domingo, marzo 23, 2025

AGUJA SOBRE LA PIEL DEL MUNDO.

 


*Con obras de Noelia Ceballos.

FRÁGIL.

SÁBADO 5 DE ABRIL.

Desde 18.30 Hs.

-En Casa de la cultura de Merlo.



*Foto de Noelia Ceballos. @noe_ce_arte




 



 

 

 

ARQUEOLOGÍA*

 

Con entusiasmo

necesito excavar dentro de mí

con rapidez

despejar los barros

las piedras

los siglos agarrados en las paredes.

Meter pala

pica

hacha

desahogar al joven inaudito

despejar el corredor para el carro

lleno de arcilla

recuerdos y deseos.

Con renovado fuego excavar

las inalterables máscaras.

Allá voy

con una pica y un verso

bien profundo donde mi madre cante

bien profundo donde mi padre aún

tenga bondad.

voy cavando y cavando

llevo un faro y explicaciones

llevo un torno feroz

y una foto insondable.

En la escena tíos

padrinos hermanas juguetes

y algunas mujeres profundas en bellos camafeos.

Salen pesadillas

columnas de opalinas

primitivos lapislázulis

deformadas murallas por mis manos sin catecismo.

Voy cavando y cavando

y hay palomas en las plazas

colegio de blanco en La Loma

payanas en la vereda

y flacos perros enamorados de su destino.

Meter pala

pica

hacha

para que todo salga a la luz

para que aparezca la veta

y ahí golpear

golpear y golpear

para tirar lo que no sirva

para salvar lo bueno del incendio.

Con entusiasmo –decía-

necesito excavar dentro de mí.

 

*De Carlos Norberto Carbone.

 

 






 

 

 

GUARDANDO EL JARDÍN DE LAS HESPÉRIDES*

 

Mis cabellos matan el sol. Son negros mis cabellos; negros como la boca del traidor, como la nariz de un perro en el bosque, negros son como el centro de tus ojos.

Mis cabellos son negros.

Diría que ensortijados, diría que espléndidos en su derrame móvil sobre mi espalda y mis hombros desnudos. La belleza lisa y bruñida de cada cinta de resumida oscuridad es un fustazo de dicha nunca apropiada, nunca gozada por mortal.

Ah mis cabellos. Ondulo mi cintura blanca, tiendo acuáticos brazos fantasmagóricos. Observo con fascinación mi sombra arbórea y móvil. Y aguardo.

Junto a mis hermanas aguardo, y guardo la puerta del jardín donde los hombres no tienen cobijo.

Yo guardo y aguardo y espero.

Te espero.

Con los ojos del corazón te veo, y no con los del peligro. Detrás de los párpados, detrás de los velos te añora mi frágil corazón de hembra sola.

Te llama mi anhelo. Transparentes vahos de deseo te atraen hasta la puerta que no debes cruzar, que no debo permitir que cruces.

Sé que vendrás.

Sé que por tierra y agua marchas hacia mi destino. Y que más pronto que tarde tu sombra dibujará tu belleza sobre mi tierra yerma. Aquí estarás para cumplir la promesa de la muerte y las espadas. No ruego otra baraja ni otros dados.

Sé que vendrás. Me basta.

Sé que puedo recorrer tu cuerpo duro con mis manos, que puedo atrapar el hombre con mi boca anhelante. Pero sé asimismo que la dicha está contaminada de brevedad, que la fugacidad de la carne tibia se transformará en piedra contra mis senos ansiosos. Te matará mi amor, amor. Mi fatal mirada.

Mi amor te transformará en estatua de piedra. Sólo la dicha de contenerme en tus ojos es mi anhelo, y tal dicha, lo sabemos, sería tu sentencia. Mis cabellos de serpiente se retuercen y anudan en deseo e ira.

Mi amado, debieses comprender que Medusa te ama aunque mi amor confluya con la muerte. No será para nosotros la ternura. Morir o destruir al objeto de mi amor, tal es la torpe suerte que me ha tocado.

