lunes, noviembre 27, 2006

HOY, EL FUTURO

Hoy, el futuro....



Niña mendigo*

Entre nubes de monóxido
Y bocinas apuradas
Niña mendigo
Con sombrero de Piluso
Fisgoneas las ventanillas
De los que paran
Frente al semáforo
Niña “trabajadora”
Contaminada por los gases
Y la miseria
Saltando y jugando
No adivinas aun
El peligro y lo perverso
De una “monedita”
Acaso tendrás ilusiones
Con cuentos de hadas,
Castillos de arena y
Zapatitos de cristal?
Qué destino tendrás
Carita bonita con tanta
Fragilidad?

*de Azul. azulaki@hotmail.com






HOY, EL FUTURO*


Lo hemos visto en los filmes más antiguos de ciencia ficción. Era ese futuro lejano de plexiglás y personas uniformadas. Mientras tomábamos el café con leche, alguna tarde de sábado nuestros ojos infantiles se asombraron frente a imágenes de atrayente y repulsiva limpieza, donde los hombres y mujeres sonreían con dentaduras perfectas y viajaban en vehículos de cristal.
Pero ese futuro ya está aquí.
La Défense es un sitio donde los lisos edificios de acero y vidrio se elevan sobre explanadas de cemento; imponente como las catedrales de la contrarreforma, con el deber de transmitir desde su concepto estético un orden del universo.
Bradbury en los años cincuenta se quejaba de que los arquitectos habían quitado los porches a las viviendas, para que la gente no pudiese declinar el ocio en charlas con los vecinos, en la contemplación del árbol de la vereda, en la suave magia de un ocaso. Las casas sin porche llevaban a la sala, al televisor, a la soledad. Individuos aislados, virtualizando ya entonces el contacto con el resto del mundo.
En los edificios de la Défense no existen cambios de humedad ni temperatura, se han abolido las estaciones, los olores, el polvo. Y la gente demuestra su pertenencia a ese contexto con la extrema contención; no vestirán telas estampadas, renunciarán con minucia a los colores llamativos, ordenarán sus cabellos lacios, y solamente se permitirán fragancias sutiles. Son los que se quitan los olores, se cepillan las lenguas, aspiran a la delgadez para emular la bruñida superficie que los contiene. El caótico mundo de la diversidad no ingresa en esas salas, donde se maneja el mundo.
Cifras y estadísticas, fantasmas de la realidad, datos y porcentajes. Ese es el universo que digitan los operadores, quienes llegan en el tren aerodinámico, brillo plateado y velocidad. La rapidez, la asepsia, la falta de asideros nos anuncian que todos están de paso, que cada uno es una pieza reemplazable.
En el filme de Jean-Marc Moutout “Violencia en tiempos de calma”, el joven ejecutivo no ha completado su formación. Se vincula a una mujer común, y vemos a Philippe tan extraño en un departamento abigarrado, pleno de colores y objetos, muebles antiguos y adornitos. Demasiado humano ese departamento, demasiado humana esa mujer con una hija, con una madre, con la calidez de quien se siente conectada a personas con peso y besos e historia propia.
Lo envía la consultora a Philippe a la provincia; a una fábrica de verdad, con el encargo de refuncionalizarla y despedir al personal sobrante. No hay lugar para las antiguas fábricas donde se conserva al empleado que es viejo y ya no produce óptimamente, ni hay lugar para producciones diversificadas u operarios problemáticos. Hay que comprimir. Y Philippe se debate entre los dos mundos, entre las torres de la Défense y el cuarto de su novia, entre las personas reales y las estadísticas.
Existe la transición desgarradora, la culpa, el sufrimiento.
Pero en el final lo veremos descender de su automóvil sin aristas, con su nueva novia sin aristas, y habrá alquilado una vivienda amplia y blanca, despojada. Habrá ingresado plenamente al relato de la realidad del poder, una realidad lisa y matemática, virtual.
El resto del mundo continuará sobreviviendo con historias particulares, con personas que se debaten con el desempleo y la explotación, en casas con fotos y cuadritos en las paredes. Pero no serán la realidad. Aportarán, eso si, un número en alguna planilla.
La Défense se clona en Tokio, en Dublín, en Buenos Aires. Las nuevas catedrales de acero y vidrio nos explican estéticamente el relato de nuestra época. Y vemos, con asombro y horror, hombres y mujeres que sonríen con dentaduras perfectas, lisos y bruñidos, de acero y cristal.


