*Foto de Mónica Russomanno.
XXV
Tercera mujer cerca del fuego*
Que simules
ver una mujer
cerca del fuego y que su vida sea un cuento
para dormir.
Una mujer con la lengua
llena de
lastimaduras,
ésas que
producen las palabras
deformes. Que
simules ver el Aqueronte
cerca, a sólo
un paso, el inestable color del vino en tu mirada
y en la mujer
con frío. Que simules
ver una mujer
cualquiera como las otras,
y que se te
agote la vista
ante esa cosa
oscura de los perros
que ladran a la
luna,
como si
supieran
como si la
mujer supiera
el salto del
instante. Que simules
la secreta
unción que une al fuego y las mujeres,
el cielo verde
y los hielos, o que simules
ver a la pobre
mujer de Brueghel
como virgen
etérea que apresa al unicornio.
Es tarde ya
para simulaciones,
para soñar
paraísos:
cualquier hecho
es el primero de la serie
o el último. Y
cualquier hecho
mirarlo o no
mirarlo
revela
siempre lo
mismo:
la vocación de
abismo de las cosas.
*De Liliana
Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
-Del libro “Cazadores
en la nieve”.
Buenos Aires,
La Letra Eme Ediciones, 2014.
RITO*
Celebramos
nuestro rito cada día
adorando a
nuestro dios rectangular.
Rendimos culto
a una pantalla
o a las fugaces
sombras que la habitan.
Reímos a la
hora de la risa,
lloramos cuando
el llanto es la consigna,
nos postramos
ante el último profeta
salido de las
entrañas de un showtime
y adoramos sin
mesura la sublime palabra
de modernos
predicadores con corbata
que nos hablan
de los muertos convenientes,
de los que son
noticia, de aquellos que no mueren
en oscuras
callejas o al borde de una idea,
de aquellos que
no caen de un andamio
ni llenan sus
pulmones de inmundicia
en el oscuro
fondo de una fábrica
o en los
túneles ciegos de una mina.
Pero también
esos cadáveres anónimos
que mueren día
a día sin violencia
en el turbio
corazón de la metrópoli
son una herida
en el alma de las nubes.
Yo canto por
los muertos que se miran
el rostro cada
día en los espejos;
canto sus ojos
graves, resignados,
su desencanto
crónico, su antiguo
cansancio que
no cesa.
Yo canto por
los muertos
de los que
nadie habla, los anónimos
silenciosos
fantasmas ambulantes
que no siembran
estelas ni levantan
murmullos a su
paso, los que venden
su tiempo en
una esquina, los que callan
y dejan que la
vida les aplaste
sin un grito ni
un gesto ni una lágrima.
*De Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
- Publicó “El
alba sin espejos”
*
Nos parece
mentira.
Y no.
Son tus ojos
asomando en
color sepia,
inmóviles
frente al paso
de los años,
con una
felicidad montada entre los dientes
acabada de
estrenar.
¿Son tus ojos?
¿Qué mirabas,
hacia dónde,
qué buscabas
con los ojos
ardidos de inocencia?
¿De qué reías,
ingenua,
qué mundos
merecías
conocer por el privilegio
de ser buena?
Quema mirar
atrás.
Quema
como si fuera a
hacerme de sal.
Nos parece
mentira.
Y no.
Ojalá lo fuera.
*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
DESAUTORREALIZACIÓN*
A punto de ser
yo mismo
sentí un miedo
atroz.
Desde entonces
pretendo ser el
yo
del otro que no
cuestiona.
*De Daniel Montoly. danielmontoly@yahoo.es
*
Me pregunto si
sos
una suma de
recuerdos,
de pasado sobre
pasado de manera continua
hasta llegar al
presente
como punta del
iceberg de todo lo vivido
o si más bien
sos
la irrupción en
mi memoria
de ciertos
momentos puntuales
que surgen sin
avisar
pero que están
escondidos siempre,
como pequeñas
piedritas
que sostienen
todo un mundo.