Perseo, dejaré que me decapites y te ufanes de tu hazaña.

 

*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

No hay

otra mujer más hermosa

que esa,

la que dejó todo por amor.

La que rompió su casa y a sus muertos

y a las secretas líneas que sostienen

al mundo en su lugar.

La he visto.

Toda ella

era un fuego que arde y se consume

como si fuera un planeta que sustenta

una forma de vida superior

o acaso,

otra forma de la muerte más feliz.

La vi,

con los ojos deslumbrados y serenos

de los mártires

en las pinturas

y entendí.

El coraje también es santidad.

Yo la vi.

Era la mujer más hermosa de este mundo,

con la valija llena de pedazos rotos de su vida

yendo en busca del hombre que la ama.

  

*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com

-Mariana nació en General Belgrano, provincia de Buenos Aires, en 1971. Actualmente vive en City Bell.

Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena, 2014)

Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015)

La hija del pescador (La Magdalena, 2016)

Piedras de colores (Proyecto Hybris, 2018)

El orden del agua (GPU Ediciones ,2019)

Madura (Sudestada, 2021)

Quiero sacar la cabeza por la ventanilla de tu coche (Halley Ediciones, 2023)

Patio (elandamio ediciones, 2024)

Poesía reunida (Medusa editores, 2024)

-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria.

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

ESTACIÓN DEL ABSURDO*

 

“Desde el momento en que se le reconoce, el absurdo se convierte en una pasión, en la más desgarradora de todas.”

CAMUS

 

Renuncio al ámbito de la libertad absoluta.

Me niego a empujar el peñasco una y otra vez.

A dentelladas me quitaré la venda.

Desafío a los astros Soy pez abisal. Con luz propia.

 

 

ESTACIÓN DE LOS ESPEJOS

 

He terminado odiando los espejos... y las manos.

Me miran. Me acarician. Me temen.

Temen a su soledad que es la mía.

Un hombre ciego gime sobre mi espalda.

 

 

ESTACIÓN DE LOS ESPECTROS

 

Tres horas y un absurdo. Galope de un caballo negro.

Cibeles. Rea. Santa. Puta madre.

Los espectros deambulan por la calle.

 

Una mujer escuálida abre las piernas.

 

 

ESTACIÓN DEL DESGARRO

 

En la calle despoblada

hace frío y llueve.

Narciso se refleja en los charcos. Hay pólvora.

Rompo el espejo. Piso.  Trizo. Quiebro.

Las llagas de los pies son azucenas rojas. Que

Tranquilidad de haber tocado fondo.

Beso tus cenizas. Tanto. Tanto.

Hasta la punta de tu sombra, beso. A tus antepasados, a los míos, beso.

 

*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@gmail.com

San Luis.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Miento*

 

Lleva un cascote atado a la correa de la lengua

Laura Yasan

 

 

Cada vez que miento

una hoja filosa

me desangra.

 

La verdad es muerte

pienso

y miento

miento mucho

para que el mundo se haga soportable.

 

Como cuando la verdad era liviana

barquitos de papel a la orilla del cordón

y no éramos

no

sólo una familia de fantasmas.

 

*De Paula Novoa. novoapaula8@gmail.com

-De Sierpień (Cave Librum, 2023)

 

 

 

 

 





 

 

 

 

Sueño de minotauro*

 

En el alma de todo minotauro

late un anhelo de cielos entreabiertos,

un deseo implacable

de no ser el guardián de la penumbra

ni el habitante horrible del silencio

apenas quebrantado por el eco

de sus propios -circulares- pasos.

 

Quizá sueñe con ser -en su delirio-

la forma intemporal del laberinto.

 

*De Sergio Borao LLop. sbllop@gmail.com

-De Por si mañana no amanece.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

La mujer sueña con hilos rotos

cascabeles sin atar a la morada de un destino que no suena.

Con la lengua toca

la punta de un café

tomado en la puerta de un bar que recuerda

Río de Janeiro, aunque es todo una invención.

