* “Encadenados”
foto de Arturo Gonzalo Domínguez.
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Inminencia*
Algún día, en algún lugar, no muy lejos,
o quizás ya ha ocurrido y es muy tarde;
porque si algo fuese cierto lo ignoramos.
Algún día en algún sitio ya muy tarde,
o quizás no, acaso nunca, lo que pasa
es que la intuición no es nuestra forma
de vivir y estar vigilantes y despiertos;
más bien todo lo contrario, es el apuro
y no nos importa la herida si no sangra;
pero puede ser que algo de lo esperado
ocurra un día de estos o quizás no
o quizás nunca: no lo sabremos.
*De Horacio
Rodio. horaciorodio@hotmail.com
NEUMAS*
*De Gabriel Francini
1
Si lo que es más bello
que un milagro
se resigna a vivir en
el lodo,
entonces el mundo está
al revés.
2
La luz del sol es mi
secreto
y me acompaña por las
calles
cuando no sé adónde
voy
y llego siempre al
mismo lugar.
3
De la noche nace el día y del día la noche.
Si vino el invierno, vendrá la primavera.
Y los árboles no siempre lloran sus hojas.
De la misma fuente brotan la dicha y la
pena.
4
Mi búsqueda de un
camino
me llevó a ver esa nube
tornasolada, irisada,
y a oír el canto del
pájaro
que al irse me deja el
viento.
5
Lo que buscan las aves
al alejarse,
lo que el Amor te hace
sentir,
lo que se siente ante
el día que vuelve.
6
Se aleja, retorna, se
va,
yo vuelvo, me voy,
nos sentimos
como hojas bailan
suaves en el aire.
7
El agua surge de la
piedra
si esperamos
que abajo sea arriba,
que nunca sea siempre.
8
La música que mueve
a las flores
aleteantes
es la misma que hace
arder
a mi corazón en
ruinas.
La música que rueda
con átomos y astros
es la lámpara que a
todos
nos alumbra,
el cristal que nadie
ve
y que no se partirá.
9
La rama que se parte,
la nube que se esfuma,
vuelven sus olas a
ninguna fuente.
10
Moriré sin saber
por qué se apagan las estrellas.
Pero de estrellas es
la eternidad.
11
¿Dónde está lo que
buscamos?
¿En la hierba que nace
en la vereda,
en el mundo de los
pájaros que oímos al pasar,
en los colores que
ilusionan el día,
en el silencio que
ahonda la noche?
12
Más cerca que el corazón
está lo que buscamos.
Busqué un camino al
viento.
Encontré que yo mismo
estoy hecho de vaivén.
13
Luchar es no dejar que
muera
la Flor del Universo.
Es quererte, brizna de
brisa
sorpresiva como la
enredadera
florecida,
con su aroma
a cosas invisibles.
14
El mar bioluminiscente
se acerca a su última
gota.
Si ves en una gota
el agua y no la gota,
verás el océano
infinito.
15
Una sonrisa serena
–que no se mastica–
quiere decir
que la llama huye del
cerco.
16
Buscando un camino
hallé el vacío.
Es saber que el
mensaje
vendrá de mí mismo.
17
Sabré mi verdadero
nombre
cuando todas las cosas
se llamen Nada.
18
Recuerdo y anhelo
de lo que tengo
en mis manos vacías.
Sensación de estar
viendo
a través de la canción
de un ermitaño en su
montaña.
19
Una flor me dijo que
aún las ruinas
construirán
constelaciones.
20
Andando por la calle
me vela la luna.
Escucho solamente el
rumor de mis pasos.
De pronto, noto que yo
no soy yo sino mi
sombra.
21
En el camino me
encuentro perdido
y me oscurezco
brillando.
En el silencio la
música me llama
para que vea en la
sombra mi rostro.
En el aire la rama
danzante
se llena de almas de
flores.
En el agua que surge
de la piedra
bebo el néctar de mil
copas.
22
Una luciérnaga
incendia el cosmos.
Un instante en el
cielo lo llena todo
del color intensamente
extraño
de una inmensa flor.
23
Cualquiera que vea
el día en la noche
puede saber que hay
una luz en todas
partes.
24
El sueño de la nada se
despierta
cuando –más lento que
las nubes
y los árboles–
alguien deja de seguir
su camino
para girar, estrella
desorbitada.
25
El mundo va tan de
prisa.
Hoy lo nuevo es la
paciencia
que encuentra en un
grano de arena
montañas de sol.
