domingo, octubre 09, 2022

EDICIÓN OCTUBRE 2022

 



* “Encadenados” foto de Arturo Gonzalo Domínguez.

https://www.facebook.com/profile.php?id=100035421171692

 

 



 

 

 

 

 

Inminencia*

 

 

Algún día, en algún lugar, no muy lejos,

o quizás ya ha ocurrido y es muy tarde;

porque si algo fuese cierto lo ignoramos.

Algún día en algún sitio ya muy tarde,

o quizás no, acaso nunca, lo que pasa

es que la intuición no es nuestra forma

de vivir y estar vigilantes y despiertos;

más bien todo lo contrario, es el apuro

y no nos importa la herida si no sangra;

pero puede ser que algo de lo esperado

ocurra un día de estos o quizás no

o quizás nunca: no lo sabremos.

 

*De Horacio Rodio. horaciorodio@hotmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

NEUMAS*

 

 

*De Gabriel Francini

 

 

 

1

 

Si lo que es más bello que un milagro

se resigna a vivir en el lodo,

entonces el mundo está al revés.

 

 

 

 

2

 

La luz del sol es mi secreto

y me acompaña por las calles

cuando no sé adónde voy

y llego siempre al mismo lugar.

 

 

 

3

 

 

De la noche nace el día y del día la noche.

Si vino el invierno, vendrá la primavera.

Y los árboles no siempre lloran sus hojas.

De la misma fuente brotan la dicha y la pena.

 

 

 

4

 

Mi búsqueda de un camino

me llevó a ver esa nube

tornasolada, irisada,

y a oír el canto del pájaro

que al irse me deja el viento.

 

 

 

5

 

Lo que buscan las aves al alejarse,

lo que el Amor te hace sentir,

lo que se siente ante el día que vuelve.

 

 

 

 

6

 

Se aleja, retorna, se va,

yo vuelvo, me voy,

                                nos sentimos

como hojas bailan suaves en el aire.

 

 

 

 

7

 

El agua surge de la piedra

si esperamos

que abajo sea arriba,

que nunca sea siempre.

 

 


8

 

La música que mueve

a las flores aleteantes

es la misma que hace arder

a mi corazón en ruinas.

La música que rueda

con átomos y astros

es la lámpara que a todos

nos alumbra,

el cristal que nadie ve

y que no se partirá.

 

 

 


9

 

La rama que se parte,

la nube que se esfuma,

vuelven sus olas a ninguna fuente.

 

 

 

 

10

 

Moriré sin saber

por qué se apagan las estrellas.

Pero de estrellas es la eternidad.

 

 

 

 

11

 

¿Dónde está lo que buscamos?

¿En la hierba que nace en la vereda,

en el mundo de los pájaros que oímos al pasar,

en los colores que ilusionan el día,

en el silencio que ahonda la noche?

 

 

 

 

12

 

Más cerca que el corazón

está lo que buscamos.

Busqué un camino al viento.

Encontré que yo mismo

estoy hecho de vaivén.

 

 

 

 

13


Luchar es no dejar que muera

la Flor del Universo.

Es quererte, brizna de brisa

sorpresiva como la enredadera

florecida,

                con su aroma

                a cosas invisibles.

 

 

 

 

14

 

El mar bioluminiscente

se acerca a su última gota.

Si ves en una gota

el agua y no la gota,

verás el océano infinito.

 

 

 

 

15

 

Una sonrisa serena

–que no se mastica–

quiere decir

que la llama huye del cerco.

 

 


16

 

Buscando un camino hallé el vacío.

Es saber que el mensaje

vendrá de mí mismo.

 

 


 

17

 

Sabré mi verdadero nombre

cuando todas las cosas

se llamen Nada.

 

 

 

 

18

 

Recuerdo y anhelo

de lo que tengo

en mis manos vacías.

Sensación de estar viendo

a través de la canción

de un ermitaño en su montaña.