*de Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com




Reescribiendo...

¿El hambre puede esperar?*

Un raro defensor del libre mercado para salvar África

En Bukura, Kenia, James Shikwati, joven maestro que reside en la parte occidental de Kenia, se convirtió
en admirador del economista Lawrence W. Reed, de Michigan. Éste entrena a grupos conservadores que
promueven la Economía Conservadora, con las recetas ya conocidas. Shikwati durante cuatro años se empapó con todo el material que Reed le envió sobre libre mercado y la libertad individual, convirtiéndose en un apasionado de la teoría capitalista.
Mientras Reed defiende a su protegido diciendo que es "un defensor apasionado en un lugar improbable", desde la Universidad de Columbia, el profesor Jeffrey D. Sachs lo llama "desatinado y equivocado".
Shikwati, rechaza la asistencia y ayuda extranjera, acusándola de "dañar los mercados locales, corromper gobiernos y crear dependencia".
Pese a sus buenas intenciones de cambiar, los pocos resultados que ha logrado hasta el momento, demuestran que el tiempo que se tardaría en una mejora sin asistencia sería muy largo y agotador. Los niños que actualmente en Kenia pasan hambre no tienen tiempo que la economía del primer mundo les llene la panza dentro de diez años, cuando el desarrollo de industrias y comercio locales estén en auge.
Shikwati, parecería que es utilizado para justificar en un país en desarrollo, lo que no resultó en
otros, como en nuestro país, en donde el libre mercado y la globalización, destruyeron la industria nacional hasta convertirla en satélite inútil, del primer mundo.


*de Mirta Alicia Gisondi mirtagisondi@hotmail.com

Fuente: The New York Times en castellano. Clarin 25/11/06






Internet, uno y los demás*

*por Osvaldo Pepe | SECRETARIO DE REDACCION DE CLARIN
opepe@clarin.com

Internet ha cambiado el mundo para siempre. Es la revolución más intensa de la modernidad porque le ha dado otra dimensión a las vidas públicas y privadas de quienes tienen la posibilidad del acceso, y a la vez ha pavimentado la conexión entre ellas hasta tornarla casi infinita, aunque virtual.
Junto a otras innovaciones de la era digital (celulares, mensajes de texto, e-mail) tejió una red de comunicación como nunca antes conoció la humanidad. ¿Quién podría desconocer semejante capacidad transformadora? Sin embargo, las señales de alerta sobre la presunta adicción que trae su uso son frecuentes ("Más polémica por el presunto carácter adictivo de Internet").
Los expertos no se ponen de acuerdo. Pero acaso no sea ese el riesgo principal. En un artículo publicado en Clarín, Jeremy Rifkin escribió que lo más alarmante es que la mayor parte de los niños interactúa con medios electrónicos en soledad. Se sumergen cada vez más en mundos virtuales y pierden los vínculos emocionales que se establecen con otras personas. Llamó a eso "tristeza tecnológica".
Rifkin dice más: en el Primer Mundo ya se trabaja en un campo que se define como "computación afectiva". Su objetivo es crear tecnología que pueda expresar emociones e interpretar y responder a las emociones de otras personas. No es ciencia ficción. El hombre, que a veces ha jugado a sustituir la idea de Dios, ahora parece desafiar la esencia misma de su condición humana.
¿Podrán encorsetar los sentimientos en una computadora? Uno apostaría a que no: hay emociones que no caben en una PC ni en ninguna red cibernética. La vida es vida con quienes uno elige, con sueños y proyectos, propios y compartidos, que a veces se alcanzan y otras no. Pero el verdadero sentido de la vida es junto a y con los demás. Desde antes de Internet, el hombre siempre supo apretar "enter". Y escribir su propia historia, en cualquier formato.

