miércoles, noviembre 15, 2017

¿ALGÚN TIEMPO NUEVO CON AGUJAS QUE GIRARAN AL REVÉS?







POEMA CINCO*



*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com





Hubo también en vida de Alicia reuniones sociales, tés
de locos,

cumpleaños de nadie destinados a no festejar nada,

liebre de marzo y sombrerero comiendo pan con
manteca,

lirones que soñaban con hermanas ciegas en pozos
para dibujar vacíos.

Y todo parecía posible.

Que llorara el niño sin dolor.

Que sonaran flautas detrás de la ventana.

Que la jarrita de leche se volcara en la taza y no en el
plato.

Que no metieran el lirón en la tetera
ni en la sopa.

Había adivinanzas, remiendos de luna roja sobre el
patio de las muertes.

Había formas de matar el tiempo y arrancarle las
tripas sobre las macetas de malvones

o sobre la alfombra.


                                                                 Pero, ¿no habría alguien
                                                      en alguna parte?

                                                                                                                                              ¿Algún tiempo nuevo con
                                                                    agujas que giraran al revés?

                                                                   ¿Algún cielo que no fuera en
                                   ruinas?

                                                             ¿Alguna luz en el armario
                                        sin heridas?



Ir a ninguna parte es lo mejor.

No ir.

Ni siquiera abrir

la puerta del árbol.



                                                  En una libreta

                                         persisten

                                          los nombres

                                    del olvido.

                                        En una agenda

                                           las oportunidades

                               del fracaso.

                                                   Y sin embargo la otra vez,

                               esta que sigue,

                               siempre la otra,

               la otra,

            la otra.



¿No llorará el niño sin dolor?

¿No sonarán flautas detrás de la ventana?

¿No se detendrá el tiempo

en el instante

como la traslúcida luz


                                                               de un Dios que viene

                                                                 desde alguna parte?





*( De "Wonderland"  de Liliana Díaz Mindurry,  libro que será reeditado por Ediciones del Dock, Colección Pez Náufrago" y se presentará el 22 de noviembre en La Paz Arriba, a las 19, Montevideo 421, Ciudad Autónoma de Buenos Aires)









¿ALGÚN TIEMPO NUEVO CON AGUJAS QUE GIRARAN AL REVÉS?










Recuerdo*



Atardecía. Se asomó por la ventana y observó a un niño cruzar el parque y dirigirse a la fuente. Recordó una tarde muy parecida, muchos años atrás, en
ese mismo parque, cuando era niño y jugaba hasta el anochecer. Siguió observando al niño y encontró algo familiar en él: quizás la gorra, la playera roja, los tenis. El niño se volvió y dirigió la mirada a la ventana desde donde era observado. En ese instante ambos desaparecieron.


           
*De Alejandro Badillo. badillo.alejandro@gmail.com

-Texto incluido en “El caso Max Power y otros cuentos”,  publicado por Aurora Boreal.















Hormigas*



San Vicente, enero de 1977



Las hormigas lo perseguían hasta en los sueños. Rodolfo ya no sabía qué hacer con ellas, avanzaban silenciosas, multitudinarias. Una noche llegó a soñar que, yendo al almacén, se encontraba con una gigantesca. La hormiga le arrebataba el carrito de los mandados y le daba dos cachetazos. Se despertó transpirado, y cuando se pasó las manos por la cara, ya sentado en la cama, sintió que tenía lágrimas en los ojos. Se levantó al baño dando tumbos, se lavó la cara y volvió al dormitorio. Intentó recuperar el sueño. Ya no pudo. A la mañana siguiente entre mate y mate se lo contó riéndose a Lilia, ella lo escuchó atenta.

─ ¿Qué te parece que hagamos?─  le preguntó.

─ Seguí buscando el libro de Maeterlink, de ahí vamos a sacar la información que necesitamos─ dijo él.

─Estuve preguntando, hasta ahora nadie lo tiene. Mañana cuando vuelva a Buenos Aires averiguo en otras librerías.

