camisa, entra Mme. Douillet y prosigue el diálogo que teníamos antes, mientras
me pasa su dedo índice por los labios. La caricia se hace tan fuerte que siento
que los dientes me lastiman los labios. Me excuso y llevo mis ropas al baño.
Cuando salgo, ella está mirando por el ventanal hacia el jardín. Se acerca a mí
un instante con ojos desolados luego bajamos juntos al salón comedor. Ya están
todos sentados alrededor de la mesa. Todos se encuentran desnudos.
*De Sonia
Arismendi Pignataro.
Uruguay. (1939 – 2016)
*
Cuánto se parece
el amor
a una piedra
arrojada al río.
Simulacro
de tifón
sobre el agua mansa,
desata la ola
inversa,
desarma el orden
de la exacta
geografía.
Y luego,
el agua aquieta.
Hasta la siguiente
piedra.
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
-Mariana
nació en General Belgrano, provincia de Buenos Aires, en 1971. Actualmente
vive en City Bell.
Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena, 2014)
Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú,
2015)
La hija del pescador (La Magdalena, 2016)
Piedras de colores (Proyecto Hybris, 2018)
El orden del agua (GPU Ediciones ,2019)
Madura (Sudestada, 2021)
Quiero sacar la cabeza
por la ventanilla de tu coche (Halley Ediciones, 2023)
Patio (elandamio ediciones, 2024)
Poesía reunida (Medusa editores, 2024)
-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria.
Suspicacias*
Los sueños del pasado son un desorden,
nada se corresponde con hechos reales,
siempre hay algo que está tergiversado,
que es imposible que haya ocurrido así.
Viejos retazos cortados de una película
que ahora cuentan otra historia distinta.
El disgusto de entender durante el sueño
que hemos repetido la misma pesadilla,
y esa incomodidad que dura todo el día
sin poder resucitar el nudo del
conflicto.
¿Qué revelan esos extravíos imposibles?
¿La desgracia era una trampa para tapar
la pena de una realidad que desconocía?
O bien el recuerdo es sólo el perfume
de algo más grande, deseado y negado,
o aquella infelicidad era sólo la punta
del iceberg de un dolor innombrable.
Una vieja oscuridad de la conciencia
que ahora quiere emerger del barro.
*De Horacio
Rodio. horaciorodio@hotmail.com
-Horacio
nació en Llavallol, en 1954. Realizó talleres con Laura Massolo y Liliana Díaz
Mindurry. Obtuvo más de cien premios nacionales e internacionales en cuento,
poesía y novela, con publicaciones en Argentina, España, Colombia y Chile. Es
autor de los libros de cuentos Palabras
de piedra (Baobab, 1999), Media baja
(Dunken, 2012) y La insistencia de la
desdicha (Ruinas Circulares, 2018), y de los poemarios El cinturón de Orión (primer premio del 15° Concurso “Adolfo Bioy
Casares”, Ediciones Municipalidad de Las Flores, 2022) y El libro de Hopper (Pierre Turcotte Éditeur, Canadá, 2023). Ese
mismo año, el sello español Avant Editorial publicó su novela Ausencia y error. -En el 2024 publicó
su libro de cuentos La oscuridad de los
hechos. -Editorial Esa luna tiene agua.
*
Como quien pone una
flor carnívora en las manos de un niño, en el poema cada palabra muerde, con
delicado fervor, tu culpa o tu esperanza.
*De Valeria Pariso.
Inventren
https://inventren.blogspot.com.ar/
Estación
Girondo*
Vestido con una enorme capa negra que
ondula a sus espaldas como las trágicas alas de un desorientado vampiro, con el
cabello ensortijado y pálido semblante, Oliverio deambula sin rumbo, alejándose
de la ciudad, atormentado por el siniestro recuerdo de la Dama de Blanco.
La había visto a la cara. Podría jurarlo
delante de cualquiera. Fue durante una oscura y pegajosa tarde, donde la
atmósfera parecía a punto de quebrarse bajo la feroz metralla de los truenos y
desatar, a los pocos segundos, la peor de las tormentas que recordara Buenos
Aires quizá en décadas. En aquel preciso momento, Ella se había dejado ver,
atravesando los añejos muros del Museo de Arte Hispanoamericano Fernández
Blanco, sito en calle Suipacha al 1400.
Por aquel entonces, Oliverio vivía con su
esposa Norah en el terreno lindante al Museo, y los ocasionales encuentros con
aparecidos ultraterrenos ya no los inquietaban como la primera vez. Una noche
habían sido interceptados al regresar de un café literario por el hierático
espectro de un jesuita encapuchado que les heló la sangre. En otra oportunidad,
vieron cómo se descolgaba la oscura silueta de una esclava negra por las
cañerías que descendían de los techos, buscando escapar de sus ya extintos
captores. Más tarde, hasta un distinguido Lord británico de raigambre
victoriana, con flamante galera y reloj con cadena de oro a la cintura, paseaba
de vez en cuando por el patio de su casa en las noches de luna, insinuando
acaso un leve gesto con su galera hacia ellos, a modo de saludo.