26
En su irreversible
cascada
de sucesos sin
conexión,
el mundo es un espejo
absurdo
donde un millón de
reflejos
nos dejan inciertos.
Parar el prisma.
Detenerse
a jugar con una brisa.
27
Arco iris de melodía,
desde las sombras
quiero llamarte
para que inundes un no
camino
con tu claridad.
28
Tal vez no estoy solo
en esta soledad.
Tal vez está intacto
aún
el vuelo del pájaro
sobre mi corazón.
29
Un rayo de sol me
dijo:
Yo soy el desierto.
Entrando en mí, te
encontrarás.
Y la hierba solitaria:
Yo soy el mar.
Entrando en mí, te
perderás.
30
Para encontrarme
conmigo
escucho en el aire
las palabras más
lejanas.
31
Hoy el presente es
incierto,
como antes lo era el
futuro.
¿Dónde hallar una
certeza
en este maelstrom
atómico?
Cuando todo haya
pasado,
tal vez lo que hoy es
borde
será el centro del
mundo.
-Gabriel Francini nació en 1982 en Buenos Aires. Es bibliotecario.
Publicó Canciones (Tantalia, 2005), Nadir de Ardora (Huesos
de Jibia,
2014), Deshacer (El Mono Armado, 2017), El sueño de la nada
(Huesos de Jibia, 2017), La plenitud de la ausencia (Cave Librum,
2017), Rayar (La Yunta, 2018), Ser con el fuego (Cave Librum,
2019), Humo en el humo (Qeja, 2019), Entropía (La Yunta,
2019),
Entrevisiones y vislumbres (El Mono Armado, 2020), orbe
/sima
(Cave Librum, 2021), orbe/vaivén (Cave Librum, 2021) y En el río
y
en el puente (o donde arriba es abajo) (La Yunta, 2021), orbe/cima
(Cave Librum, 2022) y Cenizas de hojas en blanco (dos claroscuros
vacíos) (El Mono Armado, 2022).
Por
una literatura de la evasión*
*Por Alejandro
Badillo. badillo.alejandro@gmail.com
En los tiempos actuales hay una fascinación
por la realidad y lo fácilmente identificable. La literatura, en particular, se
ha volcado a una suerte de exhibición cada vez más detallada de las múltiples
violencias que vivimos todos los días. Los autores señalan, mediante sus obras,
los males de nuestra sociedad. Algunos creen que el arte representa una evasión
superficial y, por eso, apuestan por escarbar en la herida para despertar a los
lectores de su letargo. Los símbolos y alegorías son, para este sector,
murmullos cuando se necesitan afirmaciones claras, señalamientos contundentes.
Si el gobierno y los poderes fácticos permiten que se agraven las crisis que
estelarizan, todos los días, los noticieros, no hay que dejarlos en paz y
gritar a través de nuestros libros, saturar el discurso público, sumarse a un
activismo que lo mismo aparece en la calle que en las redes sociales. La
ficción, para los enemigos de la imaginación, está desgastada porque no habla
de la “realidad” y, justo ahora, se necesita mostrarla en una catarsis
colectiva.
Por supuesto, la industria editorial ha
encontrado un mercado ávido de historias con nombres y hechos identificables,
radiografías de asesinatos, expedientes de los desaparecidos y crímenes que
encolerizan a la gente. Así, tenemos a un público cautivo que se lamenta
leyendo la novela de moda, un texto que le ofrece un escenario que ya conoce y
que, en el mejor de los casos, revela sólo su gravedad. Una vez que el lector
cierra el libro está listo para otro ejercicio de masoquismo compartido con
otros como él. La ficción, es decir, la imaginación literaria, parece no tener
cabida en este mundo. Es cierto, se siguen publicando historias de fantasía, y
en otras narrativas —la cinematográfica, por ejemplo— hay ejercicios
interesantes que proponen al espectador un mundo diferente al que lo rodea.