También en Río

visitó una invención

se sentó a la puerta de un café

que recordaba al Río de otro tiempo

y desde entonces las invenciones van con ella

Hace falta dinero y recorrer

sentarse

saber algo de historia, muy poca.

La nostalgia viene sola.

La imaginación hace el resto.

 

*De Mercedes Álvarez. alvamercedes@gmail.com

 

-Mercedes nació en Tandil, provincia de Buenos Aires, en 1979. Vivió en Mar del Plata hasta los diecinueve años. Entre 1998 y 2006 residió en España, donde se licenció en Sociología por la Universidad Pública de Navarra. Realizó un máster en Gestión Cultural. Publicó los libros Vecinos (Baile del Sol, España, 2010), Historia de un ladrón (Caballo de Troya, España, 2010), Imitación de los pájaros (Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2013), Ficciones súbitas (comp., Eds De aquí a la vuelta, Buenos Aires, 2013) y Saigón (Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2015). En 2013 con el relato Grow a lover ganó el premio Edmundo Valadés de cuento latinoamericano.

-Su libro de cuentos Grow a lover fue editado por Pensamientos Literarios (www.pensamientosliterarios.com)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LA BALADA DE LA BAHÍA DE LOS TRES PICOS*

 

No sé porqué Dylan me empujó

supongo que fue una broma

de esas que él sabía hacer

es poco lo que recuerdo de aquella noche

salvo mi caída al mar, la ropa mojada

los cigarrillos flotando en las algas

el rumor del mar

el fuego improvisado entre las rocas

y la vieja petaca corriendo entre los dedos

quisiera volver a esos días

donde devorábamos eternidad

donde el sueño de vivir no nos había aniquilado

donde yo era feliz

aun flotando ahogado en el mar.

 

*De Andrés Bohoslavsky.

-De su libro Los ojos de Sasha o el fin de un sueño rojo.

Editorial leviatán. 2017

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

Lo dañado*

 

Hay quienes van por la vida heridos de palabras

y otros andan por ella incompletos de silencios.

Las heridas de las palabras cierran con el tiempo,

los vacíos que deja el silencio nunca se llenan.

El incompleto imagina las palabras esperadas,

reconstruye el momento preciso, el contexto,

en el orden y el tono exacto. Recoge palabras

que nunca escuchó, las que fueron necesarias,

las ordena en la vigilia, las escucha en sueños,

a veces, a solas, se las dice a sí mismo y sabe

omitir la mirada silenciosa de la indiferencia.

Pero ya no sirven más, como un billete viejo

olvidado en el bolsillo del pantalón de trabajo

que se lavó y retorció con esfuerzo y tedio.

El papel absorbió las vetas de suciedad

a la vez que perdió el color original,

y podemos estirarlo y plancharlo,

pero ya nunca será igual y nadie

cree en su valor, nadie lo quiere,

nadie lo acepta como auténtico.

 

*De Horacio Rodio. horaciorodio@hotmail.com

 

-Horacio nació en Llavallol, provincia de Buenos Aires, en 1954. Realizó talleres con Laura Massolo y Liliana Díaz Mindurry. Obtuvo más de cien premios nacionales e internacionales en cuento, poesía y novela, con publicaciones en Argentina, España, Colombia y Chile. Es autor de los libros de cuentos Palabras de piedra (Baobab, 1999), Media baja (Dunken, 2012) y La insistencia de la desdicha (Ruinas Circulares, 2018), y de los poemarios El cinturón de Orión (primer premio del 15° Concurso “Adolfo Bioy Casares”, Ediciones Municipalidad de Las Flores, 2022) y El libro de Hopper (Pierre Turcotte Éditeur, Canadá, 2023). Ese mismo año, el sello español Avant Editorial publicó su novela Ausencia y error.

-En el 2024 publicó su libro de cuentos La oscuridad de los hechos. -Editorial Esa luna tiene agua.