 

 

 

19

 

Una flor me dijo que aún las ruinas

construirán constelaciones.

 

 

 

 

20

 

Andando por la calle me vela la luna.

Escucho solamente el rumor de mis pasos.

De pronto, noto que yo

no soy yo sino mi sombra.

 

 

 

 

21

 

En el camino me encuentro perdido

y me oscurezco brillando.

En el silencio la música me llama

para que vea en la sombra mi rostro.

En el aire la rama danzante

se llena de almas de flores.

En el agua que surge de la piedra

bebo el néctar de mil copas.

 

 

 

22

 

Una luciérnaga incendia el cosmos.

Un instante en el cielo lo llena todo

del color intensamente extraño

de una inmensa flor.

 

 

 

 

23

  

Cualquiera que vea

el día en la noche

puede saber que hay

una luz en todas partes.

 

 

 

 

24

 

El sueño de la nada se despierta

cuando –más lento que las nubes

y los árboles–

alguien deja de seguir su camino

para girar, estrella desorbitada.

 

 

 


25

 

El mundo va tan de prisa.

Hoy lo nuevo es la paciencia

que encuentra en un grano de arena

montañas de sol.

 

 

 

26

 

En su irreversible cascada

de sucesos sin conexión,

el mundo es un espejo absurdo

donde un millón de reflejos

nos dejan inciertos.

Parar el prisma. Detenerse

a jugar con una brisa.

 

 

 

27

 

Arco iris de melodía,

desde las sombras quiero llamarte

para que inundes un no camino

con tu claridad.

 

 


 

28

 

Tal vez no estoy solo en esta soledad.

Tal vez está intacto aún

el vuelo del pájaro sobre mi corazón.

 

 

 

 

29

 

Un rayo de sol me dijo:

Yo soy el desierto.

Entrando en mí, te encontrarás.

Y la hierba solitaria:

Yo soy el mar.

Entrando en mí, te perderás.

 

 

 

30

 

Para encontrarme conmigo

escucho en el aire

las palabras más lejanas.

 

 

 

31

 

Hoy el presente es incierto,

como antes lo era el futuro.

¿Dónde hallar una certeza

en este maelstrom atómico?

Cuando todo haya pasado,

tal vez lo que hoy es borde

será el centro del mundo.

 

 

 

-Gabriel Francini nació en 1982 en Buenos Aires. Es bibliotecario.

Publicó Canciones (Tantalia, 2005), Nadir de Ardora (Huesos de Jibia,

2014), Deshacer (El Mono Armado, 2017), El sueño de la nada

(Huesos de Jibia, 2017), La plenitud de la ausencia (Cave Librum,

2017), Rayar (La Yunta, 2018), Ser con el fuego (Cave Librum,

2019), Humo en el humo (Qeja, 2019), Entropía (La Yunta, 2019),

Entrevisiones y vislumbres (El Mono Armado, 2020), orbe /sima

(Cave Librum, 2021), orbe/vaivén (Cave Librum, 2021) y En el río y

en el puente (o donde arriba es abajo) (La Yunta, 2021), orbe/cima

(Cave Librum, 2022) y Cenizas de hojas en blanco (dos claroscuros

vacíos) (El Mono Armado, 2022).

 

 

 

 






 

Por una literatura de la evasión*

 

 

*Por Alejandro Badillo. badillo.alejandro@gmail.com

 

 

En los tiempos actuales hay una fascinación por la realidad y lo fácilmente identificable. La literatura, en particular, se ha volcado a una suerte de exhibición cada vez más detallada de las múltiples violencias que vivimos todos los días. Los autores señalan, mediante sus obras, los males de nuestra sociedad. Algunos creen que el arte representa una evasión superficial y, por eso, apuestan por escarbar en la herida para despertar a los lectores de su letargo. Los símbolos y alegorías son, para este sector, murmullos cuando se necesitan afirmaciones claras, señalamientos contundentes. Si el gobierno y los poderes fácticos permiten que se agraven las crisis que estelarizan, todos los días, los noticieros, no hay que dejarlos en paz y gritar a través de nuestros libros, saturar el discurso público, sumarse a un activismo que lo mismo aparece en la calle que en las redes sociales. La ficción, para los enemigos de la imaginación, está desgastada porque no habla de la “realidad” y, justo ahora, se necesita mostrarla en una catarsis colectiva.