Si en el pasado se construyó la idea de una literatura comprometida, ahora, con el supuesto fin de las ideologías, el único compromiso es con las causas que, uniformemente, se promueven en las redes sociales y con las cuales es imposible disentir. Las presentaciones de libros transformadas no en oportunidades de diálogo con los lectores, sino en actos políticos en los que se deja atrás la imaginación para dar paso a la consigna, son cada vez más comunes. ¿Por qué necesitamos la imaginación literaria? Necesitamos evadirnos, despojarnos de la realidad que nos aturde y del exceso de información que funciona como una nueva ceguera. El realismo literario del siglo xxi, trasladado a este nuevo siglo, funciona como el concreto armado que dio origen a las construcciones en serie y al fin de las urbes como espacios imaginativos. Las obras que se consumen masivamente practican una suerte de utilitarismo que se desvanece una vez que llegamos a la última página. Necesitamos, por tanto, una defensa de lo inútil, que el lector compruebe que el libro que tiene enfrente cumpla el capricho del escritor y se aleje de cualquier intención práctica.
POR UNA FICCIÓN QUE
NOS AYUDE A ENTENDER MEJOR LA REALIDAD
Juan José Saer, escritor argentino, en su ensayo “El
concepto de ficción” problematiza el concepto de “verdad”. La verdad, dice, no
es la otra cara de la ficción. La verdad es un territorio maleable y lleno de
afortunados riesgos: “Al dar un salto hacia lo inverificable, la ficción
multiplica al infinito las posibilidades de tratamiento. No vuelve la espalda a
una supuesta realidad objetiva: muy por el contrario, se sumerge en su
turbulencia, desdeñando la actitud ingenua que consiste en pretender saber de
antemano cómo esa realidad está hecha”. ¿La verdad, entonces, sólo existe en
una crónica periodística o en el testimonio directo? ¿Qué sirve más en los
productos que el mercado etiqueta como literatura? ¿Regodearnos en un montón de
datos y hechos puntuales o, por el contrario, introducirnos en un personaje
ficticio que puede interrogarnos desde distintas épocas, lejos del detonante
que le dio origen? La diferencia entre la ciencia ficción que pronto quedó rebasada
por la realidad y las obras que abandonaron el camino seguro que planteaba el
desarrollo tecnológico, es que las segundas, a través de la especulación libre,
su falta de anclaje en lo seguro, adquirieron dimensiones proféticas. En estos
años, justamente, han mostrado su valor las obras de Stanisław Lem, Ursula K. Le Guin, Ray Bradbury o Philip K. Dick,
entre otros.
POR UNA LITERATURA QUE
NO SEA UNA CÁMARA FOTOGRÁFICA
Con la llegada de la cámara fotográfica y el cine se logró una aproximación directa a la realidad. Ya no más intermediarios. La técnica —tecnología— fue importante, pero el artista tuvo que interrogar la objetividad de la imagen. La clave ya no era el pincel sino la perspectiva, la forma de mirar. El llamado progreso limitó la imaginación porque los artistas fundaban su revolución en los medios para transformar la realidad: la máquina de escribir, por ejemplo, convirtió al escritor en un engranaje más dispuesto a contribuir a un fin más grande. El sueño colectivista demeritó el genio propio del creador romántico y lo alejó de los terrenos de la locura.
Con
el paso de los años, la tecnología aplicada al arte reprodujo un discurso
vacío, lejos de las intenciones originales de los artistas que buscaban
sabotear el statu quo de sus tiempos. Ahora, por ejemplo, tenemos obras que
intentan revivir el naturalismo francés, aquella vanguardia del siglo xix que
llevaba el arte a terrenos de la Sociología y, de esta manera, denunciar a la
sociedad industrial que corrompía al ser humano. Por supuesto, los grandes
autores, representativos de ese estilo, nos siguen interesando, pero como
piezas detrás de una vitrina, objetos de una época cuyas promesas ya no nos
pertenecen. Si la perspectiva del realismo literario de nuestros tiempos es
siempre la misma, estamos construyendo ejercicios artificiosos, didácticos, que
se sostienen en lo único que pueden ofrecer: la verificabilidad de cada uno de
sus elementos. Sin embargo, esto es una trampa. Lo verificable es un cascarón
vacío si no tiene nada más que ofrecer.
POR UNA LITERATURA QUE
EVITE NUESTRO CONTEXTO PARA ACERCARNOS A OTROS
El escritor israelí Amos Oz en su discurso de aceptación por el premio Príncipe de Asturias en el 2007 habló de la importancia de imaginar el contexto de otros. La propuesta tiene, como origen, el conflicto en Medio Oriente, pero es universal. En un mundo que naufraga en diversos tipos de fanatismos, la curiosidad —refiere— adquiere una dimensión moral. Esta idea, clave en nuestras vidas, nos acerca a aquello que no conocemos y nos invita a explorar rutas que no se venden como necesarias. Metemos en un tubo de ensayo la realidad para intentar cambiarla cuando hay que llevar la mirada a otro lado para encontrar una perspectiva diferente. La ficción tiende puentes y cuestiona nuestras certezas más inamovibles. La verdad impuesta desde lo identificable tiene mucho de copia, aunque se consuma a través de la ilusión de “lo original”.