Copyright 1996-2006 Clarín.
Fuente: Clarín. www.clarin.com


Para leer "Más polémica por el presunto carácter adictivo de Internet"
ir al link: http://www.clarin.com/diario/2006/11/27/sociedad/s-02801.htm





Paul Virilio y la política del miedo*


El pánico es el argumento central de la política, dice el pensador francés en su libro "Ville panique", que aquí se anticipa en exclusiva. Además, en diálogo con Ñ se refiere a los efectos desestabilizadores de la tragedia de Cromañón. Lo que ocurrió en Buenos Aires, dice, muestra que las catástrofes —vengan de un atentado o de un accidente— consiguen lo que antes procuraban la guerra y la revolución.



*PABLO RODRIGUEZ

Llama desde Buenos Aires? ¡Ustedes sí que viven en una ciudad pánico!". En la charla previa para pactar el momento de una entrevista telefónica, Paul Virilio descerraja esta exclamación y provoca sorpresa. ¿Está hablando de la debacle argentina de 2001, un tema que casi cualquier europeo informado conoce, o se refiere al incendio de República Cromañón y a sus efectos inmediatos en la sociedad? "Lo que pasa en esa ciudad es un reflejo de mi teoría acerca de la indistinción entre atentado y accidente. Hoy resulta que catástrofes tan importantes como las del 11 de marzo en Madrid —que fue un atentado— o la de una discoteca en la que murieron 200 personas —que fue un accidente— pueden llevar a un cambio de gobierno o a la crisis interminable del mismo gobierno. Y no estoy pensando solamente en la renuncia de un intendente o de un alcalde, sino de un cambio completo de gobierno o de régimen. O sea que a través del atentado o del accidente se alcanza lo que antes se conseguía por medio de guerras y revoluciones". Según Virilio, la estela política que dejó la tragedia del 30 de diciembre es la manifestación propia de una ville panique, literalmente "ciudad pánico", título de su último libro, que este año se publicará en nuestro país y cuyo primer artículo ya fue traducido y publicado el año pasado por la revista Artefacto. La conclusión de Virilio es lapidaria: "Esto demuestra que el miedo y el pánico son los grandes argumentos de la política moderna".

Paul Virilio —arquitecto, urbanista, filósofo, figura central e inclasificable del panorama intelectual francés, autor reconocido en todo el mundo, "un hijo de la guerra", como le gusta definirse— es efectivamente un hombre informado. En Ville panique, mucho más que en sus libros anteriores, sus interlocutores son principalmente artículos de diarios, entrevistas a personajes políticos, anécdotas de accidentes y columnas de opinión, como si el lector pudiera asistir a su propia lectura de los medios, por la mañana quizás, o en medio del desayuno. La voracidad informativa de este hombre de 74 años que hasta hace poco se dejaba fotografiar con una gorra con visera en la cabeza, que vive en el balneario de La Rochelle, en la costa atlántica francesa, está animada por una obsesión: sus temas son recurrentes, siempre vinculan el fenómeno de la guerra, el estado de la política y la constitución de la ciudad, cuando no se dedica a reflexionar sobre el arte y sobre las transformaciones de la percepción en el último siglo, asuntos con los que se hizo conocido. Virilio considera que tiene una misión: alertar. En su urgencia se puede entrever lo que el alemán Hans Jonas denominó "la heurística del miedo", la convicción de que la acción política consiste en tomar nota de los peligros. En el caso de Virilio, se trata del peligro de desestabilizar absolutamente todos los aspectos de la conciencia y la percepción occidental, algo propio en realidad de la modernidad capitalista, cuando no parece haber en el horizonte un cuerpo coherente de creencias.


Teoría política de la ciudad

En Ville panique asoma una teoría política sobre el mundo contemporáneo. Esta teoría no está formulada con el rigor que exhiben la filosofía política, sus autores canónicos, sus conceptos y marcos de referencia, sobre los que se vuelve una y otra vez. Su estudio ni siquiera parece pretender el título de "teoría". Como él mismo dice, en diálogo con Ñ, el punto de referencia de la política es la ciudad, la polis. En la actualidad la ciudad es el espacio donde se imbrican la guerra y la política, ya sea siguiendo la famosa sentencia de Clausewitz —"La guerra es la continuación de la política por otros medios"—, ya sea siguiendo la inversión que hizo célebre Michel Foucault: "La política es la continuación de la guerra por otros medios".