Por supuesto, la industria editorial ha encontrado un mercado ávido de historias con nombres y hechos identificables, radiografías de asesinatos, expedientes de los desaparecidos y crímenes que encolerizan a la gente. Así, tenemos a un público cautivo que se lamenta leyendo la novela de moda, un texto que le ofrece un escenario que ya conoce y que, en el mejor de los casos, revela sólo su gravedad. Una vez que el lector cierra el libro está listo para otro ejercicio de masoquismo compartido con otros como él. La ficción, es decir, la imaginación literaria, parece no tener cabida en este mundo. Es cierto, se siguen publicando historias de fantasía, y en otras narrativas —la cinematográfica, por ejemplo— hay ejercicios interesantes que proponen al espectador un mundo diferente al que lo rodea.

Si en el pasado se construyó la idea de una literatura comprometida, ahora, con el supuesto fin de las ideologías, el único compromiso es con las causas que, uniformemente, se promueven en las redes sociales y con las cuales es imposible disentir. Las presentaciones de libros transformadas no en oportunidades de diálogo con los lectores, sino en actos políticos en los que se deja atrás la imaginación para dar paso a la consigna, son cada vez más comunes. ¿Por qué necesitamos la imaginación literaria? Necesitamos evadirnos, despojarnos de la realidad que nos aturde y del exceso de información que funciona como una nueva ceguera. El realismo literario del siglo xxi, trasladado a este nuevo siglo, funciona como el concreto armado que dio origen a las construcciones en serie y al fin de las urbes como espacios imaginativos. Las obras que se consumen masivamente practican una suerte de utilitarismo que se desvanece una vez que llegamos a la última página. Necesitamos, por tanto, una defensa de lo inútil, que el lector compruebe que el libro que tiene enfrente cumpla el capricho del escritor y se aleje de cualquier intención práctica.

 

POR UNA FICCIÓN QUE NOS AYUDE A ENTENDER MEJOR LA REALIDAD

 

Juan José Saer, escritor argentino, en su ensayo “El concepto de ficción” problematiza el concepto de “verdad”. La verdad, dice, no es la otra cara de la ficción. La verdad es un territorio maleable y lleno de afortunados riesgos: “Al dar un salto hacia lo inverificable, la ficción multiplica al infinito las posibilidades de tratamiento. No vuelve la espalda a una supuesta realidad objetiva: muy por el contrario, se sumerge en su turbulencia, desdeñando la actitud ingenua que consiste en pretender saber de antemano cómo esa realidad está hecha”. ¿La verdad, entonces, sólo existe en una crónica periodística o en el testimonio directo? ¿Qué sirve más en los productos que el mercado etiqueta como literatura? ¿Regodearnos en un montón de datos y hechos puntuales o, por el contrario, introducirnos en un personaje ficticio que puede interrogarnos desde distintas épocas, lejos del detonante que le dio origen? La diferencia entre la ciencia ficción que pronto quedó rebasada por la realidad y las obras que abandonaron el camino seguro que planteaba el desarrollo tecnológico, es que las segundas, a través de la especulación libre, su falta de anclaje en lo seguro, adquirieron dimensiones proféticas. En estos años, justamente, han mostrado su valor las obras de Stanisław Lem, Ursula K. Le Guin, Ray Bradbury o Philip K. Dick, entre otros.