En tiempos de juicios sumarios y de
realidades unidimensionales, la ambigüedad que propone la ficción es una
ventana que nos puede dirigir a la luz. La evasión que realizamos a través de
la literatura no es una traición, es una manera de rescatarnos como humanos
*Fuente: CASA DEL TIEMPO.
https://casadeltiempo.uam.mx/index.php/20-ct-vi-5/301-ct-vi-5-por-una-literatura-de-la-evasion-alejandro-badillo
-Alejandro
Badillo. (Ciudad de México, 1977)
-Es autor de los libros de cuento Ella sigue dormida (Tierra Adentro), La herrumbre y las huellas (Eeyc), Vidas volátiles (BUAP), Tolvaneras (SC Puebla), El clan de los estetas (Universidad
Veracruzana. Premio Nacional de Narrativa Mariano Azuela) y las novelas La mujer de los macacos (Libros
Magenta) y Por una cabeza (Premio
Nacional de Novela Breve Amado Nervo).
Recientemente ha publicado:
“La Habitación Amarilla” (cuentos) por
Editorial BUAP. -2021-
“Reconstrucción” (novela) Ediciones EyC. -2021-
Ambigüedades*
Todo lo que se ve es una evocación fallida,
algo que emerge de la bruma del pasado,
todo lo exterior es tan sólo la
representación
de lo que ya está adentro nuestro desde
antes.
Cada árbol es el árbol de la niñez o el
árbol
que miramos reclinados junto a una mujer;
sin embargo, ni este de ahora es el árbol
cierto
ni aquellos lo fueron, la palabra árbol no
define
el contexto, y es eso, precisamente eso,
que no se puede definir en palabras,
lo que no participa del lenguaje,
ese fantasma sólo aproximado
que ha perdido la forma exacta,
eso que no tiene hojas ni ramas,
lo que no da sombra ni reparo,
o este de ahora que, sin dudas,
se perderá igual de equívoco
en la confusión del recuerdo
lo que define el árbol
y no un árbol.
*De Horacio
Rodio. horaciorodio@hotmail.com
REGISTROS
DE CARTOGRAFÍA*
1
Las hojas
ya no son hojas
sino
tormentos
los pasos
no dejan huellas
al retornar
en su
búsqueda.
Las noches
son sólo noches:
rastros
de un tiempo
que ya
no existe.
2
En este paralelo; la mano
es como un grito
ineludible
que muere
impotente
aplastado por el peso
de las nubes.
3
¿A cuál de estos muros
amaré como
a un padre?
¿cuál de ellos
se opondrá
al sol
para cubrir
mi desnudez?
¿a cuál de ellos
se aferrará
mi voz
cuando yo caiga?
4
Abrogado por el tronco
el cuerpo
se sobrecoge bajo
su sombra
como un ave
vieja
que recuerda
el vuelo
frágil
de su infancia
cuando siente
que el viento
anida
entre el grueso
de sus
plumas.
5
Ah, viejo adivino
los templos
no necesitan más
de tus piedras
ni de tus raros
sortilegios.
El oro
corre como río
convulso
el sabor del vino
deleita
hasta el paladar
de los necios.
¡Ay viejo adivino!
Recoge
tus pobres palabras
ya conocidas
y escupe
sobre el polvo
tu amargura
¡Márchate!
Y jamás recuerdes
que el recuerdo
existe.
*De Daniel
Montoly.
*
Odiar al prójimo como a uno mismo es el sutil y delicado
deporte universal.
*De Liliana
Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
Inventren
https://inventren.blogspot.com.ar/
Después
de la película*
El jueves pasado fui al cine con mi amigo
Marco. Me había llamado unas horas antes, muy excitado porque en el cineclub de
la Universidad ponían El maquinista de la general, todo un clásico. Vimos la
película y luego nos quedamos a la tertulia, que tradicionalmente se arma en
torno a la emisión del día, aunque ni mi amigo ni yo intervinimos en ella. Solo
escuchamos. Se habló de Buster Keaton,
del origen de su nombre artístico –nacido de un comentario del gran Houdini-, de la guerra de secesión y de
otras películas relacionadas con la que acabábamos de presenciar. Al final
todos los asistentes fuimos saliendo lentamente, más o menos, según me pareció,
satisfechos con el espectáculo.