Hasta el siglo XX, razona Virilio, la política y la guerra moderna pivotearon alrededor del
Estado-nación, una entidad fijada en un territorio extenso con una población relativamente repartida. Los medios de combate de los tiempos clásicos eran la policía en el ámbito interno y las Fuerzas Armadas en el exterior. Los ejércitos tenían entonces un terreno donde enfrentarse, el campo de batalla, y desde allí eventualmente procedían a la conquista territorial, de la cual las ciudades eran el último, pero no generalizado, escenario de lucha. Las guerras mundiales, sobre todo la Segunda, marcaron un quiebre destinado a perdurar: la ciudad pasó a ser blanco de los ataques militares con bombardeos a la población civil. La estrategia militar evidentemente había tomado nota del formidable cambio por el que las poblaciones abandonaron las extensiones para concentrarse en territorios pequeños como las ciudades. Atacar una ciudad sería, de ahora en más, un hecho político. Para Virilio, aquí nace la lógica de lo que hoy se llama terrorismo, tesis desarrollada por varios autores, entre otros el alemán Peter Sloterdijk en Temblores de aire.

Escenario de la guerra y de la política, la ciudad comenzó a desdibujar la frontera entre la policía y el Ejército, pero, sobre todo, a ocupar la centralidad política que antes tenía el Estado. Como en la antigua polis griega, el ciudadano está hoy llamado a cumplir funciones de alerta policial y eventualmente funciones militares, pero la democracia actual no es semejante a la del siglo de Pericles. Durante todo el proceso moderno, la imagen idealizada de la democracia griega había dado paso, primero, a la democracia indirecta, ejercida a través de los representantes, y luego a la democracia de la opinión pública, donde los medios de comunicación disputan a las instituciones, corporaciones y partidos políticos el lugar de la "reflexión en común", del debate acerca de la dirección de los asuntos de una nación. Y aquí se llega a una de las ideas centrales de Ville panique. Como los soldados-ciudadanos que somos no se asemejan a los de la polis griega, estamos dominados por el miedo y el pánico a la inseguridad antes que por un sentido de deber hacia nuestra nueva e insólita ciudad-Estado.

Este pánico anula el lugar de la reflexión y los medios se hacen cargo, no ya de la demanda de reflexión colectiva, sino de una demanda de emoción colectiva. Adicto a los juegos de palabras plasmados en fórmulas, Virilio dice que estamos pasando de la "estandarización de la opinión pública" a la "sincronización de las emociones" y que la crítica clásica a los mass media como sustitutos de la política deliberativa, que él mismo supo también esgrimir, está perimida porque es "la reflexión en común" la que dejó de ser una aspiración. La discusión, la secuencialidad de los debates que imita a la del pensamiento, da paso al ritmo, al sincopado, del corazón y de sus sobresaltos de adrenalina.

Dos son las consecuencias de esta transformación sensible de la política. Al interior de las ciudades, el sujeto no sabe cuándo ser soldado ni cuándo ciudadano, porque desconfía del vecino, no sabe quién es el enemigo y las fuerzas de seguridad son a un tiempo una policía y un ejército. En este sentido, Virilio estudia la creciente indistinción de las fuerzas de seguridad en los Estados Unidos, máximo ariete de los procesos políticos contemporáneos. Las grandes urbes serían hoy el terreno de una silenciosa guerra de todos contra todos que deriva no sólo en la más evidente histeria que rodea a los atentados y a los accidentes, sino también en la comisión de crímenes que guardan características similares a los de los campos de concentración, pues son producto de bandas que atacan a seres indefensos (mediante secuestros, violaciones colectivas, asesinatos seriales, etcétera) en lugares cerrados sin importarles su vida. Fuera de las ciudades, sin embargo, este cambio de lógica obliga al establecimiento de una "guerra civil global" que por principio no se detiene en las fronteras nacionales y prerrogativas estatales, por más que esté comandada por un Estado-nación como los Estados Unidos.