(De Seres
pequeños)
A Leteo*
*de Melisa Mauriño.
Ciertas noches de luna oscura
deslizo una cuchilla sin filo
a través de la fría piel
de un río cuyo nombre
he olvidado
cuando llego
al otro lado de la serpiente
de agua imperturbable
afilo mi cuchilla sin filo
contra una piedra
tan lisa
como una lápida fresca
hasta que saltan chispas
o insectos o lágrimas
hundo mis dedos
en carne tibia y digo
“los animales
de la oscuridad
no deben buscar la luz
aunque a todos
nos sienta bien morir
abrasados, una vez”
cuando la lumbre calla
o el aleteo
se hunde crepitando
en la oscuridad
oigo el murmullo de los sauces
como si supieran
que me hamaqué en sus ramas
y me acaricié
con sus hojas la pena
tomo el filo cegador
entre las manos, sangro
apenas un signo sobre la piedra
los insectos estrellados
en mi almohada
o mi nuca
que golpea contra ella
hasta estallar
en sueños breves
para cuando amanece
estoy tan blanca
a orillas del saucedal
con las alas mojadas
las uñas rotas
la mirada perpleja
de haber estado envuelta
por muchos siglos
en la placenta de la noche
despierto y soy temblor
debajo de la mano abierta
del sol
que descubre a un paso
la piedra partida, la almohada
cortada en dos hemisferios
y el espanto
en la corriente que fluye
mientras los peces
anclados al lecho
un sueño de muerte
donde no hay puertas
ni ventanas
*Poema
incluido en La piel de la oruga
(Viajero Insomne, 2016)
-Melisa Mauriño
nació en la provincia de Buenos Aires el 13 de diciembre de 1985. Es Licenciada
en Psicología egresada de la UBA. Hizo su Residencia en Psicología Clínica en
el PRIM Hurlingham y actualmente es residente de la Residencia post-básica
interdisciplinaria en Cuidados Paliativos en el hospital “Dr. Enrique Tornú” y
docente en la Universidad Favaloro. Escribe poesía y narrativa. Ganó el primer
premio del 1er. Concurso Nacional de Poesía Viajero Insomne 2015 con su primer
libro “La piel de la oruga” (Viajero Insomne, 2016).
LA ESCRIBIENTE*
La Leo es la
viejita siempre niña, una ancianita que las convulsiones infantiles fijaron
eternamente en unos siete años inmóviles de picardía en los ojitos pequeños,
siete años de cabecita rizada y risa y llanto fácil.
Llora cuando
recuerda a la mamá, que la acompañó en el geriátrico hasta los cien años pero
se fue un día, el año pasado, y la dejó solita. Se ríe cuando alguna cosa le
hace gracia, y entonces gorjea y cloquea y se dice a sí misma “esta Leo, esta
Leo”, la frase que otros le prodigaron a lo largo de sus más de siete décadas
de vida.
Y la Leo
escribe. Escribe, trabajosa y concentradamente. Escribe en su mesa, ajena a las
visitas de los otros, o a los compañeros de vejez, tan próximos y a la vez tan
lejanos, que se marchitan a su alrededor y ya renunciaron a la esperanza. Ella
escribe porque la niñez no renuncia a la esperanza. La Leo escribe con las
manitas de dedos cortos, y cada tanto se levanta con pasos bamboleantes a
mostrar cómo escribió allá debajo del punto cruz con lapicera “Leonor Taborda”.
A veces copia palabras de libros o revistas. Y esconde las letras debajo de
enmarañadas líneas en negro, azul, verde. Otras veces, escribe cartas. Cartas
donde cuenta que se murió la mamá, que se murió el hermano, que en su
cumpleaños esperó que fuesen a visitarla para tomar té o mate con bombilla, y
no fueron. Son cartas de palabras inconexas en las que alguna vez se adivinan
frases pero en las que siempre se comprende el llamado, la esperanza de que
sirvan de señal luminosa para que algún lejano barco se acerque a su naufragio.