Marco y yo nos quedamos unos minutos
afuera, cerca de la puerta del local, conversando, aunque no sabría explicar el
desarrollo de la conversación ni su contenido. Cabe suponer que nuestras
palabras versasen sobre el film, sobre Keaton o quizá sobre alguna otra ocasión
en la que hubiésemos ido juntos al cine. Lo que recuerdo perfectamente (casi
con un escalofrío ahora al contarlo), es lo que ocurrió al separarnos. Me quedé
mirando como mi amigo se alejaba por la calle hacia el sur, en dirección a su
barrio. Cuando lo perdí de vista, apagué mi cigarrillo y me dispuse a partir en
sentido contrario. Justo entonces, de la pared más cercana (así lo sentí, como
si el sonido proviniese del propio muro) me llegaron unas palabras:
- Mucha gente no lo sabe, pero…
Al principio me sobresalté. Después miré
con atención en dirección al lugar de donde provenía la voz. Un tipo estaba
apoyado sobre la fachada. Apenas me era posible distinguirle. Era poco más que
una sombra. Dudé si ignorarle y marcharme o, por el contrario, averiguar qué
quería de mí. Opté por lo segundo. Me acerqué dos pasos, hasta estar casi junto
a él. Pregunté:
- ¿Nos conocemos?
Tardó en responder. Su rostro se veía
oscuro, tal vez debido, en parte, a la barba de tres días, pero era más que
eso, como una oscuridad procedente del interior de sus ojos impasibles. Su
semblante no reflejaba la menor emoción.
- No. Sin embargo, le contaré un secreto.
Me pareció incongruente que un completo
desconocido fuese a contarme algo sin motivo alguno. Seguro que después de su
revelación iba a pedirme dinero. Por un momento pensé en reanudar mi camino,
pero pudo más la curiosidad.
- Usted dirá, entonces.
Me miró con esos ojos fríos, un momento que
me pareció muy largo. Después inició su relato:
- Mucha gente no lo sabe, pero Buster Keaton estuvo a punto de rodar una
película aquí, en Argentina.
Me pareció muy improbable, pero podría ser
divertido escucharle. Involuntariamente, sonreí. Él siguió narrando con
lentitud, imperturbable.
- El
maquinista, hoy es un clásico, pero en su momento fue un auténtico fracaso
en taquilla. Tras aquel fiasco, y en vista de lo caros que resultaban los
rodajes de sus películas, la productora decidió que, a partir de ese momento,
Keaton ya no gozaría de libertad absoluta. Durante algún tiempo estuvo rodando
películas que a él mismo le parecían indignas de su genio.
- Sí, sabía eso. Lo leí en alguna parte –
interrumpí.
- Fue entonces – continuó el tipo sin
inmutarse - cuando entró en contacto, no se sabe muy bien cómo, con un magnate
argentino, un pez gordo de Buenos Aires, que le prometió invertir en su
siguiente film. Así que Stone Face
(como ya se le conocía en todas partes) se vino a la Argentina, dispuesto a
rodar en cuanto todo estuviese listo.
Pensé que la narración se había terminado,
pero solo se trataba de una pausa, no sé si dramática o para tomar aire.
- El millonario puso como condición que
parte del rodaje tuviese lugar en la estación Juan Atucha, sus razones tendría y nadie le discutió ese punto.
Para Keaton, tan bueno era un sitio como otro, siempre y cuando tuviera una
buena porción de pampa que atravesar con su tren… Sí, lo ha adivinado. La cosa
iba otra vez de trenes. Buster Keaton
era un enamorado de los trenes. En el fondo, ya sabe usted… La vida es un tren
que circula hacia alguna parte cuyos contornos no son nunca visibles…
- Y ¿qué pasó?
- Durante un tiempo, Keaton estuvo
recorriendo diversas partes del país, sobre todo los alrededores de la estación
en la que iba a iniciarse el viaje que tendría lugar en la filmación. Cuidaba
mucho los detalles y le gustaba hacerlo todo en persona. Así que, acompañado de
un guía local, que a la vez le servía de traductor y de secretario, fue
encontrando escenarios en los que desarrollar su idea. ¿Le gustaría conocer la
idea que tenía para esa película?
- Por supuesto – repuse. A esa altura ya
estaba más que interesado en lo que el tipo me contaba, fuese verdad o no.