 

POR UNA LITERATURA QUE NO SEA UNA CÁMARA FOTOGRÁFICA

 

Con la llegada de la cámara fotográfica y el cine se logró una aproximación directa a la realidad. Ya no más intermediarios. La técnica —tecnología— fue importante, pero el artista tuvo que interrogar la objetividad de la imagen. La clave ya no era el pincel sino la perspectiva, la forma de mirar. El llamado progreso limitó la imaginación porque los artistas fundaban su revolución en los medios para transformar la realidad: la máquina de escribir, por ejemplo, convirtió al escritor en un engranaje más dispuesto a contribuir a un fin más grande. El sueño colectivista demeritó el genio propio del creador romántico y lo alejó de los terrenos de la locura. 

 Con el paso de los años, la tecnología aplicada al arte reprodujo un discurso vacío, lejos de las intenciones originales de los artistas que buscaban sabotear el statu quo de sus tiempos. Ahora, por ejemplo, tenemos obras que intentan revivir el naturalismo francés, aquella vanguardia del siglo xix que llevaba el arte a terrenos de la Sociología y, de esta manera, denunciar a la sociedad industrial que corrompía al ser humano. Por supuesto, los grandes autores, representativos de ese estilo, nos siguen interesando, pero como piezas detrás de una vitrina, objetos de una época cuyas promesas ya no nos pertenecen. Si la perspectiva del realismo literario de nuestros tiempos es siempre la misma, estamos construyendo ejercicios artificiosos, didácticos, que se sostienen en lo único que pueden ofrecer: la verificabilidad de cada uno de sus elementos. Sin embargo, esto es una trampa. Lo verificable es un cascarón vacío si no tiene nada más que ofrecer.

 

POR UNA LITERATURA QUE EVITE NUESTRO CONTEXTO PARA ACERCARNOS A OTROS

 

El escritor israelí Amos Oz en su discurso de aceptación por el premio Príncipe de Asturias en el 2007 habló de la importancia de imaginar el contexto de otros. La propuesta tiene, como origen, el conflicto en Medio Oriente, pero es universal. En un mundo que naufraga en diversos tipos de fanatismos, la curiosidad —refiere— adquiere una dimensión moral. Esta idea, clave en nuestras vidas, nos acerca a aquello que no conocemos y nos invita a explorar rutas que no se venden como necesarias. Metemos en un tubo de ensayo la realidad para intentar cambiarla cuando hay que llevar la mirada a otro lado para encontrar una perspectiva diferente. La ficción tiende puentes y cuestiona nuestras certezas más inamovibles. La verdad impuesta desde lo identificable tiene mucho de copia, aunque se consuma a través de la ilusión de “lo original”. 

En tiempos de juicios sumarios y de realidades unidimensionales, la ambigüedad que propone la ficción es una ventana que nos puede dirigir a la luz. La evasión que realizamos a través de la literatura no es una traición, es una manera de rescatarnos como humanos

 

*Fuente: CASA DEL TIEMPO.

https://casadeltiempo.uam.mx/index.php/20-ct-vi-5/301-ct-vi-5-por-una-literatura-de-la-evasion-alejandro-badillo


-Alejandro Badillo. (Ciudad de México, 1977)

-Es autor de los libros de cuento Ella sigue dormida (Tierra Adentro), La herrumbre y las huellas (Eeyc), Vidas volátiles (BUAP), Tolvaneras (SC Puebla), El clan de los estetas (Universidad Veracruzana. Premio Nacional de Narrativa Mariano Azuela) y las novelas La mujer de los macacos (Libros Magenta) y Por una cabeza (Premio Nacional de Novela Breve Amado Nervo).

Recientemente ha publicado:

 “La Habitación Amarilla” (cuentos) por Editorial BUAP. -2021-

“Reconstrucción” (novela) Ediciones EyC. -2021-

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Ambigüedades*

 

 

Todo lo que se ve es una evocación fallida,

algo que emerge de la bruma del pasado,

todo lo exterior es tan sólo la representación

de lo que ya está adentro nuestro desde antes.

