*Foto de Katrin Leydel.
Cliffs Of Moher - Galway, Irlanda.
Ayer soñé una vez más con la terraza.*
*De Daniela Camozzi
Pero no era mamá descolgando
con cuidado la ropa
para que nada rozase
la suciedad del piso.
Era yo la que subía
llevando en mis brazos
a un hombre
para ayudarlo a flotar
en un lago suspendido
sobre el techo gris
de nuestra casa
sin terminar.
Desperté con la sensación
del agua en el cuerpo
y pensé: este es
otro cuento de amor
total y puro, una variación
del sueño recurrente,
sobreimpreso en el paisaje
de mi infancia.
Ahora
que ya no siento esa agua,
me invade una nota nueva:
quizá no era un hombre
sino el hijo que no tuve,
al que nunca llevaré
flotando en una pileta
como hacen esas madres
tan distintas a la mía.
Esas que aprenden
a nadar con ellos,
los abrazan y después
aprenden a soltarlos.
(De "La brecha que existe entre los
cuerpos", Baltasara, 2018).
-Daniela Camozzi Nació en Haedo,
Provincia de Buenos Aires, en 1969. Publicó los libros de poemas: La felicidad ajena (Huesos de Jibia, 2008), Mones Cazón (Ediciones del Dock, 2015), El amor en
Blade Runner (Espiral 6, 2016, con ilustraciones de Bruno Rota) y La brecha que existe entre los cuerpos (Baltasara Editora,
2018). Tradujo, entre otras obras: Canción de cuna y otros
poemas, de Joseph Brodsky (Huesos de Jibia, 2009, con Walter
Cassara), Donde sea que vaya y otros poemas, de Muriel
Rukeyser (Viajero Insomne, 2015) y La cúpula de
cristal de Amy Lowell (Mágicas Naranjas, 2018).
-Administra el sitio https://lareconstrucciondeldeseo.com/ y, con
la traductora y fotógrafa Isadora Paolucci, el blog de traducción de poesía:
https://siempreotrocielo.wordpress.com/.
-Integra el colectivo Espiral 6 y la organización social No Tan
Distintas.
Una elección involuntaria*
¿Se puede adoptar a un gato o lo que sucede es que él te adopta a
ti? La condición salvaje del gato, su independencia, sus regateos, apuntan a
una elección del felino que, con el tiempo, se reafirma. Cierto, le abres la
puerta de tu casa, le compras comida, sin embargo él no se entrega
inmediatamente, tiene que pasar un tiempo de adaptación, de conjuntar
costumbres y personalidades. En el gato hay mucho de sutileza y poco de obvio.
Por esta razón no hay nada más artificial que acudir a la tienda de mascotas a
observar gatos tras un cristal, sacar la billetera, contar el dinero y escoger
uno como si fuera un nuevo electrodoméstico o un mueble. Un gato no está hecho
para venderse sino para encontrarse por azar. Se adueña de tu territorio
deambulando sobre las baldosas, durmiendo en un sillón, mirando por la ventana
la inmovilidad de la tarde. Si el perro parece un niño con su ansiedad, sus
ladridos sin control, sus saltos, el gato es un adulto que nos mira desde su
escepticismo, su misantropía, su silencio. Esta característica lo convierte en
objeto de odios y temores. El hombre, haciendo gala de su soberbia, ha creído
durante muchos siglos que su destino es dominar a las bestias, explotarlas. El
gato se resiste a este destino, incluso, aprovecha la fascinación que despierta
para sacar ventaja y manipularnos a su antojo.