A Rodolfo lo obsesionaba ese libro donde se hablaba de la vida de las hormigas. Desde que por primera vez había visto una fila avanzando en un surco perfecto en el medio del terreno donde estaba la casita, insistía en conseguir ese libro.
La tarde que las había visto fue apenas unos días después de llegar a San Vicente. Se había acordado de su padre y el campo. Él habría tenido unos siete años y estaban en el jardín de la casa donde vivían, en Choele Choel. Mirá Rodolfo este es uno de nuestros peores enemigos, peor que los del banco, había dicho su papá y se había echado a reír con una mueca, un gesto que subrayaba la ironía. ¿Sabés lo que le hacen a los ranchos? Mientras vos te creés que son  hormiguitas inofensivas, ellas se vuelven miles, cuando te querés dar cuenta se metieron en tu casa y ya no las podés sacar más. Más de un gaucho ha tenido que dejar su casa transformada en tapera escapando de las hormigas. No hay que dejarlas, apenas las ves, hay que matarlas.
Tantos años y no se olvidaba. La imagen de lo que podrían hacer las hormigas en el terrenito de la casa que había podido conseguir con Lilia, no era algo de lo que pudiera reírse aunque delante de ella lo intentara.
Había elegido San Vicente cuando ya no pudieron volver al Delta de Tigre. Habían  dado vuelta todo. No quedaba nada sano. Entonces no tuvo más remedio que seguir con lo que él llamó su expedición al sur. Se sentaban con Lilia frente a un mapa abierto de la provincia de Buenos Aires buscando el camino.
─ Nos sacaron el río pero nos quedan las lagunas, mirá─ le decía a Lilia señalando el mapa─ Buenos Aires está llena de lagunas.
Así habían llegado una tarde de diciembre. Bajaron del tren y fueron directo a la inmobiliaria del pueblo. Rodolfo llevaba los clasificados con esa casa marcada. Apenas estuvieron frente al lugar supo que no se habían equivocado. Unos días después de la llegada, a pesar de la falta de luz eléctrica, y de tener pisos de ladrillos y paredes de adobe, la máquina de escribir tenía su lugar sobre la mesa y sus papeles a los pies de la cama. Los libros que lo acompañaban descansaban por los rincones, esperando el turno de ser leídos. Cuando había que comer o dormir las cosas encontraban otro lugar. Estaban cómodos.

Ahora, un mes después de ese primer día, el sol empezaba a caer en un atardecer caluroso. Tenía que levantarse de la máquina de escribir para preparar los faroles. Una vez que encendió los cuatro que usaban dentro de la casa, buscó un cigarrillo y salió a la vereda a ver si ya volvía Lilia en el tren de las siete y veinte.  Mientras fumaba pensó que ojalá ella hubiese encontrado el libro. En ese momento pasó un vecino. Lo saludó como cada día que se cruzaban, desde que él había llegado ahí como un profesor de inglés retirado. Escuchó a su vecino llamarlo Beto, ese nombre que ya había sido su escudo protector en otro tiempo. Le dejó una pregunta flotando en el aire ¿cuántos nombres había tenido en cincuenta años? ¿Cuántas personas habían sido?
El hombre siguió por la vereda y Rodolfo exhaló una bocanada de humo. No hubo tiempo de pensar en las respuestas. Miró la calle por la que ahora venía caminando Lilia a unas dos cuadras. Dio la última pitada, tiró la colilla del cigarrillo y caminó hacia ella. Cuando llegó a su encuentro la saludó con un beso y le preguntó cómo le había ido.

─ Si te referís al libro de Maeterlink, no lo conseguí.

─ Lo demás.

─ Todo bien, sin novedades─ dijo ella y siguieron caminando hasta la casa.

Llegaron y pusieron las bolsas con la comida sobre la cama porque la mesa todavía tenía los papeles y la máquina de escribir. Él le pidió ir al fondo a ver qué hacían con las mierdas esas. ¿Te parece, ahora? Había intentado ella. Sí, ahora, vamos a verlas, les eché el veneno nuevo que me dio el ferretero, vamos a ver si sirvió. Cada uno con un farol en la mano salieron al jardín.
Dos pasos más allá de la puerta de la casa ya se veían los pequeños surcos que se abrían formando un abanico. Vieron el ir y venir de las hormigas. Siguieron una de  las filas hasta llegar al hormiguero y ver cómo estaba. Ojalá se hayan reventado todas, dijo Rodolfo. Aunque la vitalidad de las hormigas que recorrían los caminos le confirmaban lo contrario. Encontró un palo tirado, si no se murieron, les doy con esto, miró a Lilia y movió el palo en el aire, amenazante. El final del camino de las hormigas coincidía con un costado de la casa para el que Rodolfo tenía planes: el hormiguero estaba justo donde él pensaba simular un galponcito con cuatro chapas, con una boca en el piso que se abriría como túnel en caso de emergencia. Si los milicos llegaban a reventar la casa, Lilia y él tendrían una vía de escape.
El veneno no había funcionado. Dejó caer el palo y apoyó su farol en el piso. Fue un quedarse mudo, con la mirada fija en el volcán de hormigas que Lilia iluminaba.