Las cartas
ocupan carillas de papeles doblados torpemente. Cuántas cartas, me pregunto,
cuántas cartas a esos destinatarios que hace sesenta años fueron niños que su
mamá recibía como alumnos particulares en la casa. Y que ahora son también
ancianos o que han muerto en lejanas camas y ciudades distantes.
Ella recuerda
bíblicas genealogías, recita los nombres de los ausentes, el nombre de los
padres y de sus hijos. En su universo infantil siempre se han de nombrar padres
e hijos, y los recuerda a todos. La dirección que indica es “Calchaquí”, “Santo
Tomé”, alguna vez el nombre de una calle o el lugar preciso: enfrente de la
farmacia, justo en la esquina.
Padres e hijos
en una topografía de peatón o de vecino. La vida sencilla, los mapas de la
infancia, las décadas superpuestas y las cartas que nunca llegarán a los
difuntos o los que hace mil años tomaron otros rumbos o se diluyeron en una
Historia que sepulta las historias.
La Leo escribe,
y entre las palabras indescifrables anota bien clarito “Salta 3534”, para
intentar forzar al destino de soledad con su correcto remitente en “Las
diamelas”. “Mamá murió”, y otra vez recuadrado en un trazo temblequeante mamá murió. Hay que contar la noticia.
Vengan, escriban. Estoy sola. Los niños del segundo grado de hace sesenta años,
los fantasmas, los médicos que la atendieron cuando era pequeña y aprendió a
cocinar carbonada. Vengan.
Y escribe las
cartas para la legión de ausentes que pueblan su memoria exacta con precisiones
ingenuas “fue a las cuatro de la tarde, un jueves”. “Llovía”.
Escribe y agota
lapiceras, gasta lápices de colores, alegra los renglones con fibras. La Leo
escribe al universo, tiende puentes de papel y tiempo elástico. Tiene fe en
esos emisarios que dejamos las cartas en cajones, sobre las repisas, cree en la
eficiencia de esos extraños devenidos en correos que finalmente desechan las
misivas con los residuos cotidianos y los objetos inútiles.
Y yo escribo
sobre la Leo para tender puentes de palabras en un universo indiferente, para
darle pelea al tiempo, para enviar una señal luminosa que atraiga barcos a su
naufragio, a mi naufragio. Pero yo, ingenua Leonor, yo no tengo fe en emisarios
ni en misivas. Yo, afortunada Leonor, yo desde mi adulta tristeza percibo la
ferocidad de las distancias y la temible ausencia de los destinatarios. Yo,
mientras escribo, te veo en tu silla afanándote en tus cartas y, como siempre,
envidio la pueril, maravillosa felicidad de los creyentes.
*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
*
Definitivo
el Otoño
gira hacia el rincón
de los árboles
hacia esa gramilla
incendiada
ese inminente silencio
que seguirá
a los bramantes insectos.
Nada quedará
apenas la luna asome
su cara de queso redondo
tras las hojas del pino más alto.
Y yo, caminaré
de regreso a la casa
pensando
en la inquietud
de tu ausencia.
*De Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar
-Un inédito-
LUCIA LOPEZ*
“Si no son como niños, no entraran en el reino de
los cielos”.
Historia de vida
5 de Junio de
2011: ha fallecido Lucia López, residente de una institución para personas con
discapacidad de la Iglesia Católica, y a mucha gente aunque parezca raro, no le
está resultando fácil imaginarse cómo vivir en un mundo sin ella. Había
ingresado a los 12 años de edad. Cuando murió tenía 78.
¿Cómo
transmitir a los que no la conocieron, quien era Lucia y cómo era Lucia? Mi conocimiento de ella, personalmente, tuvo
varias etapas.
Primera Etapa:
Lucia tenía una discapacidad que le impedía mover sus brazos y sus piernas.