Cada árbol es el árbol de la niñez o el árbol

que miramos reclinados junto a una mujer;

sin embargo, ni este de ahora es el árbol cierto

ni aquellos lo fueron, la palabra árbol no define

el contexto, y es eso, precisamente eso,

que no se puede definir en palabras,

lo que no participa del lenguaje,

ese fantasma sólo aproximado

que ha perdido la forma exacta,

eso que no tiene hojas ni ramas,

lo que no da sombra ni reparo,

o este de ahora que, sin dudas,

se perderá igual de equívoco

en la confusión del recuerdo

lo que define el árbol

y no un árbol. 

 

*De Horacio Rodio. horaciorodio@hotmail.com

 

 

 

 

 





 

 

REGISTROS DE CARTOGRAFÍA*

 

 

1

 

Las hojas

ya no son hojas

sino

tormentos

los pasos

no dejan huellas

al retornar

en su

búsqueda.

Las noches

son sólo noches:

rastros

de un tiempo

que ya

no existe.

 

 

 

2

 

En este paralelo; la mano

es como un grito

ineludible

que muere

impotente

aplastado por el peso

de las nubes.



3

 

¿A cuál de estos muros

amaré como

a un padre?

¿cuál de ellos

se opondrá

al sol

para cubrir

mi desnudez?

¿a cuál de ellos

se aferrará

mi voz

cuando yo caiga?

 

 

4

 

Abrogado por el tronco

el cuerpo

se sobrecoge bajo

su sombra

como un ave

vieja

que recuerda

el vuelo

frágil

de su infancia

cuando siente

que el viento

anida

entre el grueso

de sus

plumas.

 

 

5

 

Ah, viejo adivino

los templos

no necesitan más

de tus piedras

ni de tus raros

sortilegios.

El oro

corre como río

convulso

el sabor del vino

deleita

hasta el paladar

de los necios.

¡Ay viejo adivino!

Recoge

tus pobres palabras

ya conocidas

y escupe

sobre el polvo

tu amargura

¡Márchate!

Y jamás recuerdes

que el recuerdo

existe.

 


*De Daniel Montoly.

 

 

 

 

 

 

 

*

 

Odiar al prójimo como a uno mismo es el sutil y delicado deporte universal.

 

*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com

 

 

 

 

 

 

Inventren

https://inventren.blogspot.com.ar/

 

 

 

 

Después de la película*

 

 

El jueves pasado fui al cine con mi amigo Marco. Me había llamado unas horas antes, muy excitado porque en el cineclub de la Universidad ponían El maquinista de la general, todo un clásico. Vimos la película y luego nos quedamos a la tertulia, que tradicionalmente se arma en torno a la emisión del día, aunque ni mi amigo ni yo intervinimos en ella. Solo escuchamos. Se habló de Buster Keaton, del origen de su nombre artístico –nacido de un comentario del gran Houdini-, de la guerra de secesión y de otras películas relacionadas con la que acabábamos de presenciar. Al final todos los asistentes fuimos saliendo lentamente, más o menos, según me pareció, satisfechos con el espectáculo.

Marco y yo nos quedamos unos minutos afuera, cerca de la puerta del local, conversando, aunque no sabría explicar el desarrollo de la conversación ni su contenido. Cabe suponer que nuestras palabras versasen sobre el film, sobre Keaton o quizá sobre alguna otra ocasión en la que hubiésemos ido juntos al cine. Lo que recuerdo perfectamente (casi con un escalofrío ahora al contarlo), es lo que ocurrió al separarnos. Me quedé mirando como mi amigo se alejaba por la calle hacia el sur, en dirección a su barrio. Cuando lo perdí de vista, apagué mi cigarrillo y me dispuse a partir en sentido contrario. Justo entonces, de la pared más cercana (así lo sentí, como si el sonido proviniese del propio muro) me llegaron unas palabras:

- Mucha gente no lo sabe, pero…

Al principio me sobresalté. Después miré con atención en dirección al lugar de donde provenía la voz. Un tipo estaba apoyado sobre la fachada. Apenas me era posible distinguirle. Era poco más que una sombra. Dudé si ignorarle y marcharme o, por el contrario, averiguar qué quería de mí. Opté por lo segundo. Me acerqué dos pasos, hasta estar casi junto a él. Pregunté:

- ¿Nos conocemos?

