martes, mayo 23, 2023

EL PÁJARO DE LAS INDECISIONES

 


*Dibujo de Erika Kuhn.

https://obraerikakuhn.blogspot.com

 

 

 





 

 

 

Sin destino en la ciudad*

 

Caminar sin destino en la ciudad

es una forma de recuperar estampas,

vacíos antiguos, veladas ruinas.

La luz de una vidriera nos dice quiénes fuimos,

ajustamos el paso a las baldosas

blanquinegras que adornan las aceras,

todo retorna a su vieja asimetría.

Caminar sin destino entre las gentes,

bajo el ruido que reina en la ciudad,

es una forma de saber que estamos vivos.

A nuestro alrededor los rostros deambulan,

en los gestos hay un rastro de armonía,

puede sentirse el calor entre las calles.

Pero alguna vez todo calla de repente:

cesan las conversaciones que nunca sucedieron,

se apaga el brillo de los escaparates,

nadie ríe, nadie celebra, nadie canta,

nadie grita sobre el silencio del asfalto.

Y entonces uno sabe que todo forma parte

del mismo sueño que incesantemente se repite

(como una siniestra tortura de los dioses)

sobre las turbias almohadas de la noche.

 

*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com

-De Metropolicromía.

 

 

 

 

 

 



 

 

 

 

 

HOMENAJE A PATRICIA ESCOBAR*

 

"Estoy esperando que llegue Patricia a mi vida"

 La voz interna repitió el motivo de la espera interminable al hombre de la mesa pegada al vidrio qué no dejaba de ver con detenimiento a las mujeres que cruzaban la avenida como tratando de adivinar quién de ellas era la Patricia Escobar que entraría al bar a buscarlo sin más referencias que el pequeño escudo de Independiente que llevaba prendido al saco.

Ella estaba sentada en el otro extremo del bar, con ventana mirando a la otra calle. Pagó su cuenta y se acercó a la mesa donde Esteban esperaba mirando su reloj cada cinco minutos.

-Pensé que no vendrías -dijo él.

-El colectivo nunca llegaba. -dijo ella.

La promesa de amor valió aquella espera de hora y media en aquel bar de Avellaneda. Fueron casi 30 años de convivencia, con dos hijas florecidas.

Quedo ahí un misterio que ambos se esmeraron en proteger.

Al tiempo de enviudar, La mujer relató aquel encuentro a sus hijas.

“lo vi ahí… cómo pollo mojado esperando por alguien que seguramente no vendría. Me sentía tan sola. Estar sólo enloquece. Entonces me levanté. Decidida a sentarme en su mesa."

"Llegó un necesario amor"

"Cada tanto cómo hacía mi abuelita en sus rituales de agradecimiento prendía una vela en homenaje a Patricia Escobar."

 

*De Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

El alma de los perdedores *

 

Me pregunto de qué está hecha el alma

de los perdedores, la más bella de las almas

tengo preguntas extrañas últimamente

esas que supongo hacen los desesperados

 

ahora voy en busca de las respuestas

que habitan en el fondo de los sueños abandonados

los míos y los tuyos

 

pero no me importan los misterios milenarios

ni las naturalezas muertas ni los dados que arroja Dios

no me interesan las mentiras

me interesás vos y de qué estás hecho

 

he cerrado los ojos mucho tiempo

para ver mejor, para entender muy tarde

que hay preguntas que no tienen respuesta.

 

*De Andrés Bohoslavsky. vladimirbeat@yahoo.com.ar

-De su libro MARGOT, LA PROSTITUTA QUE LEYÓ A BAKUNIN.

-Editorial Leviatán. 2017

 

 

 

 

 






 

 

 

Manzanas*

 

Canté mi mejor canción esta noche:

A la luz de la Luna,

Silenciando a los grillos,

En la banqueta,

Tirado,

Sucio

Y convirtiendo en monedas

Las miradas de algunos.

Mi mejor canción

Se ha escuchado esta noche,

Y algo se ha conseguido para comer.

 

Se cantó esta noche

La mejor canción que alguien pudo entonar:

Y no hubo aplausos,

Ni anuncios publicitarios,

Ni firma de autógrafos;

Pero algunas monedas se lograron reunir.

Canté mi mejor canción esta noche:

Los pasos tronaban con el cemento

Y las horas pasaban

Como si fuesen algún animal.

 

La mejor canción de esta noche,

Apenas nos ha dado para soñar.

