*Foto de Noelia Ceballos @noe_ce_arte
PAÍS
DE AUSENCIA*
Estoy en el rincón de las cosas perdidas.
Perdida alma. Alma perdida.
Quiero decirte que siento nostalgias de ti.
Que se me vuelven los pasos de extrañarte.
Que soy una ojera que camina.
Que soy un ojo seco y una mirada húmeda.
Daría todo lo que tengo por estar contigo.
Por supuesto -tú lo sabes, elegiría el
mar-.
Puede ser en las dunas. En el acantilado.
En los tugurios donde se juntan los
marineros con las putas.
Daría todo. Todo. Lo que más amo.
Daría mis libros. Mi colección de cajas.
Mi cama -tu bien sabes cómo quiero mi cama-
Mi computadora. Mi elefante de ébano.
El rosario de la abuela.
Mi anillo de amatista. El caracol de mar.
Fíjate, hasta daría el sombrero de paja,
cinta azul.
Solo una noche amor.
Te preguntaría tantas cosas.
Recorrería con la yema de mis dedos las
marcas de tu ausencia.
No, no me importaría llegar a la cima.
Sería tu nana, tu nodriza. Tu hermana.
Me volvería pasionaria. Junco. Jarillal en
flor.
Mordería tu silencio y tu grito.
Anegaría el huerto con tus ojos moros.
Miro hacia fuera Es verano y los brotes
explotan.
Sin embargo, tengo frío. Tengo frío de ti.
¿Recuerdas nuestras calles?
Son ahora, una larga avenida de lamentos.
Tampoco está la luna.
A medida que escribo los dedos se adormecen
Adormecida, alma.
No sé si es nochería. Llovizna Ausencia.
No sé si vivo porque muero.
Pero me duele el frío.
Hasta los huesos, amor. Hasta los huesos.
*De Amelia
Arellano.
San Luis.
*
Toda la lluvia dejo
en el cuenco de tu
mano,
todos los ríos, cada
arroyo de este mundo,
cada gota que la
niebla deja entre las hojas,
la humedad de los
besos,
toda el agua te
ofrendo, toda el agua
si pudiera
recordar
alguna vez
como era andar
sedienta
de tu cuerpo
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
-Mariana
nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires.
Actualmente vive en City Bell.
-Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena 2014).
Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú,
2015)
La hija del pescador (La Magdalena, 2016).
Piedras de colores (Proyecto Hybris 2018).
El orden del agua, (GPU Ediciones 2019).
MADURA, Editorial Sudestada (2021)
-Quiero
sacar la cabeza por la ventanilla de tu coche.
Halley ediciones (2022)
Patio. elandamio ediciones. 2023
-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria.
LLAMANDO
A LAS MINORÍAS SILENCIOSAS*
Hey
Vengan
Salgan
Dondequiera que estén
Necesitamos tener un encuentro
en torno de este árbol
Que no ha sido
plantado
todavía.
* June
Jordan
(1936-2002)
-Fuente: Antología de poetas del Harlem.
Traducción
y selección de Eduardo Dalter.
El blues de los pájaros*
Sobre el río flotaba
el piano
y sobre el piano, sin
rostros,
dos personas cruzadas
de piernas
hablaban en voz baja
la charla giraba en
torno a un poeta chino
que leía sus textos a
los pájaros
si no volaban el poema
era posible
atrás, el piano ardía
sin extenderse al resto
últimamente recuerdo
este sueño, esos detalles
y a ese extraño poeta
chino
ahora sé quiénes son
los rostros aparecen
sobre el piano
sin los cuerpos, los
pájaros tocan blues
y yo estoy quieto,
extasiado
sin poder volar
*De Andrés
Bohoslavsky.
-Del libro Una noche en bosque-poesía y otros poemas.
(Leviatán, 2014).