A la mañana siguiente se despertó apenas sintió el sol que se metía por la ventana, no había cortinas, lo había visto como una ventaja, no necesitaban despertador. Era sábado y Lilia podía seguir durmiendo. Se levantó y puso la pava a fuego. Tenía que seguir escribiendo la carta, faltaban tres meses para el primer aniversario del golpe, tenía doce semanas para escribir y corregir todo lo que hacía tanto le daba vueltas adentro, una realidad apenas creíble. No esperó a que el agua estuviera a punto, se sentó frente a la máquina de escribir que del suelo subió a la mesa.
El repiqueteo incesante no logró despertar a su mujer. Buscó una carpeta que había dejado en la silla, busco anotaciones, las leyó, volvió a sentarse. El silbido de la pava indicando que el agua ya no servía para tomar mate no logró frenarlo.
La carta iba a marcar su vida, lo sospechaba. No sería sin consecuencias. Tendrían que volver a mudarse, seguir hacia el sur. Pensaba en eso mientras escribía pero un impulso más fuerte que todo el dolor que había sentido lo empujaba a seguir. Pensó en su hija, en Viqui, resistiendo con su risa y su camisón sobre la terraza metralleta en mano. Borró el recuerdo que había construido gracias a los dichos de otro. Si no lograba mantener la angustia a raya no iba a poder seguir. Se secó una lágrima impertinente y se levantó por fin a apagar el fuego.

Esa noche Lilia lavaba los platos de la cena de espaldas a Rodolfo. Se secó las manos en el repasador y se acercó a la mesa, pequeño pero testigo fiel y mudo del tecleo incesante de la máquina de escribir.

─ ¿Terminaste?

Por toda respuesta él la tomó por la cintura y le dio un beso en los labios. Ella lo dejó hacer. Los dos volvieron a mirar sobre la mesa. Cinco copias de la misma carta descansaban allí.

─ Es la primera versión, tendría que seguirla revisando y agregar algunas cosas, datos que me faltan.

─ ¿Y qué va a pasar cuando esté lista?

─ La voy a llevar a los diarios y a algunos amigos que saben dónde entregarla

Ella se acercó a la última hoja, leyó en voz alta: Rodolfo Walsh y el número de su documento.

─ ¿Así con firma? ¿Estás seguro?

El notó el arrepentimiento en su mirada. La conocía bastante como para saber que hubiese querido no preguntar. Se le escapó.

─ Sí.

Lilia aguantó las lágrimas. Él se dio cuenta, no dijo nada, carraspeó. Se dispuso a meter cada carta en su sobre, mientras Lilia se iba al baño. Tardó en salir aunque nada se oyera en el silencio de la noche él supo que ella lloraba.
Lilia salió y se encontró a Rodolfo fumando en la ventana, se acercó y lo abrazó por detrás apoyando la oreja izquierda en su espalda. Rodolfo sentía su corazón latirle apenas en un ritmo más acelerado e imaginó que ella también podía notarlo. Terminó el cigarrillo, apagó la colilla en el cenicero y se dio vuelta para abrazarla.

─ ¿Vamos a dormir? ─ preguntó él

─Vamos ─ dijo ella una vez más.