 

 

 


 

 

 

 

 

 

NOCHE DE AZULES*

 

Escribe un verso, háblame

de brújulas y barcos de papel,

rosas amarillas en tu infancia

y ese rostro que ves reflejarse en los espejos,

el aroma a misterio de las catedrales,

la eufonía de campanas que brota

en las noches azules del desierto…

Sobre la lluvia que acude a borrar

el caos ordenador de la memoria

donde anida un invierno que no quiere ser evocado,

pero vuelve, en la respiración de mi amante

dormido junto a mi vigilia, y ese matiz arcano

que tienen los olivos centenarios cuando sueño.

Deja fluir el anima mundi hacia mis dedos,

no temas las evocaciones,

nada es locura en este mundo irracional,

nada existe más allá del árbol que florece en mi ventana,

mi mente es el vacío que llena todo espacio.

Contempla la luz oscura de mis ojos,

ven, asómate al pozo del recuerdo.

Somos bidimensionales dibujos en papel,

nuestra esencia anida en otra conjunción,

todo pudo haber sido real, ¿y qué lo es?

Dejo ir a quien amo,

por si Amor toma su mano y lo regresa.

Dime si fuimos uno en otra vida,

si lo somos, si nos reencontraremos…

Pero no me dejes morir en los estruendos de la nada,

no hay tormento peor que ese silencio

donde las palabras pugnan por ser vistas:

Cántale al hambre y a los duelos,

Cántale a la orfandad del universo.

Hay tanta soledad… tan sin remedio,

que ya ni Dios se asoma a vernos.

 

*De Marié Rojas Tamayo.

La Habana. Cuba.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

La locura enreda los pensamientos como en el sueño. La odiamos porque cuestiona nuestras verdades, mandatos, convicciones.  Porque odiamos cualquier enfermedad y más la del centro del cuerpo que es el cerebro y porque tememos volvernos ajenos, otros. La odiamos como hacían los griegos porque es "hybris", desmesura, barbarie.   La expulsamos como si fuera materia de endemoniados, como si hiciera peligrar nuestra vida.  La escondemos como algunos animales ocultan sus deyecciones. No queremos ni oír sobre ella, ni mirar a quienes la padecen o gozan. Los poetas, sin embargo, prestan un oído más fino y descubren otro mundo irreconocible, un excedente de sentido.  Y porque poesía, arte, música es delirio, perturbación, aguja sobre la piel del mundo.

 

*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com

 

 


Inventren

https://inventren.blogspot.com.ar/

 

 

 

 

Oráculos*

 

 

*Por Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com

 

  Me leyeron las líneas de la mano en La Plata. Los posos del café en Villa Mercedes. Una mujer sumamente vieja y delgada, cuyos ojos refulgían como diminutos diamantes de fuego, me echó las cartas en un oscuro tugurio de Buenos Aires.

Todas las predicciones auguraban lo mismo: Debía ir a ese lugar. Tal coincidencia me alarmaba. Las razones nunca estaban claras. Unos decían una cosa, otros, la contraria; los más, esgrimían la consabida excusa de que la adivinación no es una ciencia exacta y de ese modo eludían dar mayores explicaciones.

Les cuento lo más curioso: yo nunca creí en esas patrañas. Fue una amiga quien me persuadió. ¿Qué mal podía hacerme? -preguntó, con esa convicción inocente de la que sólo ellas son capaces. Así pues, lo hice únicamente por complacerla (y de paso, me dije, tal vez ella, alguna de estas noches...)

Si la primera adivina (su cuchitril era un arquetipo de consulta esotérica engañabobos, con gigantescas cartas de tarot en las paredes, a modo de cuadros, y una bola de cristal sobre un tapete de terciopelo negro, colocado encima de la mesa hexagonal que ocupaba el centro de la sala, sobre la cual había una lámpara de gran potencia. El resto del cuarto estaba a media luz, para realzar el misterio, supuse) no hubiese mencionado el nombre, la cosa hubiese terminado ahí. Un juego inocuo, una frivolidad más entre tantas otras. Pero lo hizo. Y luego me miró, leyendo en mis ojos una intranquilidad que le animó a seguir por ese camino. Cuando salimos (mi amiga me acompañaba), mis comentarios acerca de esos lugares de adivinos y mi risa forzada provocaron su curiosidad. Algo había sucedido allá adentro y ella era consciente. Le conté lo sucedido (realmente no todo, sólo lo necesario. Tampoco es cuestión de airear chismes de otro tiempo) y dije que sólo se trataba de una casualidad, pero no quedó convencida. Propuso visitar otro sitio. Ella se ocuparía. Conocía gente. Yo aparentaba estar tranquilo, pero algo había permanecido dando vueltas en mi interior. Así que, entre risas, y sólo por contentarla, volví a aceptar.