Atrapar
un cóndor*
*Por Horacio
Rodio. horaciorodio@hotmail.com
Para atrapar un cóndor es necesario
encontrar a alguien que pueda explicarnos cómo hacerlo. Casi siempre es un
anciano, ya que el modo de atrapar un cóndor suele ser un secreto custodiado
por los viejos; pero sucede que los viejos, en estas cosas, se vuelven muy
ladinos, lo mezquinan: primero, porque para saber, el que escucha debe
merecerlo; y después, porque haber atrapado un cóndor es algo que los hombres
admiten sólo cuando están despidiéndose. Tampoco es cuestión de andar
escuchando las pavadas de cualquier viejo fabulador. Haber atrapado un cóndor
es algo que se siente, se ve, se lleva. Hay que estar atento. Siempre es algo
que le ha sucedido a otro, un ajeno. En esto no existe el amigo del amigo del
amigo. Si alguien es hijo de quien atrapó un cóndor será por siempre nada más
que eso: el hijo del que atrapó el cóndor; por lo menos hasta que sea capaz de
atrapar el suyo. No tiene remedio. Es pesado andar en la vida siendo el
hermano, el cuñado, el padre, o el hijo, del que atrapó el cóndor; por eso,
casi siempre, todos los hombres de una familia comparten la proeza. Pero no lo
cuentan. No se anda haciendo alarde de haber atrapado un cóndor. Acá todos se
conocen y nadie quiere ser el hijo de un fanfarrón, el padre de un botarate, o
el hermano de un personaje poco serio. Las mujeres sospechan de los tipos que
andan contando que atraparon un cóndor. No creen que puedan ser hombres que
sirvan para siempre. Cuando alguien ha atrapado un cóndor, se sabe; pero por
otros medios. Porque si hay algo que tiene de importante el hecho de atrapar un
cóndor, es hacerlo sin testigos. Uno tiene que agenciarse de un potrillo, de
ser posible criarlo para ese fin; o puede comprarlo también, pero no es lo
mismo. El potrillo que nació para atrapar un cóndor lo muestra desde chico, es
distinto; o tal vez el que lo cría lo ve distinto. Hay que esperarlo seis
meses, el animal debe poder llegar hasta los dos mil metros de altura por sus
propios medios, y obedecer al bozal. No se puede andar tironeando de un
potrillo hasta los dos mil metros de altura. Hay que elegir un lugar amplio,
tiene que haber cancha para correrlo al cóndor, una pampa es lo mejor; pero hay
pocas a esa altura. Hay que refregarse
al animal durante el viaje, uno debe oler igual que la presa, es importante el
olor; el cóndor es bicho muy oledor, y visteador también: es desconfiado el
pajarraco. Por eso lo mejor es un potrillo, un animal inusual a sus costumbres,
podría ser un ternero también; pero ¿quién sube un ternero hasta esa altura?
Una llama, un venado, una oveja o una cabra no sirven. El bicho sospecha. Y,
además, no alcanzan una oveja o una cabra para someterlo. Al potrillo hay que
matarlo de un tajo en el cogote, para que sangre mucho y sufra menos. Y sí, qué
se va a hacer, nunca es barato ni amable atrapar un cóndor. Hay que hacer
correr mucha sangre. El olor de la sangre disipa las sospechas. El olor de la
sangre en el aire de las alturas corre como el sonido entre las montañas.
Entonces el cóndor viene. Quietas las alas, mudo en el aire, sin agitar el
silencio, planeando en círculos, el cóndor baja. Su sombra llega primero. Su
sombra pasa prudente entre las montañas. Su sombra nos advierte de la mirada
que la sostiene. Uno debe ir cubierto con un poncho, de ser posible pardo o sin
colores llamativos. Uno debe simular ser una roca inmóvil debajo del poncho. Ni
respirar debe. Muy bicho es el pájaro. Además, de carácter firme; un atisbo de
sospecha y se va sin dar un picotón siquiera. Hay que dejarlo comer al cóndor,
debe comer hasta hartarse, hasta que la pereza lo demore entre bocado y bocado,
hasta que sólo la gula le impida marcharse. Pero hay que estar atento. Cuando
empieza a mirar para el lugar desde dónde se ha llegado, hay que desatar todo
junto el deseo de agarrarlo, hay que aturdirlo, atorarlo, asustarlo. Hay que
irse encima de él, brazos abiertos, poncho al viento: todo grito y coraje.