En este sentido, dice Virilio, hay una secuencia natural que va de la guerra en las ciudades de las dos guerras mundiales al terrorismo global de nuestros días, pasando por el interludio de la Guerra Fría. Las huestes terroristas actuales, en las que Virilio incluye tanto las de Osama bin Laden como las de George W. Bush, parecen marcar el punto más logrado de esta secuencia, porque operan con el miedo y el pánico que genera la indistinción entre atentado y accidente. Así, escribe Virilio en Ville panique, "mañana el Ministerio del Miedo dominará, desde lo alto de sus satélites y de sus antenas parabólicas, al Ministerio de Guerra ya caído en desuso, con sus ejércitos en vías de descomposición avanzada". Y esto sería así porque la guerra, que pasó de ser asunto de estados a asunto de ciudades, ahora entró directamente en el alma de cada uno de los habitantes de estas ciudades que no pueden gestionar esta tensión más que con una angustia insoportable.

Como puede verse, la propuesta teórica de Virilio es ambiciosa aunque no carece de problemas. Por caso, una idealización de la democracia representativa como el lugar de la "reflexión en común", cuando cabría por lo menos plantearse si la vida social en general, y la historia de la democracia occidental en particular, no aparecen más bien gobernadas por la ideología o por las ideologías. También es lícito preguntarse por la pertinencia de la extensión de la "lógica concentracionaria" —como él la llama— de los campos de concentración a las grandes urbes modernas. Con todo, no hay dudas de que ofrece una interpretación compleja de los fenómenos que pueblan los diarios y revistas que lee —como el caso del incendio de República Cromañón— y que descolocan las interpretaciones de muchas reflexiones que se hacen hoy en materia de teoría y filosofía política contemporáneas.


Una cuestión de escritura

Aunque éste parece ser el esqueleto central de Ville panique, el modo de reflexión de Virilio también lo lleva a lanzar cuerdas temáticas sin desarrollos ulteriores, como subtemas que bien podrían ser objeto de otros libros. Una de estas cuerdas se refiere al modo en que se habita hoy la ciudad. Para Virilio, asistimos a una época donde el nomadismo está ganando terreno frente a la sedentarización que hizo posible la civilización y el nacimiento de las ciudades. Hay además en la actualidad una voracidad de destrucción de los edificios que revela que se odia lo que se habita y que no se quiere reconocer el paso de la historia, hecho que se ilustra en el libro con la descripción de las fiestas que siguen al derrumbe de los gigantescos monoblocks que pueblan los suburbios de París, y que aquí también pudimos ver ejemplificado en nuestro "albergue Warnes". Asimismo, como es costumbre en los textos de Virilio, hay lugar para el anuncio de catástrofes. Afirma que los flujos de inmigración, incontrolables a pesar del esfuerzo de las zonas ricas del planeta por contenerlos, son signos que anuncian el estallido de la burbuja de la mundialización, y que la liberación del mundo de los negocios respecto de las restricciones del Estado de derecho conducirá a un nuevo crack económico global.

No siempre estos planteos son fáciles de reconstituir. La escritura de Paul Virilio dista de ser límpida. Su estilo está cerca del aforismo, y sus conceptos no se suceden, sino que saltan, se desplazan, burbujean. Como dice Andrea Giunta en su introducción a la versión en español del ensayo de Virilio El procedimiento silencio, él "Escribe encadenando imágenes. Las frases cortas imprimen a su escritura el ritmo del collage, del montaje. Una escritura visual que no es ajena a su formación, ni a los problemas ni a los temas que lo cautivaron desde un principio".

En Ville panique se hace presente, quizás con más fuerza que nunca, esa tendencia al slogan, a la frase fuerte, a la imagen terrible, junto a distintas combinatorias de la misma palabra con distintos prefijos (geo-, trans-, metro-, aeropolítica). Como si todo esto fuera poco, usa detalles de edición, palabras en itálica, mayúsculas, versalitas, que por momentos conducen la reflexión por una calle llena de carteles luminosos que se prenden y se apagan. ¿Cuál es la estrategia en esta proliferación? "Es una suerte de referencia al futurismo —confía a Ñ. Soy medio italiano y trabajo sobre la velocidad, los fenómenos de aceleración desde hace 40 años. El uso de detalles de edición para llamar la atención está tomado de las estrategias de los futuristas italianos. Algo así como un proceso de parodia con efecto de denuncia: ellos concibieron la velocidad y muchas de las cosas del mundo moderno como una maravilla, pero yo las considero un horror".