Sin embargo, ninguna de estas imágenes lo
había perturbado tanto como el de la Dama de Blanco. Joven, hermosa, con una
extraña simbiosis entre la sensualidad y la virginalidad… Se deslizaba fuera
del Museo y entraba a su casa subrepticiamente, mirando en derredor con cierto
temor, como si no reconociese el lugar por donde se desplazaba. Y a diferencia
de las demás apariciones, Ella, exclusivamente a él, le hablaba…
Oliverio nunca había podido descifrar su
lenguaje, entrecortado y confuso, compuesto por irreconocibles jirones de palabras
que no alcanzaban a comprenderse del todo, como si le hablase desde el fondo de
un pozo anegado, o a una distancia tan vasta que los sonidos no alcanzaran a
ser alcanzados.
Pero su mirada, de una tristeza tan
profunda como hermosa, era lo que más lo desconcertaba y fascinaba a la vez.
Haberla conocido implicaba no poder olvidar jamás esos ojos claros. Quizá fuera
eso lo que ansiara recuperar Oliverio luego de la muerte de Norah, hecho que lo
dejara al extremo de la desolación: una mirada de amor, proveniente de unos
ojos puros, diáfanos como un cielo de verano, que lo atravesaran con su ternura
de lado a lado.
Consternado por llegar a concretar el
encuentro imposible, Oliverio averiguó durante un buen tiempo acerca de la
secreta identidad de la Dama de Blanco. Consiguió saber que había fallecido en
1925, y merodeaba desde un principio el Cementerio de la Recoleta, confundiendo
a los incautos varones que la tomaban por una bella joven solitaria y
desabrigada a quien cortejar durante las noches de parranda. Los avezados
seductores le ofrecían sus abrigos para protegerla del frío, anhelando la
posibilidad de un momento erótico y ardiente, pero terminaban desairados,
mientras contemplaban incrédulos la manera en que Ella escapaba hacia las
profundidades del Cementerio, perdiéndose entre las bóvedas, para luego de dar
muchas vueltas en su persecución encontraran el propio abrigo yaciendo sobre
uno de los cajones de las bóvedas, recientemente usado por el espectro de la
dueña del ataúd…
Años después, la Dama de Blanco se había trasladado a unas diez cuadras, errando a lo largo de la distinguida Avenida Alvear y la calle Arroyo, ignorándose el porqué de semejante trayecto, para recalar en las proximidades del Museo, aposentándose casi entre sus muros y los de las construcciones vecinas. Allí la había descubierto Oliverio, deseoso por un reencuentro que jamás había vuelto a concretar, hipnotizado hasta el fin de sus días por aquella mirada inolvidable…
Muchos años han pasado desde entonces,
sumidos en la bruma de los tiempos. Oliverio ha perdido, al fragor de sus
poéticos retruécanos y versos delirantes, el sentido del espacio y la
localización, extraviado en un lenguaje particular que carece de coordenadas
compartidas. Desorientación que lo aleja de las letras y lo conduce hacia los
lugares más remotos y estrafalarios, como éste en el que lo descubrimos, a
muchos kilómetros de distancia de Buenos Aires y su aire recoleto, sorprendido
al llegar durante una helada noche de luna llena a una desierta estación de ferrocarril,
perdida en medio del campo, que misteriosamente lleva su propio nombre.
Los rieles se extinguen a pocos metros de
allí, devorados por la oscuridad, con apenas un pálido destello lunar con el
que delata su metálica presencia. La rústica silueta de la estación se confunde
con las extrañas formas de los árboles del monte que la rodea, otorgándole al
lugar un toque siniestro que impulsa con fervor a la huida del testigo
ocasional. Sin embargo, Oliverio se dirige resuelto hacia allí, casi sin darse cuenta
de las asperezas del terreno que lo circunda, causado por el más insondable y
urgente de los presentimientos.
Una ráfaga de viento helado revolotea su
capa al acercarse al derruido umbral de la ventanilla de la boletería,
carcomido por la lenta erosión del tiempo. La reja que separaba al empleado de
los futuros pasajeros se encuentra tamizada por mugrientas telarañas,
aposentadas allí por espacio de varias décadas. El crujido que producen bajo su
tacto las maderas podridas del estante para recoger los boletos no lo
sorprende, pero le desagrada. Y entonces, en medio de la escalofriante
lobreguez, percibe el níveo destello de una presencia dentro de la habitación,
luminosidad que le puebla el alma de esperanza, desbocando su corazón.