El gato, además de su transcurrir escurridizo, parece un animal
hecho de silencio. La historia, en algunos casos, reafirma el imaginario
popular que considera a los gatos como seres diabólicos, compañeros de brujas,
que traicionan o que sirven como anzuelos para hechizar a los incautos. El
historiador francés Jules Michelet lo pone como compañero de la mujer en su
tránsito de sacerdotisa a bruja. Robert Darnton en su libro La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura
francesa habla de cofradías de sirvientes o artesanos que utilizaban
a los gatos como chivos expiatorios: los personificaban como su fueran sus
patrones y, en una inútil venganza, los sacrificaban metiéndolos en un saco al
que le prendían fuego. Sin embargo, no todas las culturas han vilipendiado a
los felinos, James George Frazer en su estudio clásico La rama
dorada refiere que en muchas partes de Java para provocar la lluvia
se bañan dos gatos, macho y hembra; a veces, para reforzar el rito, son
llevados en procesión y con música. No está de más recordar la fascinación que
despertaron en los egipcios al grado de embalsamarlos, costumbre reservada para
los seres divinos.
Alguna vez le preguntaron al escritor estadunidense Ernest
Hemingway por qué tenía tantos gatos. “Un gato te lleva a otro”, respondió. En
su casa en Florida vagabundean los descendientes de sus gatos. Los turistas los
distinguen por una mutación genética en las patas delanteras que cuentan con un
dedo de más. Muchos escritores han adoptado gatos en la vida real y, también,
los han convertido en protagonistas de sus historias. ¿Por qué esta relación?
Aventuro una hipótesis: la literatura se construye poco a poco, como un gato
que acecha a su presa. No se puede atrapar una buena historia sin antes
asediarla, bosquejar sus primeros incidentes. También, como en el arte, hay un
elemento lúdico que puede asociarse a las cabriolas de uno de ellos. Podemos
imaginar al creador del ensayo moderno, Michel de Montaigne, contemplar el
juego de su gata y, después, redactar estas líneas para L’apologie
de Raymond Sebond: “cuando juego con mi gata, quién sabe si ella no
me toma por su pasatiempo tanto como yo lo hago con ella”.
La literatura también da voz a los gatos en obras singulares como Opiniones del gato Murr de E.T.A. Hoffmann y Soy un gato de Natsume Sōseki; en ambas historias estos
animales cuentan con ironía su relación con los humanos y descubren,
inmisericordes, nuestros defectos. Incluso un monje tibetano, Lobsang Rampa,
fue intérprete de su gata Fifí bigotes grises para que escribiera un libro. En
otras obras que publicó hace varias décadas cuenta que en el Tíbet hay gatos
siameses, fieros custodios de los templos sagrados que matan a los ladrones que
intentan saquearlos. Héctor A. Murena es, quizás, autor de uno de los mejores
cuentos sobre estos animales. En “El gato” aborda el exilio de un hombre en un
pequeño cuarto de alquiler. En su nuevo hogar descubre un felino y comparte con
él espacio y tiempo. Transcurren los días y el hombre se aleja cada vez más del
mundo al grado de no salir a la calle. Además, su percepción cambia, se vuelve
más receptivo a los olores, a los sonidos. Pasa días enteros echado en la cama,
acompañado por el gato. Un día van a la pensión a buscarlo, tocan la puerta y
el hombre, en lugar de hablar, emite un largo y perezoso maullido. La
transformación se ha llevado a cabo.
*Alejandro Badillo. (Ciudad de
México, 1977) Es autor de los libros de cuento Ella sigue dormida (Tierra
Adentro), La herrumbre y las huellas (Eeyc), Vidas volátiles (BUAP), Tolvaneras
(SC Puebla), El clan de los estetas (Universidad Veracruzana. Premio Nacional
de Narrativa Mariano Azuela) y las novelas La mujer de los macacos (Libros
Magenta) y Por una cabeza (Premio Nacional de Novela Breve Amado Nervo). Ha
participado en publicaciones como Luvina, GQ, Letras Libres y el suplemento
“Confabulario” de El Universal. Colaborador de la revista Crítica y exbecario
del Fonca. Ha sido antologado en diversas compilaciones de minificción.
Aquilina*
Ella viene en un barco pesquero, huye con su marido de la guerra.
El temblor de las olas coincide con la incertidumbre de los que emigran con lo
puesto. Dedos congelados, narices rojas, dientes apretados. La humedad hostil y
gruesa del traslado compone un ambiente de alarma y sobresalto. El aire marino
estruja la respiración.