Cuando pequeña, en su casa del Tigre, se arrastraba sentada en una lona de
arpillera. Lo primero que uno percibía cuando se acercaba a ella., era una amable señorita ya entrada en la tercera edad,
cordial, medida, de sonrisa muy fácil, casi jovial, de mirada chispeante,
alegre.
Era una persona
sumamente sociable, muy solidaria con sus compañeras y auxiliares,
siempre activa
a través de sus posibilidades (pintaba mantelitos con la boca), generadora constante de climas agradables, siempre
disfrutando del encuentro con los demás, atenta a las necesidades del otro, muy
cuidadosa en el trato, caía rápidamente simpática. .Siempre era agradable estar
a su lado. Pese a sus años y su rostro
arrugado, había en ella algo de un porte juvenil, optimista, alegre, que
llamaba la atención. Era, entre sus compañeras de rosario, mate y trabajo, la
líder que las organizaba y armonizaba. Ellas siempre la seguían, y cuando Lucia
estaba enferma, su pieza era el punto de reunión donde todas iban a tomar mate.
Un sacerdote amigo le hacía bromas siempre diciéndoles “Lucia y su pandilla“.
Era muy buena con sus compañeras, y, como es sabido, no hacia diferencias entre
ellas. Era un persona autentica y genuinamente religiosa. Siempre colaboraba en las tareas del Hogar,
que conocía en detalle, y en el suministro de medicación, y era la mano derecha
de las hermanas nuevas, a quienes guiaba y orientaba.
Nunca la vimos
de mal humor, nunca con el ceño fruncido ni enojada.
Yo,
personalmente, nunca la vi triste, aunque con el tiempo me entere de que tenía
sus grandes tristezas, que la habían
hecho sufrir mucho.
Una auxiliar
que la conoció durante 30 años, nos dice con honda nostalgia pero también con fresca y actual emoción: “la extrañé, y la sigo extrañando”. Un señor cuya familia siempre la llevaba a su
casa, nos dice: “Vamos al hogar, y falta
ella,…falta, falta, es como si faltara la mano derecha del hogar”. Otro: “Lo que siempre me ponía bien, es que Lucia
siempre decía que nosotros éramos su familia”.
Siempre la
vimos serena, incluso en una ocasión en que una hermana inexperta la acuso
injustamente de algo, situación nada fácil, ella se mantuvo equilibrada, mansa
y pacífica. Tuve la oportunidad de poder
conocerla más a fondo a partir de que armamos un grupo de lectura y escritura,
por un pedido suyo. El grupo se mantuvo durante más de 12 años, cohesionado,
activo, siempre interesante y alegre. Ella, rara vez se olvidó de darme un regalo
en su nombre y en el de sus compañeras cuando era mi cumpleaños.
Mi conocimiento
de Lucia se profundizo de un modo un tanto sorprendente, y aconteció luego de
su velatorio. (2 etapa) Iban caminando delante mío dos señores de clase media,
y de pronto, uno le dice al otro: “A mi, Lucia me transformó la vida”. Y el
otro le responde para mi sorpresa, “A nosotros también”. Eran miembros de dos
familias que solían sacar a Lucia a pasear. Me quede impactado. Todos queríamos
a Lucia., pero no me hubiera imaginado, lo confieso, que Lucia pudiera tener
una influencia tan poderosa sobre gente
ya madura, hecha y derecha en la vida, y de quienes la separaba un abismo
educativo y cultural. Cómo hacía Lucia. ? Qué hacía Lucia? Repetí esta
experiencia varias veces hablando con
gente que la había conocido. Cualquiera
hubiera pensado que en realidad, la
beneficiada era ella, por un “acto de caridad” de esa gente, pero algo
decía a las claras que la situación era un poco más compleja. Como pudo Lucia
con su estilo sencillísimo y modesto, con sus límites sociales, culturales, de
lenguaje incluso, conmover la vida de
estas personas? David derribando a
Goliat? Pero, donde escondía Lucia su honda? (Uno no puede evitar pensar
instantáneamente en la historia de San Antonio María Vianney, el santo cura de
Ars., también limitado intelectualmente, lo cual no fue obstáculo para su
santidad).