Busca a tientas la puerta que conduce al
interior del cuarto, y luego de un par de forcejeos con la cerradura oxidada,
consigue que la pútrida hoja de madera le ceda el paso. Avanza trémulo hacia
dentro, notando que aquel destello aumenta su intensidad, brotando desde la tortuosa
grieta de uno de los muros, vecina a un polvoriento archivero. El milagro,
informe cual volutas de humo, se expande dentro del cuarto, corporizándose con
dificultad, impedido aún de mostrarse tal cual es. Oliverio extiende moroso los
dedos de su mano derecha hacia él, alargando su brazo, esbozando una palpitante
sonrisa luego de muchísimo tiempo, tan malacostumbrado al rictus de amargura
que lo representase desde la triste muerte de Norah.
La aparición culmina de materializarse,
definiendo a la recordada silueta de la Dama de Blanco, con un tenue y escotado
vestido de nívea gasa que revela unos pálidos hombros delgados y la nítida
curva de unos pechos jóvenes, apenas ocultos por los bordes de una rubia
cabellera lacia que enmarca su rostro angelical. Y coronando esa dulce carita
inocente, aquella perturbadora mirada de ojos claros, profundos e insondables,
transportando a quien los contemple hacia territorios inexplorados de la
psiquis y el corazón.
Oliverio se estremece ante esos ojos, sin
dejar de sostener su mano abierta hacia Ella, extasiado ante la posibilidad de
acercarse, abrazarla, acariciarla, besarla… Una sutil ráfaga helada se cuela
entra las múltiples rendijas de la ruinosa boletería, ondulando su inquietante
capa negra. Hasta que por fin Ella le vuelve a hablar; y para sorpresa de
Oliverio, con palabras claras, de un lenguaje definido, con un mensaje
inequívoco.
-Quiero que me hagas tuya –le sugiere u
ordena.
Infinidad de sensaciones se abalanzan sobre
él, confundiéndolo y decidiéndolo a la vez. El cálido y hasta fraternal amor
experimentado en vida hacia Norah, el ancestral miedo ante lo desconocido, una
inédita tentación al placer más lascivo que pudiera haber imaginado… En un
instante las imágenes más representativas o banales de su vida desfilan delante
de sus ojos, como si al escuchar esa frase de sus labios hubiese ingresado en
el caótico vórtice de un remolino que lo deseara arrastrar hacia el más allá,
aunque dejando en su lugar, ajeno a su propia persona, un nombre que le otorgue
identidad a este lugar, perdido y quizá olvidado, más no por las evocaciones
que pueda suscitar el apellido Girondo.
Entonces, Oliverio descubre en un inesperado rapto de lucidez -que atraviesa la maraña de imágenes discordantes que identifican su obra literaria-, que se le ha ido la vida buscando un amor semejante a éste, que su entidad humana parece haberlo abandonado desde hace ya mucho tiempo, que en un lugar de la Pampa llamado Girondo –dentro de su derruida estación de ferrocarril- parece haber encontrado su propio fin humano, más no el de la leyenda de una enamorada pareja de ultratumba…
Se acerca hacia la Dama de Blanco, quien le
sonríe por primera vez, seductora y virginal. Oliverio le rodea los hombros
desnudos con su capa azabache, que aletea a su alrededor como si quisiera
izarlos en el aire y alejarlos de allí en un huidizo vuelo de murciélago. Y con
un gesto aguardado por ambos durante decenios, se buscan las bocas con pasional
sutileza, besándose en un abrazo que trasciende la muerte y los eleva hacia la
noche.
Una imponente luna llena resulta el único
testigo del encuentro, donde una capa negra y un vestido de gasa blanca se
elevan por encima de las ruinas de una estación ferroviaria y se pierden rumbo
a las estrellas, glorificando a los eternos amantes…
*De Alberto
Di Matteo. licaldima@gmail.com
Escritor por vocación,
y psicólogo de profesión.
Escribe desde principios de su escuela
secundaria. Su papá le contaba cuentos (inventados por él) antes de dormir, y
de allí Alberto intuye que le surgieron las ganas de contar. Ha participado en
diversos certámenes literarios.
-Ha publicado en Inventiva Social cuentos
para la serie InvenTren desde los recorridos literarios iniciados en el año
2002.
Hace suyas las palabras de John Cheever, "escribo para entenderme y entender el
mundo".
-Próxima estación:
FRANCISCO A. BERRA.
-Continuidad literaria
por el Ferrocarril Provincial:
ESTACIÓN
GOYENECHE.
GOBERNADOR
UDAONDO.
LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.
GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN
DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA
VEGA.
D. SÁEZ.
J. R. MORENO.
EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL
ETCHEVERRY.
LISANDRO OLMOS.
INGENIERO VILLANUEVA.
ARANA.
GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
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