Ella, a pesar de todo, no permite que el viento robe sus modales ni
elegancia. Sus ojos de color turquesa noble, observan el tiempo para arribar a
tierra.
No hay lágrimas, sólo acentos extraños en sus labios. La labilidad
de su figura contrasta con su gorro de piel.
Ha dejado todo, sus parientes, sus siervos, y su altanería. Logra
contentarse con el samovar que tiene su escudo real.
Su alma cristalizada en restos de rojo político y de supervivencia
la han convertido en una foto.
Su imagen cuando llegue a su destino, por el momento incierto,
caprichoso, escalará vital en sus hijos, con la ofrenda de libertad.
Ella es mi abuela, que no conocí.-
-A Aquilina Squiva de Akimenco.
ANNA*
*De Antonio Dal Masetto.
También esta noche, como siempre que el sueño no viene, el hombre
sale a caminar sin dirección, fuma y sus pasos y sus divagaciones lo llevan
lejos. Nubes fugitivas en el cielo nocturno, temblor de luna, reflejos de
faroles en las calles empedradas, árboles podados, ramas apiladas sobre las
veredas y, al doblar una esquina, una muchacha detenida en la mitad de la
cuadra, una sorpresa, un descubrimiento para el hombre que deambula por la
ciudad vacía.
La muchacha permanece vuelta hacia él, tiene flores en las manos.
También el hombre se detiene y ahí quedan, observándose. Y en esa
pausa, en el silencio, el hombre comprende, como en una revelación, que el
nombre de la muchacha es Anna y que las flores son para él.
Después ella da media vuelta y comienza a caminar y el hombre la
sigue y no acorta la distancia, y avanzan por calles y calles, entre las casas
mudas y los gatos, y siempre hay nubes arriba y temblores de luna, y de tanto
en tanto la muchacha gira la cabeza, tal vez para comprobar si el hombre continúa
detrás, tal vez para alentarlo a que no deje de escoltarla.
Y allá van.
Ahora el hombre sabe que el de esta noche no es un paseo gratuito,
que la muchacha que lo precede ha venido a convocarlo. Entiende que es tiempo
de balances, rendiciones de cuentas.
El aire está poblado de señales, voces rotas, llamados difusos,
rubores de la memoria, nombres trabajosamente rescatados, enarbolados por
encima de muertes, olvidos, desprecios e ironías, nombres que vuelven
intermitentes con los rumores que el viento trae un instante y arroja
nuevamente a las aguas de la noche.
Y el hombre, a la distancia, intenta comunicarse con la muchacha, y
sus palabras son confusas y no pasan de ser un balbuceo lento, aunque confía en
que ella, allá adelante, lo escuche. El hombre murmura: En esta tierra
condenada, agobiada de pérdidas, tierra arrasada, tierra de miserias y de
atrocidades, no me resultará fácil hablarte.
Y en eso se queda, no hay mucho más en su cabeza.
Y van.
Y hay más calles y faroles y jardines y plazas. Y de tanto en tanto
el hombre reinicia su discurso entrecortado: En esta tierra condenada,
agobiada, arrasada, no me será fácil, no me será fácil, no me será fácil. Y
así. Una vez, dos, tres, muchas.
Después renuncia a las palabras. Ya no importa su pobreza, las ideas
que no acuden o que la imaginación niega. Ya no importan la confusión, la falta
de claridad. Ya no importa nada de eso. Porque ahí está la muchacha marcando
camino, guiando, abriendo una brecha, despejando. La volátil y firme figura de
la muchacha nocturna, imagen que no transige, que no sucumbe, que no habla de
derrotas, pero sí de firmezas y permanencias, y de una obstinada libertad.
Paso ligero de la muchacha a través de la ciudad dormida,
reverenciando, enalteciendo, rescatando cada hebra del tejido de esta hora.