 

*de hugo ivan cruz-rosas. quetzal.hi@gmail.com

Coyoacán. México.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Pigmalión y Galatea*

 

 

¿Quién no comienza a enamorarse de su propia obra? ¿Quién no sucumbe al río impetuoso y quizás turbio de las vanidades? ¿Quién no contempla la belleza de lo que vislumbra primero como un significado y acaba convirtiéndose en objeto de sus pasiones? Construir un mito, empezar a dar forma a una leyenda, las claves de la interpretación de lo que surge para conformar una historia atemporal y el atisbo de un camino de anhelos y señales, quizás, compartidas.

Pigmalión, el célebre cretense, harto de mujeres anheladas y frustrado de inútiles búsquedas sociales, soñó un día con la escultura perfecta en delicados y exactos rasgos, que luego con el paso de los años y las labores, concretaría en el blanco marfil y en la soledad de su taller. Pigmalión, cansado de ausencias, se enamoró de su obra, porque ella tenía todo de sí mismo, era una prolongación de sus deseos y una extensión de su cordura, necesitaba creer en esa estatua para dar crédito a su osadía de engendrar lo más bello en ínfimos detalles.

Pigmalión dio nombre a su creatura, un nom de guerre que nunca sabremos, de otros artífices desconocidos nos llega el nombre marino, Galatea, y el arrebato de amor de una noche descabellada, el beso imprudente en los marmóreos labios, sopesando la frialdad del objeto. Lo sorprende la tibieza del marfil, lo fascina la tersura de una piel que es como la arcilla fresca del alfarero. Afrodita, la enamorada moradora de los olímpicos palacios, consintió esa unión inverosímil y otorgo vida a la terrenal estatua, poniendo fin a los días aciagos y vacíos de Pigmalión y concediéndoles a ambos una felicidad eterna.

El artista - mi yo creador - otorgó deiforme aspecto al talle y a la sonrisa de la muchacha, mi modelo, fue ese, el primer minuto de mi caída, donde dieron comienzo mis razones para conformarla a mi gusto y semejanza. Tarde, muy tarde luego, tropezarían mis errores uno a uno, soñaría sus mismas palabras y despertaría sobresaltado sin la huella de su nariz en mis almohadas o su figura reflejada en mi ventana. Ella fue mi proyección de lo más deseado, fue mis miembros extendiéndose y multiplicándose en una sola forma, su cuerpo imaginado, una y mil veces en eléctricos momentos.

Este sueño mío, que también es un mito, es demasiado bello, es ambiguo, es baladí. Se asemeja más a la continuidad del sueño de Pigmalión que a la realidad del descubrimiento del mundo por parte de los ojos de Galatea, ella también tendría sueños a partir de su génesis como tentación de la carne, ella descubriría un entorno que iría alejando su brazo de Pigmalión y poblaría sus noches de otras voces. Solo aislándola a los ojos de todos, lograría el cretense su propósito egoísta, su felicidad mataría la historia de Galatea, su desarrollo como forma.

El interesado fin de Pigmalión, la posesión de la más bella estatua, mataría toda la personalidad de esta, como luego la Galatea real, sustancia de Afrodita, sucumbiría a la sombra impresionante de su creador. Yo tampoco pretendía un amor confinado a una caja de cristal. Pero el derecho de conservar, de atesorar, de proteger se confundiría en mis horas grises con un grito de posesión.

El artista que habita en mí - mi yo no asumido frente a públicas miradas - se enamoró de la muchacha de marfil, su piel me rebelaba el brillo y la ondulación de la arena, sus cabellos replicaban la veta del elemento y la ondulación de la arista desbastada. La formé a imagen de la figura yacente en mis sueños, le entregué la perfección creíble en ellos, la belleza acumulada por mis ojos a lo largo de los años, y la forjé callada y dulce como una flor extraña en un jardín sencillo, sin saber que era un ser común pugnando por florecer en un mundo igual al mío.

Desperté una mañana y mi atelier era otro, más antiguo, menos ordenado, más primigenio, en la ventana cantaba el pájaro de las indecisiones, el mirlo políglota del griego. Sobre mi mesa, vino oscuro de Creta en una cratera fenicia, en un trípode bajo algunas olivas y queso. A mi alrededor bustos incompletos, faunos de rostro calcáreo, pies sin dedos de apolíneos atletas, vides de mármol. En el pedestal una estatua, y ella en mi sueño, porque yo había soñado que despertaba, era tan hermosa como ella, y yo era un hombre maduro y ciego de amores.