- —¿Cuál es para usted la idea central de - Ville panique- ?

- —No sé si hay una tesis central. Creo que uno de los aspectos fundamentales es la posibilidad de una superación del Estado nacional en beneficio de las grandes ciudades, las grandes metrópolis, que tienen finalmente más importancia que el Estado-nación, como vemos en Europa en relación con la Unión Europea. Hay entonces una suerte de metropolarización, diría, de la política. Se comienza a hablar de Ciudades-bienestar (ville-providence) que superan al Estado de bienestar (Etat-providence). Con la mundialización, el mundo se concentró en las ciudades, como la economía. Pasamos de la geopolítica, formada por la grandeza de los países, con sus territorios y sus fronteras, a la metropolítica. La ciudad tiene más importancia que el Estado. La crisis del Estado pone en cuestión la extensión nacional en beneficio de la concentración local de la gran ciudad.

- —Este carácter desmesurado que adquirió la ciudad como problema político ¿entraña nuevos problemas? Pienso sobre todo en lo que mencionó sobre lo ocurrido aquí en Buenos Aires a raíz del incendio en la disco República Cromañón.

- —El principal de estos nuevos problemas es lo que yo llamo la democracia de la emoción. Pasamos de una democracia de la opinión, con la libertad de la prensa, la estandarización de la opinión pública, a una democracia de la emoción donde lo que ocurre es la sincronización de las emociones. Esto tiene consecuencias políticas muy importantes, porque catástrofes tan importantes como las del 11 de marzo en Madrid, que fue un atentado, o la de una discoteca donde murieron 200 personas, que fue un accidente, pueden llevar a un cambio de gobierno o a la crisis interminable del mismo gobierno. Y no estoy pensando solamente en la renuncia de un intendente o de un alcalde, sino de un cambio completo de gobierno o de régimen. O sea, que a través del atentado o del accidente se alcanza lo que antes se conseguía por medio de guerras y revoluciones. Hoy, las grandes rupturas ocurren por revelaciones accidentales y no por revoluciones provocadas. Volvamos al ejemplo de España: antes incluso del atentado de Madrid, que influye en el triunfo de José Luis Zapatero, el gobierno de José María Aznar estuvo seriamente en jaque por el accidente del barco petrolero Prestige, porque no supo reaccionar a la dimensión de la catástrofe. Los terroristas hacen un uso muy inteligente de esta democracia de la emoción. Hay un fenómeno completamente nuevo que pone en cuestión el núcleo mismo de la democracia, porque ahora se trata de un reflejo condicionado que reemplaza a la reflexión en común a la que aspiraba la democracia representativa. Cuando la lectura de los diarios dejó paso al tiempo real de la televisión, se creó una suerte de "reflejo electoral" por el que un accidente se convierte en un hecho político. El reflejo no es la inteligencia, y mucho menos el pánico que domina a la ciudad y que analizo en mi libro.

- —Usted denuncia en el libro la existencia de una "ideología de la seguridad" que busca "actuar en todos lados y sin demora para evitar el hecho de ser sorprendido". ¿Sería una suerte de negativo catastrófico de la "sociedad de riesgo", término que hasta hace poco gozaba de gran fama en las ciencias sociales?