Entonces, una vez más, alrededor el aire vibra de sabor de juventudes. Caminar
detrás de la muchacha por calles de nuevo familiares, en este setiembre
cambiante, después de tantas voluntarias o forzadas renuncias, después de
tantos voluntarios o forzados destierros, es retomar viejas sendas y
descubrirse entero y dispuesto, sacudido por estremecimientos olvidados,
inconsciencias, locuras, alimentos para raíces de días nuevos.
La noche se carga de certezas, aquella figura va opacando dudas,
pone ráfagas de asombro en el silencio. Y nuevamente la muchacha gira la
cabeza, muestra brevemente su perfil y todo el tiempo parecería decir: También
éste, como siempre, como todos, precisamente éste, es el momento decisivo.
-El texto "Anna"
pertenece al libro "Señores más señoras".
AUSENCIA DE COLOR*
Ya no habrá para mi cielo ocre, azules o rosas.
Ya no habrá pentagramas de luz. Mi cielo será negro
Amor, inmensa eternidad, llama candente.
Amor, barrera sin fronteras,
Pulmón de rosa azul.
Amor. Amor. Amor. No te puedo olvidar.
Sumergida en mares de destellos
En el verde, el topacio y el rubí.
Me abrazo incandescente a la página en blanco,
Devuelve, quemazón, abrazo,
Rojo malvón en flor.
En ausencias de luz, convoco al negro,
Negro sobre mí, rondando el aire,
Pecho de zorzal palpitando mi asombro.
Amor, espina que no duele,
Negro clavel del aire aferrando mi sombra.
En la noche estrellada vislumbro lirios blancos
Más crecen por doquier aciagos lirios negros.
Amor. Amor. Amor. No te puedo olvidar
y otra vez y otra vez,
Elijo la soledad y el negro.
Porque eres como él.
El negro no es color. Es su ausencia.
No es el color, entonces, es la ausencia
que duele.
Mi padre silbando en la
noche*
Ahí va mi padre silbando en la noche. Es primavera. No alcanza con
el canto cíclico de los zorzales. Mi padre se acompaña silbando. Es una melodía
que alguna vez le escuche cantar en italiano, habla del amor perdido de una
napolitana. Para mí cada vez que lo escuchaba silbar aquella melodía era como
si hablara en él la tristeza que tenía adentro.
Mi padre un hombre de silencio. De pocas palabras, las justas y
necesarias.
Ahora que volvió la primavera los zorzales cantan un enamorado
insomnio. Mi padre vuelve a caminar a la madrugada hasta la avenida bajo estrellas
o tempestad para ir a trabajar a la fábrica. Esta sólo. Se acompaña silbando su
amor a una napolitana.
*De Eduardo Francisco Coiro.
Instrucciones II*
Para saber qué piensa una nube
En el almacén de las nostalgias azures
comprar hilo de Ariadna por dos monedas,
un globo rojo y grande como el deseo de un niño,
y remontarse preso del beso que solo la nube recuerda.
Para deshojar un ventilador
Tuve sueños de napalm y gritos,
vi una selva que era todo el mundo.
No me quité los brazos, me quité las aspas,
y fueron cayendo sobre mí las granadas, las balas…
Para ser rey de un día
De un día desde el olivo hasta el crepúsculo.
De un manto púrpura que se jugarán a suertes.
De un crepúsculo en sombras sobre el mundo,
cuando te coronen rey de un día.
Para no tomar café
Desbeberte, pero hacia adentro,
sentir como el río oscuro despuebla mis entrañas,
acunar en mi pecho el aroma místico y un grito,
hacia el sabor incomparable en mi boca, te has ido.
Para reconocer un replicante
El atardecer, su atardecer, estará vacío.
observará como su mano señala un pájaro elevándose,
mañana repetirá el mismo gesto, la hará,
y no pensará que la picadura de una avispa es una rebelión.
Para elegir un paladín
Alguien nos contó la historia de los monstruos.
Nos mirábamos inmersos en un horror nuevo,
elegimos al más valiente, sus alas brillaban,
y lo enviamos hacia el infame castillo de los hombres.