Mi conocimiento
de Lucia como profesional continuó profundizándose con la aparición
providencial de tres libretitas que la encargada de su hogar encontró entre su
ropa. (3 etapa) Aquí me encontré con una faceta de Lucia que no me había
imaginado. Lo que estaba allí escrito me permitió conocerla desde una dimensión
impensada. Fue como ver detrás de un hermoso tapiz, el complejo entramado de
hilos que producían su belleza.
Leo entre sus
pensamientos: (transcribo la redacción tal como ella la escribió).
“En el año 1984 más o menos por la mitad del año me
sentí muy mal, yo no sé si el señor me está probando o soy yo la soberbia, tal
vez prueba mi amor por Jesús y la Virgen, así que aunque se me venga un
ejército yo no tengo que fallar, tengo que seguir adelante. (Lucia en este
momento tenía 51 años).
”A principios del año 1985 lo pase otra vez mal,
pero muy mal, yo no sabía qué hacer, ya no quería vivir más, quería irme del
Hogar, para dar catequesis a los niños pobres y mostrar a Dios a quienes no lo
conocen.”
“Querido Jesús: estoy triste, desanimada por
completo,….siempre estoy sola….sufro mucho”. ( sin fecha).
Otro: “Hoy estuve muy triste, y me dolió pensar qué
triste es mi vida, pero también tengo días lindos, con alegría, y otros
tristes, pero debo estar siempre contenta, porque a pesar de que estoy enferma
, tengo la gracia de Dios, y ahora que estoy grande siento la vocación de
entregarme a los demás”.
12 abril 1986: (“Para mi hacer los votos fue un
cambio total, una gracia enorme. Yo como enferma pensaba que era una cosa
imposible, pero me di cuenta de que para
Dios no hay nada imposible”.)
“Jesús mío, yo quiero estar junto a vos para
colmarte los dolores que sufrís por nuestras faltas. Mis dolores no son nada”.
(Sin fecha).
Sus reflexiones
van pasando del querer cuidar y amar “a los pobres” en general, a querer
atender a sus compañeras discapacitadas, Siente que Jesús está en ellas, siente
que su misión y sentido de la vida está allí. Pasa de una suerte de “idealismo
adolescente” a un realismo adulto y maduro.
Continúa: “Cuando tenemos una enfermita difícil no
sabemos cómo sacárnosla de encima, y decimos “Es loca, es para el manicomio”,
pero nosotras, rezamos por esa persona? Tal vez Dios nos quiere probar por
medio de esa persona, para ver si sabemos practicar la paciencia, si podemos
mejorarla por medio de nuestro cariño y amor y
hacernos así santas”.
Resulta
sorprendente leer todo esto. Vemos como Lucia va adquiriendo a medida que
madura, una mirada sobre el mundo, sobre la vida, y sobre Dios, que la va
transformando.
Aquí la
pregunta es: ¿Cómo se produjo un cambio tan grande en ella? Que misterioso puente unió a la Lucia sufriente, con la Lucia serena, entregada y
atenta al sufrimiento de los demás,
olvidada de si misma, tranquila y feliz? Que une a la Lucia enferma, (según ella se nombra) con
la Lucia consagrada a la enfermedad de los demás? Como logró recorrer tan
accidentado y difícil camino, encontrando en él fuerzas y claridad? Pensamos que se fue identificando con el amor
genuino de muchos de los que la rodeaban y cuidaban, y que fue absorbiendo desde su nivel de comprensión, las
verdades de su Religión. (“Yo de la hermana Margarita puedo decir que fue una
madre, y con su dulzura me corregía, Yo veía la paciencia que me tenía, era muy
amable y caritativa. Ella parecía muy severa, pero era porque yo no la conocía
bien. Con su dulzura hacía que se me pasaran todas las angustias”).