Ella abrió los ojos y miró en derredor abarcándome a mí, a su pedestal doméstico y más allá el territorio que deslumbraban sus hermosas pupilas, su asombro y curiosidad la impulsaron lejos de mi abrazo de héroe antiguo, de mi mitología de vanidades. Pero mi nombre no era Pigmalión ¿Su nombre? Se llamaba Alicia, como la otra, también soñada por el diacono británico, una modelo de agencia. No pude, no insistí en retenerla. La muchacha caminó lentamente hacia la puerta del atelier, esbozo un saludo a mi solitaria perplejidad y parpadeo sonriente al nuevo sol, que para ella, comenzaba a mostrar sus colores verdaderos.

Desde la entrada me llegaron los modernos sonidos del orbe, los relinchos del metal, el pulso de lo mecánico. Luego la puerta se cerró, tomé arcilla fresca entre mis dedos y volví a soñar.

 

*De Jorge Lacuadra. jorgelacuadra@hotmail.com

 

 

 

 



 

 

 

 

*

 

No hay porque correr

si no hay lugar a donde ir,

en este saberse árbol

y besar el músculo de la tierra

Siempre te amaré,

y no digo más que los pájaros

cuando rumorean la llegada de la mañana,

y no digo más que el agua clara

cuando gota a gota pretende río

No hay lugar a donde ir

si no hay porque correr,

porque la casa se echa sobre nuestros huesos

y somos eso

para lo que nacimos nacer

Siempre te amaré,

y no digo en el desvelo de las camas

cuando la mañana es una noche

que no se supo dormir

y no digo el ruido seco en la palabra

cuando no hace falta porque yo sé

No hay lugar donde correr

 siempre te amaré

 

*De Marcela Lokdos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CADA PRIMERA VEZ*

 

Me resigno a que sea ésta la última vez en que el milagro se de, en que la maravilla acontezca. Buscaré tus ojos, y será tu mirada, será la primera vez en que sea mirada, será la constatación de la correspondencia, y tu voz dirá las palabras, y tus manos me acariciarán con la perfecta seguridad del deseo. Todo lo guardaré como acto inicial, como justificación de mi existencia. Me buscaré en tu cuerpo, me encontraré en vos completa y feliz, imagen minúscula de camafeo, miniatura atesorada de mi reflejo en tus ojos.

Seremos felices recontando para el otro los saldos de nuestras vidas, evocando niñeces y sucesos olvidados. Te hablaré de aquella vez que, y de aquella otra en qué, y me escucharás ávidamente, agradeciendo mi confidencia.

La vida en común será la exploración de una selva virgen, entre los dos cortaremos las lianas que cierren los caminos, desmontaremos el lugar de la edificación de nuestro hogar. Levantaremos paredes contra la intemperie, crearemos bromas y palabras sólo para nosotros, nos asiremos con un lenguaje compartido y prescindiremos de las explicaciones.

En lo cotidiano llegará la dulzura del abrazo, la confortable costumbre del cuerpo recién descubierto y casi ajeno pero milagrosamente próximo. Dibujaré mis brazos en torno a tu figura, serán mis brazos nuevos.

Después la costumbre será costumbre. Ya no estaré en tus ojos, será el fastidio de oír otra vez la misma conocida historia, la broma repetida que ya no causa gracia.

Después vendrá la inútil repetición, la furiosa búsqueda de lo que fue y no puede volver. Noche tras noche agotaremos las ansias de aprehender la felicidad, retorceremos la cuerda, mentiremos instantes que no son el instante, pero fingiremos creer que creemos.

Cuando ya no sea posible, cuando el engaño sea tan evidente que las repeticiones se vuelvan vergüenza y traición, será el momento de encontrar de nuevo la mirada la caricia el completo ser en otros ojos, otras manos, otra voz.

 

*de Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

OJOS DE HIERBA*

 

Su gran amor es la hierba. Enamorado de la hierba está.

-Aun no percibe la triste locura de su amor-

Tampoco los comienzos. Sabe de historias compartidas.

De insurrección. De Cristos degollados. De panzas flacas y bolsillos gordos.

 

En las noches de ausencia evoca tristes muertos.

(Los que se fueron y los que rondan su fiebre)

 

Llega con su cabellera de hierba y su torso desnudo.

Pero ella no es ella. Es una hoja. Una quimera. Un sueño.

La toma muy fuerte entre sus brazos.

Tan fuerte que le duelen los miembros de abrazarse.

Y lucha contra esos ojos de hierba tan mansamente amargos

“Tu boca sabe a menta y nieve- No conozco la nieve”

Y tiene hambre y sed y locas ansias.

Solo yo existo. Solo me basto. Soy como soy.