- 2018 -
Guiando la Hiedra*
*De Hebe Uhart.
Aquí estoy acomodando las plantas, para que no se estorben unas a
otras, ni tengan partes muertas, ni hormigas. Me produce placer observar cómo
crecen con tan poco; son sensatas y se acomodan a sus recipientes; si éstos son
chicos, se achican, si tienen espacio, crecen más. Son diferentes de las
personas: algunas personas, con una base mezquina, adquieren unas frondosidades
que impiden percibir su real tamaño; otras, de gran corazón y capacidad, quedan
aplastadas y confundidas por el peso de la vida. En eso pienso cuando riego y
trasplanto y en las distintas formas de ser de las plantas: tengo una que es
resistente al sol, dura, como del desierto, que tomó para sí sólo el verde
necesario para sobrevivir; después una hiedra grande, bonita, intrascendente,
que no tiene la menor pretensión de originalidad porque se parece a cualquier
hiedra que se puede comprar en todos lados, con su verde tornasolado. Pero
tengo otra hiedra, de color verde uniforme, que se volvió chica; ella parece
decir: "Los tornasoles no son para mí"; ella responde creciendo muy
lentamente, umbría y segura en su cautela. Es la planta que más quiero; de vez
en cuando la guío, yo comprendo para dónde quiere ir y ella entiende para dónde
yo la quiero guiar. A la hiedra tornasolada a veces le digo
"estúpida" porque hace unos arabescos al pedo; a la planta del
desierto la respeto por su resistencia, pero a veces me parece fea. Pero me
parece fea cuando la veo con la mirada de otras personas, cuando viene visita:
a mí en general me gustan todas. Por ejemplo hay una especie de margarita
chica, silvestre, que la llaman flor de bicho colorado; no sé con qué criterio
se la distingue de la margarita. A veces miro mi jardín como si fuera de otro y
descubro dos defectos: uno, que pocas plantas caen graciosamente, con cierta
frondosidad y movimientos sinuosos: mis plantas son como quietitas, cortitas,
metidas en su maceta. El segundo defecto es que tengo una gran cantidad de
macetitas chicas, de todos los tamaños, en vez de grandes macizos
estructurados, bien pensados; porque fui demorando mucho esa tarea de tirar
lastre, digamos y la misma expresión, tirar lastre, o sanear, referida a mis
plantas, tiene algo de maligno. Fui demorando todo lo posible el uso de la
malignidad necesaria para sobrevivir, ignorándola en mí y en otros. Vinculo la
malignidad a la mundanidad, a la capacidad de discernir inmediatamente si una
planta es flor de bicho colorado o margarita, si una piedra es preciosa o
despreciable. Vinculo o vinculaba malignidad a desprecio electivo en función de
algunos objetivos que ahora no me son extraños: el trato con gente, con mucha
gente, los rencores, la reiteración de personas y situaciones; en fin, el
reemplazo del asombro por el espíritu detectivesco me contaminó a mí también de
maldad. Pero me siguen asombrando algunas cosas. Yo hace cuatro o cinco años
había rogado a dios o a los dioses que no me volviera drástica, despreciativa.
Yo decía: "Dios mío, que no me vuelva como la madre de 'Las de
Barranco'". La vida de esa madre era un perpetuo aquelarre; invadía los
asuntos de los que la rodeaban, vivía su vida a través de ellos, de modo que no
se sabía cuáles eran sus verdaderos deseos; no tenía otro placer que no fuera
la astucia. Yo, antes de ser un poco como la de Barranco, miraba a ese modelo
como algo espantoso y una vez incorporado, me sentí más cómoda: la comodidad de
dejar lastre y olvidar, cuando hay tanto para recordar que no se quiere volver
atrás. Ahora a la mañana pienso una cosa, a la tarde, otra. Mis decisiones no
duran más allá de una hora y están exentas del sentimiento de ebriedad que las
solía acompañar antes; ahora decido por necesidad, cuando no tengo más remedio.