Una anécdota de
sus comienzos en la institución, que ella misma nos contó, nos permite dimensionar la magnitud del cambio: cuando
venían visitas, ella, avergonzada, huía hacia el fondo, hacia los baños, y se
escondía allí, dispuesta a no salir, hasta que esa visita se fuera. El peso de
su cuerpo dañado, distinto, le resultaba aplastante, inaceptable, imposible de
abordar, ni de pensar. Un sacerdote que acostumbraba a sacar a pasear a los residentes, hacía lo
siguiente: Se paraba en la otra punta, y le decía “Lucia !!! si no salís, yo me
voy a quedar parado acá toda la tarde hasta que vos salgas !” Y así lograba que
Lucia fuera de paseo con todos los demás.
Años después,
vemos operado en ella, un giro copernicano, su cuerpo ya no le pesa, no se
queja ni está deprimida, se siente valiosa y cómoda, adquiere vínculos, los
cultiva y conserva, atiende a los que están más necesitados que ella, se maneja
con una gran fluidez social.
Lucia había
realizado un profundo y genuino camino espiritual, con absoluta seriedad y absoluta y confiada entrega. Y a la
par, una valiosa elaboración psíquica de
sus carencias. Vemos aquí parte del hondo entramado entre lo psíquico y lo espiritual. En el silencio de su modestísima condición,
asumió y aceptó el dolor, y se lanzó, firme y decidida, con los brazos abiertos
hacia Dios y hacia los demás. Comprendió el sentido del dolor en la vida humana
sin necesidad de profundas conceptualizaciones,
y descubrió la forma de superarlo: ir hacia los demás, encontrarle un
sentido. Lo que muchas personas más inteligentes que ella no logran,
naufragando en el dolor, o en el sin sentido, o en el miedo o las dudas, ella
lo concretó ejemplarmente. Entregándose con total generosidad y confianza, transformó,
no solo la realidad de los demás a su alrededor, siendo un profundo factor de
bienestar y de calidad de vida para los otros, (no sólo pares, sino también
empleadas, hermanas, profesionales, etc.) sino también su propia realidad, y
así, encontró la Paz y un mayor bienestar ella misma. Aunque parezca una
paradoja, Lucia creyó en su fe.
Finalizo con el
comentario de un residente que conocía bastante a Lucia “Que como era lucia
?....Lucia era… (Vacila)……….era como un niño,………en el sentido de que era una
persona muy ingenua,….. quiero decir….tenía
el candor y la inocencia de un niño……uno
no se podía imaginar a Lucia haciéndole daño a nadie”
”Si no son como niños, no entraran en el reino de los
cielos”, nos resuena enseguida en la mente. Creo que con pocas
palabras, no se podría haber dicho algo
más rico y bello sobre Lucia. El candor y la inocencia son el patrimonio
esencial de las almas puras, así como la distancia respecto al mal.
*Lic. Marcelo Trebucq. marcelo.trebucq@gmail.com
-Psicoanalista-
Una casa sin espejos*
Habitábamos en
el silencio infausto
de las endebles
siluetas de la aurora.
Y en la fatal
indiferencia cotidiana
de una
envejecida casa sin espejos.
En el devenir
de la incierta mañana,
descubrí la
presencia de tus manos.
Los rayos del
sol lamian tu cuerpo,
y levemente se
vertían en tu interior.
Residíamos en
el vértice desgastado
de un enorme y
vacío reloj de arena,
y en el prólogo
de los libros nuevos
olvidados en el
ensueño de las sillas.
Observé a
cierta jornada de tu boca,
hiedras
impropias y cangrejos rojos
y unos pasos
más allá de tu sonrisa
unas ramas
muertas o raíces viejas.
Fuimos
pasajeros de otras memorias
otras caricias
devolvíamos al tiempo.
En la
incorrecta indolencia rutinaria
de una
envejecida casa sin espejos.