- Bien. El tema es el desierto.
Tras esa contundente frase, casi una
sentencia, el hombre guardó silencio. Creí que ahora venía el momento en que
iba a pedirme la voluntad a cambio de su relato. Yo tenía en la cartera algunos
pesos y estaba dispuesto a ofrecérselos con tal de seguir escuchando. Pero no
demandó nada. Solo había parado un momento para tomar aliento, repasar en su
mente toda la historia o cualquier otra cosa. Luego continuó como si ese breve
lapso –que se me hizo interminable- jamás hubiese tenido lugar:
- El tema es el desierto. Un tren va
avanzando a velocidad reducida por parajes desolados. Afuera, nada parece
suceder. En el interior, una mujer y un hombre conversan desapasionadamente.
Poco a poco vamos averiguando que se trata de un matrimonio. Hay fragmentos de
conversaciones mientras por las ventanillas va pasando un paisaje yermo. Tan
yermo, adivinamos, como la relación que vincula a esas dos personas que
conversan, unidas acaso por el amor en otro tiempo, pero ahora enormemente
distanciadas. Hablan por llenar con algo el viaje. Viajan por llenar con algo
sus vidas. Si hubo ilusión en su pasado, ahora yace tras un alud de años
compartidos. El presente, cada una de sus palabras lo confirma, es la nada.
Desempolvan recuerdos, comentan el clima, las últimas noticias leídas en el
diario. En sus voces no hay futuro. El futuro no existe. Es la laguna muerta de
un páramo casi idéntico a aquel por el que el tren va discurriendo.
Ocasionalmente, un revisor atraviesa el compartimento. Nada más. Finalmente, el
tren llega al borde de un barranco (no se sabe qué hace exactamente un barranco
en medio del trayecto ferroviario y, en realidad, no importa) y sin que nadie
pueda o quiera evitarlo, se despeña. Esa escena final, por medio de la edición,
iba a durar más de un minuto. Más de un minuto ese tren despeñándose, cayendo
verticalmente sin visos de llegar jamás al final de su caída (metáfora de la relación
de los dos personajes).
El tipo hizo una nueva pausa. Le miré,
expectante, casi suplicando que continuara.
- Al final no hubo acuerdo porque el coste
de esa última escena era inasumible para el presunto mecenas. Después de esa
negativa, Keaton se entrevistó con mucha gente en Buenos Aires y otras
ciudades, pero no consiguió la financiación imprescindible. La película nunca
se hizo, así que supongo que tampoco en su país le avalaron. Eso fue todo. Un
proyecto jamás realizado. Un sueño nomás.
Ahí terminó el relato. Su voz dejó de sonar
y él desapareció, como una sombra. Pestañeé un par de veces, pero no había rastro
de él. Como si se hubiese esfumado. Traté de recuperar sus rasgos, la seriedad
de su rostro, la impasibilidad de sus ojos, pero me fue imposible. La noche se transformó en una escena de cine
mudo mientras caminaba hacia mi casa.
Al día siguiente llamé a Marco, muy
excitado, para contarle todo lo sucedido. Él me escuchó atentamente. Luego, con
un tono de confusión, dijo:
- Ayer no nos vimos. No fuimos al cine. Tal
vez fuiste con otra persona…
- No, no. Recuerdo perfectamente que fui
contigo.
- Hace casi un mes que fuimos por última
vez al cine… Y fue a una reposición de Portero
de noche, donde Charlotte Rampling
está espléndida, por cierto... Lo estuvimos comentando largamente a la salida…
Guardé silencio. Pensé que, sin duda, Marco
me estaba embromando. Entonces añadió:
- Y la última vez que pasaron El maquinista, que yo sepa, fue hace
treinta años.
Colgué. Unos ojos inexistentes me miraban
desde el recuerdo de una escena que, al parecer, nunca tuvo lugar, o lo tuvo de
algún modo que no me es posible siquiera imaginar. Volví a la cama. Traté de
dormir. Soñar escenas de cine mudo. Tal vez al despertar el mundo hubiera
cambiado nuevamente.
*De Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
-Continuidad literaria
por el Ferrocarril Provincial.
-Próxima estación:
FUNKE.
LOS EUCALIPTOS.
FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.
GOBERNADOR UDAONDO.
LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.
GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ. J. R.
MORENO. EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS.
INGENIERO
VILLANUEVA. ARANA. GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
InventivaSocial
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