*De Victoria Mora. mvictoriamora@yahoo.com.ar



-VICTORIA MORA nació en Buenos Aires en 1979. Es psicoanalista, docente y narradora. Ha participado en jornadas y publicado trabajos entrecruzando psicoanálisis y literatura. Entre otros reconocimientos en 2012 ganó el primer premio del concurso de cuentos  de la Fiesta Nacional de las Letras de Necochea con su cuento “El último tren”. En 2013 su cuento “Herencias” resultó uno de los ganadores del Concurso del 1° de Mayo organizado por la Casa de los trabajadores de Córdoba. Fue finalista del II Concurso de cuento breve Osvaldo Soriano organizado por la facultad de Periodismo de la UNLP con su cuento “Huellas” (2014). Su microrrelato “Masacre” recibió una mención en el Concurso Provincial de Murales Literarios (2014).  En 2014 publicó su primer libro de cuentos Un mundo oscuro por editorial Llanto de mudo. Recibió la 2° Mención Especial en el Certamen Literario La Pluma Azul con el cuento “Cementerio” (2015). En 2016 fue finalista del Concurso Literario Periodismo y Terrorismo de Estado organizado por la Facultad de Periodismo de la UNLP con el cuento “Hormigas”  y una de las ganadoras del Concurso El lado oscuro del conurbano con su cuento “Basural” (Jurado Osvaldo Bayer, Vicente Zito Lema y Damián Snitfiker).  Formó parte de la Colección Pelos de Punta. Colabora con la revista digital Kundra y con el sitio de reseñas Solo Tempestad. Este año su libro Un mundo oscuro se reedita por la editorial Peces de Ciudad.













*



Y heme aquí ahora

pronunciando palabras tópicas

cuando lo que en realidad deseo

es llevarte lejos, a la soledad de las montañas

y hablar de ti y de mí y de las noches rumorosas

llenas de aves y volcanes y estremecidos aguaceros;

experimentar a tu lado la frescura de las brisas matinales,

la incomparable magia de los amaneceres pirenaicos,

explorarte en la tibia intimidad de una tienda de campaña

o besar el filo de tu piel a dos mil metros de altura,

junto a la indómita quietud de los lagos.


Y tú, mientras, ahí, al otro lado del cristal,

mirándome de a ratos y cautivándome con tu sonrisa

y respondiendo con palabras

cuando sabemos que sólo puede hablarse

con los ojos y las manos, con la piel y con la sangre.



*De Sergio Borao Llop.  sbllop@gmail.com
- 1994-















LA POESÍA Y LOS POETAS*



¿Para qué sirve un poeta?, se interrogaba Isidoro Blaisten. Según cómo se formule la pregunta, podríamos agregar que para nada. Pero el poeta es el único que no ve pasar el cadáver de su enemigo frente a su casa. Ve pasar su propio cadáver.

Ya lo escribió el gran poeta alemán Angelus Silesious tan caro a Borges: “La rosa es sin porqué”, y no puede interpretar que la belleza no tiene lugar en el mercado, suponiendo que existiera un mercado para ello. Y suponiendo que la poesía –de eso se trata— pudiera tener una definición o un fin práctico en el mundo donde todo se pignora, se canjea o se transforma en una triste mercancía.

Tenemos en las artes muchas formas de desinterés, pero ninguno tan despojado, último gramo de intemperie sin fin a la que apelaba Juan L. Ortiz y que no es otra que la poesía. Alejada de los halagos, confundida con la confesión y lo subjetivo, nadie puede vivir sin ella, aunque sea una sola vez en la vida. Aun los socarrones que la ignoran y la insultan, porque ante una mujer bella se puede decir “es un poema”, escribió Blaisten, no se dice “es una comedia festiva en un acto, es un entremés”.

¿Quiere decir lo más alto? Y si es así, ¿por qué Pedroni decía que era “un arte de bajo precio”?

La poesía es palabra en el tiempo, decía Antonio Machado. O como escribió mi amigo Juan Manuel Inchauspe: “Nosotros sabemos que el poema es un objeto hecho de palabras trabajadas a lo largo del tiempo, vividas con el cuerpo, rescatadas por la memoria”, no dice que se puede llegar a ella en tres lecciones en un taller literario al uso.

Tal vez la poesía, o mejor sin tal vez, la poesía es la palabra que se amasa con las vísceras y –como temía Blaisten—tal vez llevara a la locura, y él llegó a ser un perfecto cuentista porque no se animó a seguir escribiendo poesía. Pero de algún modo era un auténtico poeta, a juzgar por cómo trató al idioma respetando sus matices, hasta los más íntimos, hasta los más leves, hasta los más secretos.

También supo escribir: “Terca la memoria olvida. Y estoy autorizado a creer que lo obvio es la lucidez de un fantasma”.