La segunda vez fue en Morón. A Rebeca (mi amiga) le hablaron de un hombre anciano, recluido en una casa a las afueras y cuyo contacto con el resto de los vecinos era muy escaso. Se dedicaba a algo llamado libanomancia, un rito mediante el cual se puede adivinar a través de la observación del humo. Jugar con fuego no me atraía en absoluto, pero ya había dado mi consentimiento previo, así que no fue posible echarse atrás. Fuimos hasta allí, vimos cómo el viejo juntaba un montón de ramas secas y las encendía, sentándose luego junto a la hoguera e invitándonos a imitarle. Mientras aguardábamos, él contemplaba el humo, muy atento. Quizá para hacernos más llevadera la espera, nos estuvo hablando de su especialidad (también llamada capnomancia o ignispecia) y de los múltiples éxitos cosechados en más de cuarenta años de práctica. En un momento dado, enmudeció, me miró con una expresión severa y nombró el sitio. Después nos rogó que nos marchásemos. Dejé unos billetes sobre la mesa de la cocina y salimos a la brisa del atardecer. Mi amiga callaba. Dos veces no podía ser una mera coincidencia.

Pero si por un momento pensé que la cosa iba a terminar ahí, no conocía bien a Rebeca. Unos días después se presentó en mi casa, me obligó a vestirme con prisa, nos metimos en el auto y condujo hasta Quilmes. Allí nos recibió Madame Cheirét (o Chouriet, o algo similar). Su técnica era la fisiognomía. Esta especialidad consiste, según me fue explicando Rebeca durante el viaje, en el estudio de las cabezas y las caras. La mujer, ciertamente amable, me ofreció asiento en una silla antigua. Después, se colocó frente a mí, en un sillón situado sobre una especie de pequeña tarima, y se puso a mirarme con insistencia y atención. De cuando en cuando, se levantaba y pasaba sus manos por mi cabeza o mi rostro, como para comprobar la veracidad del testimonio ocular. Me sentía terriblemente incómodo, pero Rebeca estaba radiante. Aguanté casi una hora entera. Después, escuché la palabra que no deseaba (pero temía) oír, pagué, nos despedimos. Regresamos a la ciudad.

“En Rosario hay un tipo que se dedica a la grafomancia”, dijo Rebeca por teléfono dos días más tarde. “Mañana vamos”, contesté. Mientras yo trataba de fijar una cita para esa misma tarde (cine, cena y unas copas cómplices), ella me explicaba con detalle la “ciencia” en cuestión: Se trataba, según entendí, del estudio de la escritura. Tamaño, forma, inclinación, todo eso. No hubo más discusión. No oyó (u simuló no haber oído) mis razones, casi súplicas, para vernos esa misma noche.

Al día siguiente viajamos hasta Rosario. En tren. No me apetecía conducir tantas horas y, de paso, tenía la esperanza de quedarnos allí a pasar la noche y, ¡quién sabe!

El Doctor Morales –tal era el nombre del grafomante- vestía una bata blanca cuando nos abrió la puerta de su estudio, un lugar atiborrado de objetos de diversa índole, muchos de los cuales desentonaban entre sí, dándole al lugar el aspecto de un trastero, un almacén de antigüedades o la vivienda de un demente. De entrada, me incliné por esta última posibilidad. El tipo nos condujo, a través de aves disecadas, aparatos de radio estropeados y muebles con irreparables desperfectos, hasta su despacho, no muy diferente, en realidad, de lo que habíamos dejado atrás, salvo por la luz, más nítida.