Y cuando las penumbras de la noche aun la nombran siente sed.

Sed áspera. Chúcara. Grotesca.

Y brota y bebe y grita. Un intenso orgasmo de humo.

Osado. Ridículo. Salvaje.

 

La mujer tirada sobre el pasto quiere solo una cosa, ser hierba.

 

 

*De Amelia Arellano.

 

 

 

 


 

 

 

 

 

GENIA SIN LÁMPARA*

 


En un bar de mala muerte del barrio de San Pedro, casi puerto de

Los Ángeles, Kalman escuchó una historia fantástica.

Eran marineros polacos, pero Kalman habla polaco.

Relataban presencia de la “Wrózka Szczescia" en camarotes del barco.

Aparece de la nada en la continuidad de los sueños.

Se abre paso entre los rayos del nuevo sol con pechos al descubierto.

No hay tres deseos. Para quien lo pide, luego de besar sus pechos con

ternura, ella concede un único deseo.

No se puede pedir más ni que vuelva otra vez.

Se pueden pedir otras cosas, incluso chocolate.

 

*De Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Laberinto*

 

*Charles Wright.

 

Mi ropa viajera ilumina el mediodía.

He estado caminando por mucho tiempo hacia el pasado.

Esa ciudad irreconciliable.

 

Al parecer, todos quieren acompañarme, y los dejo.

Las flores en los bordes me distraen, las libélulas

Flotan como lapislázuli, ahí, fuera de alcance.

 

Camino angosto, camino ancho, todos nosotros metidos en él,

Infelices, inestables, a siete metros de la inmortalidad

Y a un metro menos de no tanto por vivir.

 

Es mejor sentarse en la hierba crecida, mirar las nubes,

Y levantar nuestras caras al cielo,

Considerando, que, para la mayoría de nosotros,

Nuestras vidas han sido un error constante.

 

 

-Versión de Miguel Ángel Zapata.

- Charles Wright. https://en.wikipedia.org/wiki/Charles_Wright_(poet)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

El poema es separar un instante privilegiado del fluir del tiempo.

 

*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com

 

 

 

 

 

 

 

Inventren

https://inventren.blogspot.com.ar/

 

 

 

 

 

 

LA DESPEDIDA*

 

*Dedicado mi hermano Esteban.

 

Llegué a la estación Elías Romero un miércoles con el tren de las 4 de la tarde. Me agradó verla entre altos árboles. Había sido una estación pequeña pero lujosa y elegante, y a pesar del tiempo, todavía se notaba su esplendor de antaño.

Llegaba al pueblo, o más bien al caserío que se dispersaba por el paisaje rural, para acompañar a mi madre.

Mi madre se moría. Eran los últimos días de esa enfermedad cruel, larga, que la había estado consumiendo desde hacía meses.

Mi madre había decidido morir. Yo estaba segura de eso. Ella comentaba que tenía más afectos y conocidos “del otro lado” que en este mundo. Y los extrañaba.

Cuando enviudó se había mudado a ésta, la casa de sus padres y allí siguió sola los últimos diez años. Había creado un mundo de recuerdos, poblado de personas que mucho tiempo atrás habían partido. En su ausencia encontraba las respuestas a preguntas del pasado, les pedía perdón o consejo, y se animaba a decirles lo que nunca hubiera expresado delante de ellos.

La encontré acostada y a pesar de su debilidad, una intensa luz iluminó sus ojos cuando me vio. Ya no tenía fuerzas ni para hablar pero, sonriendo, me tendió su mano. Me impresionó su delgadez, la piel mustia, el cabello débil. Por supuesto, no se lo dije. Las dos sabíamos que yo me quedaría junto a ella hasta el final, que estaba próximo.

Pero no hablamos de eso. Recordamos, en cambio, buenos momentos. Anécdotas que nos divirtieron, personajes de nuestra ciudad, alguna travesura mía. Cada tanto se dormía y yo me retiraba en silencio.

Los lunes, miércoles y viernes pasaba el tren por la estación Elías Romero. Llegaban o partían algunos habitantes del pueblo, o gente del campo que había ido hasta allí para tomarlo. No me perdía ese acontecimiento: el paso del tren. Era lo único interesante en ese pequeño lugar, y tal vez podría traer algo diferente, novedoso, o extraño.

Como a esa hora mi madre dormía, salía de la casa con sigilo y caminaba por el sendero de baldosas grises hasta la vieja puerta de chapa y alambre del jardín. Tan pronto como aseguraba el pestillo y daba mis primeros pasos por la calle de tierra, empezaba a llorar.