Ya lo escribió Cesare Pavese brillantemente, para que lo supieran para siempre: “Es necesario saber que no alcanzamos nunca a ver las cosas la primera vez, sino solo en la segunda. Entonces las descubrimos y las recordamos”.

También estoy persuadido de que solo los que frecuentan los poemas de los grandes, inmensos, inalcanzables poetas de todos los tiempos son los verdaderos lectores del mundo. Los que se apoyan en la trama, en la argumentación lineal de un texto en prosa cabal nada tienen que ver con ser lector.

Nada menos que William Faulkner, entre otros grandes, puso en primerísimo plano a la poesía. Y supo escribir: “Yo empecé con la poesía, lo más perfecto, lo más sublime y fracasé. Pasé al otro género casi tan riguroso: el cuento. Fracasé. Entonces decidí ser novelista, por descarte”.
Y termino con este fragmento de las Anticonferencias de Blaisten: “Todos los poetas han ido escribiendo desde el centro del dolor. Entonces todo ser humano desde el necio al soberbio va a recordar al suicida que escribió ‘y vendrá la muerte y tendrá tus ojos’, al fusilado que dijo ‘no le tapen la cara con pañuelos para que se acostumbre a la muerte que lleva’, y al negado que una vez dijo ‘con el número dos nace la pena’”.
Para eso sirve un poeta.



*De Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar


















ENCUENTROS*


“Esa sonrisa me ha salvado de llantos y dolores”
Salvatore Quasimodo



Mi señor. Mi niño. Mi inmortal amado.
Puedo descansar ahora, en la cornisa de tus manos.
En los ojos de sapos. En las langostas.
Puedo acostarme sin miedo- en llaga viva-Aguas vivas.
Lechos de sal y ortigas . Bendecida agüita de tu cielo.
Hay una puerta única que me lleva hacia vos. Si.
Yo se, de largas lápidas. Borradas. Escondidas.
Agrios vientos y médanos oscuros.
Infancia de soledad y espinos y cirios encendidos.
Un puñal clavado en el olvido. Sementera de sangre.
Una niña, un niño. Malezas y tigres y serpientes.
Revolcarse, solos, con una conocida angustia en la garganta.
Había que perder para encontrarse. Ay, llagas en las rodillas.
Resucitar espejos oxidados y retratos casi muertos.

Había que transitar territorios de miedo.
Al final, mirando la llovizna, vos.
Y peces y frutos colorados y azulados sabores.
Briosos ángeles de la guardia. Una urgencia.
Una glorificada urgencia de la sangre subiendo en marejadas.
Perderte para hallarte, mi señor mi niño, mi inmortal amado.



*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@hotmail.com
-13 de noviembre / 17













UTOPÍA*


Una haciéndose mujer, no naciendo. Cabeza erizada de preguntas, polleras indómitas, los pechos siguiendo las lecturas como dedos, para después volcarse, volcarse, volcarse en esa isla. Una, como isla a la deriva de lo no dicho. Una siempre buscando su propia lengua en la ajena. Internándose en el amor a primera lectura, en esa isla de utopía, donde íbamos a encontrarnos en una fiesta y fue no.
¿En algún lugar del cuerpo, del tiempo, del espacio ha sido si?
Un sí que todo lo que siguió no puedo destruir. Aunque nadie lo sepa, aunque una tampoco lo sepa.
Aquí se quedan la entrañable trascendencia de tantas queridas presencias, reales y de cuento. Prendidas hacia adentro, cuerpo adentro, bien adentro, fuerza.



*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar












*


La felicidad sólo puede darse en un reino de paradoja y de ironía.


*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com







Inventren








Tren fantasma *



Hacía apenas tres días que Laurita se había mudado al campito del abuelo para transcurrir sus vacaciones estivales; y, la verdad sea dicha, ya se encontraba bastante aburrida. Pensar siquiera en las semanas que le quedaban por delante para que regresara a su casa, sólo acrecentaba su melancólico mal humor. ¿Por qué la habían castigado de esa manera sus padres, yéndose de viaje a conocer la Isla de Pascua en una segunda –y acaso vana- luna de miel, mientras ella debía padecer aquel solitario tormento? Por más que le daba vueltas y vueltas en su cabeza, a pesar de la notable inteligencia que había desarrollado para sus escasos diez años de edad, le era imposible darse una respuesta válida.