Tardó en responder. Su rostro se veía oscuro, tal vez debido, en parte, a la barba de tres días, pero era más que eso, como una oscuridad procedente del interior de sus ojos impasibles. Su semblante no reflejaba la menor emoción.

- No. Sin embargo, le contaré un secreto.

Me pareció incongruente que un completo desconocido fuese a contarme algo sin motivo alguno. Seguro que después de su revelación iba a pedirme dinero. Por un momento pensé en reanudar mi camino, pero pudo más la curiosidad.

- Usted dirá, entonces.

Me miró con esos ojos fríos, un momento que me pareció muy largo. Después inició su relato:

- Mucha gente no lo sabe, pero Buster Keaton estuvo a punto de rodar una película aquí, en Argentina.

Me pareció muy improbable, pero podría ser divertido escucharle. Involuntariamente, sonreí. Él siguió narrando con lentitud, imperturbable.

- El maquinista, hoy es un clásico, pero en su momento fue un auténtico fracaso en taquilla. Tras aquel fiasco, y en vista de lo caros que resultaban los rodajes de sus películas, la productora decidió que, a partir de ese momento, Keaton ya no gozaría de libertad absoluta. Durante algún tiempo estuvo rodando películas que a él mismo le parecían indignas de su genio.

- Sí, sabía eso. Lo leí en alguna parte – interrumpí.

- Fue entonces – continuó el tipo sin inmutarse - cuando entró en contacto, no se sabe muy bien cómo, con un magnate argentino, un pez gordo de Buenos Aires, que le prometió invertir en su siguiente film. Así que Stone Face (como ya se le conocía en todas partes) se vino a la Argentina, dispuesto a rodar en cuanto todo estuviese listo.

 

Pensé que la narración se había terminado, pero solo se trataba de una pausa, no sé si dramática o para tomar aire.

- El millonario puso como condición que parte del rodaje tuviese lugar en la estación Juan Atucha, sus razones tendría y nadie le discutió ese punto. Para Keaton, tan bueno era un sitio como otro, siempre y cuando tuviera una buena porción de pampa que atravesar con su tren… Sí, lo ha adivinado. La cosa iba otra vez de trenes. Buster Keaton era un enamorado de los trenes. En el fondo, ya sabe usted… La vida es un tren que circula hacia alguna parte cuyos contornos no son nunca visibles…

- Y ¿qué pasó?

- Durante un tiempo, Keaton estuvo recorriendo diversas partes del país, sobre todo los alrededores de la estación en la que iba a iniciarse el viaje que tendría lugar en la filmación. Cuidaba mucho los detalles y le gustaba hacerlo todo en persona. Así que, acompañado de un guía local, que a la vez le servía de traductor y de secretario, fue encontrando escenarios en los que desarrollar su idea. ¿Le gustaría conocer la idea que tenía para esa película?

- Por supuesto – repuse. A esa altura ya estaba más que interesado en lo que el tipo me contaba, fuese verdad o no.

- Bien. El tema es el desierto.