No eran lágrimas que se deslizaran suavemente, Eran sollozos intensos, desesperados. No podía evitarlo, era involuntario. Sentía que todo el cuerpo se me sacudía, atravesado por el dolor y la angustia. Nunca lloré frente a mi madre, ni cuando era chica. No quería causarle esa tristeza. Ahora sentía asombro ante esa extraña que era yo misma, que no podía contenerse, que se descomponía de dolor ante lo inevitable. Me avergonzaba que alguien pudiese verme llorar así, A veces me paraba unos minutos junto a un antiguo fresno para tratar de tranquilizarme, antes de tomar la calle principal que iba a la estación. Y cuando escuchaba a lo lejos el silbato del tren acercándose, me limpiaba la cara y caminaba rápido hasta el andén.

En la estación había dos bancos de hierro y madera, que raramente estaban ocupados cuando llegaba el tren. Me sentaba en uno y contemplaba toda la rutina: el arribo de la locomotora, los pasajeros que bajaban, los bultos y las personas que subían, las indicaciones. Todo duraba unos 20 minutos y luego partía. Cuando ya no quedaba nadie, volvía a casa.

La segunda semana de mi estadía en aquel lugar llegó hasta el andén una niña, de unos 7 años. Me sorprendió que estuviese sola, pero parecía ser algo habitual en el lugar, y nadie se asombraba por ello. Luego me contó que vivía a unas cuadras de la estación. Traía en una de sus manos, colgada de una argolla, una jaula chica, de color plateado, con un pajarito amarillo dentro de ella.

No me gustan los pájaros enjaulados, y se lo dije, pero me respondió que era la única manera de tenerlo cerca. Lo llevaba a ver el tren, porque sentía que el pájaro no conocía más que el lugar donde estaba colgada la jaula. Me pareció insólito sacar a pasear a un pájaro, pero reconozco que tenía razón. El mundo para esa pobre ave se limitaba a unos metros debajo de una galería, entre plantas y tapiales.

Nos acostumbramos a encontrarnos, la niña, el pájaro y yo, cada vez que el tren se acercaba a la estación. Ella siempre se maravillaba ante la enorme locomotora, y aplaudía y saludaba a los pocos pasajeros, mientras yo cuidaba de la jaula. Éramos un extraño trío: una mujer madura, una delicada niña de largo pelo castaño y un pequeño pájaro inquieto.

Esos dos seres, tan inocentes, tan frágiles, me conectaban con la vida.

Cuando el tren ya no se veía en el horizonte nos volvíamos juntos y yo los seguía con la mirada hasta que doblaban la esquina. Me apuraba, imaginando que mi madre habría despertado y tal vez se hubiese levantado, pero cuando llegaba la realidad me aliviaba y entristecía: continuaba dormida, en la misma posición en la que la había dejado.

Una fría tarde de agosto, ochenta y tres días después de que pisé la estación Elías Romero por primera vez, mi madre murió.

Unas pocas vecinas, el cura y yo la acompañamos hasta el cementerio y la dejamos con un ramo de esos lirios violeta que tanto le gustaban.

Después volví a la casa, vacié la heladera, regalé algunas cosas a los vecinos y luego de dar mi teléfono a la secretaria de la Comuna, me fui al andén, a las cuatro de la tarde.

Esperé a mi pequeña amiga, pero no vino. El tren se acercó con la furia de siempre y aguardé hasta el último llamado, pero ella no apareció.

Más triste aún subí y me senté junto a la ventanilla, mientras la máquina, despacio, empezaba a marchar. Estaba buscando mi boleto cuando escuché un ruido del otro lado del vidrio y levanté los ojos.

El pequeño pájaro amarillo estaba frente a mi cara. Revoloteó varias veces y luego de vacilar unos segundos se alzó rápido, decidido, para perderse en el inmenso cielo gris.

 

*De Cecilia Zanelli. ceciliaines_zanelli@yahoo.com.ar

-Santo Tome. Santa Fe.

 

 

 

 

 

-Continuidad literaria por el Ferrocarril Provincial.

-Próxima estación:

 

 

ESTACIÓN FUNKE.

 

LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.

 

ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO. 

 

LOMA VERDE.    ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.

 

GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.

 

GOBERNADOR OBLIGADO.

 

ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA. 

 

D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.

 

ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.   LISANDRO OLMOS.

 

 INGENIERO VILLANUEVA.  ARANA. GOBERNADOR GARCIA.

 

 

LA PLATA.

 

 

 

 

 

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-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.

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