Deambulaba por los alrededores sin entusiasmarse demasiado con nada. El paisaje la fastidiaba. Extrañaba ver televisión, jugar ocasionalmente con la computadora de su hermano, encontrarse con sus amigas para escuchar música, como haría cualquier chica de su edad; o simplemente permanecer en su casa, escribiendo en su diario. Aquí, en cambio, todo obtenía un carácter soporífero. Por más que le fascinara la lectura, placer que heredara con orgullo de su padre, por el que llevase consigo de vacaciones varios libros de cuentos, y alguna que otra novela, no conseguía concentrarse para sentarse a leer -como su papá Augusto le había prometido que disfrutaría, en un último intento para convencerla de ir a pasar aquella temporada con los abuelos- trepada en las ramas del coposo árbol de la estancia, o sin concretar acrobacias, al menos entre sus mullidas raíces, cubiertas de vegetación. No había caso: el campo la deprimía.

El abuelo había comprado aquel terreno cuando su papá era muy joven, ni bien clausuraran el ramal ferroviario de trocha angosta que solía atravesar aquellos campos. Por entonces, desbordantes vagones de carga desfilaban delante de la otrora estación, edificio que actualmente constituía parte de las edificaciones de la estancia familiar. En ese sentido, su abuelo era un purista; había mantenido intacto el carácter tradicional del inmueble, conservando ciertos detalles propios como las campanas, las inscripciones en determinados carteles, las ventanillas… ¡Con decir que la antigua boletería se había transformado en su estudio particular, y la oficina del Jefe de Estación en su propio dormitorio!

Aquellos detalles resultaban por completo superfluos para Laurita. Ella era curiosa por naturaleza, aunque su atención no pudiese mantenerse en pie durante mucho tiempo. Se cansaba fácilmente de las cosas, por lo que solía aburrirse bastante seguido. Y en el campo era peor. Por eso, a los tres días de estar allí, ya había recorrido todo lo que le resultara de interés. Tendría que hallar algo que la sorprendiese de verdad, a fin de no llegar a pensar seriamente en colarse en el primer vehículo a motor que apareciese por allí, ocultarse debajo de alguna manta o cajón, y fugarse con enorme prisa hacia Buenos Aires, a la casa de alguna amiguita o pariente que la cobijara con excesiva discreción; ya vería dónde.

El hecho sorprendente llegó de la mano de Teresa, la cocinera de la estancia, mujer enorme tanto de cuerpo como de corazón. La mañana del cuarto día, al comprobar el rostro compungido y de mirada triste que Laurita presentaba por encima de la humeante taza del desayuno, Teresa se acercó hasta ella por detrás y le susurró:

-Una niña tan seria y bonita no podría andar por ahí con esa cara si supiera el secreto que yo sé…

Laurita la miró, apenas motivada frente al imaginable tedio que la aguardaba durante el resto del día. Teresa continuó:

-Y los secretos, al ser compartidos con ciertas personas especiales, se vuelven mágicos…

Aquello venció cualquier barrera de sospecha que la niña pudiese esgrimir frente a las diversas motivaciones que la entrañable mujer pudiese formularle. Y la hostigó a preguntas, sintiendo cómo se desperezaba su inquieto sentido por la curiosidad. Teresa finalmente, luego de hacerse desear durante unos minutos, le narró la antigua historia que circulaba por aquellos pagos desde hacía varias décadas.

A escasos doscientos metros de la casa, donde las densas ramas de los árboles crecieran formando un protector túnel vegetal, se extendían en el pasado los rieles de la trocha angosta del antiguo ferrocarril. Y allí mismo, un tiempo después de haberse cerrado aquel ramal, comenzaron a ocurrir cosas muy extrañas. Misteriosas luces que se veían en las noches de luna llena, distantes silbatos de tren, locomotoras que aceleraban en medio de la noche… La peonada siempre se asustaba hasta los huesos cuando despertaba del sueño a causa de semejante presencia, y todos afirmaban que un tren fantasma surgía del olvido, negándose a detener su marcha, a pesar de las decisiones humanas. Sólo algunos valientes podían acercarse y jactarse de haberlo visto. Pero para ello, había que llegar hasta el lugar de la mano de alguien que supiera las palabras mágicas para convocar a los espectros…

-¿Y cuáles son? -, exclamó Laurita, olvidada del desayuno, con la mirada fascinada por completo al escuchar atentamente a Teresa.