Por eso otorgo escaso valor a mis pensamientos y decisiones; antes mis
pensamientos me enamoraban; yo quería lo que pensaba; ahora pienso lo que
quiero. Pero lo que quiero se me confunde con lo que debo y perdí la capacidad
de llorar; debo distraerme mucho de lo que quiero y debo, o simplemente estoy
en una especie de limbo donde se sufre un poco: algunas contrariedades (cuyo
efecto puede ser previsto), pequeñas frustraciones (susceptibles de ser
analizadas y compensadas). Descubrí la parte de invento que tienen las
necesidades y los deberes: pero los respeto en seco, sin gran adhesión, porque
organizan la vida. Si lloro, es más bien sin mi consentimiento, debo distraerme
de lo que quiero y debo; sólo permito que aflore un poquito de agua. Los
sentimientos hacia las personas también han cambiado; lo que antes era odio, a
veces por motivos ideológicos muy elaborados, ahora es sólo dolor de barriga,
un aburrimiento se traduce en dolor de cabeza. Perdí la inmediatez que facilita
el trato con los chicos y aunque sé que se recupera con tres carreritas y dos
morisquetas, no tengo ganas de hacerlas, porque envidio todo lo que hacen
ellos: correr, nadar, jugar, desear mucho y pedir hasta el infinito. Últimamente
me he pasado gran parte del tiempo criticando la educación de los chicos
porteños con quien fuese, y sobre todo con los taximetreros. En general nos
ponemos de acuerdo; sí, los chicos porteños son muy mal educados. Pero es un
acuerdo tan triste, que a partir de ese tema no cunde ninguna conversación.
Pienso ahora que el motivo de la quema de brujas no fue ni andar
por el aire con la escoba, ni las asambleas que hacían; era más bien el que picaran
huesos, picaran sesos hasta dejarlos bien molidos. También dejaban orejas de
cerdo en remojo y usaban el caldo para dar brillo a los pisos; de paso, podía
ser que alguien patinara y se cayera, esto como un beneficio muy ulterior;
ellas no le atribuían demasiada importancia. Las brujas mataban así tres
pájaros de un tiro y ése era su poder. Rumiando reconstituían los pensamientos,
los cocinaban y también cocinaban el tiempo para obtener el mismo producto bajo
diferentes formas. Por ejemplo, el gato; la bruja no tiene antepasados, ni
marido, ni hijos; el gato representa todo eso para ella, con el gato anula la
muerte. La bruja trabaja como los jíbaros, para reconstituir un orden de lo
semivivo; por eso remoja, hierve y mezcla perfumes con sustancias asquerosas:
es para rescatar del olvido a las sustancias asquerosas; se las recuerda a los
que quieren olvidarlas en nombre del encanto, de la estética y de la vida viva.
No, no es por franquear las distancias por lo que fueron castigadas; fue por la
trama secreta de la experimentación que podía alterar la inmediatez de los
sentimientos, de las decisiones, de los seres, que la vida sostiene con las
reglas que le son propias. Y no retrocede ante la cruz, como se dice, porque es
un objeto inanimado; retrocede ante el cordero pascual.
Ahora, que soy un poco bruja, me observo una veta grosera. Como
directamente de la cacerola, muy rápido, o hago lo contrario, voy a un
restaurante donde todos mastican reglamentariamente seis veces cada bocado,
para la salud y me produce placer masticar —así como si fuéramos caballos, me
enamoro de las chancletas viejas, tiro demasiada agua a las plantas después de
lavar el balcón para que caiga barro y ensucie lo lavado (anulo el tiempo, ya
que vuelvo a limpiar), cocino mucho, porque encuentro placer en que lo crudo se
vuelva cocido y desestimo totalmente los argumentos ecologistas; si el planeta
se destruye dentro de doscientos años, me gustaría resucitar para ver el
espectáculo. Cambio impresiones con algunas brujas amigas y nuestra
conversación se reduce a fugaces comunicados, historias de obstinaciones
diversas, controles mutuos de brujerías, para perfeccionarlas, por ejemplo,
aprender a matar tres pájaros de un tiro, no necesariamente para hacer
maldades, pero igual para ganarle al tiempo, para no gastar pólvora en
chimango, para no dar por el pito más de lo que el pito vale, cuando en
realidad un pito es algo muy difícil de evaluar.