Primero el animal va a tratar de volar, hasta que entiende que no puede, que el
peso no lo deja; pero abrirá las alas para hacerlo: tres metros de alas
abiertas, tres metros o más. Alas que son capaces de cancelar la ley de
gravedad; por eso es importante prenderlo en esos primeros intentos, cuando se
encuentra aturdido y no piensa con claridad, porque toda la sangre se encuentra
ocupada en el proceso digestivo, cuando el viento se le enreda en las plumas
como la culpa se enreda en las polleras de las viejas. Después de eso hay que
correr, hay que correr mucho y más rápido que él, convencidos que nuestras
ganas de agarrarlo cansan menos que su miedo a ser atrapado. El cóndor no nació
para correr, es terriblemente torpe corriendo, puede incluso dar risa; pero no
hay que confiarse, algunos se escapan. El cóndor es un rey. Muchos pueden
alcanzar y atrapar a un rey, pero no a todos les cabe en las manos un rey. El
problema es alcanzarlo, hay que arrojarle el poncho, saltarle encima,
inmovilizarlo; pero sin hacerle daño, eso es lo peliagudo. Tener ese inmenso
animal entre las manos, que lucha, que no se entrega, al que no se lo puede
dañar y que a su vez puede lastimarnos seriamente. Para evitarlo, hay que
llevar un delantal de cuero, sujeto en las piernas y en el cuello; sabe usar
las garras el cóndor, y sabe dónde están las partes blandas de todos los
mamíferos. Hay que cuidarse mucho de las garras y el pico. Agarrar, se agarra
un cóndor, el tema son las ganas de mantenerlo sujeto, la convicción de
sostenerse en la empresa. Con él en los brazos, muchos flaquean. No es para
cualquiera el cóndor. El pájaro también es consciente de eso. Por eso hay que
inmovilizarlo, para que entienda que ha sido vencido. Sin dañarlo. No se daña
un pájaro que vuela tan alto. Alguien puede extrañarlo allá arriba. Alguien
puede preguntar por él. Ése es el sentido del juego, saber que al soltarlo algo
de nosotros volará, se elevará y se perderá en el cielo con el cóndor. Después
de todo, uno suele perder las cosas para volver a encontrarlas alguna vez. Pero
antes hay que mirarlo a lo profundo de su ojo de asombro, él debe vernos, debe
entender que no es el único rey; luego hay que darle vuelta la cara y mirarle
el ojo de miedo; él debe sentir en nuestra mirada que no se daña un cóndor. Él
debe saberlo. El mensaje que se lleve cuando se marche debe ser claro. No se
debe soltar nunca el cóndor con miedo, hay que ser paciente y firme. Cuando se
ha calmado, cuando ya está tranquilo porque entiende que todo es un juego, con
mucho cuidado, de golpe, hay que dejarlo libre. Se parará y defecará el cóndor,
y probará sus alas, tomará carrera uno o dos veces; pero al fin lo habrá de
lograr, siempre lo logra, el cóndor nunca se muere en las vísperas. Se irá
entonces el cóndor, dando giros cada vez más amplios para elevarse, alejándose
y volviendo. Aunque parezca extraño, nos usará de referencia; pero mirando hacia
abajo de otra manera. Se irá sabiendo algo nuevo. 50 Uno también se quedará
mirando hacia arriba de otra manera. Sin querer, levantará una mano cuando el
cóndor venga. Él verá esa mano, el cóndor todo lo ve. Eso es todo. Uno ya es
alguien que ha atrapado un cóndor. Así dicho, no es gran cosa; pero, al volver
al pueblo, la gente sabrá en el tranco, en la mirada, en las palabras que
distraen sin negar, y en los silencios que omiten confirmar, si se ha tenido
éxito. Eso se ve, se siente, se lleva. Nadie dice. Nadie pregunta. Pero al otro
día se comenta que hay alguien más que ha atrapado un cóndor, alguien distinto;
o un pobre payaso que ha fracasado en el intento de algo que le quedaba muy
grande. Así visto, parece poco; pero hay que sostenerse en el empeño, hay que
animarse a matar por un sueño, tener la sangre fría, la decisión, la paciencia
y el cuidado. Un sueño que, bien visto, no agrega ni quita. Se puede pasar la
vida sin desmedro y tranquilamente sin atrapar un cóndor, pero no es lo mismo.
Incluso, en esta pobreza, sin ponerlo en palabras, en palabras con sonido,
tímidamente al principio, algunos, con el tiempo, suelen llegar a preguntarse
si ha valido la pena la muerte de un potrillo todo el asunto ese. Sin embargo,
la vida insolente jamás ha omitido despejar esa duda en quienes lo han logrado
y en los que no. Los primeros suelen ser más propicios a las buenas despedidas.
A los otros, cuando les llegó la mala hora, les escuché decir más de una vez
que sentían no haber vivido lo suficiente, o que tenían la sensación de no
haber aprovechado su tiempo. Eso nomás les digo.
*
-Cuento ganador en la modalidad de
castellano del XXXIII “Concurso de
Cuentos Villa de Errenteria” organizado por Ereintza Elkartea, con el
patrocinio del Ayuntamiento de Errenteria.