Me sentó a una mesa –previo desalojo del montón de objetos amontonados sin orden sobre ella- y me conminó a escribir. “Cualquier cosa”, dijo. “Da lo mismo si es una idea, unos versos de Dante o una colección de chistes sobre gallegos. Usted escriba. Para ponérselo más fácil, esperaremos aquí al lado. Cuatro o cinco folios bastarán. Lo dejo a su elección”. Después de proveerme de unas cuantas hojas de papel en blanco, lapiceros y una botella de agua, el doctor desapareció con Rebeca por una puerta diferente a la utilizada para entrar. Sospeché que conducía a la casa, a sus habitaciones. Sentí una cruel punzada de celos, cuyo aguijonazo aplaqué escribiendo casi furiosamente.

No me seducía la idea de dejar allí constancia de mis ideas, así que recurrí a los clásicos. Recordaba pasajes del Decamerón, del Quijote, de La Ilíada. También el cuento Ante la Ley, de Kafka. La rememoración de esos textos, leídos tantas veces en la soledad de mi cuarto, me sirvió para olvidar dónde estaba y qué estaba haciendo –y, sobre todo, el temor infundado de que, en ese mismo momento, el supuesto doctor y mi adorable Rebeca estuvieran demasiado juntos-. En el cuarto folio redacté dos sonetos de Borges y el quinto lo usé para reproducir El espejo que huye, relato de Giovanni Papini. Sin omitir una coma. Lo conocía de memoria.

Tardaron más de hora y media en regresar. Para entonces ya había usado otros tres folios, dejando en ellos fragmentos dispersos de Lugones, Poe, Chéjov y Pablo Neruda, el poeta con mayúsculas, como le llamaba cariñosamente uno de mis alumnos. Morales tomó asiento frente a mí y se abismó en la lectura de mis garabatos. Mi amiga se colocó justo detrás de él, leyendo por encima de su hombro. Yo la miraba con amargura y también un poco de ira, pero ella no me prestaba atención, concentrada como estaba en la contemplación de los folios escritos. Deseé estar lejos. Aunque fuera en ese lugar al que todas las señales parecían ligar mi futuro. El “doctor” tomaba notas, subrayaba algunas palabras, hacía círculos rojos alrededor de párrafos enteros. Yo esperaba el veredicto sin interés. La voz de Morales pronunció el nombre como una sentencia. Al oírlo, el rostro de Rebeca resplandeció, o eso creí ver. Fue sólo un chispazo, pero esa sonrisa borró de un plumazo mi malhumor. Caminamos charlando hasta un hotel. El conserje nos recibió con suma amabilidad. Hubo suerte (sin duda apoyada por el billete que deslicé con disimulo sobre el mostrador de recepción): Había, en efecto, dos habitaciones contiguas con puerta de comunicación interior.

En la cena me mostré encantador, conseguí que Rebeca tomase un par de copas de champán tras el postre, le prometí un nuevo viaje para la semana próxima: iríamos a ver al siguiente de su lista (a esa altura ya había confeccionado una vasta nómina de “especialistas” en asuntos esotéricos), pero la puerta de comunicación permaneció cerrada toda la noche. No dormí bien. En la madrugada, creí oír un ruido. Fui hasta la puerta con la esperanza de que ella, por fin… Traté de girar el pomo con precaución, mas no se movió ni un milímetro. Decepcionado y triste, volví a la cama y caí en un sueño entrecortado, repleto de imágenes tenebrosas. En medio de dos pesadillas, me juré terminar con todo aquello de inmediato.