Pero no siempre fue así, no fue así. Antes de que yo pensara en
tirar lastre y en matar dos pájaros de un tiro, sufrí en dos años como nunca
había sufrido en mi vida, una mañana lloré con igual intensidad por dos motivos
distintos.
Entendí qué pasa con los que se mueren y con los que se van;
vuelven en sueños y dicen: "Estoy, pero no estoy; estoy, pero me voy"
y yo les digo: "Quedate otro ratito" y no dan ninguna explicación. Si
se quedan lo hacen como ajenos, en otra cosa, y me miran como visitas lejanas.
En esa región del olvido adonde han ido tienen otras profesiones y han adquirido
otro modo de ser. Y todo lo que hemos peleado, hablado, comido y reído pasa al
olvido y no quiero yo conocer personas nuevas ni ver a mis amigos; en cuanto
empiezo a hablar con alguien, ya lo mando yo misma a la región del olvido,
antes de que le llegue el turno de irse o de morirse.
Me despierto y percibo que estoy viva, amanece. No viene ninguna
idea a mi cabeza; nada para hacer, nada para pensar. No pienso seguir fumando
en la cama sin ninguna idea en la cabeza. De repente me agarran muy buenos
propósitos pero sin relación a nada concreto: me lavo, me peino, caliento agua;
me voy entonando y los buenos propósitos aumentan. Es un día de marzo y la luz
va viniendo pareja, los pajaritos trabajan, van de acá para allá. Yo también
voy a trabajar. Ya sé lo que voy a hacer: voy a guiar la hiedra, pero no con un
hilo grosero, la voy a atar con un hilo vegetal. Ella está ahí, firme contra la
pared: le saco las hojas muertas a la hiedra y a todo lo que veo. Podría decir
que tengo un ataque de sacar hojas muertas pero no es adecuada la expresión
porque es un ataque tranquilo, pero no pienso terminar hasta que no haya sacado
la última hormiga y la última hoja que no sirve. Amontono todas esas macetas
chicas, van a ir a otras casas, tal vez con otras plantas. Pasa un avión muy
alto y de repente me agarran una felicidad y una paz tan grandes al hacer este
trabajo que lo hago más despacio para que no termine. Me gustaría que viniera
alguien para que me encontrara así, a la mañana. Pero todos están haciendo
otros trabajos distintos, tal vez sufran o renieguen o se engripen; no importa,
eso pasa y en algún momento tendrán alguna felicidad como ésta mía. Me siento
tan humilde y tan gentil al mismo tiempo que agradecería a alguien, pero no sé
a quién. Reviso mi jardín y tengo hambre, me merezco un durazno. Enciendo la
radio y oigo que hablan de la onza troy: no sé qué es, ni me importa: arre,
hermosa vida.
*
Una vez me dieron un premio que consistía en una clase magistral
con Hebe Uhart.
Menuda, pícara, inteligentísima. ácida sin maldad. El aire se llenó
de repente cuando ella empezó a hablar.
Tener una voz es tener un personaje, dijo, y a mí se me ordenaron todos
los planetas.
Tener una frase, un modismo es tener un personaje, dijo. Tener ojo y oído.
Que alguien diga: está emproblemado, o, es una robacoches, ya lo
define como personaje de pies a cabeza.
Y así siguió, larguísimo rato, compartiendo su conocimiento de la
herramienta de la mirada, de la escucha, de la escritura. Cada tanto mechaba
con un comentario tan de su estilo, risas, piel de gallina, y seguir con el
placer de escucharla.
Salve, Hebe Uhart!
Buen viaje.
*De Flavia Pantanelli.