-Horacio
Rodio nació en Llavallol, provincia de Buenos Aires, en 1954. Realizó
talleres con Laura Massolo y Liliana Díaz Mindurry. Obtuvo más de cien premios
nacionales e internacionales en cuento, poesía y novela, con publicaciones en
Argentina, España, Colombia y Chile. Es autor de los libros de cuentos Palabras de piedra (Baobab, 1999), Media baja (Dunken, 2012) y La insistencia de la desdicha (Ruinas
Circulares, 2018), y de los poemarios El
cinturón de Orión (primer premio del 15° Concurso “Adolfo Bioy Casares”,
Ediciones Municipalidad de Las Flores, 2022) y El libro de Hopper (Pierre Turcotte Éditeur, Canadá, 2023). Ese
mismo año, el sello español Avant Editorial publicó su novela Ausencia y error.
-Nuevo libro de cuentos de Horacio Rodio-
La oscuridad de los
hechos .
-Editorial Esa luna tiene agua.
ECOS DE LA CALLE BREWER*
Desde la ventana del piso alto
del edificio
de la esquina, no tan lejos de
la bulliciosa
calle Oxford, el viejo Marx
derrama
unas pocas flacas lágrimas
por las cosas
de la historia y por los
ensueños
desvalidos, mientras consume
su momento
mirando hacia la calle.
Engels,
ya muy serio, lo acompaña,
entre los ecos
de lo que parece una
asamblea
de obreros, que se acercaron
desde
Shoreditch y otros barrios
para saludarlo y
escucharlo
con sus miradas heridas y
sus boinas viejas.
Porque la historia ya pasó,
y está pasando,
como un tren repleto entre
la noche,
que nunca puede saberse
adónde va.
*De Eduardo
Dalter.
-Del poemario "Dos cigarrillos para Eliot" (2015)
ÉDOUARD
LOUIS Y LA AUTOFICCIÓN DESDE EL MARGEN*
Alejandro Badillo lee dos libros del autor
francés, en los que identifica posibilidades críticas de la escritura
autobiográfica
*Por Alejandro
Badillo. badillo.alejandro@gmail.com
Quizá para algunos lectores sea familiar el
nombre del escritor noruego Karl Ove Knausgård. La serie de libros agrupados
bajo el polémico título de Mi lucha
es un ejemplo representativo de autoficción, un género cuyas características
fueron establecidas por teóricos como Serge Doubrovsky, que las puso en
práctica en su obra creativa. No es necesario leer la serie completa de
Knausgård para reconocer la apuesta principal de la autoficción en el siglo
XXI: la exposición de la vida de una persona –en este caso un escritor de clase
media– vista no a través del lente de la biografía sino con la ambigüedad como
estrategia principal. Es decir, sin dejar claro hasta qué punto estamos
leyendo, sin filtro, los entretelones de una autobiografía clásica y hasta qué
punto somos cómplices de un ejercicio voyeurista al que sucumbimos por la
adicción de mirar, en apariencia, la intimidad de una persona. La autoficción
de nuestros días ha sido catapultada por la obsesión –ansiedad, se podría
decir– de realidad, pues el ejercicio imaginativo se presenta a menudo como un
modelo de evasión y superficialidad. Pensemos, por ejemplo, en las películas
del llamado Universo Marvel y sus muestras de agotamiento.
Hago esta introducción para hablar de la
obra del escritor francés Édouard Louis –en particular sus obras Para acabar con Eddy Bellegueule (2014)
y Quién mató a mi padre (2018)–,
porque representa una suerte de contrapuesta a la autoficción comercial que
encabeza las listas de los libros más vendidos. Louis se mueve en una suerte de
paradoja: explora las raíces de su vida desde la periferia y, al mismo tiempo,
se ha convertido en un bestseller en Francia y otros países. Hijo de una
familia obrera, nacido en 1992 Hallencourt, un pueblo en la región de Picardía,
retrata el destino de una persona cuando su origen marginal lo condena a la
pobreza, la violencia y el abandono progresivo del Estado.
Las obras de Louis son vistas no sólo como
una radiografía de la desigualdad en el llamado Norte Global –punta de lanza de
las políticas neoliberales exportadas a todo el mundo– sino como un antecedente
de los movimientos de protesta ante el statu quo que se expresan a través de la
izquierda –los chalecos amarillos y sindicatos, por ejemplo–, pero también han
sido combustible para la ultraderecha que pretende responder las demandas de la
población empobrecida por las políticas de las décadas recientes. Su
estrategia, como es sabido, consiste no en resolver la desigualdad sino
demonizar la migración, impulsar la guerra cultural contra el fantasma del
comunismo y, recientemente, a partir del genocidio en Gaza, la islamofobia.