En el desayuno, Rebeca me anunció que debía permanecer en la ciudad un par de días, trámites burocráticos para su madre, quien no andaba bien de salud. El viaje de vuelta fue una tortura. Me encerré en casa y juré no volver a salir en mi vida. Leí furiosamente, escuché música a un volumen que mis vecinos seguramente juzgaron excesivo, jugué al ajedrez contra un rival imaginario, ordené toda mi colección de sellos antiguos. No habían pasado tres días cuando Rebeca se presentó en mi puerta, se declaró asustada ante mi aspecto, me obligó a tomar una ducha, afeitarme, vestirme “decentemente” y acompañarla a un sitio. “Es una sorpresa” dijo. Esa energía suya siempre me desarma, así que obedecí. Sin la menor objeción.

Todos padecemos adicciones. Sean graves o insignificantes, nos acompañan a lo largo de nuestra vida y, a veces, ni las percibimos. Puede ser el alcohol, las drogas, el sexo, el ego –la más común y menos diagnosticada-, el chocolate o las bebidas dulces. En esa ocasión, mientras íbamos hacia Trelew, para visitar a un experto en ornitomancia (observación de las aves), descubrí que la adicción de Rebeca eran los gabinetes esotéricos. Y me arrastraba tras ella como a un perrito, con la excusa de hacerme un favor: era yo quien necesitaba “consejo espiritual”. El asunto resultaba muy extraño –no voy a negar lo evidente-, y mi curiosidad crecía con cada nueva respuesta afirmativa. Pero ¿quién necesita conocer el futuro? Bastante tenemos con soportar el peso del pasado y vivir lo mejor posible el presente.

En Corrientes fue la enomancia (lectura de símbolos en el vino).

En Mendoza la numerología.

En Luján, la sicomancia, que utiliza hojas.

Fueron semanas de viajes, escenas sacadas de películas en blanco y negro, habitaciones contiguas pero siempre separadas y esperanzas renovadas por la mañana, que veía arder cada noche en el fuego glacial de la soledad. La boca de Rebeca era una promesa eternamente pospuesta. Y el dinero empezaba a menguar de forma alarmante.

En Bahía Blanca, botanomancia (como se deduce del nombre, usa las plantas).

Xilomancia (madera) en Paraná.

Aluromancia (adivinación practicada con harina) en Junín.

Se ha dicho que la locura es hacer siempre lo mismo esperando un resultado distinto. Nosotros hacíamos justo lo contrario: Probar diferentes medios y obtener un mismo resultado. Llegó un momento en que ya parecía imposible la existencia de otra respuesta. Si eso hubiera sucedido, si se hubiese producido un cambio, tanto Rebeca como yo nos hubiéramos quedado atónitos y, con seguridad, hubiésemos pedido la repetición de la prueba.

Bibliomancia en Córdoba (El libro utilizado fue La Eneida, de Virgilio. Así solían hacerlo, se nos explicó, los romanos).

En Catamarca, ceromancia (se usa la cera de una vela).

Si al principio nos guiaba la búsqueda de una comprobación, ahora era más bien la esperanza del error: que en una de esas gravosas visitas, alguien pronunciase otro nombre, abriendo así una ventana a otra realidad, un agujerito minúsculo por el cual escapar de esta condena que se cernía, implacable, sobre mí.

Aeromancia (observación de los fenómenos atmosféricos) en Salta.

Tarot en Resistencia.

Al borde de la extenuación y la ruina, Rebeca insinuó una última posibilidad: En un lugar llamado La Serena, en Chile, existía un viejo cuya habilidad consistía en interpretar los signos de la arena. Tras dos horas caminando por la playa, agachándose de cuando en cuando para observar algún dibujo más de cerca, el anciano meneó la cabeza: Su dictamen fue implacable.

Era el último viaje. O más bien el penúltimo. Faltaba uno, naturalmente. Yo ya no tenía ni para gasolina. A la vuelta, vendí el auto y fui a la estación. Saqué dos pasajes para Ingeniero Williams y llamé a Rebeca, pero no obtuve respuesta. Dos días estuve telefoneando sin resultado. Fui a su casa, pero la portera sólo me informó, secamente, de su ausencia y no condescendió a dar más explicación. Me miraba con desconfianza. Pensé en contactar con la policía y denunciar su desaparición, pero algo me urgía más: Terminar con eso que me estaba calcinando por dentro. A la mañana siguiente, tomé el tren hacia Ingeniero Williams.