-FLAVIA PANTANELLI tiene 51 años. Es fonoaudióloga y
cuentista. Vive en Buenos Aires. Realizó
la Formación Intensiva en Escritura Narrativa de Casa de Letras y frecuentó
varios talleres literarios de creación, lectura y clínica de obra.
Publica sus trabajos desde 2014 en revistas literarias y antologías de Argentina, Brasil,
España, México y Estados Unidos.
Sus cuentos han recibido distinciones en concursos como Mujica
Láinez, Consejo Federal de inversiones, Colegio de escribanos de Provincia de
Buenos Colegio de Abogados de Mercedes,
Concurso Blaquier de la Fundación Victoria Ocampo, Concurso Federal de relatos,
Cuentos para el Andén, Concurso Manuel Altamirano de la Universidad Autónoma
del Estado de México, entre otros.
Participa de los proyectos colectivos, traduce del italiano y es
editora desde 2016.
En 2015 publicó los siguientes libros de cuentos: HACEME LO QUE
QUIERAS (Ed. Outsider, Buenos Aires, 2015 y ed. Modesto Rimba 2016) y CARNE
ROTA (Modesto Rimba, Buenos Aires, 2015, Segundo premio del Concurso de la Fundación Victoria Ocampo). Su libro
EL EXTRAÑO LENGUAJE DE LAS CASAS (editado por la Editorial Universidad
Autónoma del Estado de México, México2017) fue distinguido en el Concurso
Manuel Altamirano, Toluca, 2017.
En 2018 su cuento Carne rota, recibió el primer premio del concurso
Cuentos a la Calle, organizado por Fundación Una Brecha.
En este momento se encuentra estudiando la Maestría en Escritura
Creativa de la Universidad de Tres de Febrero.
Inventren
SATURNO Y LA EXTINCIÓN*
Voy a Saturno. No es una broma. Me voy a Saturno. Me espera una
estación sin proporciones, esto es, un edificio pequeño, flaco, como un
cuzquito que se ha quedado en una adolescencia de adulto sin madurar. Una
estación de tren en Saturno, sin anillos, sin estrellas fulgurantes, sin
cometas cíclicos. Una estación baldía unos rieles sin paralelismo, un horizonte
desvaído.
(Si, recuerdo mientras tanto la estatua, cómo no recordar mientras
tanto esa estatua)
Me voy a Saturno, en tren. Ya no existe el tren, pero me voy en el
tren a Saturno, un tren de vapores blancos, de traqueteo cinematográfico. Una
estación de polvo y yuyo que huele a sequía y a deshoras muertas.
Hoy me voy a Saturno mirando por ventanillas sucias, en un asiento
de madera, sin valijas.
(La estatua de mármol, los niños, el hombre tensionado, los músculos
retorcidos, el grito, los chillidos, el intenso chirrido de la piedra)
Sé que me espera el edificio y que nadie ha puesto en hora el
reloj.
Arribo. Saturno sigue devorando a sus hijos.
(Me devora el Dios, me devora el coloso a mi y a mis hermanos, o
acaso soy yo quien devoro a mis hijos, quizás no importa quién mate y quién
muera en medio de tanto dolor pétreo)
Llego a Saturno. No queda nada. Nadie. Todo, hasta el pasado muere
aquí. Hay un grito en el cielo.
-Próximas estaciones de escritura:
JUAN ATUCHA.
–Por Ferrocarril Provincial-
JUAN TRONCONI. CARLOS BEGUERIE. FUNKE.
LOS EUCALIPTOS. FRANCISCO A.
BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY. GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD. ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA. D. SÁEZ.
J. R. MORENO. EMPALME
ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS. INGENIERO VILLANUEVA. ARANA.
GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
***
-Por Ferrocarril Midland-
Km 55
ELÍAS ROMERO. KM. 38.
MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD.
MERLO GÓMEZ.
RAFAEL CASTILLO. ISIDRO
CASANOVA. JUSTO VILLEGAS.
JOSÉ INGENIEROS. MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI.
KM 12. LA SALADA.
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