En Para
acabar con Eddy Bellegueule, suerte de exorcismo personal a través de la
biografía, Édouard Louis recupera varios tópicos conocidos de la memoria desde
los márgenes: el descubrimiento de su homosexualidad en un entorno en el que
debe ser reprimida; el intento por escapar a la pobreza y, por supuesto, la
violencia cotidiana que funciona como una válvula de escape ante las difíciles
condiciones de vida en un pueblo, lejos de las urbes en las que vive la élite
francesa. La narrativa sobre la pobreza no es nueva. El naturalismo francés,
cuyo exponente más conocido es Émile Zola, describía a las víctimas de la
desigualdad en el marco de una sociedad determinista que condenaba a los
habitantes de la periferia desde su nacimiento. La obra de Louis es una suerte
de actualización de esta propuesta mediante la confesión en primera persona,
lejos de las pretensiones sociológicas –asépticas– de la literatura del siglo
XIX.
En muchos casos la autoficción pretende
sumergir al lector en una esfera de autocomplacencia. A contracorriente, los
textos de Édouard Louis recurren a un close up para mirar el mundo interior del
protagonista, pero también para hacer un inventario del desastre social que se
vive en Francia, a través de una narrativa descarnada. No hay final feliz más
allá de la aceptación del autor-personaje en una escuela lejos de su familia
para que pueda estudiar artes. Sin embargo, a pesar del escape, sabe que la
pobreza es una marca en un entorno en el que la meritocracia no existe y en el
que los engranajes que procesan a la población se parecen, cada vez más, a la
sociedad estamental de antaño.
En Quién
mató a mi padre explora la dinámica familiar a partir de la violencia que
se ejerce a diferentes niveles, en una opresión que se vuelca desde las
políticas de gobierno hasta los miembros más pequeños de las familias llevadas
al límite. El ejercicio se aleja de la autobiografía tradicional y se presenta
como episodios fragmentarios en los que se narra el accidente que tuvo el padre
de Louis en la fábrica en la que trabajaba, y que lo discapacitó. A partir de
ahí la familia comprueba los diferentes niveles de abandono estatal: la burocratización
de la pobreza; la degradación de las ayudas sociales –entre ellas el acceso a
medicinas– y el ataque desde la cúspide del gobierno a los sectores que no se
pudieron unir a la fiesta de la globalización y la utopía del libre mercado.
En Quién
mató a mi padre hay un episodio en el que se condensa el reclamo de Édouard
Louis a lo largo de su obra: en un diálogo imaginario con el padre le dice que
es consciente de que la política es una cuestión de vida o muerte. Acto seguido
recuerda un pequeño milagro: un otoño la ayuda del gobierno francés para
material escolar aumentó casi cien euros. Entonces la familia viaja en su
diminuto auto a la playa para conocer, al fin, el mar. Es la celebración de una
acción política que para la élite es intrascendente, cotidiano. Después afirma:
“las clases dominantes pueden quejarse de un gobierno de izquierdas, pueden
quejarse de un gobierno de derechas, pero un gobierno nunca les causa problemas
digestivos, un gobierno nunca les destroza la espalda, un gobierno nunca los
lleva a ver el mar. La política no cambia sus vidas, o lo hace bastante poco.
Esto también es curioso, ellos hacen la política, pero la política apenas tiene
un ningún efecto sobre sus vidas. Para las clases dominantes, la política es a
menudo una cuestión estética: una manera de pensarse, una manera de ver el
mundo, de construirse como individuos. Para nosotros, era vivir o morir”.
*Fuente: La Tempestad
https://www.latempestad.mx/edouard-louis-y-la-autoficcion-desde-el-margen/?
-Alejandro Badillo. (Ciudad de México, 1977)
-Es autor de los libros de cuento: Ella sigue dormida
(Tierra Adentro), La herrumbre y las huellas (Eeyc), Vidas volátiles
(BUAP), Tolvaneras (SC Puebla), El
clan de los estetas (Universidad
Veracruzana. Premio Nacional de Narrativa
Mariano Azuela) y las
novelas La mujer de los macacos (Libros Magenta) y Por una cabeza
(Premio Nacional de Novela Breve Amado Nervo).