Tras esa contundente frase, casi una sentencia, el hombre guardó silencio. Creí que ahora venía el momento en que iba a pedirme la voluntad a cambio de su relato. Yo tenía en la cartera algunos pesos y estaba dispuesto a ofrecérselos con tal de seguir escuchando. Pero no demandó nada. Solo había parado un momento para tomar aliento, repasar en su mente toda la historia o cualquier otra cosa. Luego continuó como si ese breve lapso –que se me hizo interminable- jamás hubiese tenido lugar:

- El tema es el desierto. Un tren va avanzando a velocidad reducida por parajes desolados. Afuera, nada parece suceder. En el interior, una mujer y un hombre conversan desapasionadamente. Poco a poco vamos averiguando que se trata de un matrimonio. Hay fragmentos de conversaciones mientras por las ventanillas va pasando un paisaje yermo. Tan yermo, adivinamos, como la relación que vincula a esas dos personas que conversan, unidas acaso por el amor en otro tiempo, pero ahora enormemente distanciadas. Hablan por llenar con algo el viaje. Viajan por llenar con algo sus vidas. Si hubo ilusión en su pasado, ahora yace tras un alud de años compartidos. El presente, cada una de sus palabras lo confirma, es la nada. Desempolvan recuerdos, comentan el clima, las últimas noticias leídas en el diario. En sus voces no hay futuro. El futuro no existe. Es la laguna muerta de un páramo casi idéntico a aquel por el que el tren va discurriendo. Ocasionalmente, un revisor atraviesa el compartimento. Nada más. Finalmente, el tren llega al borde de un barranco (no se sabe qué hace exactamente un barranco en medio del trayecto ferroviario y, en realidad, no importa) y sin que nadie pueda o quiera evitarlo, se despeña. Esa escena final, por medio de la edición, iba a durar más de un minuto. Más de un minuto ese tren despeñándose, cayendo verticalmente sin visos de llegar jamás al final de su caída (metáfora de la relación de los dos personajes).

El tipo hizo una nueva pausa. Le miré, expectante, casi suplicando que continuara.

- Al final no hubo acuerdo porque el coste de esa última escena era inasumible para el presunto mecenas. Después de esa negativa, Keaton se entrevistó con mucha gente en Buenos Aires y otras ciudades, pero no consiguió la financiación imprescindible. La película nunca se hizo, así que supongo que tampoco en su país le avalaron. Eso fue todo. Un proyecto jamás realizado. Un sueño nomás.

Ahí terminó el relato. Su voz dejó de sonar y él desapareció, como una sombra. Pestañeé un par de veces, pero no había rastro de él. Como si se hubiese esfumado. Traté de recuperar sus rasgos, la seriedad de su rostro, la impasibilidad de sus ojos, pero me fue imposible.  La noche se transformó en una escena de cine mudo mientras caminaba hacia mi casa.

Al día siguiente llamé a Marco, muy excitado, para contarle todo lo sucedido. Él me escuchó atentamente. Luego, con un tono de confusión, dijo:

- Ayer no nos vimos. No fuimos al cine. Tal vez fuiste con otra persona…

- No, no. Recuerdo perfectamente que fui contigo.

- Hace casi un mes que fuimos por última vez al cine… Y fue a una reposición de Portero de noche, donde Charlotte Rampling está espléndida, por cierto... Lo estuvimos comentando largamente a la salida…

 

Guardé silencio. Pensé que, sin duda, Marco me estaba embromando. Entonces añadió:

- Y la última vez que pasaron El maquinista, que yo sepa, fue hace treinta años.

Colgué. Unos ojos inexistentes me miraban desde el recuerdo de una escena que, al parecer, nunca tuvo lugar, o lo tuvo de algún modo que no me es posible siquiera imaginar. Volví a la cama. Traté de dormir. Soñar escenas de cine mudo. Tal vez al despertar el mundo hubiera cambiado nuevamente.

 

*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com

 

 

 

-Continuidad literaria por el Ferrocarril Provincial.

-Próxima estación:

 

FUNKE.

 

LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.

ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO. 

LOMA VERDE.    ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.

GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.

GOBERNADOR OBLIGADO.

ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA. 

D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.

ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.   LISANDRO OLMOS.

 INGENIERO VILLANUEVA.  ARANA. GOBERNADOR GARCIA.

 

LA PLATA.

 

 

 

 

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