-Hay que pararse debajo de la Cruz de San Andrés y repetir las palabras mágicas que rezan en ella, haciendo caso de cada una de sus advertencias. Pero una niñita de ciudad como vos no tendría que ir sola. Podría acompañarte yo, en una de estas noches. Claro que, mientras esperamos el momento de ir, vos a cambio podrías ayudarme con algunas cosas que tengo que hacer en la estancia. Juntar los huevos en el corral, por ejemplo…
Con ello, Teresa consideró que la mantendría ocupada durante unos días, a fin de que fueran pasando las vacaciones, retrasando la fecha del futuro encuentro espectral. A Laurita, en cambio, el arreglo no la convenció para nada. Sin embargo, ya conocía el hecho fundamental: el corazón del secreto, y la clave para acceder a él. Y había diseñado su propio plan. Sólo hacía falta que se hiciese de noche, y pudiera escabullirse sin ser vista.

La emoción la carcomió durante toda esa tarde. Las horas se demoraban pegajosas sobre la esfera de los relojes, y a diferencia de lo que Teresa se esperase, la niña no volvió a abrir la boca respecto de aquel tema. La mujer creyó al caer el sol que su estrategia de entretenimiento no había dado resultado, y no volvió a mencionar el tema.
Laurita, en cambio, aguardó hasta que todos se hubieran acostado, y ni bien dejó de escuchar los habituales ruidos que realizaban sus abuelos por las noches, se escabulló fuera de la habitación en puntas de pie, abrigándose con un saco abierto por encima de su camisón, calzada con sus resistentes ojotas todo terreno, y salió de la casa por la puerta de la cocina. Una vez que se hubo alejado unos metros de la casa, encendió la pequeña linterna que se había traído de Buenos Aires, y caminó sin prisa hacia la enramada, bajo la tenue mirada de las estrellas.
Soplaba una fresca brisa que agitaba levemente las ramas de los árboles. Aquel rumor la inquietaba, aumentando la sensación de soledad que experimentaba de golpe, aunque al mismo tiempo la impulsara hacia la aventura; como si lo desconocido muy pronto le deparase una sorpresa inimaginable. Avanzó entre los pajonales y los ruinosos restos de la vía, carcomida por el óxido y casi sepultada por el polvo acumulado por los años, hasta detenerse delante de la antigua señal, cuyo poste –milagrosamente- aún se conservaba de pie.

Aquello debía haber sido un paso a nivel, el cruce entre la vía férrea y acaso algún camino municipal. Allí permanecía, incólume, la cruz acostada, con sus letras aún legibles, inscriptas en cada uno de sus brazos. Laurita respiró hondo, fascinada ante la perspectiva de lo siniestro; señaló con firmeza el haz de la linterna sobre la señal, confiando en realizar los pasos necesarios para convocar la presencia de los espíritus viales, y recitó en voz alta:

-“Cuidado con los trenes”……Claro que tengo cuidado, aunque ya no pasen por acá… “Pare”, estoy parada, “mire”, miro para un lado y para el otro, “y escuche”, a ver, qué se escucha……

La brisa susurró entre los árboles nuevamente, quizá remedando alguna misteriosa conversación, incomprensible para quien no supiera entender el idioma; y por un instante, más allá de los quejidos de algún cerdo trasnochado en los corrales, nada se escuchó. Laurita sintió que comenzaba a hacer frío, y se estremeció. Entonces, proveniente de territorios en extremo lejanos, creyó escuchar el agudo silbato de un tren.

Contuvo la respiración, temerosa de moverse, aunque un impulso la llevó a mirar en ambas direcciones otra vez. Sólo al reparar varias veces sobre uno de los extremos consiguió divisar, en los confines del horizonte, la débil luz amarillenta de un faro de locomotora.