Recientemente ha publicado:
“La Habitación
Amarilla” (cuentos)
por Editorial BUAP. -2021-
“Reconstrucción” (novela) Ediciones EyC. -2021-
Límites*
Se arroja la araña al
vacío confiada
en la resistencia del
hilo primordial.
Lo ha tejido sin
experiencia previa
con un saber heredado
sin escuela.
En el punto límite
final se balancea
y toma un punto
lateral de sujeción.
Entiende cuando la
tela se completa,
orbícula los bordes y
presiente algo.
O SEA, DIGAMOS, duda,
pero es sabia.
Los cuatrocientos
millones de años de ver
extinguirse miles de
especies la detienen,
y, prudente, espera
cada día su bocado.
Si las arañas fueran
capitalistas el mundo
estaría atrapado,
inmóvil, y esperando,
exhausto y optimista,
que la desgracia
le toque al de al
lado.
*De Horacio
Rodio. horaciorodio@hotmail.com
SUEÑOS*
Aférrate a tus sueños
Porque si los sueños mueren
La vida es un pájaro de alas rotas
Que no puede volar.
Aférrate a tus sueños
Porque cuando los sueños se van
La vida es un campo estéril
Congelado por la nieve.
*Langston
Hughes.
(1902-1967)
-Fuente: Antología de poetas del Harlem.
Traducción
y selección de Eduardo Dalter.
*
Cuando
te atraviese
el rayo
de la felicidad,
no te resistas.
En el precario
refugio
de los días
es el relámpago
que ilumina
las sombras.
Luego,
habrá
tiempo
para noches oscuras.
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
Ella
no era atea de maravillas*
Ella frota la maravillosa lámpara. Surge un
genio alto y fuerte que se tiende a su lado, se expande para olvidar la
estrechez en que estuvo guardado tanto tiempo, la roza apenas de mil y una
forma y le dice:
“No te preocupes tanto
en pensar los deseos, esta vez van a ser más de tres”
*De Cristina
Villanueva.
-A SU MEMORIA-
Inventren
https://inventren.blogspot.com.ar/
Que todos los
dioses te acompañen, excepto uno*
Transportamos la tierra en los zapatos:
Hemos revuelto el polvo
Y las estaciones del tren han quedado
En desorden por todas partes.
También la tierra de los pueblos
Se acumula en nuestros hogares:
Traemos los zapatos cubiertos
Con diminutas partículas de donde pasamos.
En unos cuantos días
Una persona
Sería capaz de acumular
Todas las estaciones ferroviarias bajo su
cama,
Si no fuera
Porque de regreso a las vías,
La tierra de los zapatos
Se despide en silencio.
Si pudieran ser como los polvos de tierra
La gente que vive olvidada en cada pueblo,
Sin duda se bajarían del zapato que las
transporta,
Las gira y las revuelve,
Para buscar una historia que incluya sus
nombres.
Y parecieran sabias
Las partículas de polvo,
Que no pierden oportunidad
De viajar con nosotros…
Pero se pierden en los ascensos y los
descensos,
Se equivocan de estación,
Y ninguna de ellas
Logra regresar a su lugar de origen.
Parecieran sabios
Los letreros con los nombres de las
estaciones
Colocados en su debido lugar…
Pero la tierra a la que nombran
Nunca es la misma:
Viaja siempre en tren,
Y no sabe leer los letreros, ni dónde
bajarse…
Del mismo modo,
Pareciera sumamente sabia
La decisión de nombrar a los países
Como “desarrollados” y a otros
“subdesarrollados”,
Cuando el desarrollo y el subdesarrollo
Sólo se conservan
Si se hace depender del primer mundo
A la economía de los demás países.
… Y la tierra viaja en trenes,
Se confunde de estación de origen y de
llegada,
Se pierde en el tercer mundo,
Y nadie le mira,
Hasta que los zapatos están demasiado
sucios,
Y se les limpia con un trapo
Que también tiene su historia…
*De hugo
ivan cruz-rosas. quetzal.hi@gmail.com
Coyoacán. México.
-Próxima estación:
FRANCISCO A. BERRA.
-Continuidad literaria por el Ferrocarril Provincial:
ESTACIÓN GOYENECHE.
GOBERNADOR UDAONDO.
LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.
GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ.
J. R. MORENO.
EMPALME
ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.
LISANDRO OLMOS.
INGENIERO
VILLANUEVA.
ARANA.
GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
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