Hice la mayor parte del viaje dormido. O abstraído. Al llegar, bajé del vagón con un sentimiento de derrota en mi ánimo. Como si los fantasmas del pasado me hubiesen obligado a regresar. “¿Y ahora?”, me pregunté. En la estación no parecía haber nadie más, lo cual me contrarió, porque charlar dos minutos con el encargado o un viajero cualquiera, me hubiera servido para serenarme. Para sentir el suelo bajo mis pies.

Me senté en un banco, al sol. Recordé, como había venido haciendo durante esas últimas semanas, las escenas de veinte años atrás. Quise razonar que tal vez este regreso era mi expiación. Sin duda, no estaba preparado para lo que ocurrió a continuación.

De un rincón en penumbra, a mi derecha, a unos diez u once metros, surgió una voz que no pude dejar de reconocer.

- Te estaba esperando.

Pensé que se trataba de un espectro, pero el contorno del hombre de quien provenía el sonido parecía muy sólido. No podía verle el rostro (¿era realmente necesario?). Sólo el gabán, el sombrero, los zapatos. Las manos enguantadas.

- Te creía muerto – respondí, con un aplomo que no hubiera supuesto.

- He esperado mucho tiempo –dijo, como si no me hubiera oído.

- Veinte años – susurré.

- Veinte años – repitió él, como un eco acusador.

Podría excusarme alegando que lo ocurrido entonces fue accidental. Que yo no pretendía su ruina ni seducir a su mujer. Y mucho menos hacerle daño a él, a quien consideraba un buen amigo. Simplemente ocurrió así. Sólo defendía mis intereses. Eran las reglas. Pero incluso a mí, tras tanto tiempo, todo eso me sonaba a palabrería sin sentido. Había llegado la hora de la venganza y yo estaba dispuesto a dejarme matar sin una sola queja. Me parecía justo.

Fue entonces cuando percibí el perfume. Miré hacia el rincón. Tras la sombra del hombre, había otra, más pequeña, casi imposible de ver desde la zona soleada donde yo me encontraba. Y lo comprendí todo. Sin decir palabra, fijé la vista en el suelo, ante mí. Otro tren acababa de llegar. Iba en dirección contraria. Nadie bajó. Oí pasos a la derecha. Cuando miré, en el rincón no había nadie. Por un instante, aún tuve la esperanza de haber sufrido una alucinación provocada por el sol. Pero al volver la vista pude ver, como en un destello, un abrigo de mujer desapareciendo en el interior del vagón. La puerta se cerró y el tren echó a rodar sobre las vías. La estación quedó desierta. Pronto, el sol se pondría y la noche austral lo invadiría todo.

 

 

 

- Sergio Borao LLop.

-Narrador y poeta. Nacido en Mallén (Zaragoza, España) en 1960.

Miembro de Poetas del Mundo, del directorio REMES, del movimiento internacional Los Puños de la Paloma y del Club de Cronopios (Literatuya).

Colaborador habitual o esporádico en varias revistas y boletines electrónicos (Letralia, EOM, Almiar-Margen Cero, Inventiva social, Gaceta Virtual, NGC3660, El Cronista de la Red, ELFOS, Narrativas). Presente en diversas webs de contenido literario (Poesi.as, Literatuya, Cayo Mecenas, Proyecto Patrimonio, Artepoética).

Finalista en los certámenes de poesía y relatos Ciudad de Zaragoza (1990).

Seleccionado en algunas antologías de poesía y prosa en español (Versos sin bandera, El club de los relatores, Haikus desde casa, Poemas quietos, etc.).

Obra publicada: EL ALBA SIN ESPEJOS (relatos) (Literatúrame, 2013)

LA MANO EN LA PALABRA (selección y prólogo) (MediaIsla, 2015)

DESDE LAS PROFUNDIDADES (prólogo) (Black Diamond Ed. 2013)

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