Se le aceleró el corazón, y comenzó a reírse entre dientes, sin motivo, víctima de su propia travesura. El faro se acercaba muy velozmente, demasiado como para que aquella luz perteneciese a una locomotora real… Y de pronto, la brisa se transformó en un considerable ventarrón, que agitó las ramas con violencia, asustándola aún más. El viento le golpeó en la cara, despeinándola hacia atrás, obligándola a entrecerrar los ojos. Entonces, una negra e imponente locomotora, con el número 0410 inscripto en enormes caracteres blancos debajo de la ventanilla de la cabina, se le apareció delante suyo en todo su esplendor, con el ardiente vaho de su motor diesel quemándole la cara.

Laurita gritó, pero nada se oyó por encima del tronar del silbato y el chirriar de los frenos sobre unos rieles misteriosamente relucientes, extraídos de quién sabe qué otro ramal en servicio actual e ininterrumpido. El motor regulaba constante mientras la formación recorría los últimos metros hasta detenerse por completo. Y en ese último tramo de recorrido, Laurita contempló azorada el interior de los vagones.
Dentro, hombres y bestias se debatían en caótico desenfreno. Una luz espectral se derramaba sobre ellos, emergiendo sin piedad hacia aquella virgen enramada pampeana. Los caballos coceaban los asientos de madera que aún quedaban en pie, haciéndose lugar, girando sobre sí mismos, mientras los hombres, semidesnudos, con los brazos extendidos hacia delante y las caras aterradas, intentaban eludir esos briosos cuerpos, queriendo escapar de un destino prefijado de antemano. Relinchos y alaridos ensordecieron la noche, mientras una voz, amplificada por ominosos parlantes, ordenaba:

“¿Quiénes son tus compañeros, hijo de puta? ¡Hablá de una vez! ¿O querés que te hagamos un poco más de `submarino seco´? ¡Hablá!”

Un destello eléctrico. Olor a carne quemada. Y esos gritos…

La cabeza de un caballo, con los ojos desorbitados y mostrando los dientes, asomó por el hueco de la ventana faltante de la puerta más cercana a Laurita, quien temblaba como una hoja, a punto de orinarse encima, y sin dejar de iluminar con su linterna. El animal se debatía furioso, sin conseguir escapar del vagón, empujado por detrás por otro caballo, tan encabritado como él, y por algunos hombres, pálidos y barbados, algunos “tabicados” con sucios trapos, surgidos casi como de las imágenes en sepia de un sórdido campo de concentración. Entonces, aún sin comprender la totalidad de lo que ocurría delante de sus ojos, Laurita observó que el caballo se retiraba, y que los bordes de aquel hueco del ventanal comenzaban a derramar un líquido oscuro pero brillante: sangre.

Y antes de que ella respirase lo suficiente como para lanzar el alarido, la siguiente aparición la dejó sin aliento.

Forcejeaba con uno de aquellos hombres, intentando que volviera a meterse dentro del vagón. Pero su silueta era inconfundible. Y al reparar en su presencia, luego de dominar al pobre infeliz, la miró de frente, con expresión de reproche, y absoluta firmeza en la voz al exclamarle:

-“¿Qué estás haciendo acá vos???”

Y Laurita, antes de huir aterrada hacia la casa, estremecida por la inexplicable presencia de Augusto, su papá, a bordo de aquel funesto tren fantasma, chilló…

Cuarenta años después, un alarido similar brota de sus labios -dando comienzo a un cíclico insomnio que se prolongará durante semanas- al sentarse de golpe sobre su cama, respirando agitada, rodeada de silencio y de penumbras, mientras los fantasmas que acudieron aquella noche bajo la enramada, como mudos testigos de …¿un país que ya no existe?…, aún desfilan erráticos delante de sus ojos, inmensamente abiertos, aunque cargados de pesadilla…


*De Alberto Di Matteo. licaldima@yahoo.com.ar









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–Por Ferrocarril Provincial-


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El recorrido por venir del tren literario en el Ferrocarril Provincial:

JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.   FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.  
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR OBLIGADO.  
ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.    D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.   
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.   LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.  ARANA.  GOBERNADOR GARCIA. 
LA PLATA.

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El recorrido por venir del tren literario en el Ferrocarril Midland:

KM. 55.    ELÍAS ROMERO.    KM. 38.   MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.   LIBERTAD.  
MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.    ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS. 
JOSÉ INGENIEROS.   MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.   KM 12.   LA SALADA.   
INGENIERO BUDGE.  VILLA FIORITO.  VILLA CARAZA.   VILLA DIAMANTE.
 PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.



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