*De Jorge Lacuadra. jorgelacuadra@hotmail.com
- 2017-
*
Las orillas aparecen para dejar registro. Como si
no hubiera caminos detrás de nosotros. Como si la muerte no se llevara todo
límite y toda apuesta. Pero persisten. Orillas para decir qué hay del otro lado
del artificio. Orillas para dejar fecha sin partirnos en dos.
*De Valeria Cervero. valecervero@hotmail.com
InvenTREN
PRIMER ÚLTIMO TREN. EL TREN*
El tren no se
detiene jamás, por el fuera las cosas carecen de realidad. Sólo hay aquí el
ritmo de los sacudones constantes que ya no se sienten, el ruido que forma un
continuo, el olor de los vagones y la gente sentada eternamente, comiendo de
envoltorios que terminan arrugados en los pasillos.
Yo camino
buscando ese cine móvil, que se mueve porque el tren se mueve y se mueve porque
sorprendentemente aparece a diferentes distancias de la locomotora, que, como
el vagón de cola, son los hitos inmóviles que a la vez se desplazan.
Encuentro la
puerta que comunica con la oscuridad. La película de ahora es japonesa. Ya ha
comenzado, jamás logro ver los títulos de inicio, siempre los finales.
Hay gente en un
enorme edificio rodeado por el otoño. Los jardines son memorables, tienen esa sutileza
oriental en el dibujo de las ramas tenues sobre cielos blancos.
Las personas,
lo adivino después, están muertas. Han llegado a un lugar de tránsito donde
deben escoger un instante, el instante más feliz que hayan vivido, para pasar
en él la eternidad. Tienen un tiempo para hacerlo.
Los vemos
recordar, buscar, debatirse entre instantes afortunados. Hay quien fue un
mujeriego desapegado, pero decide que la eternidad será un momento con su
familia. Hay el joven desdichado que no puede recordar un solo momento de
felicidad plena, pero descubre que puede pasar la eternidad en el recuerdo
dichoso de otra persona, esa otra afortunada persona que fue feliz gracias a
él. Y hay una ancianita.
Hay una
ancianita, una viejita que no escucha lo que le dicen, que no responde, que en
un momento hace callar a su instructor para poder oír el bello canto de un
pájaro que llega por la ventana. Ancianita japonesa, minúscula viejita de manos
de niña, levanta el dedito y señala la ventana, para que el joven calle y se dibuje
en amarillo el trino que llega de afuera. Recoge piedritas en el jardín, y las
coloca sobre el escritorio notando la belleza de esas simples piedras tan poco
valiosas para la mirada del hombre que la estudia con aire preocupado.
Y el hombre
estudia a la ancianita, a la minúscula viejita de rostro de muñeca cuarteada,
hasta que descubre lo evidente. Dice que pensó que sería la más difícil, y es,
en cambio, la más simple. Ella ya ha escogido en qué lugar pasar la eternidad.
Lo ha escogido desde antes de morir. Como casi todos, se ha vuelto a la
infancia, donde la absoluta y plena felicidad es posible.
Y dónde, me
pregunto, adónde elegiría, yo, detener el tiempo para siempre. En qué lugar, me
pregunto, pasaría yo la eternidad. Cuándo fue el momento de felicidad que
desearía proyectar en el presente absoluto, futuro y pasado fundidos en un
único instante continuo.
El tren se
aleja, o se acerca. El tren sigue su marcha traqueteante por la llanura
mientras pienso esto, sentada yo en una butaca de un vagón en penumbras.
Me sobresalta
la carcajada de Oliver Reed, que ha muerto; la sonora carcajada de Oliver Reed
que ha vuelto hacia atrás la cabeza, me mira con fijeza y súbitamente,
bruscamente, brinda por mí bebiendo del pico de su eterna botella siempre
llena.
*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Provincial:
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POLVAREDAS. JUAN ATUCHA. JUAN TRONCONI.
CARLOS BEGUERIE.
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A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR
UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO. ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ. J. R. MORENO.
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***
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