- —Para mí, el paso de la geopolítica a la metropolítica implica la vuelta al Estado policial. La guerra contra el terrorismo, lo que ocurre concretamente hoy en Irak, es un ejemplo patente de esta vuelta al Estado policial. Las ciudades-Estado griegas, que están en el origen de nuestra idea de la democracia, era también estados policiales. Los ciudadanos eran soldados. La polis y la policía iban unidos. Pero hoy en día se disociaron estos dos aspectos y se rescata sólo el valor de policía. Es en este sentido que hay que entender el término "sociedades de control". Y además, estas sociedades de control operan con una lógica concentracionaria que, eso sí, no apunta como en el pasado a la exterminación a gran escala. El proceso actual en Estados Unidos lo ilustra perfectamente: la Patriot Act que restringe las libertades civiles, lo que ocurre en Guantánamo, en fin, toda la guerra contra el terrorismo consiste en la puesta en acto de un Estado policial global. Hemos salido de los grandes ejércitos nacionales a la policía de la metropolítica mundial.

- —Cita el caso de Guantánamo, al que refiere también Giorgio Agamben en su libro - Estado de excepción- , como parte de la lógica concentracionaria actual. ¿Comparte su punto de vista sobre el estado de excepción?

- —Bueno, yo soy hijo de la guerra, tengo 74 años y viví plenamente la Segunda Guerra Mundial. Eso me diferencia de Agamben. Y esta diferencia no es anecdótica, porque yo viví esos procesos en las ciudades y fue eso lo que me llevó a reflexionar sobre la ciudad. Yo hablo de la política desde mi lugar de urbanista, desde mi interés por la ciudad, y no desde la teoría política clásica. Por supuesto que puedo tomar cuestiones que tengamos en común, y por eso lo cito, pero mi ángulo de ataque del problema de la política actual es diferente. Para mí, la lógica concentracionaria tiene que ver con el abandono de la cosmópolis, la ciudad abierta al mundo, que es reemplazada por la claustrópolis, una vigilancia global a través de las tecnologías que América latina conoce bien, con los radares y los satélites que dominan el subcontinente con el argumento que fuere (lucha contra el narcotráfico, guerra contra el terrorismo). Esto es un fenómeno netamente retrógrado.

- —Se puede decir que el control a través del espacio, algo que usted llama "aeropolítica", no es un fenómeno nuevo.

- —Efectivamente. La aeropolítica quedó consagrada definitivamente con la Segunda Guerra Mundial, en especial con los bombardeos masivos a poblaciones civiles. El air power abrió esta posibilidad de controlar regiones enteras con fuerzas aéreas. Y en esto también contribuye el propio fenómeno urbano que estalla masivamente en el siglo XX, porque es la gran concentración de población la que convierte a la ciudad en un blanco predilecto. Fueron los aviones los que provocaron el debilitamiento del componente territorial de la política. La política del suelo, de las fronteras, está cediendo paso a la política del aire, la aeropolítica. La confirmación viene dada por ciertos fenómenos del urbanismo, como la concepción de Brasilia, la capital de Brasil: fue planificada desde una visión aérea.

- —En la guerra actual, dice, el Ministerio del Miedo está reemplazando al clásico Ministerio de Guerra. Pero a la luz de la manipulación informativa, la relación entre guerra e información ¿no configura hoy, más que un Ministerio del Miedo, el clásico Ministerio de Información en el que trabaja Winston Smith, en la novela - 1984- de George Orwell? Más aún, ¿no implica esta estructura sus propios límites como sistema de manipulación, como lo muestra el escándalo de las torturas en la cárcel iraquí de Abú Ghraib?

- —El Ministerio de Información de 1984, y los mecanismos clásicos de la censura, trabajan en la lógica de la subexposición. Creo que hoy asistimos a una censura que es producto de la sobreexposición. La subexposición fracasa frente a la necesidad de sobreexponer, de dar información sin cesar. Pero esta sobreexposición no es un símbolo de libertad, porque al invadirnos completamente perdemos de vista la realidad y nos impide la acción. Hoy es muy difícil ocultar información, pero igual de difícil es que una revelación de información (que no es la revelación accidental que mencioné anteriormente) provoque un "despertar" de las conciencias y un cambio político profundo. O sea, el escenario es bastante más complicado que el previsto en 1984. El poder de los medios a nivel global es mucho más complejo que la televigilancia que describía Orwell. Este es un fenómeno nuevo, que yo estudié en varios de mis libros, pero que requiere todavía de muchos análisis. El Ministerio del Miedo que yo pienso se refiere a la obra homónima de Graham Greene, publicada en 1943. El miedo y el pánico son los grandes argumentos de la política moderna. Esto ya había comenzado con el equilibrio del terror de la Guerra Fría, pero el proceso fue relanzado con una potencia nueva por el desequilibrio del terrorismo. Asistimos a un relanzamiento del pánico como política y tenemos que trabajar mucho para comprenderlo y combatirlo.

- —En su libro también menciona el curioso fenómeno por el que se detestan los monoblocks y se celebra cuando uno de ellos es demolido. Usted reivindica la posibilidad de construir uno mismo, crearse el espacio habitable en medio de la habitación prefabricada. ¿Retoma lo que Heidegger e Ivan Ilich, entre otros, plantearon sobre la relación entre construir y habitar?

- —Puede ser. Es evidente que ya somos vagabundos, homeless, que no tenemos hogar por más que tengamos un techo. Pero creo que a estas reflexiones hay que sumarles un componente actual muy importante: la movilidad social, los flujos migratorios que acompañan a la mundialización, ayudan considerablemente a sentirnos sin lugar propio de pertenencia. Estamos dejando la época de la sedentarización. Hasta hoy, hubo en la historia de la civilización un equilibrio entre sedentarios y nómades. Hoy ese equilibrio se rompió: se puede ser sedentario siendo nómade. Uno puede estar en todas partes, ya sea por los medios de transporte o por los medios de comunicación, pero también en ningún lado, porque se carece de la inscripción en un territorio, más allá de lo que indiquen los documentos de identidad, los catastros, etcétera.

- —¿Esto produce el odio por el cual se festeja la destrucción de un espacio que uno habitó?

- —Sí. Claro que hay que ver lo que son esos edificios en términos habitacionales; ahí se comprende el hecho de que no se les tenga afecto. Pero hay un aspecto esencial en este fenómeno de las fiestas de las demoliciones: se destruye el pasado. No se destruye solamente un edificio, con todo lo odioso que sea, sino su historia y la de su habitación. Y esto sí es muy grave. Asistimos a un verdadero culto del presente donde el pasado se olvida completamente. Y respecto del futuro, ciertamente no es radiante. Todo el mundo está ansioso, inquieto, por nuestro porvenir, porque se ciernen muchas amenazas: el terrorismo, el desastre ecológico, etcétera. Gozar de la destrucción del pasado es lo que yo llamo la tabula rasa, artículo con el que comienzo mi libro. Hagamos tabula rasa del pasado. Esto es otro fenómeno de pánico. Hoy, todo es pánico. Estamos pasando de la guerra fría al pánico frío. Y esto es un acontecimiento cultural —y no político— enorme.


*Fuente: Clarín. Edición Sábado 26.03.2005. Revista Ñ. http://www.clarin.com/suplementos/cultura/2005/03/26/u-944192.htm





Elegir mi paisaje*


Si pudiera elegir mi paisaje
de cosas memorables, mi paisaje
de otoño desolado,
elegiría, robaría esta calle
que es anterior a mí y a todos.

Ella devuelve mi mirada inservible,
la de hace apenas quince o veinte años
cuando la casa verde envenenaba el cielo.
Por eso es cruel dejarla recién atardecida
con tantos balcones como nidos a solas
y tantos pasos como nunca esperados.

Aquí estarán siempre, aquí, los enemigos,
los espías aleves de la soledad,
las piernas de mujer que arrastran a mis ojos
lejos de la ecuación dedos incógnitas.

Aquí hay pájaros, lluvia, alguna muerte,
hojas secas, bocinas y nombres desolados,
nubes que van creciendo en mi ventana
mientras la humedad trae lamentos y moscas.

Sin embargo existe también el pasado
con sus súbitas rosas y modestos escándalos
con sus duros sonidos de una ansiedad cualquiera
y su insignificante comezón de recuerdos.

Ah si pudiera elegir mi paisaje
elegiría, robaría esta calle,
esta calle recién atardecida
en la que encarnizadamente revivo
y de la que sé con estricta nostalgia
el número y el nombre de sus setenta árboles.


*de Mario Benedetti
-Fuente: http://www.poesia-castellana.com/benedetti.html





*

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